Fantasía salvaje - Janelle Denison - E-Book
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Fantasía salvaje E-Book

Janelle Denison

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Beschreibung

Mitch Lassiter llevaba años soñando con Nicole Britton, por eso cuando tuvo la oportunidad de convertir en realidad su fantasía no dudó un momento en aprovechar la química que había entre ellos. Poco sospechaba Mitch que muchas de las fantasías de Nicole lo incluían a él... Nicole Britton no buscaba ningún tipo de compromiso, solo deseaba pasar un buen rato. Después de llevar toda la vida intentando estar a la altura de las expectativas de su padre, ahora necesitaba satisfacer alguna de sus propias expectativas... Y, desde luego, el atractivo Mitch se ajustaba a la perfección a lo que ella esperaba. Pero cuando acabara aquel concurso, ¿tendría fuerzas para alejarse de él?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Janelle Denison

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fantasía salvaje, n.º 231 - octubre 2018

Título original: Wild Fantasy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-205-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

—Aquí tiene la prueba que quería del anuncio para el acto benéfico anual en Fantasía Salvaje.

Merrilee Schaefer-Weston sonrió a su ayudante mientras tomaba la copia del anuncio. Necesitaba echarle una rápida ojeada antes de enviarlo a los periódicos y las agencias de viajes de todo el país.

—Maravilloso. Muchas gracias, Danielle.

—Si se puede juzgar por los años anteriores, ese acto va a ser un sonado éxito para los invitados y las organizaciones benéficas —comentó la joven. Los ojos le brillaban de entusiasmo.

—Eso es lo que espero —replicó Merrilee. Ella se sentía igualmente optimista.

Danielle salió del despacho para atender al resto de sus obligaciones. Entonces, Merrilee se reclinó en su butaca mientras leía la información y el titular en negrita que recorría la parte superior del anuncio: Fantasía Salvaje… El lugar donde todo vale y nada es imposible.

«Especialmente el amor», pensó Merrilee.

Tres años atrás, se había dado cuenta de que tenía más dinero del que nunca hubiera creído como resultado del gran éxito de los complejos turísticos de su Fantasías, Inc., además, del dinero que su marido le había dejado a su muerte. Como consecuencia de eso, Merrilee decidió probar algo diferente en una de las cuatro islas que componía el complejo: se trataría de un lugar de vacaciones que no solo beneficiaría a sus huéspedes sino también a otras personas. De este modo, surgió la idea de un acto social benéfico. De las cuatro islas, Fantasía Salvaje parecía el lugar perfecto para albergar la clase de juegos que serían tan desinhibidos como sugería el nombre de la isla.

Las reglas eran muy simples. Sus huéspedes se emparejaban durante una semana para participar en juegos sensuales y aventureros con el fin de acumular puntos y, al final, ganar premios monetarios para la organización benéfica que hubieran elegido. Mientras que el principal objetivo era divertirse y relacionarse con sus parejas, los desafíos se iban haciendo cada vez más difíciles e intensos, lo que requería que los dos miembros de la pareja trabajaran juntos para conseguir sus fines y evitar ser eliminados del concurso.

En el proceso de su lucha por ganar, la mayoría descubría cosas sobre sí mismos que ni siquiera sabía que poseían, habilidades físicas que nunca habían imaginado antes y una fortaleza interna para superar las debilidades emocionales.

La mayor esperanza de Merrilee era que todo el mundo se marchara de la isla con una nueva visión de sus habilidades individuales y un orgullo por lo que habían conseguido en su lucha para ganar. A nivel más personal, su mayor deseo era que sus huéspedes realizaran una conexión más íntima con su pareja. En algunas ocasiones, el amor surgía en el transcurso de la diversión y los juegos. En otras, se marchaban siendo amigos. En ambos casos, la diversión estaba garantizada para todos, junto con una fantasía propia que se cumplía durante su estancia.

Merrilee había recibido muchas cartas de sus huéspedes sobre la acto benéfico de Fantasía Salvaje que ella organizaba, no solo dándole las gracias por su generosidad al ayudar a varias organizaciones benéficas, sino también por hacer que alguien especial entrara en sus vidas. Muchas almas gemelas se habían conocido y se habían enamorado gracias a aquel acto social.

Merrilee suspiró. Sabía exactamente lo que era conectar con alguien que era una parte intrínseca del alma de cada persona. Para ella, esa persona había sido Charlie Miller, un hombre que le había robado el corazón y que luego había muerto en la guerra de Vietnam antes de que pudieran empezar una vida juntos. La pérdida personal le había dejado por dentro un vacío tan devastador, que ni siquiera lo había podido llenar su matrimonio con Oliver Weston.

Los recuerdos de Charlie Miller le hicieron pensar en CJ Miller, el nuevo y evasivo empleado que Fantasías, Inc. había contratado como piloto. Había algo sobre él que encendía una calidez y un deseo prohibido que Merrilee no había experimentado desde hacía ya demasiados años.

De un modo ausente, acarició suavemente el collar con un rubí en forma de corazón, un regalo de un «admirador» cuya identidad se le escapaba, lo mismo que le ocurría con CJ Miller.

«Fantasía Salvaje… El lugar donde todo vale y nada es imposible».

La frase resonó en el cerebro de Merrilee e invocó una fantasía o dos propias. Tal vez iba siendo hora de que ella misma se diera cuenta de que, efectivamente, nada era imposible y descubriera quién era exactamente CJ Miller.

Sintió una chispa de excitación. Entonces, dio el visto bueno a la prueba del anuncio. Adjuntó una nota para Danielle y decidió que aquellas palabras serían también su guía.

Dejemos que empiece la Fantasía Salvaje.

1

 

 

 

 

 

Mitch Lassiter hubiera reconocido aquella espesa mata de cabello rubio como la miel y aquel increíble cuerpo hecho para el pecado en cualquier parte.

Con los ojos pegados a aquella visión tan atractiva, observó cómo aquella belleza de largas piernas seguía a la camarera que atravesaba el concurrido comedor del club de campo donde él estaba sentado, esperando a que su madre llegara para almorzar.

Ella iba vestida con un vestido de hombreras en tono coral que acentuaba su bronceado y destacaba su estupenda y tonificada figura, por lo que, sin esfuerzo alguno, atraía la atención de todos los hombres que allí había.

Caminaba de un modo firme, aunque el contoneo de sus caderas resultaba muy grácil. Una afable sonrisa le fruncía los labios cuando conectaba con las miradas de apreciación. Sin embargo, a pesar de su simpatía y calidez, había algo más en ella, por lo que Mitch no dejaba de preguntarse sobre la verdadera mujer que había bajo aquella fachada tan relajada e independiente.

Nicole Britton. Osada y con espíritu, salvaje e impetuosa, tan sensual como una pantera y con una competitividad sin límites. Hacía siete años que la conocía, desde que las madres de ambos se hicieron amigas. Había descubierto lo competitiva que era hacía algunos años en una reunión, cuando ella le había invitado a jugar al billar. Ganar había sido su único objetivo. Con golpes firmes y controlados, aunque se mostraba tentadora y sugerente con Mitch cuando le tocaba a él, le había ganado tres veces seguidas.

A pesar de perder, aquella velada había sido una de las más agradables que Mitch podía recordar. Su negocio de venta de automóviles y sus obligaciones familiares habían dominado su vida desde la muerte de su padre, por lo que no tenía mucho tiempo para divertirse o para relacionarse con una mujer. Sin embargo, aquella noche casi se había dejado llevar por la innegable atracción que había sentido entre ellos y había estado a punto de pedirle una cita, hasta que vio cómo las madres de ambos los observaban con más interés del debido. Sabía que era una equivocación darles a cualquiera de sus madres razón alguna para esperar o creer que podría llegar a haber algo serio o duradero entre ellos.

En aquel momento, Mitch no había estado buscando nada serio o duradero y, a juzgar por la actitud despreocupada de Nicole desde su ruptura con un prometedor concejal un año antes, estaba bastante seguro de que ella sentía lo mismo. En una décima de segundo había considerado el posible daño que la amistad que había entre sus madres podría sufrir si las cosas no salían bien entre Nicole y él. También se había parado a pensar en la presión y las expectativas no deseadas que tendrían cada uno de ellos si empezaban una relación y, con esos tres factores en mente, había decidido mantener la relación que había entre ellos en términos casuales y sin complicaciones.

No obstante, aquella decisión no le había impedido seguir deseándola y, ciertamente, tampoco había terminado con las inclinaciones de Nicole para bromear y flirtear con él cuando estaban juntos, lo que solo había servido para incrementar la tensión sexual que había entre ellos.

Decidió alejar aquellos pensamientos de su mente justo en el momento en que Nicole giró la cabeza en la dirección en la que él se encontraba. Unos vibrantes ojos verdes recorrieron la zona y se detuvieron abruptamente sobre él segundos antes de que la camarera se detuviera delante de la mesa de Mitch.

La sorpresa iluminó la mirada de Nicole y, poco a poco, una sugerente sonrisa empezó a curvarle los labios.

—¡Qué casualidad encontrarme aquí contigo, Mitchell! —exclamó ella.

Mitch inclinó la cabeza a modo de saludo y sonrió. Enseguida, sintió el comienzo de la reacción de la química sexual que ambos generaban cuando estaban juntos.

—Me alegro de volver a verte, Nicole.

De hecho, se alegraba mucho. De cerca, no solo estaba espectacular e increíblemente sexy, sino que también emanaba un olor dulce y femenino, con un cierto aroma a albaricoque, que constituía una embriagante y atractiva combinación que le tensaba los músculos del vientre.

Con esfuerzo, dirigió la mirada a la camarera.

—He venido a almorzar con mi madre, Heather. Creo que has conducido a la señorita Britton a la mesa equivocada.

—Oh, no, señor Lassiter —replicó la joven, mientras sacudía la cabeza enfáticamente y colocaba otro menú encima de la mesa—. Su madre y la señora Britton reservaron una mesa juntas y me dieron instrucciones de que les sentara a ambos si ellas no llegaban primero.

Mitch observó cómo Heather regresaba a la recepción del restaurante mientras asimilaba las palabras de la camarera.

—Es… muy interesante —murmuró mientras volvía a mirar a su compañera de mesa.

Nicole parecía tan sorprendida por las palabras de la camarera como él mismo, pero se sentó en la silla más cercana a Mitch para esperar a las madres de ambos.

—Creo que interesante es poco, considerando que yo estaba esperando almorzar con mi madre —dijo mientras colocaba el bolso en el respaldo del asiento—. Me llamó esta mañana e insistió en que tenía algo muy importante que decirme.

—Lo mismo me dijo mi madre —replicó Mitch—. No puedo imaginarme qué será lo que estarán tramando las dos como para olvidarse, tan convenientemente, de que íbamos a ser cuatro para comer.

De repente, un brillo pícaro se reflejó en la mirada de Nicole y bajó la voz, haciendo que esta adquiriera un tono muy sugerente.

—Dos sería mucho más placentero, ¿no te parece?

Una oleada de calor se apoderó de Mitch ante el doble sentido de aquellas palabras. Aunque sabía que Nicole simplemente estaba jugando con él, como siempre hacía, decidió enfrentarse a ella de la misma manera.

—Por supuesto. ¿Qué te parece si los dos nos marchamos por la puerta de atrás y saciamos nuestro apetito en privado?

—Hmm —ronroneó ella, provocativamente, mientras se apoyaba la barbilla sobre la mano, como si estuviera considerando lo que Mitch acababa de decir—. Es una proposición muy decadente, pero no creo que a nuestras madres les gustara tener que enfrentarse a todos los rumores que íbamos a levantar.

—Tú reputación de rebelde te precede, Nicole —dijo él, riendo—. Tú no eres de las que se arredran ante nada que cause especulación o rumores.

—¿Quién? ¿Yo? —preguntó ella, adoptando un aire de inocencia—. ¡Vaya! ¿Qué es lo que te ha dado esa impresión?

—Veamos —contestó Mitch mientras se reclinaba sobre la silla y se cruzaba de brazos.

Se puso a pensar en algunas de las historias que su madre había insistido en contarle a lo largo de aquellos años. Recordó el revuelo que había causado la ruptura de Nicole con Jonathan Gaines y, como realmente no conocía las circunstancias que la habían provocado, decidió utilizar otro episodio.

—¿Qué te parece el incidente de hace tres años, cuando te negaste en redondo a aceptar la muy generosa oferta que te hizo tu padre para que trabajaras de recepcionista en su consulta?

—¡Dios santo! —exclamó ella, haciendo un expresivo gesto con sus ojos verdes—. Esa «generosa oferta» fue cómo mis padres intentaron moldearme y convertirme en una chica tradicional, con una ocupación tradicional, más adecuada para alguien menos inquieto que yo.

—Y, dado que no eres una chica tradicional, en vez de eso, fuiste y encontraste un socio y asombraste a todo el mundo empezando con tu propio negocio para los amantes del deporte. Se llama Aventuras al Aire Libre para Todas las Estaciones, ¿no?

Por lo que Mitch sabía, Nicole y su socio, Guy Jacobs, preparaban paquetes turísticos para clientes interesados en las actividades de recreo al aire libre y también trabajaban como guías en varias rutas de senderismo y escalada, descenso de rápidos y otras actividades deportivas.

—Sí, así es —replicó ella, levantando la barbilla—. Mi negocio me ha reportado muchos beneficios, aunque mi padre nunca ha reconocido mi éxito.

Resultaba evidente que, por alguna razón, la aprobación de su padre resultaba muy importante para ella, a pesar de que trataba de fingir que no era así. El tono de rencor que había en su voz era muy ligero, pero resultaba inconfundible. Aparentemente, bajo aquella fachada agresiva y sexy, Nicole tenía un punto débil.

—Personalmente, no creo que te vaya el trabajo de recepcionista.

—Gracias —observó Nicole, antes de beber un trago de agua—. Ya veo que me conoces mejor de lo que yo creía.

Y quería conocerla mucho mejor.

Inesperadamente, Nicole se inclinó hacia él y deslizó la mano sobre la de Mitch. El pulso de él se aceleró al sentir el tacto de sus dedos, ligeramente fríos por el vaso del agua.

—Bueno, ¿nos marchamos de este odioso club de campo de la mano como amantes y dejamos que nuestras madres saquen sus propias conclusiones cuando oigan los rumores que se desaten sobre nosotros? —añadió, curvando los labios con una pícara sonrisa—. Podría resultar muy divertido…

Mitch estaba completamente seguro de una cosa. Si aceptaba el descarado desafío de Mitch, dudaba que nada de lo que pasara fuera del restaurante fuera fingido. El fuego vibrante que había en sus ojos le decía que la atracción que sentía entre ellos era completamente real. Sin embargo, a pesar de que ella pudiera fingir que no le preocupaban las especulaciones de sus madres sobre ellos, estaba seguro de que aquello sí la preocupaba. Los dos sabían que sus dos progenitoras se aferrarían a la oportunidad de avivar cualquier interés que pudiera haber entre ellos, algo que estaba seguro que ella tampoco quería.

Rápidamente, cambió las posturas de las manos y atrapó la de ella bajo la suya. Con el pulgar, empezó a frotarle los dedos suavemente. Nicole aguantó la respiración.

—¿Sabes una cosa, Nicole? Estoy seguro de que podrías tentar a un santo para que pecara. Si no fuera por que nuestras madres se están acercando a esta mesa en este mismo instante, te aseguro que me encantaría recoger el guante y ver hasta dónde estás dispuesta a llevar este juego.

Al oír que sus madres se estaban dirigiendo a la mesa, Nicole apartó sutilmente la mano para que no les sorprendieran en una postura tan comprometida. Entonces suspiró, emitiendo un sonido de arrepentimiento.

—Supongo que ahora nunca sabremos hasta dónde estaba yo dispuesta a llevar las cosas, ¿no te parece?

Mitch reprimió una sonrisa. En vez de eso, le guiñó un ojo.

—Al menos, no esta vez.

 

 

Nicole miraba al menú, pero era incapaz de concentrarse en la descripción de entremeses que se ofrecían. Mientras Joyce Lassiter y su madre charlaban sobre las fabulosas rebajas de Bloomingdales, razón por la cual habían llegado tarde al almuerzo, la mente de la joven estaba ocupada en asuntos más atrayentes, como el guapísimo hombre que había sentado a su lado, la conversación que había tenido con él y la traidora reacción de su cuerpo.

Respiró profundamente para tratar de tranquilizarse, aunque no consiguió aliviar las extrañas sensaciones que tenía en el vientre. Mitch Lassiter siempre conseguía alterarle la compostura y producir sentimientos de inquietud en ella, que ningún otro hombre conseguía provocar. Poseía la habilidad de excitarla con una sola mirada, una encantadora sonrisa o solo con su profunda voz.

Su vida personal estaba justamente donde ella quería que estuviera, libre de las ataduras emocionales a los que se había tenido que enfrentar durante la mayor parte de sus años de infancia y adolescencia. La única frustración era que sus padres siempre la estuvieran comparando con su hermano menor. Robert estaba estudiando para convertirse en un especialista en ortopedia, se había casado recientemente con una chica dulce y tradicional e iba a ser padre. Al ser la única hija y la mayor de sus vástagos, los padres de Nicole llevaban años presionándola para que sentara la cabeza y se casara. Si hubieran podido elegir, habrían nombrado a su ex, Jonathan Gaines, el candidato perfecto. Al ser un rico concejal y con muchos contactos, Jonathan era exactamente la clase de hombre que sus padres habrían querido tener como yerno.

Desgraciadamente, la opinión que Nicole tenía sobre el asunto no había parecido importarles mucho. Aunque su relación con Jonathan había sido más cómoda que excitante y había disfrutado de su compañía e inteligencia, él también parecía haber albergado ciertas expectativas sobre ella, que Nicole no había llegado a cumplir. Como el resto de su familia, él no había aprobado que creara su propia empresa, ni que tuviera ideales, y se lamentaba por todo el tiempo que ella dedicaba a Aventuras al Aire Libre en Todas las Estaciones. Aunque había habido cierta sensación de alivio con su ruptura, esta también había servido como doloroso recordatorio de cómo a los hombres les parecían su independencia y su ambición demasiado intimidantes.

Además, había tenido que enfrentarse a la atónita reacción de sus padres por su ruptura con Jonathan, especialmente con la desilusión de su padre. Este había decidido que su hija era la responsable por haber alejado a un candidato con tanto futuro.

Sin embargo, a pesar de su pasado y a pesar de los anhelos que ardían dentro de ella, Nicole no estaba dispuesta a perder la independencia que tanto le había costado ganar por nadie, ni siquiera por Mitch. Podía enfrentarse a flirteos ocasionales, de los que podía distanciarse siempre que quisiera. Por ello, mientras no dejara que sus devaneos con Mitch fueran más allá de la pura diversión, todo iría bien.

Con aquel pensamiento en mente y tras sentirse más en control de sí misma y de sus reacciones hacia Mitch, se decidió por un sándwich Club y un té helado. Entonces, dejó el menú en la mesa y esperó a que llegara la camarera. Cuando los cuatro hubieron pedido la comida y una vez que la camarera se hubo dirigido a una mesa cercana, Nicole tomó la servilleta y se la colocó en el regazo.

—Bueno, ¿qué era tan importante que ha requerido que los cuatro tengamos que almorzar juntos? —les preguntó a las dos madres. Rhea fue la primera en hablar.

—Os hemos pedido que vengáis para pediros ayuda para nuestro trabajo benéfico en la Asociación contra el Cáncer de Mama —dijo la mujer.

Inmediatamente, Mitch se irguió en el asiento. Sus ojos castaños, del color del chocolate, miraron a su madre con preocupación.

—¿Va todo bien, mamá? —le preguntó.

Nicole esperó también ansiosamente la respuesta de Joyce, sabiendo lo crucial que era la pregunta de Mitch. Siete años antes, a la madre de Mitch se le había diagnosticado cáncer de mama. A pesar de que se había recuperado satisfactoriamente, todo el mundo sabía que siempre cabía la posibilidad de que este volviera a reproducirse. Nicole lo sabía muy bien, ya que la hermana de su madre, Andrea, había fallecido a causa de la enfermedad. Joyce y su madre se habían conocido en un grupo de apoyo emocional y habían sido amigas desde entonces. En su tiempo libre, algo que ambas tenían en abundancia, se dedicaban a conseguir dinero para su causa.

—Estoy perfectamente, Mitch —respondió Joyce con una brillante sonrisa. El alivio de su hijo fue casi palpable—. Esta petición no es específicamente para mí, sino para la organización en conjunto.

Mientras un camarero les servía las bebidas, Mitch se reclinó en la silla. La camiseta que llevaba puesta se moldeaba a su pecho y a sus tonificados bíceps.

—Bueno, mamá, ya sabes que yo haría cualquier cosa para apoyar tus causas benéficas.

Joyce miró a su hijo, con el rostro lleno de afecto maternal. Para ser una mujer de casi sesenta años que había sufrido muchos reveses en la vida, que incluían la pérdida de su marido, todavía parecía una mujer hermosa y vibrante.

—Ya sabía que podía contar contigo, cielo.

—Ya sabes que también puedes contar conmigo, mamá —dijo Nicole mientras removía su té helado y se lo tomaba con la pajita—. ¿Qué es lo que necesitas? ¿Una donación de mi empresa y ayuda a la hora de patrocinar algún acto social?

—Ya sabes que aprecio mucho la oferta —comentó Rhea mientras se llevaba a los labios la taza que contenía su infusión favorita—, pero esto es algo que nos gustaría que los dos hicierais por nosotras y por la organización.

Mitch y Nicole se miraron, completamente perplejos. En aquel momento, llegó el camarero con los platos que habían pedido y que colocó encima de la mesa. Cuando se hubo marchado, Nicole se dispuso a interrogar a su madre, pero fue Mitch el primero en hablar.

—¿Os importaría compartir los detalles de este asunto con nosotros?

—Claro que no —respondió Joyce entre risas—. Rhea y yo vimos un anuncio en el Denver Post en el que se daba publicidad a un acto social de gran envergadura e, inmediatamente, pensamos lo estupendo que sería que los dos representarais a nuestra organización.

Nicole dio un bocado a su sándwich y sintió que les estaban metiendo en una encerrona, aunque ella también sentía cierta curiosidad por los planes que hubieran preparado las dos mujeres. Al mirar a Mitch, se dio cuenta de que él sentía tanta curiosidad como ella.

—Tú dirás.

—Hay un complejo turístico en una isla de los cayos de Florida que se llama Fantasía Salvaje —comentó Rhea, prosiguiendo donde su amiga lo había dejado—, y están preparando su concurso anual para las organizaciones benéficas. El primer premio es de cien mil dólares, que se donará a las organizaciones benéficas que los ganadores especifiquen.

—Y queréis que nosotros tratemos de ganar ese dinero —adivinó Mitch.

Joyce asintió entusiásticamente.

—Exactamente. Según las reglas del anuncio, para participar en el concurso se ha de ser soltero y se tiene que estar dispuesto a competir en una variedad de acontecimientos y competiciones con el fin de acumular puntos y ganar uno de los tres premios en metálico.

—Eso parece estar en mi onda —dijo Nicole, a la que, aparentemente, le atraía mucho la idea—. Además, yo encajo perfectamente con los dos requisitos.

—En eso tienes razón —comentó Mitch, muy divertido—. Estás soltera y eres muy competitiva.

—Y te aseguro que estoy muy orgullosa de ello —replicó ella con una descarada sonrisa.

Efectivamente, había desarrollado al máximo su competitividad en un intento de atraer la atención que su padre dedicaba solo a su hermano. Aunque sus esfuerzos no le habían reportado lo que había ido buscando, la habían convertido en una mujer mucho más fuerte y más independiente.

—En realidad, los dos estáis muy bien preparados, por lo que creemos que sois la mejor oportunidad que tenemos para poder ganar ese dinero para nuestra organización —comentó Joyce mientras untaba de mantequilla un panecillo—. Sin embargo, esto es mucho más que una competición para recaudar dinero para las organizaciones benéficas. También se trata de unas vacaciones, así que creemos que los dos os divertiréis mucho.

—¿Te importaría explicarnos eso? —preguntó Mitch antes de tomarse una porción de pasta

—Fantasía Salvaje se ocupa, en primer lugar, de las fantasías de las personas que se alojan allí —explicó Joyce, como si aquella parte no fuera importante—. Aunque Fantasías, Inc. patrocina el concurso, van a tratar a todos los participantes como si fueran sus huéspedes. Según los folletos y la información que Rhea y yo recogimos en la agencia de viajes, ese lugar es un paraíso.

Nicole consideró todas las decadentes posibilidades que formaban parte de una fantasía personal y estuvo segura de que no rechazaría por nada la oportunidad de gozar de una semana de diversión, sol y relajación en estado puro… además de competir con Mitch.

—A mí me parece estupendo —comentó—. No me he tomado unas vacaciones desde hace más de un año, así que estoy segura de que podré organizarlo todo para que Guy pueda sustituirme mientras esté allí.

Entonces, miró a Mitch para ver cuál era la reacción de este, pero vio que él permanecía en silencio.

Rhea se colocó el bolso en el regazo y sacó dos carpetas. Les entregó una a Nicole y la otra a Mitch, quien, de mala gana, la aceptó.

—Dado que solo cuentan con un número limitado de plazas y nosotras queríamos asegurarnos de que no os perdíais esta oportunidad, nos hemos tomado la libertad de haceros la reserva en Fantasía Salvaje. Hay un cuestionario y una solicitud en el interior de cada carpeta en el que se requiere información personal que tendréis que rellenar antes de llegar a la isla.

Nicole hojeó el folleto, fascinada con todo lo que el centro turístico ofrecía a sus invitados. Entonces, encontró el cuestionario que su madre acababa de mencionar y vio la tentadora frase: El lugar donde todo vale y nada es imposible al igual que la tentadora pregunta: ¿Cuál es tu fantasía?

Pensativa, se mordió el labio inferior. Si se refería a las fantasías prohibidas y eróticas, el viril hombre que estaba sentado a su lado encajaba perfectamente con sus requerimientos. Mitch Lassiter llevaba años siendo parte de sus deseos eróticos más íntimos.

Sin embargo, más allá de las fantasías sexuales, Nicole anhelaba algo emocional, un deseo secreto que había guardado en su interior desde pequeña. Inesperadamente, sintió en el pecho el peso de las inseguridades de las que había jurado deshacerse años atrás, cuando le había resultado evidente que jamás cumpliría las expectativas que su padre tenía con respecto a ella, tal y como lo había hecho su hermano Robert. Había dejado de esforzarse por complacer a su progenitor y vivía la ida según sus propias reglas y expectativas. Aun así, en el interior de la fuerte e independiente mujer quedaba algo de la niña que buscaba la aprobación de su padre en vez de las críticas. Aunque fuera solo una vez.

Ganara o perdiera, lo que de verdad quería era que se le apreciara por ser quien era y no por lo que consiguiera. Esa era su fantasía, tan sencilla y a la vez tan intangible que era casi imposible de alcanzar. Sin embargo, aquello no la detendría. Pondría su fantasía por escrito para su reflexión privada, no para compartirla con nadie más.

Tras cerrar la carpeta, miró a su madre, que la contemplaba expectante.

—Estoy lista para una fantasía salvaje —dijo, sonriendo—. ¿Y tú, Mitchell?

El aludido se limitó a negar con la cabeza. Enseguida, se dirigió a su madre.

—Mira, mamá, sé lo importante que esto es para ti, pero no puedo dejar mi negocio para tomarme unas vacaciones.

—Claro que puedes —replicó Joyce—. Ya he hablado con tu hermano y está encantado de poder ocuparse de todo durante una semana —añadió. Al oír aquellas palabras, Mitch frunció el ceño—. No te pongas así. Sé que no te gusta que me meta en tus negocios, pero Drew estuvo de acuerdo conmigo en que ya iba siendo hora de que te tomaras unas vacaciones, dado que no lo has hecho desde que falleció tu padre. Y de eso hace ocho años.

Con un profundo suspiro, Mitch pasó los dedos a través de su espeso cabello negro, mesando los mechones de un modo que a Nicole le pareció increíblemente sexy. En realidad, todo sobre aquel hombre le parecía masculino y excitante, atrayéndola de un modo contra el que encontraba pocas defensas.

—He estado muy ocupado —susurró.

—Exactamente —respondió Joyce—. Has estado muy ocupado apoyándome a mí y asegurándote de que tu hermano y hermana terminaban sus estudios en la universidad. ¿Por que, para variar, no haces algo por ti mismo? Por si esto fuera poco, además, podrás ayudar a nuestra organización.

Un sorprendente afecto inundó a Nicole, junto con respeto y admiración por Mitch y la responsabilidad que había tomado desde la muerte de su padre. Evidentemente, había abandonado sus propios deseos y necesidades por las de su familia, aunque no daba indicación alguna de que le molestaran los sacrificios que había tenido que hacer. A Nicole le costaba mucho imaginarse a su hermano haciendo lo mismo.

Observó a Mitch, que no parecía saber qué hacer. Mostraba un aspecto muy serio, cuando resultaba evidente que su madre quería que se relajara y se divirtiera, dejando atrás trabajo y obligaciones. Divertirse con Mitch, tentarlo y hacer que se distrajera en una isla, lejos de los ojos curiosos de la gente, adquirió, de repente, un gran atractivo para ella.

—¡Venga ya, Mitchell! —le dijo, haciendo que él volviera la atención hacia ella—. ¿No te parece que suena muy divertido? —añadió. Entonces, se quitó una de las sandalias. Deslizó el pie descalzo por debajo de su pantalón y empezó a frotarle la pantorrilla con los dedos de los pies—. ¿O es que te preocupa quedar en segundo lugar detrás de mí en esa competición?

Aquel desafío inconfundible quedó flotando entre ellos. En los ojos de Mitch había un sencillo y discreto mensaje que solo ella podía descifrar: estaba jugando con fuego. Sin embargo, desde su punto de vista no había nada malo en jugar de aquel modo cuando no tenía intención alguna de acercarse lo suficiente a la llama como para quemarse.