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Corte de amor, que en ocasiones también lleva el título irónico "Florilegio de honestas y dobles damas" es una colección de novelas cortas de Ramón María del Valle Inclán. Todas ellas tratan sobre el amor adúltero desde un tono desprejuiciado y prácticamente amoral, de final abierto, aunque encierran en sí una muestra de la literatura galante que caracterizó al autor en su primera época, con un estilo cercano a la prosa poética sin renunciar a la ironía y la sátira. Eulalia es la segunda de ellas.
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Seitenzahl: 27
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Ramón María del Valle-Inclán
Saga
Eulalia (Corte de amor II)
Copyright © 1903, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726485653
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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[83] LARGA hilera de álamos asomaba por encima de la verja su follaje que plateaba al sol. Allá en el fondo, albeaba un palacete moderno con persianas verdes y balcones cubiertos de enredaderas. Las puertas, áticas y blancas, también tenían florido y rumoroso toldo: Daban sobre la carretera y sobre el río. Cuando Eulalia apareció en lo alto de la escalinata, sus hijas, tras los cristales del mirador, [84] le mandaban besos. La dama levantó sonriente la cabeza y las saludó con la mano. Después permaneció un momento indecisa: Estaba muy bella, con una sombra de vaga tristeza en los ojos. Suspirando, abrió la sombrilla y bajó al jardín: Alejóse por un sendero entre rosales, enarenado y ondulante. El aya entonces retiró a las niñas. Eulalia salió al campo. Su sombrilla pequeña, blanca y gentil, tan pronto aparecía entre los maizales como tornaba a ocultarse, y ligera y juguetona, volteaba sobre el hombro de Eulalia, clareando entre los maizales como una flor cortesana. A cada movimiento la orla de encajes mecíase y acariciaba aquella cabeza rubia que permanecía indecisa entre sombra y luz. Eulalia, dando un largo rodeo, llegó al embarcadero del río. Tuvo [85] que cruzar alegres veredas y umbrías trochas, donde a cada momento se asustaba del ruido que hacían los lagartos al esconderse entre los zarzales, y de los perros que asomaban sobre las bardas, y de los rapaces pedigüeños, que pasaban desgreñados, lastimeros, con los labios negros de moras. Eulalia, desde la ribera, llamó:
-¡Barquero...! ¡Barquero...! Un viejo se alzó del fondo de la junquera donde adormecía al sol. Miró hacia el camino, y cuando reconoció a la dama comenzó a rezongar:
-Quedéme en seco... Apenas lleva agua el río... De haberlo sabido...
Arremangóse hasta la rodilla, y empujó la barca medio oculta entre los juncales. Eulalia interrogó con afán:
[86] -¿Hay agua?
El viejo se detuvo. Con el rostro luciente de sudor, cobró aliento:
-Paréceme que habrá.
Restregóse las manos y empujó de nuevo la barca, que resbaló hasta la orilla y quedó meciéndose. Saltó a bordo y previno los remos:
-Ya puede embarcar, mi señora.
Eulalia alzóse levemente la falda y quedó un momento indecisa, como queriendo penetrar con los ojos la profundidad del río. Una onda lamió sus pies enterrados en la arena de la ribera. El barquero atracó hincando un remo:
-No tenga miedo de mojarse, mi señora. El agua del río no hace mal.
Eulalia, trémula y sonriente, le alargó una [87] mano y saltó a bordo. Sentíase mojada, y aquello le traía el recuerdo de infantiles alegrías llenas de juegos y de risas. Suspirando por el tiempo pasado, sentóse a proa, enfrente del barquero:
-¡Oh...! ¡Qué paisaje tan encantador!