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"""No luchéis contra vuestras debilidades y vuestros vicios, porque seréis aniquilados, sino aprended a utilizarlos poniéndolos a trabajar. Tanto si se trata de los celos, como de la ira, de la codicia, de la vanidad, etc., hay que saber cómo movilizarlos para que trabajen para vosotros en la dirección que hayáis escogido. Observad las fuerzas de la naturaleza, como la electricidad, el viento, los torrentes, el rayo... Ahora que el hombre sabe cómo dominarlas y utilizarlas, se enriquece. Y, sin embargo, al principio, estas fuerzas le eran hostiles. Encontráis normal utilizar las energías naturales, ¿por qué os extraña, entonces, que os hable de utilizar las energías primitivas que hay en vosotros?... Cuando conozcáis las reglas de la alquimia espiritual sabréis transformar y utilizar todas las fuerzas negativas que poseéis en abundancia""."
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Seitenzahl: 144
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección
Izvor 221-Es
ISBN 978-84-10379-35-0
Traducción del francés
Tituló original:
Le travail alchimique ou la quête de la perfection
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I LA ALQUIMIA ESPIRITUAL
Alguien se me acerca infeliz, desanimado, y se queja de que no consigue liberarse de un vicio que le atormenta. Lo ha intentado miles de veces, el pobre, y siempre sucumbe. Entonces yo le digo: “¡Magnífico, formidable! ¡Eso prueba que es Vd. muy fuerte!” Me mira asombrado y se pregunta si no me estoy burlando de él. Le sigo diciendo: “No, no me burlo de Vd., lo que sucede es que Vd. no ve su poder. – Pero, ¿qué poder? Si siempre soy la víctima y sucumbo; eso prueba que soy muy débil. – No razona Vd. correctamente. Observe cómo han sucedido las cosas y comprenderá que no bromeo.
¿Quién ha formado este vicio?... Vd. Al principio no era mayor que una bola de nieve que podía caber en su mano. Pero al añadirle cada vez un poco más de nieve, empujando la bola y haciéndola rodar, ésta ha terminado por convertirse en una montaña que ahora le impide el paso. En su origen, el vicio del que se queja tampoco era más que un pensamiento pequeñito, pero Vd. lo sostuvo, lo alimentó, lo “rodó”, y ahora se siente aplastado. Pues bien, yo me maravillo de su fuerza, porque es Vd. quien ha formado este vicio, Vd. es su padre, y este hijo suyo se ha hecho tan fuerte que Vd. ya no puede dominarlo. ¿Por qué no se alegra? – ¿Y cómo me voy a alegrar? – ¿Ha leído Vd. el libro de Gogol, Tarass Bulba? – No. – Pues bien, se lo voy a contar. Brevemente, claro, porque el relato es largo.
Tarass Bulba era un viejo cosaco que había enviado a sus dos hijos a estudiar al seminario de Kiev en el que permanecieron durante tres años. Cuando volvieron a casa de su padre, se habían convertido en dos sólidos mocetones. Encantado de volverles a ver, Tarass Bulba, para bromear y también para manifestar su ternura paternal (los cosacos, sabéis, ¡tienen formas muy suyas de manifestar su afecto!) empezó por darles unos porrazos. Pero los hijos no se arredraron, sino que empezaron a responderle y acabaron tirando a su padre por los suelos. Cuando Tarass Bulba se levantó, magullado, no estaba furioso en absoluto, sino que, al contrario, se sentía orgulloso de haber traído al mundo unos hijos tan forzudos.
Así que, ¿por qué no está Vd. orgulloso como Tarass Bulba de ver que su hijo le ha derribado por los suelos? Vd. es el padre, Vd. lo ha alimentado, lo ha reforzado con sus pensamientos, con sus deseos: lo que quiere decir que es Vd. muy fuerte. Y ahora le voy a decir cómo puede vencerle. ¿Cómo se las arregla un padre cuando quiere hacer sentar la cabeza a un hijo que hace locuras? Le corta los víveres, y el hijo, privado de medios de subsistencia, se ve obligado a reflexionar y a cambiar de conducta. ¿por qué tiene que seguir alimentando a su hijo? ¿Para qué le plante cara? ¡Vamos ya! ¡Apriétele las clavijas! Puesto que es Vd. quien le dio nacimiento, debe saber que tiene poderes sobre él. Si no, toda la vida va Vd. a luchar o a sufrir, sin encontrar nunca los verdaderos métodos para salir airoso de sus dificultades...”
Desgraciadamente, muy poca gente llega a considerar las cosas de esta manera. Luchan desesperadamente contra ciertas tendencias perniciosas que llevan dentro, sin darse cuenta de que para llegar al punto en que se encuentran han tenido que haber sido formidablemente fuertes. Cuanto más terrible es el enemigo que hay en vosotros, tanto más prueba que vuestra fuerza es grande. Sí, así es como debéis aprender a razonar.
Observad cuán tensos estáis cuando lucháis contra vosotros mismos y cuántas dificultades encontráis; se libra una batalla terrible dentro de vosotros y esta guerra os hunde en todo tipo de contradicciones. Consideráis que todo lo que hay de inferior en vosotros es necesariamente vuestro enemigo, y queréis eliminarlo; pero este enemigo es muy poderoso, porque desde hace siglos lo reforzáis con la guerra que le hacéis, y cada día se vuelve más amenazador. Es cierto que hay enemigos que viven dentro de nosotros, pero si son enemigos es, sobre todo, porque no somos buenos alquimistas capaces de transformarlo todo.
¿Qué dice san Pablo? “Me ha sido puesta una astilla en la carne. Tres veces he rogado al Señor que la alejase de mí, y El me ha dicho: Mi gracia te basta, porque mi poder se cumple en la flaqueza...” El que posee una flaqueza en su cuerpo, en su corazón o en su intelecto, se siente disminuido, pero se engaña, porque esta flaqueza puede ser para él la fuente de grandes riquezas. Si todas sus aspiraciones fuesen satisfechas, se quedaría estancado. Para evolucionar debe sentirse aguijoneado, y es su imperfección, esta astilla en su carne, la que le obliga a trabajar en profundidad, a acercarse al Cielo, al Señor. El Cielo nos deja ciertas debilidades para empujarnos en nuestro trabajo espiritual; porque, lo que en apariencia es una debilidad es, en realidad, un poder, una fuerza.
Hay que poner las debilidades a trabajar para transformarlas en algo útil. Os asombráis y decís: “¡Pero si lo que hay que hacer es pisotear las debilidades, aniquilarlas! “Intentadlo y veréis si la cosa es fácil: vosotros seréis los aniquilados. El problema es el mismo para todas las formas de defectos o de vicios; tanto si se trata de la glotonería, como de la sensualidad, de la violencia, de la codicia, o de la vanidad, hay que saber cómo movilizarlos para que trabajen con vosotros en la dirección que hayáis escogido. Si expulsáis a todos vuestros enemigos, a todo lo que se os resiste, ¿quién trabajará para vosotros? ¿quién os servirá? Hay animales salvajes que los humanos han conseguido domesticar y tener a su lado a fuerza de paciencia. El caballo era salvaje, el perro era parecido al lobo, y si el hombre logró domesticarlos es porque supo desarrollar dentro de sí ciertas cualidades. Podría también, ciertamente, domar y domesticar a las fieras, pero tendría que desarrollar para ello nuevas cualidades.
Alegraos, pues: todos vosotros sois muy ricos ¡porque tenéis muchas debilidades! Pero es indispensable saber utilizarlas para ponerlas a trabajar. Os hablaba hace un instante de los animales, pero observad, también, las fuerzas de la naturaleza, como el rayo, la electricidad, el fuego, los torrentes... Ahora que el hombre sabe cómo dominarlas y servirse de ellas, se enriquece. Y sin embargo, al principio estas fuerzas le eran hostiles. Los hombres encuentran normal utilizar las fuerzas de la naturaleza, pero si se les habla de utilizar el viento, las tempestades, las cascadas, los rayos que tienen dentro de sí, se asombran. Sin embargo, no hay nada más natural, y cuando conozcáis las reglas de la alquimia espiritual, sabréis utilizar y transformar hasta los venenos que hay en vosotros. Sí, porque el odio, la cólera, los celos, etc. son venenos; pero en la Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal aprenderéis a serviros de ellos, se os darán incluso los métodos para que podáis serviros de todas las fuerzas negativas que poseéis en abundancia. Alegraos, se os presentan buenas perspectivas.
En el futuro, los más audaces se ocuparán de estas sustancias químicas de los celos, del odio, del miedo, de la fuerza sexual, y aprenderán a utilizarlas; incluso llenarán frascos con ellas para ponerlos en su farmacia a fin de tenerlos a su disposición para el día en que los necesiten. De ahora en adelante, todo debe cambiar en vuestra cabeza.
Claro que no por eso hay que lanzarse como locos sobre el mal para comerlo a grandes bocados. En cada criatura, incluso en la mejor, se esconden siempre tendencias infernales que vienen de un pasado muy lejano. Se trata, pues, de no hacerlas salir de un solo golpe con el pretexto de utilizarlas. Hay que enviar una sonda para tomar tan sólo unos átomos, unos electrones, y digerirlos bien. No es cuestión de ir a pelear imprudentemente con el Infierno, porque os destruirá. Hay que saber cómo proceder. Por eso, debéis continuar trabajando con las fuerzas de arriba, con la oración, con la armonía, con el amor, y, de vez en cuando, cuando salga algo de vuestras propias profundidades con garras, con dientes y uñas, para empujaros a hacer algunas tonterías, capturadlo, id a estudiarlo en vuestro laboratorio, e incluso hacedle segregar sus venenos para que podáis utilizarlos: descubriréis que el mal os aporta, precisamente, el elemento que os faltaba para alcanzar la plenitud.
Pero, repito, tened cuidado, no vayáis a bajar, ahora, a causa de lo que os he dicho, a mediros imprudentemente con el mal. No digáis: “¡Ah! ¡Ahora he comprendido! ¡Voy a ir a por todas!” Porque quizá no volváis a subir. Esto es lo que les ha sucedido a algunos. Se creyeron muy fuertes cuando no estaban suficientemente conectados con el bien, con la luz, y ahora, ¡en qué estado se encuentra los pobres! Todas las fuerzas negativas están devastándoles.
Se dice en el Talmud que al final de los tiempos, los Justos, es decir, los Iniciados, se darán un festín con la carne del Leviatán, este monstruo que vive en el fondo de los océanos. Sí, será capturado, despedazado, salado... ¡y conservado en frigoríficos, supongo!... Después, cuando llegue el momento, todos los Justos degustarán algunos pedazos de su carne. ¡Qué divertida perspectiva! Si tenemos que comprender esto literalmente, creo que muchos cristianos y estetas estarán verdaderamente asqueados. Hay que interpretarlo, pues; y he ahí la interpretación: el Leviatán es una entidad colectiva que representa a los habitantes del plano astral (simbolizado por el océano), y si este monstruo debe servir un día para disfrute de los Justos, ello significa que aquél que sabe dominar y utilizar las apetencias y las pasiones del plano astral puede descubrir en ellas una fuente de riquezas y de bendiciones.
II EL ÁRBOL HUMANO
Poseemos ciertos órganos cuyas funciones no nos parecen ni espirituales, ni estéticas, ni muy limpias, pero que, finalmente, son extremadamente necesarias, porque cada célula, cada órgano, de la misma manera que las raíces de un árbol, están ligados a las ramas, a las hojas, a las flores y a los frutos. Y si el hombre corta sus raíces, es decir, si cercena los órganos que son el fundamento de su existencia, de ello se derivan consecuencias terribles. Es verdad que estos órganos provocan, a veces, sucesos dramáticos, pero hay que dejarlos vivir, procurando extraer y transformar sus fuerzas.
A menudo la gente se extraña, leyendo las biografías de hombres o de mujeres muy notables, al ver que muchos de ellos albergaban tendencias anormales, o incluso criminales y monstruosas. Cuando no se conoce la estructura del hombre no se comprende como esto puede ser posible. En realidad, la explicación es muy sencilla: debido a sus tendencias inferiores que constantemente tenían que afrontar y dominar, estos hombres y estas mujeres, consciente o inconscientemente, llegaban a realizar injertos en las profundidades de su ser. Cuanto más terribles y ardientes eran sus pasiones (sus raíces), tanto más sabrosos eran sus frutos, y más notables sus obras. Mientras que muchos otros que no tenían ninguno de estos defectos permanecieron estériles, no dieron nada a la humanidad y vivieron de una forma extremadamente insignificante y mediocre.
No quiero decir con esto que tengamos que justificar o cultivar todas nuestras malas tendencias, no, sino que tenemos que comprender esta sublime filosofía que enseña cómo utilizar las fuerzas del mal para producir creaciones grandiosas. Cuanto más se elevan hacia el Cielo el tronco y las ramas, tanto más se hunden las raíces profundamente en la tierra. El que no comprende esto, se horroriza al ver la extensión del mal. No hay que tener miedo: todo está construido en la naturaleza de acuerdo con unas leyes extraordinariamente sabias. Si no tenemos raíces profundas, seremos incapaces de extraer del suelo los elementos nutritivos que necesitamos y de resistir a las tempestades de la vida.
Profundicemos ahora en esta analogía entre el hombre y el árbol. Las raíces corresponden al estómago y al sexo. Sí, el hombre está enraizado en la tierra gracias al estómago, que le permite alimentarse, y al sexo, que le permite reproducirse. El tronco está representado por los pulmones y el corazón, es decir, por los sistemas respiratorio y circulatorio con las corrientes arteriales y venosas. En el tronco, la corriente descendente transporta la savia elaborada que alimenta al árbol, mientras que la corriente ascendente transporta la savia bruta hasta las hojas, en donde se transforma. Lo mismo sucede en nosotros con la circulación general de la sangre: el sistema arterial transporta la sangre pura, y el sistema venoso la sangre que ya está viciada. Las dos corrientes trabajan juntas para la conservación del árbol humano.
Las hojas, las flores y los frutos corresponden a la cabeza. Todos los pensamientos representan los frutos del hombre, porque el hombre fructifica por la cabeza. Pero las raíces, el tronco (con las ramas), las hojas, las flores y los frutos, están conectados entre sí.
Veamos ahora las correspondencias que podemos establecer entre el árbol y nuestros diferentes cuerpos. Las raíces corresponden al cuerpo físico, el tronco al cuerpo astral, y las ramas al cuerpo mental. Estos tres cuerpos, físico, astral y mental, forman nuestra naturaleza inferior, la personalidad. Son estos tres cuerpos los que nos permiten obrar, sentir y pensar, pero en las regiones inferiores. Luego, vemos que el cuerpo causal corresponde a las hojas, el cuerpo búdico a las flores y el cuerpo átmico a los frutos. Los tres forman la trinidad superior, la individualidad; gracias a ellos el hombre puede pensar, sentir y obrar en las regiones superiores.
El estómago, por ejemplo, es una fábrica en donde se transforma la materia bruta; en él se encuentran las raíces de nuestro ser físico. La materia prima que le damos al estómago se elabora, a continuación, en los pulmones, en el corazón y en el cerebro; se convierte en pensamientos y en sentimientos, y estos pensamientos y estos sentimientos descienden, a su vez, al organismo para alimentar a las células con sus energías sutiles. Así se llevan a cabo intercambios permanentes entre nuestro ser físico y nuestro ser psíquico, pero también entre nuestro yo inferior y nuestro Yo superior. Sin estos intercambios, sin esta circulación de energías, moriríamos.
Simbólicamente, el ser humano representa, pues, un árbol con raíces, tronco, ramas, hojas, flores y frutos. Pero si es evidente que todos los seres poseen raíces, tronco y ramas, la mayoría son árboles sin frutos, sin flores, e incluso sin hojas. Claro que cada ser puede hacer que nazcan flores en él; pero, para ello, tiene que trabajar, poseer un gran saber y sacrificar mucho tiempo para que estas flores puedan abrirse, exhalar sus perfumes y formar sus frutos. Los frutos son las obras de las diferentes virtudes.
En las hojas, las flores y los frutos podemos ver también el amor, la sabiduría y la verdad. Las hojas representan la sabiduría, las flores el amor, y los frutos la verdad. Para aquél cuya conciencia ha descendido demasiado en la materia, ya no hay luz, ni calor, ni vida. Vive, pues, en la parte grosera del árbol: en los tres cuerpos, físico, astral y mental. El movimiento, el calor y la luz solamente se manifiestan en las hojas, en las flores y en los frutos. El que busca la sabiduría, el amor y la verdad, vive en las hojas, en las flores y en los frutos: en los tres cuerpos superiores.
Las raíces, preparan, pues, el alimento para los frutos que maduran en lo alto del ser; están, pues, relacionadas con los frutos; son el punto de partida mientras que los frutos son el punto de llegada. Cuando los frutos están maduros, el trabajo de las raíces se interrumpe. Los frutos, con sus huesos o sus pepitas, son las futuras raíces de otro árbol: de ellos empieza a brotar el nuevo tallo. El hecho de que ciertas plantas tengan frutos en sus raíces (tubérculos) indica la existencia de esta relación entre las raíces y los frutos. Las plantas con tubérculos son aquéllas que no han sabido desarrollarse en el mundo espiritual y han permanecido bajo tierra.
Veis que existe también una relación entre el tronco y las flores, y entre las ramas y las hojas. Lo mismo sucede en el hombre en el que el cuerpo físico está relacionado con el espíritu, el corazón con el alma, y el intelecto inferior con el cuerpo causal o inteligencia superior. Por eso existen intercambios y una estrecha relación entre los brutos y los grandes Maestros, entre los hombres ordinarios y los santos, y entre los hombres de talento y los genios.