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La fe es la base y la raíz de la teología. Esta ciencia es exactamente el desarrollo de la fe, realizado con ayuda de la razón humana. Una fe "que busca entender" mejor los misterios revelados. Como en toda introducción, se estudian aquí —de modo asequible al lector medio— la naturaleza, las fuentes y el método de la ciencia teológica.
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Veröffentlichungsjahr: 2000
JOSÉ MORALES
INICIACIÓN A LA TEOLOGÍA
Séptima edición
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2000 byJosé Morales
© 2023 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Primera edición: diciembre 2000
Séptima edición: mayo 2023
Con aprobación eclesiástica del Arzobispado de Madrid, diciembre de 2000.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6429-3
ISBN (edición digital): 978-84-321-4137-9
ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-5716-5
Capítulo I. FE Y TEOLOGÍA
1. Salvación y revelación
2. La plena Revelación en Jesucristo
3. Revelación e Iglesia
4. Los dos sentidos del vocablo fe
5. Características del acto de fe
6. La fe, germen de la teología
Capítulo II. NATURALEZA DE LA TEOLOGÍA
1. Noción de teología
2. Dos vías para conocer a Dios
3. Fe, razón y lenguaje como presupuestos de la teología
4. Objeto de la teología
5. Límites de la teología
6. La teología como Sabiduría
Capítulo III. FUENTES, MÉTODO Y UNIDAD DE LA TEOLOGÍA
1. La Sagrada Escritura
2. Sagrada Escritura, Iglesia y Teología
3. La Tradición
4. Relación entre Tradición y Escritura
5. Los Padres de la Iglesia
6. La Sagrada Liturgia
7. El sentido cristiano de la fe (
Sensus fidelium
)
8. La Historia como fuente de la Teología
9. El método teológico: momento positivo y momento especulativo
10. El teólogo y la filosofía
11. Unidad de la teología
Capítulo IV. MAGISTERIO Y TEOLOGÍA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
1. La Iglesia como unidad indisoluble de culto, doctrina y gobierno pastoral
2. El oficio de Magisterio doctrinal
3. Quiénes ejercen el Magisterio en la Iglesia
4. Funciones que realiza el Magisterio en la vida de la Iglesia
5. Magisterio y desarrollo de la doctrina cristiana
6. Los documentos magisteriales y su valor de enseñanza y orientación
7. Calificaciones de las proposiciones doctrinales
8. Magisterio y Teología
Capítulo V. TEOLOGÍA, CULTURA Y VIDA
1. El papel de la teología en el desarrollo de las relaciones entre fe cristiana y cultura humana
2. Cultura y pluralismo teológico
3. Teología y Ciencia
4. Teología y vida
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Notas
La religión cristiana es una religión que se apoya en hechos o acontecimientos realizados por Dios a lo largo de la historia humana. Estos hechos son cinco: el hecho de la Creación del mundo y del hombre y la mujer; el hecho de la auto-Revelación de Dios en la historia del pueblo de Israel; el hecho de la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad; el hecho de su Resurrección de entre los muertos; y el hecho de la Iglesia. A estas cinco columnas del Cristianismo puede añadirse el hecho de la Eucaristía, que se encuentra en la línea de la Encarnación y extrae las últimas consecuencias de ésta en orden al desarrollo de la vida del cristiano. «Toda la revelación de la obra de la salvación tiene un carácter sorprendente, y la Eucaristía constituye la cumbre del misterio en el que, del modo más sencillo, el cumplimiento del designio divino ha superado con mucho toda posible esperanza»1.
Hablamos de hechos porque todos los acontecimientos que hemos mencionado guardan una relación con la historia de la humanidad. La Creación ocurre en el tiempo o da comienzo al tiempo; la Revelación tiene lugar en el curso mismo de la historia humana; el nacimiento de Jesús de Nazaret se registra en los anales del pueblo judío; la Resurrección de Jesús exige la luz pascual para ser conocida e interpretada, pero es un hecho que le ocurrió realmente a Jesús; la Iglesia realiza y aplica la santidad y la salvación de Jesucristo a través de los siglos, y hablamos por eso del tiempo de la Iglesia.
Estos hechos no son simples sucesos que dan lugar a noticias corrientes, sino que son acciones divinas que el ser humano no puede hacer y ni siquiera imaginar antes de que hayan sido realizadas. Es decir, son misterios cristianos que han de ser creídos y aceptados por la fe. Todos juntos forman lo que suele denominarse historia de la salvación.
La religión cristiana es y se comprende a sí misma como una religión revelada. Debe su existencia a una actuación libre de Dios. No ha nacido por tanto a partir de iniciativas terrenas planeadas y realizadas por gente más o menos sobresaliente. «Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre»2.
Resulta afortunado que la palabra revelación se use generalmente en la conversación corriente para referirse a situaciones nuevas y más o menos inesperadas, que provocan sorpresa y a veces un cambio en la vida. Aunque la Revelación de la que hablamos es un acontecimiento sobrenatural y único, no es necesario para aproximarse a él prescindir completamente de lo que queremos decir en la vida ordinaria cuando hablamos de revelación. Porque estas revelaciones de carácter profano no se producen por nuestra voluntad sino que sobrevienen a nuestra vida sin haberlas buscado, nos descubren nuevos aspectos de nosotros mismos o de los demás, y nos ayudan a comprender mejor el mundo.
La Revelación de Dios a los hombres no es una simple comunicación de noticias o conocimientos. Dios comunica su propio misterio con el propósito de dar un vuelco afortunado a la vida humana. Dice el Concilio Vaticano II (1962-1965): «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad… Por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía»3. En la Revelación, Dios demuestra ser el eterno amante de los hombres, a los que extiende su propia vida divina.
Dios nunca ha dejado de revelarse y de manifestarse a los hombres y mujeres del planeta desde los comienzos de la humanidad. Se revela en la naturaleza y en todo el mundo creado, que es un testimonio mudo pero muy expresivo de la existencia, el poder, la belleza y la sabiduría divinas. «Los cielos proclaman la obra de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmo 19, 2). Es lo que suele llamarse revelación natural, porque Dios se revela a través de sus criaturas, y porque esa presencia divina es captada por la razón natural. «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rom 1, 20). Puede decirse que la revelación natural se ordena a la sobrenatural y de algún modo la prepara.
Dios se revela también en la conciencia, donde habla a todo ser humano y le orienta para que distinga entre el bien y el mal y pueda actuar en consecuencia. Los sucesos ordinarios de la historia reflejan también de algún modo la voz de Dios, que puede ser reconocida e interpretada en lo que suele llamarse «signos de los tiempos».
Pero estas manifestaciones divinas, que pueden denominarse naturales, culminan en la Revelación de la que nos hablan y dan testimonio el Antiguo y Nuevo Testamentos, en los que Dios comunica inequívocamente y con plenitud su Palabra y su vida a beneficio de los hombres, para que todos ellos puedan oír pronto, en todas partes y sin dudas la voz divina.
Cuando los cristianos hablamos de Revelación destacamos en ella cinco aspectos principales:
a) Es ante todo automanifestación de la vida íntima, es decir, trinitaria, de Dios vivo, del Dios de los patriarcas y profetas, del Dios que es Padre de Jesucristo. Dios se revela a Sí mismo de manera soberana, libre y gratuita. Nada ni nadie le obliga a revelarse, y no caben conjuros o medios semejantes, para que Dios se manifieste a los hombres. Dios puede ser implorado, pero no conjurado u obligado a manifestarse. El misterio sobrecogedor nunca está a disposición de la voluntad o de la mente humana.
La Revelación es por lo tanto misteriosa porque descubre y vela al mismo tiempo los misterios divinos. Hace que el hombre conozca los misterios pero estos continúan siendo incomprensibles para él. Conocemos que Dios es Trino, pero no comprendemos cómo puede serlo. La finitud de la razón humana no puede captar la infinitud del Ser divino.
b) La Revelación recibe en el Nuevo Testamento el nombre de Palabra de Dios (cfr. Juan 1, 1-14), y en el Antiguo Testamento se alude directamente a esa denominación cuando se narran los oráculos de los profetas que previamente han escuchado la voz divina.
El sentido externo del hombre a través del que se recibe preferentemente la Revelación es en la Biblia el oído, más bien que la vista. La fe viene ex auditu (Rom 10, 17), es decir, mediante la escucha de la Palabra divina.
La Palabra de Dios viene al hombre sin que éste haya hecho nada para encontrarse con ella o para recibirla. No es buscada ni solicitada —como cuando se la pedía a los sacerdotes paganos que prestaban sus servicios en los oráculos— , sino que se impone de repente, se apodera del receptor y cambia su vida. La revelación en la palabra se apoya en diferentes experiencias que aparecen en los géneros literarios de la Biblia: en los dichos de los profetas de Israel, con su idea de que la Palabra de Dios está en las palabras de ellos; en los textos narrativos, que interpretan la acción y pasión del hombre como vida que manifiesta la actuación de Dios.
La Revelación, Palabra o locución de Dios, transmite nociones e ideas precisas, pues Dios es sumamente coherente y si habla es porque desea decir algo y busca hacerse entender por aquellos a quienes dirige su mensaje salvador. Este hecho no supone, sin embargo, que las palabras divinas sean siempre claras de inmediato. A veces pueden ser oscuras y poseer más de un sentido, de modo que necesiten interpretación.
La Palabra implica un ser personal infinito que habla a otro ser personal finito. Dios habla al hombre. La Palabra engendra por tanto una libre relación entre ambos, que adquiere la forma de pacto o Alianza. La idea de Alianza es fundamental en la Biblia. Indica entre otras cosas que Dios se compromete en la Revelación a ser Dios del pueblo elegido, a protegerle, santificarle, y hacer de Israel un pueblo mesiánico, porque debe anunciar al mundo el mensaje de salvación, y porque de él saldrá el Mesías, según la carne.
El pueblo de Israel se compromete a su vez a renunciar a la idolatría y a no dar culto a falsos dioses, a amar y servir al Dios vivo «con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas» (Dt 6, 5; Luc 10, 27), y a mantenerse como pueblo santo que sea luz de todas las naciones.
c) La Revelación es histórica. Es decir ocurre en el seno de la historia humana, aunque no coincide sin más con esa historia. La historia no tiene por sí misma carácter revelatorio. Pero Dios actúa en la historia, cuando lo desea, con el fin de manifestarse en sucesos que son vehículo de su Revelación. Por eso se dice en la Constitución Dei Verbum que Dios se revela no sólo con la Palabra, sino también con acciones, obras y gestos que tienen lugar en la historia humana. Este es el motivo de que la Biblia sea un libro histórico, aunque hay en ella mucho más que una historia común.
El Dios Altísimo y del todo superior al mundo se muestra en objetos, acontecimientos y personas de nuestro mundo, y se representa en ellos. La divinidad se manifiesta en lo que llamamos teofanías o acciones que indican el poder divino ejercido a favor del pueblo de Israel. Claros ejemplos son la aparición de Dios a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3), las plagas enviadas a Egipto para quebrantar la resistencia del Faraón (Ex 7-11), el paso del Mar Rojo por los hebreos (Ex 14), la entrega del Decálogo a Moisés en el Sinaí (Ex 19-20), la Nube que cubría el arca de la Alianza y guiaba a los israelitas por el desierto hacia la tierra prometida (Ex 40, 34-38), etc.
Por ser histórica, la Revelación se despliega gradualmente hasta culminar en la predicación y la obra de Jesús. «En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo, a quien instituyó heredero de todo» (Heb 1, 1-2). La Revelación se va completando, por tanto, a lo largo de la historia de Israel. El pueblo elegido y sus representantes tienen viva conciencia de que las nuevas revelaciones que se suceden derivan del mismo Dios Único, que comenzó manifestándose a Abraham (cfr. Gen 12). Siempre que Yahvé se revela a los sucesivos destinatarios de su palabra se identifica, por así decirlo, como el Dios activo desde antes en la historia de los hebreos: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3, 6).
La Revelación no debe entenderse nunca como un saber oculto que solamente poseen unos pocos privilegiados, ni como una ciencia misteriosa y arcana que divide a la humanidad en sabios e ignorantes, y mucho menos como una creencia que autorice el fanatismo y la incomprensión hacia el resto de los hombres por parte de aquellos que han recibido el mensaje divino. Los profetas son servidores de la Revelación y saben que, en último término, ésta se dirige al pueblo de Israel como cauce hacia todos los hombres. La Revelación es patrimonio de la humanidad entera a través de los creyentes, que tienen la grave responsabilidad de darla a conocer.
La religión revelada puede denominarse una religión profética, porque los profetas de Israel son los mediadores ordinarios de la Palabra divina hasta la llegada de Jesucristo, que es el Profeta por excelencia. Los profetas han sido elegidos por Dios para escuchar la Palabra, hacerla propia con una vida según el querer divino, y traducirla, por así decirlo, al lenguaje humano, para poderla comunicar a todos.
El profeta auténtico es en la Biblia un hombre que habla en nombre de Dios, se pronuncia con gran autoridad, mantiene una conducta coherente y se muestra capaz de desterrar la mentira y el error. Es un verdadero reformador religioso, que tiene que sufrir a causa del mensaje divino que predica. El profeta interpreta el presente a la luz de la Palabra, y anuncia las promesas divinas que tendrán lugar más tarde en la historia o en el más allá escatológico. La experiencia religiosa que implica la Revelación tiene lugar primero en los profetas, y a través del testimonio de estos se extiende a quienes lo aceptan no como palabra humana sino como venida de Dios.
La Revelación es siempre, por tanto, un acontecimiento sobrenatural externo al hombre. No es una simple autocomprensión del sujeto humano como pecador y luego como redimido. Afirmar esto supondría decir que la Revelación no viene de Dios sino del espíritu del hombre.
d) La Revelación es salvadora, es decir, apunta primariamente a rescatar al hombre del pecado y a comunicarle la vida nueva de la gracia. Todas las acciones divinas que liberan a los hebreos de sus enemigos temporales simbolizan además la intención profunda y última de la manifestación de Dios, que es vencer el mal moral, conceder una participación en la santidad divina, y hacer posible un destino eterno de gozo y amor.
La Palabra revelada no busca entonces aumentar la ciencia humana y los conocimientos profanos de la humanidad. Entrega a los hombres lo que no pueden conseguir por sus propias fuerzas: la conversión del corazón, el triunfo sobre el pecado, la adquisición de todas las virtudes, y la unión con Dios en esta vida y sobre todo en la futura.
e) La Revelación es finalmente un don divino inestimable, al que se refiere Jesús como algo precioso y único en algunas parábolas. «El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.
«También es semejante el Reino de los cielos a un mercader que busca perlas finas, y que al encontrar una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra» (Mt 13, 44-46).
Ninguna ciencia ni riqueza humanas son comparables a la Revelación y a lo que ésta supone para la vida del hombre. Dice San Pablo: «Lo que era para mí ganancia, lo he considerado una pérdida a causa de Cristo. Más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Fil 3, 7-8).
«Con su entera presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente con el envío del Espíritu de verdad, Jesucristo completa la revelación y confirma con el testimonio divino que Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna»4.
En el Cristianismo, el cauce fundamental de Revelación no es una doctrina, una escritura, un código de leyes o un culto litúrgico, sino una persona concreta, Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. Y el contenido más importante es la creación de una nueva comunión de vida con Dios, una comunión que produce santidad y triunfo sobre la muerte.
Jesucristo es la Segunda Persona de la Trinidad y es además un acontecimiento histórico. «Llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4, 4).
La Revelación de Dios en Jesucristo tiene carácter único y definitivo. En Jesús, Dios ha dicho todo lo que quería decir a los hombres, y no tiene más cosas que añadir. Este hecho incomparable ha movido a muchos a hablar del carácter absoluto del Cristianismo, no como invención última de la inteligencia y de los recursos religiosos humanos, sino como máxima expresión de la verdad y de la misericordia y amor divinos.
«La fe cristiana no puede aceptar “revelaciones” que pretendan superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes “revelaciones”»5.
La convicción sobre el carácter insuperable de la revelación de Dios en Jesús se recoge con gran frecuencia en el Nuevo Testamento. El Padre «se lo ha entregado todo a Jesús» (Heb 1, 2). Jesús es «la imagen de Dios invisible» (Col 1, 15). En Él quiso Dios «habitar con toda su plenitud» (Col 1, 19). Él es la Palabra encarnada, que estaba con Dios desde el principio, es decir, desde toda la eternidad (cfr. Juan 1, 1-18).
Estas afirmaciones significan además que Jesucristo es el Mediador insustituible entre Dios y los hombres. «Hay un solo Dios y un único mediador entre Dios y los hombres: un hombre, que es Jesucristo» (1 Tim 2, 5). Por su condición a la vez divina y humana, Jesús es el único ser capaz de reconciliar a los hombres y al mundo con Dios.
En Él se manifiesta plenamente el amor del Padre, y Jesús anticipa en su Resurrección gloriosa la salvación y el destino eternos de los elegidos. «Él es a un tiempo mediador y plenitud de toda la Revelación»6. Sabemos que la palabra no puede separarse de la persona que habla. Es diálogo e implica una manera de estar presente la persona misma. Como la palabra de Cristo es una palabra de testimonio, nos pone en presencia del mismo Cristo en cuanto testigo, y constituye por tanto de modo intrínseco una invitación a la fe.
La plenitud de la Revelación en Jesucristo se nos hace presente en la Iglesia y a través de ella. El conocimiento de Jesús, su mensaje salvador y sus obras son imposibles sin la Iglesia. La mediación de ésta no es una pantalla que oscurezca o limite el acceso a Jesús sino que es, por el contrario, la única vía posible para comunicar con Él.
La existencia de la Iglesia supone la Revelación, y la Revelación misma no nos llega sino a través de la Iglesia. La Iglesia no existe primero por sí misma, y recibe posteriormente, para su constitución, la revelación divina; sino que la revelación es absolutamente determinante para que exista la Iglesia. Ésta, no tiene otra razón de su existencia que el fundamento que Dios ha establecido en Jesucristo por medio de su revelación.
La Iglesia depende por tanto enteramente de la acción reveladora de Dios en la historia, pero al mismo tiempo es indispensable para que los hombres conozcan esa revelación. «La Revelación que Dios ha hecho de Sí mismo al hombre en Cristo Jesús está custodiada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y es constantemente comunicada mediante una traditio viva y activa, de una generación a otra»7.