Secreto culpable - Janelle Denison - E-Book
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Secreto culpable E-Book

Janelle Denison

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Beschreibung

Cuando Garret Blackwell encontró a Jenna huyendo de su propia boda, no tuvo más remedio que ayudarla; sobre todo, al averiguar que tenía poco más que su vestido de novia. Jenna se sentía agradecida y tenía miedo de llegar a disfrutar demasiado de aquellos protectores brazos masculinos. No estaba preparada para pasar de nuevo por la vicaría, pero cada vez le resultaba más difícil luchar contra lo que sentía por Garret... y seguir guardando el secreto de lo que realmente había ocurrido el día de su boda.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Janelle Denison

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secreto culpable, n.º 1636 - abril 2020

Título original: The Wedding Secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-153-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA NOVIA tenía cara de ángel, y su cuerpo de diosa se envolvía en metros de tela blanca y brillante que se derramaba como raso líquido a su alrededor. La incongruencia de tanto tejido de un blanco de lirio en un local de copas hizo dar un pequeño respingo a Garrett Blackwell cuando se sentaba en un taburete vacío junto a la barra.

No era el único que miraba atónito a la solitaria novia que estaba sentada en un apartado al otro extremo del bar y bebía, o más bien tragaba, un líquido oscuro. Leisure Pointe atronaba con la música, las conversaciones y las risas, pero la principal atracción parecía ser la dama de blanco. Las mujeres la miraban con curiosidad y algunos de los hombres parecían deseosos de ocupar el lugar del novio inexistente.

Garrett no podía culparlos por ello. Ella era una de esas mujeres que hacen que vuelvas la cabeza a su paso, el tipo de mujer por el que un hombre puede llegar a hacer auténticas estupideces. Enormes ojos azules, labios llenos que estaban pidiendo que los besaran, y una piel de raso que parecía resplandecer de calidez. El cabello, del color del trigo al sol, estaba recogido en lo alto de su cabeza aunque la mitad se le había soltado y caía en rizos alborotados sobre su cara y su espalda. El escote del vestido, bordeado de perlas, permitía intuir unos pechos bien redondeados y su cintura parecía ser muy estrecha. Él imaginó que tenía también piernas largas y delgadas que hicieran juego e interrumpió sus pensamientos antes de que empezaran a viajar por territorio prohibido. La lencería que llevase debajo del vestido no era asunto suyo.

–Es guapa, ¿verdad?

Garrett se giró en el taburete y miró a Harlan, el fornido hombre que atendía la barra y era dueño del establecimiento.

–Parece que fuera alguien que se hubiera equivocado de salida en la Interestatal 44 al salir de San Luis –ninguna persona tan elegante y con ese aspecto de ciudad podría haber ido voluntariamente a la pequeña ciudad de Danby, Missouri, a no ser que se hubiera perdido–. ¿Quién es?

–Maldito si lo sé. No parece que nadie sepa quién es ni de dónde vino. Nunca la habíamos visto por Danby hasta hoy, y tiene una cara que ningún hombre que tenga sangre en las venas podría olvidar. Ya sabes a qué me refiero.

Garrett sabía perfectamente a qué se refería. No necesitaba darse la vuelta para recordar aquel cabello en el que un hombre podría esconder sus manos, aquellos pechos y aquella cintura, ni para volver a experimentar aquel deseo. Se arrellanó bien en el asiento y se llevó a los labios la botella de cerveza para intentar distraerse de sus pensamientos.

–¿Dónde está el novio?

–Yo no he visto a ninguno, aunque ha tenido unas cuantas propuestas de matrimonio de los chicos que estaban aquí esta noche. Han estado zumbando a su alrededor como moscas y dando mucho la lata –Harlan sacudió la cabeza. Su mirada tenía un brillo protector, como el que cabe esperar en el padre de tres niñas adolescentes que han empezado a salir con chicos–. Al final tuve que decirles que se apartaran y la dejasen en paz. Ella no parece estar interesada en el tipo de compañía que ellos tenían en mente, aunque eso no ha evitado que algunos de ellos sigan enviándole copas. Cinco amarettos. Acabo de decirle a Becky que no le pase más invitaciones de admiradores a no ser que sean de café.

Garrett esbozó una sonrisa. Harlan parecía y actuaba como si fuera un oso pardo gruñón, pero un hombre amable y bueno. Dirigía bien su establecimiento y no lo molestaba que la gente lo pasara bien, pero todos los que frecuentaban el lugar sabían que a Harlan no le gustaba que hubiera problemas en su bar, no permitía que las discusiones se convirtieran en peleas y siempre vigilaba a los clientes que habían bebido más allá del límite.

Como la novia sin novio.

Harlan se fue al otro extremo de la barra para atender a los clientes y Garrett se encontró otra vez mirándola. Era una criatura femenina fascinante, y las misteriosas circunstancias que la habían llevado a Danby la hacían más intrigante. Su presencia en Leisure Pointe resultaba fuera de lugar; vestida como una princesa de cuento de hadas y con aquella belleza que era tan asombrosa como excitante, parecía un diamante entre guijarros. Ella no encajaba allí, tenía la sofisticación de la ciudad escrita en todos sus poros. Cuando Harlan volvió, Garrett manifestó sus pensamientos en voz alta.

–¿Qué persona en su sano juicio pudo haberla dejado tirada aquí?

–El conductor de su limusina.

–Yo no he visto ninguna limusina aparcada en la puerta.

–El tipo no se quedó. La siguió hasta dentro con una maleta y me dijo que ella le había pedido que se parase aquí. El tipo me dijo que se había acabado su tiempo de contrato, que no iba a esperarla, y que ella estaba sola.

–¿Nada más?

–Murmuró algo acerca de tener que volver a San Luis, así que supongo que es de allí de donde vino –Harlan suspiró–. Necesito que me hagas un favor, Blackwell.

–No sé por qué tengo la sensación de que no me va a gustar lo que voy a oír.

–Anda, solo quiero que vayas allí y le preguntes a quién podemos llamar para que venga a recogerla.

La petición era sencilla, directa y no requería una gran participación por su parte, pero Garrett no se ocupaba de damiselas en apuros, nunca más. La última mujer que había rescatado se había aprovechado de su generosidad y lo había embaucado de una manera que había alterado mucho su vida.

Su expresión debía revelar cuáles eran sus pensamientos porque Harlan le dijo:

–Estoy seguro de que podría conseguir una fila de voluntarios para hacerlo, pero me temo que la mayor parte de los hombres que hay aquí le harían proposiciones en vez de decírselo. Y teniendo en cuenta el estado mental en que ella se encuentra…

Garrett frunció el ceño. Las palabras de Harlan no presentaban un retrato halagüeño, pero él había ido a Leisure Ponte a relajarse, a tomar unas cervezas y a charlar con Harlan y alguno de los viejos que habían sido amigos de su padre hasta que murió. La misma rutina aburrida de todos los sábados, muy distinta de la de su hermano, que solía dedicarlos a fiestas, mujeres y generalmente a acabar peleando con sus amigos.

Rylan. Viendo un camino para liberarse de las buenas intenciones de Harlan, Garrett miró en el bar buscando una cabeza morena y una sonrisa encantadora que pertenecían a su hermano pequeño.

–¿Por qué no buscas a Rylan y le pides que lo haga él? –sugirió Garrett. Aunque a su hermano le gustaba el bello sexo y ellas lo rodeaban como abejas a la miel, él nunca se aprovechaba de una mujer. El honor y el respeto que su madre les había inculcado era muy profundo, pero Garrett dudaba que su madre pudiera haber previsto el precio que su hijo mayor había pagado por ser tan caballeroso.

Su hija de ocho años era un recordatorio constante de lo honorable que había sido. Una lástima que la madre de Chelsea no hubiera sido igualmente responsable, o leal, hacia él o hacia la niña de la que nunca se había preocupado de verdad.

–Tu hermano se fue con Emma Gentry hace más o menos una hora. Y no parecía que fuera a volver pronto.

Garrett no se sorprendió. Él y su hermano compartían la misma casa, que Garrett había heredado de su madre cuatro años antes, cuando ella se fue a Iowa a vivir con una hermana. Pero Ry, a sus veintiséis años entraba y salía como le apetecía. Con frecuencia pasaba en otro sitio las noches del viernes y del sábado. A Garrett no le importaba con quién siempre que Ry no se metiera en problemas.

–¿Y Otis? Es completamente inofensivo y puede hacerlo tan bien como yo.

–Otis es un salido. Míralo, está con la boca abierta mirándola, ¿crees que sería capaz de decir una sola frase coherente en esa situación?

Garrett no pudo evitar reírse. Miró a los demás varones que estaban sentados en las mesas cercanas y se dio cuenta de que Otis no era el único que estaba mirando así a la novia. Era sorprendente que aquella mujer pudiera tener ese efecto sobre tantos hombres.

–Te lo voy a decir más claro, Blackwell, no te estoy pidiendo que te cases con ella. Se está haciendo tarde y, si vive en San Luis, les va a llevar cerca de una hora venir a recogerla.

–Vale –dijo Garrett que se sentía mal por resistirse a hacer algo tan simple por un amigo–. Me debes una, Harlan.

–Vale. ¡Hala!, vete a hacerlo y te tendré una cerveza bien fría cuando vuelvas.

Garrett masculló una última protesta que no hizo cambiar de opinión a Harlan. Se bajó del taburete y se dirigió hacia ella. Cuanto antes hiciera el recado antes podría continuar con sus actividades sociales del sábado noche.

Muchos ojos curiosos contemplaron a Garrett haciéndolo sentir incómodo porque las conversaciones se acallaban a su paso. Aquello era una primicia… Garrett Blackwell acercándose a una mujer en Leisure Pointe. Era un hecho conocido que él no se relacionaba con mujeres de Danby más allá de un saludo cortés. Las pocas que habían sido lo bastante atrevidas como para perseguirlo habían sido rechazadas con tanto tacto como le fue posible, sin importar lo atractiva que fuera la oferta.

Nunca le había gustado el sexo ocasional, pero tampoco era un monje. Las pocas mujeres con las que había tenido relaciones en aquellos años vivían en otras ciudades, donde el cotilleo y las especulaciones no podían alcanzar ni a él ni a su familia. Las mujeres con las que había salido sabían y aceptaban desde el principio que él no estaba buscando nada serio. No tenía la menor intención de permitir que ninguna mujer volviera a manipular sus emociones.

Respiró hondo y se sentó enfrente de la mujer, en lugar de permanecer de pie junto a la mesa. El apartado les dada un mínimo de intimidad, a salvo de ojos y oídos curiosos. Lo último que quería era avergonzarla o proporcionar diversión a la gente.

Ella había estado mirando fijamente el líquido oscuro de su copa, parecía perdida y confusa, pero, tan pronto como las piernas de él rozaron el raso que se amontonaba bajo la mesa, ella alzó la mirada sorprendida.

Él abrió la boca para hablar, pero se sintió sobrepasado por el color de sus ojos. Desde lejos había podido apreciar que eran azules, pero vistos de cerca eran sorprendentes. Eran de un tono claro, rodeados de un azul zafiro y con radios dorados en el centro. Sus pestañas eran largas y espesas, las cejas delicadas, con un arco perfecto. Un lunar que estaba sobre el labio, a la izquierda, atrajo su atención hacia su boca llena y suave. Una boca que incitaba una docena de pensamientos provocativos.

A pesar del símbolo de inocencia y pureza de su vestido de novia, había un aire de sensualidad natural en ella. Una mezcla contradictoria de candor y atractivo que excitaban el interés de cualquier hombre. Y sin embargo él tenía la clara sensación de que ella no era consciente de su atractivo, que no sabía el efecto hipnótico que ejercía en los hombres. No hacía nada para atraer la atención. No le hacía falta.

De pronto él se sintió ridículamente incapaz de decir una palabra. Ella sonrió con dulzura pero sus ojos siguieron tristes. Se apoyó en la palma de la mano y lo miró de una forma un tanto soñolienta que él atribuyó al alcohol que había consumido.

–Hola –la voz era como una caricia.

–¿Está usted bien, señora?

–Si… bien –acabó de un trago lo que le quedaba en la copa–. Estoy… bien.

–¿Qué le parecería que la invitase a una taza de café?

–Sí, creo que me vendría bien un poco de café. Con mucho azúcar. Ya no quiero más amaretto. Me está dando sueño –dijo trabándose la lengua en las palabras.

Él se dirigió a la barra y pidió una taza de café solo y fuerte. Cuando volvió con ella la encontró mirándose un rizo que se le iba hacia la cara.

–Odio mi pelo rizado. Estos estúpidos rizos no se quedan nunca donde los pongo. ¿Sabes que cuando era pequeña quería tener el pelo liso?

–Oh, no –¿cómo podía haber sabido algo tan personal si la acababa de conocer? Ella cerró los ojos y cuando Garrett pensó que se había quedado dormida habló con voz suave.

–Todos los cumpleaños soplaba las velas de mi tarta deseando tener el pelo liso como mi amiga Cindy. Nunca se hizo realidad –él no sabía cómo responder a su extraña conversación, se sentía fuera de su elemento y prefirió quedarse callado–. Mis otros deseos tampoco se hicieron realidad. Yo tenía que casarme con un príncipe encantador y ser felices y comer perdices. Me temo que no soy muy buena formulando deseos.

Becky llegó con el café salvándolo de dar alguna clase de respuesta. Él sabía que el licor era parcialmente responsable de que a ella se le hubiera soltado la lengua, pero también sentía que aquella cháchara acerca de príncipes encantadores y deseos estaba relacionada con la razón por la que había salido huyendo el día de su boda.

–Se suponía que hoy iba a ser el día más feliz de mi vida –dijo ella cuando volvieron a quedarse solos, con la voz un poco temblorosa por la emoción–. Eso fue lo que me dijo mi madre antes de morir, pero ha sido el peor día de mi vida. Yo todo lo que quería era una chispita de respetabilidad, pero yo no seré respetable en toda mi vida.

Demonios, ¿qué delito tan terrible habría cometido para pensar que no era digna de respeto? Sintió compasión mezclada con una gran dosis de curiosidad. Aplacó ambas negándose a involucrarse en el caos emocional de aquella mujer. En cuanto obtuviera alguna información sobre ella para que Harlan pudiera llamar a alguien para que fuera a buscarla, su tarea habría terminado y podría volver a la cerveza fría que le habían prometido.

Y olvidarse de aquel ángel complicado de ojos azules que parecía estar tan sola y tan perdida y que era tan vulnerable… y también un escándalo a punto de producirse. Lo que menos necesitaba era que hubiera especulaciones acerca de su vida privada y aquella mujer misteriosa seguro que las proporcionaría.

–¿Crees que cuando me despierte mañana todo esto será solo un mal sueño?

–Si no te tomas el café mañana tendrás una resaca espantosa –era lo único cierto que podía decirle.

–Estoy bien –dijo ella tomando la taza con ambas manos.

–Ajá –le dio la razón aunque sabía que si ella intentaba ponerse de pie se caería redonda–. ¿Cómo te llamas? –preguntó pensando que lo mejor era empezar con una pregunta sencilla y luego ir haciendo otras más difíciles según se le fuera aclarando a ella la mente.

–Jenna Chestfield…–hizo un gesto de extrañeza al pensar en el nombre, luego sacudió la cabeza–. No, nunca dijimos «sí, quiero», así que supongo que soy solo Jenna Phillips.

Solo Jenna Phillips. Seguro que había una historia detrás de aquello, una historia en la que Garrett no se quería ver envuelto. Miró a su mano izquierda. La ausencia de anillo respaldaba su afirmación de que el matrimonio no había tenido lugar.

–¿Cómo te llamas?

–Garrett –contestó él decidido a dejar las cosas entre ellos solo en base al nombre de pila.

–Garrett –repitió ella con voz ronca–. Es un nombre bonito, fuerte y respetable. ¿Tú eres respetable?

Él estuvo a punto de reírse pero se contuvo. Decidido a terminar cuanto antes con su tarea de caballero andante, preguntó:

–Jenna, ¿hay alguien a quien podamos llamar para que venga a buscarte? –ella no tuvo que pensar mucho antes de responder.

–No.

–¿No tienes familia? –a Garrett le resultaba difícil de creer. Recordó que ella había dicho que su madre había muerto–. ¿Tu padre u otros familiares?

–No –susurró con voz dolida–. Nadie.

–¿Y tu prometido? ¿Podemos llamarlo?

Ella hizo una mueca ante la mención del hombre que tendría que haberse convertido en su marido. Él captó una oleada de pesar, remordimiento e inseguridad en su mirada antes de que ella bajase los ojos.

–No, él ya no me querrá después de la forma en que lo he humillado a él y a su familia. Nunca podré volver.

Garrett sintió que le invadía una oleada de simpatía y trató de luchar contra ella. No quería que le importase aquella mujer ni su situación, ni por qué pensaba ella que había sido una decepción para el hombre con quien se había comprometido para casarse.

¿Qué podía hacer? Miró hacia la barra donde se encontró con la mirada interrogante de Harlan. Aparte de saber que se llamaba Jenna Phillips y que al parecer estaba más sola que él, no tenía mucha más información que antes de sentarse allí.

Bueno, él había cumplido con su tarea. Ya era cosa de Harlan pensar qué iba a hacer con la novia solitaria aquella noche. Empezó a levantarse del asiento, pero ella lo tomó por el brazo. La sensación fue tan fuerte que maldijo entre dientes, ¿tanto tiempo llevaba sin una mujer que una extraña le podía hacer arder con un mero roce?

Ella lo había detenido para sentirse segura, aquello estaba claro. Recordó que él ya había acabado su etapa de salvador de mujeres e inclinó la cabeza en señal de interrogación.

–¿Me vas a dejar? –su voz tenía un tono de pánico como si acabara de darse cuenta de que estaba en una ciudad extraña, en un bar ruidoso lleno de hombres ávidos de ocupar el sitio que él estaba a punto de dejar libre.

–Tengo que ir a hablar con Harlan. Nadie te molestará –prometió, sintiéndose protector hacia aquella mujer a la que acababa de conocer. No era una buena señal. Quiso decirse que era el mismo tipo de sentimiento paternal que experimentaba con su hija, pero no tenía nada que ver. La respuesta hacia Jenna era completamente masculina y demasiado amenazadora para la vida segura y estable que había conseguido construir para él y Chelsea en los últimos seis años–. Termínate el café, ¿vale?

–¿Vas a volver? –él quería decir que no, pero la forma en que la damisela en apuros lo miraba le hizo sentir cosas que hacía años que no sentía.

–Sí, volveré.

Aunque solo fuera para ayudarla a encontrar un taxi o asegurarse de que pasaba la noche en algún lugar seguro, se dijo a sí mismo.

 

 

–¿Te has vuelto completamente loco? –Garrett miró a Harlan con la boca abierta–. ¡No puedo llevarla a casa conmigo!

–Venga, Garrett. Estoy seguro de que ella lo verá todo más claro por la mañana y se dará cuenta de su error y volverá al sitio del que haya venido. Es una noche, Blackwell, no toda una vida.

–Búscate a otro chivo expiatorio, Harlan.

–No me fío de nadie más –dijo Harlan en tono serio tras echar una ojeada al bar repleto.

–Yo no quiero vagabundas –dijo en un último esfuerzo para convencer a Harlan de que él no era el hombre indicado para hacerse cargo de Jenna Phillips.

–Entonces me temo que tendré que llamar al sheriff para que venga a llevársela y tendrá que pasar la noche en comisaría, en una celda.

Harlan se fue a servir a un cliente y dejó solo a Garrett con su sensación de incomodidad. Miró hacia Jenna, que parecía muy desconcertada y perdida, y la imaginó despertándose a la mañana siguiente en un estrecho jergón, desorientada y asustada y sin un ápice de aquella respetabilidad y dignidad que ella deseaba.

Él no necesitaba la responsabilidad ni las complicaciones que aquella mujer podía llevar a su vida, pensó irritado. Y estaba claro que no necesitaba la distracción de saber que estaba durmiendo en su casa, aunque solo fuera por una noche.