Guirnaldas de fuego - Rubén Scollo - E-Book

Guirnaldas de fuego E-Book

Rubén Scollo

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Beschreibung

Relatos y poemas que se entrelazan en una visión medio alucinada del mundo actual. Eso contiene el llamativo libro de Rubén Scollo. El cuento que le da nombre al libro, "Guirnaldas de fuego", describe situaciones que viven los inmigrantes llegados desde tierras calientes a una Europa demasiadas veces hostil. Es la obra de un narrador capaz de hacerle justicia a la perplejidad e inquietud que siente frente a mucho de lo que le ocurre a él y a sus semejantes, y que por eso mismo prueba con diferentes registros para expresarse.

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Seitenzahl: 109

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Rubén Scollo

Guirnaldas de fuego

 

Saga

Guirnaldas de fuego

 

Copyright © 2022 Rubén Scollo and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728100844

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Prólogo

Prólogo

Encabeza esta serie de narrativas conformadas por historias tanto ficticias como reales: “Guirnaldas de fuego”. Y es precisamente ese relato el que le da título a la obra. En él, se describe una cruda realidad que está atravesando gran parte del mundo, pero en especial ciertos países árabes y Europa. La Europa que “aloja y no contiene, no incluye a la vez, a los migrantes de las tierras calientes”.

Luego una serie de historias como “El Krause”, esa torre romana ubicada en La Coruña que fuera visitada por el autor y su ex mujer, o “Retrospectiva” y “El patio de los arándanos”, son semblanzas que se hicieron carne en las vivencias del escritor. Cada relato conlleva un mensaje, cada párrafo más que anunciar elucubraciones basadas en la lógica, presentan lo ilógico ensamblado dentro de un contexto ficcional.

El autor vuelve al género narrativo que según su apreciación: “no le queda tan cómodo como la novela desenfrenada, ficcional y utópica”. Pero más que nada, su deseo, es simplemente comunicar vivencias y creaciones novedosas.

El libro trata de retratar situaciones, complejidades y variaciones por las que pasan, por las que frecuentan los seres humanos normales y los que están fuera del circuito de la coherencia. La imaginación es el eje central de este libro dedicado a quienes pretendan una vida sin problema que los aqueje…”Eso es imposible, vivir es tutearse día tras día, con un cúmulo de perplejidades”-asegura Scollo-

Guirnaldas de fuego

Amaneceres iracundos, descolgados de ruinas groseras, allá donde la noche duele y el día con su sol abrasador quema hasta el alma. Noches de disparos cruzados donde la vida no vale nada. Nada de nada. Y entre la penumbra asoman rostros de jóvenes, de niños, facciones de gente con sus futuros truncos, abortadas sus libertades de existir a pleno. Y la luz invade cada mañana, asoma por los espacios viciados de maldad inalterable, asoma como la libertad que lucha contra la peste; que ejerce su tire y afloje contra quienes desean que “el mundo no sea mundo”. En ese ámbito embebido de desasosiego, plagado de manchas rugosas que anidan en las almas tristes, en los pechos desinflados de placeres; allí nació, vivió y se crió Ahmed. Y Ahmed, soy yo, un muchachote todavía, de talla algo elevada y de profundos ojos tan oscuros como la no presencia de la iluminación…pero vale mi alma, la que creo noble, de inagotable pureza; y ella sí, está bien alumbrada.

No deseo permanecer, estar, procrear, en un lugar donde la carne huele a maltrecha, donde matar, morir o vivir, conjugan el mismo idioma. No lo deseo, para nada, por nada del mundo. Por eso, junto a lo que resta de mi otrora numerosa familia, planeo irme. Ostento un futuro de libertad. Y allí, cercana está Europa. Una Europa que me llama, que agita mi corazón empapado en sueños irrefrenables. Y entre sábanas mojadas, cada noche, cada madrugada no espero la muerte, sólo pienso en esas ciudades que veía hace tiempo por los canales de televisión. Ciudades pulcras, populosas, de edificios que llegan hasta los cielos inalcanzables… ¡claro…ni Alá puede alcanzar esas alturas! Porque ya hasta desconfío de la preciada religión que me machacaron desde pequeño con fuego, hasta moldear mi mente en fuertes creencias imposibles de desmontar porque sí nomás.

¡Mañana nos iremos Mohamed… mañana cuando las sombras todavía envuelvan la ciudad derruida por las bombas!...Sí, será mañana. Y mi hermano, tres años menor, con su adolescencia flotando y revolviéndole la sangre, no hace otra cosa que asentir. Seguirá como es costumbre detrás de su hermano. Me seguirá como lo ha hecho casi siempre. Me ama. Me admira y ya sin padre ni madre, soy su único ser amado que le queda en un mundo que no logra interpretar del todo. Pero tenemos una hermanita, Amira, y ella padece el país algo alejada de donde nos encontramos, está en la ciudad de Yabrud; primero tendríamos que ir a buscarla, sacarla entre las sombras de la noche y luego los tres marcharnos a conocer las geografías donde la vida no pesa, no hostiga…al menos tanto como sucede con nuestros compatriotas aquí, en un país en guerra. Ya falta poco –piensa el chico, mi hermano- poco…muy poco… ¡Es así Mohamed…muy poco!

Tal vez nos convenga pasar desde Siria hacia Turquía, por algún lugar donde el riesgo sea menor que el afrontado por muchos de los compatriotas que seguramente estén de cara al otro mundo. Omar, un hombre ya entrado en canas, alguna vez nos dijo que “lo mejor es pasar inadvertido y que ninguna persona cercana o no, supiese acerca de nuestros deseos de escapar”. Siempre recordé esas palabras…aunque el viejo ya no está. Una bala perdida en una ciudad cercana a Damasco le quitó la vida… ¡Pobre viejo! Siempre me había parecido un tipo sensato. Porque luego de la muerte de nuestros padres, por un tiempo había sido el sostén de los tres. No obstante ahora, ella, Amira, había sido llevada por un primo de mi madre a Yabrud. Según había dicho él: “la pequeña dentro de poco estará en edad de casarse y de esa forma salvará su vida”.

En realidad, mucho no le creí…pero nada pude hacer para evitar que la niña de rizos dorados como el sol, no se fuera con ese patán. ¿Y dónde se encontrará exactamente Amira? Un amigo de la familia tiempo atrás, nos había dado una dirección de Yabrud; allí dijo que la había visto con carita de sufrimiento. La extrañamos, tan linda, tan dulce… ¡Pobre Amira!

Ya amanecía en el poblado de edificios diezmados por las bombas. Ya el reloj interno de Mohamed y el mío, nos indicaba que debíamos marcharnos cuanto antes. Me deslicé por el cuarto sin hacer ruidos molestos, con nosotros convivían una decena de refugiados. Pero yo, no había comentado mis ideas de huida con ninguno de ellos. Toqué a mi hermano en uno de sus brazos y le tapé la boca para que no gritara. La cara, o lo que se divisaba a esa temprana hora, era de sorpresa. Enseguida calculó que era su hermano mayor, o sea yo…se tranquilizó. Los dos habíamos dormido vestidos y no fue impedimento dejar la morada rápidamente.

Infructuosa fue la búsqueda por los sitios donde supuestamente estaba ubicada la criatura de rizos dorados. No logramos ubicarla… ¡Qué lástima hermano…pero debemos marcharnos cuanto antes, tal vez la hayan llevado a otro lugar! La bronca avasalló nuestros cuerpos y los mismos esgrimían la insolencia de escaparle a la maldad, a la vida mal afrontada. Deseaban ya salir de esa tierra que a más de habernos recibido al momento de nacer, nos había desprotegido, pero por culpa de unos pocos delincuentes del poder. Los que siempre merodean y merodearon en busca de idiotas seguidores de “filosofías y promesas que quién sabe adónde los conducirá una vez llegada la muerte”.

A las seis de la tarde un micro desvencijado nos trasladó a un lugar cercano a la frontera con Hatay. Allí, luego de unas pocas horas de viaje, nos escondimos junto a otro grupo de desertores de la tierra, que echaba a sus hijos. Nos echaba como si fuéramos desperdicios humanos fundidos, aunque lejanos a ese basural de mentes hegemónicas. Esos pútridos cerebros fueron los que habían orquestado una operación de conquista por sobre toda una población sumisa, errática, desgarbada en sentimientos, exenta de valores.

Al despuntar otro día y ya cerca de la línea divisoria entre los dos países, le comenté a mi hermano algo que el chico apenas pudo interpretar, pero Mohamed creyó entender: “que Dios nos proteja a nosotros y cuide de nuestra hermana”. No quiso preguntarme qué le había dicho exactamente. Lo dio por entendido…me besó la mano. Las lágrimas incontenibles comenzaron a coronar mi rostro para transformarlo en una marea de sensaciones reales, precisas; para sumirlo en un cúmulo de sentimientos…

¿Quiénes vienen conmigo? -apuntó un hombre barbado enfundado en adusto rostro- Los muchachos siguieron la fila sin decir absolutamente nada. Sólo se ubicaron detrás de un pequeño hombrecito de túnica tan sucia como el polvo del desierto que habían dejado atrás…bien atrás, hacía mucho tiempo ya. Nosotros fuimos detrás de ellos.

Pasamos por varias ciudades cruelmente diezmadas, y por un momento creímos estar en Manbij o Menbej; de allí fuimos hacia Jarablos, luego casi asida de nuestras manos, de nuestras mentes, divisamos la ansiada libertad. En Turquía estuvimos poco tiempo, porque nos dijeron que hasta allí podíamos ser perseguidos, atrapados y devueltos al infierno. Por eso preferimos recorrer una Europa que se nos presentaba distinta a lo que imaginábamos, una Europa libre y de límpidos cielos, con gente normal que no escapaba de bombardeos infames, inútiles. Y de esa forma…huyendo, sorteando obstáculos a veces innecesarios, llegamos a Alemania.

Los primeros meses fueron raros, oscuros, no tan buenos como presagiábamos al comienzo de esta escalada hacia la libertad. Los blondos habitantes germánicos no nos dispensaban un trato demasiado ameno; no obstante algún lugar en el mundo nos cobijaría y sí, estaríamos fuera del peligro de las balas, de las bombas, de todo aquello que quema la piel hasta las células mismas. Pero por el momento estábamos afincados en la región de Baviera y allí por supuesto que vivíamos, aspirábamos el aire cargado de las noches en las que la luna asomaba espléndida, con una redondez nunca antes vista. Allí no había tanto árabe como en otros sitios de Alemania, y a pesar de todo estábamos formidablemente cómodos.

Atrás quedó una guerra tonta, entre hermanos, entre gente que deseaba vivir: unos de una manera y otros de forma diferente. Un pasado de hambre que experimentamos a diario con la falta de comida y hasta de agua; ahora estábamos sepultados por la opulencia del poseer. Sí, del poseer tanta cosa al alcance de los ojos, de nuestras manos, de los estómagos antes plagados de vaciedad.

“Hermano –me dijo Mohamed- nunca pensé que pudiéramos salir con vida luego de una huida problemática, en verdad, nunca pensé que disfrutaríamos las mieles del aire, del sol, de la tierra mojada vuelta a secar luego de una lluvia intensa. De la nieve que te corta el rostro pero que no te daña…Nunca pensé todo eso, ahora sí”.

¡Y estamos con vida, que eso es lo que importa Mohamed! Las palabras, mis palabras, admito, fueron pronunciadas con desprecio por lo “anterior”, esas articulaciones vocales desprendidas de mi garganta llevaban más que nada un odio contenido, desdibujado por el tiempo, pero odio al fin. ¿Pero qué habría pasado con la pequeña Amira? ¿Estaría en perfectas condiciones? Nunca, al menos hasta ahora, lo sabríamos….Tal vez jamás, jamás de los jamases.

Mohamed trabajaba en una estación de servicio; en mi caso, lo hacía en una tienda de artículos regionales. Y con el dinero no nos iba nada mal, pero algo faltaba, algo que no sabíamos cómo definirlo precisamente.

Era indudable que las relaciones en ese país prestado eran casi nulas, no obstante habíamos escapado del caos, de la muerte segura; habíamos dejado a nuestras espaldas una serie de dificultades que a veces producían profundas penas… ¿Pero por qué? Y la respuesta era: “porque ese lugar, el del terruño, entre un desierto enmarcado por las noches gélidas y los días calurosos. Esas ciudades desdibujadas por las bombas que moldeaban las estructuras edilicias jugando siluetas y dibujando el cemento hasta hacerlos parecer, a los edificios, por supuesto, como parte de una película de ciencia ficción. Las ciudades que alguna vez fueran coquetas ya eran muecas burdas e infames de lo producido por unos cuantos locos apátridas. ¿y la religión?¡Pero qué importaba ser católico, judío o musulmán!¡Qué importaba todo eso…si dios era uno solo! Uno solo. Uno solo. Y el mundo era mundo donde ahora se encontraban, donde antes habían estado…el mundo era mundo en todas partes.

-¿Qué pasará allá, Ahmed? -me inquirió mi hermano-

-Allá… ¿dónde?

-En nuestro país, en Siria.

-Algún día la guerra ha de terminar. Finalizará y tal vez, volvamos a disfrutar de nuestro pasado. Ese pasado donde pequeños jugábamos a la luz de la luna…Ese tiempo en el que junto a nuestros abuelos, padres y hermana, fuimos verdaderamente felices.

-¡Que así sea Ahmed!

-Y lo será hermanito…lo será.

Esa noche dormimos intranquilos. Yo pensaba y recordaba desde los juguetes más emblemáticos, aquellos que nos proporcionaban diversión infantil, hasta aquél rifle a balines que me había regalado un tío. Las prácticas de tiro eran divertidas, pero ahora, en sueños las odiaba. Odiaba las balas, los fusiles, las bombas. Y por mi cabeza, se abalanzaba una figura de mujer, una jovencita de cabellos tan azabache como lo profundo de un abismo, era ella, la mujercita que amé una vez, sólo una vez, y hasta allí me dirigía en temblorosas imágenes. Y temblaba mientras dormía, y no podía conciliar del todo un sueño que se desprendía de mi mente atormentándome como elemento de tortura. El día llegó y las luces asomaron al otro lado de los amplios ventanales.