Gustos atrevidos - Janelle Denison - E-Book

Gustos atrevidos E-Book

Janelle Denison

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Beschreibung

Todos ellos estaban a punto de descubrir el excitante poder del chocolate. Los propietarios de una prestigiosa tienda de dulces querían demostrar la teoría de que el chocolate era el mejor afrodisíaco del mundo. Para ello llevaron a cabo un estudio muy poco ortodoxo que disfrazaron de promoción de San Valentín. Cuando los confiados clientes empezaron a probar el chocolate… los resultados fueron sorprendentes. La sensata Rebecca Moore se atrevió a aceptar la propuesta de tener una aventura erótica con un millonario playboy llamado Connor Bassett.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Janelle Denison

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Dulce pecado, n.º 310 - marzo 2021

Título original: Wickedly Delicious

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-196-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Con una ligera sonrisa de satisfacción, Ellie Fairbanks le dio la vuelta al cartel del impoluto escaparate para que los residentes de Austell supieran que la última tienda de la ciudad, Dulce Pecado, estaba abierta.

Experimentó una mezcla de nervios y expectación ante la perspectiva de que entrara el primer cliente. Se preguntó si esa tienda terminaría teniendo el mismo éxito que la última que Marcus y ella habían abierto.

Como si pensar en el nombre de Marcus invocara a su marido desde hacía veintisiete años, los brazos fuertes la rodearon por la cintura desde atrás.

–Mmm –murmuró él, besándole esa parte sensible detrás de la oreja. Después de tantos años… bueno, no había nada científico en la reacción que se producían el uno al otro–. Hueles… délicieux.

–El chocolate huele delicioso, tonto –dijo, sonriendo ante el atroz acento francés, inclinando el cuello para ofrecerle un mejor acceso. Respiró hondo y el exuberante olor a chocolate llenó su cabeza. La científica lógica que llevaba dentro sabía que hacía falta más investigación para determinar los efectos amorosos exactos que tenía el chocolate sobre el cuerpo humano, pero la mujer intuitiva sabía que bastaba ese olor maravilloso para hacer que se sintiera bien.

–Cierto –convino él, mordisqueándole el lóbulo de la oreja–. Pero hueles aun mejor. Como Ellie Bañada en Chocolate, mi favorito.

Irguiéndose, apoyó la sien contra su sien y Ellie supo que observaba la tienda. Como científico, Marcus era brillante, pero como decorador era decididamente… prefirió no catalogarlo. En los últimos tres años, desde que habían aceptado los planes de jubilación anticipada de Winthrop Laboratories y se habían embarcado en un experimento propio de investigación, había estado contento con dejarle la tarea de la decoración a ella. Hasta el momento, había aplaudido sus elecciones. Cruzando los brazos, Ellie se apoyó en él y absorbió la serena fortaleza y la masculina calidez que irradiaba.

El centro de la decoración era el enorme cuenco de cristal lleno de corazones de chocolate envueltos en celofán de color rojo, dorado y plata, una decoración perfecta para San Valentín, y las peculiares mitades de corazones de color rosa y azul que formaban parte del premio especial que tenía la tienda para el día de San Valentín.

Luego proyectó su mirada clínica sobre el lustroso suelo de madera, los relucientes candelabros de pared de latón que adornaban los frisos, los sencillos pero elegantes jarrones de plata para una sola flor con rosas rojas de tallo largo. Todo era perfecto.

Sintió que Marcus asentía.

–El lugar se ve hermoso, Ellie. Incluso mejor que la última tienda en la última ciudad. Es una pena que sólo estemos aquí tan poco tiempo. Te has superado.

–Nos hemos superado –corrigió–. Sin embargo, estoy preocupada. Este local… no estamos en una calle principal, como siempre. Sé que nuestro estudio de mercado mostró que Austell encaja perfectamente en nuestro perfil de ciudad… a dos horas de coche de una ciudad importante, con una población creciente y bajas ventas de chocolate, pero ¿y si los clientes potenciales no nos encuentran? ¿Y si…?

–Ellie –cortó, dándole la vuelta hasta que se miraron–. Nos encontrarán –afirmó con suavidad–. ¿Quién podría resistirse a una tienda que se llama Dulce Pecado? Y el ingenioso certamen que has ideado para San Valentín sin duda tentará e intrigará a los residentes de Austell.

–Eso espero.

Él frunció el ceño.

–Lo que yo espero es que no termine costándonos un ojo de la cara, lo que podría suceder si tenemos múltiples ganadores.

Desterró sus temores con un movimiento de la mano.

–Es un gasto del negocio. Además, aunque el certamen no termine ayudando a nuestra investigación, promete aportar resultados muy divertidos e interesantes –sonrió.

Marcus apoyó la yema de un dedo sobre su labio inferior.

–Esa sonrisa no augura nada bueno.

Ella le mordisqueó el dedo y luego le rodeó el cuello con los brazos.

–Sólo pienso en la parte del premio de cien corazones de chocolate. Como bien sé, gracias tanto a la experiencia personal como a la investigación, una velada que tenga chocolate es mucho más excitante.

–No podría estar más de acuerdo. Lo que necesitamos ahora son más pruebas para la comunidad científica. Y si todo sale según lo previsto en la tienda y en la competición, habremos dado otro paso en esa dirección –miró su boca–. Hablando de chocolate, estar rodeado de estas delicias comienza a liberar un torrente de endorfinas…

–Que tendrás que guardar para después –contuvo una carcajada–. Además, primero debes comerte el chocolate para que las endorfinas se liberen.

–No necesariamente, y espero demostrarlo con mi nueva hipótesis… ¿puede el simple olor del chocolate activar la liberación de endorfinas? Nuestra investigación hasta ahora indica que la ingestión de chocolate conduce al comportamiento amoroso en una mayoría de sujetos. Añadir el olor a la mezcla no es tan descabellado.

–No puedo negar que cada vez que huelo chocolate, pienso en ti.

–Es porque fue lo que nos unió.

–Exacto. Probablemente no me habría fijado en ti de no ser por la bolsa de besos de chocolate que siempre tenías en tu escritorio en el laboratorio –bromeó.

–Lo más inteligente que he hecho jamás. Conseguí un buen trofeo con esos chocolates. Encontrar datos que sustenten una correlación científica entre el consumo de chocolate y la conducta amorosa es lo menos que puedo hacer para pagarle a la comunidad científica que te trajera a mi vida.

–Lo mismo digo. Además, el aspecto de la investigación es…

–Delicioso –bajó la cabeza y la dio un beso leve en los labios.

–Mmm. En más de un sentido. ¿Sabes?, eres bastante romántico para ser científico.

–Y tú, cariño.

–Deberías verme cuando no llevo este mandil.

–Vivo para el momento.

Riendo, Ellie escapó de su abrazo. Miró hacia la puerta y su corazón se alegró al ver que un coche aparcaba delante de la tienda.

–Parece que vamos a tener a nuestro primer cliente –comentó.

Marcus le apretó el hombro.

–Excelente. Que empiecen los juegos.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Rebecca Moore siguió a su hermana menor, Celeste, por el amplio vestíbulo del Delaford Resort & Spa, sintiéndose como un gorrión en una jaula de oro, fuera de su elemento y rodeada de una opulencia que le era completamente ajena. Convencida de que jamás volvería a pisar un hotel tan exclusivo, asimiló todo, desde las plantas exuberantes y la decoración neutra hasta la fuente grande que dominaba el centro del vestíbulo.

En cambio, Celeste iba a casarse con un hombre rico y se había acostumbrado a gastar el dinero. Rebecca había aprendido desde muy joven a ser frugal y a economizar. Después de años de severidad y ahorro, de ser pragmática con sus compras, se había convertido en un estilo de vida para ella. En ese momento, incluso con treinta y dos años, no era capaz de derrochar cientos de dólares en una instalación de lujo, cuando una habitación en el Holiday Inn cumpliría la misma función.

Pero los siguientes tres días no tenían nada que ver con lo que ella habría preferido. Ese fin de semana estaba dedicado a su hermana y su muy anticipado matrimonio con Greg Markham III. Y tanto la boda como la recepción tendrían lugar en el Delaford, gracias a la infinita generosidad de los Markham y a sus inagotables recursos financieros.

Como Greg era hijo único, los padres habían insistido en celebrar una boda lujosa, por no mencionar pagarlo todo, incluido lo que debería haber corrido por cuenta de la familia de la novia. Muertos sus padres, y sin parientes cercanos, la familia de la novia, es decir, Rebecca, carecía del dinero para pagar algo tan lujoso.

–¿Quieres dejar de pensar en lo que va a costar todo y, simplemente, disfrutar del fin de semana? –pidió Celeste mientras apretaba el botón del ascensor.

Desde luego, Rebecca no podía discutir hacia dónde se habían desviado sus pensamientos. El hábito de cuidar el dinero estaba tan arraigado en ella que no valía la pena negarlo.

–No te preocupes, tengo la plena intención de pasármelo bien mientras estemos aquí –le aseguró con sonrisa indulgente.

Celeste rió.

–Y como juegues bien tus cartas, puede que tengas suerte este fin de semana.

Cuando iba a interrogarla por el tono de voz malicioso que había empleado, las puertas del ascensor se abrieron y entraron. El interior era tan elegante como el resto del hotel, con un suelo de mármol y unas paredes de espejo con rebordes dorados.

Al ver su reflejo juntas, volvió a notar las diferencias extremas que había entre ellas y que iban más allá de los seis años que las separaban. Así como las dos tenían el pelo rubio y los ojos azules, el cabello de Celeste era largo y con volumen, sin un estilo definido, mientras que el suyo era lacio y le llegaba hasta la barbilla. Su hermana llevaba siempre ropa de moda que se adaptaba a la actitud efervescente que exhibía, mientras que ella prefería un aspecto más sensato y pragmático, reflejo directo de su personalidad.

Aunque había que reconocer que a los dieciséis años ella había adoptado un papel de madre con Celeste mientras su padre trabajaba, y había hecho todo lo que había estado a su alcance para que su hermana de diez años no recibiera el tipo de presión, responsabilidad y preocupaciones que Rebecca había asumido a la muerte de su madre. En muchos sentidos, había tratado a Celeste más como a una hija que como a una hermana, en un intento de cerciorarse de que disfrutara de una infancia tan despreocupada como lo permitiera el estilo de vida tan poco convencional que llevaban. A juzgar por la mujer vivaz y radiante en que se había convertido Celeste, supo que había hecho bien su trabajo.

Cuando el ascensor comenzó a subir, se volvió hacia su hermana pequeña, reacia a dejar pasar el anterior comentario sin tratar de averiguar qué había detrás de esas palabras crípticas.

–¿Qué querías decir con «tener suerte».