Fernando Ortiz contra la raza y los racismos - Jesús Guanche - E-Book

Fernando Ortiz contra la raza y los racismos E-Book

Jesús Guanche

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Beschreibung

La presente edición de Fernando Ortiz contra la raza y los racismos marca el antes y el después de la conocida obra El engaño de las razas, pero muy especialmente permite constatar la amplia labor de Ortiz en la socialización del conocimiento en diversos sectores sociales para contribuir a eliminar un profundo lastre colonial que pervive hasta el presente. Este volumen –compilado por los doctores Jesús Guanche Pérez y José Antonio Matos Arévalos– reúne textos escritos por Fernando Ortiz entre 1910 y 1964, que ofrecen una muestra altamente representativa de sus concepciones y de su abierta fe en el desarrollo de las ciencias como vía para fortalecer convicciones.

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Seitenzahl: 281

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Título original: Fernando Ortiz contra la raza y los racismos

Edición base: Ernesto Pérez Chang y Norma Suárez Suárez

Edición para e-book y emplane digital: Ana Molina González

Corrección: Gladys Hernández Herrera

Diseño de cubierta e interior: Carlos Javier Solis Méndez

© Jesús Guanche Pérez

y José Antonio Matos Arévalos, 2013

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2016

ISBN 978-959-06-1754-6

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

editorialmil@cubarte.cult.cu

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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Avda. Diagonal, 519-52 08029 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España

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Índice de contenido
Agradecimientos
Prólogo
Del cierre y de la raza
Motivos de son por Nicolás Guillén
Negro bembón
Mi chiquita
Mulata…
Búcate plata
Ayé me dijeron negro...
Tú no sabe inglé
Si tú supiera…
Sigue…
Caña
Defensa cubana contra el racismo antisemita
Del fenómeno social de la «transculturación» y de su importancia en Cuba
Martí y las razas
Por la integración cubana de blancos y negros
Razas «puras» y razas «impuras»
Los problemas raciales de nuestro tiempo
La sinrazón de los racismos
Consideraciones finales
Cubanidad y cubanía
Anexo
Datos de autores

Agradecimientos

A la Biblioteca Nacional José Martí y a la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, por facilitar el acceso a los fondos y manuscritos de Fernando Ortiz.

A la Dirección del Archivo Central del Ministerio de Cultura, por el apoyo incondicional.

Prólogo

Una parte representativa de la voluminosa obra de Fernando Ortiz estuvo dedicada a demostrar el fundamento anticientífico de las «razas» aplicado a los seres humanos y a combatir las diversas formas en que se manifiestan, los racismos en el contexto nacional e internacional que le correspondió vivir.

Debido a que la noción biológica de «raza» aún persiste en ciertos sectores profesionales y en determinados grupos sociales que todavía confunden lo heredado por la natura respecto de lo creado y transmitido por la cultura, este libro adquiere plena actualidad, pues muchas de las ideas y discusiones presentadas por Ortiz se manifiestan, tanto en el sustrato social, como en el debate ideológico, en su más amplia acepción.

Recordemos, a modo de ejemplo, que en 1985 se efectuó una pregunta a mil doscientos científicos para conocer cuántos estaban en desacuerdo con la siguiente proposición: «Hay razas biológicas en la especie Homo sapiens». Las respuestas fueron: biólogos 16 %, psicólogos evolutivos 36 %, antropólogos físicos 41 %, antropólogos culturales 53 %,1 lo cual nos da la medida que, no obstante los más recientes avances de las ciencias, los prejuicios y juicios errados aún perduran, con independencia de los esfuerzos y publicaciones de la antropología cultural.

1Véase Lieberman, Hampton, Littlefield y Hallead: «Race in Biology and Anthropology: A Study of College Texts and Professors», enJournal of Research in Science Teaching, 29, 1992, pp. 301-321. [Todas las notas, excepto cuando se indique lo contrario, pertenecen a Jesús Guanche Pérez y José Antonio Matos Arévalos. (N. de los E.)]

Aunque Ortiz fue un connotado divulgador de las ideas antirracistas mediante artículos, conferencias, discursos, libros y en la radio, hemos seleccionado once textos que durante más de cinco décadas (1910-1964) ofrecen una muestra altamente representativa de sus concepciones y de su abierta fe en el desarrollo de las ciencias como vía para fortalecer convicciones.

En las primeras obras de Fernando Ortiz2 el tema racial se manifiesta bajo la influencia del positivismo europeo, entonces en boga, y las escuelas antropológicas evolucionista y difusionista de la época. Las concepciones antropológicas tempranas establecían una marcada diferencia entre el mundo para ellos «civilizado» y el «primitivo» para los otros, entre las autocalificadas «sociedades modernas» de pensamiento lógico, y aquellas sociedades poco conocidas con supuestas mentalidades «atávicas» y «prelógicas». Sin embargo, la vocación de Fernando Ortiz por la ciencia y los últimos avances de la antropología lo orientan hacia nuevas y más renovadas posiciones filosóficas, que le permiten abandonar el obsoleto concepto de «raza» de corte darwinista y apropiarse de una mirada cultural, propiamente humana, de los fenómenos sociales. Asimismo, esta transición de ideas se produce en la medida que Ortiz, impregnado del ímpetu fundacional de la intelectualidad, que emerge durante los primeros años de la república, se involucra y compromete con los destinos de la nación cubana.

2 Nos referimos a su libro Los negros brujos, publicado en 1906. Tratado de etnografía criminal. La segunda edición se publicó en 1995 por la Editorial de Ciencias Sociales (N. de los E.).

En la década de 1920, sus estudios sobre la historia y las tradiciones del legado africano y sus descendientes en la cultura cubana, identificado como «negro», «afrocubano» y «afronegrismo» en tono dignificador, alcanzan mayor madurez sociológica que los anteriores conceptos de «raza» y de «sociedad primitiva», pues adquieren una mirada cultural. Publica en 1921 Los cabildos afrocubanos; en 1924 Glosario de afronegrismos y al año siguiente La fiesta afrocubana del «Día de Reyes». Sus escritos coinciden y se insertan dentro de las tendencias principales de las ciencias sociales de aquel momento, si bien es uno de los pioneros en sus indagaciones en Cuba, al igual que Raimundo Nina Rodrigues en Brasil. Ahora, en las décadas de 1920 y 1930 la problemática negra había alcanzado una mayor difusión e importancia en los medios académicos y políticos, tanto en los Estados Unidos de América, como en Europa y el Caribe. El antropólogo estadounidense Melville Jean Herskovits (1895-1963)3 indaga en las culturas africanas y afroestadounidense; el jamaicano Marcus Garvey (1887-1940) divulga su doctrina sobre «Bak to Africa» que influyen notablemente en el renacer de la conciencia africanista en el Caribe y América continental;4 el poeta y político martiniqueño Aimé Césaire (1913-2009) organiza el movimiento literario de la Negritud; el antropólogo haitiano Jean Price-Mars en su novela Así habló el tío reivindica la mitología y el folklore del campesino haitiano; Luis Palé Matos refleja en los poemas «calabó mambú» de la Danza negra el tema negro y el ambiente antillano. Todos enfrascados en precisar y dimensionar el legado africano en la región y su conexión con África.

3 Realizó trabajo de campo en Dahomey en 1931 para estudiar el arte, la religión y la estética, así como antropología económica. También realizó estudios sobre África en el Caribe. Su obra más famosa es The Myth of the Negro Past (1941).

4 Marcus Garvey visita a Cuba en 1920 para reunirse con las filiales de la Asociación Universal para el Progreso del Negro (UNIA) que existían en el país. Miguel Ángel Céspedes, presidente del Club de Atenas, lo recibió en La Habana; sin embargo, no estuvo de acuerdo con el panafricanismo de Garvey y mucho menos con su proyecto de volver a África. Véase Tomás Fernández Robaina: Cultura afrocubana, cultura y nacionalidad, Editorial Oriente, 2009, p. 63.

La plantación esclavista había dejado profundas huellas en las sociedades poscoloniales caribeñas. La herencia africana, tradiciones, mitos, leyendas, el tema racial, la integración del negro en nuevas condiciones históricas fue objeto de arduas polémicas entre escritores, poetas, músicos, lingüistas y antropólogos. En el caso de Cuba se vislumbran dos tendencias en este período: la primera se relaciona con la acción de los intelectuales y de las sociedades de negros y mestizos por las reivindicaciones de sus derechos en el acceso a la educación, la cultura y el trabajo (de esta posición se desprende una clara postura política contra la discriminación racial), y la segunda, se orienta a los estudios académicos desde un punto de vista sociológico, lingüístico, musical o literario que defienden la concepción de lo folklórico como vernáculo, cubano y universal. Aquí también se asume un enfoque contra el racismo como ideología. Ambas tendencias tienen profundas raíces en la historia de Cuba. Lo cierto es que África y sus aportes a la cultura cubana se convirtieron, a pesar de sus detractores, en motivo de orgullo nacional.5 Las proyecciones ideológicas de la cubanidad comienzan a romper, desde distintas disciplinas, con la dominación de los saberes coloniales impuestos por más de cuatro siglos, para atacar directamente las concepciones racistas en boga y reivindicar la cultura arraigada y heredada de África en la nueva geografía caribeña.

5 Alejo Carpentier estrena en París el poema dramático «La pasión negra» con música compuesta por François Gaillard (junio, 1932). Valores vitales del pueblo afloran en la poesía de Nicolás Guillén. En la plástica se destaca la pintura de Eduardo Abela, en la poesía ejerció gran influencia el poema de José Zacarías Tallet «La Rumba» o en la música Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán, entre muchos otros.

La prensa cubana asume posiciones diversas en torno a la «cuestión del negro». Se inicia una intensa polémica sobre las relaciones interraciales que alcanza a la opinión pública nacional.6 En la nueva sección «Ideales de una raza» (1928-1931) del Diario de la Marina, Gustavo Urrutia, arquitecto y escritor, facilita a los intelectuales cubanos, identificados como «blancos» o no, expresar sus puntos de vista sobre el tema racial. Intervienen en las páginas del diario escritores reconocidos como Juan Marinello, Lino Dou, Jorge Mañach, Emilio Roig, Juan Luis Martín y Nicolás Guillén, entre otros. También en esta etapa se hace más activa en la vida social la presencia de las sociedades de negros y mestizos en todo el país; en particular, en La Habana, el Club Atenas7 promueve conferencias y encuentros de intelectuales como acto de confraternidad y acercamiento entre los sectores «blancos» y «negros» del país. Conceptos como armonía, asimilación, superación, mestizaje, cultura, se convirtieron en profundas ideas de interpretación del problema negro, que ahora Gustavo Urrutia puso sobre el tapete en su columna semanal. La conciencia africanista sirvió para organizar una nueva forma de nacionalismo que buscaba colocar a blancos, negros y mulatos dentro del espacio colectivo de la nación.8

6 No es la primera experiencia de este tipo, pues, a finales del siglo xix, Juan Gualberto Gómez (1854-1933), en las columnas del periódico La Igualdad, había creado la sección titulada «La raza blanca», que se propuso hacer conciencia sobre las reivindicaciones de los sectores negros del país. Juan Gualberto quiso evitar a toda costa el matiz de conflicto social que querían imponer los sectores divisionistas y reaccionarios (autonomismo). Esta sección reflejó todos los pronunciamientos que se emitieron, ya fueran a través de cartas o periódicos de personalidades de la entonces denominada «raza blanca» a favor del Directorio y en apoyo a sus resoluciones. De esta manera se reprodujo el artículo del bibliógrafo Carlos Trelles «Conflicto de razas», escrito en el periódico La Aurora de Yumurí, las cartas enviadas a la redacción del periódico La igualdad, por Enrique Collazo y Enrique José Varona, y también publicó el «Manifiesto» de la Junta General de Trabajadores de La Habana a favor de la labor del Directorio. Si se lee cuidadosamente la prensa de la época se podrá observar que la opinión pública se había sensibilizado con la labor de Juan Gualberto en el Directorio, pues se trataba de una cuestión vital en la vida política de la sociedad cubana.

7 La historiadora María del Carmen Barcia refiere sobre este Club: «En 1917, las élites negras fundaron el Club Atenas, 32 % de sus integrantes eran profesionales, 26 % empleados públicos, 19 % industriales, comerciantes y propietarios, 10 % estudiantes, comerciantes, industriales y propietarios… esta sociedad se mantuvo activa hasta 1961». Véase Capas populares y modernidad en Cuba (1878-1930), Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2005, pp. 133-134.

8 Véase Antonio Benítez Rojo: La isla que se repite, Editorial Casiopea, 1998.

Fernando Ortiz, que desde 1906 estaba estudiando el impacto de las culturas africanas en la conformación de la nación cubana, ahora en la fecunda década del veinte junto a su amigo y colaborador, el abogado y filólogo José María Chacón y Calvo (1862-1969), crea la revista Archivos del Folklore Cubano (1924-1930). Esta publicación también va a mover la opinión intelectual a favor de la recuperación y plasmación del arte negro, las tradiciones, bailes y cantos identificados entonces como «afrocubanos». Pero no bastaba con el reconocimiento de esas culturas heredadas de África. El hombre y la mujer negros continuaban siendo una preocupación no solo estética, sino social; el racismo —como diría Ortiz— se definía cada vez más como un sistema ideológico para racionalizar una jerarquía social.

Ortiz participa reiteradamente en la polémica contra los racismos y la discriminación racial desde sus discursos, revistas y colecciones de libros.9 En ellos expresa su concepción integradora de la nación, la cual presupone «la creciente integración patriótica de todos sus complejísimos factores raciales.10 Visión esta que se asienta en sólidas bases martistas.

9 En 1929 Fernando Ortiz redactó dos artículos que marcan su ofensiva contra los racismos y la discriminación racial, ellos fueron: «Ni racismo ni xenofobias» y «Cultura, no raza», también en la Colección de Libros Cubanos publicó las obras: Contra la anexión por José A. Saco, Cultural S. A., La Habana, 1928; y José A. Saco y sus ideas cubanas, La Habana, 1929. En esos textos expresa su opinión en cuanto al mestizaje y la integración racial como proyecto de nación.

10 Véase «Ni racismos ni xenofobias». Discurso en la sesión solemne del 9 de enero de 1929, conmemoración del 136 aniversario de la fundación de la Sociedad Económica de Amigos del País; en Revista Bimestre Cubana, vol. XXIV, no. 1, La Habana, enero-febrero de 1929, pp. 6-19.

«José Martí sintió también —subraya Ortiz— él a todo lo largo de su intensísima vida de revolucionario, la inmensa parábola del racismo en Cuba [...] Martí cuya misión consistió en elaborar y darle al pueblo cubano la ideología que debía capacitarlo para ganar sus libertades, constituirse como república democrática y progresista, hubo forzosamente de considerar el problema de las razas como uno de los más fundamentales e ineludibles de la formación de Cuba».11 Solución que, en parte, Martí encontraba en el proceso de integración y respeto mutuo entre «negros» y «blancos».

11 Fernando Ortiz: «Más y más fe en la Ciencia», en Revista Bimestre Cubana, v. LXX, 1955, p. 58.

En 1937, Fernando Ortiz crea la Sociedad de Estudios Afrocubanos, que contó con su propia revista (Estudios Afrocubanos) y promovió la poesía afroantillana y cubana, el estudio de las religiones y la cultura del «negro» en diferentes regiones de América. En esta revista, única de su tipo y de vocación latinoamericana y caribeña, revela su inserción en la problemática social del negro en Cuba y el Caribe, y pone en claro la proyección martista de comprender al negro en su integridad espiritual, histórica y social.

Desde las aulas de la Universidad de La Habana, dictó su curso de verano en 1942 Factores etnográficos de Cuba, ejemplo de programa docente descolonizador.12 Entre sus contenidos se distingue el epígrafe «La raza. Las etnias. Las culturas. La transculturación». Sobre el tema de «Cuba: los negros» ofreció nueve de las dieciocho conferencias acerca de las supervivencias artísticas, la música, los instrumentos musicales, el baile y el canto, así como las artes plásticas, los juegos, las supervivencias sociales: Los Carabelas, Los Cúmbilas, Los Comadrajos y Los Curros. No faltaría el estudio de los fenómenos religiosos de la santería y el nañiguismo. A partir de este importante curso y toda la labor divulgativa que desde finales de la década del veinte desarrolló Ortiz, formula en 1946 las principales tesis de su libro El engaño de las razas.13

12 Véase Anexo.

13 Publicado por la Edictorial de Ciencias Sociales en 1975, y por la Fundación Fernando Ortiz en 2011 (N. de los E.).

El debate en Cuba sobre la cuestión racial se va a extender hasta la actualidad, sin embargo, se intensificó en los años de 1930 por los factores que ya hemos mencionado, y en particular durante y después de la constituyente de 1940.

De este período son los artículos y comentarios de escritores de las más disímiles tendencias, entre ellos: Ángel C. Pinto, «El problema racial», en el Mediodía —semanario popular dirigido por Nicolás Guillén—, La Habana, martes 31 de agosto de 1937; «Reflexiones sobre el problema negro», de R. Argüelles, en la revista Turismo, septiembre de 1938; Lino Novás Calvo, «La evolución de las razas», en Revista de Occidente, Madrid, junio de 1936; y Juan Luis Martín, «Estudio paranalítico de sociología cubana: “El problema negro”», enAvance, 23 de enero de 1935.

El artículo de Ortiz «Del cierre y de la raza» (1910) forma parte de un conjunto de textos publicados como La reconquista de América; reflexiones sobre el panhispanismo,14 dados a conocer también en el boletín semanal El Tiempo y en la Revista Bimestre Cubana, para responder, desde una perspectiva nacional, a las conferencias impartidas por Rafael Altamira y Crevea (1866-1951), el conocido humanista, historiador y americanista español, quien también se desempeñó como pedagogo, jurista y crítico literario. A mediados de 1909 Altamira había realizado un amplio viaje por Latinoamérica que luego relata en su libro Mi viaje a América. En su recorrido, desde junio de 1909 hasta marzo de 1910, visitó Argentina, Uruguay, Chile, Perú, México, Cuba y Estados Unidos de América, donde impartió unas trescientas conferencias con gran asistencia de público. Las concepciones panhispanistas fundamentadas por Altamira y sus intentos «pacíficos» de la reconquista hispánica de América tras la pérdida del poder colonial provocaron una enérgica respuesta del joven Ortiz, quien al finalizar este texto señaló: «¡Qué triste papel el que hacen hacer ahora al inocente Altamira! ¡Qué aberraciones produce el egoísmo! ¡Qué falso es el amor de raza!». Todo ello para denunciar las deplorables condiciones de vida de los inmigrados peninsulares que en esos momentos eran explotados por sus propios coterráneos.

14 Librería P. Ollendorff, París, 1910.

Al mismo tiempo, Ortiz no es ajeno a que el colonialismo, o una acariciada reconquista americana, se encuentra muy relacionada con el racismo, que le ha sido consustancial desde sus primeros pasos. En este y otros textos se dirige al ilustre visitante con gran respeto y analiza el contenido imperialista del panhispanismo y sus profundas connotaciones racistas; desde su génesis filosófica —reinterpretada del ideario hegemónico alemán— hasta sus estrategias de aplicación, precisamente a partir de los acontecimientos de Cuba en 1898. Denuncia los intentos de «rehispanización tranquila» o de «neoimperialismo manso» como táctica de penetración en el continente y, particularmente, en Cuba.

La publicación en 1930 de «Motivos de son por Nicolás Guillén», en Archivos del Folklore Cubano, es mucho más que la valoración de lo popular como expresión poética; representa el tránsito de la creatividad colectiva que no identifica autor preciso a la oralidad que asume como propia determinada creación de autor. En este sentido, Ortiz señala:

Los versos de Guillén no son folklóricos en el sentido de su originalidad, pero lo son en cuanto traducen perfectamente el espíritu, el ritmo, la picaresca y la sensualidad de las producciones anónimas. Pronto esos versos pasarán al repertorio popular y se olvidará quizás quién sea su autor. Y acaso este sea el mérito mayor de su obra: ¡apoderarse del alma popular como nacida de ella misma!

Para confirmar este criterio selecciona algunos poemas como «Negro bembón», «Mi chiquita», «Mulata», «Búcate plata», «Ayé me dijeron negro», «Tú no sabe inglé», «Si tú supiera», «Sigue» y «Caña». Es una adecuada ocasión para valorar criterios discrepantes entre el periodista Ramón Vasconcelos (1890-1965) y Nicolás Guillén, junto con otras valoraciones de Sire Valenciano y Gustavo E. Urrutia, ya que esta obra poética es mucho más que la dignificación del son como expresión entrañable de la cultura nacional, es una proclama artística contra cualquier forma de prejuicio racial entre los cubanos de muy diversa pigmentación.

Ante diversos puntos de vista sobre el son-baile y el son-poesía en esos años, Ortiz, nuevamente, antepone la cultura y su autenticidad expresiva cuando concluye:

¿Se nos permitirá un arbitramento? Que el poeta dé expresión a su espíritu con toda libertad. Solo en la libertad podrá dar su magnitud. ¿Que en el alma de su pueblo halla su poesía? Venga esta; no debe serle ingrato quien sabe oírla. ¿Que con las más universales vibraciones humanas ritman sus ideas? Pues dígalas con igual amor. Al fin, todo es uno; y el secreto está en ser más lo que se es mejor, dándose todo y puro a la obra creadora. Fuera de esto no habrá sino artilugio, parvedad insincera, fatiga, ludimiento y pompa de academia ceremoniática y de pudibundez infecunda.

Después de la creación de la Asociación Nacional Contra las Discriminaciones Racistas en 1937, Fernando Ortiz redacta y publica el manifiesto de la institución, el 14 de junio 1939, que posteriormente vuelve a publicar la Revista Bimestre Cubana,15 como «Defensa cubana contra el racismo antisemita», como un contundente mensaje para denunciar la situación existente contra los hebreos asentados en Cuba, sean estos practicantes o no del judaísmo.

15 V. LXX, no. 1, La Habana, enero-diciembre de 1955, pp. 97-107.

Señala que este manifiesto cumple con los objetivos de la Asociación en cuyos estatutos refiere: «El fin de esta Asociación será trabajar para que desaparezcan los prejuicios de carácter racista en cualquiera de sus manifestaciones, fomentando la convivencia entre los elementos que integran la población cubana con un sentido igualitario».

Denuncia nuevamente las desigualdades sociales y económicas como las causas fundamentales de los racismos y cómo aún hay personas y grupos que, fieles a sus mezquinos intereses, pisotean derechos religiosos, prédicas patrióticas y conquistas legales. En este sentido rememora que:

En Cuba no han bastado las prédicas de los credos religiosos, ni las exhortaciones de Martí, el Apóstol de la Patria, ni las declaraciones igualitarias de la Constitución, ni los preceptos de las leyes. El racismo persiste y se enciende sin cesar por obra de quienes, movidos por sus ciegas codicias y despóticas incivilidades, desprecian religiones, patrias, constituciones y leyes. Ya las soportaron los indios, sus primeros pobladores, y durante siglos las han sufrido los negros, así los africanos como los criollos y sus descendientes y, modificadas por efectos de la evolución nacional, subsisten todavía. También las han experimentado en este país los asiáticos y los demás grupos considerables y caracterizados por sus procedencias nacionales o sus religiones; tales como los judíos o hebreos, los gitanos, los protestantes, los franceses, los norteamericanos, los haitianos, los jamaiquinos, los mismos españoles, particularmente los gallegos, y entre los propios cubanos, unos contra los otros.

Lo anterior le sirve de base para valorar la contribución hebrea al progreso de Cuba y cómo cualquier acto discriminatorio y vejaminoso atenta contra la condición humana, especialmente a la luz de los influjos exógenos. Compara el monto de la población hebrea, respecto de las migraciones de estadounidenses, chinos, jamaicanos, haitianos y españoles, y su baja significación estadística como un potencial «peligro» para la nación. Demuestra precisamente lo contrario, el grado de asimilación etnocultural de estos grupos humanos mediante el significativo papel de los matrimonios mixtos, que bien sabemos constituye una regularidad en muchos grupos de inmigrantes con predominio masculino:

Las cifras de su población no significan que los hebreos sean una colonia enquistada en el pueblo de Cuba e incapaz de ser asimilada, pues se asegura que la mayoría de tales hebreos son ciudadanos cubanos, que aproximadamente la mitad de sus individuos tienen sus familias en Cuba y que muchos de sus hombres inmigrados, particularmente en el interior de la República, donde los hebreos están más dispersos, han contraído matrimonio con mujeres cubanas.

Diserta con diversos ejemplos acerca de la contribución hebrea a la cultura cubana desde múltiples ángulos, no como algo aislado y supuestamente «peligroso», sino como parte de un largo proceso histórico que se inicia desde el primer contacto con el Viejo Mundo. Saca a la luz los fines políticos y económicos del antisemitismo, así como las contradicciones de los argumentos que se exponen. Utiliza, como diríamos hoy, el recurso apagógico, para triturar y convertir en polvo ya invisible e irrecuperable todos los fútiles argumentos en contra y convertirse en un vigoroso acto de defensa de esa diversidad cultural que nos caracteriza.

Un texto básico para interpretar la riqueza y diversidad de los cambios culturales en su desarrollo es «Del fenómeno social de la transculturación y su importancia en Cuba» (1940), que inicialmente da a conocer en la Revista Bimestre Cubana y luego pasa a formar el capítulo II del Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, publicado en ese mismo año. La introducción del neologismo «transculturación» tiene también una directa implicación antirracista si nos remitimos a la argumentación que realiza como antónimo del concepto «aculturación» (acculturation), que fue empleado desde la segunda mitad del siglo xix con diversas acepciones.

En 1881 John Wesley Powell (1834-1902) escribe —en evidente proclama etnocéntrica— que:

El gran regalo a las tribus salvajes de este país [EE.UU.] ha sido la presencia de la civilización, la que, bajo las leyes de la aculturación, han mejorado considerablemente sus culturas, se han sustituido por nuevas y civilizadas, sus viejas y salvajes artes, sus viejas costumbres; en resumen, se han transformado los salvajes a la vida civilizada.16

16Frederica De Laguna: «[Introduction to Section VII] Method and Theory of Ethnology», enSelected Papers from the American Anthropologist, 1888-1920, Washington, D.C., 1960, pp. 787-788. Se refiere a la obra de Powell:Introduction to the Study of Indian Languages.

En 1895 Otis Tufton Mason (1838-1908) reconoce la idea anterior cuando estudia la diversidad de los intercambios culturales que los pueblos del mundo han realizado y acepta que «a esta transferencia general Powell le ha dado el nombre de aculturación».17

17 Ibídem, p. 788

En sus escritos de 1898, William John McGee (1853-1912) emplea el término en varias acepciones, pero sin perder su significado etnocéntrico y, por tanto, discriminatorio. En su obra Aculturación pirática18 distingue formas piráticas y amistosas de aculturación. Las primeras son propias de bárbaros y salvajes, de contenido mecánico y estrechamente imitativas; y las segundas son características de la civilización y la ilustración, con un sentido más racional y de integración consciente. Una vez más se aprecia la diferencia entre «los otros» (los estudiados) y «ellos» (los estudiosos), para argumentar la dominación de los primeros por los segundos. Hoy día, las descripciones y puntos de vista de Powell, Mason y McGee se asocian con las implicaciones que también ha tenido el concepto difusión y de asimilación forzada en la historia de la antropología sociocultural.

18W. J. McGee:Piratical Acculturation, 1898.

En noviembre de 1929 Bronislaw Kasper Malinowski (1884-1942) había llegado a La Habana y conoce a Fernando Ortiz, con quien intercambia puntos de vista y criterios científicos acerca de los fenómenos sociales que condicionan los cambios de las culturas y los impactos de las civilizaciones. Posteriormente, en julio de 1940, cuando se encontraba como profesor en la Universidad de Yale, escribe la «Introducción» al referido libro de Ortiz, donde reconoce que «la palabra acculturation, [...] no hace mucho comenzó a correr y [...] amenaza con apoderarse del campo, especialmente en los escritos sociológicos y antropológicos, de autores norteamericanos».19

19 F. Ortiz: Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, «Introducción» de Malinowski, p. XXXII, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983 y 1991 (N. de los E.).

Porque la propuesta del concepto transculturación, como concepción generalizadora de los cambios cualitativos de la cultura, podía desde entonces no solo explicar la complejidad de estos procesos, sino, al mismo tiempo, sustituir otros de alcance más limitados como «cambio cultural», «aculturación», «difusión», «migración» u «ósmosis de cultura», entre otros. Pero la concepción de Ortiz no fue objeto de tanta divulgación ni aceptación internacional por múltiples factores, que tienen su raíz histórica en el propio desarrollo de la antropología estadounidense y en la alta capacidad divulgativa de esta.

En este sentido Malinowski no se equivocó, pues el concepto decimonónico de «aculturación» fue mucho más allá de su limitado alcance inicial y se convirtió en una especie de panacea para denominar, explicar e interpretar diversos tipos de relaciones interculturales. Sin embargo, esta concepción se encuentra cargada, desde su origen, de una cualidad despectiva hacia los pueblos de menor grado de desarrollo socioeconómico. En esta dirección, el guía teórico del funcionalismo en antropología también reconocía que:

Es un vocablo etnocéntrico con una significación moral. El inmigrante tiene que «aculturarse» (to acculturate); así han de hacer también los indígenas, paganos e infieles, bárbaros o salvajes, que gozan del «beneficio» de estar sometidos a nuestra Gran Cultura Occidental. [...] El «inculto» ha de recibir los beneficios de «nuestra cultura»; es «él» quien ha de cambiar para convertirse en «uno de nosotros».20

20 Ibídem, p. XXXII.

Fue tanto el entusiasmo de Malinowski por el neologismo que clasifica a Ortiz de un «verdadero funcionalista»;21 pero el sabio cubano va mucho más allá del estudio sobre las relaciones y funciones del tabaco y el azúcar como plantas simbólicas de los procesos transculturales en Cuba. Ortiz aborda el análisis comparado de los diversos factores causales (históricos, demográficos, étnicos, económicos, psicológicos, estéticos, jurídicos, religiosos y otros), que condicionan el intrincado contrapunteo. Así, la concepción de la transculturación es un trascendental resultado que se convierte en nuevo punto de partida para futuras investigaciones, las que muestran, entre diversos aspectos, las limitaciones de la «aculturación» para explicar procesos complejos. Al mismo tiempo implica la necesidad de crear una nomenclatura capaz de eliminar criterios discriminatorios de unos pueblos sobre otros.22

21 Ibídem, pp. XXXIII-XXXIV.

22 Véase Jesús Guanche: «Avatares de la transculturación orticiana», en Temas, Nueva Época, La Habana, no. 4, octubre-diciembre, 1995, pp. 121-128; en Publicacions des Born, no. 5, Cercle Artístic, Ciutadella de Menorca, 1998; en Archivocubano http://carlo260. supereva.it/avatar.html en la Sección «Transculturación» del sitio (Roma, septiembre 2001); y en http://www.ub.es/afroamerica/ (Barcelona, 2003).

En pleno proceso expansivo del fascismo alemán en Europa, Ortiz imparte una conferencia el 9 de julio de 1941 en el Palacio Municipal de La Habana, hoy Museo de la Ciudad de La Habana, en un ciclo en homenaje a José Martí organizado por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. Ese mismo año aparece publicada como Martí y las razas. Este es un texto de obligada lectura, que mezcla hábilmente vivencias personales de la vida republicana en ciernes, aspectos claves de la historia cubana en relación con la participación de múltiples seres humanos de la más variada pigmentación epitelial en las guerras independentistas, las secuelas racistas del darwinismo y el evolucionismo con sus desacertados intentos clasificatorios, las causas del expansionismo colonialista en la argumentación antropológica del racismo, a la vez que reconoce las inconsistencias científicas de intentar clasificar algo inexistente como las «razas», tal como ha demostrado posteriormente el mapa del genoma humano.

De ese modo refiere: «Averiguar cuál es el número de las razas, ha dicho Von Luschen, es tan ridículo como el empeño de los teólogos cuando discutían el número de ángeles que podían bailar juntos en la punta de una aguja».23

23 F. Ortiz, 1996, p. 8.

A partir de las anteriores reflexiones acude a las múltiples ideas extraídas de los textos martianos que sirven para triturar la falacia biológica de las razas humanas. Si bien Ortiz afirma que «La obra escrita de José Martí no es un tratado didáctico, ni siquiera una faena sistemática, sino una producción fragmentaria, casi siempre dispersa en versos, artículos, discursos y manifiestos»; reconoce que «En toda la obra de Martí hay una vertebración interna que la articula, una idéntica y medular vitalidad que la impulsa». Inmediatamente acude Ortiz a la afirmación rotunda de Martí, tantas veces referida:

No hay odio de razas porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y observador cordial busca en vano en la justicia de la naturaleza, donde resulta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y color.

Lo anterior le sirve de argumento para identificar la esencia misma del racismo, no en causas de aparente desigualdad biológica, sino en sus verdaderas causas: las diferencias económicas y sociales, que sirvieron de sostén a las expansiones coloniales y, en consecuencia, a la gigantesca e infranqueable brecha entre países y regiones ricas y pobres hasta llegar a la situación de nuestros días, en que la sostenibilidad del orbe pende de las consecuencias del cambio climático y de su propia capacidad de homeostasis.

Ortiz encomia la crítica martiana a quienes, desde cualquier pertenencia antropomórfica, practican directa o sutilmente el racismo o los racismos, como prefiere decir en varias ocasiones, en una u otra dirección:

El vulgo creía en la existencia de razas inferiores y superiores, como siglos atrás creyó en la sangre azul de la nobleza y en la sangre sucia de la plebeyez, y aceptaba la predestinación de unas razas selectas, llamadas a dominar siempre sobre otras, fatalmente condenadas a servidumbre. La raza blanca nació para mandar y para servir habían nacido la negra del África, la india de América, y, en general, todas las gentes de color.

Ortiz resalta entonces la vigencia de las ideas de Martí sobre las supuestas «razas» y contra los racismos. Vuelve a reducir a cero el mito racista a partir del estigma bíblico del patriarca Noé en todo el ámbito de la cultura occidental. Cómo en América se aplicó este estigma a los primeros pobladores por el padre Joseph Gumilla (1686-1750) y por Bartolomé de Las Casas (1484-1566) en relación con los africanos; y cómo «Ese racismo llegó a tales absurdos que fray Tomás Ortiz y fray Diego de Betanzos sostuvieron que los indios eran como bestias y que por tanto eran incapaces del bautismo y demás sacramentos», sin dejar de hacer alusión a la bula papal de Paulo III, en 1537 y al fanatismo teológico del obispo Juan de Torquemada (1388-1468), quien llegó a escribir: «por justo juicio de Dios, por el desconocimiento que tuvo Cam con su padre, se trocó el color rojo que tenía en negro como carbón y, por divino castigo, comprende a cuantos de él proceden».

Ortiz logra probar cómo en vida de Martí y aun tras su caída en combate, todavía en Cuba se llega a publicar en 1896 el libro del presbítero Juan Bautista Casas con argumentos semejantes en relación con las sublevaciones de esclavos y las consecuencias del castigo divino.

En el desarrollo del texto Ortiz hace referencia a varias ideas principales de Martí sobre el tema, pero llama la atención por su dramática vigencia, la que escribe en 1884 tras la muerte de Benito Juárez (1806-1872): «La inteligencia americana es un penacho indígena. ¿No se ve cómo del mismo golpe que paralizó al indio, se paralizó a América? Y hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar la América». Y no se refiere, por supuesto, a esa parte de América que con pleno orgullo denomina Nuestra, sino a todo el continente. Esta es todavía una asignatura pendiente por resolver en América, pues los pasos que se han dado han sido debidos a la lucha del «movimiento indígena» y los nuevos que hay que dar tienen que ser con los pueblos originarios.24

24 Véase Jesús Guanche: «José Martí en el decursar antropológico de Fernando Ortiz», en Honda, revista de la Sociedad Cultural José Martí, no. 11, La Habana, 2004, pp. 32-38; y en Archivocubano (partes I y II), http://art.supereva.it/archivocubano/marti_ortiz.html, Roma, Italia.



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