Imprescindible la verdad - José Antonio Pérez Tapias - E-Book

Imprescindible la verdad E-Book

José Antonio Pérez Tapias

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En la era de la posverdad, en tanto se ve barrida la verdad de la escena pública, la convivencia se hace imposible. Esto se debe a la fuerza de un poder que destruye la misma política y se impone como dominio a la sociedad. Ante tan grave consecuencia, a la crítica de la posverdad le sigue la apuesta por una política de verdad, necesaria como condición de la democracia. Qué hacer con la verdad en la vida política no es problema solo de ahora. Ya lo abordaron los griegos. Conviene girar la mirada hacia ellos, para luego, de vuelta, considerar cómo se puede mantener un compromiso de verdad en nuestras democracias actuales, concretamente en el ámbito de la opinión pública. Todo ello exige clarificar en qué sentidos hablamos de verdad, sin eludir la cuestión de la verdad del sentido, crucial en nuestros diálogos intra e interculturales. En esta obra, José Antonio Pérez Tapias aborda una discusión a fondo sobre la verdad y sus diferentes sentidos, y razona sobre por qué es imprescindible la verdad. Se profundiza en los argumentos acerca de por qué y cómo sostener las verdades susceptibles de ser compartidas sobre la base de buenas razones, y frente al mercado de la posverdad.

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Seitenzahl: 336

Veröffentlichungsjahr: 2022

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José Antonio Pérez Tapias

Imprescindible la verdad

Herder

Diseño de la cubierta: Toni Cabré

Edición digital: José Toribio Barba

© 2022, José Antonio Pérez Tapias

© 2022, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN EPUB: 978-84-254-4821-8

1.ª edición digital, 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

INTRODUCCIÓN. CIERTAMENTE, LA VERDAD NOS HACE LIBRES

1. LA INFAMIA DE LAPOSVERDADO LA DESTRUCCIÓN CÍNICA DE LA DEMOCRACIA

Posverdad: el contrasentido de una palabra fetiche para un mentir políticamente inducido

Espectacularización de la mentira política en la cultura digital

Posverdad y populismo: un maridaje patente

Reactivación de la crítica de las ideologías frente al antidiscurso de la posverdad

Injusticia de la posverdad y corrupción del poder. Contra la mentira y frente al cinismo, necesaria política de verdad como condición para la democracia

2. FILOSOFÍA Y POLÍTICA, VERDAD Y JUSTICIA, EN LOS MOMENTOS «FUNDACIONALES». UNA MIRADA RETROSPECTIVA JUNTO A HANNAH ARENDT

Sócrates en la frontera: cuando filosofía y política intercambiaban sus verdades

Platón y sus mundos

Que Calicles no tenga la última palabra. Principio de justicia, más allá del absolutismo idealista y del conservadurismo pragmático

La filosofía, junto a la ciudadanía y la democracia. Actualidad de la mirada de Arendt

3. AUDACIA PARA LA VERDAD COMO VIRTUD REPUBLICANA. CIUDADANÍA Y OPINIÓN PÚBLICA TRAS EL DECLIVE DE LOSINTELECTUALES

Democracia y opinión pública. Filosofía en ejercicio desde la ciudadanía compartida

La verdad moral de la exigencia de justicia. Ética y política en el debate público

El necesario coraje para la verdad. La función intelectual como indispensable tarea política

4. VERDAD Y SENTIDO EN NUESTRAS SOCIEDADES PLURALISTAS. ALCANCE Y LÍMITES DE NUESTROS ACUERDOS

La verdad, entre la particularidad y la universalidad: de la necesidad a la dignidad

Potencial transcultural de la razón y criterios para verdades universalizables

Del sentido de la verdad a la verdad del sentido. Argumento y narración en el diálogo intercultural

BIBLIOGRAFÍA

A mi nieto Tomás,esperando que conozca un mundo en el que la verdad de la justicia se sobreponga al poder de la mentira

La verdad cuece vidas. ¿Quién la vio alguna vez sola en [su maldición? ¿La muerte la conoce, vive allí en superficies sin reflejo? ¿No le importa el instante? ¿Espera bocas de belleza? ¿Tiene mares y selvas de humanidad desconocida? [¿Cómo se baila a su compás? ¿Descansa alguna vez de la miseria que no la deja hablar? En un soplo cultiva rostros por si acaso. JUAN GELMAN, Hoy (CXVII)

Introducción

Ciertamente, la verdad nos hace libres

Si, sacrificando el afán de originalidad, esta introducción comienza comentando el tantas veces citado apólogo de Antonio Machado en el frontispicio de su Juan de Mairena es para señalar a partir de él un problema que nos ocupa y preocupa —es necesario el plural al tratarse de una cuestión ética y epistémica de relevancia social e incidencia política, pues nos afecta a todos—. Cualquiera puede recordar el dicho que recoge nuestro poeta, no por casualidad escrito como primera línea de su libro filosófico: «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su por­quero». A ello sigue el asentimiento de Agamenón: «Conforme», yendo detrás las palabras del porquero manifestando su escepticismo, a pesar del papel que se le concede: «No me convence». Con tal quiebro, quien imagina escena como la que el poeta presenta tan sagazmente, enseguida cae en la cuenta de que el porquero no se fía, siendo así por buenas razones que a él no se le escapan: la verdad se puede sostener por interlocutores en pie de igualdad —la isegoría de los antiguos griegos—, porque, si no es así, estamos ante relaciones de poder que implican una asimetría y que impiden la libertad para la verdad y la verdad que li­bera. Donde hay dominio, mal puede asomar la verdad, aunque hay que reco­nocer que también ella tiene sus héroes.

El capítulo 1, «La infamia de la posverdad o la destrucción cínica de la democracia», con el que se abren las páginas que siguen a esta introducción, parte, siguiendo con las líneas que cabe proyectar a partir del apólogo machadiano, de un temor fundado: el temor, si no constatación, de que nuestro problema sea, en una sociedad que además de cínica es posheroica, que nadie diga la verdad, ni Agamenón ni su porquero. No ocurre otra cosa en la dinámica a la que nos referimos cuando hablamos de posverdad. Produciendo mentiras, fabricando engaños, en el juego de una pervertida racionalidad social —si cabe utilizar esa expresión—, la verdad queda desplazada del horizonte epistémico de una cultura nihilista en la medida en que se asume que no interesa. Ya no es cuestión de que «la mentira ingeniosa o la tontería sutil» arrastre a millones de incautos, como aún podía criticar Juan de Mairena, sino que todo es dejarse atrapar por burdos mensajes que, entre titulares impactantes e imágenes manipuladas, bastan para construir performativamente una realidad en la que lo falso la impregna por doquier. Es así como en la sociedad de la posverdad, en la medida en que la verdad se ve barrida de la escena pública, debido a la fuerza de un poder que destruye la misma política y se impone como dominio a la sociedad, la convivencia democrática se hace imposible. La posverdad conlleva «la destrucción cínica de la democracia» y es ante la gravedad de dicha consecuencia que se hace imperioso acometer su crítica. La democracia necesita una política de verdad: le es necesaria como condición. Es imprescindible también por dignidad de ciudadanas y ciudadanos.

El capítulo 2, «Filosofía y política, verdad y justicia, en los momentos “fundacionales”. Una mirada retrospectiva junto a Hannah Arendt», contando con que la verdad es indispensable para la convivencia entre humanos —nuestro mismo lenguaje, con su potencial comunicativo, está orientado hacia ella, siendo la mentira parasitaria de la verdad que quebranta—, tiene en cuenta que tal cuestión no es algo que solo nos planteemos ahora. Una mirada antropológica a las más diferentes culturas puede concluir que ninguna ha gravitado alrededor de la mentira —frontalmente antagónica respecto a la verdad en un sentido más radical que el que supone el error—. Ni aquella «república de demonios» para la que Kant tenía que suponer en ellos una inteligencia que les capacitara para vivir juntos necesitaría, aunque fuera por mera utilidad pragmatista, alguna verdad. Y si Descartes tuvo que afrontar cómo salir del escepticismo que todo lo pone en duda, más perentorio y crucial es no dejarse atrapar por una mentira total que nos instale en la situación invivible de estar entre permanentes mentiras y a todas las bandas. El caso es que mucho antes de que llegara lo que hemos llamado modernidad —ahora la vemos como antecesora de su crisis posmoderna—, los griegos de aquellos momentos iniciales en los que entre ellos arrancó lo que reconocemos como filosofía abordaron la cuestión con enorme lucidez y coraje. Es por eso por lo que la correlación entre filosofía y política, o entre verdad y justicia, se la plantearon en torno a la cuestión de la verdad, clave para la vida de la polis y la formación de los ciudadanos para la misma. Entre la figura de Sócrates y el pensamiento del mismo Platón que nos la dio a conocer en sus diálogos, todo ello es asunto central en aquella época fundacional de la tradición filosófica de la que somos herederos. Volver la vista a ella para extraer de su legado la luz que pueda arrojar sobre nuestro presente es lo que pretende, de la mano de Arendt, el capítulo cuyo contenido ahora anticipamos, tratándose de páginas que tuvieron una versión previa en Letral. Revista electrónica de Estudios Transatlánticos de Literatura.1

El capítulo 3, «Audacia para la verdad como virtud republicana. Ciudadanía y opinión pública tras el declive de los intelectuales», despliega sus contenidos bajo la sombra de la figura de Sócrates, que reclama un reconocimiento siempre merecido como encarnación de un quehacer filosófico irrenunciable; por supuesto, también en lo que tiene de audacia moral e intelectual para llevar las buenas razones de sus opiniones a la plaza pública. Por eso permanece como referencia imperecedera para todo lo que sea intervenir en el debate público, llevando a los foros en los que tiene lugar el compromiso que supone argumentar con buena retórica, sin merma alguna en cuanto a las exigencias de verdad que, incluso por razones de justicia, hay que mantener en discursos con pretensiones de incidencia política. De un tiempo a esta parte, desde la emergencia de las democracias burguesas frente a los regímenes absolutistas, en contextos de una sociedad civil pluralista y progresivamente ilustrada, donde se abrió el espacio para una opinión pública como cauce de expresión libre de ciudadanos que por él también hacen fluir lo que de soberanía portan, los llamados intelectuales han sido los que han ejercido esa tarea de llevar a la discusión del ágora la crítica y la propuesta respecto a lo que la acción política demanda. Para tal tarea, la fuerza de los argumentos, atravesando los intereses en liza, implica igualmente un compromiso de verdad del que depende la credibilidad que pueda tener en cada caso el discurso propio. La audacia, el coraje cívico, que dicho compromiso de verdad requiere es lo que han de poner en juego ciudadanas y ciudadanos cuando han de intervenir en las deliberaciones que por diferentes vías se llevan a cabo en el ámbito de la opinión pública, ejerciendo esa función intelectual que ya no es patrimonio solo de quienes pudieran ser reconocidos como intelectuales, máxime en tiempos en que se comprueba el declive de lo que antaño fue esa figura. En consonancia con la democratización más efectiva de la vida política, la democratización de la función intelectual coherente con ella ha de ser consecuente con los requerimientos éticos y epistémicos de discursos que pretenden sos­tener con poder de convicción las verdades que presentan. Para ahondar en todo ello, este capítulo reelabora y pone al día textos de la propia producción de este autor que en otros momentos vieron la luz, provenientes del capítulo «Filosofía y opinión pública» en la obra colectiva que coordinamos junto con Juan Antonio Estrada con el título ¿Para qué Filosofía?,2 así como de trabajos sobre ética y política ya avanzados en otro libro de cosecha propia como Argumentos contra la antipolítica.3

Por último, el capítulo 4, «Verdad y sentido en nuestras sociedades pluralistas. Alcance y límites de nuestros acuerdos», aborda una discusión a fondo sobre la verdad y sus diferentes sentidos, cuestión que no puede quedar orillada cuando el objetivo es dar razones de por qué es imprescindible la verdad. Diremos, parafraseando a Aristóteles, que la verdad se dice de muchas maneras, y es necesario clarificar de qué maneras se trata transitando desde los sentidos de la verdad hasta la verdad del sentido, esa verdad moral de máxima relevancia para la acción política y que es en definitiva la que entra en juego en nuestros acuerdos y la que, en su búsqueda, activa los disensos. Se puede entrever, por tanto, por qué es tan relevante para el diálogo intracultural, en especial para los diálogos interculturales, por completo inexcusables en nuestras sociedades pluralistas y de cada vez más densa diversidad cultural. Así pues, este último capítulo profundiza en los argumentos acerca de por qué y cómo sostener las verdades susceptibles de ser compartidas sobre la base de buenas razones, y todo ello frente al mercado de la posverdad y el cinismo que por él circula. Un anticipo de las cuestiones aquí tratadas, y ahora puestas al día tras mucho recorrido siguiéndoles la pista, fue el texto que, con el título «Alcance y límites de nuestros acuerdos. Verdad y sentido desde el pluralismo cultural», aporté en su día a la obra coordinada por María José Frápolli y Juan A. Nicolás.4

Escribir sobre por qué es imprescindible la verdad,partiendo de la crisis cognitiva, moral y política que supone el fenómeno de la posverdad, obliga a abordar cuestiones sobre las cuales lleva, no solo siglos, sino milenios, reflexionando en torno a ellas la tradición filosófica a la que nos debemos. Ahora se acomete en un contexto nuevo, ante un fenómeno novedoso como es el de la posverdad,de manera tal que lo que hay que decir sobre la verdad no puede limitarse solamente a un discurso a la contra de la posverdad. Tengamos en cuenta que no buscamos respuestas solo a la cuestión sobre qué verdades nos interesan, también a la cuestión acerca de qué verdades se añade, o le subyace, como previa, la pregunta sobre qué es la verdad. Quien se adentre en las páginas que siguen encontrará como respuesta que la verdad, además de referirse a otras cuestiones, es prioritariamente una cuestión de justicia, verificándose como cierto que al responder a ella, poniendo de relieve la responsabilidad que en ello se activa, comprobamos que, ciertamente, la verdad nos hace libres. Con razón eso se afirma en el evangelio de Juan en el que a su vez lo demoníaco, eso que infecta el poder de dominio, es el «espíritu de la mentira».5 Estamos convocados a enfrentar laicamente a ese maligno espíritu de la mentira en esta era de la posverdad, convencidos de que es «imprescindible la verdad».

* * *

Llegado el momento de los agradecimientos, vaya el mío dirigido a quienes han compartido conmigo tantas conversaciones, seminarios, debates, textos… sobre los temas que ocupan las páginas que siguen: estudiantes, compañeras y compañeros de Departamento y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, participantes en conferencias y congresos que tuvieron la amabilidad de escucharme, y hasta la familia, que tampoco se ve libre de conversaciones filosóficas en las horas más intempestivas. Extiendo mi agradecimiento a las personas que acogieron en distintas publicaciones las primicias de trabajos aquí retomados. Y cuentan con mis más sinceras palabras de gratitud la Editorial Herder, y muy en especial Miquel Seguró, compañero de fatigas filosóficas, por la hospitalidad brindada al incluir este libro en una de sus excelentes y siempre prometedoras colecciones.

1J.A. Pérez Tapias, «Filosofía y política en los momentos “fundacionales”. Una mirada retrospectiva junto a Hannah Arendt», Letral. Revista electrónica de Estudios Transatlánticos de Literatura 16, 2016, pp. 130-153, http://hdl.handle.net/10481/59009

2J.A. Pérez Tapias, «Filosofía y opinión pública», en J.A. Pérez Tapias y J.A. Estrada (coords.), Para qué Filosofía, Granada, Editorial Universidad de Granada, 1996, pp. 265-278.

3Id., Argumentos contra la antipolítica, Granada, Editorial Universidad de Granada, 2008.

4Id., «Alcance y límites de nuestros acuerdos. Verdad y sentido desde el pluralismo cultural», en M.J. Frápolli y J.A. Nicolás (coords.), Experiencia y verdad, Granada, Comares, 1999, pp. 363-396.

5 Jn 8, 32. 44.

1. La infamia de la posverdad o la destrucción cínica de la democracia

Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca; y si al alma su hiel toca, esconderla es necedad.FRANCISCO DE QUEVEDO

¿Qué versos dedicaría hoy a la posverdad aquel Quevedo que en sus tan conocidas y cantadas Letrillas satíricas iba así al grano de la verdad que en torno a la pobreza y el dinero no se puede ocultar?¿Es la posverdad necedad de nuestro tiempo, contrasentido de nuestra cultura? ¿Qué es lo amargo que la dinámica de la posverdad elude para que su hiel no altere la indiferencia de tantas almas insensibles al dolor de tantos cuerpos? Podemos adelantar que, frente a quien con cinismo hace uso y abuso de la llamada posverdad, lo primero que hay que hacer es confrontarlo con la verdad factual de nuestro mundo, la cual no es otra que su radical injusticia. La mentira —de eso se trata, en definitiva, aunque se urda por los caminos de muy sofisticados engaños, cuando se utiliza la palabra «posverdad»— es alimentada por todo lo que oculta esa verdad de los hechos, de la filosofía a la política, pasando por la economía y la religión. Y con ese ocultamiento va una negación tal de las condiciones que hacen posible la política misma que la antipolítica así generada redunda en el sinsentido del nihilismo cultural que ampara el contrasentido de la posverdad. Es impostergable la denuncia ética —crítica filosófica— del autocontradictorio y perverso juego de la posverdad si queremos afianzar un compromiso de verdad como base de una política que merezca tal nombre y, en definitiva, el sentido que pueda fraguar en la convivencia entre humanos.

POSVERDAD: EL CONTRASENTIDO DE UNA PALABRA FETICHE PARA UN MENTIR POLÍTICAMENTE INDUCIDO

Al acometer el intento de ofrecer una definición de la posverdad nos enfrentamos al contrasentido que encierra una palabra que responde a un engañar mediático políticamente organizado. Cabe señalar de entrada que el término «posverdad» hace referencia a procesos sociales caracterizados por la producción sistemática de mentiras como proceso políticamente promovido, organizado y rentabilizado, contando con apoyo mediático y sirviéndose del soporte de las tecnologías de la información y la comunicación telemáticas, con intenso uso de las llamadas redes sociales con el fin de generar adhesiones a un líder político y al partido que encabeza, sirviéndose sobre todo de mensajes encaminados a movilizar las emociones de los individuos con el fin de lograr la pretendida identificación con los mensajes para ello difundidos.

Con la palabra «posverdad», por tanto, se designa una dinámica política que, desde un punto de vista normativo, puede calificarse de perversa por cuanto entraña un vicio presente de manera muy generalizada en la política contemporánea, implicando una distorsión de lo político que se muestra difícil de erradicar. El discurrir de la política, en un mundo que se presenta como edición corregida y aumentada de lo que Guy Debord analizó hace décadas como «sociedad del espectáculo», va acompañado de circunstancias en las que se incrementa la grave malformación que entrañan condiciones que empujan a la manipulación de las emociones, a la simplificación de los mensajes, a las adhesiones incondicionales y, como factor propulsor de todo ello, al desecho de la verdad, incluida la verdad respecto a los hechos, como valor de relevancia política.

La fuerte presencia en nuestras sociedades del fenómeno de la posverdad y la muy frecuente alusión a él hizo que en 2016 fuera declarada «palabra del año» por el Diccionario de Oxford, dando para ella la conocida definición que la presenta denotando «circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal». Recogiendo el guante ante el reto de ofrecer igualmente una formulación del significado de «posverdad» en el Diccionario de la lengua española, en él se aborda el contrasentido que supone el neologismo en cuestión diciendo que dicha palabra alude a «información o afirmación en la que los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones y emociones que suscita».

Con todo, las mencionadas entradas en ambos diccionarios para «posverdad» dejan entrever en lo que no dicen —o dicen a medias— el contrasentido que el mismo término lleva consigo por cuanto su carga semántica arrastra una especie de oxímoron condensado: el significante alude a un significado que con el mismo prefijo que conlleva —«pos»— niega la referencia a la verdad, a la vez que se mantiene la pretensión de que es verdad el abandono de la pretensión de verdad. Es contradicción en el término mismo, lo cual se explicita en el uso que se hace de él. Lo que se evidencia es que con entronizaciones del término como las citadas se verifica paradójicamente que para muchos en nuestros entornos culturales queda atrás la verdad como pretensión del discurso político, incluso como valor necesario —por lo menos en algún grado— para la convivencia social. Hablar de posverdad en tal sentido es decir que no interesa qué sea verdad: la verdad pasa a ser irrelevante.1 Con todo, habrá que matizar, siguiendo la pista a la contradicción señalada, que bien recuerda la clásica paradoja del mentiroso, no llega a ser total el desinterés por la verdad, pues lo que se da es más bien un descarado interés por su manipulación.

Tal como se usa el término «posverdad», el significado que se deriva de su pragmática supone, por tanto, que no importa que nos movamos entre mentiras. Puesto que eso se asume conscientemente, tal consentimiento con el engaño promovido de modo expreso es rotunda exaltación del cinismo. Ciertamente, no todo mentir es cínico, en tanto se trate de un engaño en el que se mantenga la apariencia de verdad para que la mentira cumpla la función pretendida. Pero ahora, en el tiempo de la posverdad, la mentira no necesita ocultarse tras lo que pareciera verdad, sino que aspira sin empacho a ser difundida, aceptada, a entrar en el juego del engaño socialmente consentido.

Diríase, retomando fórmula de Oscar Wilde referida a la ficción artística,2 que con el cinismo de la posverdad se verifica que se producen tan buenas mentiras porque «entrañan su propia evidencia» —de nuevo la paradoja: evidencia que incluso niega evidencias—. La contradicción, pues, no se trata de ocultar de ninguna manera, sino que forma parte de todo un juego perversoponerla de relieve y hacer ostentación de ella. A ese engañar se presta, pues, una palabra que se utiliza simplificando su significado de manera que con ello se entra en no querer ver la complejidad del proceso al que hace referencia, cuando su sentido solo es inteligible arrojando luz sobre este último. Otros términos de la constelación semántica de «posverdad» nos ayudan en la tarea de precisar lo que significa.

Cualquier presentación de lo que «posverdad» denota quedaría incompleta si no se acompañara de la expresión que incluso le ha seguido en verse declarada palabra del año en 2017: fake news, «noticias falsas». Efectivamente, sumergirse de lleno en la dinámica de la posverdad requiere continuas dosis de noticias falsas, las cuales, por lo demás, no son falsas porque sean erróneas, sino porque de manera deliberada se producen como tales para distorsionar la realidad, encubrirla, reconfigurarla con otros trazos diferentes de cómo aparece, de forma que se imponga el sesgo cognitivo que marca una apariencia expresamente querida como engañosa.

No obstante, si la perversa lógica de la posverdad se sirve de noticias falsas —propiamente no-noticias si se considera desde una posición crítica respecto al contrasentido que supone el hecho mismo de hablar de posverdad—, paradójicamente es no solo por el mero hecho de mentir, sino, desde el engaño, por el afán de suministrar «verdades alternativas». Las «verdades» así llamadas —de suyo no portadoras de razones o acreedoras de contrastación empírica para ser aceptadas como tales—, pasan a ser difundidas por internet y compartidas en redes sociales por grupos convertidos en nichos de sectarismo, desde los cuales se pretenden erigir en referencias cognitivas para el cemento emocional que se quiere fabricar.3

Las «verdades alternativas» —denominándose así, por más que de forma mendaz, muestran que siguen siendo parasitarias del valor verdad que niegan, confirmando cómo en cierto modo «la mentira es lo más contiguo a la verdad»—4 reclaman «hechos alternativos», es decir, la estafa cognitiva que supone el montaje de hechos falsos, como en su día denunció George Orwell.5 Las llamadas fake news o el inventar noticias con apariencia de verdad con el propósito de intoxicar la opinión pública implican, como señala el profesor Pedro Cerezo, «un culto fraudulento a la verdad».6 Tal invención es la que actualmente llevan a cabo, por ejemplo, los negacionistas, adalides de la posverdad para negar las verdades sostenidas desde las ciencias experimentales o acreditadas como tales desde la historiografía o desde las ciencias sociales, pero que no dejan de poner todo el énfasis en esos falsos «hechos alternativos» a los que remitir la organizada producción de la mentira al servicio de aquellos intereses que son —¡esos sí!— la tapada verdad de quienes manipulan masivamente a la sociedad por mor del poder que como dominio ejercen. Parece que la historia —¡nada de poshistoria, que forma parte de la mistificación ideológica en la que estamos!— nos sitúa de nuevo en un escenario en el que se presentan ciertas similitudes con aquel que desde aquella Europa que tanto le apasionó como le decepcionó hizo afirmar a Stefan Zweig, en carta a Thomas Mann en 1933, que «la mentira extiende descaradamente sus alas y la verdad ha sido proscrita; las cloacas están abiertas y los hombres respiran la pestilencia como su perfume».7

Las fake news, es decir, los bulos inoculados en la sociedad a través de redes y medios de comunicación para manipular a la opinión pública, obligan a ponernos en guardia por la fuerza destructiva de los rumores que desatan. Dicha potencia destructiva —criminal, incluso— puede afectar a personas o a colectividades sociales, a instituciones o a comunidades, sembrando respecto a ellas juicios maledicentes que se convierten en prejuicios infundados, dispuestos a extenderse como la pólvora, prestos a prender la llama del odio en cualquier momento. El tórrido clima de la posverdad lo favorece, y cuando organizaciones políticas de la ultraderecha están dispuestas a rentabilizar el odio —no es descabellado hablar de una «internacional del odio»—,8 viene a la memoria aquel impactante aforismo de Adorno en Minima moralia (par. 72) diciendo que «el antisemitismo es el rumor sobre los judíos».9 ¡Y sabemos cómo acabó!

Se impone, por tanto, a partir de las similitudes constatadas en anteriores procesos por donde ha discurrido el conocimiento o el desconocimiento social, adentrarnos en lo que de desafortunada novedad presenta la posverdad. Sí cabe adelantar en estos párrafos definitorios que hablar de posverdad nos introduce en el resbaladizo terreno de una singular manifestación de fetichismo lingüístico desde el cual, en una suerte de infundado adanismo, se le confieren a determinadas palabras la supuesta capacidad taumatúrgica de generar por sí mismas la realidad que pretenden que sea reconocida en su «verdad alternativa», viniendo a corroborar el dicho de Lewis Carroll en A través del espejo acerca de que el significado de las palabras depende de «quién manda».10 Tal ejercicio de arbitrariedad autoritaria solo puede sostenerse sobre un fetichismo que orla a determinadas palabras claves con un engañoso, pero eficaz, halo de credibilidad para ocultar —bien quedó señalado por Bolívar Echeverría que eso es lo que hace todo fetichismo—11 el desgarro de una realidad social a la que el irracional discurso de la posverdad introduce en un terreno ilógico donde queda en suspenso el principio de no contradicción. Acierta, pues, la filósofa Victoria Camps cuando tilda los discursos que nutren la posverdad como «nueva sofística».12

ESPECTACULARIZACIÓN DE LA MENTIRA POLÍTICA EN LA CULTURA DIGITAL

El «caso Trump» y el «suceso Brexit» como infamantes hitos de la posverdad

Una realidad dinámica como la que «posverdad» designa reclama para su abordaje un enfoque que nos permita hacer cierto recorrido histórico-político e histórico-filosófico para esclarecer críticamente cómo se ha llegado en nuestras sociedades a un modo de hacer política sirviéndose de un descaro cínico que deja atrás el mero encubrimiento hipócrita que en las instituciones políticas venía dándose respecto a los mecanismos de poder y los intereses que los mueven. El salto cualitativo —negativo— que tal recorrido supone es el que en una reeditada borgiana Historia universal de la infamia podría ser recogido en un nuevo capítulocorrespondiente a la posverdad, ya que al escritor argentino no le faltarían personajes para narrar el descrédito en que los hunde su mendacidad. Como quiera que fuera, cualquier relato al respecto ha de hacerse ya desde la inmersión en la sociedad informacional y la cultura digital en la que estamos, desde cuyo nihilismo se impulsa el capitalismo cínico que bajo la hegemonía neoliberal se ha consolidado.13

Tal es el entorno en el que los flujos comunicativos se multiplican sin término, dando pie a que se diluyan las exigencias en cuanto al compromiso de verdad en los mensajes que circulan a través de las redes, facilitando con ello el surgimiento de nuevos modos para la fabricación de la mentira. Ello no es ajeno al hecho de que la comunicación y la producción ocurran en el marco definido por densas redes de poder —no solo por redes sociales, como es obvio—, sobre todo de un poder económico que extiende sus brazos al campo político, al ámbito social y a la esfera cultural, cuyo horizonte de actuación es el mercado global.

Si la verdad no interesa, sino que el objeto de deseo se sitúa en lograr la aquiescencia a quien esgrime un relato cuyo objetivo no es otro que lograr adhesiones emocionales y, con ellas, el reforzamiento de vínculos identitarios, la verdad de los mismos hechos pasa a ser irrelevante al verse desplazada por una interesada construcción sobre ellos, inventando al respecto lo que haga falta. Si el resultado encaja bien en los cauces de la espectacularización mediática de la política, aunque sea al precio de una alienación generalizada hasta el punto de que incluso «el mentiroso se engaña a sí mismo»,14 el éxito se considera logrado, por más que haya entrañado el desplazamiento de la inteligencia emocional de la que hablara Daniel Goleman a una emotividad irracional puesta al servicio de la ley del más fuerte.15

En esa dirección ha venido trabajando un programa neoliberal que ha movilizado todos los resortes tecnológicos a mano para dotar al poder de nuevas técnicas de manipulación, vía emociones. Es a tales técnicas de dominio de un poder aparentemente blando, pero fuerte en su pretensión de dominio, a las que Byung-Chul Han ha dado el nombre de «psicopolítica».16 Esta contribuye decisivamente a que la sociedad vea impasible cómo el capitalismo cínico, ni siquiera necesitado de sofisticadas coberturas ideológicas, contamina toda la vida social hasta hacer que la democracia misma se vea corroída por un cinismo político que la destruye, comenzando por su pretensión destructiva respecto a la misma razón crítica.17 Es importante reparar en cómo la apelación a las emociones se inscribe en una retórica que desplaza por completo el discurso argumentativo para servirse de relatos que en sus tramas narrativas encierran falacias que prescinden de toda contrastación con los hechos en la actividad conocida como storytelling o construcción del relato.18

La dinámica de la posverdad, desde el momento en que se basa en una falsedad intencionadamente producida contra los mismos hechos que desprecia, es la dinámica de la peor propaganda puesta al servicio de la más grosera manipulación política. Los medios tecnológicos disponibles para quehacer tan perverso, las pretensiones políticas que lo alientan y el contexto cultural en que todo ello se produce —el desprecio al valor de la verdad quiebra el sentido que pudiera fraguarse en la convivencia social, con lo que estamos ante una contraepistemología política que opera en el marco del nihilismo dominante en nuestra cultura— hacen que, en efecto no estemos ante una mera mentira sin más, ni siquiera ante el mero uso de la mentira al modo usual en po­lítica —algo que ya fue puesto de relieve por Maquiavelo en El príncipe—,19 sino ante una suerte de «ignorancia pública» generada ad hoc.20 No obstante, eso no quita que con el elemento cínico añadido como especificidad que en nuestro presente funciona a gran escala, se trate de un engaño expresamente pretendido desde el cinismo más capaz de sobreactuar, con el agravante de que es cinismo aceptado por aquellos a quienes se destinan los mensajes que vehiculan las fake news. Se trata de una consumada perversión de lo que pudiera entenderse como un «régimen de verdad».

Las características de los procesos sociales que podemos ubicar bajo el rótulo de posverdad explican, pues, que los fenómenos descritos en esos términos sean propios del mundo conformado por el entrecruzamiento de capitalismo neoliberal, política cínica y cultura con un fuerte componente nihilista, estando todo ello enhebrado por unas tecnologías de la información y la comunicación que en etapas históricas anteriores no existían. Ahora la mentira no queda en coyuntural o epidérmica, sino que se instala en la sociedad en maneras y medida que antes no se dieron. De ahí las condiciones que hacen posible la proliferación de «noticias falsas» en un modo nuevo, tanto en su fabricación como en sus consecuencias, por más que en retrospectiva pueda extenderse al pasado —incluso hasta el Imperio romano, haciendo una interpretación de posverdad en un sentido amplio que permite su extrapolación a otras épocas—21 un diagnóstico de procesos políticos que por analogía utilice categorías similares. Sin duda, lo que la situación actual presenta de novedoso a este respecto es lo que hace años dio pie a que se hablara de la «era de la posverdad».22

De hecho, en las primeras décadas del siglo XXI encontramos de sobra procesos y situaciones que tienen por causa esa sistemática fabricación de mentiras que nos sitúa bajo el dominio de la posverdad. Cabe destacar dos casos: el fenómeno Trumpen Estados Unidos y el proceso llamado «Brexit»en Reino Unido. El primero, claramente identificable bajo el régimen antidiscursivo y, de suyo, antipolítico de la posverdad, supuso que llegara a la presidencia de Estados Unidos alguien que encarnaba el más acentuado populismo de derechas, machista y racista al mismo tiempo, sirviéndose de una demagogia capaz de encandilar a millones de votantes. Y respecto al segundo no hace falta recordar que también se cuenta entre los efectos de la posverdad todo lo que su lógica, si se puede formular así, volcó sobre el Brexit, esto es, el recorrido hecho por los británicos antes, durante y después del referéndum sobre si Reino Unido había de salir de la Unión Europea.23 En lo referente a este proceso no hay que dejar atrás el papel de la demagogia xenófoba y de las narrativas ultranacionalistas a la hora de nutrir una irracional posverdad, elementos que igualmente también se han desatado con furor en otros países europeos —insoslayable recordar el papel de Orbán en Hungría, las derivas autoritarias homófobas y xenófobas del gobierno de Polonia, las declaraciones de Matteo Salvini especialmente contra la inmigración siendo ministro del Interior de Italia o el crecimiento electoral del partido de Marine Le Pen en Francia—, como asimismo encuentra caldo de cultivo en otros muchos países, como permite constatar el caso del presidente Jair Bolsonaro en Brasil.

Tenemos, pues, situaciones diversas en las que se comprueba que una política de nuevo cuño —antipolítica, por cuanto va cercenando a base de autoritarismo las condiciones para una política cabalmente entendida, dando paso a ese malformado engendro que llaman «democracias iliberales»— se configura, sirviéndose de la posverdad. Ello no deja de ser respuesta al fracaso neoliberal en promover que todo individuo revalorice su «capital humano» bajo la mitificación del emprendimiento; de tal guisa, se genera una política que, con su engaño programado, trata de sostenerse desde el apoyo prestado por quienes se han visto descabalgados de su estatus, marginados por las consecuencias del actual proceso de globalización, desubicados socialmente y sin las referencias políticas de antaño para orientarse, como se diagnostica con frecuencia respecto de sectores de la que era tradicional clase obrera industrial en el capitalismo fordista.24 Así, como reacción a las convulsiones del capitalismo, pero en dirección contraria a lo que exigiría su transformación, con la posverdad como aliada se construye «una política más allá del hombre —dice el semiólogo italiano Maurizio Lazzarato—, esto es, más allá de la explotación, del racismo, de la guerra, de la colonización, del poder del hombre sobre la mujer y todo el resto de seres (vivientes y no vivientes)».25 La posverdad involucrada en el Brexitfue heredera de aquel «capitalismo popular» que tan engañosamente promovió Margaret Thatcher.

Desde las referencias expuestas para el análisis crítico, no hay que subestimar, por tanto, los efectos que ha tenido en todo el decurso del Brexit la ausencia de una política de verdad, es decir, de verdadera política que no se desentendiera de la verdad en política. Obviamente, no es problema solo británico, pero el espejo de Reino Unido nos devuelve a todos la imagen de una política que, al prescindir de la verdad sobre la situación de los británicos en la Unión Europea, sobre los flujos económicos, financieros y fiscales de ida y vuelta a uno y otro lado del Canal de la Mancha, sobre la realidad de la inmigración sin mentiras interesadas, etc., se ha visto dando vueltas en un laberinto en el que la democracia británica ha visto deteriorada su imagen y hasta el mismo pragmatismo inglés ha brillado por su ausencia. Empezando por las dificultades para gestionar el resultado de un referéndum que no se afrontó con la seriedad requerida —tampoco por el laborismo, bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn—26 y terminando por las fracturas producidas en la sociedad británica, en sus partidos políticos, en el Parlamento y el Gobierno…, todo ha coadyuvado al deterioro de una situación cuya superación, más allá de la salida de Reino Unido de la Unión Europea, solo será tal si se reconectan de nuevo democracia y verdad.

Después de todo, volviendo al «efecto Trump», una vez consumado que quien llegó a la presidencia de Estados Unidos la perdió ahogado en la misma posverdad de la que se sirvió, no es descabellado pensar que lo que podemos llamar trumpismo es un fenómeno mundial en el que se reedita a la escala del mundo globalizado aquella patología comunicativa que el autor de 1984 diagnosticó como el «doble pensar» de la neolengua que, cuando se refiere a algo, quiere significar lo contrario —esclavitud, por ejemplo, cuando se habla de libertad o guerra cuando se dice paz.27

Si el escritor inglés vio hasta dónde llegaba la perversión de la comunicación bajo un poder totalitario que sacrificaba la verdad en aras de su dominio, el actual papanatismo hacia la posverdad vuelve a traer al centro del debate la relación entre verdad y poder en la medida en que inaugura un nuevo «régimen de verdad» contra la verdad misma. Las consecuencias pueden volver a ser desastrosas por cuanto la perversión del lenguaje trastocando intencionadamente el significado de las palabras puede dar lugar, como advierte el antropólogo y filósofo catalán Lluís Duch, a una «gramática de lo inhumano».28

Constatado todo ello, lo que representa Donald Trump en relación con la posverdad es paradigmático por cuanto llevó dicha dinámica al paroxismo, siendo un campeón, maléfico campeón, de una (i)lógica asentada en el mentir con aplomo, en entrar en fla­grante autocontradicción sin que importe para nada o en despreciar los hechos o las teorías que pudieran explicarlos fehacientemente —véase el empeño en desacreditar las explicaciones científicas en torno a la COVID-19, como denunció Noam Chomsky insistiendo en cómo desaparece el concepto de verdad cuando no se para de decir mentiras—.29 La consecuencia es el más insolente negacionismo.

La cosa viene de atrás, activando la producción de mentiras al servicio del máximo rendimiento político de tales prácticas, como se hizo al contar con el apoyo de grupos mediáticos como Fox News, del imperio levantado por Rupert Murdoch, quien lo puso a funcionar bajo el lema de que «tenemos que fabricar las noticias, no informar». Tenía, pues, antecedentes el populismo trumpiano, ya que a tal estilo de manipulación mediática respondía ya aquella declaración de Karl Rove, asesor del presidente George W. Bush, cuando al hilo de la segunda guerra del Golfo dijo aquello de que «somos un imperio y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad».30 Tal es la pretensión de un «contraconocimiento» que tanto puede pretender construir la «falsa verdad» sobre armas de destrucción masiva en el Irak de Sadam Hussein como afanarse en negar el Holocausto en inicuo empeño de destrucción de memoria: la mentira es el arma.31

La estela en la que se situó Trump con su histriónica política alentó una posverdad de la que se puede decir que puso de moda la ignorancia a la vez que impulsó un tecnocratismo autoritario por entero amenazante para la democracia.32 No cabe duda de que al servicio de tanto desmán cognitivo están los recursos que prestan la inteligencia artificial y el trabajo de algoritmos en torno a los big data de cara a proporcionar la información necesaria para manipular a la opinión pública suministrando lo que se decide que oiga a tenor de sus preferencias previamente tan conocidas como inducidas.33 Es ahí donde la «guerra telemática» en redes sociales tiene su privilegiado campo de batalla —la saben bien los bots rusos que apoyaron a Trump… hasta que este quedó anegado por el flujo de su propia posverdad, haciendo que la misma cadena Fox le dejara solo con su patética figura reivindicándose ganador de unas elecciones perdidas contra Joe Biden como candidato a la presidencia—. Lo tremendo del caso es que el Trump instalado en la posverdad contó para ello con el apoyo, desde Rusia, de Putin y sus tecnólogos moscovitas, los cuales compartían máximas con quienes en Estados Unidos movían hilos de la comunicación —como que «no existe la información objetiva», sostenida por el director de la agencia RT, máxima establecida como principio para extraer el corolario de que, en la historia, la única verdad es la necesidad de mentiras—.34