¿Hablamos de porno? - José Luis García - E-Book

¿Hablamos de porno? E-Book

José Luis García

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No te conozco, pero estoy seguro de que te preocupa la educación de tu hijo o hija. Este libro está dirigido a madres y padres como tú, alarmados y preocupados por una de las cuestiones que más interés genera en nuestra sociedad hoy en día: el sexo en Internet y el consumo de pornografía por parte de menores y de jóvenes. Mi empeño en estas páginas es ofrecerte herramientas y argumentos para que mantengas una conversación sana, abierta y constructiva con tus hijos/as, que dé respuesta a todas sus dudas y siente las bases de una sexualidad sana. Nuestros niños y jóvenes pertenecen a la primera generación criada en una sociedad hipersexual que, cuando ellos buscan respuestas a sus legítimas preguntas sexuales, les abandona en brazos de una voraz industria del porno a la que solo le interesa crear dependencia psicológica hasta convertirlos en adictos sin tener en cuenta las implicaciones morales, psicológicas y conductuales de la violencia sexual que ofrece. Nos enfrentamos a un desafío sin precedentes. Tienes que decidir qué implicación vas a tener en la calidad del futuro sexual de sus hijos e hijas as y, para ello, hacer frente a este dilema: ¿quién quieres que los eduque? No hay otra respuesta que esta: o el porno violento o nosotros.

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¿Hablamos de porno?

Cómo educar a la generación porno en una sexualidad sana y respetuosa

José Luis García

Primera edición en esta colección: mayo de 2024

© José Luis García, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-90-8

Diseño de cubierta: Pablo Nanclares

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime, S.L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Libertad no incluye el derecho a dañar.

JORGE RIECHMANN

A María, Ion, Isadora y Alba.

A todos los padres y madres que quieren ser protagonistas de la educación sexual de sus hijos e hijas, compitiendo en dura liza con la pornografía violenta.

Índice

Nota previaPropósito de este libro1. El poder de internet y sus riesgos2. Una generación de niñas y niños pornográficos3. Aproximación a la realidad4. ¿Cuáles son las consecuencias en la salud del consumo de pornografía?5. Para comprender lo que está pasando6. Una nueva educación sexual7. Mi propuesta en educación sexual y afectiva8. Cómo hablar de pornografía a niños y adolescentes9. Cómo hablar de las primeras relaciones sexuales

Nota previa

Estimada madre, estimado padre:

Me dirijo a ti en primera persona. De tú a tú. No te conozco, pero estoy seguro de que te preocupa la educación de tus hijos e hijas y por eso has comprado este libro.

Hace ya 46 años, cuando comencé a dar las primeras «charlas» sobre educación sexual a personas como tú, enseguida me di cuenta de que muchos de los que nos dedicábamos a tan «curiosos menesteres» en aquella España predemocrática (la mitad de la década de los años setenta), carecíamos de materiales especialmente producidos en nuestro país, no solo para nuestra formación, sino también para la práctica profesional con familias.

Muchos padres, madres, profesores y alumnado me solicitaban aportaciones concretas; «dadnos algo para comenzar», decían, con el fin de romper la barrera que les impedía hablar de sexualidad y, además, hacerlo con una cierta seguridad en lo relativo a contenidos y metodología. En el caso de ciertos grupos sociales, como por ejemplo las personas con discapacidad intelectual, las necesidades eran aún más acuciantes.

Desde entonces, me propuse elaborar diferentes materiales didácticos que dieran respuesta a algunas de esas necesidades. Allá por el año 1983 comencé a publicar diferentes materiales de apoyo y ayuda y lo he seguido haciendo desde entonces, con el resultado de dieciséis libros y diecinueve vídeos, diversos materiales didácticos, centenares de artículos… siendo premiado en diferentes certámenes nacionales hasta en ocho ocasiones.

Pues bien, en la actualidad la demanda es la misma, repitiéndose la misma argumentación: «No sabemos cómo hablar con nuestros hijos de ciertos temas como pornografía, placer o conductas sexuales». Este libro que tienes en tus manos quiere ser una síntesis de todo ese dilatado trabajo destinado a ayudar a las familias y profesionales a conversar con sus hijos sobre las cuestiones que les da vergüenza o corte hablar, de ahí el título del libro y de los talleres de formación que realizo con las familias.

Llevo más de cuatro décadas trabajando, de una manera intensa y apasionada, en este tema, y me dispongo a compartir contigo algunas reflexiones fundamentadas en mis conocimientos y en esa experiencia profesional. Durante todo este tiempo, he trabajado con miles de chavales y chavalas, centenares de grupos de padres y madres, profesionales de la salud y de la educación, a lo largo y ancho de España y de Latinoamérica, y conozco algunas de las preocupaciones más relevantes que tienen.

He de reconocer que he conseguido logros importantes e históricos como, por ejemplo, que mi perspectiva sobre la pornografía haya podido inspirar la exitosa serie documental Generación porno, estrenada en 2023, o ser profesor honorífico y codirector del primer curso de postgrado de Experto/a en prevención de los efectos de la pornografía en la salud afectivo-sexual que se hace en una universidad pública del mundo con estas características, la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, o recibir varios premios nacionales por mi trabajo en educación sexual.

Creo, asimismo, que he contribuido con mi dedicación incansable a sensibilizar a diferentes sectores sociales sobre este problema de salud, a través de una entusiasta divulgación, particularmente en RR. SS. y medios de comunicación, toda vez que ofrezco formación a muchos grupos de familias y profesionales con mis «Talleres para madres y padres vergonzosos».

Porque las familias con hijos son el foco de mi atención desde los comienzos de mi andadura profesional. Como no podía ser de otra manera, este texto está dirigido a madres y padres como tú, porque me consta vuestra preocupación por una de las cuestiones que más interés generan en los medios de comunicación: el sexo en internet y el consumo de pornografía por parte de menores y de jóvenes. La alarma social que ha provocado el fenómeno de las agresiones sexuales y de «las manadas», por poner un ejemplo, ha contribuido a ello.

Permíteme que, en los primeros párrafos de este ensayo, te haga cuatro preguntas a las que te invito que respondas con sinceridad:

¿Con quién hablabas de sexo cuando eras como tus hijos?¿Con quién te hubiera gustado hacerlo?¿Qué tal te ha ido tu vida sexual y afectiva?Tus hijos ven (o verán) porno violento. ¿Qué vas a hacer?

Te propongo que escribas las respuestas y, al final de la lectura de este libro, vuelvas a formulártelas y responderlas, cotejando unas y otras. Me encantaría saber cuál es el resultado, en particular sobre la cuarta cuestión.

Mi empeño, a lo largo de esta obra, será ofrecerte argumentos suficientes para que puedas responder a esa última pregunta y te decidas a conversar largo y tendido con tus hijos.

Sé que te cuesta hacerlo. ¿Sabes por qué te resulta tan difícil hablar sobre pornografía, placer sexual, conductas sexuales… con tus hijos? Porque es la primera generación que, inevitablemente, tendrá que hacerlo y nadie los ha preparado para ello. La realidad de lo que está pasando va a obligar a dar una respuesta diferente a la tradicional. Un desafío sin precedentes.

En consecuencia, tienes que decidir qué implicación vas a tener en la calidad del futuro sexual de tus hijos o hijas y, entonces, tendrás que resolver este dilema. ¿Quién los educa? Y no hay otra respuesta más que «el porno violento o nosotros».

Pues bien, estas mismas cuestiones se las he planteado a miles de papás y mamás en mis talleres. ¿Por qué?, te preguntarás, pues para que tomen conciencia de su realidad y sepan diferenciar lo que les ocurrió a ellos de lo que les puede pasar a sus hijos, ya que la irrupción de internet y el acceso gratuito al porno más violento, es un elemento determinante en esta nueva situación que a sus vástagos les toca vivir.

Porque estoy hablando de otro mundo. Lo que ha ocurrido en unas pocas décadas, en lo que se refiere al aprendizaje de los hechos sexuales, es una auténtica revolución. Esto me lleva a una conclusión obvia: no repitas lo que te pasó a ti, porque la realidad del conocimiento del sexo ha dado un vuelco tan relevante, que no tiene absolutamente nada que ver con lo sucedido contigo. Además, esto es lo más importante, puede estar en juego el futuro emocional y afectivo de los más jóvenes.

La tercera pregunta relativa a la vida sexual tiene que ver, a mi entender, entre otros muchos factores, con la calidad de la educación sexual recibida en la familia. Unas relaciones afectivas y sexuales saludables en la etapa adulta parecen estar relacionadas con la educación específica recibida en este ámbito, en la infancia y adolescencia, consideración de la que estoy convencido basándome en mi experiencia clínica.

La pornografía se ha convertido en un referente educativo de la gran mayoría de los jóvenes y, si bien hay que tener esto en cuenta, también hay que ser valiente y considerar que la educación es importante, pero lo es mucho más aún la educación sexual que tus hijos reciban en casa y en los centros de enseñanza, a la que tienen derecho indiscutible, en una sociedad hipersexual que les abandona en los brazos del porno, cuando ellos en realidad buscan respuestas a sus legítimas preguntas sexuales, laguna intergeneracional atávica de la que se aprovecha, a lo bestia, la industria pornográfica.

Por esa razón, voy a detenerme y profundizar en diferentes apartados, a tenor de que es un fenómeno complejo que no se puede solventar en una única charlita a los 11 o 12 años, como todavía piensan algunas familias.

Me dirijo al papá y a la mamá, consciente de que el peso de la educación en este tipo de contenidos sigue recayendo en las mujeres, a pesar de los cambios acontecidos.

Todo este esfuerzo está encaminado a capacitar sobradamente a tus hijos, porque se van a enfrentar a unas corporaciones empresariales muy poderosas que pretenden engancharles al precio que sea y hacer de ellos consumidores adictos de por vida. El porno es la droga del placer sexual, un acicate único y exclusivo.

Sospecho que, a la vigorosa industria del porno, no le interesa gran cosa el sexo, ni siquiera las agresiones sexuales a mujeres y menores. Probablemente le dan igual, ya que lo que le hechiza en realidad es crear dependencia psicológica al mayor número de consumidores y convertirlos en adictos, para que estén en sus webs el mayor tiempo posible, usar sus datos y venderles publicidad. Ese es su negocio. Un boyante comercio.

Propósito de este libro

¿De qué vamos a hablar?

¿Qué entendemos por pornografía? La definición que nos puede valer es esta: «diferentes representaciones audiovisuales (o literarias) explícitas, realizadas con la finalidad de excitar sexualmente a quienes se exponen a ellas».

Todos los niños y niñas necesitan conocer una serie de hechos sexuales, de cara a un desarrollo armónico de su dimensión afectivo-sexual, de gran trascendencia a lo largo de toda su vida y de impacto considerable en su salud. Generalmente, este conocimiento se les hurta no respondiendo a sus legítimas preguntas y, por tanto, obligándoles a buscar esas respuestas con sus amistades, en internet, en webs y apps vinculadas con la industria pornográfica.

Una parte significativa de los jóvenes españoles —algo menos las chicas, aunque estas sufren en mayor medida las consecuencias— se inician precozmente en el consumo de pornografía en torno a los 8 años, una edad cercana, en algunas familias, a la adquisición del primer móvil.

Algunos estudios adelantan la edad a los 6 años, incluso antes en determinados casos, que lo hacen con el móvil del papá, de la mamá o de otro familiar que también consume este tipo de representaciones audiovisuales. A los 16 años ya son gran mayoría, incluyendo muchas jóvenes que copian de los chicos estas pautas de acceso. Todo ello sin una educación sexual científica previa.

Probablemente, a los 18 años, habrá muy pocos jóvenes que afirmen «no he visto nunca porno», tanto es así que algunos investigadores muestran su pesar porque no encuentran un grupo significativo de jóvenes que jamás hayan visto porno, para compararlos con los que sí lo han hecho. Con toda probabilidad, a los veinte años serán muy excepcionales quienes afirmen que ninguna vez han visto este tipo de películas.

Destacaría que una parte importante de este grupo de consumidores juveniles, lo hacen de una manera abusiva. Ciertos estudios estiman que el 25 %, antes de esa edad, estaría expuesto a la pornografía entre 1.000 y 5.000 horas. El último estudio realizado por Baleares concluía que el 20 % de los jóvenes consume porno de manera desmedida.

Finalmente, quiero subrayar dos cuestiones fundamentales: primero, que estas representaciones audiovisuales exhiben, mayoritariamente, diferentes dosis de violencia; y segunda, que existe una suficiente evidencia clínica y científica respecto de las consecuencias de un consumo precoz y abusivo de las mismas. El problema es que esto ocurre sin que tengan la necesaria educación sexual y afectiva que les capacite para gestionar estos hechos inevitables en la sociedad de pantallas en la que les ha tocado vivir, circunstancia que no existía hace treinta o cuarenta años.

En consecuencia, más temprano que tarde un joven verá ese tipo de pornografía, por lo que deberás incluir en su educación sexual una capacitación específica en este tema, encaminada a que sepa afrontar estos hechos permitiéndole un desarrollo emocional y afectivo saludable, así como una salud sexual futura de más calidad para él/ella y su pareja.

Esta es la síntesis, avalada por numerosos estudios e investigaciones científicas, documentos oficiales, como los informes de los Defensores del Menor, de la Fiscalía o de asociaciones de profesionales, publicados en los últimos años, que insisten en advertir que la pornografía «se está convirtiendo para muchos niños, niñas y adolescentes en su principal fuente de información y educación en materia de educación afectivo-sexual, con las consecuencias altamente negativas que esta realidad conlleva para el propio menor, su desarrollo, su comportamiento y en las relaciones con los demás».

Es sabido que algunos de los vídeos más visitados en internet son aquellos que escenifican agresiones sexuales diversas y violaciones en grupo. Y aun cuando el joven no viera esas imágenes vejatorias e hirientes, cuestión harto difícil por la generalización de las mismas, es muy poco probable que un niño de 8 o 10 años, con su cerebro en construcción, sin su corteza cerebral desarrollada, sea capaz de entender los papeles y las prácticas que exhiben los protagonistas de las cintas pornográficas, los cuerpos que muestran, el sentido y significado de las imágenes y los comportamientos misóginos y sexistas que presentan con demasiada frecuencia.

Tampoco podrá entender muy bien cómo su cuerpo reacciona, excitándose ante esas imágenes, circunstancia que le puede producir no poca zozobra e inquietud, debido a que son considerados aún temas tabú.

Probablemente, a esas edades, exponerse a contenidos bárbaros les impactará tanto por los cambios cerebrales que tienen lugar como por la ausencia sistemática de una educación sexual y afectiva. En cualquier caso, sospecho que no le va a ser indiferente, porque ese es el empeño de la industria: bombardearle con imágenes brutales que generen morbo y simultáneamente atracción.

Este concepto, el del «desarrollo cerebral inmaduro» a lo largo de toda la infancia y adolescencia tardía, hasta la mitad de la década de la veintena, es muy importante en la propuesta que hago en estas páginas, razón por la que lo repetiré varias veces y confío en que tú también lo tengas en cuenta, porque es un elemento clave para comprender lo que está pasando.

Un artículo sobre el negocio que suponen los infantes es esclarecedor y muy preocupante: las redes sociales obtuvieron 11.000 millones de dólares en ingresos publicitarios por parte de menores de edad.

En el período que va desde la prepubertad hasta el fin de la adolescencia se ventilan muchas cosas que pueden condicionar el futuro afectivo y emocional ulterior. Las características particulares de esta etapa confieren a los aprendizajes sexuales un significado peculiar en ese entorno de cambios psicofisiológicos y sociales, que facilitan esa susceptibilidad juvenil a todo lo novedoso y atractivo.

La mayoría de los especialistas en el estudio de la pornografía coinciden en que esta modalidad violenta se ha convertido en la principal fuente de información sexual de la juventud y un modelo de comportamiento sexual a escala planetaria. En mi opinión, la pornografía puede influir, y mucho, en diferentes aspectos de la vida y de las relaciones de menores y mayores, como trataré de mostrar.

Mientras que la nicotina es uno de los productos que desencadenan y mantienen la adicción al tabaco, la pornografía «trabaja» con un «producto» muy especial: el deseo sexual, que es la más antigua y poderosa motivación de la conducta humana. Por eso es tan exitosa y se consume tanto, ya que, además de ser gratis, excita ese deseo de manera directa y eficiente, siendo recompensado con el placer sexual, único y exclusivo, en la especie humana.

Por otra parte, no hay que olvidar que la disponibilidad y accesibilidad del producto adictivo es un factor que incrementa la probabilidad de consumirlo. En este sentido, el porno destaca, de ahí su poder de crear dependencia.

También la prostitución «trabaja con ese mismo producto» y, de alguna manera, gran parte de la publicidad, novelas, arte, películas y series comerciales lo incluyen en sus guiones. Todos ellos son negocios impresionantes en la sociedad actual. Las agresiones sexuales están determinadas asimismo por ese impulso tan potente. Por tanto, es indiscutible el poder del deseo y del placer sexual. Para entender el impacto de la pornografía debemos comprender esta importancia y trascendencia.

Un ejemplo: amable lector, ¿cuántas parejas conoces que se han separado/divorciado por un lío «de faldas o de pantalones», que han roto su relación y todo lo que ello conlleva (patrimonio, familias, hipoteca, hijos, amigos…)? Pues bien, el deseo sexual está subyaciendo a ese tipo de comportamientos, nos empuja a buscar satisfacción, a veces obnubilando la conciencia acerca de sus desenlaces, inclinando la balanza decisoria hacia el riesgo placentero.

Es sabido que, mientras se produce el orgasmo, hay una desconexión total de las percepciones externas. Durante unos segundos parece que todo se para, porque la prioridad absoluta es el placer, intenso y breve, lo que le confiere aún más relevancia.

Trasladado al consumo de estos vídeos, el mecanismo es muy sencillo: exponerse a la pornografía estimula la actividad de determinadas zonas cerebrales que, a su vez, impulsan la producción de dopamina, un importante neurotransmisor en el tema que nos ocupa, que va a suministrar, de inmediato, excitación y placer a raudales. Gratis, a cualquier hora del día o de la noche. El cerebro experimenta bienestar y relajación y, en buena lógica, quiere repetir la experiencia sin igual. ¿Cómo? Viendo más porno. El círculo se cierra.

El asunto es que, pronto, querrá porno a todas horas y de otras características, nuevas caras y nuevos cuerpos que va a encontrar sin restricción alguna en los millones de webs porno existentes. Va a interesarse por prácticas cada vez más fuertes, da igual si son con niños o personas mayores, violaciones con discapacitados o películas ilegales o no, porque el «porno convencional ya no le pone». Y, de este modo, los consumidores pueden acabar enganchándose, objetivo final de todo el proceso.

Profundizaremos en este extremo porque es fundamental conocerlo, a tenor de que nos permitirá comprender lo que está pasando con nuestros menores y jóvenes, así como para prevenir los efectos adversos que produce su consumo precoz y abusivo.

Te voy a decir algo que bastantes padres y madres no quieren aceptar y que a la mayoría le incomoda sobremanera: «tus hijos e hijas ven pornografía o la verán en breve». No me refiero a los hijos de tus vecinos, no, sino a los tuyos. Y permíteme que te diga, además, que valores muy seriamente conversar con ellos, largo y tendido, cuanto antes mejor. Porque, si tú no lo haces, la información con toda seguridad le será suministrada a través de diferentes fuentes de internet, de dudosa calidad científica, con esa modalidad de violencia sexual que te he comentado.

Seguramente a ti te pasó lo mismo, con la diferencia de que antes internet no era omnipresente, ni existía la pornografía que hay ahora, por su contenido violento en muchos vídeos, gratis y con total y absoluta disponibilidad y accesibilidad para cualquiera. Lo que ocurre ahora es otra liga, otro mundo.

La propuesta de mi aportación es un cambio de actitud que lleve aparejado una variación en el abordaje de este novedoso fenómeno. Una invitación a la reflexión y a la toma de decisiones por parte de los padres, madres y docentes. Una sugerencia a que estos, poco a poco, vayan responsabilizándose de una tarea —la educación sexual— que legítimamente les compete y de la que no pueden, ni deben, inhibirse o zafarse ya que, si no lo hacen, otros lo harán en su lugar.

En este sentido, mi deseo prioritario es ayudarte en este cambio, señalando los diferentes recursos de los que dispones y otros de apoyo a tu labor educativa. En una parte de los grupos de trabajo con familias constato que la mayoría considera que la educación sexual es muy importante y necesaria. Cierto. Sin embargo, un número importante de ellas nos dicen que no suelen hablar con sus hijos de cuestiones sexuales de la misma manera con que hablan de otros temas, en particular de aquellos que hacen referencia al placer sexual, la pornografía o las conductas sexuales, temáticas con las que «se traban», dicen.

Algunas justifican esta situación con argumentos del tipo: «No sé cómo hacerlo», «Me da corte», «No estoy preparado», «Me da una vergüenza horrorosa», «Me entran muchos nervios», «No quiere hablar conmigo»… y otras similares. De ahí que mis talleres formativos tengan esa denominación: «Talleres para madres y padres vergonzosos». Reconozco mi pasión por ayudar a los papás y mamás en su empeño educativo desde finales de los años setenta.

Paradójicamente, muy a menudo, son los mismos que nos afirman rotundamente: «No obstante, no quiero que mis hijos sean educados como yo lo fui» o «No queremos que a ellos les pase lo que a nosotros nos pasó».

Les hago saber que la mayoría de nuestros menores están expuestos a modelos de prácticas sexuales para las que no tienen la capacitación pertinente, carecen de la madurez y la experiencia necesarias para, desde un punto de vista cognitivo, poder procesar esa información y discriminar adecuadamente esas prácticas sexuales que observan en su pantalla.

Por esas razones corren el riesgo de validarlas como «normales», en la medida en que son las únicas que han visto con personas reales y con el agravante de que les excitan sobremanera e inundan de dopamina, altamente placentera, su cerebro en desarrollo, llevándoles a masturbarse con placer, refuerzo natural, efectivo y privilegiado donde los haya.

Tratar de emularlas y llevarlas a la práctica será una cuestión de oportunidad, porque contemplar esos primeros planos explícitos en su atractiva pantalla HD y 8K, incentiva que tal cosa ocurra. Quieren repetir en la realidad aquello que les ha excitado tanto. Este anhelo viene refrendado por muy diferentes investigaciones, de las que daré cumplida cuenta.1

Los menores no tienen ninguna restricción eficiente para acceder a la enorme diversidad de géneros de pornografía en la red, y las que se arbitran, por ejemplo, el que una exuberante chica con unos pechos espectaculares les solicite un sí (de mayor tamaño y en color rojo) o un no (más pequeño y de otro color más suave) a la pregunta de «¿Eres mayor de 18 años?», son ridículas e inútiles. Tampoco disponen de los filtros neurológicos óptimos para comprender el sentido de lo que ven y discriminar como una persona adulta.

Me consta que algunos países, como Francia o el Reino Unido, y algunos estados de EE. UU., llevan tiempo buscando la manera de regular este acceso, sin éxito. También en España la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) ha hecho propuestas interesantes. No es fácil porque los defensores de la libertad (la suya) de producción de vídeos y de la elección de consumir, así como la legislación acerca de la protección de datos, son muy tenaces.

Diferentes informes indican que una parte muy significativa de estos vídeos muestran conductas sexuales con algún tipo de violencia. Más que sexo, esos vídeos están exhibiendo, con demasiada frecuencia, brutalidad asociada a la sexualidad, y esto es precisamente lo que quiero destacar en este libro. Lo repetiré varias veces: la violencia sexual es violencia, no es sexo. Digo más: y nunca deben ir de la mano.

Inclusive, algunos y algunas verán esas imágenes antes de haber dado su primer beso, antes de su primera cita y de iniciar cualquier tipo de seducción. Probablemente, también tenga que ver el hecho de que a un importante número de jóvenes les resulta más fácil quedar para acostarse que para conocerse, un rasgo más de los nuevos paradigmas sexuales de este siglo.

Una visión de la sexualidad reducida a una clase de gimnasia, una repetición en bucle de coito bucal, anal y vaginal sin preservativo, a una reacción fisiológica que, usualmente, acaba con la eyaculación del varón en la cara de la mujer, para que quede patente el objetivo más importante de toda la grabación: el placer del hombre y el sometimiento de la mujer a su antojo, en un contexto con violencia, mensaje que se manifiesta en una buena parte de los vídeos.

Estos aprendizajes, como veremos, tienen implicaciones diversas. Por ejemplo, es muy probable que estén contribuyendo a cambiar las prácticas sexuales de los menores, convirtiéndose en un modelo a emular, estigmatizando a quienes no lo siguen, a través de sofisticadas presiones del grupo.

Los adultos debemos proteger a los menores y ofrecerles un «buen trato» en todas nuestras interacciones con ellos. No puede sostenerse por más tiempo que los abandonemos en los brazos de la pornografía violenta. Padres y madres deben dedicar tiempo a sus hijos, y tratarles con cariño, respeto y empatía, acompañándolos en su proceso de desarrollo y en su devenir de adulto.

La infancia es una etapa maravillosa que deben vivir y disfrutar tanto los infantes como sus progenitores. Debemos respetar sus tiempos, sin pretender que sean adultos antes de tiempo, mucho menos sexualizarlos y, bajo ningún concepto, incorporarlos al mercadeo sexual de los adultos, como pretenden algunos grupos sociales.

Un inciso: a lo largo del libro, además de los apartados más prácticos, tendrás sugerencias específicas para llevar a cabo en tu casa, bien de manera espontánea, bien estructuradas según un plan que te detallo en la última parte del mismo. Te propongo que lo hables con tu pareja (en el caso de que la tengas) y, si estáis de acuerdo, lo leáis conjuntamente y lo pongáis en funcionamiento. Este es un ejemplo:

Sugerencia educativa

Si tienes oportunidad te recomiendo vivamente ver la docuserie Generación porno en la que he participado, porque es una maravilla. Son cuatro capítulos de una hora de duración, con dos debates posteriores, que plantean de manera realista, con gran calidad técnica y didáctica, la realidad del consumo de pornografía violenta en España. En la actualidad puedes verla en el apartado de «A la carta» en ETB2, TV3, Telemadrid, TV Valenciana, TV de Asturias, Televisión Canaria y en algunas plataformas de streaming.

Con todo, el porno es consumido más por los chicos, pero, en cualquier caso, las chicas se relacionan con chavales consumidores de películas sexuales, por lo que, seguramente, acabarán en sus brazos, enamoradas, sometiéndose a las prácticas sexuales que a ellos les excitan sobremanera.

¿Cuáles? Ya te lo digo: las que les subyugan, porque las han visto mil veces en la pantalla de su adorado smartphone. Este consumo puede afectar a sus relaciones afectivas y sexuales en el futuro provocando padecimiento, malestar e infelicidad. De todo ello hablaremos ampliamente en estas páginas.

Tres casos para abrir boca

La pandemia cambió muchos aspectos de la vida de la mayoría de las personas. Los adolescentes fueron el sector de la población que sufrió más directamente sus efectos, desconociendo todavía el alcance a largo plazo. El incremento de las consultas de salud mental lo han puesto de manifiesto, así como el aumento de tentativas de suicidio. El consumo abusivo de las pantallas y todo lo que está a su alrededor es, sin duda, un factor explicativo a tener muy en cuenta, incluyendo las redes sociales, los videojuegos, influencers, el porno violento o determinadas canciones de rap y reguetón.

Si ya la exposición a las pantallas era muy relevante antes de la pandemia, esta emergencia sanitaria mundial hizo que la situación se desbocara. Un estudio realizado en 2021 por Ruiz Palmero con universitarios, revelaba que el fenómeno de la covid-19 ha alterado la vida en todos los ámbitos, señalando la evidencia científica que correlaciona la situación sociosanitaria derivada de la pandemia con el agravamiento de diferentes adicciones, así como un incremento muy significativo del hábito de uso respecto a las pantallas. Otro estudio del mismo año de Zattoni señalaba que el consumo de pornografía aumentó cerca del 20 %.

A tenor de los graves efectos observados en el rendimiento académico, entre otros, algunos países nórdicos han dado la voz de alarma y comienzan a restringir severamente el uso de estos dispositivos tecnológicos en las escuelas y anuncian su vuelta al lápiz, al papel y al libro de toda la vida.

Dentro de este uso abusivo de las pantallas hay un protagonista de excepción: el consumo de pornografía, en particular la que denomino como «pornoviolencia», que ha cambiado muchas cosas en la vida de adultos y menores. Subrayar también el acoso sexual permanente del que muchos menores son víctimas cotidianas.

En los últimos años, además, hay que citar la alarma social provocada por las numerosas y frecuentes informaciones relativas a agresiones sexuales de menores hacia otros menores, las conocidas y temidas «manadas», que han puesto encima de la mesa, aunque sea tímidamente, algunas de las causas que pueden ayudar a comprender ese fenómeno, en particular la exposición a la pornografía.

Estas páginas pretenden acercarse a ese consumo, sus efectos y a cómo las familias y los profesionales pueden tratar de aminorar esas consecuencias bien conocidas. Un reto para afrontar con valentía.

Basten tres ejemplos para conectar con la realidad de lo que quiero mostrar en este volumen. He querido que estos testimonios, entre los muchos de los que dispongo, que darían por sí solos para otro libro, introduzcan estas páginas, porque ponen de relieve, de manera rotunda e inequívoca, el sentido y la finalidad de mi propósito de ayudar a las familias a enfrentar con éxito este desafío.

Primer caso

En las Navidades de 2019, a punto de entrar en el estado de emergencia por la pandemia de la covid, la agencia de noticias Europa Press informaba de que «la Policía Nacional, en colaboración con el Homeland Security Investigations (HSI) de la Embajada de Estados Unidos en España, había detenido a 40 personas por haber distribuido, presuntamente, material pornográfico infantil a través de una red social», y, de estas, 34 eran menores de edad. El informe de la Policía advertía de la dureza extrema de las imágenes compartidas por los menores, que sobrecogieron a los investigadores: violaciones sexuales a bebés y a niñas de 2 años.

Este hecho plantea no pocas preguntas y reflexiones: ¿Cómo es posible que este grupo de menores de edad, seguramente alumnos «normales» que iban a su colegio o instituto a diario, y que jugarían su partido de futbol el sábado, compartieran esas imágenes tan brutales? Al parecer, como es habitual en estos casos, sus padres ignoraban por completo las actividades de ocio en las que estaban enfrascados sus vástagos.

Segundo caso

En 2021, la joven cantante estadounidense Billie Eilish hizo público su testimonio acerca de las consecuencias que sufrió como consumidora precoz de pornografía. En la entrevista, publicada por diferentes medios de todo el mundo, señalaba, entre otras muchas consideraciones, las siguientes:

El consumo de pornografía, desde los 11 años, creo que destruyó mi cerebro […]. No me negué a hacer determinadas prácticas sexuales que no eran buenas las primeras veces que tuve sexo […]. Lo hice porque pensé que eso era lo que se suponía que me debía gustar […].

Me arrepiento de ese pasatiempo al que recurría con frecuencia, por las consecuencias que ha tenido en mi forma de vivir mis primeras experiencias sexuales […]. Muchos de esos vídeos distorsionaron mis límites de lo que se considera normal durante el sexo, incluido el consentimiento. No entendía por qué eso era algo malo. Pensé que era la manera en la que aprendías a tener relaciones sexuales.

Según cuenta, fue su novio el que la inició en esas prácticas violentas que acabó normalizando en su vida. Era agredida del mismo modo que lo hacían los protagonistas de las películas que visionaba, aceptando que era así y, por tanto, consintiendo esas experiencias, sin oponerse.

Tercer caso

En noviembre de 2022 una niña de 11 años es secuestrada y violada en grupo a punta de cuchillo en los lavabos de un centro comercial de Badalona por la mañana. No dijo nada a nadie después de ser salvajemente agredida. Bueno, sí, al guarda de seguridad, que no le hizo ni caso. Se lo calló durante meses. Fue su hermano el que, al ver los vídeos grabados de la agresión, compartidos indiscriminadamente en internet que le pasaron sus colegas, dio la voz de alarma y ella lo acabó reconociendo y denunciando. Y para colmo, al hermano, los agresores matones le amenazaron de muerte por haberlos denunciado y, finalmente, desencadenó que toda la familia tuviera que trasladarse a otra ciudad, por la presión y las amenazas. Experiencia brutal: violada, apaleada y expulsada de su ciudad.

Ninguno de los que vieron el vídeo puso en manos de la Justicia esa violación en manada de esa niña. Lo siguieron compartiendo y probablemente masturbándose con él. A cualquier persona con un mínimo de sensibilidad se le revuelve el estómago al darse cuenta de la ausencia más absoluta de empatía y de compasión, no solo de los protagonistas agresores, sino también de los que aplauden y se excitan con esas imágenes. Y también de la mayoría de la sociedad que mira para otro lado, ante el continuo goteo de casos similares de los que los medios de comunicación nos informan casi a diario.

Los corresponsales de guerra confiesan una cierta insensibilización a lo largo de su experiencia, porque de lo contrario no resistirían, o los profesionales sanitarios en contacto directo con el padecimiento más fuerte. Conozco algunos profesionales que, como botón de muestra, trabajan con niños con cáncer y que, aunque tienen una personalidad extraordinaria, necesitan espacios de distanciamiento afectivo. Se aprende a soportar lo insoportable y a resignarse.

Pues bien, la menor se lo calló, como se lo callan y han callado millones de mujeres y de niñas (también niños) violentadas a lo largo de la Historia, y jamás lo comunicarán, ni menos denunciarán. Lo regurgitarán cada noche, en su cabeza, a lo largo de toda su vida, en silencio, culpabilizándose por lo sucedido. Mientras, los agresores siguen su vida con normalidad, orgullosos por lo ocurrido. Hasta la siguiente víctima.

No voy a detenerme en el drama humano de esa niña y del calvario que habrán recorrido ella y su familia desde entonces y del estigma social que tendrán desde ese preciso momento. Dado que este tipo de hechos se han multiplicado exponencialmente en las dos últimas décadas, la pregunta que muchas personas se hacen es: ¿Cómo es posible que un grupo de menores viole a una menor en esas circunstancias? O, como en otros muchos casos: ¿Cómo es posible que unos chicos de clase violen a una compañera suya?

Esta es una parte de la realidad que quiero compartir contigo y ofrecerte algún tipo de criterio que ayude a entender estos hechos tan horribles, que lamentablemente irán a más, porque a mi entender no se abordan con valentía y determinación sus causas estructurales. Si los conocemos en detalle, podemos comprender su dinámica y, lo que es más importante, prevenirlos.

Una de estas realidades en la sociedad actual es la existencia de una brecha extraordinaria entre padres e hijos. Cada uno va por su lado, en paralelo, juntándose excepcionalmente. En un estudio realizado en España en Baleares se señala que el 90 % de los jóvenes consumen pornografía, mientras que solo el 15 % de los padres reconocen que sus hijos ven porno. Esta «paradoja», la de ignorar y subestimar este hecho tan relevante, tiene una gran trascendencia para comprender lo que está pasando.

Lo cierto es que a muchos padres y madres les resulta sumamente difícil comprender (menos aún reconocer) lo que está ocurriendo, como, por ejemplo, cuántos vídeos de tetas ven sus hijos en TikTok o «porno gonzo» a través de WhatsApp, o cuántas fotopollas, peticiones de nudes o sugerencias de prostitución reciben sus hijas en Instagram.

Desconocen las poderosas presiones que reciben para tener su primera relación sexual, o las diversas situaciones a las que se arriesgan vinculadas a diferentes modalidades de acoso o chantaje. A veces, acosos fatales. Probablemente, porque si lo reconocen, tendrían que intervenir y tomar decisiones para las que no se consideran suficientemente capacitados, lo que los lleva a infravalorar la realidad.

Tampoco los menores son conscientes de los riesgos que corren al consumir porno violento o de enviar o compartir una foto íntima, citarse con desconocidos o recibir vídeos manipulados por inteligencia artificial, conocidos como deepfake,2 que, de no regularse contundentemente, podría producir verdaderos desastres. Ya hay indicios de la peligrosidad de estas nuevas tecnologías sin control.

Pero es que los jóvenes ni tienen la capacidad cognitiva, ni están preparados para entender lo que están viendo, su sentido y significado, ni cómo diantres se gestiona todo ese mundo tan abrupto y sorprendente del que acaban de abrir una puerta, cada vez más precozmente.

La mayoría de los progenitores ni se imaginan (o prefieren no hacerlo) en dónde andan metidos sus hijos en todos estos novedosos asuntos. Esta brecha entre padres e hijos se va ampliando cada vez más y veo muy difícil que haya una solución a corto plazo, si bien debe pasar inevitablemente por la formación. Esa es una de las consecuencias de la desidia social y de mirar para otro lado, dejando en manos del porno violento la educación sexual y afectiva de buena parte de la chavalería.

Este libro está dirigido al público general, en particular a quienes tengan hijos menores de 16 años, razón por la que no abusaré de referencias estadísticas, artículos profesionales o investigaciones complejas, aunque necesariamente me referiré a algunos de los más destacados. Ese soporte de estudios científicos ya ha sido ampliamente documentado en mis dos libros anteriores de Tus hijos ven porno. No obstante, al final de este ensayo, sugiero algunas lecturas y recursos que a mí me parecen interesantes.

Pretendo acercarme, con una disposición eminentemente tranquilizadora y práctica, a todas estas cuestiones actuales que tanto inquietan a las familias. Es frecuente que numerosos progenitores con hijos o hijas preadolescentes vivan con una cierta ansiedad el futuro inmediato de ellos o ellas, asaltándoles no pocas dudas acerca de los diversos problemas y peligros que a sus vástagos les acecharán en breve. Uno de esos peligros que se barruntan hace referencia a los efectos de las pantallas y, en particular, el consumo de porno violento. Vamos a verlo.

¿Qué medidas educativas te propongo llevar a cabo en tu casa?

Este apartado debería estar al final del libro, porque trata de ofrecer una alternativa práctica. Sin embargo, he querido hacer un breve resumen para que lo tengas en mente a lo largo de su lectura. Te explico por qué.

Con demasiada frecuencia en las redes sociales y en mis actividades docentes recibo demandas concretas, a veces reiteradas y obsesivas, para que ofrezca orientaciones específicas, pautas, recetas o consejos rápidos e inmediatos por parte de progenitores ansiosos por encontrar una solución fácil y rápida a su problema. Es decir, salir del paso de esta situación comprometida, como es hablar de la sexualidad, placer, pornografía, conductas sexuales, etc., con los jóvenes, que es lo que yo te propondré.

Cada vez observo una mayor urgencia en disponer de esas soluciones fáciles. Creo que esta exigencia forma parte del nuevo paradigma del aprendizaje que están imponiendo internet y las pantallas: cada vez menos esfuerzo. Se demandan respuestas rápidas y lo más escuetas posible, porque parece que no hay tiempo, ni disposición, para más.

Comprendo que vivimos permanentemente con prisas y que si acudimos a una conferencia queremos «rentabilizar» el tiempo dedicado. Sin embargo, necesitamos pararnos un poco y reflexionar, priorizando actividades, porque reflexionar sobre nuestra responsabilidad como padres es fundamental. Además, las recetas, que pueden tener su interés en determinadas cuestiones, hay que saber cómo aplicarlas.

No hay soluciones fáciles para fenómenos complejos. Por eso apuesto por ofrecerte contenidos formativos para que conozcas y comprendas lo que acontece, para que luego puedas adaptar esos conocimientos a tu realidad familiar particular. En este libro tienes información suficiente como para argumentar por qué sugieres a tu hijo qué hacer o no con la pornografía que, más temprano que tarde, va a ver. Y si quieres convencer, tienes que argumentar y ser creíble. No vale «porque sí» o «porque lo digo yo, que soy tu padre/madre», ni mucho menos hacer luego algo distinto a lo que dices.

Más que consejos y recetas, necesitamos reflexionar acerca de la relación afectiva que tenemos con nuestros hijos y cómo podemos contribuir a acompañarlos, para que se vayan haciendo a sí mismos/as en su devenir de adultos autónomos.

Con todo, he de decirte que soy contrario a esta «metodología de receta», porque creo que no sirve de gran cosa. Al igual que no sirve dar una charla única a los chavales y chavalas, por parte de un experto fuera del centro una vez al año. Peor, si cabe, es que cada experto en función de su orientación ideológica o sexual pueda promover una cosa, y otro proponga justamente la contraria.

Alguien podría decir «menos es nada», pero no hay que olvidar que esas intervenciones aisladas no van a cambiar actitudes y comportamientos, que son los que el porno violento consigue con más facilidad a fuerza de reiterar sus mensajes.

Si pretendemos conseguir que nuestros hijos tomen decisiones fundamentadas, racionales y saludables por ellos mismos, hay que convenir que tal cosa requiere de un trabajo concienzudo, es decir, de tomar conciencia a lo largo del tiempo.

En algunas conferencias he adoptado ese formato para evitar la preocupación de algunos asistentes en «a ver cuándo digo los consejos» que le pueden distraer del conjunto del discurso.

Hasta que lleguemos allí habremos abordado diferentes cuestiones con un cierto fundamento científico que te van a permitir llenar de contenido cada una de las intervenciones que propongo de hacerle la competencia al porno violento.

Soy consciente de que es un ofrecimiento de urgencia, a la luz de la realidad que te describiré en las líneas que siguen, y que lo ideal sería una colaboración estrecha con la escuela, en la que hubiera una asignatura o en su caso una transversalidad, así como con los servicios sanitarios, anhelo extraordinariamente difícil porque llevo varias décadas intentándolo.

Habría que exigir que, en los centros de enseñanza, desde Primaria a la universidad, se impartieran programas de educación afectivo-sexual, científicos y profesionales. Una educación integral que incluya igualmente la educación emocional, así como habilidades en el manejo de las nuevas tecnologías. Sin embargo, creo que, por ahora, es poco realista. Y si esperamos a que suceda, será demasiado tarde.

Una educación alejada de ideologías, que no se reduzca a la prevención de embarazos o infecciones de transmisión sexual (ITS), sino sobre todo a promover una salud sexual de calidad, así como relaciones igualitarias, basadas en la empatía, en el respeto a las personas, a su libertad, a la diversidad, y en el mutuo acuerdo.

También sería ideal exigir que haya una legislación que regule el fácil e ilimitado acceso a la pornografía violenta protegiendo a los menores de edad e igualmente controles parentales en casa. Sin embargo, de poco sirven si no hay una capacitación específica. Esta es la clave de mi propuesta.

Si esas medidas educativas, sanitarias y legales se producen, estupendo, pero va a costar varios años… siempre que haya voluntad política para hacerlo. Mientras tanto, mientras eso llega, las familias deben intervenir, compitiendo con la influencia del porno y desmontando los mensajes perversos que ofrece.

Este libro pretende ser una ayuda, un instrumento para echar un capote a padres, educadores, profesionales para que, a su vez, hagan lo propio con sus hijos e hijas en orden a adquirir una mayor capacitación, así como unas mayores y mejores habilidades para hacer frente a los problemas que puede plantearles la sexualidad en esta sociedad de pantallas y de internet.

Que les doten de los recursos necesarios para afrontar positivamente las situaciones de riesgo que, en su vida cotidiana de manera inevitable, van a suscitarles las relaciones afectivo-sexuales y, a la vez, puedan disfrutar saludablemente de las mismas.

Sería deseable que padres y educadores fueran responsabilizándose de una tarea que les compete legítimamente y de la que no pueden zafarse, fundamentalmente porque, si no lo hacen, quieran o no, otros lo harán en su lugar. Le proponemos que piensen, aunque solo sea por un momento, en cómo le hubiera gustado a él/ella que le informaran y educaran sexualmente cuando era niño o joven. Seguro que ello le anima, aunque solo sea un poco, a asumir gradualmente su legítimo cometido.

Así pues, esta es mi propuesta, que la entenderás mejor después de seguir los apartados que te invito a leer a continuación.

Por cierto, el término que más leerás a lo largo y ancho de estas páginas es el «DE MUTUO ACUERDO», porque es la esencia de una sexualidad saludable, que es lo que te propongo.

¿Comenzamos?

1.El poder de internet y sus riesgos

Los peligros de internet en la sociedad actual

En los últimos treinta años internet nos ha cambiado la vida, las relaciones o el tiempo libre, tanto a menores como a adultos. Un verdadero prodigio tecnológico, revolucionario, que ha provocado una transformación extraordinaria en la sociedad, no solo en el desarrollo económico, sino también en el acceso a la información, en las relaciones humanas o el tiempo libre de las personas. Sin embargo, ese cambio singular ha venido acompañado de riesgos importantes de salud que las familias deben conocer en profundidad.

El uso del móvil y el acceso a internet está completamente generalizado en todas las edades, abduciendo a menores y mayores. Según el INE, el 88 % de los jóvenes de 13 a 18 años tienen móvil, y el 43 % de los comprendidos entre 8 y 12 años. Uno de los problemas que se plantea es el que algunos expertos advierten que «más del 90 % de niños de 10 a 15 años con móvil accede a internet sin supervisión paterna», calculando que el 70 % de menores en ese rango de edad tienen un dispositivo móvil.3

Esta generación, denominada «Z», se ha acostumbrado desde muy pronto a desarrollar sus habilidades para navegar por la red, a publicar sus fotos en redes sociales (incluso por sus propios padres), sus vidas, viajes y milagros, buscando reconocimiento, likes y seguidores a través de la exhibición de su cuerpo, e incluso su intimidad, creando la ilusión de sentirse valiosos o de tener amigos.

La contrapartida no ha sido baladí: las necesidades de ser queridos y reconocidos, de tener amigos, de indagar y explorar el mundo que les rodea y de socializar con los protagonistas de su realidad concreta, han sido sustituidas por el deseo de tener seguidores, likes y popularidad a través de su exhibición y exposición. Según diferentes hallazgos científicos parece que estas prácticas tienen importantes riesgos en su salud mental.

Un estudio de Kelly de 2019 realizado con adolescentes británicos sugiere evidencias interesantes sobre la relación entre el uso de pantallas, redes sociales y la depresión. Otra investigación llevada a cabo por la Royal Society of Public Health en 2017 con jóvenes ingleses señalaba cómo las RR. SS. influyen en la imagen corporal que tienen de sí mismos. Instagram, TikTok y Snapchat salen malparadas, ya que las consideran las más perjudiciales para la salud mental y el bienestar de los jóvenes —más aún en chicas jóvenes—, de un creciente malestar e infelicidad con sus cuerpos. Diferentes estudios y expertos coinciden en señalar hallazgos tales como distorsión de la realidad, la obsesión por el físico, los trastornos alimentarios y los problemas de salud mental (depresión, ansiedad e ideación suicida).

NO DEBERÍA HABER NINGÚN MENOR EN ESTAS REDES SOCIALES.

Especialistas en neurociencia, como Álvaro Bilbao, advierten de que los primeros 6 u 8 años de vida constituyen una etapa donde hay una explosión de conexiones neuronales como en ningún otro momento evolutivo, configurándose las bases para un desarrollo emocional saludable, el apego o la seguridad en sí mismos. Por esa razón aconsejan no utilizar pantallas interactivas.

Un trabajo de 2022 publicado por la Universidad de Stanford advertía de que los usuarios de móviles acceden de forma desproporcionada a la pornografía, las citas y las relaciones, los juegos de azar, las revistas y otras categorías de contenidos relacionados con el estilo de vida y el entretenimiento.

Yo he visto bebés abducidos por la pantalla de un móvil en su cochecito de paseo, porque sus padres se la han dado para que se calme y no moleste. Chutes de dopamina en un cerebro permeable, plástico y moldeable que comienza a abrirse al mundo exterior. Creo que es una auténtica irresponsabilidad, porque es como darle una copa de coñac o una raya de cocaína a un niño.

En mi generación, el consumo de alcohol, incluso el tabaco, no tenía restricciones para menores, porque se desconocían sus efectos adversos. Con la heroína o con el sida en los años ochenta se repitió el fenómeno con efectos devastadores, fundamentalmente por desconocimiento, y en algunos casos con motivaciones éticamente obscenas.

Es muy probable que con las pantallas y el porno violento ocurra tres cuartos de lo mismo. Pero, como siempre, llegaremos tarde y habrá toda una generación que sufra las consecuencias. Francisco Villar es un psicólogo experto en adicciones y suicidio que advierte de los peligros del móvil, de las RR. SS. y de la incomunicación familiar que genera: «El uso que nuestros adolescentes están haciendo es perjudicial. Incrementa la conducta suicida, lo veo en el día a día, y pone en marcha el ciberbullying», propone prohibirlo antes de los 16 años, y afirma que «he visto que el abuso de las pantallas hace que los jóvenes pierdan habilidades para afrontar la vida, ahonda su sensación de malestar y deteriora su salud mental».

Sugerencia educativa

Dado que el suicidio y las ideas suicidas son, en población juvenil, uno de los problemas de salud mental más preocupantes en la actualidad, me permito sugerirte algunas consideraciones por si, en determinado momento, conoces algún caso, ya que cualquier persona puede ayudar a prevenir.

Te sugiero que valores compartir con tu hijo esta información para que él/ella, se convierta en un agente de salud.

Hazle saber tu preocupación, deseo de ayuda, y ofrécele tu apoyo incondicional.Sé empático, cercano, auténtico, y no juzgues.Contacta con personas vinculadas afectivamente con él/ella para formar equipo, animándolos a que se comprometan.Sugiérele buscar ayuda profesional.Invítale a realizar juntos alguna actividad lúdica/deportiva que le guste.Trata de hablar de hechos o situaciones ajenas al suicidio o ideas suicidas.

Suicidio

Los suicidios en España, según datos del INE de 2023, se mantuvieron como la primera causa de muerte externa, de los que el 75,2 % fueron hombres y el 24,8 % mujeres. Algo más del 2 % corresponden a menores de 20 años. El incremento de la mortalidad por suicidios supuso un 5,6 % en 2022 respecto del 2021, y desde 2018 de casi un 20 %.

No quiero establecer en modo alguno una relación causa-efecto entre las pantallas y la conducta suicida, porque hay otras muchas variables implicadas, pero deberíamos preocuparnos por esta cuestión, visibilizando el suicidio. No es solo un problema familiar o una cuestión de salud mental, sino también un problema social que afectará sin paliativos a quienes menos recursos tengan, estableciendo y reforzando una brecha cada vez más gruesa.

En cualquier caso, te aconsejo que retrases todo lo que puedas comprarle un móvil a tu hijo, explicándole razonadamente por qué. Los inconvenientes son muchísimo más determinantes que las ventajas. Si no puedes más, y acabas cediendo a la enorme presión, capacítale antes de comprárselo y acompáñalo en ese proceso. Dedícale tiempo de manera generosa, porque hay pocas dudas de que las pantallas, particularmente las interactivas, enganchan y mucho.

Como dice Catherine Price: «Solo tienes una vida. ¿De verdad quieres pasártela mirando el móvil? Las aplicaciones de nuestros teléfonos están diseñadas para crear adicción, pero si somos conscientes de ello podemos volver a ser dueños de nuestro tiempo».

Si aun así se lo compras, sigue manteniendo y disfrutando de tu relación real con tu hijo y, muy importante, estando a su lado en ese camino. Si ya de por sí las condiciones laborales, con empleos precarios mal pagados que exigen dedicar más tiempo, o los desplazamientos al lugar de trabajo, restan tiempo a las relaciones con los hijos, el introducir la nueva costumbre del uso del móvil limita aún más las relaciones paternofiliales.

Como psicólogo, me preocupa la omnipresencia de las pantallas en las relaciones de los progenitores con sus hijos, que pueden restar relevancia a la relación directa frente a frente, al lenguaje verbal y no verbal, a la mirada, a las conversaciones, historias contadas, o a la riqueza de las emociones de esa interacción.

Un reciente estudio de la Asociación Catalana de Guarderías advertía de que el principal aspecto del desarrollo que se ha visto afectado era un retraso en el aprendizaje del lenguaje en un 75 %. El 46 % de los centros habrían detectado que también presentan dificultades a la hora de comer y un 42 % de aislamiento social. En este sentido, apuntan que algunos niños tienen dificultades a la hora de crear vínculos tanto con los docentes como con el resto de los compañeros.

Muchos informes y especialistas avisan del incremento de las tasas de trastornos mentales en los países europeos, calificándolos de alarmantes en la población joven. Resulta paradójico que, aunque haya más contacto en las redes sociales, predomina el aislamiento, porque no se consiguen más vínculos, muy al contrario, lo que se observa es un aumento de la soledad. Como veremos, la soledad parece ser una de las condiciones asociadas al consumo de pornografía, circunstancia que acaba retroalimentando esa tendencia al aislamiento y a evitar el contacto social.