"En espíritu y en verdad" - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

"En espíritu y en verdad" E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Imaginaos que se les anuncia, un día, a los creyentes de todas las religiones del mundo entero: "De ahora en adelante, ya no habrá más lugares de culto, ya no habrá más ceremonias, ni más clérigos, ni imágenes santas, ya no habrá nada material y exterior: vais a adorar a Dios en espíritu y en verdad", Sería el vacío para ellos, se sentirían perdidos. Sólo un ser excepcionalmente evolucionado puede encontrar en su espíritu, en su alma, el santuario en donde entrar para dirigirse al Señor, para tocar, saborear y respirar los esplendores del Cielo. Evidentemente que es deseable un ensanchamiento así de la conciencia. Para aquellos que sean capaces de llegar hasta ahí, ya no hay límites, porque el mundo del alma y del espíritu es el más bello, el más vasto; pueden trabajar hasta el infinito para construir su futuro de hijos e hijas de Dios".

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Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

“En espíritu y en verdad”

Izvor 235-Es

ISBN 978-84-943098-1-6

Traducción del francés

Título original:

“EN ESPRIT ET EN VÉRITÉ”

© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

I LA ESTRUCTURA DEL UNIVERSO

La Ciencia iniciática ha subrayado siempre la analogía que existe entre el universo, el macrocosmos, y el ser humano, el microcosmos.

Imaginaos que alguien que no conociese absolutamente nada de anatomía, que no tuviese la más mínima idea de la forma en que está construido el ser humano, se preguntase: “Pero, vamos a ver, ¿cómo es posible que todo esto se mantenga unido para formar una criatura que anda, que respira, que come, que expresa pensamientos y sentimientos?” Habría que mostrarle que, debajo de esta piel que ve, hay una carne, unos órganos, unos músculos, unos vasos sanguíneos, unos nervios, etc., que no ven, y finalmente, un esqueleto que sostiene el conjunto. Pues bien, a una escala gigantesca, sucede lo mismo con el universo. El universo es un cuerpo. El universo es el Cuerpo de Dios, y nuestro cuerpo físico está hecho a su imagen.1 Así que, de la misma manera que nuestro cuerpo posee una estructura, un esqueleto, sin el cual se aplastaría, el universo también está sostenido por una estructura, gracias a la cual todo se mantiene en equilibrio, desde las galaxias hasta las más ínfimas partículas de materia que constituyen los átomos. La vida es posible gracias a esta estructura denominada el mundo de los principios.

Para comprender cómo está construido el universo y cómo funciona, es preciso contemplar el esqueleto de este cuerpo cósmico desde los pies hasta la cabeza. Esto es lo que yo me he esforzado en hacer durante años y años. A través de la meditación, la contemplación, he tratado de descubrir las leyes que presidieron la construcción del universo. He abandonado mi cuerpo físico para elevarme hasta esta cima desde donde se puede abarcar la totalidad del edificio. Nunca se llega, sin duda, a tener sobre la creación el punto de vista del Creador, pero debemos hacer todo lo posible para acercarnos a él. El único medio de lograrlo es alejándonos de la pesadez y de las limitaciones de la tierra. Porque la verdad es, en primer lugar, un punto de vista, y este punto de vista sólo podemos adquirirlo tomando distancias con respecto al mundo que tenemos cada día ante los ojos.

Claro que, si nunca habéis reflexionado sobre esta cuestión, os será difícil comprenderme cuando os hablo de experiencias que he hecho abandonando mi cuerpo. Lo comprenderéis quizá mejor si comparo estas experiencias con las de los astronautas que han viajado por el espacio: ellos tienen de la tierra y del universo un punto de vista muy diferente. Sin embargo, cada ser humano posee en sí mismo el equivalente de estos ingenios que permiten a los astronautas viajar por el espacio. El Creador ha puesto en él unos centros y cuerpos sutiles que le permiten entrar en contacto con las realidades espirituales, de la misma forma que entra en contacto, mediante los cinco sentidos, con las realidades materiales.2

Conoceremos la verdad el día en que lleguemos a abarcar, con una sola mirada, la estructura de este gigantesco edificio de la creación, desde la cima hasta la base. El mundo se nos presenta como una multitud de criaturas, de elementos, de objetos, de fenómenos inconexos y sin relación entre sí. En realidad, existe un orden, existen conexiones, pero no pueden ser captadas en su totalidad por el intelecto. Por ello me es imposible presentaros, de una sola vez, este conjunto en su totalidad; me veo obligado a daros, cada vez, un compendio limitado. Cada una de mis conferencias es un elemento de este andamiaje, y cuando, gracias a un trabajo interior, hayáis logrado juntar todos estos elementos, como en una iluminación, llegaréis a captar esta unidad del mundo. No, no puedo explicaros más.

Por otra parte, hay cuestiones que los Iniciados prefieren dejar de lado, porque es imposible explicarlas con argumentos objetivos, intelectuales; por mucho que lo intenten, no sirve de nada. El único método eficaz sería el de poder retornar a sus discípulos a ese estado de conciencia primordial en el que todo se aclara sin explicación. Si no, es como pretender que un ciego capte los colores de la salida del sol, o un sordo una misa de Mozart o de Beethoven: todas las explicaciones son inútiles. Pero devolvedle la vista al ciego, o el oído al sordo, en este caso sobran incluso las explicaciones.

Cuando el primer hombre vivía aún en el seno del Eterno, en comunión constante con Él, nada le era oculto. La vida divina en la cual estaba sumergido, era su fuente única y perfecta de conocimientos. Para conocer una cosa, hay que experimentarla. Si queréis reencontrar algo de este conocimiento primordial, debéis comulgar con el universo, con el océano de la luz cósmica. Hasta que no consigamos alcanzar este estado de conciencia que se llama comunión, no podemos experimentar la realidad, no podemos conocerla. Hacemos, quizá, suposiciones, teorías que se acercan más o menos a la verdad, pero nunca coinciden exactamente con ella. “Entonces, diréis, ¿para qué sirven las explicaciones?” Para estimular vuestra curiosidad, para animaros a hacer ciertos esfuerzos, ciertas experiencias, a fin de poder vivir otros estados.

Todo lo que os digo desde hace años proviene de la visión que he tenido de este orden sublime que reina en el universo. Yo os doy los elementos, la dirección, y si sabéis cómo trabajar, también a vosotros os será dada esta visión de la verdad.

1Del hombre a Dios - Sefirot y jerarquías angélicas, Col. Izvor nº 236, cap. XI: “El cuerpo de Adam Kadmon”.

2Centros y cuerpos sutiles - aura, plexo solar, centro Hara, chacras…, Col. Izvor nº 219.

II LA CASA DIVINA DE PESOS Y MEDIDAS

Según la filosofía de los Iniciados, existe una Verdad única, eterna. Por eso, todas las creencias, todas las opiniones que los humanos poseen como verdades, sólo pueden ser realmente consideradas como tales, en la medida en que se acercan a este principio universal que es el corazón de todo. Hasta que no alcancéis este corazón, la verdad será solamente vuestra verdad. Todo lo que os parece verdadero es, desde luego, una forma de verdad, pero una verdad relativa. Decís: “En mi opinión, las cosas son – o no son – de tal o cual manera…” Pero lo que vosotros opináis, no es aún la verdad. Al decir: “En mi opinión…” ¿Pensáis, acaso, que estáis identificados con la verdad?... No, hay dos realidades diferentes: la verdad y vosotros. ¿Quién os dice que vuestra verdad es la verdad? Si pudieseis verificarlo, constataríais cuánto se alejan de la verdad vuestros puntos de vista.

No puede existir la definición absoluta de la verdad porque los humanos se transforman, y las definiciones que dan de ella varían con ellos. Cuando erais niños, si vuestros juguetes se rompían o se os quitaban, se producía una verdadera tragedia. Un niño no puede creer que haya cosas más importantes que sus muñecas, sus soldados de plomo o sus cochecitos; todo su mundo está ahí: ésta es su verdad. En la adolescencia, cuando se acuerda de este periodo, sonríe, piensa que era muy ingenuo; ahora, su verdad está en otra parte: la amistad de sus camaradas, sus éxitos en la escuela, etc. Unos años después cambiará de nuevo y su verdad con él. ¿Acaso esto es malo? No, el ser humano progresa de esta manera. Pero, lo esencial, justamente, es que progrese hacia verdades cada vez más elevadas, que vaya siempre más lejos en la comprensión y la amplitud de sus puntos de vista, ¡y que, a los noventa años, no siga todavía con las verdades de sus quince años!

Podemos explicar muy bien porque los humanos tienen tal opinión o tal comportamiento. Podemos, incluso, comprender que cometan toda clase de errores y de tonterías. Pero de ahí a admitir que piensan o actúan conforme a la verdad, ya es otra cosa. Cada uno se pronuncia según sus facultades, sus capacidades, su temperamento, sus necesidades, esto es todo. Y cuando dicen: “Creo esto... no creo aquello…” con la seguridad de enunciar una verdad eterna, ¡qué presunción! Como si bastara el que crean o no para que sea verdad... ¡No se trata de creer o de no creer! Se trata de estudiar, de verificar. Así es como nos acercamos a la verdad. Aquel que dice “creo”, ¿sabe, acaso, por qué cree? ¿Qué es lo que le ha inspirado esta creencia? ¡Cuántas cosas creen los humanos porque les conviene, porque tienen interés en ello, porque corresponden a sus necesidades, a su sensibilidad, a sus intereses!... Pues bien, que crean todo lo que quieran, tienen derecho a ello, pero que no se imaginen que lo que creen es la verdad, y sobre todo, ¡que cesen de intentar imponerla a los demás!

Cuántas veces, también, oímos decir: “¡Mirad este hombre, tiene convicciones, las proclama, las defiende, está dispuesto a combatir por ellas, es magnífico!” Evidentemente, no podemos reprochar a nadie que tenga convicciones, porque no se puede vivir sin convicciones. Pero, una vez más, lo que es grave es no preguntarse jamás si estas convicciones están realmente fundadas, si no hace falta revisarlas un poco. Desde el punto de vista de la sabiduría, la actitud de ciertos “hombres de convicción” es, más bien, orgullo o tontería, y las consecuencias pueden ser terribles: el fanatismo, la crueldad.3

Así que, vosotros, al menos, dejad de decir: “Creo o no creo”, porque lo que vosotros creáis no cambia nada de la realidad. De la única cosa que debéis preocuparos es de saber si vuestras creencias os harán mejores, más fuertes, más generosos, más comprensivos con respecto a los demás. Y si no es así, no debéis sentiros orgullosos.

El que es sabio dice: “Pero, ¿quién soy yo, Dios mío, para pronunciarme? ¡Cuando pienso cuántos errores y daños he causado ya en mi existencia, cuántos fracasos y decepciones he sufrido! Así que, ¿cómo estar tan seguro de mis opiniones?”

Para percibir claramente las cosas y razonar correctamente en función de esta percepción, hay que poseer unos aparatos en buen estado de funcionamiento. ¿Cuáles son estos aparatos? El intelecto, el corazón y la voluntad. Pero debemos reconocer que, en la mayoría de los humanos, estos aparatos están estropeados: demasiados golpes, nerviosismos, emociones, influencias negativas, y ahí están el intelecto oscurecido, el corazón enfriado y la voluntad debilitada. ¿Cómo percibir la verdad con tales aparatos?... Está claro, hay que revisarlos.

Los humanos consideran indispensable tener en el plano físico puntos de referencia que nadie pueda discutir. Durante años, por ejemplo, en Sevres, en la Oficina de Pesos y Medidas, han conservado los patrones que servían de referencia para el mundo entero. Las referencias son siempre necesarias, porque si cada uno decidiese a su juicio la longitud del metro, o el valor del kilogramo, habría un caos indescriptible. Y lo mismo sucede con la hora: todos los países del mundo han tenido que ponerse de acuerdo respecto a los husos horarios porque si no, ni el teléfono, ni los trenes, ni los aviones podrían funcionar correctamente. Y para los aparatos, las máquinas, los vehículos, que son utilizados en la vida cotidiana, es preciso hacer verificaciones, de vez en cuando, e incluso para algunos, todos los días para comprobar que no se desajustan ni se deteriora su mecanismo.

¡Os dais cuenta de lo que sucedería con los coches, los trenes, los aviones, si nunca se verificasen los frenos, el motor, el cuadro de mandos…! En cambio, el hombre se imagina que no tiene nunca nada que verificar en sí mismo: ¡Que él está por encima de todo eso! Y por eso hay tantos accidentes: todas las dificultades, todas las desgracias de los humanos tienen por causa desajustes en su intelecto, en su corazón o en su voluntad. Así que, de vez en cuando, deben preguntarse por estos aparatos que les han sido dados para pensar, amar y trabajar. Cada día, y no sólo una vez, sino tres, cinco, diez veces, es indispensable que ajusten sus aparatos con el patrón divino.

Igual que esta Oficina de Pesos y Medidas de Sevres, existe un centro cósmico en función del cual debemos tomar nuestros criterios. Está escrito en los Libros sagrados que Dios creó el universo en función del peso, la medida y el número; toda la creación salió de esta Casa divina de Pesos y Medidas, y debemos, por tanto, elevarnos hacia ella para hacer revisar allí nuestro intelecto, nuestro corazón y nuestra voluntad.

Los momentos de silencio que tenemos la costumbre de observar en el transcurso de nuestras reuniones, son ocasiones para hacer, cada vez, una puesta a punto para sintonizarnos, para ajustarnos con este diapasón que es el Alma universal, Dios mismo. Así es como entraremos de nuevo en la armonía cósmica. Mientras no nos decidamos a hacer este trabajo, seremos como instrumentos desafinados. Sí, he ahí otro ejemplo: ¡Observad cuántas veces en su vida se ve obligado un músico a afinar sus instrumentos! Es extraordinario ver cómo los humanos han comprendido tan bien las cosas en el plano físico, y sin embargo tienen tantas dificultades para comprenderlas en el plano psíquico.

Algunos pensarán: “¡Es humillante tener que ajustarse continuamente en función de unas normas!” Yo nunca he encontrado esto humillante, nunca he tenido vergüenza de declarar que quiero ajustar mis opiniones conforme al patrón divino. Pensarán de mí que no tengo dignidad, ni independencia, porque no deseo tener opiniones personales, y se considerará que soy verdaderamente muy pobre, muy débil. Pues bien, que crean lo que quieran. En lo que muchos llaman dignidad, independencia, los Iniciados no ven más que debilidad; y en lo que otros llaman debilidad, los Iniciados ven la fuerza. El verdadero prestigio consiste en inclinarse ante esta Casa de Pesos y Medidas universales. Nuestro patrón de referencia debe estar arriba y no abajo.4

Muchos de vosotros pensarán: “Pero si tenemos que seguir las mismas normas, nos volveremos todos semejantes, como objetos de serie…” No, no os inquietéis, seguiréis siendo todos diferentes; porque al no tener los mismos temperamentos, las mismas facultades, las mismas cualidades, no todos pueden ser atraídos por los mismos métodos. Observad, por ejemplo, los diferentes yogas que los Maestros de la India proponen a sus discípulos: Radja yoga, el autodominio, la dominación de sí mismo; Karma yoga, la actividad desinteresada, la abnegación; Hatha yoga, el dominio del cuerpo físico; Kriya yoga, el trabajo con la luz; Laya yoga, el desarrollo de la fuerza Kundalini; Bakhti yoga, la oración, la adoración y la contemplación; Jnani yoga, la meditación, el conocimiento; Agni yoga, la vía del amor y del fuego... En tanto que discípulos, podemos seguir diferentes yogas, pero todos estos yogas tienen la misma finalidad: enseñarnos a elevarnos para acercarnos a este principio universal de la verdad.

No podemos encontrar la verdad permaneciendo en el círculo estrecho de nuestras preocupaciones ordinarias. Para encontrar la verdad, tenemos que despegarnos de nosotros mismos. Desde muy joven lo comprendí. Sentí que no había otra salvación que liberarnos de las limitaciones impuestas por la herencia, la familia, la sociedad. Así que tomé la decisión de caminar conducido por los grandes seres que ya habían explorado los caminos de la luz, y además, me instruyo día y noche. Sí, incluso por la noche. Porque el sueño no es más que la prolongación, bajo otra forma, de las preocupaciones del estado de vigilia. Aquél que, durante el día, se esfuerza por abandonar las preocupaciones prosaicas, egocéntricas, para alcanzar un nivel de conciencia más elevado, más vasto, encuentra, durante el sueño, condiciones favorables para continuar este trabajo. Su alma abandona el cuerpo y recorre el espacio para descubrir los otros mundos y sus habitantes. Y aunque al despertar no se acuerde de todo lo que ha visto y oído, estos viajes dejan en él huellas profundas que transforman, poco a poco, su comprensión de las cosas.5

3La fe que mueve montañas, Col. Izvor nº 238, cap. III: “Fey creencia”.

4El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor nº 221, cap. XI: “Orgullo y humildad”.

5Mirada al más allá, Col. Izvor nº 228, cap. XVI: “Los viajes del alma durante el sueño”.

III LA CONEXIÓN CON EL CENTRO

Todo nuestro futuro puede resumirse en una pregunta: ¿Qué dirección tomamos? ¿Vamos hacia el interior o hacia el exterior, hacia el centro o hacia la periferia?...

Evidentemente, la existencia está hecha de tal manera que el ser humano se ve continuamente empujado a salirse de sí mismo. Desde el instante en que se despierta por la mañana, se dirige hacia la periferia: mira, escucha, habla, deja su casa para irse al trabajo o a las tiendas a buscar lo que necesita para alimentarse o arreglarse; va a visitar a sus amigos, a distraerse, a pasear, a viajar. Todo esto está muy bien, pero a la larga se deja acaparar tanto por todas estas actividades exteriores que acaba perdiendo el contacto consigo mismo, y ya no sabe verdaderamente quién es. Y a partir de este momento, no sólo ya no ve claro en las situaciones y comete errores, sino que se debilita, y al mínimo conflicto, a la menor contrariedad, se queda desamparado. Es normal que el hombre se salga de sí mismo, cada contacto con el mundo exterior le obliga a ello. Pero para no acabar yendo a la deriva, debe velar sin cesar, para restablecer el equilibrio entre el exterior y el interior, la periferia y el centro.

Desgraciadamente, nos vemos obligados a constatar que los humanos se contentan distrayéndose, dispersándose, y hasta los sistemas filosóficos que bosquejan las ideologías que fabrican, son el reflejo de esta tendencia a salirse del centro. Todo tiende, cada vez más, a alejar a los humanos de la Fuente: en la religión, en la ciencia, en todas partes, y sobre todo, en el arte, se produce este alejamiento. Al final, todo gira en todos los sentidos y nadie comprende ya nada. Diréis: “Pero es la vida la que está hecha así, ¡no puede ser de otra manera con situaciones y seres tan variados, tan diferentes!” La vida es muy compleja, es verdad, pero la manera de comprender y de resolver los problemas puede ser muy sencilla. La verdad es siempre muy sencilla. Para los Iniciados, todo es sencillo, porque han aprendido a reducir la cantidad infinita de los hechos y de las situaciones a algunos principios de base. ¿Y cuáles son estos principios? Figuras geométricas. Sí. ¿Os extraña? Pero, ¿por qué creéis, entonces, que ciertas tradiciones filosóficas han representado a Dios como un geómetra? Porque en el origen de estas tradiciones hay grandes espíritus que comprendieron que la multiplicidad de los seres y de las cosas, así como las relaciones que mantienen entre sí, pueden ser reducidas a estos principios tan sencillos que son las figuras geométricas, como el círculo, el triángulo, el cuadrado, la pirámide, la cruz...6