Filosofía final - Ada Albrecht - E-Book

Filosofía final E-Book

Ada Albrecht

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Beschreibung

Filosofía final es un sencillo pero muy completo y pedagógico texto introductorio al estudio de la filosofía Vedânta Advaita de India. Ha sido escrito por la maestra Ada Albrecht sobre la base de las enseñanzas tradicionales que recibió en India directamente de monjes Advaitas durante sus prolongados viajes. Se halla escrito en forma de guía práctica para ayudar a todos aquellos que anhelen hacer de la filosofía espiritual un maravilloso modo de vida.

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Ada Albrecht

Filosofía Final

Introducción a la Vedânta Advaita

2018

Editorial Hastinapura

Buenos Aires, Argentina

ÍNDICE
Palabras preliminares
Introducción
Filosofía Final
Capítulo I: El hombre es Dios en Esencia
El Veda, los Upanishads y los Prakaranagrantas
La cuatro Anubandhas o cuestiones fundamentales
Primera Anubandha: el Adikari
Las cuatro condiciones del Adikari
Primera condición: Viveka
Segunda condición: Vairagya
Tercera condición: Satsampati
Cuarta condición: Mumukshutva
Las tres clases de Adikaris
Los Vrittis
La transformación de los Vrittis
Características del Adikari
Segunda Anubandha: Jîva Brahman Aika
Tercera Anubandha: Sambandha
Cuarta Anubandha: Moksha
Capítulo II: Mâyâ
Los dos poderes de Mâyâ. Adhyârupa
Avarana Shakti
Vikshepa Shakti
Las tres cualidades de Mâyâ
Kutashtha Chaitanya o Brahman
Los tres estados de conciencia y los poderes de Mâyâ
El Antahkarana o vehículo interno
Los Tanmatras o Elementos Primordiales
Los cinco Koshas
Sobre la volundad
El proceso de quintuplicación
Cuadro sobre los Tanmatras
Los cuerpos sutiles
Prâna
Los Indriyas
Los catorce Lokas
El Adikari y las Vedângas
Karma en Vedânta Advaita
Los tres aspectos del Karma
Las cuatro Mahâvâkyas o Grandes Sentencias
Capítulo III: Samâdhi
Los pasos hacia la auto-realización
Reflexión y meditación
Las diferentes clases de Samâdhi
Disciplinas
Obstáculos al Samâdhi, según el Vedântasâra
Aclaración sobre el concepto del Samâdhi
Meditación. Su significado según la Vedânta no-dualista
Âsanas y Prânâyâma
Capítulo IV: La Advaita, con otros nombres, en Occidente
Sobre el concepto de liberación
San Francisco de Asís
Plotino
Glosario de términos sánscritos

Filosofía Final: Introducción a la Vedânta Advaita

Ada Albrecht

Con el título “Enseñanzas de los Monjes en los Himalayas”

Ediciones: 1991, 2005

Con el título “Filosofía Final: Enseñanzas de los monjes en los Himalayas”

Edición: 2010

Con el título “Filosofía Final: Introducción a la Vedânta Advaita”

Ediciones: 2014, 2018

Imagen de la portada: La Diosa Hator, en el trono, recibiendo una ofrenda.

El tipeo, diseño y corrección del presente libro ha sido realizado íntegramente por Miembros de la Fundación Hastinapura.

Todos aquellos que deseen profundizar sus estudios sobre los temas tratados en este libro pueden llamar o acercarse a cualquiera de las direcciones dadas al final del volumen.

Albrecht, Ada

Filosofía final : introducción a la Vedanta Advaita / Ada Albrecht. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Hastinapura, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-4038-56-2

1. Filosofía Hindú. I. Título.

CDD 181.4

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

© by Editorial Hastinapura

Riobamba 1018 (C1116ABF)

Ciudad de Buenos Aires, República Argentina

Tel. (0054-1) 4811-9342 / 4813-0685

E-mail: [email protected]

Internet: www.hastinapuralibros.com

Primera edición en formato digital: enero de 2023

Versión: 1.0

Digitalización: Proyecto 451

OM SRI GANESHAIA NAMAHA

Reverencia a Sri Ganesha

Deva de la Sabiduría Espiritual

en la Religión de la India y

Guía de los devotos de Dios

Cuida tu Fe

…Y pregunté: “¿Por qué el dolor, por qué?

Este Universo, ¿a dónde se dirige?”

Y Dios me respondió: “¡Cuida tu Fe,

que a buscarla, hija mía, descendiste”.

“Sólo yo en Ti, yo sólo en Tu memoria,

toda especulación es cosa vana;

la mente es hilandera y en su rueca

teje para que tu Alma se distraiga.

Es un mago sombrío el pensamiento,

poderosos sus filtros y tan vacuos

que jamás dieron paz a ser alguno

ni alma que su poción haya curado.

Sólo vive en la cueva de los siglos

con sus hierbas de ideas, el gran brujo

las mezcla una y otra y otra vez

mas lo Esencial, con ellas nunca obtuvo.

Su destino es jugar, le agrada el juego

él es un jugador empedernido

que rechaza la luz y la pureza,

y que por eso de mi amor ha huido…”

…Yo quedé entonces con el alma absorta

la mente en paz, ya en calma y sin “¿por qué?”

escuchando la voz que repetía

como arcana oración: “¡Cuida tu Fe!”

Ada Albrecht

Ada Albrecht en el Templo del Bhagavad Gîtâ, en los Himalayas, India.

PALABRAS PRELIMINARES

HAY ALGO QUE NOS ASOMBRA en todos los libros introductorios al estudio de la filosofía Vedânta: su acabamiento. Queremos dar a entender con esto que los mismos no son un conjunto de pensamientos sobre Dios, el hombre, la moral, el mundo, etc.; no son ideas sueltas en trabado divorcio unas de otras. Por el contrario, es un sistema cerrado, un sistema completo de filosofía, que comienza definiendo qué es el hombre, por qué el hombre no puede concienciar su Ser, qué es lo que “traba” esta comprensión de su sí mismo, y luego da normas para la liberación de estos obstáculos, orientando con infinita lógica, no carente por ello de profunda mística, hacia el camino de salida.

Analicemos, por ejemplo, los capítulos que componen uno de los Prakaranagrantas de mayor difusión en India, y a cuyo comentario se aboca nuestro libro, el llamado Vedântasâra.

PRIMER CAPÍTULO

Comienza dando a conocer la premisa fundamental de toda la filosofía de los Vedas, esto es, que: EL HOMBRE ES DIOS EN ESENCIA. Para aprehender y hacer propia ésta sabiduría, es menester que los que se abocan a ello detenten ciertas condiciones. Se dice entonces cuáles son estos requisitos, y lo imprescindible que es, para recorrer el Camino de este “conócete a ti mismo”, la guía de un Maestro capacitado (Guru).

SEGUNDO CAPÍTULO

¿Por qué, si el hombre es Dios, como se afirma, debe vivir esclavo de su ser animal, empequeñecido y débil ante los infortunios que azotan su ser material? Se da la explicación en este capítulo. Cómo el mundo de la apariencia “atrapa” al ser humano, y por qué éste no puede salirse a menudo de él. Este proceso por el cual el holmbre queda como prisionero dentro de una celda de barrotes de humo, que sólo en apariencia parecen ser de hierro, se llama el proceso de Sobreimposición. Qué es el mundo, su constitución, su parte densa y su parte sutil, así como la del ser humano, etc.; son expuestos con toda lógica.

TERCER CAPÍTULO

¿Cómo comprenderán los hombres este proceso de Sobreimposición? El mismo se ajustará a las diversas naturalezas de los seres. Se analizarán los pensamientos de los materialistas, sensualistas, racionalistas, etc., hasta llegar a aquellos de mayor trascendencia espiritual. Aunque los nombres empleados para definir estas posiciones tan diversas pertenecen al contexto filosófico de India, bien se podrían aplicar a los occidentales, pues el fondo apunta a definir cada uno de los estratos del pensamiento universal, y demostrar que, de acuerdo al hombre, será su visión del mundo y de sí mismo. Aquellos apegados a lo material —llamados Chârvâkas, en nuestro texto— enaltecerán el mundo visible, y así sucesivamente hasta llegar a los espiritualistas.

CUARTO CAPÍTULO

El hombre puede abstraerse del mundo, puede liberarse de la sujeción a ese mundo ilusorio, cambiante, nunca el mismo, siempre siendo, jamás Uno; en fin, salirse de su torbellino, y concienciar la esencia de lo eterno que vive tan sólo en el corazón del hombre Realizado.

QUINTO CAPÍTULO

Si “Yo soy Dios”, si el mundo es Mâyâ o ilusión, si la Realidad se halla en mí, ¿cómo abordarla? Aquí se dan los: “pasos para la realización en el hombre de su Divina Naturaleza”.

SEXTO CAPÍTULO

Se van a enumerar aquí cuáles son las características de ese divino Despierto, que ha obtenido, tras largo esfuerzo, la liberación de su Yo Celeste o Âtma, del mundo de las formas. Vemos, pues, que se ha comenzado con un axioma (el hombre es Dios), se ha especificado el por qué es tan difícil esta captación, y luego se han dado las llaves necesarias para liberar de su esclavitud al Yo trascendente. Nada queda al acaso, no se conmina a realizar ningún tipo de acción moral, dicotomizada del resto de los caracteres que configuran al hombre; no se le dice “cree”, ni “debes”, ni “actúa del tal modo”, no se le acusa, ni se le amenaza con infierno alguno, ni se le premia con ningún cielo. No es un “sistema de filosofía” teórico, endeble para su demostración empírica. Aquí lo empírico es base de lo teórico. No es mera discursividad intelectual —el intelecto ocupa su lugar correcto y específico aquí—, no es en fin una opinión más, sino la ruta a seguir por todos los hombres del mundo que bien comprendan la dirección de este camino. Es el real CONOCIMIENTO DE DIOS, o TEOSOFÍA, de la que nos hablara el neoplatónico Plotino, en el siglo II de nuestra era.

Sólo la pobreza de nuestras Almas, anquilosadas bajo la presión de la inquieta mente, pudo equivocar el Gran Camino y salir a buscar el conocimiento hacia afuera, en el mundo, en lo dado, en las cosas, en el universo, sin intuir siquiera que cuando creía indagar por la Verdad extendiendo sus ojos en el espacio-mundo, era cuando se alejaba precisamente de ella.

Es que… ¡cómo fascina este mundo caleidoscópico a la pobre niña psíquica! ¡Qué de juegos, qué de estructuras fantásticas se conforman de continuo en la Casa del Tiempo! ¡Allí está la arqueología! ¡Seamos expedicionarios de las grandes ciudades, desenterremos la vida, hurguemos en el pasado! ¡Qué aventura recorrer el viejo Nilo, como los faraones en sus grandes barcas de papiro, qué gloria detenerse a los pies de Abidos, y reclamar a la arena los tesoros escondidos! ¡Ay, Curiosidad, demonio vestido de Búsqueda Real! ¡Cómo quema y lacera, acicateando a la gran Ciega, la Mente! ¡Busca, busca!, le conmina. ¡Aquí es Música, allá es Religión, mas allá es Ciencia o Filosofía! Es estrella que titila y llama, es mar que esconde e invita a que creemos máquinas para recorrer sus ocultas profundidades, es, en fin, la gran casa de Mâyâ, el Gran Espejo, la Nada alucinante, que con sus dos poderes cubre y mal refleja ante nosotros, el humo, el polvo… la miseria vestida de abundancia…

Es sólo el hombre que regresa de la aventura, el que humildemente se acoge a los pies de Plotino. Ya no irá a “conocer a Dios”, buscándolo fuera de sí mismo, sino que, en el silencio de su curiosidad ya agotada, exhausta, creerá escuchar una voz de su ser íntimo que le reclama “¡aquí, aquí!”, y hacia él dirigirá sus pasos. Habrá llegado al portal de la Gran Verdad, estará despertando a la Realidad.

INTRODUCCIÓN

TODO SISTEMA FILOSÓFICO es siempre un camino que trata de llevar al alma peregrina del hombre, desde las tinieblas a la luz, desde la ignorancia a la sabiduría. Esta divina intención, campea en todo pensamiento, sea éste espiritualista, idealista o materialista. El materialismo es, también, un intento de hallar en el oscuro mar de lo supuesto, el puerto firme de la Realidad. Todos los hombres, escépticos, espiritualistas, sensualistas, ateos o religiosos, tenemos en común la maravilla de una verdad que nos envuelve y hermana: la de la búsqueda.

Así pues, toda filosofía, no importa si antigua, moderna, contemporánea, oriental u occidental, todo filosofar a secas, es un intento de rescatar al ser humano del no ser y no saberse para llevarlo a la esplendencia del Ser y Conocer.

Si nuestra razón pudiera estarse más alerta a esta esencia, basamento de toda gnosis, seguramente que nuestra enemistad o fastidio intelectual por ciertas sistematizaciones que pueden ser opuestas a las nuestras, se verían reducidas.

Cuando decimos filosofía, decimos también religión. La filosofía es pensamiento, la religión es amor, pero amor y pensamiento son simples maneras de llamar a la Verdad, que se presenta a nosotros por los diversos caminos de nuestro vasto universo psicológico.

Hasta que el hombre no descubra la identidad profunda, total, que subyace debajo de toda apariencia, no podrá tampoco inteligibilizar la identidad de sí mismo con Dios. De esta identidad nos han venido hablando los más altos filósofos y los más grandes Avataras (1) religiosos. Sin embargo, nuestra percepción espiritual se halla tan empañada y embrutecida, a causa de nuestro continuo contacto con esas apariencias diferenciadas, con el mundo plural, con sus desarrollos, los hijos de Espacio y Tiempo, que apenas si podemos entender que “todo es Uno” y que en “mí”, algo tan pequeño, tan defectuoso, tan nada, pueda encontrarse la esencia más alta, esa esencia que acostumbro a buscar en mis continuos buceos en el mar del misterio exterior.

Platón nos dice “Dioses sois y lo habéis olvidado”, Jesús el Cristo nos repite “el reino de los Cielos está en vosotros” para citar una, siquiera, de sus frases señeras. Plotino nos habla de “ver a Dios en nosotros mismos” por el camino de la teofanía, y Aristóteles mismo, el gran Aristóteles, el más manoseado pensamiento filosófico que jamás existiera en Occidente, el verdadero crucificado en el madero del dogmatismo, el jamás comprendido, nos dice también que “cualquier ciencia es más necesaria que la Contemplación, superior, ninguna”, entendiendo por contemplación ese poder de penetrar, allende el intelecto, en ese mundo virgen que encerramos dentro de nosotros y que ningún pensamiento —incapacitado explorador, cuyas armas de papel nunca consiguieran mellar siquiera sus diamantinos muros—, pudo jamás organizar dentro de las categorías del entendimiento.

Debemos reconocer, aunque esto nos sea doloroso y hasta avergonzante, que desde remotos tiempos, filósofos y religiosos —los que han leído y estudiado siempre sobre la Unidad, la Realidad, el Dios-Uno, etc.—, han sido los más entusiastas sembradores de discordia y separatividad en el género humano. Defendiendo su particular punto de vista, consciente o inconscientemente, se han dedicado al ataque de todos los demás.

De ningún modo intenta este pensamiento ser una crítica sino, más bien, un estudio objetivo sobre nuestra pequeñez. Es como si, tratando de hallar la verdad sobre todas las cosas, perdiéramos en nuestro intento la posibilidad de encontrarla, en el preciso momento en que nuestros sentimientos juegan una mala pasada a nuestra razón: nos enamoramos perdidamente del ropaje con el cual vestimos a nuestra Verdad, y admirando una y otra vez dicho ropaje terminamos por perder de vista aquello que se arropa con él.

Así, terminamos por desconocer la Realidad Total, por apegarnos a nuestra Realidad Aparente. Entonces nos autobautizamos “pitagóricos” “kantianos”, “platónicos”, “orientalistas”, “cristianos”, etc., o sea que en esa inclinación de nuestra razón —y al hablar de inclinación, es evidente que ya entra a jugar un papel el sentimiento—, perdemos contacto con la Verdad-Una, al “curvarnos”, por decirlo así, hacia una fracción determinada.

A tal punto ha llegado el desarrollo del pensamiento humano que todo “sistema”, sea religioso o filosófico, que pretenda alzarse como original exposición de la Verdad o de Dios de ahora en adelante no hará, seguramente sino repetir, con otros oropeles intelectuales, verdades arcaicas, preconizadas por viejos pensadores. Nunca jamás podrá existir ningún “sistema” completo, si ese “sistema completo” del pensar o del creer, para conquistarse como tal, debe marginar a los otros. La naturaleza no entrega la corona de la Verdad a ninguna de las partes que la componen, cualquiera sea el plano donde se opere este fraccionamiento.

Así, no es época de nuevas siembras en un campo donde por siglos el hombre se ha sacrificado en el más severo trabajo de cosecha de simientes metafísicas.

Orientales y occidentales, hemos hecho durante milenios, trabajos de análisis, si Dios es Uno o es múltiple, si el hombre es meramente mortal o escapa a la putrefacción de su carne como espíritu, etc., etc. Mucho hemos pensado, mucho hemos visto con los ojos de la mente, mucho hemos pedido a nuestro intelecto, mucho hemos vivido de rodillas, como mendigos, frente a los lujosos reinos de los “sistemas filosóficos” y los dogmas teológicos.

El futuro no es ya del análisis sino de la síntesis y no será trono de ningún naciente dogma sino taller donde se reconstruya la idea y el sentimiento-uno, subyacente en la apariencia de todo polifacetismo ideológico.

El futuro no puede ser ya de lo que separa, sino de lo que une. Aunque nuestras palabras, a la mente del pensador tradicional y clásico, aparezcan como teñidas de romanticismo, de un lirismo alejado de la dura realidad, sin embargo, hacia ella vamos.

Es hora de que ahondemos las similitudes, no las diferencias.

Días vendrán en que de Platón y Aristóteles —puestos gratuitamente en el ring-side gnoseológico, como dos pesos pesados de la filosofía, dispuestos a vencerse mutuamente—, se olviden sus diferencias, si es que las hubo, y se recuerden sus innumerables similitudes. El mundo de las ideas y el sistema de los universales fue comentado en todos los tonos del intelectualismo como dos antítesis. Poco se remarcó y nunca con el énfasis debido, la magistral similitud ESENCIAL de los dos titanes en su concepción ética del hombre, pues solamente se tuvieron ojos agudizados para la visión de sus oposiciones.

A Kierkegaard se lo bautizó “existencialista cristiano” y con ese etiquetamiento, los que no se juzgan como pertenecientes a ese modo de pensar, no lo leen, y aún más, lo relegan despreciativamente. ¿Qué podía saber el pobre Kierkegaard de las verdaderas cuestiones filosófico-espirituales? Pierden así la visión de un sol de brillo incalculable, pues en la elaboración metódica de sus tres estadios —estético, ético y religioso—, nos entrega una realidad sobre nosotros mismos, verdaderamente apabullante. Eso, por citar uno de sus pensamientos. ¿Quién puede, luego de inteligibilizar este concepto de maravillas, recordar las pequeñas ideas de Kierkegaard —que también las tuvo—, como todos los grandes?

¿Acaso no tuvo ideas pequeñas Platón, junto con ideas geniales? ¿Vamos a juzgarlo por la condenación a los ateos —a quienes habría que matar, según el juicio que formula lisa y llanamente en La República—, o por el resto de sus obras?

Los que no hacen filosofía, sino religión —sobre todo en este momento en que Occidente atraviesa una crisis tremenda de fe—, abandonan el cristianismo y van a bucear en las aguas místicas del Oriente, en busca del “camino” que no supieron hallar en el seno de su propia cultura.

¡Pero es que la concepción del Dios hindú es la misma que la del cristiano! Dejemos que los vientos de la correcta discriminación, del verdadero discernimiento, avente las ropas de uno y otro a fin de que nosotros podamos ver la Realidad oculta debajo de sus oropeles. Es exactamente la misma. Y no sólo “su” Dios, sino sus místicos y santos. Nada difiere la vida de un San Benito de la vida de los hindúes Sankara y Nârada. Benito, el ermitaño sublime, el que vivió por años en una cueva meditando, no difiere de esos anacoretas de piel cetrina que aún hoy hacen lo mismo que él hiciera en Murcia: perderse para el mundo, a fin de encontrarse en Dios.

“No —nos dice nuestro intelecto—, las diferencias existen…”

Los sistemas religiosos y filosóficos tienen marcadas distinciones entre sí. ¿Es menester repetir que tampoco esto se niega aquí? Por cierto que las hay, pero, insistimos, las almas que pretenden edificar el futuro, han de vérselas con las similitudes, no con las diferencias. Los oropeles, los vestidos son diferentes, NO LAS ESENCIAS.

¡Y hacia eso vamos!

El hombre debe aprender a hacer con sus pensamientos, lo que aprendió a hacer con la tierra, el mar, el viento, las estrellas. Toma de ellos lo positivo, lo que es benéfico, lo que es útil, sin enjuiciarlos. No le dice el siciliano actual a su mar: “yo te maldigo por haber traído un día hasta nuestras playas los barcos cartagineses que nos convirtieron en esclavos”. No le dice el español de hoy a su tierra: “maldita seas por haber dado alimento a nuestros invasores, los romanos”. Sabemos que los elementos no pueden ser enjuiciados, porque los elementos no piensan. ¿Qué podemos ir a decirle a la tierra, el mar o el sol? Tomamos del sol, el mar y la tierra lo útil y bueno. Olvidamos el resto.

Y bien; esta postura de ver lo positivo, de entendernos con la Vida Universal en lo que ésta tiene para darnos y construirnos, es lo que necesitamos para VER el panorama religioso filosófico de la Humanidad a lo largo de todas las épocas.

Para realizar esta esplendorosa síntesis de visión, el hombre debe ser absolutamente libre. Toda organización, ideología, religión, etc., que enmarque el espíritu humano en posturas que no tiendan al universalismo, está condenada a perecer; es más, nace enferma, se encastra dentro de un yoísmo que lleva en sí el germen de la muerte. Es por eso que centenares de miles de “sistemas”, “iglesias”, “Sangas”, en fin, de organizaciones de todo tipo, que quisieron o creyeron vérselas con la Verdad más esplendente, terminaron por morirse en el mismo lugar donde nacieron: en el tiempo, incapaces de entenderse con aquello que lo supera: la eternidad. La Verdad-Una, al ser esencia, lo traspasa como una espada de acero a un muro de papel. El problema es que pocos pensadores o reformadores religiosos que empuñaron esa espada pudieron lograr que, a su vez, lo hicieran sus seguidores. Estos últimos absortos en la divina presencia de su Maestro o su Guía, olvidan siempre su Sabiduría para ir a idolatrar sus sombras… ¡Tal la tragedia del hombre!

“Yo” idolatro una sombra, “tú” idolatras otra sombra, “él” idolatra una tercera. No sabemos que esas “sombras”, son tales porque hay una misma identidad de luz que las hace aparecer a nuestra percepción y, dado que no lo sabemos, luchamos acaloradamente por imponer la nuestra y exterminar las otras. No nos damos cuenta que la manera más fácil de hacer desaparecer precisamente lo que juzgamos “nuestro”, es colaborar con la desaparición de lo que juzgamos “del otro”. Se colabora en su desaparición, no sólo cuando conscientemente se la enfrenta para negarla, sino que a veces se colabora no deteniéndose a analizar los estados de rechazo, posposición o indiferencia que fluctúan en la mente de manera subconsciente y luego prenden en el corazón, entenebreciéndolo todo. Entonces el hombre ya no ve sino su particular punto de mira. Ningún “particular punto de mira” puede jamás ser un camino; en todo caso, será el pálido reflejo de ese paso que el Alma quisiera poder dar para encontrarlo si se hallara libre, totalmente libre, de toda trabazón y endicamiento mental.

Veamos la Realidad: el tiempo devora a sus hijos. Esta vieja enseñanza de todas las tradiciones espirituales, significa que sólo el que se entiende con las esencias puede escapar de la muerte.

Del mismo modo que nuestro entendimiento llama “Vida” a la vida de la flor, del animal, el niño, el anciano, y, en fin, llama Vida a la vida del Universo, y “CONCIENCIA” a la unidad magistral de esa sola energía expandiéndose armónicamente en la totalidad de lo Creado más allá de la multitud de cuerpos; del mismo modo que no cuestiona la vida de la hoja preguntándose “¿será esto vida como la de la flor o el mineral?”, sino que, allende sus diversas manifestaciones, trata de comprenderla y alcanzarla en su esencia, no importa cuáles sean sus “modos” de aparecer; de ese mismo modo —abierto— tendría que proceder el hombre, para la comprensión de la larga trayectoria filosófico-religiosa del género humano.

Dios es Uno, el universo es Uno, el hombre es Uno, y a su vez, el hombre, el universo y Dios mismo como Creador, vuelven a unificarse en aquella esencia Sin Nombre, para captar la cual es absolutamente incompetente toda postura mental.

Hallar, entonces, el camino hacia esa Unidad es nuestra tarea y ninguna otra. No puede ser ya ninguna otra.

En el siglo XIX, muchos intelectuales autotitulados “orientalistas”, al descubrir el vastísimo universo metafísico de Oriente y en especial el de la India, cerrado hasta ese momento a los occidentales, vieron que existía en él un brillo de Verdad clarísimo, dándose entonces a la tarea no de hablar sobre esa Verdad a secas, sino de atacar la mentira de ciertos pensamientos y religiones occidentales. Descubrir la pobreza espiritual “del otro”, enrostrarle su miseria gnoseológica y mística, es pobreza de corazón, es no tener espíritu de Magisterio para la grey humana, es desconocer que, donde hay sombra mayor es porque falta una Luz que la disipe, no una vara que la acuse por ser tal. Así, el cristianismo estuvo y sigue estando en el banquillo de los acusados; más precisamente, lo está la Iglesia Cristiana, de la cual se ventilaron sus historias negras, sus desaciertos, sus crímenes. Con esta crítica negativa se logró no que el alma del hombre se separara de lo malo, sino que se alejara de lo bueno. El Cristianismo, en su totalidad, fue despreciado y arrojado a un lado. La crítica histórica en todos sus niveles, había tenido un vástago: el ateísmo. El corazón dejó de amar cuando su tiránico amo, el cerebro, dióse a la tarea de señalar los defectos de la religión de su esclavo.

El ser humano engendra sus críticas y engendra sus teorías nuevas, sus originalidades, a través de su personalidad, esto es, su materia mental. El único que puede entenderse con las esencias es el espíritu liberado de esta última, a la que comanda y utiliza positivamente, sin ser ya comandado ni utilizado por ella.

Esforzándonos, pues, por elevarnos de todo caos separatista es que damos a conocer este tratado de filosofía. Ese caos puede ser hebreo, cristiano o musulmán, puede circunscribirse a la mística pitagórica, la especulación aristotélica, o el idealismo hegeliano. Si todas estas religiones y filosofías pretenden dar al hombre un camino para su mejoramiento, esas religiones y filosofías pertenecen a nuestro libro o, mejor dicho, nuestro libro pertenecerá a ellas, porque su nombre es “Conocimiento Último” o “Conocimiento Final”. Cuando un aristotélico verdadero, allende la parte especulativa de la doctrina de su Maestro, realiza la Contemplación, realiza también dentro de sí mismo el último conocimiento, el conocimiento final, que le es dado a todo mortal. Cuando un musulmán, de cara a la Meca, efectúa sus liturgias como lo señalara su hombre-Dios, y entrega su ser todo a la Divinidad en la que cree, también está viviendo la misma eternidad espiritual del primero, y así en todos los caminos, en todas las líneas del pensamiento, de las creencias, de las religiones, de las sectas, de los sistemas, de las sociedades y organizaciones.

Pedimos perdón por entregar el agua de este conocimiento en la forma de un vaso determinado: la Vedânta.

Pedimos perdón también por los nombres en sánscrito, pero confiamos en que el lector, habiendo leído estas palabras preliminares, sabrá mirar el Sol, apartando las ramas del follaje que de modo inocente pueden disminuir el esplendor de sus rayos.

Por último —¡oh divina y acariciada esperanza!—, confiamos profundamente en que la lectura de este pequeño tratado, sirva, no para decir “he hallado aquí el Camino”, sino “he hallado que todos los caminos esconden en su ser la esencia del camino Uno; Camino que no me será dado recorrer hasta lograr que mi Alma lo reconozca en todos los demás Caminos Espirituales de la tierra”.

1. Se llama Avataras a las Encarnaciones de Dios sobre la Tierra, como el Señor Krishna, Sri Rama, y otros muchos Maestros Espirituales. La palabra Avatara significa “descendimiento divino”.