Una ceremonia precipitada - Janelle Denison - E-Book
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Una ceremonia precipitada E-Book

Janelle Denison

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Beschreibung

Andrew Fielding quería una nueva madre y una esposa para su padre, y encontró a la persona idónea: Megan Sanders. A ella le encantaron los Fielding. El más joven, era un niño encantandor. El padre, era el hombre más sexy del planeta. Ambos formaban la familia que Megan siempre había querido tener. Sin embargo, Kane Fieding estaba dipuesto a defender su independencia a toda costa, y a guardar el secreto que solamente desveló a su fallecida esposa. Desgraciadamente, sus suegros siempre lo habían culpado de la muerte accidental de su hija. Estaban dispuestos a todo con tal de separar a Andrew de su padre, del mismo modo que Kane haría cualquier cosa por conservar la custodia de su hijo. Incluso algo que siempre había descartado, como volver a casarse...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 1998 Janelle Denison

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una ceremonia precipitada, n.º 1125 - febrero 2020

Título original: Ready-Made Bride Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-079-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

SU PADRE necesitaba una mujer y él una mamá. Andrew Fielding, de siete años, tenía la solución para los dos.

Sentado en la mesa de roble que le había hecho su padre con sus propias manos, Andy estaba escribiendo a Megan Sanders para invitarla a visitar su clase de segundo curso. Quería que acudiera para celebrar su octavo cumpleaños, que tendría lugar el mes siguiente.

Se habían estado escribiendo desde hacía un año y medio. Todo había comenzado cuando Andy le había contado por carta lo mucho que la admiraba por los libros que había escrito, de la serie Las aventuras de Andy.

Eran unas aventuras tan divertidas como las suyas. Y el niño de los dibujos se parecía mucho a él: rubio con ojos castaños. A Andy le encantaba imaginarse que él era el propio protagonista de los libros de la escritora, siempre luchando contra los piratas o escondiéndose de los indios.

Ella estaba soltera y no tenía hijos. Una vez incluso le había dicho, por correspondencia, que le encantaría tener un chico tan maravilloso como él.

Andy quería que ella fuese su madre, para cuidarlos a él y a su padre y hacerles galletas de chocolate los días de lluvia.

Su padre necesitaba una esposa, para hacerle reír más a menudo, alguien que lo convenciese para hacer las paces con sus suegros, el abuelo y la abuela Linden.

Megan podía cumplir ese papel con mucha soltura y el niño sabía que su padre acabaría queriéndola tanto como él.

Se trataba de un plan perfecto.

Ya todo lo que tenía que hacer era conseguir que su padre se enamorase de Megan.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

VA A venir, papá! ¡Va a venir! –exclamó Andy, saliendo disparado por la escalera.

Llevaba una hoja de papel en la mano, con una expresión de felicidad en el rostro.

–Viene el mes que viene, por mi cumpleaños –siguió diciendo el chico.

Kane Fielding miró a su hijo con curiosidad, mientras intentaba subir las escaleras de la puerta trasera de la casa.

–¿Quién viene por tu cumpleaños? –repuso él.

Andy se puso junto a su padre y le contestó.

–Megan.

Sorprendido, Kane enarcó las cejas.

–¿Megan Sanders, la escritora de los libros que tú lees?

–Sí.

El padre sabía perfectamente quién era esa escritora: la responsasble de que su hijo se pasara horas hablando de ella y sus narraciones. A veces, se había arrepentido de ir a una gran librería de la ciudad y pedir un buen libro para su hijo, que acababa de empezar a leer. El dependiente le había dicho que Las Aventuras de Andy era el libro de aventuras con mayor éxito del mercado. De ese modo, el niño se aficionó a la serie y se dirigió a la autora para contarle lo mucho que le gustaban sus historias. Y así empezó su amistad.

–Te importa decirme cómo se te ha ocurrido esa idea –repuso Kane, con cierta sospecha de que no le iba a gustar nada.

–Le escribí una carta invitándola a venir a vernos por mi cumpleaños –dijo Andy, orgulloso de sí mismo–. Le dije que podía quedarse con nosotros y que no te iba a importar nada.

El padre abrió la puerta de la cocina, dejando pasar antes al niño. Una cosa era mantener una relación por carta y, otra muy distinta, invitar a esa persona a Linden y tener que conocerla personalmente.

–Pero, Andrew, si ni siquiera la conoces.

–Claro que la conozco, y tú también –exclamó el chico frunciendo el ceño–. Llama por teléfono muy a menudo, y tú has hablado con ella muchas veces.

Kane se quedó callado, incapaz de negar la evidencia. Solía intercambiar unas palabras con ella antes de pasarle el aparato a su hijo, cuando ella telefoneaba. Y siempre se quedaba impactado por su voz, pensando cómo sería al natural. Nunca le había importado que aquella mujer llamase a casa, por lo contento que se ponía su hijo.

–Pero Andy, hablar por teléfono y escribir cartas a una persona, no es lo mismo que conocerla personalmente –intentó hacer comprender el padre al niño.

La alegría desapareció como por encanto de los ojos del chico.

–Entonces, ¿no quieres que venga?

Kane se frotó la barbilla molesto por la decepción de Andy.

–No es eso, es que…

–Al menos podrías leer su carta –sugirió el niño, con un hilo de esperanza en la voz.

–¿Por qué no me la lees, mientras friego los cacharros?

Kane oyó a su hijo leer el comunicado de su visita inminente. Por fortuna, la escritora dejaba la última palabra de la invitación al padre de Andrew.

Una vez terminada la carta, el chico se quedó expectante, mirando a su padre.

–Entonces, papá, ¿puede venir, o no?

Secándose las manos con un paño, Kane repuso:

–No creo que sea una gran idea.

–¿Por qué no?

–Porque no es algo muy apropiado.

Kane se quedó pensando en los años que hacía desde que no salía con una mujer. Desde que murió Cathy, su esposa. Los chismosos del pueblo se iban a quedar atónitos de pensar que una mujer iba a dormir en su casa…¡Por muy etérea que fuese la relación con ella!

Lágrimas de tristeza resbalaron por las mejillas de Andy, mientras que se le hacía un nudo en la garganta.

–Es el único regalo que quiero por mi cumpleaños. Pensaba llevarla al colegio y presentársela a mis amigos. Ahora pensarán que se trataba de una mentira.

El padre vaciló. El niño no solía pedir cosas de modo caprichoso y le dolía negarle algo que le hacía tanta ilusión.

Al fin y al cabo, no era la primera vez que lo criticaban en Linden.

–Por favor, papá –insistió el crío, susurrando.

Cómo iba a decirle que no. Hacer feliz a su hijo era su objetivo principal. Estaba decidido a aceptar con tal de que la invitada no esperase mucha dedicación por su parte.

–De acuerdo. Se puede quedar en casa –repuso finalmente, Kane, dando un gran suspiro.

–¡Yupiii! –exclamó Andrew, con los ojos llenos de alegría y bailando alrededor de su padre–. Llamémosla ahora mismo.

Ambos se encaminaron al cuarto de estar, pero el adulto lo hizo de una manera mucho menos festiva.

 

 

Megan Sanders se quedó de piedra cuando vio a Kane por primera vez. Era todo un pedazo de hombre, que estaba trabajando en el cobertizo, de espaldas a ella. Llevaba unos vaqueros desgastados que dejaban adivinar las largas y musculosas piernas y una vieja camiseta azul que marcaba su tórax. Su pelo, largo y rizado por la nuca, era negro y estaba lleno de virutas de madera.

En seguida, pensó que se trataba de Kane Fielding. Notó cierto malestar en el estómago, como había ido padeciendo durante el viaje de dos días. Eran nervios…

Ocupado como estaba en la carpintería, no había oído llegar el coche de Megan ni sus pasos. En aquel lugar olía a hombre, a serrín y a aceita de linaza. Kane estaba lijando una superficie lisa de madera, y cuando terminó la acarició con sus largos dedos. Se volvió para observar a contraluz cómo había quedado la pieza de roble. Megan pudo ver los armoniosos rasgos de su rostro y su boca sensual. Era el hombre más sexy que había visto en su vida.

La escritora decidió aclararse la voz, para hacer notar su presencia.

–Perdone…

Él se dio media vuelta, escudriñando con sus brillantes ojos verdes de quién se trataba.

Megan había esperado ver a alguien parecido a Andy, pero no a ese renegado…

–No quería asustarlo –expuso ella–. He llamado a la puerta de la casa pero nadie me ha abierto.

A continuación, la escritora se acercó a la puerta del cobertizo, mientras Kane la miraba avanzar, sin sonreír.

Megan se dijo que aquello no parecía una bienvenida muy hospitalaria. Quizá se había confundido de casa.

–¿Puedo ayudarla en algo? –repuso el hombre, con una voz rica y profunda, que casaba perfectamente con su mirada.

–Eso espero –dijo ella sonriendo–. ¿Es usted Kane Fielding?

Dejando a un lado la pieza de madera, sobre una mesa llena de herramientas, se puso las manos en las caderas de modo amenazante y dijo:

–Sí, soy yo. ¿Qué quería?

Ignorando su actitud, ella caminó hasta él y le tendió la mano.

–Soy Megan Sanders.

Cierto alivio aflojó sus músculos, pero no anuló su distancia totalmente

–Pues no se parece nada a la foto de sus publicaciones.

En seguida, él le tomó la mano con sus dedos envolventes y la estrechó educadamente. Una ola de calor irradió el brazo de Megan, al mismo tiempo que su corazón se puso a latir alborotadamente. Aunque aquel hombre la había cautivado tanto en persona como por teléfono, no se podía imaginar que su atractivo sexual fuese tan contundente. Para colmo, le daba la impresión de que le conocía de toda la vida, en vez de hacía tan sólo diez minutos. Era algo estúpido, pero indudable.

–Es increíble lo que puede hacer la peluquería y el maquillaje –dijo ella, intentando reponerse.

Kane pensó que era mucho más guapa al natural, que en la pequeña foto en blanco y negro que le mostraba Andy en cada uno de sus libros.

Megan tenía una bella melena lisa de color cobrizo y los ojos azules, llenos de vida. Llevaba muy poco maquillaje, y tenía un aspecto sano y agradable, no muy acorde con la imagen que tenía él de una escritora consagrada. Era de menuda estatura pero estaba bien provista de curvas, que se adivinaban bajo su vestido lila, y unas bonitas piernas.

Él tensó todos sus músculos. Le ponía de mal humor encontrar una respuesta tan rápida, por parte de sus hormonas, ante la vista de aquella mujer.

–No la esperaba hasta tarde –repuso Kane, irritadamente.

La había confundido con una asistente social, enviada por sus suegros para comprobar sus competencias como padre.

–Tardé menos de lo que había calculado y pensaba no encontrar a nadie en la casa –dijo Megan sonriendo, a pesar de la actitud hostil del anfitrión.

Normalmente, a esa hora la escritora no le habría encontrado. Sólo trabajaba media jornada los viernes en el aserradero. A la una ya estaba en casa, y empleaba el resto del tiempo en estar con su hijo o hacer tareas y recados para la casa y ellos dos. El horario funcionaba bien y le proporcionaba mucho tiempo para compartir con Andrew.

Como Kane no contestaba, se irguió ligeramente y siguió diciendo:

–¿Andy ha vuelto ya del colegio?

–Todavía, no –repuso él, consultando su reloj–. Pero el autobús está a punto de llegar.

–No se puede imaginar lo mucho que supone para mí compartir unos días con Andrew.

–¿Hace esto con todos sus admiradores?

–Es que Andy es mi preferido, y no podía decepcionarlo cuando me pidió que viniera a verlo por su cumpleaños.

–Pero, ¿por qué mi hijo? –preguntó Kane, sorprendido.

La expresión de Megan y el color azulado de sus ojos se volvieron aún más dulces.

–Es que le tengo mucho cariño.

–Pero si apenas lo conoce –respondió él, con cierta agresividad.

–Le sorprendería saber hasta qué punto lo conozco. Sé un montón de cosas suyas y de usted, por las cartas que me ha escrito durante un año y medio. Seguramente, las habrá leído usted.

Aunque Kane no lo había hecho, si le decía la verdad a aquella mujer, iba a pensar que se ocupaba muy poco de su hijo. Lo cual era absolutamente falso. La respuesta no era tan sencilla.

Al cabo de unos instantes, el padre de Andy propuso:

–¿Qué le parece si vamos a casa para estar más frescos y esperar tranquilamente al chico?

«Y de paso pienso lo que voy a hacer con usted y sus preguntas», pensó Kane, hecho un lío.

Ambos salieron del aserradero, notando la luz del sol y el aire fresco. Cuando llegaron a la casa, entraron por la puerta principal y se dirigieron al cuarto de estar y a la cocina.

–¿Le apetece algo de beber? –le ofreció el anfitrión, abriendo el refrigerador–. Tengo zumo de manzana o cerveza.

–Un poco de zumo de manzana, gracias –dijo ella, sentándose en una silla de madera, junto a la mesa.

Kane se lo sirvió en un vaso, y tomó una lata de cerveza para él, dándole un buen trago.

–¿Cuánto tiempo piensa pasar en Linden, con nosotros?

Megan le miró a los ojos y respondió.

–Por lo menos una semana, si no hay ningún inconveniente.

La mirada del hombre se fijó en cómo se mordía ella el labio inferior. ¿Sería tan suave como parecía? Maldita sea, una semana se haría eterna.

Kane dio otro trago a la cerveza, esperando refrescar el ardor que le corría por las venas. Pero fue en vano.

–¿Acaso tiene vacaciones? –preguntó él.

–Es una de las ventajas de ser una escritora independiente. Haces tu trabajo y no tienes que darle explicaciones a nadie; únicamente al editor, de vez en cuando. ¿Entonces, está de acuerdo?

–¿A qué se refiere? –se extrañó el padre de Andrew.

–Si me quedo una semana –repuso ella, borrando el vaho condensado en la parte inferior del vaso.

La verdad era que empezaba a arrepentirse de haberle dicho que sí a su hijo. No tenía ganas de compartir toda una semana con aquella escritora, ni con cualquier otra mujer.

–Linden no es un pueblo muy turístico –intentó disuadirla él–. No va a necesitar más que un par de días para conocerlo completamente.

–No he venido aquí para hacer turismo, sino para estar con su hijo, si no le importa que me quede.

Kane se quedó pensando que la escritora estaría probablemente acostumbrada a vivir en casas más lujosas y confortables.

–La casa es pequeña y nada elegante –repuso finalmente.

Allí vivían una vida sencilla y le daba rabia tener que considerarla pequeña ante una extraña. La había heredado a los diecisiete años, cuando murió su padre, y en ella había cuidado de Diana, su hermana de doce. Había intentado hacer de ella el hogar más cálido y protector del mundo. Sin embargo, no resultó lo suficientemente bueno para su esposa. Nada había sido suficiente para Cathy Linden, después de conocer el secreto que había guardado Kane en su vida de adulto.

–No necesito nada fuera del otro mundo: sólo un sofá donde poder dormir –dijo Megan, depositando el vaso vacío en el fregadero–. Había pensado ocuparme, a cambio, de las comidas.

–No será necesario… –farfulló Kane, mientras una ligera fragancia femenina le invadía el cerebro.

–Insisto –lo interrumpió Megan, antes de que él dijera que no era una buena idea que se quedara–. Además, por lo que me ha contado Andrew, no es usted un buen cocinero.

Kane dejó su lata vacía sobre la mesa, algo molesto.

–Andy habla demasiado. Y acerca de lo de quedarse aquí…

Pero en ese momento se oyó el ruido del autobús que estaba frenando, y atrajo la atención de la escritora. Con los ojos brillantes de emoción, miró por la ventana y dijo:

–¿Es ése Andrew?

–Sí –murmuró su padre, maldiciendo por lo bajo.

–Quiero conocerlo –repuso ella con excitación.

Y salió corriendo hacia la puerta principal, dejando al padre solo en la cocina, maldiciendo de nuevo sobre la brillante idea de su hijo, a la que él había accedido.

Un minuto después salió al exterior. Allí estaba Megan esperando a que el chico bajara las escaleras del autobús.

Andy iba con su mochila subiendo la cuesta, hasta que vio las figuras de los adultos. Se quedó mirando a uno y luego a otro.

Ella esbozó una deslumbrante sonrisa.

–Aquí estoy –susurró, e inmediatamente se puso a reír.

–¡Megan! –chilló Andrew, rasgando con su voz el aire. Empezó a correr hacia ella a toda velocidad hasta que la abrazó con todas sus fuerzas por la cintura.

–¡Por fin has venido! –siguió diciendo el niño entrecortadamente, acolchonado por el pecho de la escritora.

Ella le devolvió el abrazo y con lágrimas en los ojos dijo:

–Claro que estoy aquí, tontín. Te prometí que vendría a verte.

Y a continuación, le acarició los cabellos rubios con la mano.

Andy retrocedió un paso y vio lágrimas en sus ojos.

–¿Por qué estás llorando, Megan?

–Porque estoy muy contenta de estar contigo –repuso ella, observándolo con pasión–. Eres mucho más guapo que en la foto del colegio.

Andrew sonrió.

–Y tú eres muy guapa.

Y volviéndose a su padre con ojos de excitación, siguió diciendo:

–¿No crees que Megan es muy guapa, papá?

Kane hubiera asesinado a su hijo. Sin embargo, su mirada encontró la de la escritora que enrojeció, aumentando sensiblemente su saludable aspecto puesto en entredicho.

–Sí, hijo, es muy guapa –admitió el padre.

Con un leve gesto de orgullo, Megan miró a otro lado. Pero a Kane le dio tiempo de descubrir cierto brillo en su mirada. El sol iluminaba su melena, realzando el cabello de color canela. El padre de Andy se preguntó si sería tan lisa y suave como parecía.

Todos se dirigieron hacia el interior de la casa. El chico cargó el peso de su mochila de los Power Ranger sobre el otro hombro.

–¿Desde cuándo estás aquí? –le preguntó el niño a su amiga.

–Desde hace un ratito. El tiempo justo de conocer a tu padre –confesó la escritora, posando maternalmente su mano sobre la coronilla de Andy.

El chico los miró de uno en uno.

–Bueno, entonces, ¿os gustáis?

–Sí, claro –respondió su padre, discretamente.

–Estaba seguro de que así sería –contestó Andy, con una pícara sonrisa que hizo aparecer un hoyuelo en su mejilla.

Y tomando a su amiga de la mano, se la llevó hacia su cuarto.

–Vamos, Megan. Quiero enseñarte mi habitación y dónde guardo todos tus libros.

Y en ese preciso instante, al ver la cara de satisfacción de su hijo, Kane supo que ya no podía librarse de Megan.

Al traspasar el umbral de la entrada, la escritora volvió la cabeza y, mirándolo, dijo suavemente:

–Gracias, Kane.

Y esbozó una sonrisa tan encantadora, que la temperatura del cuerpo del hombre se elevó por lo menos diez grados.

El padre de Andy se quedó en el porche, dándose cuenta de que Megan le había dado las gracias por dejarla estar junto al chico. Sin embargo, tenía la sensación de que su gratitud se debía además a otras razones.

Soltando una carcajada, Kane se encaminó hacia su taller, preguntándose quién se había creído que era. Verdaderamente, era difícil creer que una mujer como aquella iba a fijarse en un tipo rudo como él.

De repente, toda la amargura acumulada en su interior salió a la superficie. Una vez una mujer le había odiado por sus carencias, y no iba a dejar que eso ocurriera de nuevo, por muy tentadora que fuera la candidata.

 

 

–Mira lo que me ha hecho mi padre –exclamó Andy, enseñándole a Megan los sujetalibros de madera que mantenían de pie toda una fila de ejemplares–. El morro y el final de una locomotora. ¿Chulo, eh?

–Sí, la verdad es que son preciosos –comentó la escritora, admirada por la habilidad y el gusto de su creador.

–Se trata de mi colección de Las aventuras de Andy. Están en un lugar singular porque son especiales. En el cajón de la cómoda guardo el resto de todos mis libros. No tengo otro sitio donde ponerlos.

Ella miró los títulos con curiosidad, entre los cuales había una gran variedad.

–Te debe de gustar mucho la lectura, ¿verdad?

–Mi padre está muy orgulloso de que me guste tanto leer. Siempre me está trayendo libros nuevos de una gran librería que hay en la ciudad. Pero los tuyos son mis favoritos.

–Me alegro mucho –repuso Megan, disfrutando ante la vista de un niño con tanto entusiasmo y energía.

Hacía tiempo que no disfrutaba de tiempo para ella, como unos simples días de vacaciones. Necesitaba hacer algo espontáneo, tener alguna aventura… Lo mejor que se le había ocurrido era ir a Linden a conocer a Andy y a su padre, ya que habían estado presentes en su mente durante un año y medio.

–Y mira esto –dijo Andrew–. Un caballo de madera, con silla y todo. Me lo regaló por navidad hace dos años.

Megan se quedó sorprendida de la calidad del trabajo: no había visto nunca en ninguna tienda un juguete tan bello. Se trataba de una pieza única.

–Es casi tan grande como tú –exclamó ella.

–Sí. Papá lo hizo así para que no se me quedara pequeño rápidamente. Y también ha hecho el fuerte y los columpios del colegio.

Sonriendo, la escritora siguió escuchando la enumeración de cosas maravillosas que sabía hacer el padre de Andy.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SÓLO habían pasado dos días y la casa ya olía a su perfume, una fragancia ligera y floral que envolvía el cerebro de Kane de forma contundente.

En esos dos días, la casa se había llenado de risas y muestras de cariño para Andrew. Megan estaba en todas partes, sonriendo y charlando animadamente con su dulce voz, y para colmo, hacía un estofado de carne y un pan de maíz deliciosos.

No iba a ser fácil sobrevivir una semana sin considerarla algo más que una amiga de su hijo. Le recordaba lo mucho que le había gustado estar casado y tener a su mujer junto a él para compartir la noche. Lo triste era que ese estado de felicidad conyugal sólo había durado seis meses. ¡Qué desilusión más grande!

Con una sensación de frustración, Kane se puso a lijar una tabla de madera para hacer una estantería. Fue consciente de que, cuando llegó la escritora, apenas le había dado un apretón de manos. Lo mejor sería mantenerse así, guardando las distancias y evitando cualquier implicación sentimental. Esa actitud le había resultado muy útil en los últimos años.

Sacudiendo la cabeza, se asomó desde el cobertizo para ver la casa. La cálida luz que salía por las ventanas lo atrajo con verdadera insistencia. Había intentado hacer su vida durante el viernes por la noche y el sábado, para que la escritora y Andrew pudieran conocerse mejor. Pero, como era imposible permanecer ajeno a ambos, decidió dejar sus herramientas en el taller y se dirigió hacia la casa.

Entró en la cocina y oyó una conocida melodía acompañada de las risas de Megan y Andy. Caminó un poco más hasta llegar al cuarto de estar donde los encontró bailando. Si los movimientos de su hijo eran torpes y carentes de gracia, los de la amiga resultaban fluidos y armoniosos. Cada vez que el chico perdía el ritmo, los dos se reían a la vez, volviendo a empezar de nuevo. Abstraído por lo insólito de la escena, Kane se quedó mirándolos apoyado contra el quicio de la puerta. Ella llevaba unas mallas negras que resaltaban sus piernas largas, y una camisa blanca atada con un nudo, dejando al descubierto la cintura. Se había hecho una cola de caballo y le colgaban algunos cabellos sueltos fuera del flequillo. De pronto, Kane la deseó intensamente, sintiéndose vigoroso y saludable como cualquier hombre capaz de extasiarse ante la belleza de una mujer.

Al final de la canción, a Andrew le fallaron las piernas y se enredó entre las de Megan. Ambos acabaron cayendo en el sofá, en plena carcajada. La risa era tan contagiosa que Kane se unió al jolgorio general.

Cuando la escritora descubrió su presencia, se incorporó dejando de reír.

–No te había oído entrar –dijo ella, apartándose los cabellos sueltos de la cara.

La franja existente entre la camisa y las mallas de Megan se le antojó suave como la piel de un bebé.

Intentando apartar de su mente esos pensamientos, el padre de Andy comentó:

–Parece que os lo estáis pasando bien.

–Megan me estaba enseñando a bailar –repuso su hijo, con una gran sonrisa–. Es muy divertido. ¿Por qué no pruebas tú, papá?

Kane se puso tenso.

–Yo no bailo.

De joven, no había tenido tiempo de asistir a las fiestas del colegio: por eso no sabía bailar. Esos momentos los había tenido que dedicar al cuidado de su hermana.

La única vez que lo había hecho fue en su boda y además se había tratado de un ritmo lento, fácil de ejecutar sin tener demasiada experiencia.

–Pero papá, todo el mundo puede bailar –exclamó Andrew, tomando de la mano a su padre y acercándolo hacia su amiga–. ¿No es verdad, Megan?