La boda prometida - Grace Green - E-Book

La boda prometida E-Book

Grace Green

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Hacía cinco años que Logan Hunter había prometido buscar una esposa para él y una madre para su adorada hija, ¡y todavía no había empezado! Pero Sara Wynter lo había encontrado a él... El problema era que Sara no tenía ninguna de las cualidades que él había esperado encontrar en una segunda esposa. Era demasiado bonita, demasiado problemática, demasiado... Logan deseaba un matrimonio de conveniencia; no quería que le recordaran que tenía un corazón. Pero estando cerca de Sara, le resultaba imposible ignorar el hecho de que era un hombre apasionado... ¡y que muy a su pesar iba a convertirse en el novio más feliz que se hubiera visto jamás!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 207

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1997 Grace Green

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La boda prometida, n.º 1332 - junio 2022

Título original: The Wedding Promise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-723-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La mujer que estaba al timón, en la cabina del velero, era rubia. «Una rubia de ensueño», pensó Logan mientras la observaba a través del telescopio que tenía instalado en la ventana del salón, en su casa de la bahía. Tenía el rostro de un ángel y una figura impresionante, resaltada por aquel precioso vestido amarillo.

Pero, aunque Logan no tenía ninguna dificultad en apreciar su belleza, lo único que sentía en aquel momento era irritación.

Había ido a aquella isla con un propósito claro, y lo último que quería era una visita sorpresa. Y, evidentemente, aquel yate surcaba las olas del estrecho de Juan de Fuca directamente hacia su muelle privado.

Enfocó con el telescopio el nombre del yate: La amante de Zach. Maldiciendo entre dientes, volvió a alzar el instrumento… a tiempo de ver que un hombre se reunía con la rubia que estaba al timón.

Iba vestido de negro, tenía un físico poderoso y el aspecto avezado de un pirata. Sonriendo, deslizaba un brazo por los hombros de su amante que, según pudo reconocer Logan con disgusto, era lo suficientemente joven como para ser su…

Un timbre de alarma resonó entonces en su cerebro y frunció el ceño.

Haciendo girar el objetivo, enfocó tan de cerca el rostro de aquel hombre que incluso pudo distinguir las canas que salpicaban su cabello oscuro. Y no pudo evitar parpadear de asombro. ¡Era Zach Grant!

Ídolo de Hollywood, una especie de Valentino contemporáneo, impenitente mujeriego… Las aventuras amorosas de Zach Grant eran noticia constante en las revistas del corazón. ¿Cómo se llamaba aquella que Andrea hojeaba constantemente? Fuera la que fuera, en el número de la semana anterior había aparecido un artículo sobre Grant, y Andy se había encargado de enseñárselo.

—Mira, papá, ¡ahora está con Felicia Mosscov, la nueva modelo pelirroja!

Logan se había limitado a encogerse de hombros antes de recomendarle que tirase aquella porquería a la basura. Y ella no había seguido su consejo, por supuesto.

Era en ocasiones como aquélla cuando Logan tomaba conciencia de lo mucho que su hija necesitaba una madre.

Y muy pronto, pensó sombrío, tendría una.

De nuevo concentró su atención en el velero, y vio que ya casi había llegado al muelle.

Furioso, hizo a un lado el telescopio, atravesó el salón y el vestíbulo a grandes zancadas y salió por la puerta principal. «Malditos intrusos», exclamaba para sí mientras bajaba los escalones de la entrada y se dirigía a la playa de arena.

En el muelle había un letrero con letras de color azul eléctrico cuyo mensaje resultaba meridianamente claro: Propiedad privada. Prohibido pasar.

Aquellos idiotas ya tendrían que haberlo visto. Tendrían que haber corregido su rumbo para internarse en el estrecho. Pero no lo habían hecho; habían enfilado directamente hacia el embarcadero. Logan lo veía todo rojo.

—¡Alto ahí! —les gritó nada más llegar al muelle.

La pareja de recién llegados se volvió para mirarlo, asombrada.

Se levantó una brisa que hizo ondear la melena rubia de la joven. Cuando pudo verle los ojos, Logan descubrió que eran de un extraño color azul turquesa. Pero fue su expresión de vulnerabilidad lo que lo pilló desprevenido y despertó algo en su interior por primera vez en cinco largos años…

Recuerdos de Bethany, recuerdos que había creído poder enterrar definitivamente en su memoria, le atenazaron dolorosamente el corazón. Y como resultado, cuando volvió a hablar lo hizo con injustificada dureza y frialdad.

—No pueden atracar aquí —cerrrando los puños, miró a los dos intrusos—. Éste es un muelle privado.

 

 

Al verlo, Sara se quedó de piedra; por un instante, llegó a pensar que era Travis. Como su ex-marido, aquel desconocido era alto, moreno y de un atractivo impresionante. Pero cuando pudo recuperarse de la impresión, se dio cuenta de aquella semejanza era puramente superficial. Travis tenía el pelo y los ojos castaños, y la tez pálida; aquel desconocido, en cambio, tenía el cabello completamente negro, ojos verdes y rostro muy bronceado.

El verde de sus ojos era decididamente frío y hostil. Y cuando desvió la mirada de Zach hacia ella, pudo distinguir en ellos incluso un brillo de desprecio.

—¿Ésta es la isla Madronna? —inquirió Zach.

—Sí.

—¿La propiedad de Logan Hunter? —volvió a preguntarle, arqueando las cejas.

—En efecto —el desconocido hundió las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos, con un gesto de autoridad—. Yo soy Hunter, y ésta es mi propiedad, —La casa —Zach señaló con la cabeza un enorme edificio blanco que coronaba la colina—. Supongo que usted vive allí. Pero la cabaña…

Sara, por primera vez, se fijó en la casita de muros encalados medio escondida entre los árboles.

—¿Qué pasa con la cabaña?

—La he alquilado por dos semanas. Hasta mediados de julio —Zach sacó entonces del bolsillo de la camisa un documento doblado—. Aquí lo pone. De Hunter West Realty, de Vancouver.

—¡No! Esta casa no… no pueden…

—Sí —dijo Sara, recuperando por fin la voz—. Sí que podemos. Zach, amarra el yate.

—De acuerdo, cariño —Zach recogió la amarra y empezó a asegurar el velero.

Apoyando una mano en su hombro, Sara saltó al muelle. Casi podía sentir físicamente la mirada hostil del desconocido.

—Discúlpeme —le dijo levantando la barbilla mientras se acercaba hacia él con la intención de pasar de largo a su lado.

Pero Logan se interpuso en su camino.

—¿Le importa apartarse?

—Ha habido un lamentable —repuso él, imperturbable—. Esa cabaña no se alquila.

En aquel momento, Zach estaba descargando una nevera portátil, una caja de provisiones y una pesada bolsa de viaje. La estructura de madera del embarcadero tembló bajo su peso.

—Si se ha producido algún error —comentó con tono firme—, no es mío. De acuerdo, evidentemente usted no quería que esa cabaña se alquilase, pero alguien firmó el contrato en su despacho. ¿No es usted el propietario de Hunter West Realty? —y le tendió el contrato.

Después de un momento de tensión, Logan tomó el documento y lo examinó. Apretando los labios, no tardó en devolvérselo.

—Sé de alguna cabeza que va a caer —declaró—. Pero mientras tanto, enviaré un fax a mi despacho de Vancouver; les encontraremos algún otro lugar… y ya que el error ha sido nuestro, les conseguiremos un chalet de cinco estrellas, corriendo de nuestra parte la diferencia de precio…

—Ya estamos aquí —Zack volvió a guardarse el contrato en el bolsillo—… y aquí nos quedaremos. Así que tendrá que resignarse —se volvió para agarrar la nevera y la bolsa de viaje—. Sara, ¿puedes encargarte tú de llevar las provisiones?

Pero Logan seguía inmóvil, sin apartarse.

—Esta propiedad está en venta. Necesito disponer de acceso libre a la casa, para enseñársela a los posibles compradores.

—Por nosotros no hay problema —Zack ya había comenzado a caminar por el embarcadero, seguido de Sara, que podía escuchar la voz de Hunter justo a su espalda—. Sara, cariño, ¿tienes la llave?

La chica se puso a buscar la llave en un bolsillo de su vestido mientras atravesaban la playa. Cuando llegaron a la casa, ya la tenía preparada. Abrió rápidamente la puerta y entró, con Zach pisándole los talones.

—¡Esperen! —la voz de Hunter tenía un inequívoco tono de frustración—. Tenemos que hablar.

—Yo creo que ya está todo hablado —le dijo Zach por encima del hombro.

Después de cerrar de un portazo, entró con Sara en el destartalado salón; dejando la bolsa de viaje sobre la desgastada alfombra, se volvió para mirarla con expresión divertida.

—Ese tipo piensa que eres una de mis amantes —rió entre dientes—. ¿A ti te molesta?

—¡Claro que no! —exclamó ella con tono ligero y levemente burlón. Lo último que quería era que Zach descubriera lo mucho que se había alterado al ver a Logan Hunter—. Me importa un bledo lo que pueda pensar de mí. ¡Es el hombre más odioso que he conocido en mi vida!

Esbozó una mueca cínica. No, no era el más odioso. Era Travis quien ocupaba esa posición. Pero ciertamente era el segundo hombre más odioso que había conocido. Y, verdaderamente, había sido mala suerte que Zach hubiera escogido precisamente esa casa para que ella pasara allí sus cortas vacaciones. Su madre y él habían querido que se tomara un descanso, una vez que al fin había terminado con los trámites de su divorcio con Travis. Un tiempo a solas, un tiempo para dedicarlo exclusivamente a sí misma, le proporcionaría la tranquilidad de espíritu que necesitaba.

¿Tranquilidad de espíritu? ¿Con Logan Hunter enviándole hostiles vibraciones desde su casa en lo alto de la colina?

 

 

—Papá —Andrea Logan se detuvo en el umbral de la cocina—. ¡Hay alguien allí abajo, en nuestra playa!

Logan cortó con el cuchillo otra raja de tomate y se volvió para mirar a su hija.

—Ya. Yo… —de repente la miró incrédulo—. ¿Qué diablos te has hecho en el pelo?

—Me lo he cortado —respondió ella, encogiéndose de hombros.

Conocía bien a su hija, y sabía que aquel simple gesto de indiferencia quedaba desmentido por el brillo de las lágrimas en sus enormes ojos castaños. Lágrimas que contendría hasta que que él desapareciera de su vista. Le había dolido mucho su reacción. Andrea se volvió entonces hacia el fregadero, dándole la espalda.

Logan hizo a un lado el cuchillo, cerró los ojos y maldijo en silencio. «Lo has hecho otra vez, Hunter; has vuelto a abrir tu bocaza», se recriminó. Estaba descubriendo rápidamente que ser padre de una niña de trece años, huérfana de madre, no era nada fácil. Andy había sido una niña muy fácil de educar… hasta que llegó a la adolescencia. Entonces, había experimentado un súbito cambio; de ángel a…

—¡Es Zach Grant! —Andrea se volvió de repente hacia su padre, excitada; todo rastro de lágrimas había desaparecido de repente de sus ojos—. Papá, el hombre que está en la playa es…

—Zach Grant. Lo sé.

—¿Qué está haciendo aquí? ¿Lo has invitado a venir? ¿Por qué no me lo has dicho? No sabía que lo conocieras. ¿Cuándo ha llegado?

—Está aquí porque alguien de mi despacho ha metido la pata —musitó Logan, pensando que al menos Grant era bueno en una cosa… había conseguido que Andy se olvidara de su decepcionante reacción al descubrir su nuevo corte de pelo—. Yo no lo he invitado a venir… y tampoco lo conocía. Llegaron cuando tú estabas quemando el teléfono hablando con tu amiga Chrissie de Vancouver; y ha alquilado la cabaña por dos semanas…

—Y la señora que está con él…

Logan dio un respingo. ¡Señora! Aquello sí que tenía gracia.

—… debe de ser su última amante. ¡Guau! —exclamó Andrea—. Ya debe de haber roto con Felicia Mosscov. ¡Espera a que se lo cuente a Chrissie! —se acercó de nuevo a la ventana e incluso se encaramó sobre el fregadero, para conseguir una mejor visión—. Pero ésta… ¡ésta parece especial, papá! —se volvió hacia él, y el brillo que Logan vio en sus ojos lo llenó de una extraña inquietud—. Creo que saldré a dar un paseo —comentó mientras se dirigía hacia la puerta.

Pero Logan extendió un brazo y la agarró del faldón de la camisa.

—Señorita, usted no hará tal cosa. No quiero que hables con esa gente. Ese hombre carece de moral, y en cuanto a su comportamiento con las mujeres….

—No tengo intención de hablar con ellos —repuso Andy con tono muy suave—. No lo haré —esbozó una mueca—. ¿Piensas que querría que Zach Grant me viera con este pelo que llevo? —se estiró para besar a su padre en la mejilla—. De acuerdo, este corte ha sido un error, pero cuando vuelva a Vancouver me lo arreglaré. ¿Firmamos la paz?

Firmar la paz. Eso era lo que siempre decía Bethany cuando, en medio de sus cómicas discusiones, pretendía salirse con la suya. Andy lo sabía, siempre lo había sabido, y practicaba ese juego como una auténtica experta. Logan no tenía defensa alguna contra aquello. No podía defenderse de los recuerdos.

—De acuerdo —se las arregló para sonreír mientras le acariciaba la cabeza—. Pero vuelve dentro de media hora para que comamos. A propósito, ¿cómo está Chrissie?

—Bien —le contestó la chica por encima del hombro—. Pasará por aquí con sus padres algún día de la semana que viene… van a pasar un par de noches en su cabaña de Galiano y Crissie me ha invitado a acompañarlos. ¿Puedo ir? Le dije que sí, que sabía que no te opondrías.

Se marchó antes de que su padre pudiera decirle nada, y el «ya, no te preocupes» de Logan resonó en la soledad de la cocina.

 

 

—Zach.

—¿Mmm?

Sara levantó la mirada hacia él, con aire inseguro.

—Tengo la extraña sensación de que alguien nos está observando.

Zach la tomó de la mano mientras paseaban por la playa, a la sombra de unos árboles.

—Es verdad —repuso—. Nos están siguiendo.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

—Sólo es una adolescente. Descubrí a la chica entre esos árboles, hace sólo unos minutos. Probablemente esté pasando las vacaciones en una de estas propiedades. Creo que hay cuatro o cinco casas en la isla —ahogó un bostezo—. Volvamos ahora, cariño. Quiero acostarme temprano. Esta mañana me levanté a las cinco, y mañana tengo que estar arriba al amanecer.

—Como quieras. ¿Cómo es esa niña?

—Tiene aspecto de punki.

—¿Dónde dices que la has visto?

Zach miró a su alrededor, explorando la zona.

—Allí, pero ya se ha ido. No estarás nerviosa, ¿verdad?

—Dios mío, no. Ya me conoces. No me pongo nerviosa fácilmente.

—Es lo que yo pensaba. De otra manera te habría alquilado un apartamento de lujo donde estuvieras rodeada de una multitud de gente.

—Ya he probado el lujo y me he hartado, Zach —repuso Sara, sintiendo un escalofrío—. Y me gusta estar sola. La cabaña es perfecta, reúne unas mínimas condiciones básicas. De verdad, aprecio mucho lo que mamá y tú habéis hecho por mí. Desde que descubrí lo de Travis yo —se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que interrumpirse—… ya sabes, de alguna manera no he sido capaz de dar un solo paso a derechas.

—Los dos hemos estado muy preocupados por ti. Pero ahora que ese canalla ha salido de tu vida, puedes empezar a reconstruirla otra vez.

Llegaron ante la cabaña. Zach abrió la puerta y se apartó para dejar pasar a su hija.

Sin embargo, antes de entrar, Sara se volvió para echar un último vistazo a su alrededor y fue entonces cuando descubrió a la niña.

La adolescente los estaba espiando escondida detrás de un arbusto. Volvió a desaparecer en el mismo momento en que Sara la descubrió, tan escurridiza como una ninfa del bosque.

Una chica menuda, zanquilarga, pensó Sara, divertida. Y preciosa ¡de no haber sido por aquel corte de pelo tan desafortunado!

—Estás sonriendo —comentó Zach, observándola—. ¿Qué pasa?

—Oh, esa niña. La he visto, pero ya ha vuelto a esconderse.

—Probablemente ésta será la última vez que la veas —Zach le puso una mano en la espalda, empujándola suavemente para que entrara en la cabaña—. Una niña como ésa, ¿qué interés podría encontrar en una pareja de viejos anticuados como nosotros?

 

 

A la mañana siguiente, el sonido del motor de un barco despertó a Loan.

Gruñendo, sacó los brazos de debajo de las sábanas y miró el reloj de la mesilla. ¡Ni siquiera eran las seis! ¿Quién diablos estaría haciendo ese ruido antes incluso de que los pájaros se hubieran despertado?

Saltó de la cama, desnudo, y se acercó a la ventana desde donde se divisaban los estrechos.

Con los ojos todavía medio cerrados de sueño, aguzó la mirada. Y parpadeó asombrado al ver que el velero blanco ya no estaba amarrado al muelle sino que se se dirigía rápidamente hacia tierra firme.

Una profunda satisfacción siguió inmediatamente a su inicial momento de sorpresa… acompañada de una sensación casi maliciosa de placer. ¿Habría resultado la cabaña demasiado austera para los gustos sibaritas de Zach Grant? ¿O había sido la espectacular rubia quien habría encontrado intolerable aquel espartano ambiente? Fuera lo que fuera, se habían marchado.

Presa de una súbita inyección de energía, se puso un traje de baño. Iría en aquel preciso momento a la cabaña para recoger la basura, porque la gente como ellos siempre dejaban basura detrás suyo: botellas vacías, vasos sin lavar, ceniceros llenos de colillas y cosas aún peores.

Y luego, se daría un baño en la playa.

El agua estaría helada; pero eso le serviría para librarse del profundo asco que había sentido… al pensar que aquella casa había sido utilizada como un nido de amor.

 

 

Sara había pensado en un principio en volver a acostarse después de despedirse de su padre en el muelle, pero, cuando regresó a la cabaña, descubrió que el frío aire de la mañana la había despabilado del todo.

Así que en vez de eso se dirigió al pequeño dormitorio donde había dormido Zach y se dedicó a ordenarlo. Cuando terminó, decidió disfrutar de un largo y relajante baño y después prepararse otra taza de café.

«Maravilloso», pensó mientras se quitaba la bata. No tenía preocupaciones, ni tareas, ni planes de ninguna clase.

Y lo mejor de aquellas vacaciones tan particulares era que iba a pasarlas completamente sola.

En cuanto al hombre odioso que vivía en lo alto de la colina, simplemente lo ignoraría, fingiría que ni siquiera existía.

 

 

Logan introdujo la llave en la cerradura, giró el picaporte y abrió la puerta.

El interior de la cabaña se encontraba en silencio. Los únicos sonidos que podían oírse procedían del exterior. Dejó abierta la puerta y entró.

En el ambiente podía reconocer un ligero aroma de café, y pensó que habrían desayunado antes de marcharse. Nada más entrar en la cocina, esbozó una mueca de disgusto. Exactamente tal y como había esperado, la habían dejado hecha una pocilga. Ni siquiera había vaciado la cafetera; no habían limpiado la mesa, y mucho menos las tazas y los platos.

Tendría que empezar a limpiar por allí, pero primero decidió echar un vistazo al resto de la casa. Se asomó al pequeño dormitorio y al ver que las sábanas estaban recogidas supuso que la pareja habría dormido en la otra habitación, que era más grande y contaba con una cama de matrimonio. Otro vistazo le demostró que su suposición había sido correcta.

«Cerdos», pensó de inmediato.

Las sábanas estaban tiradas por el suelo, al igual que las mantas. Debían de haber pasado una noche salvaje.

Y si así habían dejado el dormitorio, no quería ni pensar en el estado del cuarto de baño…

Caminó decidido por el estrecho pasillo, aspiró profundamente, y abrió la puerta de par en par.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Sara se puso a chillar.

Ensimismada en sus fantasías y sumergida hasta la barbilla en su aromático baño de burbujas, había terminado por quedarse dormida. Cuando oyó que la puerta se abría, se sentó bruscamente, gritando y mirando fijamente y con horrorizada incredulidad la figura que acababa de aparecer en el umbral. Nunca se había considerado una cobarde, pero en aquellos momentos se sentía tan aterrada que su coraje natural parecía haberse encogido como una esponja.

Logan Hunter… ¡Y además, desnudo!

No, no estaba desnudo. Llevaba un traje de baño de color carne, casi del mismo tono bronceado de su piel, por lo cual su error inicial había resultado comprensible. Tragó saliva, nerviosa. Su cabello negro como el carbón estaba despeinado, apretaba fuertemente la mandíbula y mantenía la mirada fija, como si estuviera hipnotizado, en la parte de sus senos que asomaba sobre la espuma.

«Sexo», pensó Sara. Él quería sexo. ¡Había visto marcharse a Zach y no había perdido el tiempo en correr tras ella! ¡Aquel hombre era un maníaco sexual!

—¡Salga de aquí! —chilló a la vez que le lanzaba con fuerza el bote de champú que, errando el blanco, estalló en mil pedazos contra la pared opuesta—. ¡Salga! —volvió a gritarle—. ¡Sucio y asqueroso pervertido…! —y le lanzó una pesada pastilla de jabón aromatizado que, en esa ocasión, sí que lo alcanzó en plena cara.

—¡Ay! —retrocedió Logan, quejándose—. ¡Quieta!

Consternada, Sara se dio cuenta entonces de que las burbujas de espuma estaban empezando a desaparecer, y en vano se dedicó a agitar frenéticamente el agua. Las burbujas desaparecían por momentos, cada vez a mayor velocidad…

Con un gemido de desesperación, se hundió todo lo que pudo en el agua rezando para que los últimos restos de espuma puedieran esconder su cuerpo desnudo.

—¡Me ahogaré! —exclamó, cruzando los brazos sobre los senos—. ¡Le juro que me ahogaré, antes que entregarme a usted…!

—¿Entregarse a mí? —inquirió Logan, maldiciendo entre dientes—. Señora, usted no está en sus cabales. Vi alejarse el velero y simplemente quería revisar la casa creyendo que estaba vacía. Jamás pude imaginar que me encontraría con usted —se acercó al espejo para examinarse la ceja, donde había recibido el golpe de la pastilla de jabón—. Ha estado a punto de sacarme un ojo —la acusó—. Ha tenido suerte —se volvió hacia ella—. Si lo hubiera hecho, le habría dado unos buenos azotes en… —desvió la mirada de su rostro a su cuerpo, y arqueó una ceja con expresión cínica.

Sara sintió una oleada de calor recorriendo todo su cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. No sabía cuánta porción de su cuerpo desnudo resultaba visible en aquellos momentos… pero habría sido capaz de caminar descalza por encima de unas brasas antes de darle la satisfacción de ver cómo se ruborizaba.

—De acuerdo —alzó la barbilla con acitud muy digna—. Por favor, márchese ya. Acepto su explicación y sus disculpas.

—¿Disculpas? ¿Qué disculpas? Usted es la única que debería disculparse —se interrumpió al oír que alguien abría la puerta principal.

—¿Hola? —inquirió una voz chillona, nerviosa, de adolescente—. ¿Hay alguien ahí? ¿Todo está bien?

Sara vio que Logan levantaba los ojos al cielo, desesperado.

—¡Mi hija! —exclamó él, pasándose una mano por el pelo con la expresión de un animal que acabara de caer en un trampa—. Siempre se las arregla para aparecer en el peor momento y en las peores circunstancias.

—¡De tal padre, tal hija! —exclamó Sara, que ya había empezado a recuperar el ánimo.

—Supongo que tiene razón —repuso Logan, con un brillo de diversión en los ojos.

Tenía los ojos verdes; Sara lo había advertido la primera vez que lo vio. Hacía tan sólo unos momentos la expresión de aquellos ojos había sido fría y hostil, pero ahora, por primera vez, veía en ellos un destello de calor que la conmovía profundamente.

—Por el amor de Dios —exclamó Logan con voz ronca—, no le cuente nada de esto. Sería terrible —y sin esperar su respuesta, salió del cuarto de baño cerrando la puerta a su espalda.

Sara se quedó inmóvil, temblando, con el corazón estremecido. Si aquel encuentro era una muestra del tipo de vacaciones que tenía por delante, quizá habría sido mejor que Zach le hubiera alquilado aquel lujoso apartamento en un multitudinario complejo turístico…

—¿Qué ha pasado, papá?

Sara alcanzó a escuchar la voz de la niña al otro lado de la ventana abierta del cuarto de baño, cuando padre e hija salían de la casa.