En manos del destino - Nicola Marsh - E-Book
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En manos del destino E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Se había propuesto hacerlo disfrutar, pero era él quien le estaba enseñando lo mejor de la vida... El empresario Darcy Howard había contratado a Fleur para que infundiera motivación en sus empleados... pero lo primero que iba a tener que hacer era encargarse de que su jefe, un verdadero adicto al trabajo, comenzara a disfrutar un poco de la vida. Pero las cosas no estaban saliendo de acuerdo al plan, porque era Darcy el que estaba haciendo que Fleur se lo pasara mejor que nunca. Y en poco tiempo, Fleur se encontró deseando que aquel contrato temporal que la unía a Darcy se convirtiera en algo permanente... y no precisamente relacionado con los negocios.

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Seitenzahl: 160

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Nicola Marsh. Todos los derechos reservados.

EN MANOS DEL DESTINO, N.º 1979 - Diciembre 2012

Título original: Contract to Marry

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1267-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Fleur Adams entró en la cafetería haciendo malabarismos para sostener la cartera, el ordenador portátil, el paraguas y el bolso a la vez que agitaba su rizada cabellera para liberarla de la lluvia mientras maldecía el clima de Melbourne, el transporte público y a los hombres, por ese orden.

–Hola, preciosa. ¿Lo de siempre?

Billy le dedicó un guiño desde detrás de la barra y la miró de arriba abajo con expresión de evidente aprecio, su forma típica de recibir a las clientas habituales del bar.

Ella sonrió agradecida mientras el aroma a café y bollos recién hechos invadía sus sentidos.

–Eres un salvavidas. Que el café sea doble hoy. Lo necesito.

–Demasiada cafeína hará que te sobreexcites, así que si necesitas quemar algo de energía extra...

–Iré al gimnasio.

Las insinuaciones de Billy la molestaron cuando empezó a frecuentar el café, pero pronto descubrió que en realidad era inofensivo. Además, preparaba el mejor café y los mejores bollos de Melbourne, dos motivos fundamentales para tolerar su desenfadado flirteo.

–Bueno, no se me puede culpar por intentarlo –Billy se encogió de hombros y se volvió hacia la cafetera–. Por cierto, ha llegado Liv.

–Gracias –Fleur miró a su alrededor y localizó a su amiga sentada a una mesa en un rincón, con la nariz enterrada en la última novela de romance, para variar.

Cuidando de no decapitar a alguien mientras se encaminaba hacia la mesa, ocupó el asiento libre y dejó sus cosas en el suelo, apoyadas contra la pared.

–Déjame adivinar. El moreno y atractivo héroe está a punto de arrancarle el corpiño a la heroína y de penetrar...

–¡No! Las novelas románticas no tienen protagonistas que arrancan corpiños. Son novelas de narrativa contemporánea. ¿Cuántas veces te lo he dicho? –Liv miró a Fleur por encima de sus gafas sin montura, ligeramente ruborizada.

Fleur sonrió.

–A mí, todos esos libros me parecen iguales. Mucha acción ardiente, con hombres protagonistas de fuertes y anchos pechos desnudos y grandes...

–De acuerdo, de acuerdo, ya has dejado claro tu punto de vista –Liv cerró el libro y alzó una mano para acallar a su amiga–. Ya basta de crítica literaria. ¿Cómo ha ido la presentación?

Fleur dejó de sonreír al recordar su nuevo fracaso.

–No preguntes –murmuró mientras una camarera dejaba en la mesa su café y su bollo.

–¿Tan mal?

–Peor –Fleur dio un sorbo a su café mientras lamentaba haber dejado un trabajo seguro y razonablemente pagado para perseguir un sueño. Un sueño que no iba a tardar en convertirse en una pesadilla si no adquiría pronto un negocio.

–¿No hay interesados en una contable y directora técnica destinada a relanzar negocios y llevarlos directamente al siglo XXI?

Fleur negó con la cabeza.

–Ninguno. Parece que los términos «inteligencia emocional» y «grupo amoldable» son demasiado modernos para el directivo medio. Aunque uno de los ejecutivos mayores que he conocido esta mañana me ha dado una tarjeta y me ha animado a llamar, aunque, por su forma de mirar mis piernas, dudo que estuviera interesado en nada que tuviera que ver con emociones o inteligencia.

–¡Puaj! Un cerdo sexista.

–En realidad no era tan terrible...

Liv abrió los ojos de par en par.

–Si estás dispuesta a que un viejo verde como ése se salga con la suya, es que vas por muy mal camino.

Fleur suspiró.

–Estoy cansada de ocuparme de la parte promocional sin tener nada que la apoye –tomó un bocado de su bollo mientras se preguntaba si se habría llevado a la boca más de lo podía masticar con su última propuesta.

Se había puesto en contacto con innumerables empresas con las que se había relacionado como contable para plantearles su idea. Tras completar sus estudios de psicología, que había abordado inicialmente para romper el conservador estereotipo existente sobre los contables, había llegado a la brillante idea de cambiar el punto de vista de la mayoría de las empresas, con la esperanza de que una mayor satisfacción en el trabajo llevara a mayores beneficios. Algunos de sus contactos iniciales habían aceptado su idea con interés... hasta que habían visto que debían contratarla y dedicar dinero al proyecto para llevarlo adelante.

Liv se inclinó hacia ella.

–Enséñame el material promocional que estás utilizando. Tal vez pueda ayudarte.

–Tal y como van las cosas, necesito toda la ayuda que pueda conseguir –Fleur se agachó para abrir su cartera y sacar unos folletos. Al erguirse, su cabeza chocó contra un codo y la persona a la que pertenecía éste se tambaleó contra ella, haciendo que se le cayeran los papeles.

–¡Maldita sea! –murmuró una grave voz junto al oído de Fleur mientras ésta se agachaba para recoger los folletos–. Deje que la ayude.

Fleur se frotó la cabeza mientras se erguía, lamentando que el desconocido no le hubiera dado más fuerte. Así habría perdido la conciencia y se habría despertado horas más tarde, cuando aquel funesto día hubiera acabado.

–¡No se moleste! –espetó, a la vez que alzaba la mirada hacia el patoso zoquete que había logrado empeorar su humor... si es que eso era posible.

–Mmm... interesante –sorprendentemente, el zoquete no la estaba mirando, como había esperado. Después de todo, sabía que muchos hombres la encontraban atractiva, aunque ella aún no había conseguido entender por qué. Con su melena rizada y castaña, sus ojos marrones, su figura pasable y su estatura media, no se consideraba nada del otro mundo, aunque su aspecto solía suponerle más ventajas que desventajas.

Pero, en lugar de a ella, el hombre estaba mirando sus folletos con expresión divertida.

–Si ya ha terminado... –dijo Fleur en tono petulante mientras alargaba una mano hacia él. Lo último que necesitaba era que algún tipo paternalista se pusiera a darle consejos sobre una idea que lo significaba todo para ella.

El hombre apartó la mirada de los folletos y la observó atentamente.

–¿Es usted la Fleur Adams mencionada en estos folletos?

De pronto, Fleur experimentó la sensación de revoloteo en el estómago de la que tanto hablaban las novelas románticas de Liv, la reacción que por lo visto experimentaba una mujer cuando se encontraba ante el hombre de su vida. Miró al desconocido, sorprendida, pues tampoco podía decirse que fuera especialmente guapo. Tenía el pelo negro, los ojos azules, una fuerte mandíbula y unos labios finos y comprimidos que denotaban un toque de impaciencia.

No había en él nada extraordinario... excepto un aura que hablaba de poder y que captó la atención de Fleur como no la había captado ningún hombre en mucho tiempo.

–¿Y bien? –el hombre alzó una ceja como retándola a contestar.

–Soy Fleur Adams. ¿Y usted?

–Alguien interesado en lo que tiene que ofrecer –el hombre miró una vez más los folletos–. ¿Está segura de poseer la experiencia necesaria para ofrecer esa clase de servicio?

«Siendo para ti, cariño, tengo de sobra para ofrecerte».

Durante un angustioso momento, y al captar un destello de interés en la mirada del hombre que no tenía nada que ver con los negocios, Fleur temió haber hablado en alto. Sin embargo, desapareció antes de que tuviera tiempo de analizarlo.

Irguió los hombros y lo miró a los ojos.

–Estoy perfectamente cualificada para ofrecer lo que ofrezco, como dice en el folleto. Si está interesado, me encantaría presentarle mis ideas de un modo más formal, señor...

–Darcy Howard –dijo él a la vez que le ofrecía su mano–. Es un placer conocerla.

En el momento en que tomó la mano de Darcy, Fleur experimentó una especie de cortocircuito que pareció enviar una descarga eléctrica a lo largo de su brazo. Para empeorar las cosas, notó que él también había experimentado algo parecido.

Resistió el impulso de retirar la mano de inmediato y sonrió.

–Si me da su teléfono, señor Howard, lo llamaré para que concertemos una cita.

–Llámame Darcy –dijo él y, cuando sonrió, Fleur experimentó el absurdo impulso de hacer una pirueta tipo Charlie Chaplin–. Puedes localizarme en cualquiera de esos teléfonos –añadió a la vez que le ofrecía una tarjeta.

Fleur la tomó desenfadadamente y la guardó en su bolso como si tuviera suficiente trabajo acumulado para meses.

–Gracias. Me pondré en contacto.

Él asintió brevemente antes de volverse y encaminarse hacia la salida.

–¡Bien hecho!

Fleur registró con un ligero retraso los aplausos de Liv y se sentó rápidamente. Trató de comportarse como si no hubiera pasado nada especial, cuando en realidad su encuentro con Darcy Howard la había afectado mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.

–Ya era hora de que cambiara mi suerte. Esperemos que esté interesado en lo que tengo que ofrecer.

Liv tomó su novela y se abanicó el rostro como si estuviera muy acalorada.

–¡Guau! ¡Desde luego que está interesado!

–¿De qué estás hablando? –Fleur simuló no saber de qué estaba hablando su amiga, pero se ruborizó.

–Por si no lo has notado, ese tipo estaba buenísimo. Y parecía muy interesado en ti.

El corazón de Fleur dio un pequeño salto de esperanza. ¿Sería cierto que no había imaginado el brillo que había visto en sus ojos? Gimió interiormente y resistió el impulso de abofetearse. ¿En qué estaba pensando? Debía estar concentrada en presentar una imagen profesional ante el hombre al que acababa de conocer, no en alimentar absurdas esperanzas de poder mezclar los negocios con el placer.

Se encogió de hombros.

–¿Buenísimo? –preguntó con una ceja alzada–. Me temo que estás leyendo demasiadas novelas románticas. A mí me ha parecido un anciano.

La irónica sonrisa de Liv reveló a Fleur que sabía exactamente cómo había reaccionado.

–Creía que te gustaban los hombres mayores.

Fleur tomó un largo trago de café y trató de no sonreír.

–Sí, pero no estoy interesada en coleccionar antigüedades.

–¡Guau! Ese tipo debe haber llamado realmente tu atención. ¿Cuándo piensas llamarlo?

–A primera hora de la mañana.

Liv asintió.

–Me parece un buen plan. Pero no te retrases ni un minuto. Oportunidades como ésa no surgen a menudo –puso los ojos en blanco expresivamente–. Te lo digo por experiencia.

De pronto, la imagen de los intensos ojos azules de Darcy Howard mirándola surgió en la mente de Fleur con tal claridad que prácticamente se quedó sin aliento.

Darcy entró en su despacho y cerró de un portazo. El único día que se las había arreglado para poder salir a tomar algo en un mes, regresaba para encontrarse con un montón de problemas.

¿Pero qué había de novedad en ello?

¿Desde cuándo había sido su vida algo más que un montón de problemas? Perdió a sus padres a los diecinueve años y tuvo que ocuparse de criar a su hermano de once, además de asumir las deudas acumuladas por su padre. Y en los últimos tiempos no hacía más que trabajar para tratar de sacar su negocio del atolladero en que se hallaba metido.

«Es sólo un día más de trabajo en el despacho», pensó antes de ocupar su asiento tras el escritorio para examinar los últimos informes.

A pesar de la magnífica visión para los negocios de su personal, los márgenes de beneficios que esperaba conseguir para la empresa no hacían más que caer. Había tratado de animar a sus empleados por todos los medios, con charlas personales y en conjunto, ofreciéndoles incentivos de todas clases, pero nada había funcionado, y el extraño letargo que parecía haber poseído a la mayoría de ellos empezaba a tener efectos desastrosos para la compañía.

Apoyó la espalda contra el respaldo del asiento y cerró los ojos. La imagen de Fleur Adams apareció en su mente y se preguntó si estaría haciendo bien planteándose contratarla para salvar la empresa. Le habían impresionado los servicios que anunciaba en sus folletos, como si aquella mujer le hubiera leído la mente y supiera con exactitud lo que necesitaba para que aquéllos funcionaran.

Pero debía reconocer que no habían sido los folletos lo único que lo habían. impresionado. Tras tomarse su tiempo para mirar a la mujer cuya cabeza había chocado con su codo, se había quedado agradablemente sorprendido. Por su aspecto, había deducido que debía tener poco más de veinticinco años, lo que le había hecho dudar de su habilidad para conseguir todo lo que decía su folleto. ¿Cómo podía tener tanta experiencia alguien tan joven?

«Tú la tenías».

Darcy hizo una mueca. Esperaba que la encantadora joven con la que había tenido la suerte de toparse no hubiera aprendido las lecciones de la vida por el camino más duro, como le había sucedido a él. Para ser un hombre de treinta y ocho años tenía una visión del mundo excesivamente hastiada, pero no podía hacer nada al respecto. Aquél era el resultado de haber tenido que crecer demasiado rápido.

Movió la cabeza y siguió leyendo los informes que tenía sobre el escritorio con la esperanza de que Fleur llamara. De no ser así, tendría que buscar algún otro medio para conseguir que su empresa volviera a remontar el vuelo, aunque no creía que fuera a tener la suerte de volver a encontrarse con una mujer que despertara su interés tanto como Fleur.

Los tacones de Fleur resonaron sobre el suelo de mármol mientras avanzaba hacia el mostrador de recepción de Innovative Imports con el corazón latiéndole a más ritmo del normal. Ya había hecho más de treinta presentaciones como aquélla y debería sentirse segura, pero sabía que sus nervios tenían más que ver con la persona a la que iba a ver que con lo que iba a hacer.

La recepcionista apenas la miró cuando se acercó al mostrador.

–Disculpe, soy Fleur Adams y he venido a ver a Darcy Howard.

La joven la miró con una mezcla de nerviosismo y aburrimiento, por imposible que pareciera aquella mezcla.

–Siéntese y avisaré al señor Howard de que ha llegado.

Fleur sonrió y recibió un educado asentimiento de cabeza antes de que la recepcionista marcara unos números en su consola.

Si aquella chica era un indicio de la clase de personal que empleaba Innovative Imports, aquel trabajo estaba hecho para ella. Al menos si Darcy Howard decidía contratarla.

Apenas había tenido tiempo de sentarse cuando el hombre en cuestión se asomó a una puerta cercana y le hizo una seña.

–Adelante, señorita Adams. La estaba esperando.

Fleur se levantó, tomó su cartera y avanzó hacia él sintiéndose como una escolar traviesa a la que el director del colegio hubiera hecho acudir a su despacho. Si Darcy Howard le había parecido intimidante el día que lo conoció, no era nada comparado con las vibraciones que emanaban de él en aquellos momentos. No era de extrañar que la recepcionista pareciera tan tensa; probablemente estaba demasiado asustada como para mostrarse más animada.

–Siéntese, por favor –Darcy señaló un sillón de cuero que no parecía especialmente cómodo–. ¿Quiere beber algo? ¿Té, café?

–No, gracias. Y llámame Fleur, por favor.

Fleur se sentó en el borde del sillón que, como había sospechado, parecía desear expulsar de su superficie a quien se sentara en ella en lugar de invitarlo a relajarse. Apenas llevaba allí cinco minutos y ya sabía que aquel hombre necesitaba urgentemente sus servicios para relanzar su negocio. Debía modificarlo todo, desde el mobiliario al personal.

Darcy se sentó tras un monstruoso escritorio de caoba y apoyó las manos unidas sobre su pecho, haciendo pensar de nuevo a Fleur en el viejo director de un colegio. Casi esperaba que le preguntara si había estado fumando a escondidas, o que le dijera que su falda era demasiado corta y que debía alargar el dobladillo de inmediato.

–¿Te divierte algo? –preguntó Darcy.

Fleur se esforzó por reprimir la sonrisa que amenazaba con curvar sus labios y adoptó una actitud de total profesionalismo.

–En absoluto. Y ahora, ¿por dónde te gustaría que empezara?

Darcy sonrió.

–Me gustaría que me contaras qué puedes hacer por mi empresa.

–Eso depende de ti.

–¿Oh?

Fleur se preguntó cómo era posible mostrar tanta desaprobación en una sola sílaba. Pero en lugar de sentirse intimidada se dispuso a lanzar su perorata con la esperanza de convencerlo.

–Necesito conocer los puntos fuertes de la empresa, sus debilidades, las oportunidades y amenazas con que se enfrenta antes de poder hacer un diagnóstico sobre lo que puedo ofrecer. Empecemos por hablar de los accionistas y los resultados de...

–No.

Darcy se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro del despacho, lo que atrajo la atención de Fleur hacia su elegante traje de diseño y el obvio buen estado físico en que se encontraba. Para ser un hombre de negocios, era evidente que encontraba el tiempo necesario para hacer ejercicio. Era una pena que éste no le sirviera para mejorar su personalidad además de su cuerpo.

–No necesito que me sueltes un rollo genérico sobre lo que puedes ofrecer a mi empresa. Ya lo he leído en el folleto y es exactamente lo que busco –Darcy dejó de caminar y se sentó en el borde del escritorio para mirar a Fleur–. Háblame de ti.

Sorprendida por el cambio de tema, Fleur trató de centrar su atención en darle un resumen de su currículo. Sin embargo, cuanto más intentaba centrarse en el tema, más atención prestaba al hombre sentado frente a ella con la entrepierna a la altura de sus ojos.

Cuando alzó la mirada hasta sus ojos azules creyó captar un matiz de diversión en ellos. Carraspeó delicadamente y se lanzó a hacerle un resumen de lo que quería saber.

–Soy contable profesional pero encontraba el trabajo muy restrictivo. Me puse a estudiar psicología para salir de la rutina y acabé llegando a la conclusión de que podía tratar de combinar ambas cosas.

–¿Qué encontrabas tan restrictivo en tu trabajo como contable?

–Todo –al darse cuenta de que había respondido con demasiada precipitación, Fleur añadió–: Me refiero a que algunas personas no están hechas para esa clase de trabajos, y yo soy una de ellas.

Darcy arqueó una ceja.

–¿Por qué?

–No me gusta vivir encajonada. Estoy dispuesta a probar lo que sea al menos una vez, y ser una contable rodeada de personas conservadoras que se esfuerzan precisamente por vivir encajonadas no me iba –la entrevista había adquirido un sesgo claramente personal y, en lugar de sentirse ofendida, Fleur se sintió extrañamente halagada por el hecho de que Darcy Howard quisiera saber cosas sobre ella.

–¿Lo que sea? –Darcy se inclinó hacia ella y, por un loco momento, Fleur pensó que iba a besarla.

Asintió mientras se preguntaba si habría perdido el juicio y maldecía a Liv por todas las ideas absurdamente románticas que le metía en la cabeza después de cada una de las novelas que leía.

Darcy se levantó y le ofreció la mano.

–Bien. En ese caso, está contratada.

Fleur logró esbozar una sonrisa a pesar de la nueva descarga que experimentó cuando estrechó su mano.

–Gracias por la oportunidad. No te decepcionaré.

–¿Cuándo podrías empezar?

–Cuando quieras.

–¿Esta noche?

De pronto, el aire en torno a ellos pareció crepitar con una fuerza indefinible, y Fleur sintió el claro impulso de probar los límites con su nuevo jefe.