Europa - Tim Flannery - E-Book

Europa E-Book

Tim Flannery

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Beschreibung

La dramática historia de la vida y la evolución en un continente que sigue ejerciendo enorme influencia en el resto del planeta. Tim Flannery narra la historia de la vida en Europa utilizando la misma combinación de prosa elegante y solvencia científica que le ha otorgado el reconocimiento de cientos de miles de lectores en el mundo. La historia de Europa empezó hace cien millones de años, con la formación de un archipiélago que más tarde se convertiría en continente. A lo largo de este libro, veremos desaparecer a unas especies, mientras que otras superarán el impacto del asteroide que eliminó a los dinosaurios. Nuestra propia especie entrará en escena, y con ella el efecto que hemos tenido en flora y fauna. Más tarde, veremos los avances en edición genética que persiguen recrear algunas de las criaturas perdidas del continente.

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EUROPA

TIM FLANNERY

con Luigi Boitani

EUROPA

UNA HISTORIA NATURAL

BIBLIOTECA NUEVA

Título original: Europe. A Natural History. Publicado por primera vez por The Text Publishing Co. Australia, 2018.

Edición publicada con autorización de The Text Publishing Company, Australia

Cubierta: Malpaso Holdings, S. L. U.

© Tim Flannery, 2018

© Traducción: Luis Carlos Fuentes Ávila

© Corrección: Andrés Daniel Lévy Lazcano

Mapas de Simon Barnard

© Biblioteca Nueva, 2019

© Malpaso Holdings, S. L.

C/ Diputació, 327, principal 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-18236-20-4

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

 

Para Colin Groves y Ken Aplin,

colegas de toda la vida y héroes

de la zoología.

Índice

CUBIERTA

INTRODUCCIÓN

EL ARCHIPIÉLAGO TROPICAL

Hace 100-34 millones de años

1. DESTINO EUROPA

2. EL PRIMER EXPLORADOR DE HATEG

3. LA DECADENCIA DE LOS DINOSAURIOS

4. LAS ISLAS QUE UNEN EL MUNDO

5. EL ORIGEN DE LOS ANTIGUOS EUROPEOS

6. EL SAPO PARTERO

7. LA GRAN CATÁSTROFE

8. UN MUNDO POSTAPOCALÍPTICO

9. NUEVO AMANECER, NUEVAS INVASIONES

10. MESSEL, UNA VENTANA AL PASADO

11. EL GRAN ARRECIFE DE CORAL EUROPEO

12. HISTORIAS DE LAS CLOACAS DE PARÍS

CONVIRTIÉNDOSE EN CONTINENTE

Hace 34-2,6 millones de años

13. LA GRANDE COUPURE

14. GATOS, AVES Y OLMS

15. EL MARAVILLOSO MIOCENO

16. UN BESTIARIO DEL MIOCENO

17. LOS EXTRAORDINARIOS SIMIOS DE EUROPA

18. LOS PRIMEROS SIMIOS ERGUIDOS

19. LAGOS E ISLAS

20. LA CRISIS SALINA DEL MESSINIENSE

21. EL PLIOCENO: TIEMPO DE LAOCOONTE

LAS EDADES DE HIELO

Hace 2,6 millones-38 000 años

22. EL PLEISTOCENO: LA ENTRADA AL MUNDO MODERNO

23. HÍBRIDOS: EUROPA, LA MADRE DEL MÉTISSAGE

24. EL REGRESO DE LOS SIMIOS ERGUIDOS

25. LOS NEANDERTALES

26. BASTARDOS

27. LA REVOLUCIÓN CULTURAL

28. LOS ELEFANTES SE AGRUPAN

29. OTROS GIGANTES EUROPEOS

30. BESTIAS DE HIELO

31. LO QUE LOS ANCESTROS DIBUJARON

LA EUROPA HUMANA

Hace 38 000 años-El futuro

32. LA BALANZA SE INCLINA

33. LOS PRIMEROS ANIMALES DOMÉSTICOS

34. DEL CABALLO AL FRACASO DE LOS ROMANOS

35. VACIANDO LAS ISLAS

36. LAS ISLAS VACÍAS

37. SUPERVIVIENTES

38. LA EXPANSIÓN GLOBAL DE EUROPA

39. NUEVOS EUROPEOS

40. ANIMALES DEL IMPERIO

41. EL REPOBLAMIENTO DE LOBOS EN EUROPA

42. LA SILENCIOSA PRIMAVERA DE EUROPA

43. LA RESILVESTRACIÓN

44. RECREANDO GIGANTES

CONCLUSIÓN

AGRADECIMIENTOS

NOTAS FINALES

TABLA DE TIEMPO GEOLÓGICO

ÉPOCA

DEPÓSITOS FÓSILES IMPORTANTES

ANTIGÜEDAD

Holoceno

11 754 años

Pleistoceno

2,6 millones de años

Plioceno

Dmanisi

5,3 millones de años

Mioceno

Huellas de Creta

Mina de hierro de Hungría

23 millones de años

Oligoceno

34 millones de años

Eoceno

Messel

Monte Bolca

56 millones de años

Paleoceno

Hainin

66 millones de años

Período Cretácico

Hateg

 

 

INTRODUCCIÓN

La historia natural abarca tanto el medio natural como el humano. Busca contestar tres grandes preguntas: ¿cómo se formó Europa?, ¿cómo se descubrió su extraordinaria historia? ¿y por qué llegó a ser tan importante en el mundo? Para aquellos que como yo buscan respuestas, es una suerte que Europa cuente con tal abundancia de huesos —enterrados, capa sobre capa, en rocas y sedimentos que se extienden hasta el origen de los animales vertebrados—. Los europeos han dejado asimismo un tesoro excepcionalmente rico de observaciones de la historia natural: desde los trabajos de Heródoto y Plinio hasta los de los naturalistas ingleses Robert Plot y Gilbert White. Europa es también el lugar donde se inició la investigación del pasado más lejano. El primer mapa geológico, los primeros estudios paleobiológicos y las primeras reconstrucciones de dinosaurios fueron hechas en Europa. A lo largo de los últimos años, una revolución en la investigación, conducida por nuevos y poderosos estudios de ADN, junto con asombrosos descubrimientos en paleontología, ha permitido una profunda reinterpretación del pasado del continente.

Esta historia comienza hace unos cien millones de años, en el momento de la concepción de Europa —el momento en que evolucionaron los primeros organismos característicamente europeos—. La corteza terrestre está compuesta de placas tectónicas que se mueven lenta e imperceptiblemente a lo largo del globo y sobre las cuales cabalgan los continentes. La mayoría de los continentes se originaron con la división de los antiguos supercontinentes. Pero Europa comenzó siendo un archipiélago de islas y su concepción involucró la interacción geológica de tres «padres» continentales: Asia, Norteamérica y África. Juntos, estos continentes comprenden alrededor de dos terceras partes de la masa de la Tierra, y puesto que Europa ha sido un puente entre esas masas terrestres, ha funcionado como el lugar de intercambio más significativo en la historia de nuestro planeta.1

Europa es un lugar donde la evolución se sucede rápidamente, un lugar a la vanguardia del cambio global. Ahora bien, incluso en plena era de los dinosaurios, Europa tenía características especiales que modelaban la evolución de sus habitantes. Algunas de esas características siguen ejerciendo su influencia en la actualidad. De hecho, algunos de los dilemas humanos contemporáneos de Europa son resultado de dichas características.

Definir Europa es una tarea arriesgada. Su diversidad, historia evolutiva y fronteras cambiantes la convierten en un lugar casi proteico. Aun así, paradójicamente, es reconocible de inmediato; con sus característicos paisajes humanos, sus bosques, que alguna vez fueron grandiosos, sus costas mediterráneas y sus panoramas alpinos —todos reconocemos Europa cuando la vemos—. Y los mismos europeos, con sus castillos, sus pueblos y su inconfundible música, son instantáneamente identificables. Más aún, es importante reconocer que los europeos comparten una época dorada de gran influencia: los antiguos mundos de Grecia y Roma. Incluso los europeos cuyos antepasados nunca fueron parte de ese mundo clásico lo reclaman como propio, buscando en él conocimiento e inspiración.

Entonces ¿qué es Europa y qué significa ser europeo? La Europa contemporánea no es un continente en un sentido puramente geográfico.2 Más bien, es un apéndice, una península rodeada de islas que se proyecta hacia el Atlántico desde la parte occidental de Eurasia. En una historia natural, la mejor manera de definir Europa la encontramos en la historia de sus rocas. Concebida de este modo, Europa se extiende desde Irlanda, en el oeste, hasta el Cáucaso, en el este, y desde Svalbard, en el norte, hasta Gibraltar y Siria, en el sur.3 Así definida, Turquía sería parte de Europa, mas no Israel: las rocas de Turquía comparten una historia común con el resto de Europa, mientras que las rocas de Israel se originaron en África.

Yo no soy europeo, al menos en un sentido político. Nací en las antípodas —el opuesto de Europa—, como los europeos llamaron alguna vez a Australia. Pero físicamente soy tan europeo como la reina de Inglaterra (quien, por cierto, es étnicamente alemana). La historia de las guerras y los monarcas europeos se me repitió hasta la saciedad cuando era niño. En cambio, no me enseñaron casi nada sobre los árboles y los paisajes australianos. Quizá esta contradicción disparó mi curiosidad. Sea como sea, mi búsqueda de Europa comenzó hace mucho, antes siquiera de haber pisado suelo europeo.

Cuando viajé por primera vez a Europa como estudiante en 1983 estaba emocionado y seguro de que me dirigía al centro del mundo. No obstante, conforme nos acercábamos a Heathrow, el piloto del jet de British Airways hizo un anuncio que jamás olvidaría: «Nos aproximamos a una isla más bien pequeña y neblinosa del mar del Norte». Nunca en mi vida había pensado en Gran Bretaña de ese modo. Cuando aterrizamos quedé sorprendido por la agradable calidad del aire. Incluso el aroma de la brisa parecía reconfortante, con ese fuerte olor a eucalipto, del cual ni siquiera fui consciente hasta que desapareció. Y el sol. ¿Dónde estaba el sol? Por su fuerza y penetración, se parecía más a una luna austral que a la ardiente esfera que abrasaba mi país de origen.

La naturaleza europea me tenía reservadas más sorpresas. Quedé maravillado ante el prodigioso tamaño de sus palomas y la abundancia de venados en las márgenes de la Inglaterra urbana. La vegetación era tan verde y agradable en aquel aire húmedo y suave que su tono brillante parecía irreal. Había muy pocas espinas y varas ásperas, a diferencia de los polvorientos y rasposos matorrales de mi tierra. Al cabo de unos días de mirar esos cielos neblinosos y esos horizontes de suaves bordes, comencé a sentir que estaba envuelto en algodón.

Realicé esa primera visita para estudiar la colección del Museo de Historia Natural de Londres. Poco tiempo después me volví curador de mamíferos en el Museo Australiano de Sídney, donde debía convertirme en experto en mastozoología mundial. Así que cuando Redmond O’Hanlon, el editor de historia natural del Times Literary Supplement, me pidió reseñar un libro sobre los mamíferos en el Reino Unido, acepté el reto de mala gana. El trabajo me dejó perplejo porque no encontré mención alguna a dos especies —vacas y humanos— que tenían un largo pedigrí en el Reino Unido.

Después de recibir mi reseña, Redmon me invitó a visitarlo en su casa en Oxfordshire. Temí que aquello fuera una manera amable de decirme que mi trabajo no estaba a la altura. En lugar de eso recibí una cálida bienvenida y conversamos animadamente sobre historia natural. Bien entrada la noche, después de una suntuosa cena acompañada por varias copas de Bordeaux, me pidió, misteriosamente, que lo acompañara al jardín, donde señaló hacia un estanque. Nos aproximamos al borde mientras Redmond me ordenaba silencio con una seña. Entonces me entregó una linterna, y entre las elodeas, descubrí una figura pálida.

¡Un tritón! Era la primera vez que veía uno. Como Redmond bien sabía, en Australia no hay anfibios con cola. Estaba tan impresionado como la maravillosa creación de P. G. Wodehouse de las novelas de Jeeves, el Cara de Pescado Gussie Fink-Nottle, quien «se sumergió en el campo y se entregó por completo al estudio de los tritones, manteniendo a esos pequeños amiguitos en un tanque de vidrio donde observaba sus hábitos con ojo diligente».[A] Los tritones son criaturas tan primitivas que observarlas es como asomarse en el tiempo.

Desde el momento en que vi mi primer tritón hasta el hallazgo del origen de los europeos, mi camino de treinta años de investigación sobre la historia natural de Europa ha estado lleno de descubrimientos. Quizá lo que más me asombró, como habitante de la tierra del ornitorrinco, es que en Europa hay criaturas igual de antiguas y primitivas que, a pesar de ser familiares, son poco apreciadas. Otro descubrimiento que me sorprendió fue la cantidad de ecosistemas y especies de importancia global que se crearon en Europa, pero que desaparecieron del continente hace mucho. ¿Quién habría pensado, por ejemplo, que los antiguos mares de Europa jugaron un papel tan importante en la evolución de los modernos arrecifes de coral? ¿O que nuestros primeros ancestros erguidos se desarrollaron en Europa, y no en África? ¿Y quién habría imaginado que mucha de la megafauna europea de la Edad de Hielo sobrevive escondida, como los duendes y las hadas del folclore, en remotos bosques y planicies encantadas, o como genes perpetuamente dormidos en el permafrost?

Mucho de lo que dio forma a nuestro mundo moderno se originó en Europa: los griegos y los romanos, la Ilustración, la Revolución Industrial y los imperios, que para el siglo XIX,se habían repartido el planeta. Y Europa sigue liderando el mundo en tantos aspectos: desde la transición demográfica y la creación de nuevas formas políticas hasta la revigorización de la naturaleza. ¿Quién sabía que Europa, con su población de casi 750 millones de personas, alberga más lobos de los que existen en Estados Unidos, Alaska incluida?

Y quizá, más sorprendente aún, es que algunas de las especies más características del continente, incluyendo los grandes mamíferos salvajes, son híbridas. Para aquellos acostumbrados a pensar en términos de «pura sangre» o «mestizo», los híbridos suelen ser vistos como errores de la naturaleza, como amenazas para la pureza genética. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que la hibridación es vital para el éxito evolutivo. Desde los elefantes hasta las cebollas, la hibridación ha permitido el intercambio de genes beneficiosos que habilitan a los organismos para sobrevivir en nuevos y desafiantes entornos.

Algunos híbridos poseen fuerzas y capacidades nunca vistas en sus padres. Incluso, algunas especies bastardas (como a veces se denomina a los híbridos), han sobrevivido por mucho tiempo después de que se extinguieran las especies que los engendraron. Los europeos mismos son híbridos. Se crearon hace aproximadamente 38000 años, cuando los humanos de piel oscura de África, comenzaron a mezclarse con los neandertales de piel blanca y ojos azules. Casi al instante en que esos primeros híbridos aparecen, surge en Europa una cultura dinámica cuyos logros incluyen la creación del primer arte pictórico y las primeras figurillas humanas, los primeros instrumentos musicales y la primera domesticación de animales. Los primeros europeos, al parecer, eran unos bastardos muy especiales. Pero, mucho antes de eso, la biodiversidad europea habría sido destruida y reconstruida tres veces, mientras las fuerzas celeste y tectónica daban forma a la tierra.

Embarquémonos en un viaje para descubrir la naturaleza de este lugar que tanta influencia ha tenido en el mundo. Para ello necesitaremos de varios inventos europeos: el descubrimiento de James Hutton del tiempo profundo, los principios fundacionales de la geología de Charles Lyell, la elucidación de Charles Darwin del proceso evolutivo y la gran innovación imaginativa de H. G. Wells, la máquina del tiempo. Prepárese para retroceder en el tiempo a ese momento en que Europa desarrolló su primer destello de distinción.

Notas

1El tamaño, la forma y la localización de estas masas de tierra han cambiado a lo largo del tiempo. África tenía conexiones con Gondwana hace unos cien millones de años. Norteamérica se ha alejado de Europa a lo largo de los últimos treinta millones de años. Los tres millones de kilómetros cuadrados de la India no fueron parte del continente asiático hasta hace unos cincuenta millones de años. En algunas épocas, la subida del nivel del mar ha reducido el área de todas las masas de tierra del planeta, mientras que en otras el agrietamiento ha expandido y fragmentado los distintos territorios (como cuando la península arábica se separó de África).

2En un sentido geológico es parte de la placa euroasiática.

3Incluso esta definición no es del todo precisa, pues grandes partes de Europa al sur de los Alpes incluyen fragmentos de África y de la placa oceánica que se han incorporado a la masa de tierra de Europa.

EL ARCHIPIÉLAGO TROPICAL

(Hace 100-34 millones de años)

 

 

I

DESTINO EUROPA

Al pilotar una máquina del tiempo debemos programar dos coordenadas: tiempo y espacio. Algunas partes de Europa son inimaginablemente antiguas, así que hay muchas opciones. Las rocas que yacen debajo de los países bálticos son unas de las más antiguas de la Tierra, pues datan de hace más de 3000 millones de años. En aquel entonces, la vida consistía en organismos unicelulares simples y la atmósfera no contenía oxígeno libre. Si nos adelantamos 2500 millones de años, ya estamos en un mundo con vida compleja, aunque la superficie de la Tierra sigue siendo estéril. Hace aproximadamente 300 millones de años, la Tierra ya había sido colonizada por plantas y animales, pero ninguno de los continentes se había separado de la gran masa terrestre conocida como Pangea. Incluso después de que la Pangea se partiera en dos para formar Gondwana, el supercontinente del sur, y Eurasia, su contraparte del norte, Europa no se había convertido aún en una entidad definida. De hecho, no es sino hasta hace unos cien millones de años, durante la última fase de la era de los dinosaurios (el período Cretácico), cuando una región zoogeográfica europea comienza a surgir.

Hace cien millones de años, los niveles del mar eran mucho más altos que los de la actualidad, y un gran canal marítimo llamado Tetis (que se formó cuando los supercontinentes de Eurasia y Gondwana se separaron) se extendía desde Europa hasta Australia. Un brazo del Tetis, conocido como el estrecho de Turgai, constituyó una importante barrera zoogeográfica entre Asia y Europa. El océano Atlántico, donde se encontraba, era muy angosto. Delimitando al norte había un puente de tierra que conectaba Norteamérica y Groenlandia con Europa. Conocido como el corredor De Geer, este puente terrestre pasaba cerca del Polo Norte, por lo que la oscuridad estacional y el frío limitaban las especies que podían cruzar. África delimitaba el Tetis al sur, y un mar poco profundo se extendía sobre gran parte de lo que hoy es el Sahara central. Las fuerzas geológicas que con el tiempo separarían a Arabia de la costa este de África y abrirían el Gran Valle del Rift (ensanchando de este modo el continente africano), aún no habían comenzado a trabajar.

El archipiélago europeo de hace cien millones de años estaba ubicado donde se encuentra Europa actualmente: al este de Groenlandia, oeste de Asia y centrado en una región entre los 30 y los 50 grados de latitud al norte del ecuador. El lugar obvio para aterrizar nuestra máquina del tiempo sería la isla de Bal (que en la actualidad forma parte de la región báltica). Por mucho, la isla más grande y más vieja del archipiélago europeo, Bal debe haber jugado un papel vital en el modelado de la fauna y la flora primigenias de Europa. Sin embargo, para nuestra frustración, ni un solo fósil de la última etapa de la era de los dinosaurios ha sido encontrado en toda la masa terrestre, así que todo lo que conocemos sobre la vida en Bal viene de unos pocos fragmentos de plantas y animales que fueron arrastrados hacia el mar y preservados en los sedimentos marinos que hoy afloran en Suecia y en el sur de Rusia. Sería inútil aterrizar nuestra máquina del tiempo en tan terrible vacío.[A]

Es importante saber, sin embargo, que los terribles vacíos son la norma en paleontología. Para explicar su profunda influencia debo presentarles a Signor-Lipps; no se trata de ningún italiano parlanchín,1 sino de un par de doctos profesores. Philip Signor y Jere Lipps unieron esfuerzos en 1982 para postular un importante principio en paleontología: «Puesto que el registro fósil de organismos nunca está completo, ni el primero ni el último organismo de un taxón dado serán registrados como fósiles».[B] Así como los antiguos cubrieron con un velo de recato el momento crítico en la historia de Europa y el toro, así, según nos informa Signor-Lipps, la geología ha velado el momento de la concepción zoogeográfica de Europa, no dejándonos otra opción que programar nuestra máquina del tiempo entre 86 y 65 millones de años atrás, cuando un despliegue excepcionalmente diverso de depósitos fósiles preserva la evidencia de una vigorosa niña Europa. Los depósitos formaron el archipiélago de Modac, al sur de Bal. Modac fue incorporado hace mucho tiempo a una región que abarca partes de casi una docena de países de Europa oriental; desde Macedonia en el oeste hasta Ucrania en el este. En tiempos de los romanos, este gran pedazo de tierra se encontraba entre las dos extensas provincias de Moesia y Dacia, de las cuales se deriva su nombre.

En el momento de nuestra llegada, grandes partes de Modac están siendo empujadas por encima de las olas del océano por los primeros movimientos de las fuerzas tectónicas y con el tiempo formarán los Alpes europeos, mientras que otras están resbalando hacia el mar. En medio de esta vorágine de actividad tectónica yace la isla de Hateg, un lugar rodeado de volcanes submarinos que intermitentemente rompen la superficie para regar cenizas sobre la tierra. Esto ha acontecido durante millones de años cuando tiene lugar nuestra visita y ha permitido que se desarrollen unas fauna y flora únicas. De unos 80 000 kilómetros cuadrados de área, más o menos el tamaño de la isla caribeña La Española, Hateg está aislada, a 27 grados al norte del ecuador y a 200 o 300 kilómetros de puro océano de su vecino más cercano, Bomas (el macizo de Bohemia). Hoy, Hateg es parte de Transilvania, en Rumanía, y los fósiles que se encuentran ahí son de los más abundantes y diversos de la última parte de la era de los dinosaurios en toda Europa.

Abramos la puerta de nuestra máquina del tiempo y descendamos a Hateg, tierra de dragones. Hemos llegado al final de un glorioso otoño. El sol brilla reconfortante, pero a esta latitud el cielo está bastante bajo. El aire es tibio como en el trópico y la blanca y fina arena de una brillante playa cruje bajo nuestros pies. La vegetación más próxima es una mezcla de pequeños arbustos en flor, pero más allá se yerguen arboledas de palmas y helechos, y sobre ellos, grandes ginkgos de dorado follaje, maduro y listo para caer con las primeras borrascas del apacible invierno que se aproxima.[C] También vemos señales, en forma de largos y erosionados valles originados en las cumbres lejanas, de que la lluvia es altamente estacional.

Sobre la seca cresta de una montaña, espiamos a gigantes del bosque que se asemejan a cedros del Líbano. Pertenecientes al hoy extinto género Cunninghamites, son en realidad un tipo de ciprés desaparecido hace tiempo. Mucho más cerca, una poza rodeada de helechos resplandece con nenúfares y árboles que guardan un sorprendente parecido con el célebre plátano de sombra (género Platanus). Nenúfares y plátanos son antiguos supervivientes, y Europa ha conservado una asombrosa cantidad de estos «dinosaurios vegetales».[D]

Nuestros ojos dejan la tierra y se mueven al cerúleo mar, cuya orilla está sembrada de lo que a primera vista parecen opalescentes llantas de camión, con sus neumáticos corrugados y todo. Brillan con una extraña belleza bajo el sol tropical. En el mar, en algún lugar lejano, una tormenta habrá matado un banco de amonites —criaturas parecidas a nautilos cuyas conchas pueden exceder un metro de diámetro—, y las olas, el viento y las corrientes han traído los caparazones a las playas de Hateg.

Mientras caminamos sobre la reluciente arena detectamos un hedor. Delante se ve un gran bulto cubierto de bálanos, encallado por la marea que ahora desciende. Es una bestia que no se parece a nada que esté vivo hoy en día: un plesiosaurio. Las cuatro poderosas aletas que alguna vez lo impulsaron yacen ahora planas e inmóviles sobre la arena. De su cuerpo parecido a un barril surge un cuello desmesuradamente largo, al final del cual una diminuta cabeza aún se mece entre las olas.

Tres gigantes con forma de vampiro y envueltos en mantos de cuero, altos como jirafas, surgen del bosque. De mirada maligna e inmensamente musculosos, los tres rodean el cadáver, que es decapitado sin ningún esfuerzo por el más grande de ellos con su pico de tres metros de largo. Los carroñeros forman un círculo, y a base de salvajes mordidas, terminan de consumir el cuerpo. Intimidados por el espectáculo, retrocedemos hasta la seguridad de nuestra máquina del tiempo.

Lo que hemos visto nos da una pista del extraño lugar que es Hateg. Las bestias que parecen vampiros son un tipo de pterosaurio gigante conocido como Hatzegopteryx. Ellos, y no algún dinosaurio lleno de dientes, fueron los depredadores más grandes de la isla. Si nos hubiéramos aventurado tierra adentro, podríamos haber encontrado a su presa habitual: una variedad de dinosaurios pigmeos. Hateg es un lugar doblemente extraño: extraño para nosotros porque data de una época en la que los dinosaurios reinaban sobre la Tierra; y extraño incluso para la era de los dinosaurios porque, al igual que el resto del archipiélago europeo, es una tierra aislada, con una ecología y una fauna totalmente inusuales.

 

Notas

1Lipps en inglés se pronuncia como lips, que significa «labios». (N. del T.)

 

 

 

3

LA DECADENCIA DE LOS DINOSAURIOS

Entre los huesos que Nopcsa recolectó en la propiedad familiar estaban los restos de un saurópodo, un pesado dinosaurio de largo cuello del tipo de los brontosaurios. Sin embargo, era diminuto en comparación con sus parientes, pues no superaba el tamaño de un caballo. Entre las especies más abundantes se encontraba el pequeño dinosaurio acorazado Struthiosaurus y el escuálido dinosaurio pico de pato Telmatosaurus, que solo medía cinco metros de largo y pesaba quinientos kilos. La isla de Hateg también fue hogar de un cocodrilo de tres metros de largo, hoy extinto, y desde luego de la hermosa y redonda tortuga de Bajazid.

Los dinosaurios de Nopcsa no solamente eran raquíticos, sino que también eran primitivos. Al describirlos, utilizaba términos como «empobrecido» y «degenerado».[A] A principios del siglo XX tal lenguaje era inusual. Otros científicos europeos clamaban que los fósiles de sus países eran los más grandes, los mejores o los más antiguos de su tipo (algunas veces, como en el caso del hombre de Piltdown, de manera fraudulenta). Por ejemplo, justo antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, un gigantesco esqueleto de saurópodo fue descubierto en las colonias alemanas de África oriental y fue montado en el Museo de Historia Natural de Berlín en donde, hasta la década de los sesenta, el viejo Klaus Zimmerman, un zoólogo del museo, se regocijaba en llevar a los visitantes norteamericanos para: «mostrrarrles que ellos no tienen uno más grrande».[B]

De hecho, durante la época de los imperios, no era raro denigrar una nación extranjera sugiriendo que sus criaturas eran pequeñas o primitivas. Cuando el conde de Buffon, el padre de la historia natural moderna, conoció a Thomas Jefferson en París en 1781, Buffon declaró que el venado y otras bestias americanas eran de escaso tamaño, miserables y degeneradas, al igual que los habitantes humanos de Norteamérica, de quienes escribió: «Los órganos reproductivos son pequeños y débiles. Él no tiene cabello, ni barba, ni pasión por las mujeres».[C] Jefferson estaba furioso. Más decidido que nunca a probar la superioridad de todo lo que era americano, mandó traer de Vermont una piel de alce y un par de astas de gran tamaño. Pero quedó ultrajado cuando le entregaron un cuerpo rancio, de cuya piel se desprendía el pelo, y un par de cuernos de un ejemplar pequeño.

Nopcsa parece haber estado libre de tan espurio nacionalismo. Trabajaba cuidadosamente en sus especímenes, intentando entender por qué eran más pequeños que los dinosaurios encontrados en otros lugares, y fue el primer científico que cortó secciones delgadas de huesos fosilizados, lo que reveló que los dinosaurios de Transilvania habían crecido muy lentamente. La ciencia de la zoogeografía estaba en pañales, pero ya era sabido que las islas podían actuar como refugios para criaturas de mucha edad y lento crecimiento, y que los recursos limitados significaban que las criaturas isleñas podían volverse más pequeñas con el paso de las generaciones. Entonces Nopcsa se dio cuenta de que los rasgos característicos de sus fósiles podían explicarse por un solo hecho: eran los restos de criaturas que habían vivido en una isla. A continuación, analizó todos los dinosaurios de Europa y encontró marcas de «empobrecimiento y degeneración» a lo largo de toda la zona. Sobre esa base argumentó que Europa había sido, en tiempos de los dinosaurios, un archipiélago de islas. Este profundo descubrimiento es la piedra fundacional sobre la que se construyen todos los estudios relativos a los fósiles europeos del final de la era de los dinosaurios. No obstante, Nopcsa fue ignorado. Su falta de chovinismo europeo, su abierta homosexualidad y su personalidad errática contribuyeron sin duda a sus dificultades para encontrar aceptación.

No todos los dinosaurios de Europa son pigmeos. Aquellos que vivieron durante el período Jurásico (antes de los dinosaurios de Nopcsa) podían crecer hasta volverse realmente grandes. Con todo, habitaban una Europa que era parte de un supercontinente. Los dinosaurios que llegaron a las islas europeas nadando por el mar podían también ser muy grandes, aunque su descendencia se iría haciendo cada vez más pequeña, a lo largo de miles de generaciones, conforme se adaptaba a su nuevo hogar isleño.

Un ejemplo espléndido de dinosaurio europeo de gran tamaño es el bípedo herbívoro Iguanodon bernissartensis. Treinta y ocho esqueletos articulados de esta pesada criatura, cada uno de 10 metros de largo, fueron encontrados a 322 metros de profundidad en una mina de carbón en Bélgica en 1878. Los huesos, organizados y montados por Louis Dollo (aquel con quien Nopcsa fanfarroneó sobre su primera publicación), fueron expuestos originalmente en la capilla de Saint George, del siglo XV, en Bruselas; un oratorio muy ornamentado que alguna vez perteneció al príncipe de Nassau. La exposición fue tan impresionante que cuando los alemanes ocuparon Bélgica durante la Primera Guerra Mundial, ellos mismos continuaron con las excavaciones en la mina de carbón, y estuvieron a punto de encontrar la capa de huesos cuando los Aliados retomaron Bernissart. Los trabajos se detuvieron y, aunque hubo otros esfuerzos para llegar a los fósiles, la mina se inundó en 1921, por lo que se perdió toda esperanza.

Con el desarrollo de nuevas técnicas, los paleontólogos han sido capaces de aprender mucho más de lo que jamás pudo aprender Nopcsa sobre la vida en Hateg. Uno de los avances más importantes fue la utilización de cedazos para recuperar los huesos de criaturas diminutas, incluyendo mamíferos primitivos. Es posible que algunos, como los Kogaionidae, pusieran huevos y saltasen como ranas. Los huesos de unos extraños anfibios conocidos como albanerpetónidos y de los ancestros de los sapos parteros, que se encuentran entre las criaturas más antiguas de Europa, han sido recuperados, al igual que los huesos de serpientes parecidas al pitón conocidas como Madtsoiidae, de cocodrilos terrestres con dientes serrados, de lagartijas sin piernas, de criaturas ancestrales parecidas al eslizón y de lagartos cola de látigo. Tanto las serpientes Madtsoiidae como los cocodrilos de dientes serrados, sobrevivieron en Australia hasta la llegada de los humanos al continente-isla. Este es un suceso habitual: la vieja Europa sobreviviendo hasta épocas recientes en Australasia.

En 2002, los investigadores anunciaron el descubrimiento del depredador más grande de Hateg, el Hatzegopteryx; las criaturas que observamos cuando descendimos de nuestra máquina del tiempo.[D] A diferencia de los dinosaurios, el Hatzegopteryx había respondido a las condiciones de la isla convirtiéndose en un gigante, quizá el pterodáctilo más grande que jamás haya existido. Conocemos a la criatura únicamente por una parte del cráneo, el hueso superior del ala (el húmero) y las vértebras del cuello, pero eso es suficiente para que los paleontólogos puedan estimar la envergadura de sus alas en diez metros y su cráneo en más de tres metros de largo. El Hatzegopteryx era lo suficientemente grande como para matar a un dinosaurio de Hateg, y su enorme pico con forma de daga sugiere que atrapaba a sus presas de forma muy parecida a como lo hacen las cigüeñas.[E] Si bien es posible que fuera capaz de volar, es casi seguro que pasaba el tiempo en Hateg caminando apoyado sobre sus muñecas, con sus grandes alas de piel plegadas sobre su cuerpo a manera de capa. La imagen es como de una especie de Nosferatu gigante. Seguramente Nopcsa —y desde luego Bram Stoker— habría adorado a esta extraña criatura.

 

 

 

 

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LAS ISLAS QUE UNEN EL MUNDO

La fauna de la isla de Hateg en la era de los dinosaurios es la más característica que se conoce. Pero Hateg es solo una parte de la historia de la Europa de la época de los saurios. Para completar todo el cuadro debemos viajar un poco más. Volando hacia el sur de la costa de Hateg cruzaremos la gran extensión tropical del mar de Tetis. En sus aguas poco profundas, almejas hoy extintas, conocidas como rudistas, formaban amplios lechos. También abundaban los caracoles marinos llamados acteonélidos, el más grande de los cuales, con forma de proyectil de artillería, apenas cabría en una mano. La concha de estos caracoles depredadores era excesivamente gruesa. Florecieron sobre los arrecifes de rudistas y, donde los sedimentos lo permitían, escarbaban sus madrigueras. Había tantos que, hoy por hoy, en Rumanía existen colinas enteras —conocidas como colinas de caracoles— hechas de sus fósiles. Junto con los amonites y los grandes reptiles marinos, como los plesiosaurios, las tortugas marinas y los tiburones, también fueron abundantes en el Tetis.

Al norte del archipiélago existía un océano muy diferente. Casi no compartía especies con el cálido Tetis. Sus amonites, por ejemplo, eran de un tipo totalmente distinto. El mar Boreal no era tropical ni sus aguas eran claras y agradables. Estaba lleno de una especie de alga planctónica marrón dorada conocida como cocolitóforo, cuyos esqueletos formarían la caliza que en la actualidad yace debajo de algunas partes de Gran Bretaña, Bélgica y Francia. La mayoría de los restos de cocolitóforos que forman la caliza han sido pulverizados —deben haber sido ingeridos y desechados por algún depredador aún no identificado.[A]

Si los cocolitóforos que abundaban en el mar Boreal eran parecidos a los Emiliania huxleyi (Ehux); el cocolitóforo más abundante que existe hoy, entonces podemos conocer bastante sobre la apariencia del mar Boreal. Donde los afloramientos u otras fuentes de nutrientes se lo permiten al Ehux, este puede proliferar al punto de que la superficie del océano se vuelve lechosa. El Ehux también refleja la luz, concentra el calor en la capa superior del océano y produce sulfuro de dimetilo, un compuesto que ayuda a la formación de las nubes. Es probable que el mar Boreal haya sido un lugar fantásticamente productivo, con sus aguas de superficie lechosa llenas de organismos devorando plancton, mientras los cielos nublados los habrían protegido del sobrecalentamiento y de la nociva radiación ultravioleta.

Es difícil exagerar sobre lo inusual que era Europa hacia el fin de la era de los dinosaurios. Era un arco de islas geológicamente complejo y dinámico cuyas masas de tierra individuales estaban formadas por antiguos fragmentos continentales, por segmentos emergidos de placas oceánicas y por tierra recién creada gracias a la actividad volcánica. Incluso en esta etapa temprana, Europa estaba ejerciendo una influencia desproporcionada sobre el resto del mundo, parte de la cual provino del adelgazamiento de la placa que tenía debajo. Conforme el calor ascendía a la superficie, el suelo marino se fue levantando para formar crestas entre las islas. Y el hecho de que estas aguas se volvieran más someras, reforzado por la creación de crestas a mitad del océano debido a la separación de los supercontinentes, provocó que los océanos del mundo se desbordaran, cambiando el contorno de los continentes, pero también hundiendo algunas de las islas europeas.[B] La tendencia a largo plazo, sin embargo, favoreció la creación de más tierra en lo que habría de convertirse en Europa.

Como la Galia del César, el archipiélago europeo, hacia el final de la era de los dinosaurios, podía dividirse en tres partes. La gran tierra norteña de Bal y su vecino sureño Modac, comprendían la primera de ellas. Hacia el sur se extendía una región extremadamente diversa y muy cambiante que llamaremos las Islas del Mar, que comprendía los remotos archipiélagos de Póntidas, Pelagonia y Tau. Más de 50 millones de años después quedarían incorporados a las tierras que hoy bordean el Mediterráneo oriental.

Al oeste de estas dos grandes divisiones se extendía una tercera parte. Regado en las longitudes entre Groenlandia y Bal había un complejo de masas terrestres. En ausencia de un nombre ampliamente aceptado llamaremos a esta región Gaelia (derivado de las islas gaélicas y de Iberia). Compuesta por las islas gaélicas (proto-Irlanda, Escocia, Cornualles y Gales) y, hacia el sector africano de Gondwana, por las islas galo-ibéricas (comprendiendo partes de lo que hoy es Francia, España y Portugal), era una región muy diversa. Descendamos, pues, a dos lugares de Gaelia donde existen abundantes registros fósiles.

Nuestra máquina del tiempo acuatiza en un mar de poca profundidad cerca de lo que hoy es Charente, en el occidente de Francia. Nos encontramos en la embocadura de un pequeño río sin corriente debido a una sequía. Una lagartija parecida al eslizón (uno de los primeros escíncidos) se escabulle entre el fuco que bordea la costa y, en un charco de agua estancada y verdosa, observamos que se forman unas ondas. Un hocico como de cerdo emerge a la superficie y de inmediato se vuelve a hundir. Es una tortuga nariz de cerdo; una sola especie sobrevive en la actualidad en los grandes ríos del sur de Nueva Guinea y en la Tierra de Arnhem, Australia.

A medida que escaneamos la costa de Gaelia vemos grandes tortugas cuello de serpiente tomando el sol. Estas peculiares criaturas se llaman así por el hábito que tienen de meter la cabeza en su caparazón doblando el cuello hacia un lado. Hoy, las cuello de serpiente, se encuentran solamente en el hemisferio sur, habitando ríos y estanques de Australia, Sudamérica y Madagascar. En cambio, los fósiles europeos son de una rama más inusual de la familia de los botremídidos. Son las únicas cuello de serpiente de agua salada y estaban prácticamente restringidos a Europa. En los bosques que bordean el río vemos primitivos dinosaurios enanos similares a aquellos de Hateg, aunque de una especie diferente. Un movimiento en la vegetación delata la presencia de un marsupial del tamaño de una rata, muy parecido en apariencia a la zarigüeya actual de los bosques de América del Sur. Es el primer mamífero moderno en haber llegado a Europa.

Los restos de una criatura gaeliana incluso más intrigante —una gigantesca ave no voladora— fueron encontrados en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, al sur de Francia en 1995. Fue nombrada Gargantuavis philoinos, «ave gigante amante del vino», porque sus huesos fosilizados fueron expuestos entre viñedos cerca del poblado de Fox-Amphoux (mejor conocido, quizá, por ser el lugar de nacimiento del líder revolucionario francés Paul Barras).

En la época en que vivían estas criaturas, la isla que habría de convertirse en el sur de Francia estaba elevándose lentamente sobre las olas. Pero al mismo tiempo, hacia el sur, la isla de Meseta (que comprendía la mayor parte de la península ibérica) se estaba hundiendo. Desde luego que España habría de elevarse nuevamente, en un proceso que produciría los altos Pirineos y la fusión de Iberia con el resto de Europa. Sin embargo, hace 70 millones de años, cerca de la actual Asturias, en el norte de España, existía una laguna costera y, cuando la tierra se hundió, el mar la inundó en una subida de marea, y los huesos de aligátores, pterosaurios y titanosaurios enanos (dinosaurios saurópodos de cuello largo) quedaron enterrados en los sedimentos. Fósiles de otras partes de Meseta nos dicen que había salamandras en los bosques de esa isla que se hundía.

 

 

CAPÍTULO 5

EL ORIGEN DE LOS ANTIGUOS EUROPEOS

¿Qué era característicamente europeo en esta época primitiva? ¿Y qué de todo eso sobrevive en la actualidad? Los científicos hablan de una «fauna fundamental» europea, refiriéndose a los animales cuyo linaje estuvo presente por todo el archipiélago durante la era de los dinosaurios. Los ancestros de la mayoría de esta «fauna fundamental» —que incluye anfibios, tortugas, cocodrilos y dinosaurios— llegaron por agua desde Norteamérica, África y Asia desde los primeros tiempos. Podría intuirse que Asia era una influencia predominante, pero el estrecho de Turgai (parte del mar de Tetis) actuaba como una fuerte barrera, así que las oportunidades para migrar desde Asia eran limitadas. En ocasiones, sin embargo, surgían islas volcánicas en el estrecho formando una especie de camino de piedras y, a lo largo de millones de años, varias criaturas lograron cruzar con éxito, ya sea arrastradas sobre balsas de vegetación o nadando, flotando a la deriva o volando de una isla volcánica a la siguiente.

Los dinosaurios que llegaron desde Asia probaron ser los inmigrantes más resistentes. Aunque, de alguna manera, los Zhelestidae (primitivos mamíferos insectívoros parecidos a la musaraña elefante) también lograron hacerlo. Hadrosaurios bípedos, lambeosaurios descomunales, ciertos ceratopsios similares a rinocerontes y algunos parientes de los velociraptors —todos ellos de gran tamaño y probablemente buenos nadadores— fueron los más exitosos. Tal vez 10 000 se ahogaban por cada uno que conseguía llegar a las costas de una isla europea. Aproximadamente un millón de años después, sus descendientes se contarían entre los dinosaurios enanos del archipiélago europeo.

La ruta de migración de Asia a Europa era más un filtro que una carretera y solo unos pocos poseían la corpulencia, la fuerza o la buena fortuna para poder recorrerla. Y aún quedan profundos misterios. ¿Por qué, por ejemplo, las tortugas de caparazón blanco, las tortugas panqueque o las tortugas terrestres comunes, que existían en Asia y eran buenas nadadoras, no hicieron la travesía? Multitud de criaturas más pequeñas deben haber sido arrastradas ocasionalmente al mar por una tormenta y/o una inundación. Aunque, por alguna la razón, no hay evidencia de que ninguna haya sobrevivido para llegar a una isla europea.