El porvenir de la humanidad - Eudald Carbonell - E-Book

El porvenir de la humanidad E-Book

Eudald Carbonell

0,0

Beschreibung

10 CLAVES PARA CULMINAR LA EVOLUCIÓN HUMANA. Nos encontramos en un momento crucial de nuestra evolución como especie. Con la sociedad al borde del colapso, pues se basa en un sistema económico que genera desigualdad, y con un impacto fatal sobre la ecología, no tenemos alternativa: evolución o extinción. ¿Qué necesitamos para asegurar el futuro de la humanidad? ¿Hasta qué punto la tecnología es clave para nuestra supervivencia? Eudald Carbonell nos propone un decálogo que garantizará la continuidad del Homo sapiens tanto en nuestro planeta, como fuera de él.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 237

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título original catalán: El futur de la humanitat.

© del texto: Eudald Carbonell, 2022.

© de la traducción: Montserrat Triviño, 2022.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2023.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: octubre de 2022.

Primera edición en esta colección: junio de 2023.

REF.: OBDO093

ISBN: 978-84-1132-140-2

EL TALLER DEL LLIBRE, S. L.•REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

INTRODUCCIÓN

Ante una amenaza que interpela al conjunto de nuestra especie, reaccionamos con celeridad para hacerle frente. Lo hemos vivido con la pandemia del Covid: un acontecimiento traumático en muchos sentidos, pero también una fuente notable de aprendizaje. Nos cuestionamos qué debíamos hacer y, con más o menos acierto, actuamos en consecuencia. Ante un embate concreto que nos puso al límite, respondimos con medidas concretas: el confinamiento, el uso de la mascarilla, la distancia social, el desarrollo de vacunas… Pero no todo ha sido coser y cantar. Por el camino han muerto millones de personas como consecuencia directa del virus.

A una escala más amplia, nos enfrentamos a un reto similar. Nuestra especie se halla en una encrucijada: debemos completar el proceso de humanización o lanzarnos de cabeza a la extinción. Que avancemos hacia una u otra vía dependerá de las decisiones que tomemos y de las acciones que llevemos a cabo en el presente y en el futuro inmediato. Caminar de forma errática, confiando en el azar y ajenos a todo lo que ocurre a nuestro alrededor, nos puede llevar directamente al abismo. La selección natural actuará sin miramientos y las consecuencias pueden ser catastróficas para una humanidad en crecimiento constante y acelerado. Mi intención a la hora de escribir este decálogo es exponer las principales cuestiones que deberíamos plantearnos para evitar la extinción de la humanidad. Unas propuestas que, además, una vez aplicadas, nos permitirán seguir evolucionando como especie.

UN MOMENTO DE CAMBIO

Me he preguntado muchas veces de dónde me viene esta insistencia por encontrar lo humano de la humanidad y soy consciente de que la respuesta no es fácil. Los recuerdos se mezclan, tanto los personales como los profesionales, y los elementos objetivos se integran con otros claramente subjetivos. Con el tiempo me he dado cuenta de que, más que mezclarse, estas facetas de la vida se interpolan de manera recurrente.

A la redundancia del trabajo arqueológico se le suma la preocupación que todo espécimen humano debe sentir por la humanidad en su dimensión biológica y social, en una revisión que debe tener en cuenta su pasado, su presente y su futuro. Supongo que es una cuestión completamente lógica en un evolucionista y que no debería darle mayor importancia.

Como humano, la sensación que tengo en estos momentos es, obviamente, de incertidumbre: la intuición de lo que puede pasar es abrumadora. Pienso que nos dirigimos hacia una nueva realidad y que cada vez son más las personas conscientes de ello. El futuro dirá si de verdad acabará por surgir una realidad diferente y si, cuando eso ocurra, conllevará mucho sufrimiento o no.

En lo que sí nos ponemos de acuerdo muchos evolucionistas es en que estamos mudando la piel a marchas forzadas y que aún no somos capaces de socializar esa realidad desconcertante. No podemos bajar la guardia precisamente en un momento en que la vida y la sociedad requieren de nuestra atención. Justo ahora, cuando está a punto de producirse un cambio de fase evolutiva, esa incertidumbre nos ayudará a concretar y a jerarquizar las reflexiones de especie necesarias para afrontar, con garantías de éxito, los retos que se nos han planteado. Se dan las condiciones idóneas en un contexto cambiante sometido a velocidades vertiginosas. Debemos aprovechar esta oportunidad.

Ahora mismo, nos hallamos ante un escenario incierto: así lo concibo, así lo pienso y así lo explico. Paradójicamente, los trastornos sanitarios, psicológicos y económicos derivados de la pandemia nos han ayudado a establecer un diálogo entre nosotros mismos y nos abren la puerta a hablar sin tapujos de nuestro futuro. Lo que debemos hacer en este momento es aprovechar esta oportunidad única para llevar a cabo los proyectos de esta humanidad que aún no han llegado, pero que nosotros podemos contribuir a definir y desarrollar.

Como subrayaré a lo largo de este libro, elaborar las líneas maestras de nuestra adaptabilidad es un trabajo que debemos hacer, cueste lo cueste. Es nuestra responsabilidad con la historia, pero también con nuestro proceso evolutivo como especie inteligente y consciente.

Para el Homo sapiens, los espacios de pensamiento son ventanas abiertas a la especulación y a la imaginación, pero también a la inferencia histórica. La incertidumbre es el mejor marco de acción que puede encontrar un humano cuando se trata de pensar. Ahora bien, para pensar es necesario conocer y tener un criterio contingente. Todo se encuentra entre el conocimiento y el pensamiento, dos flujos vitales que impulsan nuestras ilusiones y que nos hacen sentir protagonistas de nuestro destino.

La falta de seguridad en nuestra evolución social y de especie nos ayuda a escrutar los rincones filosóficos de nuestro saber acumulado. Buscamos consistencia y pautas robustas que sirvan de apoyo a nuestra existencia. Probablemente, es en esas zonas oscuras de la razón donde existen agujeros de conocimiento humano capaces de acelerar nuestro incremento de sociabilidad.

El Homo sapiens se encuentra en un momento crucial de su evolución. Desde esta perspectiva histórica, precisamente, debemos ser conscientes de los peligros que conlleva no pensar, de dejar nuestro presente en manos del azar o de los intereses de unos pocos. Debemos afrontar nuestro futuro: nuestro gran objetivo debe ser la construcción de la sociedad del pensamiento.

Nos enfrentamos a una realidad compleja y lo hacemos a una velocidad vertiginosa. Las sociedades humanas experimentan de forma cada vez más rápida transformaciones más y más profundas, y este proceso alimenta comportamientos preocupantes que ponen en peligro a nuestra especie.

Detenerse y reflexionar nunca ha sido tan necesario. Ahora que son cada vez más los especímenes humanos que toman conciencia de la importancia del futuro, es imprescindible llegar a consensos y actuar. Debemos repensarnos como humanidad y, más importante aún, generar un consenso de especie con el objeto de decidir qué podemos hacer para sobrevivir en nuestro planeta hasta que seamos capaces de hacerlo en otros lugares del universo. No debemos olvidar que no disponemos de todo el tiempo del mundo: las decisiones —y las acciones— deben formalizarse antes de que nos arrastre una deriva irreversible que desemboque en la extinción.

Quizás el párrafo anterior suene apocalíptico, pero se sustenta en una realidad palpable. La formación social en la que vivimos está colapsando, pues se basa en una forma económica que genera desigualdad entre los individuos de nuestra especie. Al mismo tiempo, tiene un impacto negativo en la ecología del planeta al acelerar la velocidad de los cambios en la biosfera a un ritmo que todavía no somos capaces de procesar.

Solo un progreso exponencial de la tecnología y su socialización a través del pensamiento crítico puede ayudarnos a dar un salto adaptativo. Debemos convencernos de que disponemos de los instrumentos necesarios para llevar a cabo este proyecto de humanidad. Esto puede parecer una advertencia y me temo que lo es.

La alternativa que planteo a la extinción es culminar el proceso de humanización. He tratado este mismo tema en ensayos anteriores, pero lo resumiré brevemente: se trata de terminar de adquirir esas características que nos harán humanos de verdad. Es necesario que el Homo sapiens, nuestra especie, adquiera una conciencia colectiva que le permita socializar los conocimientos y generar una conciencia operativa que guíe nuestra acción sobre el planeta. En otras palabras: compartir la estrategia, ejecutar la táctica y alcanzar el equilibrio.

Nuestra especie está viviendo una época de cambio, un momento de transición. Del mismo modo que hace diez mil años la revolución neolítica modificó los hábitos de nuestros antepasados, que sustituyeron progresivamente la caza y la recolección por la agricultura y la ganadería, pasando así de ser nómadas a ser sedentarios, la revolución científica que vivimos en la actualidad marcará una nueva pauta. Por eso, las decisiones que tomemos y las acciones que llevemos a cabo como especie definirán nuestro rumbo colectivo.

En el Neolítico cambiaron para siempre las relaciones sociales de producción y se construyeron formaciones sociales que han perdurado hasta la actualidad. Los humanos empezamos a confiar en la estabilidad y a disponer de excedentes productivos que nos permitían una cierta capacidad de planificación; al mismo tiempo, se produjo un crecimiento demográfico desconocido en las anteriores poblaciones de cazadores-recolectores.

Sobre esa base se construyó la capacidad humana de manufacturar de manera industrial. Hace apenas doscientos cincuenta años que estalló la Revolución Industrial, que no solo propició un nuevo crecimiento demográfico exponencial, sino que además estructuró la población en clases muy marcadas.

La revolución que ahora ocupa el espacio humano es la científica y tecnológica. Esta revolución requiere una o varias formaciones sociales que la apoyen, pero el capitalismo ya no sirve en esta nueva fase de la humanidad: es un sistema obsoleto incapaz de solucionar los problemas que genera.

El capitalismo —por suerte— se está muriendo, y lo hace por causas naturales, ya que no hemos sido capaces de derrotarlo desde el pensamiento crítico. La muerte del capitalismo se encuentra en el centro del posible colapso de la especie. Es probable que el capitalismo haya sido la última de las formaciones sociales que han evolucionado de manera natural. Esa es la razón por la que ahora debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para ayudar, ya que la muerte del capitalismo es un paso fundamental en el proceso de emancipación humana.

Como veremos más adelante, la planetización, es decir, la extensión de un fenómeno a todo el planeta, es una forma lógica planificada y no se basa en la improvisación. No podemos seguir siendo víctimas del azar y la aleatoriedad. Si no le damos la vuelta a esta situación, en el futuro ya no hablaremos de colapso, sino de extinción de nuestra especie. Ante tal amenaza, este decálogo pretende fomentar el debate de especie, concienciar a través de la reflexión y ofrecer propuestas para pasar a la acción.

Si no cambiamos radicalmente nuestra manera de pensar y actuar, la probabilidad de que la especie colapse será cada vez más elevada. Cada día necesitamos más energía, a la vez que el consumo de materias primas aumenta de manera exponencial. Precisamente por eso nos encontramos en una fase avanzada de depredación del medio natural, algo que nunca antes había llevado a cabo ningún mamífero en la evolución geológica y biológica del planeta.

Por lo general, los procesos de crecimiento exponencial como el que estamos viviendo provocan un contexto caótico antes de metabolizarse. Esto sucede porque se introduce una complejidad que los individuos que están implicados en el funcionamiento del sistema no pueden manejar. En contra de lo que podamos pensar, la complejidad no se gestiona, sino que se vive. Se trata de una norma elemental: debemos adaptarnos a vivir en su seno para poder vivir del sistema y en el sistema. Y será marcándonos objetivos distintos como podremos abrir ante nosotros un principio de esperanza.

En nuestras manos está reflexionar y actuar en el marco de una evolución responsable y un progreso consciente, desde la perspectiva de la conciencia crítica de la especie. Para mí, este concepto es esencial y hace años que insisto en ello. Resulta fácil de entender, pero complicado de poner en práctica si no existe un pensamiento profundo y articulado desde la consistencia que nos otorga ser una especie inteligente.

Hoy en día disponemos de una tecnología muy avanzada y de una gran capacidad para difundirla a toda la sociedad. Y, por ello, la tecnología ha de ser el instrumento que nos permita llevar a cabo las transformaciones de tipo ecosocial que necesitamos. Lo último que debe olvidar la humanidad en el proceso de evolución es precisamente… el ser humano. Es posible que el olvido o el desconocimiento de lo humano sea lo que haya hecho que nos cuestionemos el sistema humano actual.

Necesitamos, más que nunca, un consenso de especie. Nos hallamos inmersos una vez más en una aceleración histórica que nos impulsa a pensar y a repensar nuestra especie. Estamos al final de la globalización y al principio de un movimiento que yo denomino «planetización» —más adelante lo desarrollaré en este decálogo— y que, en síntesis, consiste en preservar la diversidad.

Es probable que nos hallemos en un período de prórroga, en un tiempo añadido que debemos aprovechar para pensar. Y tengo la convicción de que aún estamos a tiempo de corregir los errores de nuestro proyecto vital. Solo gracias a la reflexión colectiva y a la actuación social, ecológica y tecnológica podemos ganar la partida a una evolución guiada por el azar. Es necesario que demos un nuevo sentido de especie a la evolución.

A diferencia de lo que se pueda pensar, no es el cambio climático lo que ha llevado a nuestra especie al borde del abismo. Su contribución ha sido importante en la desestabilización del sistema humano y nos ha condicionado mucho, pero no nos determina. Los humanos, como género, hemos demostrado nuestra adaptabilidad a lo largo de centenares de miles de años de evolución, durante los cuales el factor tecnológico no existía y nuestra capacidad técnica era limitada.

Con eso no pretendo decir que el cambio climático no sea un factor disruptivo importante, pero los humanos hemos pasado ya por períodos fríos y secos, o húmedos y cálidos, en diferentes latitudes. Y aún correteamos por el planeta. Los cambios climáticos —y, por lo tanto, ecológicos— ponen en marcha la capacidad humana de adaptarse y sobrevivir, y es probable que continúe siendo así en el futuro. Hoy en día disponemos de una gran cantidad de información que nos permite anticiparnos a lo que ocurrirá. A través de la prospectiva científica y la monitorización del planeta hemos adquirido una capacidad única que ninguna otra especie había alcanzado con anterioridad.

La tecnología y su socialización garantizan —y es altamente probable que lo sigan haciendo— la continuidad del Homo sapiens, tanto en nuestro planeta como fuera de él. A pesar de ello, los cambios que se están produciendo deben influir de algún modo y ya están condicionando la forma en que nuestro género se dirige al futuro. Un futuro incierto, aunque sea en el marco de un posible colapso, para poder asimilar o metabolizar la revolución científica y tecnológica.

Lo que realmente puede ser destructivo y acabar con el sistema humano es nuestra actual manera de organizarnos. Estructurarnos de manera flexible, pero al mismo tiempo robusta, quizá nos garantice la permanencia en el planeta; no hacerlo, en cambio, nos puede conducir a un proceso de destrucción de la especie.

Por todo lo que estoy diciendo, debemos aprovechar el conjunto de las capacidades del sistema humano y todo aquello que podemos hacer como individuos: la cooperación, la complementariedad sexual, la inteligencia social, etc. Creando estrategias sobre estas capacidades, los humanos podemos garantizar nuestra supervivencia y mejorar la evolución de la especie.

Así pues, la reflexión de especie que propongo se enmarca en la acción pensante. Debemos basarnos en el hecho de que el aumento de conocimiento exponencial y la capacidad que nos da tal conocimiento debe poder ser utilizado y compartido por parte de todos los humanos. Vivir nuestra realidad y asumir nuestra responsabilidad: esa sería la reflexión que marcaría el decálogo como corolario de todo lo que propongo.

A lo largo de este libro desarrollaré diez propuestas y reflexiones que a mi entender son imprescindibles para culminar con éxito y de manera efectiva nuestra humanización o, por lo menos, para matizar de forma creciente los efectos de la selección natural en nuestra especie. Propongo diez, y no más, porque la reflexión sobre la complejidad evolutiva de nuestra especie en el planeta Tierra actualmente requiere focalización y concreción.

Cuanto más simplifiquemos analíticamente el conjunto de conceptos, más capacidad operativa tendremos a la hora de tomar decisiones fundamentales. En este momento, a consecuencia de los cambios que se han producido y que siguen produciéndose, estamos confusos y dudamos acerca de cuál debe ser nuestro siguiente paso. Ha llegado el momento de tomar decisiones para evitar la inercia evolutiva que nos conduce al caos. Porque, si no somos capaces de reflexionar sobre nosotros mismos y nuestro futuro, es que algo estamos haciendo mal.

Precisamente por eso he intentado jerarquizar los conceptos más importantes, los que contienen más información para nuestra humanidad. Estas propuestas deben hacerse ahora para evitar frustraciones en el futuro, cuando el Homo sapiens sea capaz de expandirse fuera de los límites que, hoy por hoy, marca nuestro planeta. Si tomamos las decisiones correctas, la especie prosperará con una elevada probabilidad de éxito.

Si no pensamos, si nos despreocupamos socialmente de nuestra humanidad y de su futuro, serán el planeta y su evolución quienes tomen la decisión por nosotros, aunque sea de forma inconsciente. Eso significa que quedaremos relegados a una posición secundaria y sin interés para la biosfera. Hay quien piensa que sería lo mejor para otros reinos, como el animal. Es posible, aunque no es un pensamiento asertivo y tampoco creo que nos convenga pensar en contra de nuestros intereses evolutivos como humanos.

Las reflexiones de este decálogo se pueden profundizar, discutir e interpretar con distinta intensidad en función del momento, pero resulta difícil abordarlas de forma separada. El conjunto comparte vasos comunicantes entre los diferentes puntos. Por eso resulta imposible explicar de forma consistente un punto sin utilizar la fuerza explicativa de los demás.

UNA HERRAMIENTA ÚTIL Y CONCISA

A lo largo de este ensayo, el lector no encontrará criterios de autoridad de ningún tipo. He optado por prescindir de las notas al pie y de las citas kilométricas porque mi objetivo es que las ideas y las propuestas que voy a desarrollar en estas páginas impacten de la forma más directa posible en el lector. Eso no significa que no vaya a utilizar el conocimiento acumulado de otros colegas, científicos y pensadores de mi especie. Las propuestas también están imbuidas de su experiencia, que es el motivo por el cual he incluido al final de este volumen una bibliografía de títulos seleccionados.

Por otro lado, en este texto tampoco justifico qué puede ser mejor para la humanidad, ni pretendo estar en posesión de una verdad reveladora. Nada más lejos de mi intención: solo propongo plantear las cuestiones que deberían preocuparnos y generar debate, de modo que colectivamente seamos capaces de encontrar el mejor camino para evolucionar como especie.

En efecto, mi contribución a escala individual tiene la voluntad de generar un debate que solo será significativo si es universal. El esfuerzo debe ser colectivo si queremos que nuestra especie sobreviva. Las diez propuestas que el lector encontrará en este libro solo tendrán sentido si se debaten entre muchas personas y se concretan en acciones. Si no es así, el esfuerzo de unos pocos no tendrá demasiado impacto en el conjunto global de la especie.

Es necesario hablar, debatir e intercambiar opiniones. Yo propongo un punto de partida y no es mi intención evitar la confrontación ni las críticas. Aun así, este proceso no puede quedar a la deriva en un mar de ideas, sino que debe plasmarse en la realidad. Porque de lo que debemos discutir es del mundo en el que vivimos y de cuál debe ser nuestro futuro como especie. Por supuesto, debemos ser conscientes de dónde venimos y del camino evolutivo que hemos seguido hasta ahora, pero también es el momento de actuar. Debemos revisar nuestra relación con otros miembros de la especie y con el planeta, y actuar en consecuencia.

No es esta la primera vez que reflexiono sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestra especie. Y tampoco será la última. Hacerlo ha sido una constante en mi vida personal y profesional. Muchas de estas reflexiones han ido tomando forma en conferencias, seminarios, libros y artículos. Para abreviar, destaco los siguientes: La conciencia que quemaEns farem humans? y Elogio del futuro. Estos trabajos, y otros anteriores, son el sustrato en el que se basa el presente decálogo.

En este libro que el lector tiene entre las manos, he intentado podar el árbol de las ideas que he ido regando y viendo crecer a lo largo de mi vida académica. Ahora soy muy consciente de que había crecido demasiado, por lo que era necesario cortar algunas ramas. Se imponía, pues, una síntesis clarificadora que permitiera que el mensaje fuera más consistente y no perdiera fuerza discursiva o se diluyera en demasiados elementos y proposiciones, no todas de la misma importancia y consistencia. Espero haberlo conseguido o, por lo menos, haberme acercado a lo que me proponía.

LÍNEAS GENERALES DEL DECÁLOGO

Cuando uno lleva muchos años pensando y trabajando en la humanidad, la perspectiva sobre la evolución y el pasado de nuestra especie cambia y se aleja progresivamente de la que tienen el resto de las personas. Para que el lector se haga una idea, es como contemplar un edificio en construcción: no es lo mismo observarlo de pasada (es decir, lo que hacemos la mayoría de los mortales) que meterse en la piel de un arquitecto, pues él es capaz de anticipar problemas en la estructura y de ver la singularidad de los materiales, la robustez de los cimientos y la complejidad de los cálculos que se han hecho sobre el plano. Mi objeto de estudio es la propia humanidad, y si mi intención al escribir este ensayo es impulsar a los lectores a pasar a la acción para construir un futuro mejor, es fundamental que intente adaptarme. Creo que ningún investigador debería perder de vista las ganas de aprender, conocer, pensar y compartir.

Cuando me enfrento a la tarea de plantear este decálogo para el futuro de nuestra especie, las grandes preguntas surgen de manera secuencial y brotan como una fuente que nunca se agota. Es un surtidor de agua fresca: el conocimiento fluye de él de forma impetuosa y desordenada, pero también constante. A menudo me descubro navegando en una nebulosa de conocimiento en la que ni siquiera yo soy capaz de poner orden, hasta que hago un esfuerzo exhaustivo y me coloco de nuevo en la casilla de salida. El trabajo empieza poniendo orden en las preguntas para después intentar articular las respuestas.

¿Qué debemos hacer? ¿Qué necesitamos para asegurar el futuro de la humanización? ¿Sobre qué bases debe construirse el humanismo tecnológico —la forma humana, racional y crítica de evolucionar hacia una especie competente— para que tenga éxito en la transformación del Homo sapiens? La urgencia para obtener respuestas a estas preguntas trascendentales no debe hacernos olvidar que los cimientos del futuro solo se pueden construir sobre una buena solución de funcionamiento para el presente.

Los investigadores podemos aportar nuestra experiencia, pero es imprescindible que estructuremos un discurso divulgativo que llegue a la máxima cantidad posible de lectores. Si somos capaces de dejar a un lado cierta complejidad teórica, habitual en el mundo académico, podremos articular una construcción teórica robusta y después ponerla en práctica. La reducción de presuposiciones tanto teóricas como metodológicas puede jugar a favor de las soluciones integradas y efectivas del futuro.

Con ese objetivo en mente, es fundamental actuar sin precipitación ni negligencia, sin prisa ni parsimonia. Trabajamos en el diseño de la futura humanidad, la que nos relevará en la sucesión evolutiva. Por todo ello, considero imprescindible presentar brevemente las líneas generales del decálogo antes de entrar en detalle a lo largo de los próximos capítulos.

1. NECESITAMOS UNA CONCIENCIA CRÍTICA DE LA ESPECIE

En el primer punto del decálogo explicaré que es necesario incrementar de forma urgente la conciencia crítica de la especie, es decir, necesitamos humanizar nuestro planeta en beneficio de todos y no solo de una minoría privilegiada. El Covid lo ha puesto de manifiesto: la pandemia ha contribuido a acelerar la necesidad de pensar en la debilidad del sistema humano en este momento de crecimiento exponencial, en el cual se dan niveles elevados de desarrollo, pero —a mi entender— poco progreso real.

Para llevar a cabo el proceso de transformación que estamos planteando es necesario que se socialice la capacidad de intervenir sobre el medio. Se trata de la conciencia operativa o, como veremos más adelante, de aplicar conscientemente el conocimiento y el pensamiento humano de manera práctica a la construcción social de la especie. Es un concepto fundamental para entender cómo se produce lo que hacemos, lo que sabemos y lo que pensamos.

Algunos de nosotros llevamos tiempo advirtiéndolo, pero cada vez se hace más evidente para todo el mundo la posibilidad de un colapso de la especie si no canalizamos nuestras energías en la dirección adecuada. Los humanos debemos poner en práctica una estrategia colectiva y efectiva sobre el planeta, sin perder de vista que lo más importante en estos momentos, por encima de cualquier otra cuestión, es la supervivencia del Homo sapiens en el sistema.

Como humanos, lo fundamental es prosperar en cualquier situación en la que nos encontremos, por compleja o difícil que sea. Nuestra singularidad humana debe expresarse con fuerza ante las amenazas del entorno y ante las situaciones adversas que nosotros mismos hemos contribuido a crear.

A pesar de ello, no debe ser el miedo a desaparecer lo que nos lleve a protagonizar este cambio de rumbo. Debemos hacerlo con convicción y determinación de especie; debemos hacerlo incrementando nuestra conciencia y guiados por una necesidad humana de mejorar. Debemos contribuir a la construcción de una humanidad distinta a la actual.

Somos el fruto de una larga evolución y el camino que nos ha traído hasta aquí ha proporcionado una experiencia muy valiosa al género Homo. Tener miedo a lo desconocido es humano pero, si queremos progresar, debemos afrontar un gran número de cambios. El miedo, en esencia irracional, nos paraliza y no puede ser jamás el motor de cambios. Por eso es necesario afrontar el futuro con valor.

2. LA INDIVIDUALIDAD COLECTIVA

El confinamiento que nos tocado sufrir a la gran mayoría de humanos como consecuencia de la pandemia debe hacernos reflexionar sobre la individualidad colectiva. Este concepto, formado por dos términos opuestos, puede parecer contradictorio, pero es una forma de sintetizar la idea de qué puede aportar cada uno de nosotros al colectivo. Es necesario que nos desprendamos de algunos tópicos sobre el individuo, que han sido una constante en la historia de la humanidad. La perspectiva de futuro no es la de colectivizar la individualidad, sino que cada uno de nosotros debe aportar sus conocimientos personales para construir la comunidad.

Para que la socialización de la individualidad sea una realidad, es fundamental que la mayor parte de la comunidad esté dispuesta a participar en este proceso. Como especie, necesitamos una red tan segura y sólida como sea posible para, a través de ella, movernos, informarnos, prosperar y, en definitiva, sobrevivir.

El concepto de individualidad colectiva parte de la indivisibilidad del individuo en la comunidad que lo contiene, es decir, que contenido y continente son lo mismo. Para ilustrarlo, podemos compararlo con una botella llena de agua: tiene sentido como el conjunto de la botella continente y el agua contenido. La idea de colectivizar al individuo, en cambio, es un gran error porque de ese modo se rompe su capacidad individual de aportar a la colectividad. Es posible colectivizar los medios de producción, pero no el ser humano, es decir, la fuerza productiva.

Saber escuchar es fundamental para saber cómo actuar. Por esta razón, en este diálogo de especie que propongo también es necesario poder opinar. Actuar de manera convergente puede ser la estrategia más útil para impulsar la mejora de la especie. La incertidumbre genera un contexto increíblemente potente para que el individuo madure de forma colectiva.

3. LA SOCIALIZACIÓN DE LA TECNOLOGÍA

Necesitamos una rápida socialización de la tecnología, sobre todo en el ámbito de la comunicación. Ante la aceleración histórica que vivimos y la urgencia que tenemos de mantenernos interconectados como humanos, debemos incrementar nuestra sociabilidad.