Escritores peligrosos y otros temas - Pedro Juan Gutiérrez - E-Book

Escritores peligrosos y otros temas E-Book

Pedro Juan Gutiérrez

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Beschreibung

Este volumen reúne entrevistas, crónicas y artículos, algunos inéditos, del autor, publicados en importantes medios cubanos y extranjeros. Günter Grass, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Oswaldo Guayasamín y Frei Betto, entre otros, son los entrevistados. Desde el idioma a la vida cotidiana, el queahecer de este periodista es amplio y este libro es un ejemplo

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PORTADA

PORTADILLA

Pedro Juan Gutiérrez

PÁGINA LEGAL

ePub r3.0

Afdez / Luisbelerofonte

Editor digital: Adriana Fernández Sánchez (Afdez)

Luis Amaury Rodríguez Ramírez (Luisbelerofonte)

Edición: Alfredo Galeano

Diseño: Iliá Valdes Hernández

Corrección: Luis Amaury Rodríguez Ramirez

© Pedro Juan Gutiérrez, 2019

© Sobre la presente edición:

Ediciones Loynaz, 2019

Colección Artis

ISBN 978-959-219-691-9

ISBN_2 978-959-219-691-9

Ediciones Loynaz

Calle Maceo no. 211, esquina a Alameda; Pinar del Río, Cuba.

Teléfono: 48-758036

E-mail: [email protected]

ÍNDICE

PORTADA

PORTADILLA

PÁGINA LEGAL

ESCRITORES PELIGROSOS y otros temas

Prólogo

Primera parte: Escritores peligrosos

Günter Grass

Mario Benedetti

Eduardo Galeano

Angela Davis

Ernesto Cardenal

Nelson Osorio Tejeda

Gianni Minà

Frei Betto

Nersys Felipe

Juan Gelman

Julio Cortázar

Segunda parte: Otros temas

Gallos de pelea

Crónicas de México, I

Crónicas de México, II

Crónicas de México, III

Crónicas de México, IV

Elegancia y crueldad

Los huesos de Colón

Travestis versus rutina

Nuestro idioma

El Chori

Lorna Burdsall

Ernest Hemingway: un poeta duro

Tecnología del llanto

Pedro Pablo expone

Oliva, mágico y rebelde

Ever Fonseca

Oswaldo Guayasamín

Tercera parte: Crónicas

El difícil arte de ser macho

Los monos y yo

La hora de las libaciones

Melodrama inconcluso

Oficios que se pierden

Se decía «temporal»

Aguardiente y sangre

Oh, los bienhablados

El otro Julio

NOTAS Y REFERENCIAS

CONTRAPORTADA

ESCRITORES PELIGROSOS y otros temas

Prólogo

Un pequeño poema de amor que escribí a los trece años fue lo primero que hice con intención de comunicar, mediante la literatura, con otra persona. Era para una noviecita que se quedaba en su pueblo. Yo regresaba a mi casa en Matanzas. Se lo regalé con una flor. Y dio resultado. Han pasado más de cincuenta años y todavía recuerdo con agrado aquel momento. Quizás ella también lo recuerde como un momento feliz de su vida. No todos los días aparecen poetas enamorados.

Después escribí otros poemas. Y boleros, que me gustaban desde muy niño. Los escuchaba todo el día en la victrola del bar de mi padre: El Camagüey, en la calle Martí 55, en Pinar del Río. Nosotros vivíamos en la parte trasera. Pero lo importante de mi infancia y juventud no era lo que escribía, sino lo que leía. Empecé con los comics («muñequitos», se llamaban en Cuba). Y a partir de 1960 se acabaron los comics y todo lo que viniera de USA, y empecé a leer libros. Muchos. No menos de tres o cuatro al mes. En Matanzas, adonde fuimos a vivir cuando yo tenía cuatro años, hay dos bibliotecas públicas excelentes.

A los dieciocho años leí Desayuno en Tiffany´s, de Truman Capote. Y fue una epifanía. Encontré mi vocación definitiva. Me dije: «Quiero escribir como Truman Capote y vivir como Hemingway. Viajar, conocer a mucha gente de todo tipo, tener una vida intensa y no estudiar letras». Ya desde entonces sabía que mi escritura funcionaría libremente, con espontaneidad, más por el corazón y la intuición que por investigaciones y conocimientos académicos. No quería aplastar mi luminosidad bajo una espesa y pesada carga de información universitaria, que a la larga se convertiría en un lastre. Con los años y las lecturas, comprobé que no estaba errado. Ninguno de los grandes escritores del mundo dedicó su juventud a estudiar literatura en las aulas. Por lo general entregaron sus energías a vivir con intensidad. Y a leer. Antes que escritor, hay que ser un lector. Pero lector, lector de verdad.

Ese deseo se grabó en mi corazón y se cumplió con creces. Leía intensa y extensamente, y tuve muchos trabajos porque el salario mensual de mi padre apenas alcanzaba para una semana: vendedor de helados desde los doce años, mecanógrafo en elbufete de un abogado, soldado zapador durante cuatro años y medio, machetero en tres zafras azucareras, constructor, profesor de dibujo técnico…

Hasta que, en 1973, por puro azar, entré en la redacción del Noticiero de Radio 26, en Matanzas. Y mi vida empezó a encaminarse. Al fin me pagaban por escribir. Noticias y boletines breves. Después, poco a poco, empecé a hacer cosas más complejas. En aquella emisora trabajaba Manolo García, a quien mucho agradezco. Un periodista experimentado y generoso, que confiaba en mí y me enseñó cómo preparar en diez minutos un programa de media hora. También me enseñó a editar y montar rápido un reportaje o preparar una entrevista. Además, estaba allí Magaly Bernal, actriz y locutora, una estrella que brillaba con luz propia. Hacíamos un buen dúo. En aquella vorágine olvidé mis intenciones de estudiar arquitectura. En un curso para trabajadores, saqué mi título de Licenciado en Periodismo, en La Universidad de La Habana.

A fin de cuentas, ejercí el periodismo durante veintiséis años. Hasta 1998. Trabajé en radio, televisión, agencia de noticias, periódicos y revistas.

Fue esencial laborar ocho años en la Agencia de Información Nacional (AIN), que hoy se denomina Agencia Cubana de Noticias. La AIN funcionaba con estrictas normas de redacción cablegráfica —como todas las agencias de noticias—, que siempre me han sido muy útiles, en el sentido de escribir de un modo directo, conciso y con máxima precisión. Y allí, además,trabajé bajo la dirección de Fausto Suárez Torres, un ejemplo de persona honrada, decente y cabal, de quien mucho aprendí.

Después estuve en la plantilla de Bohemia, desde 1987 hasta 1998. Fue una gran experiencia y un privilegio trabajar en esa revista, dirigida entonces por Caridad Miranda Martínez, una mujer inteligente, decidida, y de un extraordinario sentido humano de la vida.

Siempre fui reportero. Me gusta estar en la calle, hablar con la gente, trabajar temas difíciles o al menos poco tratados en la prensa. En los años graves del Período Especial, muchos temas eran tabú. En el futuro los historiadores encontrarán poca información confiable en la prensa de esa época. Había que buscar temas que alentaran a la población y ninguno que desalentara más aún.

Así y todo, escribí y publiqué en Bohemia reportajes profundos y analíticos sobre alcoholismo, racismo, prostitución, solares y pobreza, y otros temas peliagudos, como el suicidio, que era un tema estrictamente tabú, aunque ocupaba el lugar 6-7 en la lista de las diez primeras causas de muerte en Cuba, y existe un programa nacional de prevención.

Un periodista tiene que enfrentar la realidad, investigar y arriesgarse. Nunca debe virar la cara y mirar hacia otra parte. Eso es oportunismo y acomodamiento cínico, para no buscarse problemas. Hay que arriesgar, discutir con el jefe de redacción y con el director y seguir adelante, aunque a uno lo tilden de «conflictivo y problemático». Esa debe ser la ética de un periodista honrado: correr cada día un centímetro más allá la cortina del silencio.

Además del reportaje, me gusta mucho escribir crónicas porque es un género a mitad de camino entre el periodismo y la literatura. Y también la entrevista de personalidad. Es una experiencia intensa y un reto prepararse (cuando no existían ni Internet ni Wikipedia) para entrevistar a fondo hoy a un cosmonauta, unos días después a una bailarina famosa, después a un pianista, a un cirujano, a un músico célebre. Y así sucesivamente.

En la primera parte de este libro he reunido algunas entrevistas a escritores. Algunos se me resistieron, como Eliseo Diego, que, ya muy mayor, siempre iba o regresaba del médico. O Gabriel García Márquez. Me respondía al teléfono Mercedes Barcha, su esposa. El hombre siempre estaba en la ducha. Hasta que un día le dije: «Coño, se va a desteñir». Hasta ahí. Ahora lo entiendo. El pobre hombre tenía razón: estaba harto. No quería más entrevistas después que lo habían entrevistado miles de veces en todo el mundo.

En mi formación como periodista me ayudó mucho leer dos libros de Daniel Defoe: Diario del año de la peste y Moll Flanders, basados en hechos reales, como todo lo que escribió este autor. También Viaje a las islas Hébridas y Orcadas, del inefable Samuel Johnson. Entre otros muchos libros, por supuesto. Pero creo que fue esencial El Nuevo Periodismo, de Tom Wolfe. Lo encontré (en la edición de Anagrama, 1977), en una librería de uso, en Tijuana, en agosto de 1990. Creo que vendían tres libros por un dólar, pero no resistí la tentación y me lo robé. Fue decisivo porque cambió mi punto de vista sobre el reportaje y la entrevista. Y me dio una visión mucho más moderna, flexible y atractiva sobre esos dos géneros.

Más recientemente, fue importante leer El fin del «Homo sovieticus», de la Premio Nobel Svetlana Alexiévich. Ese libro me enseñó definitivamente a ver la historia desde abajo. No desde el punto de vista de los políticos, diplomáticos, jefes de Estado y gente en el poder, que son los que monopolizan el protagonismo histórico. Todo lo contrario: desde la gente de abajo, los que no tienen voz.

Esta pequeña colección de entrevistas a escritores reconocidos se refiere, obvio, a personas que sí tienen voz. Escritores famosos traducidos a muchas lenguas y leídos —algunos— por millones de personas. Pero son artistas. Creadores. Tienen puntos de vista propios y nos enseñan a tener criterios propios. Que es de lo que se trata en la vida. Tener criterios propios y no repetir como una cotorra las ideas y estereotipos que nos inculcan desde los medios.

De algún modo, entrevistar a personalidades es un excelente entrenamiento para un aspirante a escritor de ficción. A lo largo del siglo XX muchos grandes escritores trabajaron antes como periodistas. Lo cual no es una garantía de éxito. Quiero decir que es un buen entrenamiento. Solo eso. Una personalidad sobresaliente, ya sea escritor, científico, deportista, artista, etcétera, no es alguien común y corriente, o débil, flojo, indeciso o negativo. Todo lo contrario. Se da por sentado que cuando vas a entrevistar a alguien sobresaliente debes esperar encontrarte con una persona fuerte, inteligente, de carácter, acostumbrado a ser líder de opinión, decidido, habituado a tener razón siempre y que la gente a su alrededor le sonrían y lo acepten. Es una persona que ha tenido que pagar un precio alto para ocupar el lugar descollante que tiene, y por tanto no es blandengue, flojo ni manejable. A veces puede ser un poco agresivo y engreído, se puede enfadar si le llevas la contraria y hay que saber cómo manejar la situación para que el entrevistado sienta que es él quien manda y que nunca ha perdido el control.

Por tanto, el entrevistador sabe que para hacerlo hablar solo hay que provocarle un poco, pero no mucho. Hay que dosificar muy bien las preguntas y comentarios para evitar que el personaje corte por lo sano si se siente incómodo y dé por terminada la entrevista. Así me pasó, en Moscú, 1984, con el subdirector del Instituto de Investigaciones Cósmicas de la URSS. Le hice demasiadas preguntas complicadas, inusuales y provocativas. El hombre se fue dos veces a consultar con el director. Regresaba y me respondía lo que le habían orientado decirme. Al fin se cansó de aquel juego. Y visiblemente irritado y ofendido dio por terminada la entrevista cuando aún me quedaban muchas preguntas. Dijo: «Lo siento, no dispongo de más tiempo. Estoy muy ocupado. Disculpe y gracias». Y me despidió con cara de amargura. Le hice pasar un mal rato. Evidentemente era un hombre asustado, miedoso y sin criterios propios. Por consiguiente, yo debí ser más cauteloso y no tan agresivo. Además, olvidé algo fundamental: el área de investigaciones espaciales es zona militar y, por tanto, casi todo es secreto o por lo menos confidencial. Con astucia diplomática y cautela hubiera sacado más. En fin, fue algo excepcional, y sobre todo una experiencia muy valiosa. La pobre entrevista que logré aparece en mi libro Vivir en el espacio (Editorial Científico Técnica, La Habana, 1989).

Pero mi consejo en general es que el entrevistador debe ser humilde, flexible, prepararse lo mejor posible y no enfrentar al entrevistado con ánimo guerrero, sino al contrario, debe ser un seductor, con una sonrisa plácida que transmita calma y relax. Y hasta un poquito de inocencia. A fin de cuentas, un periodista es, ante todo, un investigador social. Y esto se aprende y perfecciona con el tiempo y la experiencia. No es un arte. La entrevista de personalidad es solo una habilidad, un oficio, tal como hace el torero cuando enfrenta al toro.

Tengo un libro con una selección de entrevistas que le hicieron a Charles Bukowski (Ellos quieren algo crudo. 30 años de entrevistas. David Stephen Calonne, compilador, Nitro Press, México 2013). Son treinta y una entrevistas, desde la primera en 1963 hasta la última en agosto de 1993. Ya Bukowski tenía leucemia y falleció unos meses después. Pues bien, las preguntas son más o menos las mismas. Lo que cambia son las respuestas. Y cambian mucho. Es maravilloso comprobar cómo Bukowski profundizaba y era más atinado y brillante a medida que envejecía, sin perder su humor corrosivo y su causticidad genética.

Con esto quiero decir que un entrevistador no puede ser original ante una persona a la que han entrevistado miles de veces y que está marcada por clichés y etiquetas que le han endilgado pero que, casi siempre inconscientemente, se empeña en defender, ya que vive precisamente de esas etiquetas, de mantener esa imagen. Lo que sí debe hacer el entrevistador es crear un clima distendido y favorable para que el ego del entrevistado crezca, se expanda, y se esfuerce en darnos respuestas brillantes, diferentes, y dar lo mejor de sí.

Si el ambiente no es favorable o el entrevistado está estresado, tiene prisa o se siente incómodo, no hay nada que hacer. Hemos fracasado. Por esto es tan difícil conseguir buenas entrevistas y en cambio abundan las entrevistas trilladas, previsibles y olvidables.

De todos modos, creo que las mejores entrevistas que se han hecho a escritores son las publicadas en la revista The Paris Review, fundada en París en 1953 y trasladada a New York en 1973, siempre bajo la dirección de George Plimpton, todo un mito como editor. La librería y editorial El Ateneo, de Buenos Aires, publicó en los años 90 del siglo pasado una amplia selección en español de esas entrevistas, en diez tomos. Son un documento histórico valioso y un ejemplo perfecto de cómo entrevistar a fondo a un escritor.

En la segunda parte del libro encontrarán una selección de entrevistas a otros artistas, y en la tercera algunas crónicas que originalmente aparecieron en la década de 1990, en la revista Habanera, editada por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) y dirigida por mi amigo y excelente periodista Julio García Luis. Se publicaron en una sección titulada «La Cuba de Pedro Juan Gutiérrez».

Quiero agradecer a mi eficaz y minucioso editor en Ediciones Loynaz, Alfredo Galiano. También al director, Luis Enrique Rodríguez Ortega (Kike) y a todo el equipo editorial y del Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura Hermanos Loynaz, de Pinar del Río. Sin la valio-sa y decidida ayuda de ellos, este libro no sería posible. Después de todo, ha sido divertido preparar esta selección a partir de papeles viejos y amarillentos de mi archivo. Ojalá les guste y les aporte algo útil.

Pedro Juan Gutiérrez

Centro Habana, 2019.

Primera parteEscritores peligrosos

Günter Grass:Tal vez regrese a la pluma de ganso

Nació en la ciudad libre de Danzig (hoy Gdansk) en 1927. A los dieciséis años, en 1943, fue incorporado al ejército y a la guerra. Y le dieron la baja un año después, herido en el frente de batalla. Trabajó en una mina de potasa. Después de algunas obras de teatro y alguna novela que pasaron sin penas ni glorias publicó, en 1959, El tambor de hojalata, libro que llamó la atención. Demasiado grotesco y chocante le hizo ganar, al mismo tiempo, admiradores y detractores, y lo lanzó al mundo de la literatura. Es la primera novela de la Trilogía de Danzig, completada con El gato y el ratón (1961) y Años de perro (1963). Su fama se fue cimentando sobre estas y otras obras maestras comoLa ratesa (1986), El rodaballo (1999),Es cuento largo(1997) oA paso de cangrejo(2003). Entre su producción de carácter ensayístico y autobiográfico destacan Mi siglo(1999),Del diario de un caracol(2001),Cinco decenios(2003), su controvertida obraautobiográficaPelando la cebolla (2006), La caja de los deseos(2009),yDe Alemania a Alemania. Diario, 1990 (2011). «Por su forma de descubrir y recrear el rostro olvidado de la historia», en 1999 recibió el Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.Murió en Lübeck, en el 2015. De la finitud (2016), es su libro póstumo.

Nunca había realizado una entrevista más azarosa que esta. Günter Grass visitó Cuba por unos cuantos días, con una agenda apretada. Se negó a concederla en exclusiva y me insinuó que podría contestar todas las preguntas en sus encuentros con artistas, escritores y público de La Habana.

No le pregunté por qué. Solo intenté una queja: «¿Entonces tengo que ir detrás de usted por toda La Habana?». Y me contestó con una sonrisita medio infantil y un guiño.

En esta peregrinación me acompañaba siempre un joven barbudo que también preguntaba cada vez que podía. Es reportero de un conocido periódico de Roma y me dijo que a él le sucedió peor: «Me contestó unas pocas preguntas en Berlín y me insinuó que en La Habana dedicaría más tiempo a los periodistas. Hay que comprenderlo. Es alemán».

Su entrevista será más azarosa aún, supongo.

A continuación presento este rompecabezas como un diálogo y, por supuesto, incluyo preguntas no formuladas por mí, pero que obtuvieron respuestas interesantes.

—Usted trabaja intensamente no solo como escritor, sino también como escultor, grabador y dibujante. ¿Tiene alguna disciplina específica de trabajo?

—No hay una regla. Siempre tengo la idea central de una obra, que data de mucho tiempo, de años, y como estoy acostumbrado también a escribir con un punto de vista óptico, en la fase preparatoria hago una serie de dibujos, también versos, que son la plataforma metafórica de esa obra. Mi atelier permite dibujar y escribir, y esto se facilita más porque no trabajo con computadora. Soy un escritor lento. Creo que escribir lentamente es algo propio de la profesión de escritor. En otras palabras, no creo mucho en los nuevos medios técnicos, por eso siempre la primera versión la escribo a mano y a lo mejor algún día vuelvo otra vez a la pluma original que se usaba antes, a la pluma de ganso. No sería nada nuevo para mí porque algunos dibujos los hago con pluma de ganso.

—Durante más de treinta años su literatura ha mantenido un alto grado de complejidad; sin embargo, usted ha tenido un gran éxito comercial desde la primera novela. No es usual que un escritor conjugue profundidad de pensamiento y millones de lectores. ¿Cómo ha sucedido?

—No contaba con ese éxito cuando escribí El tambor de hojalata. Un editor norteamericano que antes de la Primera Guerra Mundial había editado a Kafka, y en 1933 tuvo que emigrar de Alemania, me invitó a visitarlo en Zurich, Suiza, y me preguntó si yo creía que mi obra le podía interesar al público norteamericano. Le expliqué que me contentaba si era acogida en el sur de Alemania, porque es una novela que se desarrolla en un medio provinciano de una ciudad mediana donde hay polacos, alemanes y etnias. Y él me respondió: «Muy bien, por lo tanto esta obra va a editarse en Estados Unidos». Creo que toda la literatura importante sale de provincia y esto se ha corroborado en la mayoría de mis obras.

—Algunos críticos califican sus libros a veces de pesimistas y apocalípticos. ¿Es para usted muy doloroso escribir de esta forma?

—Nosotros mismos contribuimos a nuestra autodestrucción. El número de guerras ha aumentado. Después de terminar con la guerra fría y la separación en bloques, ahora brota el nacionalismo, crece el problema de la superpoblación del mundo, los países industrializados más ricos utilizan la mayor cantidad de energía y viven a costa del Tercer Mundo. Vemos equivocadamente el progreso y solo logramos destruir más el medio ambiente, dondequiera se notan cambios climáticos. Todos estos problemas no se ven políticamente y no se combaten. Creo que es suficiente para ver la situación del mundo con cierto escepticismo. Yo no me llamo pesimista, y si acaso soy un pesimista con mucho que hacer en la vida.

—¿En qué situación se encuentran los escritores de la ex RDA?

—Al producirse la reunificación, Occidente lo apresuró todo y parecía como que Alemania occidental tuviera que ocupar Alemania oriental como si fuera una colonia. Inmediatamente se cambiaron muchas instituciones culturales y cerraron una serie de casas editoriales. Estos escritores se han quedado sin editores y además la gente compra otras muchas cosas, y no queda dinero para libros. Yo espero que esta situación algún día cambie, pero con la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, ahora existe una nueva división social entre alemanes de primera y de segunda clase.

—¿Visita Cuba por primera vez?

—Sí, estoy aquí por primera vez.

—La está conociendo durante el Período Especial, ¿qué usted cree de la vida cultural y social en Cuba?

—Es una contradicción. En tiempos difíciles, en tiempos de crisis económica, hay un boom de la cultura, sube la cultura, parece que los sentimientos de los escritores ganan, ganamos en esas crisis. En Alemania en la etapa de postguerra, el área intelectual era mucho más viva que en otras épocas. Entonces veo aquí esta intranquilidad cultural y también que algunos artistas y escritores han entrado al Parlamento...

—A propósito de su viaje a la India, ¿tenía algún objetivo definido?

—En mis primeras obras, me circunscribo a mi ciudad natal, Danzig, ahora Gdansk. Las relaciones polaco-alemanas era mi tema predominante de entonces. Después de algunos viajes por Asia en los años setenta, entendí con mayor claridad que era necesario romper con el eurocentrismo e incluir los temas del Tercer Mundo. La primera obra que surge en este sentido es El Rodaballo. Así estuve en Calcuta. Me parece que en esa ciudad se concentran todos los problemas del Tercer Mundo, por eso estuve allí seis meses con mi esposa. Aunque en los primeros meses de mi estancia apenas pude escribir. La pobreza, la miseria, el hecho de que la mitad de la población vivía en barrios marginales, me dejó sin habla. A través de los dibujos —dibujaba hasta horas tardías de la noche—, encontré de nuevo las palabras. Surgió una obra basada en la diosa bengalí de la destrucción. Hay un ensayo largo, una serie de cincuenta dibujos y un poema grande sobre Calcuta. Esos son los problemas de nuestro tiempo.

—¿Le gusta La Habana?

—Me recuerda a Calcuta. Como le dije antes, quedé tan impresionado y dolido por la pobreza en esa ciudad india que estuve seis meses sin poder escribir.

—¿Cómo le ha ido en esta primera visita a Cuba?

—He tenido conversaciones muy amistosas, pero otras también muy polémicas porque aproveché estar aquí para hablar sobre las dificultades del país y tuvimos con algunos escritores una discusión buena y favorable porque se entendió que aquel que critica algunas cuestiones internas también es un amigo, y esta era mi intención. He conocido a un país cuyos habitantes se caracterizan por su amabilidad, su apertura, y que acogen rápidamente al visitante.

—¿Escribirá alguna obra a partir de este viaje?

—No soy un autor que utilice directamente los viajes en literatura de ficción, pero sí voy a hacer un ensayo largo desde el punto de vista cultural y social sobre Cuba.

—¿Le es más difícil escribir ahora que cuando hizo El tambor de hojalata hace treinta años? ¿El sentido de responsabilidad pesa más sobre usted ahora?

—La fama por esa novela yo no la busqué. Llegó de sorpresa y durante algún tiempo cayó sobre mí como un bloque y me molestaba. No me dejaba escribir con la misma soltura. Estaba siempre preocupado por la reacción de los demás. Pero eso pasó al poco tiempo y pude seguir escribiendo ya sin preocuparme tanto por esas otras opiniones.

—¿Qué está escribiendo ahora?

—A principios de este año comencé una nueva novela, pero no me gusta hablar sobre esto porque en Alemania se dice que «de los huevos que todavía no están puestos, no se habla».

—Usted vivió cuatro años en París, en los años cincuenta, cuando escribió El tambor de hojalata. ¿Podría o le gustaría vivir ahora fuera de Alemania?

—Podría. Sin embargo, por los autores alemanes de la emigración sé lo difícil que es perder el idioma propio. La lengua se puede volver artificial en la distancia. Quizás para los compositores o los pintores sea más fácil irse lejos, a otro país. Yo no puedo prescindir del alemán hablado. Tengo que oírlo. Escribo en una lengua viva, la lengua que escucho fuera de mi casa.

—¿Usted ve el mundo muy diferente ahora de cuando tenía veinte años?

—Sí, el mundo ha cambiado. Cuando yo tenía veinte años era la postguerra y estaba rodeado de escombros y había miseria y hambre, pero teníamos la esperanza fantástica de crear después de la guerra un mundo nuevo. Esto no lo hemos logrado. Desde entonces han aumentado los peligros de una autodestrucción mundial. En aquel momento existía todavía el peligro de una guerra atómica, pero además las personas están destruyendo también su medio ambiente y el empobrecimiento que tiene lugar, sobre todo en el Tercer Mundo, significan nuevas variantes de la autodestrucción. En muchas conferencias de grandes dimensiones como la de Río de Janeiro de junio de 1992, se habla del peligro de los cambios climáticos, pero no pasa nada decisivo para poder eliminar este peligro.

—¿Usted ve alguna solución a mediano plazo para el 80 por ciento de la Humanidad, que es pobre y vive en el Tercer Mundo?

—Son errores cometidos por seres humanos. No es un apocalipsis venido de Dios; por tanto, como seres humanos, también tenemos que ser capaces de reconocer estos moti-vos, y eliminarlos.

Revista Bohemia,

26 de marzo de 1993.

Mario Benedetti:Hay escritores muy peligrosos

Nació en Uruguay, el 14 de septiembre de 1920 y murió en Montevideo el 17 de mayo de 2009, a los ochenta y ocho años. Perteneció a la llamada Generación del 45, junto con Idea Vilariño, Juan Carlos Onetti, y otros. Escribió más de ochenta libros, algunos traducidos a más de veinte idiomas. Cultivó todos los géneros: teatro, novela, cuento, poesía, ensayo, canciones, periodismo, etcétera.

Benedetti me recibió en su habitación del hotel Capri, en La Habana. Humberto Mayol, el fotógrafo, hizo unas cuantas fotos. Terminó en diez minutos, se despidió con una sonrisa silenciosa y se fue. Entonces Benedetti se sintió libre. Se quitó los zapatos, extendió las piernas sobre la cama, se acomodó y yo presentí que estaba en relax. Hablamos sin parar durante una hora o más, aunque antes me había anunciado que solo me concedería quince minutos. Los dioses del Olimpo, o los orishas, querían ayudarme.

Menos mal que todavía está a mano alguno de los grandes. Sí, porque unos cuantos ya hicieron mutis como Lezama Lima, Carpentier, Cortázar y Rulfo. Otros se alejan espantados como Vargas Llosa y Carlos Fuentes, y otros han metido la cabeza en las nubes y ya no se les ve ni en el desayuno.

Mario Benedetti todavía está a tiro y parece que seguirá por estos caminos de polvo y lodo.

De todas formas, es un lío entrevistar a un personaje famoso que acaba de cumplir setenta años el pasado 14 de septiembre y me dice medio en broma medio en serio que «la mitad del tiempo se me va en entrevistas. Me han hecho 50 mil o 60 mil en toda mi vida».

Por tanto, es de suponer que ya ha dicho y redicho todo lo importante. Y de paso también lo banal.

Cuando revisé en mi archivo el dossier Benedetti —a quien le sigo la pista desde que tengo uso de razón—, comprobé que ha sido entrevistado agudamente por gente como Fernández Retamar, Jorge Ruffinelli y Ernesto González Bermejo.

¿Qué hacer? ¿Será necesaria realmente esta sarta de preguntas y respuestas o esto se me convertirá en simple alarde de vanidad profesional?

Trepado en ese punto de desequilibrio comprendo que a los setenta años uno puede ver de otro modo muchas cosas. Ya de regreso de tantos caminos. O tal vez no. He ahí la incertidumbre. Así que vamos allá.

—¿Le molesta llegar a los setenta años?

—No tengo demasiado tiempo para preocuparme. Siempre tengo tanto trabajo.

—Pero usted los ha vivido intensamente.

—Sí, bastante. Toda esa intensidad me ha dado temas para escribir. He conocido a mucha gente. Buena y mala.

—¿Ha pensado en una autobiografía?

—Empecé a escribir una especie de diario, pero no tengo tiempo. Me llevan muchísimo tiempo las entrevistas. Tal vez la mitad de mi vida se me ha ido en entrevistas.

—¿Cómo son sus días ahora? ¿Qué hace?

—Sigo haciendo periodismo. Pero solo de opinión. Colaboro regularmente con El País de Madrid. Brecha, de Uruguay, La Jornada, de México. Y Página 12, de Argentina. Estoy jubilado de la Universidad de Montevideo y vivo una parte del año allá y otra en Madrid, donde participo en los cursos internacionales de verano de la Universidad Complutense.

»Dirijo un curso sobre poesía latinoamericana. Invitamos a los poetas más importantes de este continente. En realidad, me interesa más la investigación que la docencia y, bueno, además, hacer literatura. Me han llevado bastante trabajo mis cincuenta y cinco libros».

—Usted dijo alguna vez que sus preferidos eran Poemas de la oficina (1956) y Montevideanos (1959).

—Pero hace mucho que lo dije.

—Sí. ¿Y hoy qué dice?

—Bueno, de todo lo que escribo prefiero la poesía. De modo que tendría que ser un libro de poesía. Disfruté mucho escribiendo El cumpleaños de Juan Ángel, una novela escrita en versos. He escrito de todo: poesía, cuento, novela, ensayo, teatro, letras de canciones, guiones de cine, crítica literaria, humorismo, pero los dos géneros que más me atraen son la poesía y el cuento. Me desenvuelvo con mucha seguridad. Por ejemplo, en teatro escribo con mucha inseguridad. De cuatro obras que he escrito solo hay una —Pedro y el capitán— con la que estoy conforme. Ha sido muy traída y puesta. Es la última y no me he atrevido a escribir otra.

—En su recital en el Aula Magna de Universidad de La Habana, me pareció que su poesía cada día es más coloquial, más desnuda, con mucho humor.

—Bueno, para leer en público elijo una poesía más directa, que sea fácilmente captada. Yo tengo otras zonas de poesía más compleja, pero pienso que para lectores, no para oidores. No es hermética, pero sí más elaborada.

—Poemas de la oficina fue el libro que lo lanzó al público, que le dio a conocer ampliamente. Pero fue su octavo libro. ¿Antes de eso usted se sentía defraudado? ¿Pensaba que nunca sería un escritor con un gran público atento, como ahora?

—El reconocimiento, los premios, la buena crítica nunca me preocuparon demasiado. Solo quería comunicarme con mis lectores, sobre todo con los montevideanos. Siempre estuve bastante seguro de que iba a ser un escritor y que tendría mis lectores. Aunque no sabía si iba a ser bueno o malo. La literatura fue una vocación muy temprana y profunda.

—¿Usted es muy seguro de sí mismo?

—No, no. Muchas veces escribo para aclarar mis dudas. Soy una persona que duda como cualquiera. A veces escribir sobre esas dudas me ayuda a aclararlas, encuentro respuestas.

—Ya que hablamos de dudas, ¿cómo valora la situación actual del mundo, con los cambios en Europa del Este y la agresividad creciente de Estados Unidos?

—Es un momento difícil para todos. Un momento de reflexión, de analizar al pasado que ha llevado a este presente. Sigo creyendo en el socialismo, creo que es la solución más justa para la Humanidad. A veces ahora se descalifica al marxismo, al socialismo. De modo que hay que volver a las fuentes del comunismo, del marxismo, y conectar de nuevo para que el camino quede un poco mejor. La perestroika era necesaria, pero pienso que también se le ha ido un poco de la mano a Gorbachov. Fue un tipo bien intencionado. Lo más grave de esta situación es que, desaparecida la importancia ideológica y militar de la Unión Soviética, queda la hegemonía de Estados Unidos y sabemos a qué conduce eso. Pienso que no habrá solución inmediata, pero los hombres sí buscarán nuevos recursos y habrá una transformación socialista del mundo, aunque yo no la veré porque ahora todo será más lento, pero tengo confianza en el ser humano porque la espina dorsal del socialismo es la justicia social y quienes desvirtuaron las teorías marxistas atentaron y dificultaron esa esencia, pero la espina dorsal del capitalismo es la injusticia social. Creo que toda la gente de izquierda tenemos que hacernos autocríticas y llegar a ver todo lo que hemos hecho mal.

—¿Cómo ve el futuro inmediato de América Latina?

—El futuro inmediato es muy tenebroso. Sobre todo, por esa hegemonía que logra Estados Unidos. A quien más afecta es a América Latina. Donde más se va a sentir es aquí. Estados Unidos no es solo un país hiperdesarrollado, sino subdesarrollante. A Estados Unidos le conviene que la deuda externa se mantenga, que el subdesarrollo se mantenga porque es una forma de presionar con más facilidad y obtener dividendos. Ahora, por ejemplo, se habló de integrarse Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Como un borrador para después ampliar la integración. Y son gobiernos de derecha. Sin embargo, Bush se vino volando enseguida a Buenos Aires, a Montevideo, para decir bueno, integración sí, pero con nosotros. Porque, aunque sean gobiernos de derecha, se le pueden escapar de las manos. Hay que imaginarse qué pasaría si fueran gobiernos de izquierda. Bueno, el mejor ejemplo fue cómo arrasaron con Chile y su gobierno de Unidad Popular.

»En otro orden, hace poco el Ministro de Relaciones Exteriores de España declaró, con una intención crítica, que en tres meses los países occidentales le habían dado una ayuda económica a Polonia y Hungría equivalente a todo lo que le había dado a América Latina en diez años. Esto es un síntoma muy revelador de cuál va a ser la actitud de los países capitalistas. Ellos quieren invadir económicamente a los países del este europeo. Le quieren ganar la carrera a Japón, aunque ya Japón les tomó ventaja. Son mercados vírgenes y, además, los esteuropeos están encandilados con los productos capitalistas. Aunque nunca se sabe, no hay que cerrar la esperanza porque muchas veces los acontecimientos internacionales lo sorprenden a uno».

—Usted vivió siete años en Cuba y la conoce bien. ¿Cómo ve ahora su presente y su futuro?

—Creo que es el momento más difícil de la Revolución. Porque al bloqueo de Estados Unidos ya Cuba estaba más o menos acostumbrada y había generado anticuerpos, pero el cese de la ayuda de los países del Este es muy grave. Las carencias que hoy se ven en Cuba se deben más al corte de ese comercio que al bloqueo de Estados Unidos. Nuestra experiencia dice que Cuba ha pasado por momentos muy difíciles y siempre ha sabido recurrir a su imaginación para sortearlos. También tengo esperanzas de que ahora así sea. Ojalá que los países latinoamericanos estuvieran en condiciones de ayudarla, pero esos países muchas veces están peor que Cuba. Y es poco lo que se puede hacer en comercio, ya que son economías convergentes. Casi todos producen lo mismo: azúcar, minerales, frutas. En lo cultural sí es mayor el intercambio y en lo científico, donde parece que Cuba ha levantado en poco tiempo y puede ser un nuevo origen de divisas. Y, por otro lado, la Comunidad Económica Europea está como encerrada en sí misma. El éxito de ellos va en desmedro de América Latina. España, que podía ser como una bisagra, optó por incorporarse a esa comunidad, y ya está demostrando qua actuará en consonancia solo con aquellos intereses.

—Volvamos a la literatura. ¿En qué situación usted ve ahora la literatura latinoamericana, sobre todo si se compara con la de Estados Unidos y Europa?

—Salinger, uno de mis autores admirados de Estados Unidos, hace como veinte años que no publica nada. Aunque hay algunos autores, del llamado realismo sucio, que me interesan bastante. No es una literatura política, pero muestra tan descarnadamente las miserias de esa sociedad que puede tener gran importancia. Creo que es lo mejor producido allí en los últimos años.

»En Europa, en España, se edita muy poca poesía y están como esperando a que salga la gran novela para celebrar 1992. Se editan muchas novelas. Buenas, regulares y malas, debido a la parafernalia alrededor del Quinto Centenario, y eso perjudica el prestigio de la literatura española. Siguen editando a algunos narradores latinoamericanos, ya que aquí seguimos teniendo algunos muy buenos. Pero ya se perdió aquel entusiasmo de la época del boom