Seducida - Janelle Denison - E-Book

Seducida E-Book

Janelle Denison

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Beschreibung

Ryan Matthews se enamoró de la bellísima Jessica Newman nada más verla. Y ella también parecía haberse fijado en él, pero algo la cohibía, de modo que Ryan decidió lanzarse al ataque. Iba a meter a Jessica en su cama y para ello pensaba tentarla incluso con sus fantasías prohibidas. Jessica no estaba haciéndose la difícil. Estaba segura de que una relación con Ryan no funcionaría. Pero cuando él empezó con su plan para seducirla, no pudo dejar de preguntarse qué secreto sexual, qué placer erótico tendría aquel atractivo hombre guardado para ella. Desde luego, estaba disfrutando con aquel juego, ¿pero se atrevería a dejar que Ryan la capturase…?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Janelle Denison

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seducida, n.º 280 - marzo 2019

Título original: Seduced

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-715-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Si te ha gustado este libro…

Uno

 

 

 

 

 

—Jessica Newman está esperando, señor Matthews —la voz de su secretaria llegaba a través del intercomunicador mientras Ryan estaba trabajando en un caso de divorcio—. No tiene cita, pero quiere hablar con usted sobre un asunto personal. Si tiene un momento, claro.

Ryan siempre tendría un momento para Jessica Newman.

Y que fuera a visitarlo despertaba su curiosidad porque la última vez que se habían visto, ella había dejado claro que no podía haber nada entre ellos. Aunque a él le gustaba mucho, Jessica intentaba disimular la atracción que sentían el uno por el otro haciendo bromas sobre abogados que Ryan encontraba demasiado divertidas como para ser ofensivas.

—Dile que pase, Glenna.

No tenía ningún caso urgente, solo montones de papeles que revisar. Y Jessica Newman sería mucho más interesante.

Ryan dejó a un lado los papeles, preguntándose qué la habría hecho ir a visitarlo.

Había conocido a Jessica un año antes cuando él y sus amigos, Marc y Shane, habían ido a esquiar a Colorado. Pero, en lugar del fin de semana solo de chicos que habían imaginado, se encontraron compartiendo casa con Jessica, su hermana Brooke y su amiga Stacey. Una tormenta había dejado incomunicados a Brooke y Marc durante dos días y ese había sido el principio de una larga relación entre ellos. Y aunque Shane y Stacey también comenzaron un romance, Ryan había pinchado en hueso con Jessica. Y no porque no lo hubiera intentado.

Durante los últimos doce meses se habían visto varias veces, la última en la boda de Marc y Brooke tres semanas antes, donde él era el padrino y Jessica una de las damas de honor.

Y, de nuevo, ella se opuso a sus avances usando un arsenal de bromas sobre abogados para mantener a raya la atracción que sentían y, al final, rechazando su oferta de salir a cenar juntos.

Pero Ryan estaba preparado para una nueva negativa.

Él no era como la mayoría de los hombres y tenía suficiente paciencia para creer que había cosas por las que merecía la pena esperar. Y Jessica lo intrigaba con sus esfuerzos para resistirse a toda costa. Lo estimulaba con sus bromas y sus discusiones. Y lo volvía loco no poder romper sus barreras y hacerla reconocer que había una enorme atracción entre ellos.

Se había convertido en un reto que disfrutaba y que lo frustraba al mismo tiempo. No le gustaba perder y Ryan era de los que solo admiten la derrota cuando es inevitable.

Una sonrisa iluminó su rostro entonces. Quizá era el momento de atacar directamente y convencerla de que podían tener una relación satisfactoria para los dos. Él no buscaba algo serio y duradero que interfiriese con los objetivos profesionales que llevaba seis años intentando conseguir. No quería decepcionar a sus padres, que habían ahorrado cada céntimo para enviar a su hijo a la universidad y estaban orgullosos de que se hubiera convertido en abogado. Su objetivo era convertirse en socio del bufete en el que trabajaba y para ello trabajaba diez horas diarias.

Ser soltero le iba estupendamente y lo dejaba libre para perseguir aquel objetivo sin la distracción de una relación sentimental. Pero no se oponía a mantener una relación física con una mujer que lo excitaba a todos los niveles; y esa mujer era Jessica Newman.

Pero antes tenía que obligarla a admitir que ella sentía lo mismo por él.

En cuanto Jessica abrió la puerta de su despacho, su mente se llenó de calenturientas ideas. Ryan se levantó automáticamente, un gesto caballeroso que su madre le había enseñado. Siendo el único chico en una familia con tres hermanas, pronto habíaaprendido que debía tratar a las mujeres con respeto. De niño le molestaban ese tipo de cosas, pero había comprendido que eso era algo que las mujeres apreciaban.

Aunque no contaba con sus habilidades sociales para impresionar a Jessica. No, tendría que ser algo más tangible, más sincero lo que la convenciera. Para cuando saliera de su oficina, esperaba que ella hubiera dejado a un lado su frialdad y decidiera abrirle los brazos.

Jessica entró en el despacho con el abrigo en la mano y los guantes metidos en uno de los bolsillos. Ryan se levantó, mirando sus enormes ojos azules, sonriendo al observar el jersey negro de lana y los pantalones del mismo color embutidos en unas elegantes botas de piel. Ella vestía de forma conservadora y nunca llevaba nada que llamase la atención sobre sus curvas.

No era sofisticada, pero era precisamente su sencillez lo que lo atraía. Tenía una piel perfecta y su pelo, de color miel, le llegaba por los hombros, con un flequillo que parecía acariciar su frente como le hubiera gustado hacerlo a él.

Aquel día no controlaría sus deseos. Aquel día iba a descubrir lo delicioso que era sentir su pelo entre los dedos… y mucho más.

—¿Te apetece tomar algo, Jessica? —sonrió Ryan.

—Me encantaría tomar un café, gracias. Estoy helada.

Ryan empezó a pensar entonces en formas más antiguas y divertidas de crear calor. Largos besos húmedos, por ejemplo. El roce de su mano sobre una piel desnuda, su cuerpo desnudo sobre el de ella. Las posibilidades eran interminables.

—Yo tomaré café solo —dijo Ryan.

—Muy bien —asintió Glenna antes de cerrar la puerta del despacho.

—Qué sorpresa verte por aquí —dijo él entonces, colgando su abrigo del perchero—. ¿Lo has pensado mejor y quieres rogarme que salgamos a cenar juntos?

Jessica sonrió y sus ojos brillaron con un humor que él conocía bien.

—No sé —empezó a decir ella, pensativa—. A ver… estoy atrapada en una habitación con un tigre, una serpiente de cascabel y un abogado. Tengo una pistola con dos balas. ¿Qué debo hacer?

Ryan levantó una ceja, indicando que esperaba la respuesta, aunque sabía que no sería favorecedora.

—No tengo ni idea. ¿Qué debes hacer?

—Disparar al abogado. Dos veces —sonrió Jessica.

Él sacudió la cabeza, sonriendo. Aunque no podía entender aquella actitud tan cínica con respecto a los abogados.

—¿Eso quiere decir que me olvide de la cena?

—Vaya, un abogado que entiende las cosas a la primera. Eso es nuevo —rio Jessica, examinando los diplomas que colgaban de la pared.

—Ten cuidado, Jessie. Tengo que confesar que esas bromas tuyas sobre abogados están empezando a excitarme.

Ella lo miró por encima del hombro.

—Pues entonces tendré que dejar de hacerlas.

—A mí me parecen estupendas —rio él. Le gustó ver que los ojos de Jessica se iluminaban, aunque seguía manteniendo una actitud distante que lo irritaba—. Pero creo que tenemos que mejorar la imagen que tienes de los abogados… y de mí.

Jessica se volvió, suspirando.

—No es nada personal, Ryan. Me caes muy bien.

—Pero no te gusta que sea abogado.

—Algo así —respondió ella vagamente.

Ryan dio un paso hacia ella, pero Jessica se alejó, intentando disimular.

—Entonces deberíamos mejorar nuestra relación… a un nivel personal. Solo tú y yo.

Jessica se cruzó de brazos, en un gesto que a él le pareció de protección.

—No te rindes nunca, ¿verdad?

—¿Qué puedo decir? Soy abogado y me gusta probar que tengo razón. Especialmente, cuando estoy seguro de que la tengo.

—Pues este caso no lo vas a ganar.

—¿Tú crees?

Jessica negó con la cabeza. El pelo rubio oscuro rozó su cara, haciéndolo desear más que nunca hundir los dedos en él.

—Estoy segura.

Como si fuera algo muy normal, Ryan apoyó las dos manos sobre la pared, acorralándola. La diversión se había terminado y era reemplazada por una tensión que ambos podían notar. Su aroma, una excitante combinación de jazmín e inocencia, lo embriagaba.

—Dame una buena razón para que me rinda.

Jessica tragó saliva, nerviosa.

—No me gusta salir con abogados. Especialmente, abogados especializados en casos de divorcio. Va contra mis convicciones morales.

Ryan había oído aquello antes y no se molestó en preguntar por qué, ya que cada vez que intentaba hablar en serio sobre el tema, Jessica se salía por la tangente. Pero intuía que las razones eran muy serias.

—Entonces, ¿mi profesión es el problema?

—Me temo que sí —contestó ella—. Por cierto, sé que te gusta provocarme, pero no he venido aquí para soportar un interrogatorio.

Ryan miró aquellos profundos ojos azules, llenos de conflictivas emociones, negación, desafío, anhelo. Fue la última emoción la que más lo sorprendió.

—Quizá has venido aquí para algo más de lo que crees —murmuró, levantando la mano derecha. Quería acariciar su cara, pasar los dedos por su pelo, dejar que su deseo siguiera el curso natural.

Estaba decidido a hacer que aquel fuera el momento. Y, a juzgar por la respiración entrecortada de Jessica, estaba casi seguro de que no le daría una bofetada si intentase saciar la necesidad de probar sus labios.

Un golpe en la puerta interrumpió su intento de seducción.

Jessica se apartó, sofocada, y Ryan ahogó una maldición ante la entrada de Glenna.

Cinco segundos más y la habría besado, pensó, apretando los dientes. Y, en el proceso, habría conseguido que ella olvidase su rechazo a los abogados. Llevaba un año esperando aquella oportunidad y su eficiente secretaria lo había estropeado todo sin querer.

Por el rabillo del ojo, vio a Jessica apartándose el flequillo de la frente, nerviosa, como si no pudiera creer que aquello había estado a punto de ocurrir.

Ryan casi soltó una carcajada. Si supiera la mitad de los sueños eróticos que tenía con ella, estaba convencido de que no querría volver a verlo. Besos y caricias eran solo el principio.

—Glenna, por favor, no me pases llamadas durante un rato.

—Muy bien, señor Matthews.

Ryan le hizo un gesto con la mano a Jessica para que se sentara. Frente a ella, la ventana del despacho desde la que podía verse el cielo gris de Denver, que amenazaba tormenta.

—Prefiero que hablemos sin que nos interrumpan —dijo Ryan, sirviéndole el café.

—¿Vas a cobrarme por horas? —preguntó ella, sonriendo.

Al ver cómo ponía sus labios sobre la taza, Ryan tuvo que hacer un esfuerzo para respirar. No recordaba cuándo una mujer lo había hecho sentir así.

—Para ti, mis honorarios son negociables. Y muy flexibles —consiguió decir, con un guiño—. Pero de eso podemos hablar más tarde. ¿Por qué no me dices qué te trae por aquí?

—Quería hablar contigo —dijo Jessica, un poco nerviosa—. Supongo que debería haber llamado antes, pero estaba aquí cerca comiendo con Brooke y pensé que a esta hora estarías menos ocupado que por la tarde.

Ryan asintió.

—La verdad es que por las tardes no estoy demasiado ocupado. Y tampoco me importaría ocupar mis noches con una, dos o tres citas contigo.

Ella arrugó la nariz y ni siquiera se molestó en contestar.

Otro rechazo. Pero Ryan no pensaba darse por vencido.

—Quiero hacer algo especial para Brooke y Marc, ya que la ceremonia de su boda fue tan sencilla.

—Pero ellos querían que fuera así, ¿no?

Sus amigos habían decidido casarse solo en presencia de sus más íntimos amigos y ni siquiera habían organizado un banquete.

—Sí. Mi hermana pensó que, como era su segunda boda, era mejor no hacer algo muy llamativo, pero a mí me gustaría organizar una fiesta en su honor. Y como tú eras el padrino y yo la dama de honor, he pensado que sería apropiado que la organizásemos nosotros —explicó ella—. El día de Nochevieja sería perfecto para hacer la fiesta.

Ryan echó un vistazo a su agenda.

—Suena bien, pero supongo que la mayoría de las salas de fiesta estarán reservadas. Quedan menos de cuatro semanas para Nochevieja.

—Por eso necesito tu ayuda —sonrió Jessica, cruzando las piernas—. Efectivamente, todas las salas de fiesta están reservadas y en mi apartamento no podemos hacerla porque es muy pequeño. Así que tú eres mi última esperanza.

A Ryan le gustaba que ella dependiera de él porque eso significaba que le debería un favor… y tendría que salir con él a cenar, por ejemplo.

Desgraciadamente, no estaba seguro de poder organizar la fiesta en su casa.

—Mi casa no es exactamente una mansión.

La casa de doscientos cincuenta metros cuadrados que había comprado el año anterior a veces le parecía gigantesca y tremendamente vacía por las noches. Su gata, Camelot, le hacía compañía y era la perfecta compañera de piso. Ella no le pedía nada y nunca se quejaba si llegaba tarde.

Distraídamente, Jessica se apartó un mechón de pelo, mostrando unos pendientes de diamantes que brillaban con cada movimiento. No era una sorpresa para Ryan encontrar excitante el lóbulo de su oreja y se preguntó si ella suspiraría de placer si tuviera la oportunidad de mordisquear aquellas perfectas orejitas.

—¿Caben treinta personas? —preguntó Jessica entonces, sacándolo de su ensueño.

Ryan se pasó la mano por la barbilla, pensativo.

—Si se reparten entre el salón, el comedor y el cuarto de estar, sí. Pero habrá que mover los muebles.

—Yo lo haré —sonrió ella.

Aquella fiesta era muy importante para Jessica, pensó Ryan. Brooke era su única hermana. Su madre vivía en Virginia con su segundo marido y el día que le preguntó por su padre, había recibido una respuesta elusiva. Por lo visto, su padre había desaparecido mucho tiempo atrás y no mantenían con él relación alguna.

Esa había sido toda la información que habíaconseguido, pero le hizo sospechar que la infancia de Jessica no había sido nada fácil.

—No sé…

—Enviaremos invitaciones a Brooke y Marc por separado, como si fuera una fiesta de Nochevieja que tú organizas por tu cuenta y así les daremos una sorpresa.

Ryan tomó un sorbo de café, pensativo. Jessica había planeado la fiesta con detalle y tenía la impresión de que su opinión contaba poco.

Pero pretendía sacar provecho del asunto.

—La verdad es que no es mala idea.

—Yo me encargaré de las invitaciones, la decoración, el catering y la tarta —siguió Jessica, con aquella sonrisa que lo volvía loco—. Y tendremos que buscar un regalo. Eso podemos hacerlo juntos, si quieres. Pero tú no tendrás que preocuparte de nada, excepto de escribir un pequeño discurso para los recién casados.

Qué conveniente, pensó Ryan. Sabía exactamente lo que Jessica quería hacer, encargarse de todo y que él no se involucrara en absoluto.

—Todos los gastos a medias, claro.

El dinero no era lo que preocupaba a Ryan.

—Eso da igual. No te preocupes por el dinero.

Jessica se inclinó hacia adelante, mirándolo con atención.

—Entonces, ¿hacemos la fiesta en tu casa?

Ryan veía aquello como la última oportunidad para romper las barreras que ella había levantado, para seducirla y ver dónde los llevaba aquella atracción.

—Acepto que organicemos la fiesta en mi casa con una condición.

Jessica sonrió, irónica.

—No puedes aceptar sin poner tus condiciones, ¿verdad?

—No puedo evitarlo —se encogió Ryan de hombros—. Llegar a acuerdos es parte de mi trabajo. ¿Por qué aceptar menos de lo que puedo conseguir?

—Di la verdad, Matthews, lo que quieres es hundir a tu oponente.

Él hizo una mueca de sorpresa.

—Yo prefiero pensar que es simple ambición. Y la ambición es algo muy sano. He llegado donde estoy porque soy ambicioso.

—¿En tu carrera como abogado o conmigo?

La conversación se había vuelto personal de nuevo y parecía que su ambición era un tema de controversia.

—En ambas cosas.

—Muy bien, señor letrado, dime qué quieres. ¿Cuál es tu condición?

—Que organicemos la fiesta juntos.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente.

—Pero tú no tienes tiempo —insistió ella.

Parecía molestarle que Ryan quisiera participar porque eso significaba pasar tiempo con él. Y eso lo irritaba.

—¿Y tú cómo sabes si tengo tiempo o no?

Jessica sacudió la cabeza.

—Yo puedo encargarme de todo. ¿Por qué quieres hacerlo si puedo quitarte ese peso de encima?

Sabiendo que si revelaba sus auténticos motivos, nunca tendría una oportunidad con ella, Ryan optó por la respuesta más obvia:

—Para empezar, yo pago la mitad de la fiesta y eso me da derecho a dar mi opinión. ¿No te parece?

—Pues… sí.

—Voy a abrir mi casa a treinta personas y quiero saber lo que vamos a hacer —insistió él, pasando las páginas de su agenda—. La verdad es que ahora mismo tengo bastante trabajo, pero por las noches y los fines de semana estoy libre.

Jessica lo miró, frustrada.

—¿Por qué los tiburones no atacan a los abogados?

—¿Por qué? —sonrió Ryan.

—Por cortesía profesional.

Ryan soltó una carcajada mientras dibujaba un plano de su casa.

—¿Es tu forma de decir que siempre me salgo con la mía?

—Desde luego.

Jessica no parecía muy contenta, pero eso a él le daba igual.

—¿Qué te parece si empezamos los preparativos mañana? Es sábado y estoy libre.

—Pues… me temo que yo tampoco tengo planes.

—Estupendo. ¿Por qué no vas a mi casa a las once y hacemos una lista de todo lo que hay que hacer?

—Muy bien —suspiró Jessica, guardando el papel en el bolso—. Tengo una lista de los amigos de Marc y Brooke y un programa de ordenador que puede imprimir las invitaciones.

Ryan cruzó las piernas, encantado.

—LLévalas a casa y te ayudaré a cerrar los sobres.

—Puedo hacerlo yo sola.

—Insisto en que quiero organizar esto contigo, Jessie. Y eso incluye cerrar sobres.

Ella levantó la barbilla, desafiante.

—Me llamo Jessica.

—A mí me gusta más Jessie.

—En fin, supongo que podrías llamarme cosas peores —asintió ella, sonriendo.

—¿Como cariño o cielo?

Jessica se puso colorada.

—Esos términos no pueden aplicarse ni a ti ni a mí —replicó, levantándose.

—¿Por qué no? A menos que estés saliendo con otro hombre…

—No salgo con nadie, pero no estoy interesada en ti. Lo siento.

—Ya —sonrió Ryan.

Dependía de él que cambiara de opinión porque la mirada femenina contradecía sus palabras.

—Bueno, creo que hemos dicho todo lo que teníamos que decir y ahora que me has chantajeado, es hora de irme —dijo ella entonces, dirigiéndose a la puerta.

—Una cosa más —la detuvo Ryan.

—¿Qué? ¿Más condiciones?

Él impidió que tomara el abrigo del perchero. Jessica contuvo la respiración, pero no apartó la mano. Sus miradas se encontraron entonces.

Ryan observó que los ojos azules se volvían de color zafiro y una ola de calor recorrió sus venas.

Estaban tan cerca que sus piernas se rozaban y decidió no dejar pasar aquella oportunidad de acariciar su rostro, una de sus más ingenuas fantasías.

Jessica pareció sorprendida por su audacia, hipnotizada por la ternura del roce. Aprovechándose de su inusual docilidad, Ryan deslizó los dedos por su pelo. La sensación era tan increíblemente erótica que tembló de placer.

—Ryan… —susurró Jessica.

—No hay más condiciones —dijo él con voz ronca, tomándola por la barbilla—. Esto no tiene nada que ver con la fiesta. Tiene que ver contigo y conmigo… y con la respuesta que llevo un año esperando.

Y entonces, Ryan inclinó la cabeza y tomó su boca.

Dos

 

 

 

 

 

Jessica nunca hubiera podido anticipar el impacto que le causó el beso de Ryan, ni su respuesta a la caricia.

Llevaba un año resistiéndose a sus encantos masculinos, bromeando para mantener a raya la atracción que sentía por él, pero todo eso se disolvió cuando los labios del hombre rozaron los suyos.

Todas sus defensas, todo lo que se había dicho a sí misma para no mantener una relación con un hombre como Ryan Matthews desapareció.