Embarazada del magnate griego - Ciegos al amor - Kathryn Ross - E-Book

Embarazada del magnate griego - Ciegos al amor E-Book

Kathryn Ross

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Beschreibung

Embarazada del magnate griego Kathryn Ross La economista Katie Connor se cree inmune al famoso seductor Alexi Demetri... Por eso, cuando descubre que está empezando a sentir algo más por él, decide huir. Sin embargo, lo que no sabe es que está esperando un bebé que la unirá al cruel griego para siempre... Aunque Alexi ha jurado que jamás se volverá a casar, debe hacerlo para atrapar para siempre a la madre de su hijo. Con la amenaza de una batalla legal por la custodia del bebé, a Katie no le queda más remedio que convertirse en la esposa de conveniencia de Alexi. Ciegos al amor Kim Lawrence El multimillonario Cesare Brunelli había perdido la vista al rescatar a una niña de un coche en llamas y la única persona que lo trataba sin compasión alguna era la mujer con la que había disfrutado de una noche de pasión. ¡Pero se quedó embarazada! Y eso provocó la única reacción que Samantha no esperaba: una proposición de matrimonio. Él no se creía enamorado, pero Sam sabía que ella sí lo estaba.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Kathryn Ross

Embarazada del magnate griego

Título original: Kept by Her Greek Boss

 

© 2009 Kim Lawrence

Ciegos al amor

Título original: The Brunelli Baby Bargain

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-948-7

Índice

 

Créditos

Índice

Embarazada del magnate griego

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

 

Ciegos al amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

KATIE miró por la ventana y observó cómo el sol se ponía, envuelto en bruma rosada, sobre los tejados de Londres. Se dijo que tal vez no estaba embarazada. Sólo tenía una semana de retraso y, de todos modos, nunca había sido muy regular.

Debería hacerse la prueba inmediatamente. No hacía más que mirar el bolso y, cada vez que lo hacía, el corazón se le aceleraba por la aprensión. En aquel momento, cuando los teléfonos habían dejado de sonar y los despachos estaban vacíos, era el momento perfecto.

Cuanto antes lo supiera, antes podría tomar una decisión sobre lo que debía hacer.

¿Y qué haría si los resultados de la prueba eran positivos?

Apoyó la frente contra el frío cristal. No había duda de que su jefe era el hombre más guapo y fascinante que había conocido nunca, ni tampoco de que había estado disfrutando de aquella aventura. Sin embargo, sólo se trataba de eso. De una aventura.

Alexi no era de la clase de hombres que sentaban la cabeza. Se lo había dejado muy claro desde el principio y a ella le había parecido bien. De hecho, mucho más que bien. Había estado completamente de acuerdo con él.

Había pensado que lo tenía todo controlado. Nada más lejos de la verdad. Se dio la vuelta para no seguir mirando por la ventana. Acababa de comprender que, en aquellos momentos, estaba considerando su aventura con Alexi de un modo muy diferente y que, lo que veía, lo que sentía, la estaba asustando. Resultaba muy extraño cómo la vida podía cambiar en un instante.

Estaba a punto de tomar su bolso cuando un ruido le indicó que ya no estaba sola. Al levantar la mirada vio a Alexi de pie en el umbral de la puerta. Como siempre que cruzaba la mirada con la de él, sus sentimientos se vieron envueltos en un torbellino de sensaciones. «Guapo a rabiar». Así era como había descrito en una ocasión al magnate griego y esa descripción era extremadamente exacta.

–Sabes que ya ha terminado por hoy todo el mundo, ¿verdad? –le preguntó él.

–Tenía que comprobar algunas cifras –replicó ella tratando de centrarse en los negocios. Se sentó de nuevo frente a su escritorio.

–Bueno, ¿cómo va?

–Ya casi he terminado –dijo ella. Sólo faltaban unos días para que su contrato allí concluyera.

Lo miró mientras él se acercaba un poco más. Le gustaba el modo en el que Alexi vestía. Tenía la elegancia innata que los hombres de la Europa continental parecían alcanzar tan fácilmente. Sin embargo, no era eso lo que la atraía, como tampoco lo era el físico perfecto que se ocultaba bajo aquella ropa. Era otra cosa. Era el aura de poder que él portaba tan bien, el modo distante, seguro y casi cruel con el que era capaz de mantener la atención de Katie. Ella hubiera querido que él no tuviera un efecto tan devastador sobre ella ni que le hiciera perder el control de sus sentimientos, pero así era.

Cuando Alexi se detuvo justamente frente a su escritorio, trató precipitadamente de apartar estos sentimientos.

–Lo has hecho muy bien. Por supuesto, eso significa que tendremos que hacer tiempo para hablar de cómo van a ser las cosas a partir de ahora.

¿Emocionalmente, quería decir? Katie tragó saliva. No pudo responder.

–Me gustaría que te quedaras…

Estas palabras, pronunciadas suavemente, desataron en ella sentimientos que no se atrevía a analizar. Lo miró con cautela mientras el cuerpo se le tensaba, esperando.

–¿En qué puesto?

–El mismo que ahora. Voy a comprar una nueva empresa y me gustaría que te ocuparas de un proyecto similar en mi nombre.

Katie trató de controlar la desilusión. Por supuesto que Alexi no había estado hablando de sentimientos. Él jamás hablaba de ellos. Eran tabú. Única y exclusivamente, Alexi Demetri era un hombre de negocios.

–¿Y… nosotros? –preguntó ella, a duras penas.

–Bueno, podemos seguir como hasta ahora, ¿verdad? –respondió mirándola fijamente. Entonces, sonrió–. Divirtiéndonos.

Katie asintió y trató de parecer indiferente a aquel comentario.

–Bueno, ya podremos hablar de eso más tarde.

Alexi frunció el ceño durante un instante, como si lo hubieran sorprendido aquellas palabras.

–Entonces, supongo que la siguiente pregunta es… –dijo, inclinándose sobre la mesa y apoyando las manos sobre el escritorio– ¿en tu casa o en la mía?

Al escuchar aquella pregunta, Katie sintió que se le tensaban los músculos del vientre. Lo deseaba tanto… ansiaba apartarlo todo a un lado y dejar simplemente que él la abrazara. Sin embargo, esto no era justamente lo que Alexi estaba pensando. Tenía la intención de hacerle el amor hasta que ella se quedara sin sentido y estuviera completamente saciada. Entonces, sonreiría lleno de satisfacción y le diría que era estupenda antes de apartarse de ella y dirigir la conversación y el estado de ánimo hacia los negocios.

Por primera vez en su relación, Katie se sintió como si ya no pudiera soportar esta situación. La sensación fue creciendo dentro de ella con inquietante intensidad.

–Pensaba que esta noche tenías una reunión con el director de Transworth –replicó.

–Sí, pero no debería durar demasiado. Habré terminado sobre las diez –dijo él. Rodeó el escritorio hasta llegar al lado en el que ella estaba y se sentó sobre la mesa. Aquella cercanía la turbó aún más.

–Alexi, hoy ha sido un día de locura. No he parado y…

–¿Me estás dando plantón? –preguntó él. No parecía enojado, sino divertido.

–Me temo que sí. Una mujer tiene que ponerse al día con las horas de sueño que necesita para estar bella.

Alexi extendió una mano y le levantó el rostro por la barbilla para que ella se viera obligada a mirarlo.

–A mí me parece que estás estupenda y no creo que necesites dormir para recuperar tu belleza –murmuró. El roce de los dedos contra la piel hizo que Katie se sintiera llena de deseo–. Pero te dejaré esta noche siempre que pienses en mi propuesta de negocios.

No la soltó inmediatamente. Los dedos le acariciaron suavemente el rostro antes de hundirse en la larga y oscura melena. Antes de que él pudiera besarla, Katie respiró profundamente.

Vaya si sabía besar… Sólo Alexi podía encenderla por dentro, conseguir que ella lo deseara con una urgencia que jamás había experimentado tanto. A lo largo de los últimos dos meses, se había rendido a él por completo, había gozado con los salvajes y excitantes sentimientos que él creaba dentro de ella, pero aquel día la maestría con la que Alexi dominaba sus sentimientos la asustaba.

No quería seguir sintiéndose así, pero no podía evitar dejarse llevar por el placer del momento.

El teléfono móvil de Alexi comenzó a sonar. Durante un instante, él no le prestó atención. Entonces, se apartó de ella secamente.

–Lo siento, Katie. Es mejor que conteste esta llamada.

Ella se encogió de hombros y trató de que no le importara.

–Hola, Mark, ¿cómo está la situación en la oficina de Nueva York?

¿Cómo era posible que él fuera capaz de besar con tanta pasión y, tan sólo un momento después, sonar plenamente bajo control?

La propia Katie se respondió a su pregunta: porque no conectaba con ella a nivel emocional. Trató de recuperar el control de sí misma. Se apartó el cabello del rostro y extendió la mano para tomar su bolso.

–Tardaré un momento –murmuró ella al notar que Alexi la miraba.

Él asintió.

–Limítate a ocuparte de ello, Mark –le espetó–. Yo no doy segundas oportunidades. Ese tipo lo ha fastidiado todo.

Katie se dirigió al pasillo. Alexi era un hombre de negocios completamente cruel. Ya lo sabía. Sin embargo, también había leído muchas cosas sobre él en las revistas del corazón y sabía que lo podía ser también en su vida privada.

Había estado casado en una ocasión y, desde su divorcio, había cambiado de compañía femenina como el tiempo.

Si aquella prueba de embarazo resultaba positiva, iba a estar completamente sola. Había oído el rumor de que su matrimonio había terminado porque él no había deseado tener hijos y su ex esposa sí.

Desgraciadamente para Katie, la aventura que ellos dos tenían no significaba nada para él. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Había crecido en una familia monoparental y había sido muy duro. Los recuerdos aún la perseguían.

Si la prueba era negativa, se prometió que aprendería la lección. Y terminaría con Alexi de una vez por todas.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

KATIE entró en el impresionante vestíbulo del edificio Madison Brown muy emocionada. Era el primer día de su nuevo trabajo y se moría de ganas por empezar.

Había tardado un mes en encontrar aquel puesto. Un mes en el que había examinado las diferentes ofertas de trabajo y había estado conteniéndose hasta que encontró el puesto perfecto. Justo a tiempo porque estar entre las cuatro paredes de su apartamento había empezado a parecerle una especie de tortura. Estar sola todos los días le había dado demasiado tiempo para pensar en Alexi, para echarlo de menos, algo que se negaba a hacer.

Sólo pensar en su nombre le provocaba un fuerte dolor en su interior. Enojadamente trató de ahogarlo. Era ridículo. Sabía perfectamente lo que él podía ofrecerle y había hecho lo que debía marchándose de Naviera Demetri y terminando así con Alexi.

–Hola –le dijo a la recepcionista–. Me llamo Katie Connor y soy la nueva directora de proyecto.

–Ah, sí, señorita Connor. Suba a la última planta. El nuevo director gerente quiere hablar con usted antes de que empiece.

Katie se dirigió a los ascensores y trató de controlar los nervios del primer día. Todo saldría bien. Prácticamente habían diseñado aquel puesto para ella. La agencia de empleo le había dicho que era la única persona a la que le habían dado una entrevista. El hombre que había llamado para ofrecerle el trabajo le había dicho que los entrevistadores se habían quedado muy impresionados con su experiencia. Evidentemente, el hecho de que hubiera llevado a cabo con éxito un proyecto tan importante en Naviera Demetri estaba dando sus frutos. Además, le había informado de que, para cuando ella se incorporara a su puesto de trabajo, Madison Brown sería una empresa asociada a un enorme conglomerado denominado Tellesta.

Por supuesto, Katie había hecho sus deberes. Sabía que Tellesta era una empresa muy grande, casi tanto como Naviera Demetri. Allí podría tener mucho margen para poder desarrollar sus capacidades de organización. Además, tendría la oportunidad de viajar a las oficinas que la empresa tenía en París y Nueva York. Aguardaba con impaciencia los desafíos que la esperaban en el futuro.

Las puertas del ascensor se abrieron en la última planta. Se dirigió al mostrador de recepción, donde una joven estaba encendiendo el ordenador y clasificando el correo.

–Hola, me llamo Katie Connor. Soy…

–La nueva directora de proyecto –replicó la recepcionista terminado la frase por ella–. Yo me llamo Claire –añadió con una sonrisa–. Me han indicado que le muestre su despacho.

Mientras seguía a Claire, Katie miró con interés a su alrededor. Los modernos despachos tenían unas vistas espectaculares de Londres. La sala de juntas era muy grande, con el más moderno equipamiento.

–Este lugar es fantástico –murmuró deteniéndose brevemente en la puerta.

–Lo acaban de instalar todo –le informó Claire con orgullo–. La empresa que ha absorbido a Madison Brown no tiene ningún reparo a la hora de gastar dinero. Incluso hay un helipuerto arriba, para que los peces gordos puedan ir y venir al aeropuerto sin perder tiempo.

–Impresionante.

–Lo es, ¿verdad? –afirmó Claire mientras abría la puerta que había al final del pasillo–. Éste es su despacho.

Katie no se podía creer su suerte. Se trataba de un enorme despacho, situado en una esquina del edificio, con maravillosas vistas sobre Canary Wharf. Le costó apartar la vista del amplio ventanal y concentrarse en el escritorio y en el enorme montón de archivos que se apilaban encima.

–Se me ordenó que le recopilara material de investigación y de que le informara que tiene usted una reunión en la sala de juntas a las diez.

–Muy bien –dijo Katie–. Creía que el director gerente quería hablar conmigo en primer lugar.

–Así era, pero ha tenido que marcharse a otra de sus empresas. Dijo que se reuniría con usted en la sala de juntas. Oh, y ha dicho que se mire usted las cifras del presupuesto de antes de Navidad y que prepare un informe preliminar sobre cómo cree usted que se pueden mejorar.

–¿Y quiere que prepare ese informe antes de las diez? –preguntó Katie. Los nervios se apoderaron de ella.

–Me temo que sí. Es un hombre con mucha prisa.

–¡Ni que lo digas!

Cuando Claire se marchó, Katie se quitó la chaqueta del traje y la colgó del perchero. Aquello era precisamente lo que había querido. Un trabajo que le supusiera desafíos constantes y que le impidiera pensar en el pasado. Su último trabajo había sido muy emocionante y le había resultado prácticamente adictivo… ¿o acaso había sido la excitación de estar con Alexi?

Decidió rápidamente no seguir pensando por aquel camino. Alexi había sido un error en su vida. Hojeó los papeles con un gesto de ira y trató de concentrase. Sin embargo, durante unos pocos segundos, sólo pudo pensar en Alexi. En cómo la besaba, en cómo la acariciaba, en cómo la poseía…

Cerró los ojos y respiró profundamente. Entonces, se recordó lo asustada que se había sentido cuando pensó que estaba embarazada. Afortunadamente, la prueba de embarazo había sido negativa porque Alexi no quería compromisos. Sus negocios eran su principal y única prioridad.

La había mirado casi fríamente cuando ella le dijo que no iba a seguir en su empresa.

–¿Se trata de una decisión que se basa en los sentimientos o en el trabajo? –le había preguntado.

–¿Acaso importa?

–Sí, porque si tus razones son sentimentales significa que no estás pensando como debes.

Aquel razonamiento había sido tan propio de él que ella se había echado a reír.

–Entonces, eso significa que la única razón de peso es la laboral.

–Básicamente, sí. Teníamos un acuerdo, ¿no? Nos habíamos estado divirtiendo un poco juntos, pero los dos acordamos que no tendría repercusión alguna en el terreno laboral.

–Y no la ha tenido –había replicado ella levantando la barbilla en gesto desafiante–. No quiero el trabajo que tú me ofreces porque ha llegado la hora de progresar en mi trayectoria profesional. Nuestro acuerdo ha llegado al final. Yo quiero un desafío nuevo –había añadido, con tanta tranquilidad como él, aunque en realidad estaba sufriendo por dentro.

Y así seguía siendo. En los más profundo de su ser, una parte de ella había estado esperando que él le mostrara una pizca de sentimientos, una chispa de ternura. No había sido así. Simplemente le había dicho que dejaría abierta la oferta de trabajo durante algún tiempo por si ella cambiaba de opinión. Entonces, le había deseado lo mejor para el futuro y había dado la conversación por terminada.

No había estado presente el día en el que ella se marchó de la empresa. Estaba de viaje de negocios en los Estados Unidos. Si le hubiera importado, no se habría marchado justo en aquel momento. No había puesto, como siempre, los negocios en primer lugar.

Observó los papeles que tenía sobre su escritorio. ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo pensando en Alexi cuando tenía que realizar un informe muy importante para su nuevo jefe? Su relación con Alexi había terminado y tenía que ser realista al respecto. Por supuesto que él no había albergado sentimiento alguno hacia ella. Eso siempre lo había sabido. Se habían divertido un poco, tal y como él lo había denominado tan fríamente. No había habido amor, sólo sexo.

Katie trató de centrarse en los papeles. Era una mujer de veinticuatro años, con una licenciatura en económicas, no una adolescente enamorada. Había cometido un error. Había pensado que podía tener una relación sexual evitando que intervinieran sus sentimientos. No le había salido bien. Necesitaba superarlo. El pasado había quedado atrás.

Rodeó con un círculo algunas cifras que le resultaron poco usuales y comenzó a tomar notas. A las nueve cuarenta y cinco había redactado un informe preliminar. No era perfecto, pero era lo mejor que podía hacer dadas las restricciones de tiempo. Además, tenía unos cuantos puntos de interés de los que podría hablar durante la reunión.

Unos minutos antes de las diez, se levantó de su escritorio y se dirigió a la máquina de agua. Allí, comprobó su aspecto en un espejo que había junto a la misma. Se había maquillado más que de costumbre para ocultar el hecho de que no había estado durmiendo bien. Sus ojos azules resultaban muy atractivos con el exceso de maquillaje y el lápiz de labios, más brillante que de costumbre, contrastaba bien con su oscuro cabello. Sin embargo, no era verdaderamente ella. Solía inclinarse más por un aspecto natural.

«No te han contrastado por tu estilo. Sólo les interesa tu cerebro», se recordó.

Regresó rápidamente a su despacho y se detuvo en seco. Durante un instante, pensó que se había equivocado porque había alguien sentado a su escritorio. No podía ver de quién se trataba porque él estaba mirando por la ventana. Lo único que era capaz de vislumbrar eran las largas piernas que se extendían hacia un lado y la mano que sostenía un teléfono. Le pareció que aquel desconocido era un poco descarado al acomodarse así en su despacho. Además, se dio cuenta de que el hombre estaba leyendo sus notas. Tenía sus papeles en la otra mano.

–Perdone –dijo–, ¿puedo ayudarle en algo?

–Te voy a tener que dejar, Ryan. Tengo que atender a mi nueva empleada –dijo una voz cálida y con un suave acento mediterráneo que Katie reconoció enseguida.

Justo en aquel instante, la silla se giró y ella se encontró cara a cara con el hombre que había puesto su mundo patas arriba: Alexander Demetri. Se le hizo un nudo en el estómago.

Durante un momento, se preguntó si se lo estaría imaginando. Contuvo el aliento y se pensó que, tal vez, como había pensado tanto sobre él a lo largo de las últimas semanas había terminado conjurándolo en una salvaje ilusión. Entonces, él colgó el teléfono, se reclinó hacia delante y la miró.

–Hola, Katie.

Resultaba imposible confundir aquel tono de voz duro, irónico, ni el brillo de sus ojos oscuros. No se trataba de un sueño… sino más bien de una pesadilla.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

QUÉ DIABLOS estás haciendo aquí? –preguntó ella con incredulidad.

–Bueno, en este momento parece que te he contratado para que hagas un trabajo que, originalmente, me dijiste que no querías. Qué extraño es el mundo, ¿verdad?

Su voz sonaba tan tranquila… Por el contrario, Katie distaba mucho de estarlo. Una miríada de sentimientos se agolpaba dentro de ella sin que pudiera centrarse en ninguno de ellos.

–No lo comprendo –murmuró–. El trabajo que me ofreciste era con Naviera Demetri, ¿no?

–Naviera Demetri ahora es dueña de Tellesta y de Madison Brown –le informó él–. Las adquirí hace unas seis semanas.

Mientras hablaba, Alexi la examinó de la cabeza a los pies. Tenía buen aspecto. Todo los detalles de su aspecto eran muy profesionales, desde la camisa blanca hasta la falda negra que llevaba puesta. Sin embargo, su sensualidad era evidente. El ancho cinturón le enfatizaba la estrecha cintura, el brillo de labios de color rojo… Katie siempre le había resultado demasiado sensual.

Consciente del escrutinio al que él la estaba sometiendo, Katie se tensó un poco más. Se preguntó qué estaría él pensando. ¿Se alegraba de verla? Inmediatamente, se recriminó por pensar así. Ella sólo era una más de su largo listado de conquistas.

–Entonces, ¿significa esto que ya habías comprado esta empresa cuando…? ¿Cuando trabajaba para ti? –preguntó corrigiendo su intención original. Los dos jamás habían sido pareja en el verdadero sentido de la palabra.

–Sí.

–No sabía… Es decir, cuando solicité este trabajo, no sabía que sería para ti.

–Ya me he dado cuenta.

Katie se sintió muy irritada por el tono arrogante de su voz, pero más aún por el hecho de que hubiera una parte de ella que se alegrara de verlo. Era el lado débil de su naturaleza porque había terminado con Alexander Demetri hacía algunas semanas. Terminado con él de una vez por todas.

Tenía que admitir que aún lo encontraba atractivo, pero tendría que estar muerta para que no fuera así. Toda mujer se sentía atraída por él. Trató de no mirarlo detalladamente, de no fijarse en él. Si lo hacía, recordaría los momentos de pasión que habían compartido y ello sería su perdición.

–¿Sabías tú que iba a ser yo? –le preguntó–. ¿Sabías que había sido yo la que había conseguido este trabajo?

–¡Por supuesto! –exclamó él. Parecía divertido por la pregunta–. Me pusieron tu nombre sobre mi escritorio hace casi una semana.

–En ese caso, ¿qué vamos a hacer sobre esto, Alexi? Yo no puedo volver a trabajar para ti.

Alexi entornó la mirada. Experimentó un sentimiento que no pudo comprender del todo. Suponía que era ira. Se había sentido furioso cuando ella rechazó su oferta para seguir en la empresa. Esa furia no había disminuido en las últimas semanas. De hecho, más bien se había incrementado. Él estaba acostumbrado a conseguir lo que quería, a que las personas bailaran al ritmo que él tocaba, y Katie se había marchado antes de que él estuviera listo para dejarla escapar.

–Me sorprende que te sientas así. Esperaba que te mostraras… más profesional. Acabas de firmar un contrato de cuatro meses para trabajar para Madison Brown. Eso significa que debes de querer el trabajo.

–¡Sí, claro que quería el trabajo! –exclamó ella–. Pero eso era antes de que supiera que tú eras el dueño de esta empresa.

–¿Y qué importancia puede tener eso? A mí no me supone ningún problema que vuelvas a trabajar para mí. ¿Dónde está la dificultad?

Katie sintió que el pánico se apoderaba de ella. A él no le suponía ningún problema porque sus sentimientos no estaban implicados en el asunto. Sin embargo, los de Katie sí lo estaban… No podía olvidarse de lo que había pasado entre ellos ni tampoco tratar el asunto con el mismo sentido práctico que él. Ésta era una de las razones por las que había rechazado en primer lugar su oferta de trabajo. Decidió que él podía hacerlo porque estaba acostumbrado a llevarse a una mujer a la cama y luego apartarla de su pensamiento. Ella, por el contrario, carecía por completo de experiencia en este tipo de asuntos. De hecho, una relación puramente sexual nunca había sido propio de ella. Antes de Alexi, sólo había tenido un amante. Sin embargo, eso no se lo había dicho nunca.

–A mí tampoco me supone ningún problema. Sólo quería seguir progresando en mi profesión.

Alexi la observó durante un instante y sintió que algo se removía en su interior. Normalmente, él era quien le decía a una mujer que había llegado el momento de que cada uno siguiera su camino. Aquélla era la segunda vez que Katie lo trataba de aquel modo y no le gustaba. No le gustaba en absoluto.

–¿Sabes una cosa, Katie? Tú y yo solíamos tener una buena relación. Nos convenía a ambos.

–Sí, bueno, pero la gente cambia, ¿no te parece, Alexi? Lo que conviene en un momento dado no interesa al siguiente.

–Muy cierto –replicó él–. Eso hace que me dé cuenta de lo mucho que nos parecemos tú y yo.

Katie quiso mostrar su desacuerdo con vehemencia, pero contuvo la lengua.

–Además, supongo que los dos estaremos de acuerdo en nos hemos divertido mucho. Si quieres que cada uno sigamos por nuestro camino, no me supone ningún problema, Katie –añadió encogiéndose de hombros–. Te quería para este trabajo porque creo que eres la persona más indicada para desempeñarlo. Se trata simplemente de trabajo.

–Eso ya lo sé –repuso ella–. Simplemente no estaba segura de que lo supieras tú.

Durante unos segundos, Katie sintió la satisfacción de ver el reflejo de algo en los ojos de Alexi. Tal vez se trataba de furia o puede que sólo fuera irritación. No estaba segura. Sin embargo, había conseguido provocar una cierta clase de respuesta que hacía que se tambaleara la impasibilidad de que la Alexi presumía siempre. Se alegraba de ello. Y mucho.

Sin embargo, aquella sensación no duró mucho tiempo. Él se volvió a encoger de hombros.

–Te aseguro que mi principal prioridad es el trabajo, Katie. Siempre lo ha sido y siempre lo será.

Estas palabras le dolieron. No debería haber sido así, pero sabía que Alexi estaba diciendo la verdad. Su breve sensación de triunfo sobre él se hizo añicos en un instante.

–Bueno, supongo que en ese caso está bien –replicó. ¿Qué otra cosa podía decir?

–Bien –dijo Alexi, sonriendo–. Ahora que hemos aclarado el ambiente entre nosotros, podemos volver a empezar.

¿Volver a empezar? Katie no estaba segura de que le gustara el sonido de aquellas palabras. Sintió que los nervios se le tensaban y no supo qué decir. Efectivamente, había firmado un contrato por cuatro meses. Estaba atrapada allí como una mariposa en una vitrina. El maravilloso trabajo que iba a ayudarla a seguir con su vida y a olvidarse del pasado se había convertido en una nube de polvo.

–Bueno, ¿nos ponemos a trabajar? –preguntó él mirando el reloj–. Hay una reunión del consejo de dirección dentro de cinco minutos. ¿Quieres repasar este informe conmigo?

La furia se apoderó de ella. En aquel instante lo odió profundamente. Odió su fría actitud, su arrogancia, su desprecio por cualquier sentimiento.

–No, gracias, prefiero hacerlo en la reunión –le espetó.

–Qué seguridad en ti misma.

–Tu empresa me ha contratado porque se me da bien mi trabajo. No necesito favores especiales.

–Ni yo te los estaba ofreciendo, pero el proyecto en el que vas a trabajar tiene una importancia muy significativa. Pensé que te podría resultar útil hablar del tema antes de la reunión.

En otras palabras. Probablemente no habría ido a verla si no hubiera sido porque aquel asunto tenía un gran interés para él.

–En estos momentos no tenemos tiempo para eso, Alexi. Si quieres hacer algún comentario al respecto, podrás hacerlo durante la reunión.

–Muy bien –dijo, con una sonrisa. Admiraba la inteligencia de Katie y el modo en el que ella era capaz de trabajar bajo presión. Aquella mañana la había puesto deliberadamente a prueba al pedirle aquel informe con tan poco tiempo. Como siempre, Katie había respondido con creces a lo que se esperaba de ella, como se desprendía del contenido del informe que había preparado–. Una advertencia. Esta mañana te podrías encontrar con cierta resistencia. Algunos de los miembros de la junta tienen dudas sobre el hecho de que alguien tan joven como tú pueda ocuparse de un proyecto tan importante.

–Entiendo. Eso me parece un poco raro, ¿no? En el mundo actual, la gente de entre veinte y veinticinco años tiene mucho éxito y yo tengo mucha experiencia en este campo.

–Ciertamente. No te preocupes al respecto. De todos modos, yo tengo la última palabra.

–No me preocupa. Me enfrentaré a ello.

–Estoy seguro de ello.

–Bueno, creo que hemos dicho ya todo lo que había que decir –replicó Katie mirando al reloj. Debía librarse de él para recuperar la compostura–. Iré a la sala de juntas dentro de unos momentos. Me gustaría destacar algunos puntos de mi informe para poder leer las notas más fácilmente.

Alexi se encogió de hombros y se levantó. Katie casi se había olvidado de lo alto que era. Ella no era muy alta, pero él debía de medir casi un metro noventa. Con su estatura, parecía dominar la estancia. Los nervios se le pusieron de punta cuando Alexi se detuvo a su lado.

–Por cierto, me alegra que vuelvas a trabajar para mí.

Katie se moría de ganas por decirle que ella no, pero se limitó a asentir. Alexi sonrió como si supiera exactamente lo que a ella le hubiera gustado decirle.

–Te veré en la sala de juntas.

En cuanto Alexi cerró la puerta, Katie sintió deseos de morirse. Se sentía físicamente enferma. ¿Cómo había sido posible que diera aquel paso en falso? Había investigado sobre Madison Brown. ¿Por qué no habían mencionado ninguno de los periódicos económicos que había sido absorbida por Naviera Demetri? ¿Cómo había podido ocurrirle a ella algo así?

Se sentó y respiró profundamente para tratar de calmarse. No había motivo alguno en dejarse llevar por el pánico. No iba a resolver nada así. Simplemente, iba a enfrentarse a la situación lo mejor que pudiera. Después de todo, sólo era por cuatro meses.

El pánico se apoderó de ella. ¡Cuatro meses! ¿Cómo iba a poder mostrarse fría y distante delante de él durante tanto tiempo? Se aseguró que no iba a volver a cometer el mismo error en dos ocasiones. Miró los papeles que tenía frente a ella. Dentro de dos minutos necesitaba haber recuperado por completo el control de su cuerpo y estar lista para enfrentarse con una sala de juntas de personas hostiles hacia ella. Su trabajo era su prioridad. No Alexi.

De todos modos, probablemente no lo vería mucho. En aquellos momentos estaba dirigiendo tres empresas, no una. Además, seguramente ya tenía una nueva novia. A él no le costaba mucho reemplazar a una mujer. Siempre las tenía haciendo cola.

De repente, recordó cómo su madre siempre se había enamorado de los hombres equivocados, de hombres que le rompían el corazón y que la utilizaban, jamás de los cariñosos que se comprometen. Recordó cómo ella se había jurado una y otra vez que jamás cometería los mismos errores.

Aquel recuerdo la ayudó. De repente, se sintió mucho más fuerte. Se puso de pie y se colocó la chaqueta. Tras mirarse en un espejo que había al lado de la puerta, tomó sus notas. Podía hacerlo.

La mayor parte del consejo de dirección ya había ocupados sus puestos cuando ella entró, aunque había un par de asientos vacantes. Katie se sentó en el que estaba más alejado de Alexi. Él estaba en la cabecera de la mesa. Cuando ella lo miró, notó que la estaba observando. Katie apartó inmediatamente los ojos. Era mejor no mirarlo. Si no lo hacía, parecería una idiota durante la presentación.

Cuando llegó el último de los miembros del consejo, Alexi requirió que todos los presentes guardaran silencio.

–Caballeros, me alegro de que todos hayan podido acudir a una junta que se ha convocado tan precipitadamente. Me gustaría comenzar dando la bienvenida a nuestra nueva directora de proyecto, la señorita Katie Connor. Estoy seguro de que demostrará su valía como miembro de nuestro equipo. Espero que tengamos una relación laboral cercana y harmoniosa.

Katie no tuvo más remedio que mirarlo. Los nervios se le pusieron de punta. Ella no estaba esperando nada, y mucho menos con él. Rápidamente, trató de concentrarse mientras Alexi presentaba a todos los miembros del consejo. Katie se recordó que, probablemente, no lo vería mucho. Él estaría en su despacho de la sede principal de Londres o en Nueva York o tal vez en Atenas.

–Ahora, puedes empezar, Katie –dijo.

–Gracias –replicó ella. Sonrió fríamente mientras se puso de pie. Aquello era horrible. Verdaderamente horrible. Tenía que comportase de un modo profesional y no pensar en él.

Alexi se recostó sobre su butaca y la observó con interés. Explicó cómo veía ella la posición de la empresa en el mercado del turismo y enumeró sus propuestas para aumentar su porción de negocio. Evidentemente, había leído mucho sobre la empresa antes de trabajar allí. No era de extrañar que se hubiera sorprendido tanto al verlo a él. Alexi había conseguido que la absorción de aquella empresa no fuera aún del dominio público, principalmente porque quería estar un paso por delante de su competencia. Le gustaba haber podido conseguir además que Katie volviera a trabajar para él. La había querido para aquel trabajo desde el principio. Había sabido que ella lo desempeñaría a la perfección.

Durante un momento, no pudo evitar mirarle el cuerpo. Tenía que admitir que eso no era todo lo que él quería. Reconoció que sentía una feroz atracción hacia ella. Katie poseía una figura fantástica, cuyas sensacionales curvas recordaba demasiado bien. Bajo aquella apariencia profesional había encontrado una mujer caliente y apasionada, a la que había deseado desde el primer momento en el que ella lo miró con aquellos inocentes ojos azules.

Y aún seguía deseándola. Este hecho lo corroía por dentro. Era una locura. Había otras mujeres hermosas con las que la podría reemplazar, mujeres que estarían más que ansiosas por entregársele. ¿Por qué era Katie la que turbaba sus pensamientos? ¿Por qué, desde el primero momento, cuando ella le dijo que todo había terminado, había ansiado volver a tenerla entre sus brazos? No era propio de él. Desde su divorcio, hacía ya ocho años, no se había implicado emocionalmente con nadie. Ni pensaba hacerlo. No volvería a ir en serio nunca jamás con una mujer.

Sin embargo, él no había querido que Katie se marchara. Había tenido que forzarse a seguir con su vida como siempre. Y, a pesar del hecho de que, por la adquisición de sus dos nuevas empresas tenía mucho trabajo, ella había ocupado su pensamiento mañana, tarde y noche… en especial por las noches.

Había obtenido respuesta a sus preguntas aquel día, cuando volvió a verla. Ella lo había turbado de aquel modo porque le había hecho daño a su ego. Era tan sencillo como eso. Normalmente, él era quien terminaba las relaciones. Estaba acostumbrado a dar carpetazo en cuando las cosas comenzaban a complicarse un poco. Sin embargo, Katie había terminado antes de que él llegara a ese punto. Tenían un asunto por terminar. Se llamaba deseo.

Le alivió saber por fin por qué ella lo había afectado de aquel modo. El remedio era muy fácil. Lo único que tenía que hacer era volver a llevársela a la cama y saciarse de ella.

Precisamente en este momento, ella lo miró. Alexi sonrió. Entonces, vio el fuego en los ojos de Katie y notó cómo la piel se le caldeaba mientras se apresuraba a apartar la mirada. No le era tan indiferente como ella le había asegurado. No le costaría mucho conquistarla de nuevo. Las conquistas siempre habían sido su punto fuerte. Y, en aquella ocasión, sería él quien diera la relación por terminada.

–Bien. ¿Tiene alguien alguna pregunta? –preguntó ella.

Como Alexi había predicho, algunos miembros del consejo se lo hicieron pasar mal con las preguntas que le hicieron. Sin embargo, ella se mantuvo firme. Después de unos minutos, Alexi notó un cambio de actitud y supo que Katie había comenzado a ganarse a los más recalcitrantes.

–Bueno, creo que has tratado ya todos los puntos, Katie. Gracias –dijo él.

Ella asintió y comenzó a recoger sus notas.

–En ese caso, si ustedes me perdonan, les dejaré a ustedes el resto de la reunión, caballeros.

–Por supuesto.

Katie experimentó un profundo alivio. Se moría de ganas por salir de la sala.

–Una última cosa –comentó Alexi, de modo casual–. Mañana hay otra reunión en la sede de Nueva York y necesitaré que asistas.

–¿Mañana? –replicó ella mirándolo–. Se me ha avisado con muy poco tiempo, ¿no le parece?

–Así son las cosas.

–¿A qué hora es esa reunión?

–No hay necesidad de preocuparse por las horas de los vuelos. Puedes venir conmigo en el avión privado de la empresa.

Katie se tensó. Sabía que no era muy buena idea tener que pasar varias horas a solas con él en la cabina de un avión. Quería negarse, pero no podía hacerlo. Sabía que no podría comportarse como si no hubiera ocurrido nada entre ellos. Guardó silencio. Su orgullo le impidió negarse.

–Está bien.

–Estupendo. Te iré a recoger a las siete de esta misma tarde.

¿Era su imaginación o había un cierto brillo de triunfo en los ojos de Alexi? Terminó de recoger sus notas con unas manos que no eran del todo firmes.

–Hasta entonces.

¿Qué otra cosa podía hacer o decir? Era su trabajo. Alexi la había colocado en una situación imposible.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ERAN casi las siete. Katie no hacía más que pasear de arriba abajo por su apartamento. Había preparado una pequeña maleta. Su lado más profesional estaba preparado para aquel viaje, pero, emocionalmente, se mostraba reacia.

De hecho, cuando Alexi la llamó antes para confirmar la hora a la que iría a recogerla, había intentado hasta lo imposible evitar aquel viaje.

–¿Es realmente necesario que yo vaya? –le había preguntado ella–. ¿No te parece que sería mejor que yo me hiciera con mi trabajo aquí antes de ocuparme de los Estados Unidos?

–Puedes aprovechar el tiempo del vuelo. Tengo que avanzar todo lo que pueda con esto –le había respondido él sin dejar lugar a dudas–. Estate preparada.

Entonces, le había colgado.

¡Qué caradura! Efectivamente, era su jefe, pero eso no significaba que pudiera disponer de ella a su antojo. Al menos, le debía la cortesía de avisarla con tiempo.

Notó que recibía un mensaje en el móvil. Se lo sacó del bolsillo y lo abrió. Era de Alexi. Resultaba raro ver su nombre en la pantalla después de tanto tiempo. Había querido borrar su nombre de la agenda del teléfono hacía semanas, pero… simplemente no había encontrado tiempo para hacerlo.

Leyó rápidamente el mensaje.

Estoy fuera. No tardes mucho.

La ira se apoderó de ella. Llevaba semanas sin tener noticias de él y de repente le metía prisas. Se mordió el labio y se recordó que era su trabajo. Nada más. No podía dejar que sus sentimientos pasaran a formar parte del asunto.

Se acercó a la ventana para ver si, efectivamente, él ya la estaba esperando. Así era. Al ver la limusina, sintió que el corazón se le aceleraba. Claro que tenía elección. Podía olvidarse de aquel trabajo y decirle que se fuera a paseo o podía poner el trabajo en primer lugar y seguir con su vida. Su trabajo y su independencia siempre habían sido lo más importante para ella. Se puso la chaqueta y se dirigió hacia la puerta. No iba a permitir que le preocupara algo que había ocurrido en el pasado. Tenía que anteponer su trabajo.

Alexi acababa de sacar el teléfono para llamarla cuando vio que ella salía a la calle. Sonrió y guardó el teléfono. Todo iba muy bien. En el terreno laboral, tenía a Katie exactamente donde quería y, antes de que regresaran a Londres, la volvería a tener en su cama. Observó cómo el conductor se bajaba de la limusina para abrirle la puerta.

–Hola –dijo ella al entrar en el vehículo y sentarse frente a él.

Alexi captó inmediatamente su aroma, un perfume ligero y floral y, a la vez, muy sensual. Iba vestida con unos vaqueros negros y una camisa blanca. Se había recogido el cabello. Tenía buen aspecto. Posiblemente, demasiado bueno considerando que tenían que trabajar durante aquel viaje.

–Has tardado demasiado –le replicó él.

–¡Cinco minutos! –exclamó ella, llena de ira–. Además, tienes suerte de que esté aquí. No me has avisado con el tiempo suficiente. Yo podría tener otros planes.

–Pero no los tienes.

–No se trata de eso. Necesito que me avises al menos con cinco días de antelación cuando quieras que realice viajes como éste.

–Lo tendré en cuenta para la próxima vez.

–¿Próxima vez? –preguntó ella, preocupada–. ¿Crees que tendremos que hacer muchos viajes más como éste?

–Por supuesto. Cuando hay problemas, no hay mejor cosa que ocuparse de ellos personalmente.

–Entiendo –susurró ella mirando por una ventana.

Alexi se preguntó qué le causaba tanto pánico. No podía ser por viajar. Lo había hecho muy frecuentemente cuando trabajaba para él en Naviera Demetri. ¿Acaso era por estar a solas con él?

¿Qué la había empujado a terminar con él? Siempre se había mostrado muy apasionada en la intimidad… ¿Qué había provocado que eso cambiara?

De repente, el maletín que ella había colocado sobre el asiento se cayó cuando la limusina realizó un cambio de sentido. Alexi trató de sujetarlo al mismo tiempo que Katie y, durante un segundo, sus manos se tocaron. Ella apartó la suya como si se hubiera quemado y permitió que Alexi lo volviera a colocar sobre el asiento.

–Gracias –dijo, sin mirarlo.

–¿Va todo bien, Katie?

–Por supuesto –respondió ella. Lo miró, pero Alexi notó que ella se había sonrojado y que sus ojos estaban demasiado brillantes.

Si provocaba aquella respuesta en Katie con sólo rozarla con las yemas de los dedos, ¿qué ocurriría si realmente la tocara? En el pasado, siempre se había producido una combustión prácticamente espontánea. Ansiaba por descubrir si la magia de antaño estaba aún presente. Quería inclinarse hacia delante y agarrarle la mano, encontrar sus labios y devorárselos. Le miró los botones de la blusa. Se imaginó a sí mismo desabrochándoselos. Recordó lo firme y dispuesto que había estado siempre su cuerpo.

Con un gran esfuerzo, se obligó a reclinarse de nuevo sobre el asiento y a esperar. No se podía precipitar. Cuando volviera a poseer a Katie, quería que ella estuviera loca de deseo por él, completamente desesperada.

–¿Tienes los documentos que querías examinar? –le preguntó.

–Sí.

–Los repasaremos en el avión.

–Está bien.

El silencio se hizo entre ellos. Katie lo miró. Tenía un aspecto muy dinámico con aquel traje oscuro. Cada centímetro de su piel gritaba a los cuatro vientos que era un exitoso hombre de negocios. Durante un instante resultó difícil creer que en el pasado había sido su amante, que la había abrazado tiernamente y que le había hecho el amor apasionadamente.

–¿Cómo te han ido las cosas, Katie?

–Bien –respondió ella, con cierta cautela ante lo repentino de la pregunta–. ¿Por qué me lo preguntas?

–Porque me interesa saber cómo estás. ¿Qué otra razón podría haber? –replicó él con un brillo divertido en los ojos.

–No lo sé… Seamos sinceros, Alexi. Tú nunca has sido de los que les gusta charlar por charlar.