La caída del Imperio Otomano y la creación de Medio Oriente - Carlos Martínez Assad - E-Book

La caída del Imperio Otomano y la creación de Medio Oriente E-Book

Carlos Martínez Assad

0,0

Beschreibung

Este libro da seguimiento a uno de los cambios más extraordinarios conocidos por el mundo moderno, cuando después de la Gran Guerra, en 1918, el Imperio Otomano culminó una era de grandes realizaciones. Una profunda transformación tuvo lugar para dar origen a nuevos países, por lo general en los territorios que había mantenido bajo su dominio durante cuatro siglos. Ahora parece imposible imaginar que en la extensión de ese imperio, albergaran su historia varias naciones y culturas, con diferentes religiones y distintas lenguas. Con la intervención de las potencias como el Imperio Británico, Francia y Estados Unidos, principalmente, se crearon; Siria, Líbano, Egipto, Jordania, Irak, Irán, Arabia Saudita, Armenia, Yemen, Turquía, más tarde Israel y Finalmente los Emiratos Árabes Unidos. Las autoras y autores participantes en este libro analizan en sus capítulos lo acontecido en esos diferentes espacios, sus formas de articulación al mundo que nacía, los movimientos políticos que dieron sentido a las organizaciones sociales presentes en la caída del Imperio Otomano y lo que vendría después. Los aportes en sus estudios resultan aporte sustanciales para entender un profundo proceso que forjó un nuevo orden en lo que fue llamado Medio Oriente

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 404

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Todos los derechos reservados. Cualquier reproducción hecha sin consentimiento del editor se considerará ilícita. El infractor se hará acreedor a las sanciones establecidas en las leyes sobre la materia.

Primera edición en papel: 2023

Edición ePub: septeimbre 2023

D.R. © 2023, Bonilla Distribución y Edición S. A. de C. V.

Hermenegildo Galeana #111, Barrio del Niño Jesús,

14080, Tlalpan, Ciudad de México

[email protected]

www.bonillaartigaseditores.com

ISBN: 978-607-8918-15-7 (Bonilla Artigas Editores) (impreso)

ISBN: 978-607-8918-16-4 (Bonilla Artigas Editores) (ePub)

ISBN: 978-607-8918-17-1 (Bonilla Artigas Editores) (pdf)

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

Diseño de portada: D.C.G. Jocelyn G. Medina

Diseño editorial: D.C.G. Saúl Marcos Castillejos

Elaboración de mapas: Mariana Romero

Realización ePub: javierelo

Hecho en México

Contenido

La Gran Guerra y la reconfiguración del Medio Oriente

Carlos Martínez Assad

Los Jóvenes Turcos en la última etapa del Imperio Otomano

Andrés Orgaz Martínez

La Revuelta Árabe del jerife Husein y el fin del dominio otomano en Arabia

Hernán G. H. Taboada

Del Tratado de Sèvres al de Lausana: la debacle de Armenia y Kurdistán

Carlos Antaramián

Otomanismo, arabismo y panarabismo en la creación del nuevo Medio Oriente

Felipe Amalio Cobos Alfaro

El fin del Imperio Otomano en el mundo judío: una diáspora global y la configuración del aggiornamento nacional

Judit Bokser Liwerant

La proclamación del Gran Líbano

Dr. Carlos Martínez Assad

Palestina en el contexto de la fragmentación del Imperio Otomano.Reformismo, colonización e intervencionismo en los siglos xix y xx

Juan David Etcheverry Tamayo

La caída del Imperio Otomano en el imaginario

Sara Sefchovich

El desmembramiento del Imperio Otomano y la creación de la Turquía moderna

Prof. Dr. Mehmet Necati Kutlu

Cronología

Sobre el coordinador

La Gran Guerra y la reconfiguración del Medio Oriente

Carlos Martínez Assad

Todo fue recomenzar

Para entender la situación actual de la región del Medio Oriente y los países que la conforman, hay que ubicarse en la Gran Guerra (1914-1918) y seguir los cambios que, al finalizar, incidieron en lo que es hoy es su singularidad, con sus grandes aportes civilizatorios y emplazamiento de fuertes conflictos, rivalidades varias, enfrentamientos tribales, étnicos y religiosos. A cien años de su final, los diferentes tratados desde el previo de los Acuerdos de Sykes-Picot (1916), en particular con la participación de Francia y Gran Bretaña, buscaron establecer un nuevo orden y, sin embargo, contribuyeron a la inestabilidad y a la violencia que se siguen manifestando.

El Medio Oriente además de albergar varias civilizaciones enmarcó el surgimiento de las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam, algo que tiene una fuerte incidencia en las sociedades actuales si se considera la vuelta a la religiosidad que ha exacerbado prácticas que se suponía habían quedado en el pasado. Llamada crisol de culturas, la región fue avasallada por el Imperio Otomano que conoció su esplendor sobre el dominio de esos pueblos más toda la costa del mar Adriático. Entre los siglos xvii y xviii desde su sede en la antigua Constantinopla dominó casi todo el norte de África, de Argelia a Egipto, gran parte de los Balcanes, y más al norte, Crimea, la Anatolia, Azerbaiyán y Armenia hasta el Golfo Pérsico. También incluyó lo que hoy son Siria, Líbano, Jordania, Palestina, Irak, los lugares santos de la Meca y Medina, hasta Yemen. Todo lo cual significó su dominio sobre el Mediterráneo en disputa con España, el mar del norte con Rusia y el mar Rojo.

No obstante, el territorio del Imperio cambiaría, y ya en 1881, había disminuido con los territorios afianzados por Rusia y hacia el final del siglo con la pérdida de Bosnia, Herzegovina y Montenegro que pasaron a formar parte del Imperio Austrohúngaro (1878-1908) y Egipto se convirtió en monarquía bajo los auspicios de la Gran Bretaña.

Al terminara la Gran Guerra, consecuencia de lo que aparentemente comenzó el 28 de junio de 1914 con el asesinato del archiduque Franz Ferdinand, heredero del Imperio Austrohúngaro por el joven serbio Gavrilo Princip, en Sarajevo, cambió el escenario en el que ocurrió. Hay que entender que la reacción a ese atentado fue la declaración de guerra de ese imperio aliándose con Alemania, bloque al que se unió el Imperio Otomano por la lógica de la conveniente alianza en contra de Rusia. Frente a los imperios centrales, Francia, Italia e Inglaterra conformaron la Triple Entente y Europa se convirtió en un inmenso campo de batalla.

Si bien la Gran Guerra terminaría dibujando un mapa diferente en Europa y Medio Oriente, cambió los campos políticos existentes en el plano mundial al establecer categóricamente lo que a partir de entonces se expresaría como Oriente y Occidente, tal como se fue conformando a través de varias negociaciones, conferencias y tratados porque no resultaba fácil de aplicar lo que se estaba conformando.

Desde un año antes, en 1916, las negociaciones secretas conducidas por sir Mark Sykes por los ingleses y de Georges Picot por los franceses, concedía a los rusos las provincias de Erzurum, Trabzon, Van y Bitlis y las regiones de Much y Siirt hasta el valle del Tigris. A los franceses el litoral y el resto de Siria y el norte de Iraq. A los británicos los puertos de Haifa, Acre, toda la Mesopotamia meridional desde Bagdad hasta el golfo Pérsico, una vasta región desde Palestina hasta Irán. Las negociaciones comenzaron cuando estaba lejos el fin de la guerra, por ello cuando terminó no todos los arreglos se respetaron.

A los italianos prometieron parte de Anatolia occidental con Esmirna, Konya, Atalya y Mesin. Así los aliados continuaron sus promesas: a los árabes la independencia bajo la tutela europea, a los judíos “un hogar nacional” en Palestina por medio de la declaración de Balfour del 2 de noviembre de 1917, a los griegos la creación de una Gran Grecia con Tracia y las provincias de Asia Menor. Palestina era ya un territorio que atraía la atención de la fuerte emigración judía desde una Europa que reaccionaba al antisemitismo, lo que influía en el movimiento sionista que tenía lugar y, por razones históricas y religiosas, contemplaba el establecimiento de un Hogar judío como refugio de los perseguidos.

Al mismo tiempo, el dominio inglés sobre Egipto –cuya independencia fue proclamada el 18 de noviembre– provocó inquietud entre los otomanos. Djemal Pacha fue nombrado gobernador de Siria al comienzo de la guerra, organizó un cuerpo expedicionario con el fin de expulsar a los británicos del territorio egipcio. Su ofensiva tendría lugar en enero de 1915. Cerca de 80 000 hombres atravesaron el desierto de Siria y alcanzaron victoriosos el canal de Suez, pero tuvieron que desandar el camino porque no lograron detener la insurrección árabe con la que contaban los turcos, finalmente inclinada al lado de los ingleses con la participación del teniente T. E. Lawrence, a quien llamaron de Arabia, pero cuya intervención terminó favoreciendo a los británicos. Los árabes constituían un abigarrado conjunto de tribus hablantes de una lengua con más diferencias de las que podrían pensarse. Su territorio iba sobre Alexandreta en el mar Mediterráneo hasta el río Tigris en Mesopotamia, continuaba por el golfo Pérsico hasta Mascate y Omán, pasando por el mar Rojo hasta Suez.

Al finalizar la Gran Guerra, el Tratado de Versalles fue firmado por las potencias el 28 de junio de 1919 lo que permitió el cese de las hostilidades y el diseño del Medio Oriente y del Norte de África. Después llegó el Tratado de Sèvres el 10 de agosto de 1920 con el que se reconoció el nuevo Estado de Armenia. Las inconformidades fueron tales que vino luego la Conferencia de Lausana, firmada el 24 de julio de 1923, que puso fin al Tratado de Sèvres. Así, la República de Turquía fue proclamada el 29 de octubre de 1923.

Nuevas definiciones

Antes que Eric Hobsbawn planteara la hipótesis de que el pequeño siglo xx nació en 1914 en Sarajevo, se decía que había comenzado en la batalla de Somme, por la crueldad alcanzada con sus miles de muertos: “El 1 de julio de 1916, en apenas unos minutos se desencadenó el mayor desastre de la historia británica. Allí murieron 20 000 personas en los primeros seis minutos, al final del día se contaban también 40 000 heridos”.1 El hecho es que Europa se hundía en una guerra no conocida hasta entonces.

Fueron cruentas las batallas que en mucho se explican por la lucha de trincheras y el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. La batalla del Somme se prolongó entre julio y noviembre, más de cinco meses de intensos intercambios. Fue la primera ocasión que se usaron tanques en una guerra. Y a la carnicería que tenía lugar en Europa, otro nombre se recordaría por la crueldad de lo que allí aconteció: Galípoli para los aliados, estrecho estratégico de Los Dardanelos para los otros, llave para doblegar al Imperio Otomano. Aunque los australianos perdieron a 50 000 soldados en el frente occidental, en la memoria quedó el número de los muertos en Galípoli.2

La batalla originó el prestigio que envolvería a futuro líder Mustafá Kemal. “La reputación de Atatürk3 como gran táctico militar se fraguó en las colinas y barrancos de Galípoli […] De ahí surgió el jefe militar que dirigió la guerra de la independencia tras la derrota de la I Guerra Mundial y que fundó la República de Turquía en 1923”.4 Doblegar la heroica resistencia turca en Dardanelos, significaría que la Entente pudiera tomar Estambul y obligar así al Imperio a firmar la paz. Galípoli permitió el lucimiento de Kemal, y aún se recrea la arenga con la que alentó a dos centenares de soldados otomanos que se retiraban ante el avance australiano: “No les pido que ataquen, les pido que mueran. Eso dará tiempo para que otros turcos ocupen nuestro lugar”.5 Fue un año atroz con 200 000 muertos y heridos de la Entente y 120 000 víctimas de los imperios centrales. Atacar Galípoli fue consecuencia del desacuerdo sobre las zonas de influencia de Francia. Los británicos planearon el desembarco y ocupación de Alexandreta, lo que los franceses consideraron una intromisión en su zona de influencia en Anatolia. De acuerdo con su contraparte inglés, Francois-George Picot, cónsul general en Beirut, insistió para que Francia mantuviera el control sobre Siria.

Desde 1915, el gobierno otomano ordenó el desplazamiento de todos los armenios instalados en la provincia del Este, como los rusos lo hicieron del otro lado de la frontera. Se trataba de evacuar las zonas de combate y poner al abrigo a la población civil, así como para proteger a las fuerzas armadas de una posible traición de los favorables a Rusia.6 El problema –como se sabe– se extendió, resultando los armenios los más afectados porque conocieron situaciones de pillaje, incendios, torturas, masacres, que desembocó en lo que se calificaría como el genocidio armenio, entre 1915 y 1923.

Más de 120 000 supervivientes encontraron asilo en los campos de concentración en Hama, Homs y Damasco. También 300 000 personas a favor de la ocupación rusa alcanzaron el Cáucaso. Imposible conocer el número exacto de las víctimas, que se han calculado entre 300 000 y un millón. Esgrimir la última cifra casi costó la cárcel al escritor turco y afamado Premio Nobel de Literatura, Orham Pamuk, quien junto a otros intelectuales desafiaron al actual régimen.

Todavía durante la guerra, el embajador de Estados Unidos, Henri Morgenthau, lo calificó como el “asesinato de una nación”,7 en respuesta, los turcos argumentaron que en la guerra también habían muerto tres millones de los suyos.8 El saldo final sumó 16 millones de pérdidas humanas de los diferentes bandos y 8 millones de caballos. Casi imposible imaginar en el siglo xxi el significado de la participación del noble animal, reivindicado por el filme Caballo de la guerra, de Steven Spielberg, en 2011.

En 1915, el ejército del Zar envió sobre el lago Van a batallones de voluntarios compuestos por armenios del Cáucaso y de Turquía, cientos de miles de musulmanes y de cristianos fueron exterminados en eventos atroces en ese año y entre 1916 y 1917. Los rusos fueron tomando progresivamente una buena parte de Anatolia oriental. Hubo muertos en Dardanelos, en Mesopotamia –donde los ingleses continuaron su avance inexorable–, en Sinaí, en las riberas del canal de Suez, en Siria y en Palestina y en la Península arábiga. Los otomanos se enfrentaban tanto a la Triple Entente como a Husein, el cherif de La Meca, quien en junio de 1916, convocó a los árabes a rebelarse en contra del dominio otomano.9 Ese fue el contexto de las hazañas del coronel T. E. Lawrence, cuya leyenda ha sido reforzada por el filme Lawrence de Arabia, de David Lean, en 1962.

Husein contó con el apoyo de los ingleses con quienes en enero de 1916 firmó un acuerdo de asistencia mutua. Londres se comprometió a reconocer la independencia de gran parte de los países árabes desde el norte de Siria hasta el golfo Pérsico al este y el Mediterráneo al oeste, con la excepción de una amplia franja costera del litoral sirio y la península Arábiga al sur.

Prometió a los árabes los consejos y apoyos necesarios para la instalación en diversos territorios de las formas de gobierno más apropiadas. Por supuesto, el cherif de La Meca aceptó batirse para liberar a las poblaciones árabes del yugo turco por una importante ayuda en dinero y armas.

Faisal, el hijo de Husein, pudo con el apoyo británico controlar la mayor parte de Hdjaz y cortar al ejército otomano de Yemen del resto del Imperio. En julio de 1917, la revuelta tomó Akaba saboteando las vías férreas que unían las ciudades sirias con Medina. Fue una doble ofensiva porque otros contingentes ingleses en Egipto avanzaron por el Sinaí hasta tomar los Lugares santos. Después de posesionarse de Gaza, Acre y Jaffa, las tropas inglesas dirigidas por el general Allenby conquistaron Jerusalem el 9 de diciembre.

Sin embargo, un nuevo factor se presentó cuando estalló la Revolución en Petrogrado en marzo de 1917 y Rusia no pudo más continuar las hostilidades, empeñándose en sus problemas internos. Sus tropas se desbandaron en el Nordeste. Por ese frente se dio un respiro a los turcos. El alivio fue mayor cuando los bolcheviques, más tarde, el 3 de marzo de 1918, prometieron “evacuar los territorios ocupados, restituir al imperio las provincias de Kars, Ardahan y Batum conquistados por el zar desde 1877 y desarmar a las bandas de armenios voluntarios”.10

El nacionalismo venía de los tiempos de la revolución de los Jóvenes Turcos, cuando Göpalk y los otros ideólogos del nuevo régimen se esforzaban en establecer las bases de la renovación social y cultural fundada sobre un regreso a los valores ancestrales: educación laica, cierta dosis de emancipación femenina, adopción de un espíritu científico, permeabilidad a las innovaciones técnicas del mundo moderno, alto grado de moralidad profesional, familiar y cívico, una religión despojada de supersticiones y abierta a las ideas del progreso.

De enorme trascendencia para el mundo moderno fue la ubicación de Estados Unidos a la cabeza del liderazgo de Occidente que se adhirió con la Triple Entente, desplazando a las potencias coloniales. Su compromiso se inició con el envío de un millón de soldados para apoyar a los europeos, llegado a las costas francesas entre 1917 y 1918. Sus 57 000 muertos se agregan a las listas de los muertos en el frente. De ellos 62 000 más murieron por la gripe española que algunos afirman los estadounidenses llevaron, habiéndose originado en el estado de Filadelfia. El ingreso de Estados Unidos en la guerra levantó la moral, que estaba por los suelos, de las tropas francesas, británicas y canadienses, sobre todo cuando la debilidad de la Triple Entente se profundizaba con la salida de Rusia de la contienda por el destronamiento del Zar por los bolcheviques.11

No obstante, el Imperio Otomano fue el más afectado si se recuerda que, durante los siglos xviii y xix había estado en la órbita europea, involucrado hasta las fronteras del Imperio austrohúngaro; entonces fue confinado a ese espacio del que todavía hoy, como Turquía, pretende salir para integrarse a la Unión Europea. Algo sumamente difícil en las condiciones actuales de polarización ideológico-político-religiosa del mundo. El desmembramiento del Imperio Otomano, que se inició décadas antes de la guerra, intervino en un proceso social de gran amplitud que impactaría a varios países y que ya dura más de cien años.

Las autoras y autores participantes en este libro analizan en sus capítulos lo acontecido en diferentes espacios, los movimientos que dieron sentido a las organizaciones sociales y políticas previas a la caída del Imperio Otomano, los cambios en sus formas de administración, las ideas positivistas y las que hacían referencia a la igualdad y otras de corte liberal, los movimientos políticos que influyeron en su caída, en particular el de losJóvenes Turcos y todo lo que vendría después.

Los aportes en sus capítulos resultan sustanciales para entender un profundo proceso que forjó un nuevo orden en la región del Medio Oriente como la conocemos ahora, con países nuevos que resultaron del desmembramiento del gran territorio que albergó el Imperio Otomano, dejando su herencia en la actual Turquía y en el conjunto de países entre los que destacan los agrupados bajo el amplio paraguas de árabes. No sobra decir que, debido a la complejidad del proceso que analizamos, la discusión continúa y por ello se ha respetado la diversidad de argumentos y de opiniones de las que se hace responsable el autor de cada uno de los capítulos.

Como historiadores y sociólogos con diferentes especialidades, decidimos compartir nuestros esfuerzos para ofrecer este amplio panorama que dio forma y sentido a una región presente en la política mundial, en las polémicas y hasta en guerras no sólo internas sino de alcance internacional, sin dejar de lado las discusiones culturales de nuestro tiempo.

Notas del capítulo 1

1 Juan Carlos Sanz, Los mitos de Galípoli, El país semanal, núm. 1952, 23 de febrero de 2014.

2Ibid.

3 Significa “padre de los turcos”, y fue adquirido hasta junio de 1934 con la aprobación de la ley de apellidos, que permitió tenerlo siguiendo la pauta occidental. Previamente y siguiendo la tradición árabe, el hijo adquiría como apellido el nombre del padre.

4 Juan Carlos Sanz, op. cit.

5Ibid.

6Histoire de l´Empire Ottoman, de Robert Mantran (ed.), París, Fayard, 1989, p. 323.

7Ibid., p. 624.

8Idem.

9Ibid., p. 625.

10Ibid., p. 627.

11 Carlos Martínez Assad, Los cuatro punto orientales. El regreso de los árabes a la historia, México, Océano/UNAM, 2013, p. 17.

Los Jóvenes Turcos en la última etapa del Imperio Otomano

Andrés Orgaz Martínez

El evento fundador de las fronteras actuales de Medio Oriente fue la caída en la década de 1920 del Estado que había unificado esa región durante siglos: el Imperio Otomano. Visto desde afuera, este Imperio viejo de seis siglos en 1914 no sobrevivió a su último desafío, la primera guerra total e industrial que causó la destrucción final de los grandes imperios europeos, sean el alemán, el austrohúngaro o el ruso. Ninguno de estos Estados, gobernados por antiguas dinastías, sobrevivió a la guerra. Los otomanos no son excepción a la regla, y tendría sentido entonces considerar a la Gran Guerra como la causa mayor de la destrucción del sultanato, que al caer dejó paso a los Estados modernos.

Esto sólo responde parcialmente a la pregunta de cómo surgió el Medio Oriente moderno. Si estudiar las consecuencias de la Gran Guerra es esencial para aportar una respuesta, debemos dedicarles un tiempo a eventos más antiguos que llevaban gestándose desde al menos dos siglos en el Imperio Otomano. Lejos de estancarse en un despotismo oriental arcaico, los sultanes y las instituciones imperiales se preocupaban de lo que ocurría fuera y dentro de sus fronteras y elaboraban década tras década proyectos y programas para ponerse al día de las potencias occidentales y no más a la zaga. Estas políticas modernizadoras tendrían consecuencias imprevistas para los sultanes, fomentando la aparición de nuevas corrientes políticas y nuevas fuentes de pensamiento venidas desde Europa, lo mismo que nuevas capas sociales ávidas de reformas y transformación. Entender el surgimiento de estas capas es necesario para entender quiénes fueron los últimos gobernantes del Imperio, ya que éstos no fueron realmente los sultanes, sino una organización política conocida como los Jóvenes Turcos.

Entender la naturaleza de este movimiento es entender los últimos años del Imperio, los problemas que enfrentaba, los cuestionamientos que estos problemas generaban, las políticas llevadas a cabo por el último gobierno otomano, y por ello las causas que explican la entrada en guerra y la caída final del sultanato. A través de los Jóvenes Turcos, la historia de los otomanos revela que además de los fenómenos externos que llevaron a la caída del Imperio, existían fenómenos internos que hicieron que a comienzos del siglo xx ciertas tendencias ideológicas y étnicas ya preparaban tanto la caída del Imperio como la naturaleza de los Estados que le seguirían y que reorganizarían Medio Oriente.

Estudiar a los Jóvenes Turcos es entender cómo una organización puede ser la última en intentar salvar al Imperio de la destrucción final, y a la vez ser una de las causas de esa destrucción porque la modernización misma a la que encarnaban rechazaba las realidades del Imperio.

Antecedentes: el Imperio entre la decadencia y las reformas

A lo largo del siglo xix, el Imperio Otomano, antaño gran potencia del mundo musulmán, se vuelve cada vez más incapaz de competir militar y económicamente con las grandes potencias europeas. Desde el siglo xviii, el Imperio perdió casi todas las guerras en las cuales participó, y sus fronteras se contrajeron constantemente, para beneficio de nuevos poderes como los imperios austrohúngaro y ruso. Éstos avanzaron en sus pretensiones de controlar la economía del Imperio Otomano, presentándose como los defensores de las comunidades cristianas del Imperio. El Imperio otorgó ventajas económicas y facilidades al comercio europeo, el cual para el siglo xix monopolizaba ciertas ramas del comercio otomano, fomentando el endeudamiento del sultanato a manos de comerciantes y banqueros, en especial ingleses. Este predominio de Europa trajo otras consecuencias, entre ellas el contacto cada vez mayor entre las comunidades del Imperio y las ideas políticas y económicas desarrolladas en Europa.

Si la Revolución Industrial puso al Imperio Otomano a la zaga del desarrollo europeo, la Revolución Francesa y sus consecuencias generaron reacciones encontradas sobre lo que un fenómeno de esa magnitud podía augurar para el mundo musulmán. Así entraron por primera vez el nacionalismo y la laicidad europea al Imperio, para pánico de los sultanes y para interés de las minorías cristianas y de cierta categoría de turcos interesados por la evolución de Europa occidental.1 El republicanismo francés, el parlamentarismo británico, el libre intercambio de mercancías, la centralización política, la educación del pueblo, la ley respetada y aplicada sin excepciones. Temas que interesaban a los otomanos preocupados por la decadencia del Imperio. Conforme las élites del Imperio estudiaban los sistemas de gobierno europeos, se les impuso la necesidad de reformas para recuperar su posición de poder o al menos detener la marcha de los Estados vecinos sobre las tierras del sultanato.

La era de la Tanzimat (reorganización) dio inicio en 1839, cuando el sultán Abdulmecid I dio un marco oficial a toda una serie de reformas encaminadas en poner al Imperio a la par de las potencias europeas.2 Entre las medidas deseadas destacaban las siguientes: protección del súbdito otomano, de sus derechos y de su propiedad; reorganización racional de los impuestos basada en la riqueza personal; reforma del ejército combinada con una reforma de la enseñanza para formar cuadros militares y estatales conocedores de los sistemas de gobierno más eficientes de Europa. El decreto aseguraba el derecho de todos a poseer propiedad privada. Por encima de todo, concluía con el reconocimiento de la igualdad de todos los súbditos musulmanes y no-musulmanes, y de su derecho a la vida, la propiedad, el honor y el respeto.

Estas medidas cuestionaban profundamente al sistema político, económico y social del Imperio, en especial el anuncio de una nueva igualdad entre todos los súbditos. La sociedad otomana estaba organizada en el sistema millet, es decir, las comunidades definidas por su religión. Musulmanes, cristianos, judíos, y todas sus variantes internas eran comunidades reconocidas por el sultán, con un grupo de dirigentes religiosos a la cabeza encargados de servir de enlace entre el sultanato y la comunidad. Nombrados por el sultán, estos dirigentes tenían autonomía para regular los asuntos de sus comunidades según una combinación de leyes religiosas propias y leyes otomanas, en tanto pagaran impuestos y garantizaran la lealtad de los súbditos.3 Por ello durante la era Tanzimat, ciertos pensadores inspirados en el desarrollo de las naciones europeas comenzaron a teorizar la creación de una identidad supracomunitaria: la nación otomana. Éste fue el surgimiento del otomanismo, el deseo de crear por medio de la igualdad ante la ley, una identidad no más étnica o religiosa, sino estatal, anclada en la lealtad al sultán. Así entró el nacionalismo europeo al Imperio Otomano.

Varias medidas siguieron al edicto de Abdulmecit. Para combatir la heterogeneidad del Imperio y favorecer el control central que permitiría a las reformas implantarse sin oposición, la división administrativa tradicional fue reemplazada por otra planeada para dar un mayor control al sultanato sobre los poderes locales. Nuevos textos de ley unificaron las prácticas legales y económicas. La esclavitud fue abolida oficialmente en 1849. El ejército modernizó su equipo y su conocimiento. El Estado fundó escuelas, universidades y academias de ciencias naturales y políticas para iniciar a sus funcionarios en los conocimientos más modernos. Este último punto tuvo consecuencias notables y por medio del estudio de ciencias europeas, cada vez más otomanos entraron en contacto con nuevas ideas políticas. En la década de 1850 se establecieron el primer telégrafo y el primer ferrocarril en la región. Los gremios que monopolizaban el comercio fueron reemplazados gradualmente por fábricas, generalmente propiedad de extranjeros. En 1864, el sultanato reorganizó el territorio en provincias y distritos administrados por consejos regionales en los cuales representantes de los diversos millet tuvieron que convivir.4 Entre 1865 y 1869, los tribunales estatales reemplazaron a los tribunales musulmanes. En 1869, el sultanato proclamó oficialmente la igualdad de todos los súbditos. Las reformas culminaron con la Constitución de 1876, la primera en la historia otomana. Además de confirmar la igualdad por medio de una identidad nacional otomana, el documento preveía el establecimiento de una monarquía parlamentaria.

La era Tanzimat fue un fracaso parcial por diversos motivos. El primero fue la incapacidad práctica para aplicar las medias más ambiciosas del programa. El Imperio Otomano no contaba con una burocracia eficiente, así que pretendió crearla sobre la marcha. Tampoco tenía una tradición de participación ciudadana o de movilización, lo cual mantuvo a la población en general alejada del movimiento reformador. El proyecto de la élite gobernante no fomentó más que parcialmente la educación de los súbditos en los nuevos valores. La famosa igualdad ante la ley no se aplicó efectivamente ya que la resistencia local e institucional era demasiado grande y los sultanes no encontraron la forma de doblegarla. La necesidad de centralizar la toma de decisiones implicaba reducir el poder de los poderes locales, los cuales no vieron con agrado el reforzamiento de la presencia del sultán. De ahí la hostilidad cada vez mayor entre el poder de Constantinopla y las provincias, en especial las más alejadas o que se habían beneficiado de mayores libertades.

Como consecuencia, los pocos formados en las nuevas escuelas se beneficiaron de la igualdad otomanista, pero el súbdito promedio sufrió más bien un recrudecimiento de la hostilidad comunitaria causada por reacciones violentas a las nuevas políticas, combatidas encarnizadamente por quienes las sufrieron. Los primeros opositores fueron los estamentos imperiales tradicionales y especialmente los religiosos. La desaparición del estatuto inferior de cristianos y judíos fue percibida como una afrenta a los musulmanes, quienes corrían el riesgo de encontrarse en inferioridad económica y política frente a minorías acusadas de buscar la protección de las potencias extranjeras. Los musulmanes conservadores clamaron por un Imperio panislamista en el cual la nueva identidad fuese el islam. En 1876, se volverían los principales opositores a la Constitución. Pero entre los millet que supuestamente se beneficiarían de la reorganización, nuevas tendencias se habían implantado que hicieron fracasar el intento de unidad otomanista. El sistema millet preservó por siglos las identidades comunitarias. Cuando las reformas imperiales intentaron centralizar el desarrollo económico, las medidas fueron combatidas por los líderes religiosos que perdían su papel de líderes de comunidad, y por la incipiente burguesía local que se negaba a ceder sus ventajas económicas a un poder central cada vez más invasivo. Cuando los lazos comerciales con Europa se combinaron con lazos intelectuales, entró el nacionalismo a los Balcanes. Fascinados por la situación económica y política europea, las élites cristianas del Imperio comenzaron a proponer la autonomía de sus territorios o inclusive la independencia. Este desarrollo de los nacionalismos de cada comunidad quedó circunscrito a las pequeñas élites educadas y los nuevos estudiantes, mientras las masas de cada millet permanecían en buena medida ajenas a este desarrollo y preservaban sus identidades religiosas y regionales propias. Pero esas minorías ganadas por la idea de liberación nacional se harían cada vez más ruidosas y terminarían por representar uno de los principales obstáculos para el Imperio. Entre más se multiplicaban los lazos intelectuales con Occidente, estas minorías nacionalistas se iban alejando del Imperio y aceptaban cada vez más la necesidad de crear Estados-Nación propios, donde la identidad exaltada por el poder fuese la identidad comunitaria dada por la religión o el idioma, o ambos. Así, mientras el otomanismo trataba de unificar a los millet en nombre del nacionalismo otomano, los nacionalismos de cada etnia lo rechazaban en nombre de ese mismo nacionalismo.

Estas rebeliones nacionalistas condenaron al proyecto otomanista y exacerbaron la hostilidad entre comunidades hasta degenerar en masacres. Mientras la Constitución de 1876 proclamaba la igualdad fraternal de todos los otomanos, el nacionalismo ganaba tanto a las minorías como a los mismos turcos. Entre la independencia de Grecia a comienzos del siglo xix y la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, el Imperio perdió casi todo su territorio en los Balcanes conforme movimientos nacionalistas de comunidades cristianas buscaban el apoyo de protectores occidentales para crear sus propios Estados. Las potencias europeas, en especial Austria y Rusia, apoyaban a los independentistas y se presentaban como sus defensores para justificar sus injerencias en la política otomana. El avance de los austrohúngaros sobre los Balcanes y de los rusos en el Mar Negro daba a las reformas otomanas un dejo de desesperación. Medidas como la igualdad ante la ley y la participación política fueron constantemente superadas en prioridad por la modernización del ejército, la colecta de impuestos y la represión de frondas locales, en un intento por resistir la disgregación.

El proyecto de reorganización otomana permitió, a pesar de todo, el surgimiento de una nueva capa de pensadores y profesionales. Formados en escuelas militares, en la escuela francesa de Galatasaray o en escuelas confesionales fundadas por europeos, los turcos y las minorías entraron en contacto con nuevos tipos de ciencias y con nuevos proyectos políticos, entre otros, el liberalismo francés, la monarquía parlamentaria inglesa, los sistemas constitucionales, el nacionalismo moderno, la laicidad, el positivismo comtiano y su rama spenceriana. Una nueva capa de intelectuales surgió gradualmente y compitió con los dirigentes religiosos por el control de las instituciones. Esta burocratización del gobierno, deseada por los sultanes reformadores, anunciaba ya la futura obsolescencia de la dinastía otomana, la cual contaría cada vez menos a lo largo del siglo conforme las instituciones se emancipaban del control monárquico.

Por otro lado, los eventos internacionales conspiraron con las debilidades internas del Imperio para condenar la Constitución y a sus promesas. En 1877, los otomanos entraron en una guerra catastrófica con Rusia. En alianza con movimientos nacionalistas búlgaros y serbios, las tropas zaristas cruzaron los Balcanes y acamparon frente a Constantinopla. Sólo la presión de Francia e Inglaterra, temerosos que el zar saliera demasiado empoderado de la guerra, impidió a los ejércitos rusos tomar la capital. En los tratados de paz, los otomanos tuvieron que reconocer la independencia de Bulgaria, Rumania, Serbia y Montenegro, y el control del Cáucaso por Rusia, y Gran Bretaña se quedó con Chipre. Además, las limpiezas étnicas que llevaron a cabo los nuevos Estados precipitaron la expulsión de miles de musulmanes de los Balcanes, que huyeron al Imperio, acrecentando la proporción de musulmanes frente a cristianos y fomentando aún más la hostilidad entre comunidades.5

En 1878, en respuesta a la derrota, el sultán Abdul Hamid II, apoyándose en los estamentos conservadores del Imperio, suspendió indefinidamente la Constitución y el Parlamento, reforzó relaciones militares con el Imperio alemán y reprimió violetamente a los movimientos autonomistas de las minorías que quedaban dentro de sus fronteras, en muchos casos sin diferenciar entre militantes nacionalistas y las comunidades cristianas en sí, dando lugar a masacres que indignaron a Europa, sin que por ello lograran fomentar un cambio en las políticas del sultanato. Entre 1878 y 1908, el Imperio volverá a la autocracia personal de un sultán dinámico y conservador que por un lado reprimió y exilió a los movimientos políticos nuevos, y por otro continuó la modernización de la infraestructura y las instituciones en un intento por resistir la disgregación. Las escuelas, aunque vigiladas, siguieron creando nuevas capas profesionales que por más que el sultanato tratara de impedirlo, se empaparon de conocimientos modernos y en muchos casos permanecieron leales a la Constitución.

Prueba del camino recorrido desde 1839, los defensores de la Constitución comenzaron a organizarse en el Imperio y en el extranjero. Los más famosos serían recordados como Jóvenes Turcos.

Los Jóvenes Turcos y el último sobresalto del Imperio

El término Joven Turco surgió en la prensa otomana y extranjera para referirse a los defensores de la Constitución de 1876 y opositores de Abdul Hamid. Se trataba de una agrupación heterogénea de militares, funcionarios y pensadores formados en Europa o en escuelas de Estado con programas occidentales. Entre ellos convivían diversos proyectos de reforma e inclusive organizaciones militantes de minorías dispuestas a reformar el sistema otomano, generalmente con la esperanza de convertirlo en una federación que otorgara autonomías a las comunidades. Como defensores de la Constitución, compartían un deseo de reformas institucionales, económicas y políticas. Eran la prueba de los efectos que tuvo la modernización del Imperio, y de sus límites, ya que fueron un puro producto de la reforma educativa de los sultanes y a la vez quienes se alzaron en contra de la autocracia en nombre de la Constitución.

Medio siglo de educación occidental y de estudios en el extranjero formaron a una nueva generación de pensadores que vivió desde el exilio la transición del pensamiento liberal europeo, del idealismo democrático y patriótico, a la fría ciencia étnica y positivista para la cual importaban menos los derechos de los individuos que el orden y la unidad nacional para asegurar la evolución gradual de la sociedad hacia el progreso.6 El positivismo de Auguste Comte y las nuevas ciencias orgánicas se volvieron centrales en su visión del mundo. El concepto de evolución orgánica de Charles Darwin, los estudios de Gustave Le Bon7 sobre la irracionalidad de las masas y la necesidad de una élite ilustrada para dirigirla, el positivismo orgánico, síntesis de Herbert Spencer sobre la necesidad de paz como elemento básico del desarrollo humano, estas nuevas teorías utilizan los aportes más modernos de las ciencias para justificar la centralización del poder y la visión de la sociedad como un organismo dirigido por la élite. En esta concepción materialista, racional y laica de la sociedad, la lucha por la salvación de la nación y la necesidad de reformas políticas, económicas y sociales era interpretada como la forma humana de la lucha por la vida.8 Por ello, el nacionalismo turco terminó imponiéndose entre los Jóvenes Turcos, cada vez más defensores de una nación turca o cuando menos de un Imperio Otomano con predominio turco. Esta búsqueda empecinada de una identidad “auténtica” y única para el Estado futuro se inspiró en los trabajos arqueológicos y etnográficos que redescubrieron la identidad turca de Asia Central, anterior a la conversión al islam.9 Los científicos europeos ofrecían así a los nacionalistas un origen muy anterior a los imperios musulmanes y por tanto una identidad históricamente laica. Para algunos, esta identidad era racial, lo que implicaba tener que explicar por qué los europeos se equivocaban al colocar a las razas asiáticas en el estrato más bajo de la humanidad.10

El impulso colonizador europeo, aceptado y regulado por las grandes potencias desde el reparto de África de 1885,11 hacía temer a los otomanos la disgregación del Imperio. El apoyo de Europa a los griegos y de Rusia a los independentistas eslavos, sin contar las capitulaciones que habían entregado el comercio a potencias extranjeras, parecían confirmar que la integridad territorial estaba amenazada por dentro y por fuera. De ahí el agresivo antiimperialismo que en muchos casos tomó precedencia sobre otras reformas. La aplastante victoria de Japón sobre el gigante ruso en 1905 fue muy bien recibida por los Jóvenes Turcos quienes la tomaron como una confirmación de sus anhelos nacionalistas y modernizadores.12 Un país que había aceptado el modelo económico e industrial europeo sin por ello olvidar sus raíces culturales había derrotado a una raza supuestamente superior. Esto desmentía la inferioridad racial de los asiáticos y demostraba que, en la lucha por la vida, podían alzarse a la par de los europeos por medio del progreso y de la solidaridad nacional.

En 1889, fue fundado el Comité Unión y Progreso (cup), una organización revolucionaria, relacionada con los Jóvenes Turcos, cuyo propósito era la restauración de la Constitución. Una sociedad secreta y conspirativa que reclutaba entre estudiantes de medicina y entre los jóvenes oficiales del ejército deseosos de retomar las reformas detenidas por el sultán para modernizar al Imperio y salvarlo de la destrucción. El cup entró en contacto con organizaciones subversivas revolucionarias o nacionalistas como los independentistas macedonios, los socialistas de la Federación Revolucionaria Armenia y diversos movimientos partidarios del fin de la autocracia, la restauración de la Constitución y la creación de un Imperio federal. Todos juntos lanzaron en 1908 un golpe de Estado que desde la provincia de Macedonia marchó sobre Constantinopla, tomó el poder, redujo al sultán a un papel menor y restableció la Constitución de 1876.

Así dio inicio la vida política moderna otomana ya que el sultán fue apartado de la toma de decisiones y el poder quedó en manos del cup. Tras una etapa de alegría y fraternización entre las comunidades, convencidas que las reformas tan anheladas pronto seguirían, elecciones llevaron al poder a un nuevo parlamento donde Jóvenes Turcos y sus aliados asumieron el poder. Por desgracia para quienes habían esperado reformas políticas y sociales, el golpe fue la señal para nuevas formas de inestabilidad provocadas por la contradicción interna del gobierno: tras clamar por reformas masivas demandadas por la Constitución, el cup heredó un Imperio bajo control económico extranjero y plagado de movimientos secesionistas. Los albaneses, armenios, macedonios, griegos y árabes que habían esperado una autonomía regional dentro de un sistema federal se enfrentaron a las tendencias centralizadoras y nacionalistas de los turcos que formaban el grueso del movimiento. Rápidamente rompieron con ellos y acrecentaron su anhelo de independencia. La inestabilidad causada por el golpe permitió al Imperio Austro-húngaro anexar la provincia de Bosnia Herzegovina, prueba de que las potencias extranjeras seguirían sacando provecho de la inestabilidad. El nuevo gobierno otomano tenía ahora cinco adversarios en los Balcanes: Serbia, Grecia, Montenegro, Rumania y Bulgaria, cada uno con proyectos de expansión a costa de los otomanos. Enfrentados a la inestabilidad crónica, el cup se enfocó en salvar la integridad territorial, olvidando buena parte de las reformas democráticas esgrimidas por los Jóvenes Turcos. Por fin, en 1909 los conservadores musulmanes del ejército intentaron un golpe para revocar la Constitución y establecer la ley coránica. El golpe fue un fracaso gracias a la alianza entre el cup y las minorías, pero aumentó la inestabilidad.

La ideología nacionalista, elitista y centralizadora del cup, su rechazo a la autonomía de las minorías, su práctica de la clandestinidad y el golpe de Estado no los incitaba a la democracia. El desorden causado por el golpe de 1908, el contragolpe de 1909, el nacionalismo de los demás grupos étnicos y la presión de las potencias extrajeras confirmó a sus ojos que la única forma de salvar al Imperio era centralizar el poder. Para todo efecto práctico, entre 1908 y 1913 el Imperio fue gobernado por dos autoridades: el Parlamento y el cup, verdadero gobierno paralelo que buscó asegurarse el control del Imperio a punta de elecciones locales amañadas, censura de la prensa y represión general de la oposición, aún de Jóvenes Turcos que defendían la primacía del Parlamento.

A partir de ese momento, la inestabilidad causada por las ambiciones territoriales de las naciones balcánicas y de las potencias europeas por controlar esos nuevos Estados va a hacer caer crisis tras crisis sobre el Imperio, acrecentando la inestabilidad interna y radicalizando tanto a los Jóvenes Turcos como a las organizaciones de las minorías. El nacionalismo a ultranza turco se enfrentaba cada vez más violentamente a sus antiguos aliados, secesionistas o enemigos de la centralización. En 1911, Albania se rebeló, Italia declaró la guerra y se anexó Libia. No había terminado esa guerra, cuando en 1912 Grecia, Serbia, Rumania, Bulgaria y Montenegro provocaron la Primera Guerra Balcánica, prácticamente echando a los turcos de Europa. 200 000 musulmanes de los Balcanes fueron expulsados, sin contar los muertos. La pérdida de casi todo el territorio otomano en Europa puso fuera de las fronteras a la mayoría de las poblaciones cristianas y fomentó la unidad étnica del Imperio. Traumados por esta derrota, a la cual seguirá la Segunda Guerra Balcánica en 1913, durante la cual los triunfadores de la primera se hicieron la guerra por el botín, los unionistas van a reaccionar olvidando las últimas apariencias de democracia y volviendo a su fe en el golpe para salvar al Imperio.

En 1913, apoyándose en los regimientos de los Balcanes, furiosos por el mal manejo de la guerra, el cup dio un golpe de Estado interno y se apoderó del Parlamento. Asesinaron al ministro de guerra y formaron un triunvirato bajo el mando de Talat Pachá, ministro del interior, Enver Pachá, ministro de defensa, y Djemal Pachá, ministro de marina. Bajo el gobierno de los “tres pashás”, el Imperio se convirtió en una dictadura de partido único, con una política dictatorial, centralizada y nacionalista turca, para la cual el miedo de una destrucción final del Estado y de los turcos en tanto nación sólo podría evitarse por medio de la destrucción de las minorías, para hacer del Imperio un Estado étnicamente turco. Esto sólo acrecentó la violencia hacia los movimientos secesionistas y hacia las comunidades no-turcas en general. Esta política y el deseo de borrar la derrota de 1912, convencieron al triunvirato de entrar en la Primera Guerra Mundial en 1914, en el bando de los Imperios Centrales, Alemania y Austria-Hungría, con la esperanza de que la victoria les permitiera recuperar las provincias balcánicas y detener la disgregación del Estado. Esta apuesta le sería fatal al Imperio.

Observaciones finales

No hay duda que la guerra mundial fue el último clavo en el ataúd del Imperio Otomano. El Imperio estaba particularmente poco preparado para hacer frente a una guerra industrial. A pesar de ciertas victorias en varios frentes, los otomanos se debilitaron sin remedio a lo largo de la guerra, lo mismo que todos los beligerantes, pero lo mismo que otros imperios multiétnicos y de economías débiles como Austria-Hungría y Rusia, sus debilidades y contradicciones internas no resistieron al peso que representó el conflicto.

Si bien la caída del Imperio debe mucho a la Primera Guerra Mundial, las razones por las cuales ésta le fue fatal, las razones por las cuales entró en la guerra, y los resultados que ésta tuvo para Medio Oriente son incomprensibles si no se toma en cuenta la evolución política e ideológica que a lo largo del siglo xix llevó a los Jóvenes Turcos al poder y a presidir sobre el fin del Imperio. Los problemas que arrastraban en tiempos de paz sólo se exacerbaron durante la guerra. A pesar de reacciones de patriotismo otomano por parte de los que aun creían en un Imperio multiétnico, los nacionalismos y la hostilidad hacia la dictadura del cup generaron rechazo hacia una guerra impopular en la cual muchos no estaban dispuestos a morir por un nacionalismo turco que no les ofrecía la libertad de preservar su identidad. El cup dedicó buena parte de sus esfuerzos durante la guerra a reprimir a estos movimientos, algunos de los cuales pasaron a alianzas con Rusia (como los independentistas armenios) o Francia y Gran Bretaña (como los nacionalistas árabes) y nunca olvidaron un proyecto igual de importante que la victoria: convertir al Imperio en un Estado turco. Esta ideología aprendida en Europa, combinada con la sensación de pánico frente a las catástrofes que se cernían sobre el Imperio, ayudan a entender por qué el cup aprovechó la guerra para llevar a cabo la limpieza étnica de Anatolia, donde las comunidades armenia, griega y asiria fueron prácticamente borradas del mapa, tanto por venganza por la violencias sufridas por los musulmanes de los Balcanes en años anteriores, como por convicción ideológica de que la guerra demostraba que estaban luchando por la sobrevivencia de la nación turca.

En 1918, derrotados, los altos jerarcas del cup huyeron de Constantinopla, y lo que quedaba del Parlamento, junto con el debilitado sultán, tuvieron que pedir la paz y aceptar los términos de la Entente. Italia y Grecia se dividieron los despojos de Anatolia; los vencedores hicieron planes para crear un Estado armenio y uno kurdo; y Francia y Gran Bretaña se dividieron los territorios árabes, dando nacimiento a las fronteras actuales de Medio Oriente. Visto así, los Jóvenes Turcos fracasaron. Podemos inclusive decir que su intento por salvar al Imperio sólo aceleró su caída. Al abrazar el nacionalismo europeo y la fe en una sola identidad encarnada en un gobierno autoritario, sólo lograron enemistarse con las minorías, las cuales se voltearon hacia sus propios nacionalismos, basados todos en la misma lógica e igualmente intolerantes frente a los Estados multiétnicos. El pensamiento político moderno, que las élites del Imperio esperaban ayudaría a modernizarlo y salvarlo, resultó ser al final uno de los factores que volvieron imposible su sobrevivencia.

Pero, por otro lado, un legado de la trayectoria intelectual de los Jóvenes Turcos perduró y a su manera influyó profundamente en la conformación del nuevo Medio Oriente. En 1919, un oficial del ejército otomano, discípulo intelectual de los Jóvenes Turcos,13 Mustafá Kemal, se rebeló frente a los tratados de paz y llevó a cabo una guerra, no más para salvar a un Imperio reducido a una sombra de sí mismo, sino para preservar un Estado étnicamente turco en Anatolia. Tras cuatro años de guerra que vieron su propio lote de violencias étnicas entre turcos, griegos y armenios, Kemal se alzó con la victoria, destruyó las esperanzas de un Estado armenio en Anatolia, y obligó a las potencias europeas a reconocer la existencia de un Estado turco. Una vez abolido el sultanato en 1922 y proclamada la República de Turquía en 1923, poniendo fin oficial al Imperio Otomano, Kemal, primer presidente de la República, llevaría a cabo las reformas modernizadoras y laicas que los Jóvenes Turcos habían anhelado.

Surgió la Turquía moderna, un Estado republicano, laico, admirador de las instituciones y ciencias occidentales, y donde el nacionalismo a ultranza teorizado por primera vez por los Jóvenes Turcos no perdió su lugar central en la ideología kemalista, como lo demuestra el conflicto alrededor de la integración de los kurdos dentro de la nación, un conflicto que marcó todo el siglo xx y que no ha terminado.

Vista la cuestión desde un punto de vista ideológico y no más territorial, los Jóvenes Turcos contribuyeron a la caída del Imperio y facilitaron la aparición de un nuevo tipo de Estado que ahora caracteriza a Medio Oriente: el Estado-Nación, teorizado por su generación, y heredado a las generaciones que reconstruirían Medio Oriente tras la Gran Guerra.

Notas del capítulo 2

1 Bilici Faruk, “La Révolution Française dans l’historiographie turque (1789-1927)”, Annales Historiques de la Révolution Française, núm. 286, 1991, p. 542.

2 Trencsényi Balázs y Kopecek Michal (ed.), Discourses of collective identity in central and southern Europe (1770-1945), vol. I, Central European University Press, Budapest-Nueva York, 2007, pp. 332-339.

3 Ágoston Gábor y Bruce Masters (eds.), Encyclopedia of the Ottoman Empire, Facts on Live, Nueva York, 2009, p. 383.

4 Akçam Taner, Un acte Honteux. Le génocide arménien et la question de la responsabilité turque, Éditions Denoël, París, 2008, p. 41.

5 Bozarslan Hamit, Histoire de la Turquie. De l’Empire à nos jours, Tallandier, París, 2013.

6 Un fenómeno que también vivieron los liberales mexicanos en las mismas fechas, facilitando el tránsito del liberalismo juarista a la dictadura de Porfirio Díaz, legitimada por los nuevos liberales positivistas reunidos a su alrededor. Ver: Hale Charles A., La transformación del liberalismo en México a fines de siglo XIX, Vuelta, México, 1991, p. 20.

7 Hanioglu Sükrü, Preparation for a Revolution, the Young Turks. 1902-1908, Oxford University Press, Nueva York, 2001, p. 292.

8Ibid., p. 289.

9 Demirag Yelda, “Pan-Ideologies in the Ottoman Empire against the West: from Pan-Ottomanism to Pan-Turkism”, en The Turkish Yearbook of International Relations, vol. XXXVI, 2005, pp. 150.

10 Hanioglu Sükrü, Preparation for a Revolution, the Young Turks. 1902-1908, Oxford University press, Nueva York, 2001, p. 297.

11 Girault René, Diplomatie européenne: nations et impérialismes, 1871-1914, Payot, París, 2004, pp. 168-169.

12 Hanioglu Sükrü, Preparation for a Revolution, the Young Turks. 1902-1908, Oxford University Press, Nueva York, 2001, p. 302.

13 Zürcher Erik J., Young Turks legacy and nation building. From the Ottoman Empire to Atatürk’s Turkey, Londres-Nueva York, I. B. Tauris, 2010.