¿Estuvo casado Jesús? - Ariel Álvarez Valdés - E-Book

¿Estuvo casado Jesús? E-Book

Ariel Álvarez Valdés

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Beschreibung

¿Cuánto tiempo duró el diluvio universal? ¿Cuántas fueron las plagas de Egipto? ¿Por qué el libro de Ester casi quedó fuera de la Biblia? ¿Por qué Ezequiel tuvo que comerse un libro? ¿Estuvo casado Jesús? A estas preguntas y a otras preguntas responde de manera amena y rigurosa Ariel Álvarez Valdés en esta obra. Las cuestiones de este libro ya fueron tratadas y analizadas por otros exegetas, pero aquí se exponen de manera sencilla, simple y comprensible para los no especialistas, a fin de llenar el vacío divulgativo que existe en nuestro medio sobre estos temas, y establecer un puente entre las investigaciones de los exegetas y el pueblo de Dios.

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Índice

Presentación

1. ¿CUÁNTO TIEMPO DURÓ EL DILUVIO UNIVERSAL?

2. ¿CUÁNTAS FUERON LAS PLAGAS DE EGIPTO?

3. ¿CÓMO NACIÓ LA FIESTA DE PASCUA?

4. ¿POR QUÉ DAVID BAILÓ DESNUDO ANTE EL ARCA DE YAHVÉ?

5. ¿POR QUÉ EL LIBRO DE ESTER CASI QUEDA FUERA DE LA BIBLIA?

6. ¿POR QUÉ EL LIBRO DE JUDIT NO ENTRÓ EN LA BIBLIA PROTESTANTE?

7. ¿POR QUÉ EL PROFETA EZEQUIEL TUVO QUE COMERSE UN LIBRO?

8. ¿SE CUMPLIERON SIEMPRE LAS PROFECÍAS DE LOS PROFETAS?

9. ¿JeSÚS ERA NAZARENO O BELENITA?

10. ¿ESTUVO CASADO JESÚS?

11. ¿POR QUÉ SAN JUAN NO CUENTA LOS EXORCISMOS DE JESÚS?

12. ¿POR QUÉ EXPULSÓ JESÚS A LOS VENDEDORES DEL TEMPLO?

13. ¿QUIÉN ERA BARRABÁS?

14. ¿QUIÉNES DESCUBRIERON LA TUMBA VACÍA DE JESÚS?

15. ¿POR QUÉ SE PELEARON SAN PEDRO Y SAN PABLO?

16. ¿DE DÓNDE TOMARON SUS EVANGELIOS MATEO Y LUCAS?

17. ¿SE DESCUBRIÓ UN EVANGELIO CON PALABRAS SECRETAS DE JESÚS?

18. ¿CUÁL ES EL ÚLTIMO LIBRO DE LA BIBLIA?

19. ¿CUÁL FUE LA PRIMERA TRADUCCIÓN DE LA BIBLIA?

20. ¿QUIÉN REUNIÓ LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO?

Créditos

Presentación

Una mañana me encontraba dictando un curso sobre los géneros literarios de la Biblia, en un instituto al que me había invitado un profesor amigo. Al finalizar se me acercó un señor, y con una mirada de alivio me dijo: «No sabe cuánta paz me da el haber escuchado su conferencia». Intrigado, le pregunté qué es lo que le había gustado tanto. Y con aire cómplice me respondió: «Mire, yo siempre había pensado que el relato del arca de Noé y el diluvio universal eran un episodio histórico; pero había algo que me perturbaba, y nunca me había animado a preguntar por no ser irrespetuoso; y era el hecho de que, según el libro del Génesis, cuando terminó de llover y Noé quiso averiguar si habían descendido las aguas, soltó varias veces una paloma, hasta que esta no regresó, indicando que las aguas se habían secado. Ahora bien, si la paloma no volvió más, ¿con quién se reprodujo el palomo que había quedado en el arca?».

Hizo una pausa, y añadió: «Yo tenía la sensación de que con la Biblia me pasaba algo raro, porque me sentía obligado a creer en hechos que no me convencían. Ahora, al oírlo a usted decir que el episodio de Noé no es más que un relato didáctico, con el que el autor pretendía solo transmitir una enseñanza a sus lectores, y que no es necesario tomarlo como un suceso histórico, me siento reconciliado con la Palabra de Dios».

Quedé profundamente consternado con aquella conversación. No solo al ver que alguien se había sentido turbado por ese detalle del texto bíblico, sino sobre todo porque aquel buen hombre, en tantos años, nunca se había atrevido a plantear su duda por temor a faltarle al respeto a la Biblia.

Desde entonces me he preguntado cuánta gente hay preocupada porque, al leer ciertos pasajes de las Sagradas Escrituras, cree que debe aceptarlos tal como suenan, aun cuando parezcan ilógicos. Incluso a veces he escuchado a gente decir que, cuanto más irrazonable es lo que se cree, mayor es la fe del creyente.

Pero si hay algo que hemos entendido últimamente es que la razón y la fe no tienen por qué contradecirse. Las dos vienen de Dios y deben coincidir en lo que enseñan, aunque lo hagan desde distintos ángulos. Es verdad que las verdades sobre Dios a veces superan la capacidad de comprensión humana, pero aun así tienen que ser lógicas y coherentes. Dios no puede haber hecho al hombre racional e inteligente, y luego pedirle que acepte como verdades ciertas ideas absurdas o ilógicas.

Precisamente una de las características de los estudios bíblicos modernos es que tratan de ser respetuosos con la obligación de no inhibir la mente humana. A la vez que buscan ser fieles al mensaje original, procuran conservar el buen uso de las facultades intelectuales. Si el hombre posee una inteligencia, tiene la obligación de desarrollarla, de aprender a pensar, a cuestionarse y a intentar llegar al fondo de las verdades, para después poder actuar con más coherencia en la vida de fe.

Este libro es el cuarto tomo de una colección con preguntas sobre la Biblia. Contiene veinte interrogantes, todos ellos destinados a lograr que el lector no tenga miedo de interpelar al texto sagrado. Y sobre todo a que comprenda que, cuantas más dudas le plantee, en mejores condiciones estará de entenderlo en profundidad.

Las preguntas que aquí se incluyen procuran mostrar que la razón no es enemiga de la fe, sino una herramienta óptima para ayudar a profundizarla. Contando con ella, estaremos empleando todas las cualidades que Dios nos brindó, y podremos desarrollar un estudio bíblico más adecuado y confiable para el hombre de hoy. Las cuestiones de este libro ya fueron tratadas y analizadas por otros exegetas, pero aquí se exponen de manera sencilla, simple y comprensible para los no especialistas, a fin de llenar el vacío divulgativo que existe en nuestro medio sobre estos temas, y establecer un puente entre las investigaciones de los exegetas y el pueblo de Dios.

1

¿Cuánto tiempo duró el diluvio universal?

Sorpresa tras sorpresa

En la creencia popular está arraigado el dato de que el diluvio universal duró 40 días y 40 noches. Pero ¿eso dice la Biblia? El libro del Génesis efectivamente menciona, al principio, que el diluvio duró 40 días (Gn 7,4.12). Pero más adelante nos sorprende diciendo que «las aguas inundaron la tierra por espacio de 150 días» (Gn 7,24). Entonces «Dios se acordó de Noé y de los animales que estaban con él en el arca, y se cerraron las fuentes del abismo y las compuertas del cielo, y dejó de llover» (Gn 8,1-2). O sea que, según esto, la lluvia cesó... ¡después de 150 días! ¿Cuánto tiempo, entonces, estuvo lloviendo?

Esta no es la única contradicción del relato. Al hablar de los animales que Noé llevaba en el arca, el Génesis dice primero que se trató de una pareja de cada especie (Gn 6,19-20). Pero a continuación afirma que introdujo siete parejas de animales puros (es decir, que se podían comer) y una de animales impuros (es decir, no aptos para la comida) (Gn 7,2). Entonces ¿cuántas parejas había?

Tampoco está claro en qué consistió el diluvio universal. Primero dice que se trató de una lluvia torrencial (Gn 7,4); y después, que se debió a que las aguas subterráneas se mezclaron con las aguas de arriba y cubrieron todo el mundo (Gn 7,11; 8,2).

En cuanto a cómo supo Noé que el diluvio ha terminado, primero dice que lo averiguó enviando diversos pájaros fuera de la nave (Gn 8,6-12). Pero a continuación afirma que fue Dios quien le avisó de que podía salir del arca (Gn 8,15-17).

¿Cómo puede esta narración contener tantas incoherencias?

Dos miradas sobre un hecho

Hoy los biblistas han resuelto el problema. En realidad, el Génesis no contiene una sino dos versiones entremezcladas del diluvio universal. En efecto, la historia del diluvio, tal como hoy está en Génesis 6–9, se compuso alrededor del año 400 a.C. Pero el autor, para escribirla, se basó en dos historias más antiguas.

¿De dónde habían salido esos dos relatos? El primero se había compuesto en el siglo VIII a.C. en Jerusalén. A su autor se lo suele llamar «el Yahvista». Este relato estaba lleno de detalles amenos y coloridos, y describía a Dios con rasgos más humanos que divinos.

El segundo se había redactado unos doscientos años después, en el siglo VI a.C., cuando el pueblo de Israel se hallaba cautivo en Babilonia. En esa época, de profunda crisis, un grupo de sacerdotes volvió a escribir algunos episodios de la historia de Israel, entre ellos el del diluvio. Este nuevo relato, a cuyo autor se le da el nombre de «Sacerdotal», tenía características diferentes. Era más cuidadoso y elaborado que el Yahvista. No se fijaba tanto en el hombre que sufría la inundación, sino en el Dios que la ocasionaba. Al mismo tiempo presentaba a Dios de manera más solemne, inaccesible, lejana, sin los rasgos humanos que tenía en la versión Yahvista.

Separando las aguas

El redactor final del año 400 a.C. tenía a mano estas dos exposiciones. ¿Cómo salvarlas? La manera que encontró fue fundiéndolas en una sola, y tratando de rescatar lo más importante de cada una. El resultado final fue el relato que hoy tenemos en la Biblia (Gn 6,5–9,17).

Pero a pesar del esfuerzo que puso en su obra, no quedó del todo bien. Por un lado, como ya vimos, porque se le filtraron algunas incoherencias, como la de la duración del diluvio (40 días siguiendo al Yahvista y 150 días siguiendo al Sacerdotal), o la de los animales cargados (7 parejas de cada especie según el Yahvista y una pareja de cada especie según el Sacerdotal).

Por otro lado, se le notan las repeticiones y dobletes. Por ejemplo, dice que dos veces Dios ve la maldad sobre la tierra (Gn 6,5 y 6,12), dos veces anuncia la destrucción de la humanidad (Gn 6,7 y 6,13), dos veces le ordena a Noé entrar al arca (Gn 6,18 y 7,1), dos veces Noé cumple las órdenes de Dios (6,22 y 7,5), dos veces hace subir a los animales (7,8-9 y 7,14), dos veces entra Noé al arca con su familia (Gn 7,7 y 7,13), dos veces comienza el diluvio (7,6 y 7,10), dos veces crecen las aguas (Gn 7,17 y 7,18), dos veces mueren todas las criaturas (Gn 7,21 y 7,23), dos veces termina el diluvio (8,2b-3a y 8,3b-5), dos veces Dios promete no volver a enviar un diluvio (Gn 8,21 y 9,11).

Si ahora hacemos una lectura cuidadosa de la narración del diluvio, podremos visualizar las diferencias entre las dos versiones (la Yahvista y la Sacerdotal), ya que el redactor final respetó sus características.

El relato tiene cinco partes:

1) La corrupción de la humanidad (Gn 6,5-12).

2) La orden divina de construir el arca (Gn 6,13–7,5).

3) La catástrofe (Gn 7,6-24).

4) El fin del diluvio (Gn 8,1-19).

5) El nuevo orden mundial (Gn 8,20–9,17).

Analicemos cada una de ellas.

Cuando el mundo se extravía

En la primera parte, comienza el autor Yahvista:

Yahvé vio que todos los pensamientos del hombre eran malos. Entonces se arrepintió de haberlo creado, se indignó en su corazón y dijo: «Voy a exterminar de la tierra al hombre que he creado, y también a los animales, los reptiles y las aves, pues me arrepiento de haberlos hecho». Pero Noé le cayó en gracia a Yahvé (Gn 6,5-8).

A continuación, viene la versión Sacerdotal:

Esta es la historia de Noé. Noé fue el hombre más justo y perfecto de su tiempo, y caminaba con Dios. Pero la tierra estaba corrompida, llena de violencia, viciada, y todos los hombres se habían pervertido (Gn 6,9-12).

Desde el principio ambos relatos presentan el mal de diferente manera. Al Yahvista le interesa ante todo el hombre. Por eso hace un análisis psicológico del mal («los pensamientos del hombre eran malos»). En cambio para la versión Sacerdotal el mal no es un problema exclusivo del hombre, sino que existe una maldad cósmica («toda la tierra estaba corrompida, viciada»), en la que no tiene que ver solo el individuo sino la creación entera.

El Yahvista describe a un Dios con sentimientos demasiado humanos, reconociendo que se equivocó en su creación («se indignó, se arrepintió»). El Sacerdotal, en cambio, no revela los sentimientos divinos. Solo afirma que comprobó el mal que había en la tierra.

Para el Yahvista, Dios decide salvar a Noé porque «le cayó en gracia», es decir, gratis. Para el Sacerdotal, en cambio, Dios lo salva por los méritos que tenía («Noé era justo, perfecto, y caminaba con Dios»). Es decir, porque era un fiel cumplidor de la Ley divina, concepción propia de los sacerdotes.

Las normas de construcción

La segunda parte se inicia con la versión Sacerdotal. Dios le ordena a Noé construir un arca. Le explica de qué material fabricarla, con qué medidas hacerla y qué forma debía tener. Luego le cuenta que vendrá un diluvio, y que él debía entrar en el arca con su familia, junto con una pareja de cada especie animal (Gn 6,13-22).

El arca debía tener tres secciones o tres pisos (Gn 6,16). ¿Por qué tan extraño armazón? Era un recuerdo del Templo de Jerusalén, cuya estructura tenía justamente tres secciones. El arca, pues, más que un barco era una especie de nuevo Templo donde (según la mentalidad Sacerdotal) la humanidad debía refugiarse si quería encontrar su salvación.

Luego sigue el relato Yahvista (Gn 7,1-5). No trae las medidas del arca, ni su forma. Solo dice, a diferencia del Sacerdotal, que Yahvé le ordena a Noé meter dentro siete parejas de animales puros y una de animales impuros. El redactor encontró las dos órdenes distintas de Dios, y al parecer, no sabiendo con cuál quedarse, prefirió conservar ambas sin importarle la evidente contradicción que resultaría en su texto.

Una prueba que atravesar

Seguimos con la segunda parte. Vimos que en la versión Sacerdotal Dios le contaba a Noé, antes de que construyera el arca, por qué debía hacerla: porque iba a venir un diluvio. En cambio en el relato Yahvista Dios le ordena construir el arca... ¡sin avisarle del diluvio! Podemos imaginar al pobre Noé (según la versión Yahvista) construyendo un enorme barco, en medio del desierto, ante la burla de vecinos y amigos, sin poder dar ninguna explicación, más allá de: «Yahvé me lo ha ordenado». Solo cuando ha terminado de cumplir sus órdenes, recién entonces Dios le avisa lo que va a ocurrir: «Porque haré llover sobre la tierra, y exterminaré a todos los seres que hice» (Gn 7,1-5).

Esta es una idea constante en los relatos de la tradición Yahvista: Dios da una orden, aparentemente absurda; si el hombre obedece, se salva. Si desobedece, se destruye. Es la salvación que viene de la fe. Ahora sí, Noé se ha convertido en un hombre justo, porque ha superado la prueba de la fe. Para la tradición Sacerdotal, en cambio, Noé ya era justo antes, y por eso Dios lo había elegido.

Cuando se juntan las aguas

En la tercera parte (la descripción del diluvio), aunque las dos versiones están bastante bien entremezcladas, aún pueden distinguirse sus características diversas.

La sección del Yahvista (Gn 7,7-10.12.16b.17.22-23) está llena de delicadezas. Por ejemplo, Dios le concede a Noé un margen de siete días para hacer entrar los animales. Además, Dios mismo es quien cierra amorosamente la puerta del arca. Y el diluvio no es presentado como un cataclismo universal, sino solo como una fuerte lluvia de larga duración: 40 días con sus noches (Gn 7,12). Incluso cuando las aguas crecen, estas levantan la nave y la mantienen en alto, como si Dios quisiera acunar en sus brazos a los asustados habitantes del barco. El diluvio está narrado, pues, con un respeto reverencial.

En cambio la descripción Sacerdotal es más fría (Gn 7,6.11.13-16a.18-21.24). Todo ocurre a las apuradas, en un solo día, y no en una semana como decía el Yahvista. En cuanto al diluvio, no se trata ya de una simple lluvia, sino que «saltaron todas las fuentes del gran abismo, y las compuertas del cielo se abrieron» (Gn 7,11). Es decir, es un terrible cataclismo que azota el universo entero, en el que se juntan las aguas superiores del cielo con las inferiores de la tierra. El arca resulta, así, una pequeña barquilla solitaria y abandonada a merced del horroroso caos.

Como ya vimos, para la tradición Sacerdotal el pecado de la humanidad no era un simple hecho personal que hacía infeliz al pecador. Era un acontecimiento cósmico que implicaba la destrucción de la creación entera. Dios al principio del mundo había separado las aguas superiores de las aguas inferiores (Gn 1). Ahora, la perversión del hombre había dado marcha atrás con aquella obra, que queda completamente aniquilada.

La salida del barco

La cuarta parte (el fin del diluvio) también está contada de manera diversa por ambas tradiciones.

El relato Yahvista (Gn 8,2b.3a.6-12.13.b), más centrado en la persona de Noé, afirma que este, al no poder mirar por la cubierta si las aguas habían bajado, encontró una sabia solución: soltó por la ventana un cuervo, que estuvo yendo y viniendo porque no tenía dónde posarse. También soltó una paloma, que igualmente regresó. Siete días más tarde soltó de nuevo la paloma, que volvió con un ramo de olivo en el pico, pues las aguas habían menguado. Una semana después la soltó por tercera vez, y la paloma ya no volvió. Con este ingenioso sistema Noé supo que la tierra estaba seca y que los pasajeros podían salir del arca.

En cambio en la versión Sacerdotal es Dios quien le avisa a Noé de que ya puede salir del barco. Noé no tiene ninguna iniciativa (Gn 8,1-2a.3b-5.13a.14-19). Para el autor Sacerdotal todas las acciones parten siempre de Dios, que es quien dirige y domina todo. Noé es solo un débil y pequeño hombrecito, sometido a la poderosa y férrea voluntad divina.

Un Dios para el día y la noche

En la quinta parte (el nuevo orden mundial), los navegantes salen del arca. Otra vez tenemos dos versiones. Según el Yahvista (Gn 8,20-22), lo primero que hace Noé es construir un altar y sacrificar algunos animales para Dios. Así entendemos por qué, en esta versión, hacían falta siete parejas de animales. De haber llevado una sola, como en el Sacerdotal, no habrían podido reproducirse las especies sacrificadas. Por eso menciona el número 7, que además era un número altamente simbólico.

Luego afirma que a Dios le agradó el sacrificio y se comprometió a no volver a mandar un diluvio. La razón que da es: «porque el corazón humano tiene pensamientos malos desde su infancia» (Gn 8,21). ¡La misma razón que había llevado antes a Dios a mandar el diluvio (Gn 6,5) ahora lo lleva a no mandarlo nunca más! En toda la Biblia no existe un texto que muestre, de manera tan realista, los sentimientos contradictorios de Dios ante el pecado del hombre. Por un lado, lo ofende y provoca su ira; pero por otro le genera ternura y lo vuelve más amoroso y comprensivo.

Finalmente, para el Yahvista la señal de que Dios no volverá a destruir la tierra es que las leyes naturales no volverán a alterarse como ocurrió durante el diluvio (Gn 8,22). De esta forma, el signo del amor de Dios se encuentra en los ciclos regulares de la naturaleza: en el paso del invierno al verano, del día a la noche, es decir, en el transcurso de la vida. Ahí el hombre puede descubrir cuán cerca está la mano protectora de Dios. Es una de las ideas más optimistas y esperanzadoras de toda la Biblia.

El nuevo mundo Sacerdotal

En la versión Sacerdotal (Gn 9,1-17), Noé no le ofrece a Dios ningún sacrificio. Estos solo comenzarán cuando se construya el Templo de Jerusalén; no pueden ofrecerse en cualquier lugar. En cambio es Dios quien le ofrece algo a Noé: una alianza. Es la primera alianza que Dios hace con alguien en la Biblia.

Como la creación había quedado destruida, Dios hace una nueva diciendo a Noé y a sus hijos: «Sean fecundos y multiplíquense» (Gn 9,1), las mismas palabras que les había dicho antes a Adán y Eva (Gn 1,28).

Además, si en la primera creación Dios había autorizado a Adán y Eva a comer solo frutas y verduras (Gn 1,29), ahora autoriza a comer carne (Gn 9,3). La nueva creación incluye una nueva dieta, quizás para mostrar el mayor poder que el hombre tiene sobre los animales, a quienes ha salvado.

También en esta versión Dios se compromete a no mandar más un diluvio. Pero la señal de su protección ahora no es el ciclo normal de las estaciones (como en el Yahvista), sino el arcoíris que aparece en el cielo (Gn 9,12). Significa que Dios ha cambiado el arco que empleaba en el Antiguo Testamento para castigar (Lam 2,4; Sal 18,14; Job 20,23) por el arco de la paz y la esperanza.

Todas las inspiraciones valen

La historia del diluvio universal, contada en el Génesis, es una mezcla de dos narraciones combinadas. La del autor Yahvista, más personal, espontánea, natural, y la del autor Sacerdotal, más institucionalizada, estructurada, formal. La primera, más laica. La segunda, más clerical. La primera, tendente a valorizar más lo humano. La segunda, acentuando más lo divino. Y el redactor final no tuvo dificultad en ensamblar ambos relatos, aparentemente tan contrastantes, para formar con ellos uno solo. De un modo magistral, se valió de dos inspiraciones diversas para dar vida a una de las historias más fascinantes y maravillosas de todos los tiempos.

Hoy entre los cristianos siguen existiendo estas dos tendencias, una más espontánea y humana, otra más estructurada y sacral. Las dos son valiosas, las dos son importantes, y las dos se necesitan. En la catequesis, en las parroquias, en los movimientos eclesiales, estas dos inspiraciones surgen permanentemente. A veces se enfrentan entre ellas, compiten y rivalizan, tratando de ahogar la una a la otra, o de imponerse una sobre la otra. Pero las dos son provechosas.

Sería espléndido aprender del viejo cronista bíblico, quien, en vez de fijarse en los detalles que diferenciaban cada postura, supo hallar lo mejor de ellas para unirlas y formar una historia en la que no se excluía a nadie, no se eliminaba lo diferente, ni se imponía una sola postura. Solo por esa enseñanza, el relato del diluvio merece figurar en la Biblia tal como está.

P. Grelot, Hombre, ¿quién eres?, Cuadernos bíblicos n.º 5, Editorial Verbo Divino, Estella 1987.

2

¿Cuántas fueron las plagas de Egipto?

¡Ahí viene la plaga!

Tiempo atrás, un periodista egipcio solicitó al gobierno de El Cairo que demandara al Estado de Israel por los daños y perjuicios que las diez plagas, provocadas por Moisés, habían causado en Egipto. Aparte de que difícilmente se encuentre un tribunal dispuesto a juzgar un suceso fechado hace más de tres mil años, y de que las plagas no fueron provocadas por Moisés sino por Dios (a quien correspondería demandar), los estudiosos hoy se preguntan si de verdad ocurrieron.

Según el libro del Éxodo, cuando los israelitas estaban esclavos en Egipto, se desencadenaron sobre el país diez plagas. Estas fueron: 1) el agua del Nilo convertida en sangre; 2) la invasión de ranas; 3) el ataque de mosquitos; 4) la irrupción de tábanos; 5) la muerte del ganado; 6) las úlceras en hombres y animales; 7) la caída de granizo que destruyó los cultivos; 8) la plaga de langostas que atacó la vegetación; 9) las tinieblas que oscurecieron el sol; 10) la muerte del primogénito de cada familia egipcia (Ex 7–11).

Las catástrofes terminaron doblegando al faraón, que finalmente permitió salir a los hebreos.

Hasta la primera mitad del siglo XX, este episodio era considerado un hecho histórico. Algunos lo explicaban diciendo que había sido una intervención milagrosa de Dios; otros, que fueron cataclismos naturales frecuentes en Egipto; incluso de vez en cuando en la televisión pueden verse documentales que pretenden explicarlas a la luz de la ciencia moderna. Hoy, sin embargo, la lectura cuidadosa del texto nos muestra una serie de incoherencias que llevan a dudar de su veracidad.

Cuando la sangre llega al río

En primer lugar, llama la atención cómo los detalles de las plagas se van ampliando a medida que avanza la narración bíblica.

Un ejemplo lo tenemos en su número. ¿Cuántas fueron? Al comienzo del libro del Éxodo, Dios envía a Moisés a hablar con el faraón, y le dice que las plagas serán dos: el agua convertida en sangre y la muerte de los primogénitos (Ex 4,9.23). En un texto posterior, el Salmo 78, se dice que fueron siete (vv. 44-55). El Salmo 105 ya las eleva a ocho (vv. 28-36). Y en la narración final del Éxodo terminan siendo diez (Ex 7–11). ¿Cuántas fueron entonces?

Otro ejemplo de esta ampliación lo hallamos en la primera plaga. Al comienzo del relato se dice que solo el agua que Moisés saque del río y derrame en el suelo se convertirá en sangre (Ex 4,9). Más adelante es el Nilo entero el que se convierte en sangre (Ex 7,17). Finalmente, se afirma que «todas las aguas de Egipto, sus canales, sus ríos, sus lagunas y todos sus depósitos de agua, hasta la de las vasijas de madera y de piedra» se convirtieron en sangre (Ex 7,19). Para colmo los magos egipcios, para mostrar su poder, hicieron lo mismo que Moisés (Ex 7,22). ¿De dónde sacaron más agua?

Un tercer ejemplo lo vemos en lo que se propone Yahvé con las plagas. Con la primera, quiere que el faraón reconozca al Dios de los hebreos (Ex 7,17). En la segunda la exigencia es mayor: que reconozca que Yahvé es más poderoso que todos los dioses del país de Egipto (Ex 8,6), lo cual es mucho pedir para un faraón egipcio. Al final, pretende que reconozca a Yahvé como el Dios más poderoso de toda la tierra (Ex 9,14). Entonces, ¿qué esperaba Dios del faraón?

El rey piadoso

En segundo lugar, llama la atención la cantidad de datos históricamente improbables.

Por ejemplo, varias veces se dice que, mientras el faraón se paseaba por la orilla del Nilo con sus guardias, se le acercó Moisés para advertirle de las plagas (Ex 7,15; 8,16; 9,13). Este faraón no era el que había conocido a Moisés desde niño, sino su sucesor (Ex 2,23). ¿Cómo permitieron los guardias que ese desconocido, representante sindical de una raza detestable de trabajadores, se le acercara para amenazarlo? ¿No era el faraón el dios de Egipto al que solo tenían acceso unos pocos funcionarios?

También leemos que, luego de la segunda plaga, el faraón pide a Aarón y a Moisés que recen por él a Yahvé (Ex 8,4), algo ciertamente inverosímil; si el faraón hubiera renunciado a creer que él era Dios se habría trastornado todo el sistema de gobierno egipcio, centrado en la divinidad de su gobernante.

Es igualmente improbable la seguidilla de conversiones que se producen a continuación: en la tercera plaga los magos egipcios reconocen el poder de Yahvé (Ex 8,15); en la séptima plaga el pueblo entero se convierte a Yahvé (Ex 9,20); en la octava plaga hasta los funcionarios egipcios aceptan a Yahvé y suplican al faraón que deje salir a los israelitas (Ex 10,7); y al final, el faraón mismo le pide humildemente perdón a Moisés (Ex 10,16-17).

Las tres muertes del ganado

En tercer lugar, llaman la atención las incoherencias internas del relato. Por ejemplo, en la quinta plaga se afirma que todo el ganado murió de peste (Ex 9,6). En la sexta plaga el ganado vuelve a morir, esta vez de úlcera (Ex 9,10). Y en la séptima muere nuevamente debido al granizo (Ex 9,19).

También la quinta plaga mata todos los caballos de Egipto (Ex 9,3). Pero cuando los hebreos huyen del país, el faraón y su ejército los persiguen... ¡a caballo! (Ex 14,9).

Lo mismo ocurre en la novena plaga. El faraón, harto de los desastres, llama a Moisés y le dice: «Apártate de mi vista; nunca más vuelvas a verme, porque el día que te presentes otra vez ante mí morirás». Moisés le contesta: «No volveré a verte nunca más» (Ex 10,28-29). Pero a continuación Moisés se presenta de nuevo ante el faraón y se da el lujo de amenazarlo con otra terrible plaga: la muerte de los primogénitos (Ex 11,4-8).

¿Cómo explicar estas anomalías? Los estudiosos han encontrado la solución afirmando que el relato de las plagas es un combinado de tres narraciones compuestas en épocas diversas, las cuales a su vez se remontan a una tradición oral.

Tratemos de desarrollar esta hipótesis.

Agrandando la memoria

Probablemente todo habría empezado con los recuerdos de un pequeño grupo de hebreos, que por alguna razón habían estado cautivos en Egipto y pudieron escapar gracias a alguna epidemia, causada quizás por la contaminación de las aguas del Nilo. La peste se abatió sobre las familias locales y sus niños, mientras que los hebreos se salvaron porque habitaban en una región diferente, llamada Goshén (mencionada en Ex 8,18). La confusión y el pánico provocados habrían sido los que les permitieron escapar hacia el desierto y alcanzar la ansiada liberación.

Estos recuerdos hicieron surgir una primera tradición que atribuía aquella salida al auxilio divino. En ella se incluía dos plagas, relacionadas con el suceso: la contaminación del agua y la muerte de los primogénitos. Son las dos plagas que aparecen mencionadas en el libro del Éxodo como si fueran únicas (Ex 4,9.23).

Años más tarde, aquella liberación se fue extendiendo a grupos más grandes, de manera que con el tiempo terminó atribuyéndose a todo el pueblo de Israel. Se pensó que todos los israelitas habían estado cautivos en Egipto, que todos habían sufrido la opresión, y que todos habían logrado escapar milagrosamente del poder del faraón.

Entonces el relato del éxodo se volvió central en la historia de Israel. ¿Por qué? Primero, porque por primera vez los hebreos aparecían unidos y actuando como un solo pueblo; era su origen como nación. Segundo, porque allí el Dios de Israel se mostraba más poderoso que los dioses egipcios. Y tercero, porque revelaba que el Dios hebreo quería a su pueblo libre de toda opresión extranjera.

Estas características llevaron a los hebreos a convertir aquella supuesta salida en la gesta fundacional de su historia, e hicieron que aquel supuesto éxodo nacional cobrara enorme importancia.

Por un bastón milagroso

Con el tiempo, la leyenda de la milagrosa liberación de Egipto se puso por escrito en el reino del Norte, cuya capital era Samaria. Algunos exegetas suelen darle a esta versión el nombre de «Elohísta». Probablemente fue aquí donde se incorporó, como parte del éxodo, la figura conductora de Moisés, que en un principio no figuraba.

Ahora bien, en el reino del Norte los profetas gozaban de enorme prestigio y autoridad moral. Más que al rey o al sacerdote, era al profeta a quien la gente consideraba representante de Dios. Uno de ellos, llamado Eliseo, era famoso porque con su bastón obraba milagros (2 Re 4,29-31). Eso debió de haber influido en el relato del éxodo, ya que muestra a Moisés provocando las plagas no directamente, sino con un bastón.

Al parecer aquella versión escrita contenía solo cinco plagas, precisamente las que aparecen causadas con el bastón de Moisés. Son las que actualmente figuran como primera (el agua convertida en sangre: Ex 7,17), séptima (el granizo: Ex 9,22-23), octava (las langostas: Ex 10,12-13), novena (las tinieblas: Ex 10,21-22) y décima (la muerte de los primogénitos). Es cierto que esta última no menciona el bastón de Moisés; posiblemente porque, al ser la plaga más importante, el redactor final quiso mostrar a Yahvé provocándola en persona, y por eso eliminó el detalle del bastón de Moisés. Pero sabemos que pertenece a la versión Elohísta por el vocabulario y las características teológicas que contiene.

Para llegar a lo perfecto

Tiempo después en el reino del Sur, cuya capital era Jerusalén, se escribió una nueva versión del éxodo. Su autor es llamado el «Yahvista» por los estudiosos. Si bien este se basó en el relato Elohísta, le añadió dos plagas más, posiblemente para elevar su número a siete, la cifra simbólica de la perfección. Estas son las que hoy figuran como primera (el agua en sangre), segunda (las ranas), cuarta (los tábanos), quinta (muerte del ganado), séptima (el granizo), octava (las langostas) y décima (la muerte de los primogénitos).

Esta versión de siete plagas debió de ser sumamente popular, y seguramente circuló durante algún tiempo entre los israelitas, porque el Salmo 78, al hablar del éxodo, menciona esas siete plagas.

Luchando contra los magos

Hacia el siglo VI a.C., en los círculos sacerdotales judíos surgió un tercer relato del éxodo, llamado el relato «Sacerdotal». Como los sacerdotes judíos tenían preferencia por la figura de Aarón, el hermano sacerdote de Moisés, y no por Moisés, en esta versión era Aarón quien generaba las plagas y no Moisés. Además, Aarón no aparecía enfrentándose al faraón, como en las otras versiones, sino a los magos egipcios, que eran los sacerdotes de la época. La tradición Sacerdotal pretendía, así, describir estos sucesos como un enfrentamiento entre sacerdotes.

Esta versión contenía cinco plagas, igual que el relato Elohísta, aunque no coincidían totalmente. Son las cinco que aparecen provocadas por Aarón y no por Moisés (Ex 7,19-20; 8,1-2; 8,12-13), y en las que Aarón se enfrenta a los magos y no al faraón (Ex 7,22; 8,3; 8,14; 9,11). Concretamente: la primera (el agua en sangre), la segunda (las ranas), la tercera (los mosquitos), la sexta (las úlceras) y la décima (la muerte de los primogénitos).

Finalmente, hacia el año 400 a.C. un redactor decidió reunir las tres antiguas tradiciones en una sola, tratando de conservar la mayor cantidad de datos posibles de cada una. Compuso así una nueva narración, mucho más amplia. Las plagas, que en los primitivos relatos eran entre cinco y siete, ahora pasaron a ser diez.

A pesar del esfuerzo que puso, este redactor no pudo evitar que a su texto se le filtraran algunas contradicciones y discrepancias, como las que vimos del número de plagas (primero dos y después diez), de los lugares donde el agua se convierte en sangre, o de las exigencias que Dios le impuso al faraón.

Por cambiar el orden

El redactor final, al reunir los tres relatos en uno, cambió además el orden que las plagas tenían en sus respectivas versiones, lo cual produjo las incoherencias que antes señalamos.

En efecto, según el Salmo 78 (vv. 47-48) el antiguo orden de las plagas era: primero el granizo (séptima plaga) y después la peste (quinta plaga). El relato así tenía sentido, porque como durante el granizo no moría todo el ganado (Ex 9,20), dejaba un resto para que muriera de peste. Pero el redactor final no solo cambió ese orden, sino que, además, entre una y otra plaga agregó la de la úlcera, en la que también moría todo el ganado, dando como resultado final la narración incoherente que tenemos actualmente.