Historia de Inglaterra: una aproximación española - Mario Hernández Sánchez-Barba - E-Book

Historia de Inglaterra: una aproximación española E-Book

Mario Hernández Sánchez-Barba

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La publicación de una historia de Inglaterra (Historia de Inglaterra: una aproximación española. Desde la Prehistoria a la Revolución Gloriosa), escrita por el profesor doctor Mario Hernández Sánchez-Barba y por el doctor Manuel Hernández Ruigómez, constituye un hito desde el punto de vista de la historiografía española. El Reino Unido y España han tenido trayectorias históricas entrecruzadas, próximas e interconectadas desde por lo menos las postrimerías del siglo XV. Sin embargo, prácticamente ningún historiador español se había decidido a adentrarse en los recovecos del transcurrir de los británicos a través de los siglos desde una perspectiva hispánica. Este libro es fruto de muchas décadas impartiendo la asignatura de Historia de Inglaterra en la Universidad Complutense de Madrid, así como de años de reflexión, investigación y revisión de los contenidos.

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ColecciónForo Hispanoamericano • SerieVestigium

Director

Francisco Javier Gómez Díez (Universidad Francisco de Vitoria)

Comité científico asesor

Paolo Bianchini (Universidad de Turín)

Perla Chinchilla Pawling (Universidad Iberoamericana - México)

Alex Coello de la Rosa (Universidad Pompeu Fabra)

Fermín del Pino Díaz (Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC)

José Eduardo Franco (Universidade Aberta/CLEPUL - Universidade de Lisboa)

Almudena Hernández Ruigómez (Universidad Complutense de Madrid)

Ana María Martínez Sánchez (Academia Nacional de la Historia - Argentina)

Igor Sosa Mayor (Universidad de Valladolid)

© 2023 Mario Hernández Sánchez-Barba y Manuel Hernández Ruigómez

© 2023 Editorial UFV

Universidad Francisco de VitoriaCtra. Pozuelo-Majadahonda, km 1, 80028223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)Tel.: (+34) 91 351 03 [email protected]

Primera edición: mayo de 2023

ISBN edición impresa: 978-84-19488-49-7

ISBN edición digital: 978-84-19488-50-3

ISBN Epub: 978-84-19488-81-7

Depósito legal: M-11421-2023

Imagen de portada: Detalle de A map of the principal Cross Roads from one Great Twon, to another; thro: England and WalesFuente: https://www.flickr.com/photos/fdctsevilla/24301981597

Preimpresión: MCF Textos, S. A.

Impresión: Producciones Digitales Pulmen, S.L.L.

Este libro ha sido sometido a una revisión ciega por pares.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Esta editorial es miembro de UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publica-ciones a nivel nacional e internacional.

Este libro puede incluir enlaces a sitios web gestionados por terceros y ajenos a EDITORIAL UFV que se incluyen solo con finalidad informativa. Las referencias se proporcionan en el estado en que se encuentran en el momento de la consulta de los autores, sin garantías ni responsabilidad alguna, expresas o implícitas, sobre la información que se proporcione en ellas.

Impreso en España - Printed in Spain

Índice

NOTA INTRODUCTORIA Y AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO DE UN HIJO

I. BRITANIA ANTES DE ROMA. LA POSTERIOR ROMANIZACIÓN

1. LOS PUEBLOS PRIMITIVOS. LOS CELTAS

2. LA INVASIÓN DE BRITANIA POR JULIO CÉSAR

3. BRITANIA, PROVINCIA DE ROMA

3.1. La conquista de Britania

3.2. Britania, parte del Imperio. La evolución política imperial

3.3. El asentamiento del poder romano

4. LA CRISIS ROMANA DEL SIGLO III

5. LA DIFUSIÓN DEL CRISTIANISMO EN BRITANIA

6. EL CRISTIANISMO EN EL CONTINENTE EUROPEO

II. LOS REINOS ANGLOSAJONES (SIGLOS V-IX)

1. BRITANIA ANTE LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO. LAS INVASIONES BÁRBARAS

1.1. Los sajones

1.2. La Heptarquía

2. CRISTIANISMO Y GERMANISMO. SAN AGUSTÍN DE CANTERBURY. ALFREDO EL GRANDE

2.1. Alfredo el Grande. El pacto con Guthrum

2.2. Invasiones vikingas y resistencia anglosajona

3. EL CRISTIANISMO EN LAS ISLAS BRITÁNICAS

3.1. Irlanda

3.2. San Patricio

3.3. San Columba. San Columbano

4. LA SOCIEDAD RURAL INGLESA HASTA EL SIGLO XI

5. LA SUCESIÓN DE ALFREDO EL GRANDE. EL REINADO DE CANUTO

6. LA PRIMERA HISTORIOGRAFÍA INGLESA. LA ÉPICA

6.1. San Gildas. Las crónicas

6.2. Beda el Venerable y la Historia ecclesiastica gentis Anglorum

6.3. La Crónica anglosajona

6.4. La literatura épica

III. LOS PILARES DE LA NACIÓN. LA ERA NORMANDA (SIGLOS XI-XIII)

1. LA CONQUISTA NORMANDA

1.1. Antecedentes

1.2. La guerra de sucesión. La batalla de Hastings (1066)

1.3. Estructura económica de la sociedad rural anglosajona

1.4. Inglaterra normanda

1.5. El reino normando: control y organización por Guillermo el Conquistador (1066-1087)

1.6. La asamblea de Salisbury (1086)

1.7. Las estructuras económicas y sociales

1.8. El reino normando y los problemas de base

1.9. El asentamiento del nuevo poder

1.10. Relaciones con la Iglesia

2. LA DINASTÍA NORMANDA

2.1. La sucesión de Guillermo I. Guillermo II Rufus (1087-1100)

2.2. El reinado de Enrique I Beauclerc (1100-1135)

2.3. Esteban de Blois (1135-1154), rey de Inglaterra

2.4. Enrique II de Anjou (1154-1189), rey de Inglaterra

2.4.1. El orden angevino

2.4.2. Tomás Becket

2.4.3. Una conciencia nacional. Las Constituciones de Clarendon

2.4.4. Los últimos años de Enrique II

3. LA SUCESIÓN DE ENRIQUE II: RICARDO I Y JUAN I

3.1. Ricardo Corazón de León (1189-1199)

3.2. Juan sin Tierra (1199-1216)

3.3. La Carta Magna (1215): una consecuencia del mal gobierno de Juan sin Tierra

IV. LA FORMACIÓN DE LA NACIÓN (SIGLOS XIII Y XIV)

1. LA CARTA MAGNA EN EL ÁMBITO DE SU ÉPOCA

2. EL REINADO DE ENRIQUE III (1216-1272)

2.1. Los proyectos feudales de Enrique III

2.2. El desarrollo de las nuevas instituciones: las Provisiones de Oxford

3. EL REINADO MODERNIZADOR DE EDUARDO I (1272-1307)

3.1. La cuestión judía

3.2. La reestructuración de la administración

3.3. Las relaciones con la Iglesia

3.4. Gales y Escocia

3.5. El germen parlamentario

4. LA SUCESIÓN DE EDUARDO I: EDUARDO II (1307-1327)

5. EDUARDO III (1327-1377): zUN REY REFORMISTA

5.1. Las transformaciones estructurales: la tierra

5.2. La guerra de los Cien Años

5.2.1. La participación española en la guerra de los Cien Años 

5.3. La reorganización interna

6. RICARDO II (1377-1399), ÚLTIMO REY PLANTAGENET

6.1. La rebelión de Wat Tyler

6.2. El final de los Plantagenet: crisis sucesoria

7. LA GUERRA CIVIL: LANCASTER CONTRA YORK

7.1. La guerra de las Dos Rosas. Enrique IV, Enrique V, Enrique VI y Eduardo IV

7.2. El final de la guerra de los Cien Años, preludio del conflicto civil

7.3. Ricardo III (1483-1485). El triunfo de Enrique Tudor

8. EL PENSAMIENTO RELIGIOSO, POLÍTICO Y CULTURAL: SIGLOS XI-XIV

8.1. La disputa sobre la preeminencia de los poderes espiritual y temporal

8.2. El despertar de la lengua nacional

V. LOS TUDOR. EL ESTADO-NACIÓN. EL CISMA ANGLICANO. ISABEL I

1. EL TIEMPO HISTÓRICO. UNA REFLEXIÓN PRELIMINAR

2. LA MODERNIDAD. INGLATERRA ESTRENA SISTEMA POLÍTICO

3. EL PRIMER REY DE LA DINASTÍA TUDOR: ENRIQUE VII (1485-1509)

3.1. Estructuración del Estado-nación

3.2. La pacificación interna

3.3. La política exterior

3.4. La administración del reino

4. LAS IDEAS Y EL PENSAMIENTO EN LA ÉPOCA DE ENRIQUE VII

5. EL PAPEL DE LOS METALES PRECIOSOS EN LAS ECONOMÍAS EUROPEAS

6. EL REINADO DE ENRIQUE VIII (1509-1547). LOS PRIMEROS AÑOS. EL ASENTAMIENTO DEL ESTADO MODERNO

7. EL PRELUDIO DE LA REFORMA RELIGIOSO-MONÁRQUICA DE ENRIQUE VIII

8. EL CISMA ANGLICANO

8.1. El contexto ante el proceso de ruptura con la Iglesia romana

8.2. Ana Bolena en la Corte

8.3. El proceso de nulidad matrimonial

8.4. Matrimonio con Ana Bolena. La Ley de Supremacía

8.5. Revueltas contra la separación religiosa

8.6. Coronación y ejecución de Ana Bolena

8.7. Los últimos años de Enrique VIII. La policonyugalidad

9. LA SUCESIÓN DE ENRIQUE VIII

10. ISABEL TUDOR (1558-1603). INGLATERRA INGRESA EN LA GLOBALIZACIÓN

10.1. La consolidación del cisma anglicano

10.2. La política de ultramar. La expansión oceánica de Inglaterra

10.3. Influencia de la plata americana en Inglaterra. La piratería

10.4. La situación en Irlanda

10.5. La guerra anglo-española: la Gran Armada. La Contraarmada

10.6. La Leyenda Negra: la mayor victoria de Inglaterra sobre España

10.7. El problema sucesorio

10.8. Muerte de Isabel Tudor y sucesión de Jacobo Estuardo

11. BREVE ESBOZO DE LA SITUACIÓN EUROPEA AL CONCLUIR EL SIGLO XVI

VI. EL SIGLO DE LA REVOLUCIÓN (1603-1689)

1. EL REINADO DEL PRIMER ESTUARDO: JACOBO I (1603-1625)

1.1. Un rey absolutista y episcopalista

1.2. La conspiración de la pólvora

1.3. El rey frente al Parlamento

1.4. La política exterior

1.5. La política atlántica. La cuestión irlandesa

1.6. El puritanismo toma carta de naturaleza política

2. EL REINADO DE CARLOS I (1625-1649)

2.1. Los tres primeros parlamentos

2.2. El Parlamento Corto

2.3. El Parlamento Largo

2.4. La inevitabilidad de la guerra civil

2.5. Primera y segunda guerras civiles. El rey es detenido

2.6.Rump Parliament. La ejecución de Carlos I

3. CRISIS CONSTITUCIONAL: COMMONWEALTH Y PROTECTORADO (1649-1660)

3.1. Cromwell en el poder. Tercera guerra civil

3.2. La política exterior del Protectorado

3.3. Cromwell: el ejercicio del poder

3.4. El segundo lord protector

4. LA IMPORTANCIA RELIGIOSA Y POLÍTICA DEL PURITANISMO

5. LA RESTAURACIÓN: EL REINADO DE CARLOS II (1660-1685)

5.1. Las soluciones ordenadoras

5.2. La espinosa cuestión religiosa

5.3. El gabinete CABAL: nace el concepto moderno de Gobierno

5.4. La Ley de Pruebas, la crisis de exclusión y el fin del Parlamento Caballero

5.5. La formación de los partidos políticos: whigs y tories

5.6. Vuelve la inestabilidad. Los últimos años de reinado de Carlos II

6. EL REINADO DE JACOBO II (1685-1688)

6.1. Jacobo II asume el trono. Una concordia frágil

6.2. El gobierno personal de Jacobo II

6.3. El fin de la dinastía de los Estuardo

7. REVOLUCIÓN GLORIOSA.BILL OF RIGHTS. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA REVOLUCIÓN

7.1. Revolución Gloriosa y Bill of Rights

7.2. El proceso histórico hacia la monarquía constitucional

7.3. La institucionalización de la Revolución Gloriosa

8. LAS COLONIAS INGLESAS DE AMÉRICA EN EL SIGLO XVII. El HOMBRE ECONÓMICO

8.1. El interés inglés por el colonialismo ultramarino

8.2. El hombre económico en el proceso colonial

8.3. Las producciones coloniales

8.4. Los pobladores y la estructura política colonial

8.5. Características del sistema de explotación. La economía

9. LAS IDEAS POLÍTICAS DEL SIGLO XVII

9.1. Thomas Hobbes

9.2. John Locke

9.3. La influencia de la Escuela de Salamanca en Hobbes y en Locke

10. UN BALANCE SOCIAL DEL SIGLO XVII

NOTA INTRODUCTORIA Y AGRADECIMIENTOS

Esta Historia de Inglaterra es la obra póstuma del profesor doctor don Mario Hernández Sánchez-Barba, miembro del claustro docente de la Universidad Francisco de Vitoria y fallecido el 30 de noviembre de 2021. Don Mario, desgraciadamente, no podrá verla en las librerías.

Con estas líneas no pretendemos sustituir la presentación que el profesor Hernández Sánchez-Barba hubiera redactado para su Historia de Inglaterra. La única intención es dar cuenta de su origen y manifestar el obligado agradecimiento a los que han hecho posible concluir esta obra.

Hace ya una década que Mario Hernández Sánchez-Barba tomó la decisión de redactar un libro que llevaba años rondándole por la cabeza. Acababa de publicar América española (Trébede, Madrid, 2012) y, teniendo presente su Historia de los Estados Unidos de América (Marcial Pons, Madrid, 1997), la nueva obra implicaba completar su interpretación de la historia de Occidente. No obstante, consideraba que la hispánica y la anglosajona eran las dos culturas contemporáneas más decisivas. Siendo así, las razones que en su día invocó para escribir la historia de los Estados Unidos podrían justificar el presente libro.

Habló entonces de la exigencia profesional que provenía de su condición de catedrático universitario titular de esa materia. Durante décadas, había impartido tanto Historia de los Estados Unidos como Historia de Inglaterra en la Universidad Complutense de Madrid, y ello —dijo—, impulsado por la fuerza creadora del juvenilismo estudiantil aportado por sus alumnos, lo había conducido a profundizar en ambas cuestiones.

Las clases de Historia de Inglaterra las pronunció, primero, en la sección de Filología Inglesa de la Facultad de Filosofía y Letras y, a partir de 1975, en el Departamento de Filología Inglesa de la nueva Facultad de Filología. Señaló igualmente que, convencido de que la única historia comprensible es la universal, su doble condición de americanista y español lo impulsaba a realizar dicha tarea. Por último, incorporó una razón personal: su admiración por los Estados Unidos. Creemos que sentía idéntica admiración por Gran Bretaña, y no en pocas ocasiones se manifiesta en las páginas del presente libro.

La decisión era firme, pero la enfermedad y su posterior fallecimiento, acaecido el 30 de noviembre de 2021, impidió al profesor Mario Hernández Sánchez-Barba culminar el proyecto. Redactó un manuscrito completo, pero, una vez transcrito, no pudo revisarlo ni corregirlo.

La Universidad Francisco de Vitoria, convencida del interés de la obra, propuso al doctor Manuel Hernández Ruigómez completar el trabajo. Pese a que implicaba compilar, corregir, reordenar y ampliar el texto primigenio, aceptó el desafío. Contaba a su favor con una sólida formación como historiador y diplomático, con las notas de clase elaboradas y utilizadas por el profesor Hernández Sánchez-Barba para impartir la asignatura y, por supuesto, con la proximidad y confianza de ser su hijo. El trabajo contó prácticamente hasta el final de su vida con la supervisión de su padre, pero sin la labor realizada por este segundo autor no habría sido posible culminarlo.

Un libro póstumo, cuya última versión no la ha corregido su autor principal, siempre genera dudas. ¿Debe publicarse? ¿Forma, en sentido pleno, parte de la obra de dicho autor? ¿Él la reconocería como tal? Son preguntas sin respuesta o con algunas muy discutibles. Seguro que hay quien afirmará que estas o aquellas ideas no son realmente de don Mario, que algunas páginas no las habría escrito o que, en ocasiones, no se reconoce su estilo. Eso es evidente, no cabe ignorarlo. Tras reconocer que, a todos los efectos, es un libro de dos autores, solo podemos insistir en que no publicarlo habría frustrado los esfuerzos de su autor, su interés por la obra, y nos habría privado de un texto de gran valor: una de las poquísimas aproximaciones globales a la historia de Inglaterra escrita por un autor español.

La obra constará de dos tomos. El primero se prolonga desde los tiempos prehistóricos hasta la Revolución Gloriosa de 1688 y el Bill of Rights de 1689. El segundo, que aparecerá próximamente, abordará los acontecimientos acaecidos en Gran Bretaña desde inicios del siglo XVIII, con la integración de Inglaterra y Escocia en un solo reino, hasta los tiempos actuales, siempre desde una perspectiva española.

Aun siendo evidente que, desde el punto de vista histórico, Inglaterra ha sido el componente más significativo del actual Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, el libro se titula Historia de Inglaterra porque esta fue la denominación oficial que tuvo la asignatura que el profesor Mario Hernández Sánchez-Barba impartió durante casi cuarenta años. Se hace así aun tratándose de una historia de Reino Unido, resultado, primero, de las Acts of Union de 1706 y 1707, que integraron Escocia e Inglaterra; después, de la Union Act de 1801, que incorporaría Irlanda, y, por último, de la independencia en 1922 de la mayor parte de esta isla occidental.

Su edición ha sido posible gracias al empeño de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid. Pero, en particular, el agradecimiento singular de los autores va dirigido al profesor doctor don Clemente López González, vicerrector de Innovación y Emprendimiento de la Universidad; al profesor doctor don Javier Gómez Díez, profesor titular de la Francisco de Vitoria, a quien don Mario se sentía muy unido intelectualmente, y al profesor doctor don Isaac Caselles Jiménez, director de la editorial UFV, por quien sentía un cariño especial. No cabe olvidar al padre don Ángel Llorente, capellán de la Universidad, muy cercano a don Mario y a su esposa, doña Pilar Ruigómez. Tampoco puede olvidarse a sus más próximos colaboradores, entre los que no podemos dejar de mencionar a Paz Muñoz.

Hemos de agradecer también a todos los que, dentro de la Francisco de Vitoria, han colaborado para que este libro sea una realidad concreta, así como a la Universidad en su conjunto, encabezada por su rector, el profesor doctor don Daniel Sada Castaño. También a todos los que conocieron a don Mario Hernández en ese centro de estudios superiores y siguieron sus clases desde que empezó su docencia en esas aulas, hace casi treinta años.

No cabe olvidar a los alumnos de la asignatura de Historia de Inglaterra que durante años asistieron las clases de don Mario, como lo llamaban cariñosamente, en las aulas de la antigua Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense.

Tampoco al profesor doctor don Emilio Lorenzo Criado (1918-2002), catedrático de Lingüística Germánica (inglesa y alemana) y miembro de la Real Academia Española (sillón h). Don Emilio fue quien animó al autor principal a asumir el encargo de Cátedra de Historia de Inglaterra y el de Historia de los Estados Unidos en los años cincuenta del pasado siglo.

No se puede dejar de mencionar a la hija y hermana de los autores, Almudena, profesora titular de la Universidad Complutense, que se ha tomado la molestia de leer los manuscritos que han antecedido a las páginas de este libro. Sus sabios consejos, sustentados en casi cuarenta años de clases en la Universidad Complutense, de la que es profesora titular, sin olvidar su cariño, han ayudado a concluir este trabajo, que, estoy seguro, hubiera emocionado a don Mario, que, desde el Cielo, estará viendo concluida su última contribución a la historiografía española.

Del mismo modo, hay que mencionar a don Alfonso Núñez Galiana, que, con su enorme sabiduría, conocimiento cultural, cercanía y amistad fraternal con el coautor, ha ido leyendo los manuscritos y realizado sugerencias, todas ellas pertinentes.

Por último, este libro está viendo ahora la luz gracias, sobre todo, a doña Pilar Ruigómez, doctora en Historia. A lo largo de los sesenta y siete años de matrimonio con don Mario Hernández, doña Pilar le facilitó siempre su labor docente e investigadora. Sin ella, sin su presencia, la sesentena de libros que escribió y publicó Mario Hernández Sánchez-Barba a lo largo de su vida como profesor de Historia no hubiera visto la luz.

PRÓLOGO DE UN HIJO

La publicación de una historia de Inglaterra (Historia de Inglaterra: una aproximación española. Desde la Prehistoria a la Revolución Gloriosa) escrita por un español, el profesor doctor Mario Hernández Sánchez-Barba, constituye un hito desde el punto de vista de la historiografía de mi país. España e Inglaterra han tenido historias entrecruzadas, próximas e interconectadas desde, por lo menos, las postrimerías del siglo XV. Sin embargo, prácticamente ningún historiador español se ha decidido a adentrarse en los recovecos del transcurrir de los británicos a través de los siglos. Tratar de revelar las claves de este fenómeno es arduo, casi inexplicable.

Inglaterra y España son dos naciones europeas que, después de la unión en que pudieron haber desembocado como consecuencia de la política matrimonial de los Reyes Católicos, han vivido mucho tiempo enfrentadas. De ese modo, del matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón (1509) y de la consagración del rey de Inglaterra por el papa León X como Fidei Defensor (1521) por su alegato del matrimonio y de los demás sacramentos (contenida en su libro Assertio Septem Sacramentorum) y su rechazo a la Reforma protestante se pasó, sin solución de continuidad, al divorcio del matrimonio con la infanta española, a la ruptura con Roma y a un largo enfrentamiento binacional. Episodios que marcaron esta rivalidad fueron la separación de Roma, la Reforma y la Contrarreforma, la tensión entre Felipe II e Isabel I, las numerosas guerras y escaramuzas caribeñas, centroamericanas y norteamericanas que tuvieron lugar en los siglos XVII y XVIII por el control de los mares y de aquellos territorios, las alianzas hispano-francesas en Europa en contra de Inglaterra, el escollo de Gibraltar y tantos otros. España e Inglaterra han sido dos antagonistas seculares como pocos ha habido en el mundo.

Estamos ante el choque histórico de las dos modernidades europeas por antonomasia, como ha explicado de manera clarividente el doctor Durántez al hablar del enfrentamiento de las dos cosmovisiones «que el mundo ha conocido en los últimos quinientos años: la hispánica —latina, católica, euromeridional, sincrética, libre, utopista, universalista, caballeresca y sobrehumanadora— y la anglosajona —germánica, protestante, euroseptentrional, puritana, autofundamentada, realista, economicista, cuasiuniversal y predestinada—».1 Pues bien, a pesar de que ya el famoso tratadista chino de la guerra Sun Tzu (siglo VI a. C.) estableciera que para alcanzar la victoria «es preciso conocer al enemigo», España ha carecido de estudiosos que hayan profundizado en el conocimiento de lo británico. Ni el poder se ha preocupado a lo largo de los siglos de incentivar ese estudio ni tampoco ha surgido como iniciativa personal. Un ejemplo claro de lo que el estudio hubiera ayudado a nuestros intereses lo constituye la batalla naval de Trafalgar (1805) y la prolongada alianza franco-española contra Gran Bretaña. Es probable que si España hubiera contado con monografías sobre la dialéctica y tendencias británicas a lo largo de la historia o, más en concreto, análisis sobre tácticas como las del almirante Horacio Nelson (además de una dirección política coherente) aquella derrota frente a una armada inferior no se hubiera producido.

La tendencia confrontativa empezó a truncarse a inicios del siglo XIX con el aporte decisivo de Londres, por medio del duque de Wellington, a la derrota de Napoleón en la Península. Recordemos que el emperador francés había ocupado España desde 1808 e instalado en Madrid a su dinastía en la persona de su hermano, José. Justo ahí la rivalidad secular anglo-española estaba superada por mucho que el insulso siglo XIX español hiciera desaparecer a nuestro país en la práctica del escenario internacional. Con la llegada de la democracia a España en 1977, se reforzaron los lazos con otras potencias europeas y también con el Reino Unido, convirtiéndose ambos países en aliados en el seno de la OTAN (1981) y socios en el marco de la Unión Europea (1986). E incluso más si tenemos presente la iniciativa del presidente del Gobierno de España José María Aznar de dar fundamento, de común acuerdo con el primer ministro británico Tony Blair a una suerte de coalición Madrid-Londres-Varsovia que funcionara como contrapeso al todopoderoso eje franco-alemán en el seno de la Unión Europea. Está claro que nuestras dos historias se entrecruzan de manera ineluctable.

Pero también, y desde otro punto de vista, la historia de Inglaterra es fundamental para nosotros, los españoles, porque ha sido Inglaterra y ninguna otra nación la que inventó el sistema democrático liberal y parlamentario. Se trata de un régimen que hoy rige en casi todos los países del Viejo Continente, tal como acredita el Consejo de Europa con sede en Estrasburgo (Francia). En concreto, la democracia comenzó a instalarse en esa isla con el triunfo de la llamada Glorious Revolution de 1688. Como consecuencia de aquella revolución incruenta, el rey perdió para siempre su poder absoluto en beneficio del Parlamento. Pero además, con aquella protodemocracia, llegó a continuación el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos frente al poder por medio de la Carta de los Derechos (Bill of Rights) aprobada por el Parlamento en 1689, justo un siglo antes de la Revolución francesa. Desde Londres —y esto hay que destacarlo sobremanera puesto que tuvo un alcance universal—, la revolución democrática se expandió por el viejo y por el nuevo continente y, con el paso de los años, una serie de hitos fueron jalonando su camino en ambos espacios geográficos: la Declaración de los Derechos de Virginia, en Nueva Inglaterra, de 1776; el Preámbulo de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, también de 1776; la Constitución de Estados Unidos, de 1787; el Bill of Rights de Estados Unidos (1789); la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de Francia (1789); la primera Constitución de Francia, de 1793; y la Constitución de Cádiz, de 1812 en España, de la que hay que destacar su poderoso influjo en todas las Repúblicas hispanoamericanas a punto entonces de independizarse.

Así pues, la interconexión de las historias de España e Inglaterra y la aportación fundamental de los ingleses a la democracia parlamentaria hacen tan atractivo ese país para nosotros que justifican el estudio de esa historia desde una perspectiva española, así como el conocimiento de cuáles han sido las líneas más profundas de la realidad británica. Y lo digo porque es curioso y llamativo que, en lo que se refiere al Reino Unido, como ya apuntamos, no haya muchos analistas ni historiadores españoles que se hayan interesado sobre sus temas ni por estudiar su rica y palpitante historia. En cambio, hay toda una pléyade de excelentes historiadores británicos que, en nuestros días, han escrito e investigado sobre España y su historia en los más diferentes aspectos de esta: Raymond Carr, Gerald Brenan, John Elliott, Henry Kamen, Hugh Thomas, Paul Preston, John Lynch, Nigel Glendinning, Brian Dutton y muchos más. Todo ello sin mencionar a los que en el pasado se ocuparon de temas españoles: John Bowle y su edición comentada y crítica de El Quijote, publicada en el siglo XVIII; o los múltiples viajeros británicos que visitaron la Península a lo largo de los siglos XVIII y XIX, entre los que quiero destacar a George Borrow y su Bible in Spain, aparecida en 1843.

¿Y qué tenemos por parte de España? Siempre se puede recurrir a José María Blanco White (1775-1841), uno de los anglófilos más destacados que en el ámbito literario ha dado nuestro país y que llegó hasta abandonar el catolicismo para hacerse anglicano, cosa inusitada en su tiempo. En realidad, y a lo largo de los siglos, la aportación española al conocimiento de los temas ingleses o de la historia de Inglaterra ha sido de una pobreza sin ambages. Me resisto a pensar que se trate de un desprecio, desde una posición de orgullo, por supuesto malentendido, hacia una nación que, como Inglaterra, ha recibido calificativos como «Perfide Albion» o «Pérfida Albión» de modo simultáneo desde Francia y España.2 El desequilibrio historiográfico entre ambos países es bastante llamativo. Es aquí donde reside la importancia de este libro y lo que lo hace casi imprescindible para una aproximación al conocimiento de Inglaterra. Una vez más, hay que dar la razón a José Ortega y Gasset cuando criticaba el ensimismamiento español, algo que nos ha impedido salir de nuestras fronteras para investigar sobre otros pueblos, sobre otras realidades nacionales, hablando desde un punto de vista historiográfico.

Pareciera que todas nuestras energías se hayan concentrado en los entresijos del ser español. Aventurando una fecha, el «ombliguismo» de los españoles ha debido de asentarse entre nosotros a partir del reinado de Fernando VII y la pérdida de gran parte de los territorios americanos. De hecho, la generación del noventa y ocho constituye una realidad palmaria de intelectuales españoles tratando de averiguar, de rebuscar, de escudriñar sobre la esencia del «problema español». También la siguiente, la generación del catorce —en la que se enmarca el propio Ortega—, se sumerge en la elucubración para indagar sobre «¿qué es España?». Ese ensimismamiento se refuerza todavía más cuando, una vez que se desencadenara la espantosa Guerra Civil (1936), los españoles seguimos dedicando ingentes energías investigadoras al estudio de ese conflicto hispano-español con un afán digno de quien busca demostrar, de modo incansable y casi recalcitrante, una verdad que, siendo objetivos, no existe, para desesperación de muchos. El aislamiento posterior al que las potencias vencedoras sometieron al régimen de Franco —hasta la firma del Acuerdo Preferencial con la Comunidad Económica Europea en 1970— marcó, por su parte, un ensimismamiento obligado que concluyó en esa entrada informal de España en la Europa supranacional en construcción.

Cómo explicar este fenómeno de interés/desinterés respectivo entre la historiografía británica y la española… Las largas conversaciones con mi buen amigo Álvaro Durántez (íntimo también de mi padre) me han proporcionado la clave a través de sus ideas bien fundamentadas. Inglaterra, en su evolución histórica y sobre la base de un tiempo largo —que es como Mario Hernández Sánchez-Barba entiende la historia—, siempre ha ido a remolque de España en un doble sentido: bien porque ha experimentado sus procesos históricos con un regular retraso con respecto a España, bien porque estos han acontecido en Inglaterra como reacción a similares procesos hispánicos. Así, Gran Bretaña completa su unificación territorial dos siglos después de España; inicia un incipiente imperio ultramarino más de un siglo después de España; asume la hegemonía global dos siglos más tarde; conoce los movimientos separatistas periféricos un siglo después; y, en fin, comienza a perder su imperio una centuria más tarde. Quizá la única excepción esté constituida por los avances en los fundamentos de la democracia parlamentaria, a partir de la Glorious Revolution de 1688, cuando Inglaterra sacó ventaja a cualquier otra nación. Por otro lado, hay que notar que en el imaginario popular inglés —que por supuesto no es ajeno a sus élites—, España aparece como el gran poder al que hubo de superar —más por la deficiente dirección política española y otras circunstancias que por sus propios méritos— para comenzar a asentar su dominio sobre un imperio ultramarino. Obsérvese que fue esta proyección global —en particular por medio del comercio, del predominio naval y de la diplomacia— la que marcó, más que ninguna otra, la personalidad británica, y posiblemente también por esta razón el elemento hispánico está impreso en el ADN histórico y en la identidad británicas.

* * *

Ahora bien, tras haber dado la bienvenida al hecho de que un historiador español se haya por fin adentrado en las interioridades del Reino Unido, puede ocurrir que muchos se cuestionen cómo un americanista reconocido, como es el caso del profesor doctor Mario Hernández Sánchez-Barba, se ha animado a incursionar en el pasado de esas islas y a plasmar en estas páginas una historia británica desde una perspectiva española. Creo que por mi parte, como hijo suyo que soy, puedo ayudar a resolver esta duda y a desvelar las claves que pueden haber llevado al autor a iniciar esta aventura. Digamos como aperitivo que no se trata de ámbitos separados del todo, puesto que la conexión entre Inglaterra y América ha sido permanente desde algunas décadas después del Descubrimiento, aunque con mayor intensidad a partir del siglo XVII. Es decir, en las investigaciones de nuestro autor, en sus clases, en su trabajo, se ha producido el encuentro histórico persistente entre Hispanoamérica, Norteamérica, España e Inglaterra a través de los múltiples aspectos en los que se entrecruza el estudio del pasado. Hay que reconocer la feliz coincidencia que supone agrupar todos esos conocimientos en la obra de un solo historiador y, desde luego, agradecerle el esfuerzo.

Para desentrañar las dudas al respecto, creo que es útil que averigüemos, primero, cuáles han sido las razones del autor para realizar esta tarea y, luego, sus cualidades como historiador, además de, por supuesto, la metodología que de forma habitual utiliza en sus estudios. Adelanto que la tarea va a ser complicada. Primero, porque el encargado de desentrañarlo es uno de sus hijos y, como tal, en el análisis nunca es fácil sobreponerse al influjo de la sangre. Y, en segundo lugar, por la dificultad del planteamiento en sí mismo. En cuanto a esto último, y como casi siempre sucede en el ámbito intelectual en el que nos movemos, la solución a los problemas que van apareciendo en el curso de una investigación —la que sea— es poliédrica, diversa y además abierta a múltiples opciones, valores y principios morales.

RAZONES

Una buena proporción de las razones que le han impulsado viene influida por la experiencia personal del autor, de la que soy testigo privilegiado per natura. Cuando su buen amigo y compañero, el doctor don Emilio Lorenzo Criado —catedrático de Germanística y director de la sección de Filología Moderna de la Universidad Complutense, a quien conocí teniendo yo trece o catorce años—, inició las gestiones para la creación de una subsección inglesa en la facultad de Filosofía y Letras, sugirió a Mario Hernández que colaborase en el proyecto. Hay que conocer a mi padre para decir que no solo aceptó el reto, sino que, como es habitual en él, y siempre que algo le atrae, se unió a la propuesta con entusiasmo y, desde el nacimiento de la subsección de Filología Inglesa en 1952, se hizo cargo de la asignatura de Historia de Inglaterra como extensión de cátedra.

Es decir, aceptar retos, independientemente de su dificultad, es una de las razones que le llevaron por los senderos de la historia del mundo anglosajón. Porque, a diferencia de otros, para él, hacer frente a los desafíos es lo más natural del mundo. Pocas cosas le amilanan. Lo difícil tiene un atractivo tan especial que, como siempre ha hecho, en todas las empresas que ha acometido, pone por sistema toda la carne en el asador, incluso a lo largo de sus últimos años de vida. El reto no le acobarda, e impulsado por la envidiable energía que le caracteriza, puede hacer frente a lo que sea: ¡menos mal que en nuestros tiempos ya no hay dragones de siete cabezas! A ese ímpetu se añade otra de las razones que lo ha impulsado a encarar esta empresa y que es uno de los rasgos que más admiro en él: su sed insaciable de conocimiento. Esta cualidad le lleva a incursionar en distintos campos de la sabiduría humana estimulado por un afán de adquirir el saber holístico, un modo de ver la realidad en su conjunto con la ayuda de las herramientas del universalismo.

En tercer lugar, con idéntica presencia y fuerza que las dos razones anteriores, tenemos la curiosidad intelectual, en tanto en cuanto función liberadora, en este caso de su personalidad emprendedora. Como tal, incita a la observación, al análisis singular y universal del hombre y de su entorno político, social, económico, ético, religioso, cultural, personal, en fin, del ser humano en toda su complejidad constitutiva. Puedo asegurar que, en este sentido, la curiosidad intelectual de nuestro historiador es inagotable. Es la que le ha llevado a licenciarse en Filosofía y Letras, doctorarse en Historia, obtener el título de profesor mercantil, equivalente hoy al de licenciado en Ciencias Económicas, a casi terminar (a falta de un curso) la licenciatura en Derecho y a escribir cerca de sesenta libros. Pero no ha sido el único motivo.

Por medio del reto que planteó don Emilio Lorenzo, un historiador especializado en América comenzó a explicar la historia de Inglaterra. Como profesor encargado, enseñó esa asignatura en la que más tarde sería la facultad de Filología de la Universidad Complutense durante unos cuarenta años, además de la historia de Estados Unidos, compatibilizando esas dos materias con su cátedra de Historia contemporánea de América en la facultad de Geografía e Historia.3 Impulsado por su insaciable curiosidad intelectual, un americanista como él tuvo que sumergirse en el conocimiento de los pasados británico y estadounidense. No obstante, puedo asegurar que esta tarea no representó mayor problema. Primero, porque al fin y al cabo se trataba de la historia, aunque estuviera focalizada en territorios concretos y ajenos al ámbito del americanismo español, es decir, Hispanoamérica. Segundo, porque como ya hemos subrayado, América e Inglaterra están vinculadas desde algunos decenios después del descubrimiento. Y tercero y más importante, porque su convencimiento sobre el universalismo con el que el historiador ha de abordar la historia, como veremos más adelante al hablar de su metodología, facilitó mucho el acceso al espacio anglosajón.

CUALIDADES

Desde mi punto de vista, la ética es uno de los soportes esenciales sobre los que el historiador tiene que sustentar su trabajo. Como es evidente, no estoy haciendo referencia a lo que en puridad se entiende por «principios morales» cuando aparecen en el normal intercambio de puntos de vista en el que nos movemos en la sociedad contemporánea abierta y democrática o incluso hasta en el ámbito familiar. Me refiero a esos principios en la medida en que se interponen para que el trabajo del historiador facilite la adquisición de una conciencia cierta, no inventada ni creada al gusto del consumidor, de los fenómenos complejos que constituyen la historia universal, y también la de cualquier historia nacional. El novelista británico George Orwell mostró el problema en una dimensión exagerada, sin duda para facilitar su apreciación. Publicada en 1949, su novela 1984 describe un país imaginario pero bien posible entonces, cuando el comunismo cercenaba la libertad individual e incluso la de pensamiento en las naciones en las que se había implantado tras la Segunda Guerra Mundial. En dicho país, un llamado Ministerio de la Verdad dictaba lo que la población debía o no saber, y hasta creer.

Al adentrarse en una investigación histórica, nuestro autor siente la necesidad imperativa de salvaguardar sus principios morales. Pero para conseguirlo ha de compaginarlos con la libertad intelectiva: no hay historia sin ética, pero tampoco la hay si no existe lo que puede identificarse como «capacidad de escoger» a la hora de plasmar en un libro la realidad del pasado. Esto lo tiene muy claro nuestro historiador, hasta el punto de que una de sus principales preocupaciones ha sido transmitírselo a sus alumnos. Sobra decir que lo más importante de las clases de Historia de Inglaterra (y de las demás) fueron ellos, sus discípulos. En las aulas en las que ha impartido sus enseñanzas a lo largo de los años, Mario Hernández Sánchez-Barba ha tenido la fortuna de conocer y de formar a muchos alumnos que, con el paso del tiempo y el aporte del respectivo esfuerzo personal, han alcanzado la licenciatura, algunos el doctorado y varios incluso son hoy catedráticos.

Él recuerda con especial cariño a Juan José y Javier Coy, Félix Martín, Isabel Durán, Cándido Pérez Gállego, alumnos de Filología Inglesa, y tantos otros imposibles de mencionar aquí. No me resisto a reproducir las palabras que grabó uno de ellos, Juan José Coy, hoy profesor de Literatura norteamericana. La trascripción de las cintas tiene un prólogo escrito por el propio Juan José del que extraigo las siguientes palabras:

Estas páginas participan de las virtudes intelectuales y humanas de su autor. Dos fundamentalmente. La primera de ellas, la que uno en su modestia más admira en cualquier intelectual, es su formidable sentido crítico. Sánchez-Barba contrasta, comprueba, estudia e investiga. Solo luego afirma. Jamás comulga con ruedas de molino. Uno diría que ni siquiera con piedras de mechero.

Desde luego, Juan José Coy no podía resumir mejor algunas de las virtudes que adornan al autor, porque en realidad «el trágala» no va con su carácter, lo que se combina, en su persona, con una irrestricta libertad de expresión. Estas dos cualidades han guiado su quehacer intelectual a lo largo de los más de sesenta años de vida docente (e investigadora) ininterrumpida. Hay que reconocer que independencia y libertad de expresión son dos rasgos que deben adornar siempre el trabajo de un historiador.

La formación universitaria de nuestro autor es otra de sus cualidades. Desde mi punto de vista, para ser un buen historiador no es necesario obtener la licenciatura correspondiente, aunque contribuya. Y lo digo a sabiendas de que estoy contradiciendo la idea que tiene el mismo autor al respecto. Winston Churchill, por ejemplo, no estudió Historia en la universidad y, sin embargo, fue un excelente historiador. Es evidente en cambio que, en el caso que nos ocupa, Mario Hernández Sánchez-Barba tiene una sólida instrucción universitaria y, además, multidisciplinaria. Con todo, él ha escrito esta historia de Inglaterra, en lo básico, porque es un historiador en el más puro sentido del término, no porque haya estudiado en la universidad, aunque haya ayudado. Ya estaba escrito en su código genético de nasciturus.

Debe su formación universitaria a la suerte de haber tenido excelentes maestros que le han enseñado a relacionar temas y ámbitos de interés en el marco de los respectivos procesos históricos. Estos maestros —entre quienes sobresale con luz propia el doctor D. Jaime Vicens Vives— le han ayudado a asimilar que la investigación histórica no consiste solo en aprender datos de memoria, ni en absorber el conocimiento para que sea transformado por el historiador en erudición. Hay que tener claro que la historia no es, al contrario de lo que muchos piensan, un modo de adquirir cultura o, mejor dicho, no es solo un modo de adquirir cultura. La historia es, a juicio de nuestro autor, algo más serio, más profundo, más complejo, puesto que su conocimiento incide de modo directo en la acción presente de los humanos coetáneos interactuando. Desde su punto de vista como maestro de historiadores que es hoy, la plasmación en una hoja en blanco de los datos ordenados de modo cronológico es una manera superada de hacer historia. La investigación histórica debe ser encarada con la ayuda de una herramienta fundamental: el análisis y la inquietud intensa del historiador por comprender la problemática de los hombres en el tiempo y en su triple dimensión vital, social y de las ideas. Y me temo que para lograrlo hay que nacer, además de estar formado.

METODOLOGÍA

No es fácil diseccionar su técnica científica. A lo largo de su vida profesional como historiador, Mario Hernández Sánchez-Barba ha conseguido una depurada metodología que ha aplicado en sus clases e investigaciones. En principio, para él es esencial que el historiador tenga lo que se puede identificar como una concepción dilatada del tiempo en lo que respecta a los cambios que afectan a los humanos y a las sociedades que estos componen. Como nuestro autor recuerda de modo constante en sus clases, en sus libros, en sus artículos, en sus conferencias «el hombre es un ser que acontece, y a ese acontecer lo llamamos historia», citando a Xavier Zubiri. Es decir, el ser humano es sujeto permanente del incremento de la experiencia, que no es solo de un hombre sino de cuantos viven la misma temporalidad existencial: el individuo, las sucesivas generaciones, la sociedad en general. Captarlo, aprehender el acrecentamiento de la experiencia de una comunidad humana es el trabajo del historiador y, para ello, debe ayudarse mediante la construcción de series o de conjuntos históricos enmarcados de manera ineludible en tiempos largos, lo que nuestro maestro denomina procesos.

Estos procesos constituyen las bases sobre las que se originan las razones, los sentimientos, los afectos, las necesidades humanas. Es decir, los procesos surgen de todas estas manifestaciones o consecuencias de la condición humana, que es donde reside la peculiaridad de lo histórico, formado por los factores de cambio. A su vez, en estos factores hay que integrar los fundamentos, las ideas, las pasiones, las conductas, características que están en el origen de la dinámica histórica. Esto es lo que constituye el universo del ser humano. De tal manera, el historiador ha de encontrar en la historia universal, y solo en ella, el mecanismo apropiado para aproximarse a las mentalidades vigentes en tiempos pasados. Para ello, el objeto de la investigación debe explorarlo en contextos plenos y simultáneos, considerando las respectivas personalidades presentes —políticas, intelectuales, de intereses económicos, creencias religiosas— en una relación civil interna de obediencia-desobediencia o, de modo más acusado, cuando se trata de analizar un plano de relación internacional. Como puede adivinarse, poner en marcha los procesos de construcción de conjuntos históricos, enmarcándolos siempre en tiempos largos, no es cosa fácil, lo que explica que no todos los historiadores lo logren. Pero esta es ya otra cuestión.

El método del historiador debe, además, partir de una posición desprejuiciada y ha de estar abierto por completo a la realidad. Los prejuicios solo contribuyen a condicionar ab initio una investigación histórica, e incluso a determinar las conclusiones mucho antes de ponerla en marcha. Esto viciaría la obra y, por supuesto, la haría inservible. Ahora bien, en una segunda etapa, cuando llega el momento de la transmisión de sus conocimientos, adquiridos mediante el estudio y el análisis de la cuestión objeto de la investigación, se tiene que dejar guiar por los criterios que le marca su modo personal de analizar las realidades del pasado. Y es que, como dice Lucien Febvre, y nuestro autor repite sin cesar, «no hay historia, hay historiadores». Claro que para ello, en su investigación, como en la transmisión de su saber, los profesionales de la historia deben atenerse a los principios de la ética, como apuntábamos antes al hablar de las cualidades. Es evidente que un historiador que invente un pasado —por ejemplo, al modo extremo y perverso del Ministerio de la Verdad de Orwell— se convierte de manera automática en novelista, siendo uno benévolo en el juicio.

En otro orden, y para nuestro autor, la historia es sobre todo el instrumento para comprender parte del saber universal. Este es otro de sus fundamentos metodológicos. Desde su perspectiva, el conocimiento de la realidad nunca puede ser fragmentario, y se ha de tratar de asumir en su totalidad para así transmitir una idea lo más aproximada de lo que fue una parte concreta del pasado. Por eso, cuando se hace referencia a un caso particular —como es el de Inglaterra— y a una nación que es además un área cultural coherente, un espacio geohistórico único, solo podemos llegar a comprenderla si lo hacemos en el marco de la interdisciplinariedad. Y todo ello sin perder de vista que la inteligibilidad de una historia nacional, o de cualquier otra, es solo alcanzable sobre la base de procesos de larga duración. Es decir, para estudiar un acontecer y el entorno que lo acompaña hay que diseccionarlo desde diferentes perspectivas, buscando apoyo en los múltiples instrumentos que nos brinda el conocimiento para luego unirlas en un conjunto armónico y comprensible. En consecuencia, la interdisciplinariedad es conditio sine qua non para estudiar la historia.

Esto es lo que explica que para él sea inexcusable que este proceso de comprensión sea realizado en etapas o fases, pero sin perder de vista que ese momento se enmarca en un ámbito general, global, internacional. Para proceder en ese sentido, el historiador debe estar libre de ataduras, de prejuicios y hasta de ideologías, tiene que ser independiente y, al igual que un cirujano opera, le guste o no al paciente, debe actuar con frialdad, firmeza y poniendo lo mejor de sí mismo para esclarecer las claves de la etapa o ámbito de la historia por el que ha mostrado interés e iniciado una investigación. Por ejemplo, y teniendo en cuenta cuáles son las fuerzas más contundentes que impulsan al hombre, el historiador debe analizar con sumo cuidado el efecto que en el individuo tiene, sobre todo, la libertad, así como también en el grupo social y en los diferentes ambientes que comparten o que les son ajenos. Porque lo que es evidente es que en la relación intelectiva del historiador con la realidad, la libertad aparece siempre, desde que el hombre es hombre, como el valor fundamental, de tal modo que su incidencia en el individuo o en el grupo es capital para dilucidar aquella.

También se ha de tener en cuenta que un problema de nuestro mundo, de los humanos, es que el ansia de libertad se ve muchas veces condicionada, superada y hasta trastornada por la violencia. El fenómeno de la violencia es una cuestión sobre la que multitud de tratadistas han reflexionado, en especial desde mediados del siglo XIX, bien exaltándola como estimulante de la vida histórica (Nietzsche), inductora de un mundo nuevo (Marx), restauradora de la sociedad (Sorel), antídoto de la decadencia (Spengler) o estímulo de la revolución de clase (Lenin). Incluso, al contrario, posiciones de no violencia para ganar la libertad, como las impulsadas por Mahatma Gandhi en la India bajo mandato británico, funcionaron para liberar el territorio del dominio colonial. Sin embargo, esa misma no violencia desembocó en un enorme baño de sangre ante la incapacidad de entendimiento, a posteriori, entre las comunidades hindú y musulmana.

Cuando el ámbito de un historiador es sobre todo el americano, como es el caso de Mario Hernández Sánchez-Barba, y se anima a explorar otro diferente —aunque interconectado, según hemos visto— como es el británico, es de gran ayuda y casi obligado contemplar la historia en su sentido más universal. Pero subrayemos que la clave de la universalidad como fundamento de la metodología histórica es el ritmo. Es obvio, porque estamos ante una tarea de gran complejidad que viene determinada por la combinación de los diferentes estratos que componen la historia —social, cultural, económico, político— y la necesidad de situarlos en los escenarios correspondientes y en el tiempo en que se desarrollaron. Al igual que el director de orquesta tiene que interpretar y dar las pautas con respecto a la pieza musical que se va a tocar, el historiador tiene que descifrar el funcionamiento del transcurrir vital en cada momento. Del mismo modo, y siguiendo con el símil, el director de la orquesta tiene que determinar la cadencia a la que se debe de tocar una pieza musical; en nuestro caso, el historiador tiene que poner lo que nuestro autor denomina el «ritmo histórico», el de cada etapa analizada. Y como en la interpretación musical, en historia hay que saber alternar el molto vivace con el adagio o el lento moderato que se producen a lo largo del transcurrir de los tiempos. Al igual que cada nota encuentra su continuidad en la siguiente formando un conjunto armónico, en lo que se refiere a la historia son los procesos, las etapas, los diferentes aspectos del actuar humano, como el ansia de libertad o los sentimientos, los que se combinan en armonía según la batuta del historiador. Justo esa sinfonía de acontecimientos, ordenada por el historiador, forma la historia con el ritmo adecuado a su tempo.

Se puede hasta asegurar que, tal como nos sucede cuando escuchamos una sinfonía, de la que recordamos unos pasajes mejor que otros, así pasa con la historia. Pero la sinfonía es el conjunto y el historiador es el que la interpreta con el mismo afán, y tanto el allegro como el larghetto. Con todo, a diferencia de una pieza musical, en la historia cada proceso, cada acontecimiento, cada estrato tiene su propio ritmo, y no es raro encontrar que cuando la política pasa por un tiempo de oscuridad, la cultura se encuentre en su máximo esplendor, como ocurrió, por ejemplo, en la España de los siglos XVI y XVII. La armonía se consigue cuando el historiador logra la combinación adecuada para la comprensión de un período concreto o de un país a lo largo del tiempo.

En efecto, en unas ocasiones y en esos escenarios ya ordenados se producen aceleraciones brutales del ritmo histórico y en otras asistimos a una verdadera parálisis del impulso político, aunque en el ámbito de lo individual perviva la propulsión de lo espiritual, lo intelectual, lo artístico o lo afectivo. El trabajo histórico tiene que huir de lo descriptivo, aunque las descripciones ayuden a enmarcar el tema; el análisis correcto de realidades contradictorias es una de las razones que explica que la tarea del historiador sea muy complicada. Por eso solo es posible comprender la complejidad intrínseca de la historia, de una historia nacional, sobre una base de tiempo largo (ritmo temporal) y utilizando las herramientas que nos proporciona el análisis universal.

Nuestro autor se muestra tan convencido de lo anterior que uno de sus primeros libros lleva el acertado título de Historia Universal de América, lo que no es contradictorio, sino un reflejo de su convencimiento de que solo por medio de las herramientas que proporciona el universalismo se puede escribir historia. A partir de ese fundamento, y analizando los diferentes aportes que componen el espacio temporal y territorial estudiado, el historiador debe desentrañar, desde la misma concepción de la obra y sobre la base de determinadas realidades que él define, el ritmo histórico concreto con antelación incluso al mismo índice de la obra. En opinión del autor de este libro, y como así se ha encargado de transmitirlo a las miríadas de alumnos que han pasado por las aulas en las que ha enseñado y sigue enseñando, cabría comparar el ritmo histórico con el pulso cardíaco de una persona: es el que mantiene en una nación la dinámica que determina su peso en la historia universal. Su estudio es esencial tanto en momentos de brillo como de oscurantismo, y en ambos hay que referirse a lo político, lo económico, lo espiritual, lo social, a las inquietudes culturales. La influencia del ritmo histórico, con sus altas y sus bajas, contribuye a la vertebración de una nación con toda la complejidad que ello implica.

Continuando con el universalismo, y como hemos apuntado antes, gracias tanto al compromiso con don Emilio Lorenzo como a la energía con que asume los retos, Mario Hernández entró a fondo en la comprensión de la historia de Inglaterra. Pero no fue este un factor que actuó en una sola vía, la del conocimiento de las claves de la historia británica. A la vez, la noción que se fue haciendo de ese país europeo y de sus avatares a lo largo del tiempo alimentó y perfeccionó su formación americanista, aunque parezca incoherente. En efecto, justo en aquellos años, nuestro autor estaba trabajando en su ya citada primera gran obra, Historia Universal de América, en dos volúmenes, publicada por la editorial Guadarrama en 1963.4 En ese vasto trabajo dedicó varios capítulos al estudio de la América anglosajona, es decir, a la acción de Inglaterra en el Nuevo Mundo, tratada desde una perspectiva universalista, en conjunto con la de España en la América hispana en sus respectivos y diferentes aspectos cronológicos, generacionales, de intercambio de ideas y de mentalidades. Era así obligado distinguir las realizaciones muy diferentes de España y de Inglaterra en cuanto al pensamiento y a la acción (material y espiritual) según tomemos uno o el otro modelo, español o inglés, en el continente que ya en el siglo XVI se había manifestado como la nueva frontera de la Humanidad. Leyendo aquella obra, uno percibe con claridad que hay un ritmo histórico concreto que la preside de principio a fin.

Así pues, por un lado, la enseñanza de la historia de Inglaterra durante casi cuarenta cursos lectivos con su ineludible proyección americana, y, por otro, las investigaciones en marcha sobre la presencia española e inglesa en el Nuevo Mundo que nuestro historiador ha ido llevando a cabo, le han permitido penetrar en el sentido y significado de las etapas de la historia universal en proyección británica. Esto es lo que le ha afirmado en una convicción personal que gira sobre lo que más le ha fascinado del significado y sentido profundo de la historia británica: la construcción de la nación. El autor está convencido de que Inglaterra constituye un modelo paradigmático de lo que debe ser una historia nacional. En ella se conjugan iniciativa, acción, impulso, fuerza y creación, características que, unidas, logran borrar o difuminar las diferencias internas. Por añadidura, y a su juicio, el Reino Unido ha conseguido la unidad nacional apoyándose sobre la exacerbación de los sentimientos patrióticos en su proyección exterior.

Solía decir la antigua primera ministra británica, Margaret Thatcher, que en Europa, hablando desde una perspectiva histórica, solo hay tres Estados-nación dignos de recibir esa calificación: España, Francia y Gran Bretaña. Hay que acordar con ella que, de diferentes modos y con fundamentos distintos, esos tres países han sido la base sobre la que se ha desarrollado el complejo concepto de Estado-nación a lo largo de los siglos, todavía hoy vigente muy a pesar de la globalización y de las tendencias supranacionales. En su Ingleses, franceses, españoles (Madrid, 1929, Espasa Calpe), el polígrafo español Salvador de Madariaga, uno de los europeístas más completos que ha dado el Viejo Continente, describió estos tres pueblos como la matriz de la Europa moderna. Desde luego, la trayectoria de estos tres países ha sido el sustento histórico sobre el que se fundamenta el concepto de Estado-nación, como recordaba lady Thatcher. No olvidemos que uno de los principios sobre los que descansa esta noción es el de la soberanía, es decir, el señalamiento de los límites de hasta dónde llega el poder del Estado y donde no puede penetrar el del vecino: la diferenciación clara con respecto al otro en el marco planetario o, dicho de otro modo, universal. En lo que se refiere a Inglaterra, su insularidad ha ayudado a delinear mejor, desde luego, su configuración como Estado-nación.

No obstante, este hecho geográfico añade mayor complejidad a su estructura constitutiva, lo que complica la labor del historiador. Es decir, nos posicionamos ante un espacio separado del continente europeo que ha experimentado no muchas invasiones desde la ocupación romana. Esto ha hecho que los ingleses afirmen y consoliden unos rasgos únicos que los distinguen respecto a los demás europeos, como veremos en la obra que prologamos. A ello se añade un cierto gusto por el aislamiento en relación con el continente, lo que se materializó tras la guerra de Crimea (1855-1858) en una política exterior sostenida y reconocida como splendid isolation, elemento sobresaliente de la diplomacia británica. Los aislacionistas de nuestro tiempo han exigido, por ejemplo, que el alcance de la vinculación del Estado con las instituciones europeas (el Reino Unido se incorporó a la Comunidad Económica Europea en 1973) no llegue a grados considerados excesivos y, en sus extremos, abanderaron su salida de la Unión Europea. En esta estela, el gusto por el aislamiento explica primero que, desde su incorporación a la Comunidad Económica Europea, el Reino Unido no participara en importantes iniciativas comunitarias como la moneda única o la eliminación de los controles fronterizos intracomunitarios; y, en segundo término, que esta tendencia culminara en el Brexit, es decir, en la salida definitiva del Reino Unido de la Unión Europea, el 1 de febrero de 2020.

Además del ritmo histórico y del universalismo, hay que resaltar otros conceptos en los que insiste nuestro autor cuando estudia las claves históricas. Me refiero a la trilogía formada por «número», «estructuras» y «mentalidades». La historia muestra la evolución de los valores de un pueblo a través del tiempo en el marco de procesos de larga duración. La labor del historiador es desentrañarlos para hacerlos comprensibles desde la perspectiva actual. En el universo nada es inmutable y aquí, en nuestro planeta, los sentimientos van cambiando a lo largo del tiempo en función de los factores que los modifican, como la religión o las costumbres, tal como son entendidos por los grupos dominantes. Para poner de manifiesto la importancia de cada uno de los factores en juego, es necesario cuantificarlos (número) y comprender su desenvolvimiento (estructuras) dentro del mundo histórico en el que se integran, estudiando la ideología colectiva o nacional (mentalidades). Esto es lo que explica que número, estructuras y mentalidades sean variables esenciales para el autor. Pero sobre todo las mentalidades, en tanto reacciones psíquicas colectivas, puesto que constituyen los supuestos más distintivos de la historia y, por sí mismas, pueden caracterizar e incluso dar sentido a una personalidad nacional peculiar en el transcurrir del tiempo.

La cantidad de ingredientes utilizados en el proceso de constitución de una personalidad propia, el crisol donde se funden y el fuego que los alimenta va a dar un producto especial: la nación. Así surge y se consolida el concepto de patria, que no es solo una sensación de arraigo, sino la orientación idealista hacia la plenitud del sentimiento nacional. Este resultado enigmático, peculiar y único ha sido siempre objeto de estudio y consideración por parte del autor, y no solo en el caso de Inglaterra. Su importancia es tan vital que es como el alma de un pueblo. Por ello, nuestro historiador no deja de tenerla en cuenta cuando se enfrenta a un proyecto nuevo como es, ahora, esta historia de Inglaterra. En este libro que prologamos, el concepto de patria está también presente y aparece a medida que, junto con el autor, nos vamos adentrando en la realidad histórica británica.5

Al ponerse en marcha la aventura que supone escribir la historia de un país, en este caso la del Reino Unido, al historiador le conviene identificar ciertas apoyaturas sobre las que hacer descansar sus hipótesis, y que al tiempo son los pilares de la personalidad de una nación. Uno de estos lo constituyen las figuras cuyo aporte, en el transcurrir de los siglos, ha sido esencial para la conformación de su personalidad nacional peculiar. En el caso británico se podrían mencionar, entre muchos otros, Juan sin Tierra, Eduardo I, Wolsey, Isabel I, Cromwell, Locke, Walpole, Nelson, Wellington, Disraeli, Churchill y, de hecho, así procede nuestro autor.

Uno de los principales aportes sobre los que se ha inspirado nuestro autor ha sido la trayectoria de Winston Churchill y su obra. Es redundante decir que Churchill ha sido una personalidad de rango universal, estadista, periodista, militar y escritor. Pero sobre todo combina dos características que tienen que atraer la atención de cualquier investigador que incursione en el pasado inglés: las de político e historiador a la vez. Es decir, como hombre de Gobierno o parlamentario ha sido, primero, protagonista y, más tarde, se sitúa en una posición de privilegio para, desde el primer plano político que ocupó, analizar y dar su versión sobre los acontecimientos de su tiempo y de otros. Pero además, sir Winston tuvo la rara habilidad de insertarse en el discurso histórico huyendo de lo que es una simple recopilación de hechos, al contrario de lo que haría cualquier otro que, de modo esporádico, se hiciera historiador.6 La ventaja es que Churchill fue un ejemplo casi único de historiador-político. Y digo casi porque en España tenemos el caso de don Antonio Cánovas del Castillo, quien a su condición de historiador unió la de político y llegó a presidente del Gobierno, así como a diseñar el período de mayor estabilidad política de la España contemporánea: la Restauración.

La grandeza y el sentido histórico del político Churchill están contenidos en esa frase que tuvo la perspicacia de pronunciar en la Cámara de los Comunes, meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, frente al entonces primer ministro y compañero del Partido Conservador, Neville Chamberlain. Este, tras un encuentro celebrado con Hitler en territorio alemán, se ufanaba, durante la sesión parlamentaria, de haber logrado, por medio de su política de appeasement, el llamado Acuerdo de Múnich con Alemania. Churchill le replicó: «England has been offered a choice between war and shame. She has chosen shame and will get war».7