Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Cada uno de nosotros puede, a través de este libro, aprender a utilizar su propia naturaleza para ennoblecerla, con lo cual descubrirá poco a poco en él, una instancia psíquica superior: su individualidad. De una manera distinta a numerosos pensadores esotéricos que estiman que su papel es el de llevar a sus discípulos hacia un puro refinamiento intelectual de las doctrinas religiosas y filosóficas, el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov orienta su Enseñanza en una dirección más amplia y más esencial: su principal preocupación es de orden pedagógico; quiere presentar un saber accesible a todos e inmediatamente utilizable tanto en la vida práctica como en la vida espiritual. La selección de conferencias presentadas en este volumen hace del mismo, ante todo, un libro de pedagogía general: cada cual se sorprenderá de ver su comportamiento reflejado, como en un espejo, de una manera gráfica, a la vez maravillosa y fantástica. Enseguida sabrá situarse y encontrar los métodos para librarse de sus flaquezas y de sus limitaciones. Aquello que cada uno de nosotros siente en sí mismo como defecto y fuente de extravío, su "personalidad", se convertirá para él en una ayuda preciosa, ya que en lugar de querer combatir a su propia naturaleza, lo que es una tentativa condenada al fracaso de antemano, aprenderá a utilizarla para ennoblecerse; y así descubrirá poco a poco en él una instancia psíquica superior, su "individualidad", que sabe dominar, equilibrar, situarse por encima de todas las oposiciones y servirse de ellas para crear una armonía interior y unos lazos fraternos verdaderos.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 374
Veröffentlichungsjahr: 2024
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Omraam Mikhaël Aïvanhov
LA CLAVE ESENCIALpara resolver los problemas de la existencia
Título original: LA CLÉ ESSENTIELLE
pour résoudre les problèmes de l’existence
Traducción del francés
ISBN 978-84-10379-16-9
©Copyrightreservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). -www.prosveta.es
PRÓLOGO
“Cambiar la situación”… “cambiar el orden de las cosas”… “cambiar el mundo”… “cambiar la vida”… En todos los ámbitos sólo se habla de cambios, se quiere el cambio. Pero en realidad nada cambia, ¡o muy poco! Y lo que cambia no es necesariamente un progreso. ¿Por qué?
Como ser consciente, el ser humano está orientado hacia el mundo exterior que piensa, no sin razón, poder transformar. Pero estas transformaciones deseadas, ¿no son el reflejo de su mundo interior? Ahora bien, volverse consciente de su mundo interior como de un espacio tan vasto y complejo como el mundo exterior, es un largo y difícil aprendizaje que necesita la luz de la Ciencia iniciática.
Desde luego, el psicoanálisis ha abierto una gran ventana sobre la existencia burbujeante de ese mundo interior, insistiendo sobre la intrusión de los impulsos inconscientes en la vida consciente. Pero poco acostumbrada a tener cuidado, la mayoría de la gente se queda generalmente sorprendida, asombrada por sus sueños, por sus súbitas emociones, por sus imprevisibles variaciones de humor, por sus ideas fijas que iluminan y cristalizan de manera efímera la trama de su vida psíquica. A menudo también desarrollan un sentimiento de impotencia y de irresponsabilidad con respecto a lo que sube de lo más recóndito de ellos mismos, de su inconsciente bajo la forma de energías incontrolables o de imágenes obsesivas.
Así, la aportación del psicoanálisis, es el haber buscado describir la irrupción del inconsciente en la conciencia y a explicar porqué el sujeto se las ingenia para rechazar manifestaciones con respecto a las que siente un sentimiento de vergüenza y de desposeimiento de sí mismo. Y, ¿cuáles son estas manifestaciones? Narcisismo infantil que quiere acaparar la atención y el amor de los demás, orgullo desmesurado que pretende negar a Dios o rivalizar con Él, crueldad exterminadora que imagina poder hacer desaparecer toda existencia no sometida a sus propias leyes. Bajo la presión de la educación y de las exigencias sociales, la conciencia instaura, nos dicen los psicoanalistas, todo un sistema de defensas que censura y rechaza estos brotes instintivos, impulsos primarios de nuestro egocentrismo, y reacciona sobre todo con mayor fuerza en tanto que rehúsa reconocerse en estas manifestaciones, además de que el entorno social los juzga indeseables y reprensibles.
Pero lo que la psicoanálisis omite describir,1son otras manifestaciones de nuestro inconsciente, esas manifestaciones benéficas, luminosas que dejamos expresar o que también rechazamos, desgraciadamente, según las circunstancias. Impulsos generosos, arrebatos irresistibles de esperanza que nos empujan a querer ayudar a los demás, aspiraciones a la armonía, alegría sutil nacida del contacto con el mundo del alma y del espíritu, emanación de la luz creadora, intuición de la unidad indestructible de los seres, sentimiento de inmortalidad, de eternidad… vienen por momentos a rozar la conciencia. Pero a pesar de la necesidad de reconocerse en este ensanchamiento súbito de su campo de percepciones y de sentimientos, la conciencia no puede retenerlos.
Simple espejo del cielo y del infierno, nuestra conciencia es impotente por sí misma para crear o modelar tanto uno como el otro. Se trata pues de dos naturalezas en nosotros, y es nuestra manera de vivir cotidiana, explica Omraam Mikhaël Aïvanhov, la que nos pone en contacto con una o con la otra, y que provoca estas experiencias subjetivas de luz, de generosidad, de belleza, de equilibrio, o las de desorden, de violencia, de terror y de crueldad.
La manifestación de la dualidad del inconsciente, nos lleva a distinguir en el hombre una naturaleza inferior y una naturaleza superior; y esa distinción tiene una importancia capital para la psicología, la pedagogía y la comprensión de los problemas sociales. Los términos “inferior” y “superior” indican claramente el lugar que debemos dar a cada una de estas dos naturalezas. La adquisición de la verticalidad, colocando la cabeza encima de su vientre y de su sexo, ha sido para el ser humano una conquista psicológica; pero le queda ahora por conquistar su verticalidad espiritual. Se trata pues de identificar y después controlar las manifestaciones de sus impulsos egocéntricos que le empujan a la búsqueda de satisfacciones groseras, dañinas paraél mismo y para su entorno, y de dar una salida a sus aspiracionesluminosas y vastas que abren su inteligencia y su corazón, le hacen descubrir el bien común como el trasfondo sobre el cual sus acciones deben inscribirse.
Estas dos naturalezas, inferior y superior, el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov, las llama también “personalidad” e “individualidad”. La personalidad, egocéntrica y exigente hasta la crueldad, versátil, por lo tanto poco fiable, modifica lenguaje y conducta según el nivel de sus intereses, y utiliza a los seres y a las cosas para su única satisfacción. La palabra en latín “persona” sobre la que está formada “personalidad”, designa en la Roma antigua la máscara de teatro que es interpretación, multiplicidad, mentira. La individualidad,2al contrario, reenvía al carácter indivisible del ser humano, a su esencia pura y simple, aquello sin lo cual no puede existir: su espíritu.
Personalidad e individualidad tienen la misma estructura trinitaria, es decir que se subdividen en tres categorías de manifestaciones correspondiendo a la estructura del ser humano: pensamiento (intelecto), sentimiento (corazón), acción (voluntad). En la gama inferior, el intelecto es la sede de los pensamientos tortuosos, malvados, las opiniones erróneas; el corazón es la sede de los sentimientos de posesión, de odio, de venganza; y la voluntad, que realiza los proyectos del intelecto y del corazón, se declara culpable de las acciones violentas y destructivas. En la gama superior, el intelecto superior (la razón) es la sede del pensamiento justo que descubre las grandes leyes de la existencia, ilumina el camino para el bien de todos. El corazón superior (el alma) es la sede de los sentimientos de amor, de abnegación, de sacrificio hacia las otras criaturas, y también de adoración y alabanzas hacia el Creador. Finalmente, la voluntad superior (el espíritu) inspira actos liberadores y creativos. Al arrancar al ser humano de los trabas de la personalidad, el espíritu se vivifica y reanima en él el sentimiento de pertenencia común a la Divinidad.
Esta circulación ininterrumpida entre su naturaleza inferior y su naturaleza superior, da al ser humano la plena posesión de sus facultades, es sólo entonces cuando puede decirse que se ha operado en él el único cambio verdadero. “En nuestro yo terrenal, dice Omraam Mikhaël Aïvanhov, somos una trinidad que piensa, que siente, que actúa, pero esta trinidad sólo es, aún, un reflejo muy inferior de la otra trinidad, la Trinidad celeste que espera que nosotros podamos alcanzarla, porque ella forma también parte de nosotros… Todas las experiencias, felices o desgraciadas, que hacemos en nuestra vida, tienen como sola y única finalidad este reencuentro de nuestro yo humano y de nuestro Yo divino. En el momento en que estas dos partes, inferior y superior, consiguen fusionarse, es el Cielo y la tierra que se unen en nosotros para crear la abundancia y la alegría. El símbolo de esta metamorfosis es el sol: con su intelecto liberado de prejuicios, el hombre se ilumina: con su corazón purificado da calor; y con su voluntad liberada, vivifica y crea.”
El sol, centro de nuestro sistema planetario, está en el origen de toda vida sobre la tierra; desde hace millones de años, gracias a las transformaciones que realiza sin cesar en la escala de los vivos, les empuja hacia una organización de una complejidad y de una riqueza siempre crecientes. Al igual que el sol, nuestra individualidad fertiliza nuestra tierra, la personalidad, y esta fusión del sol y de la tierra en nosotros se vuelve prodigiosamente creadora.
El tema de este vínculo personalidad-individualidad, es pues inagotable. Obstinándose en buscar el saber, el amor, la paz, eléxito en las limitaciones, los desórdenes y las contraindicacionesde la personalidad, los humanos sólo viven con la mitad de ellos mismos. Evidentemente, a causa precisamente de este vínculo que existe entre lo de arriba y lo de abajo, recogen algunas influencias benéficas. ¡Pero cuantas decepciones todavía mientras no se esfuercen por izarse hasta la cima de su ser, para capturar las corrientes celestiales con las que impregnarán después toda su conducta.
Y si ahora ponemos la llave personalidad-individualidad en la cerradura de la puerta que abre el mundo político, ¡cuántos descubrimientos! Cada participante tiene el discurso de la individualidad: el bien de todos, la felicidad compartida, el trabajo liberador, el pacifismo, los derechos del hombre, los derechos de la infancia, la liberación de los pueblos oprimidos, la ayuda a los más desfavorecidos… Pero la realidad es que, a menudo, cada uno cultiva un comportamiento inspirado por la personalidad: actuamos primero en nuestro propio interés, hacemos el juego a grupos de presión más poderosos y más ricos, engañamos a los ambiciosos persuadiéndoles de nuestro apoyo y nuestra ayuda, engatusamos a los subalternos para realizar los trabajos más bajos, nos armamos a ultranza y ¡atacamos!...
Este desfase entre el discurso y el comportamiento es la estratagema ideológica por excelencia de la política, que mantiene cada ciudadano en su impotencia, su incapacidad a todo verdadero cambio.
“El hombre es un lobo para el hombre” – según la palabra de Hobbes, ¡retomada después con tanta constancia y éxito! Y,¿por qué? Porque la mayoría de las veces, sus pensamientos, sussentimientos y sus actos le son inspirados por su naturaleza inferior. Todos los conflictos tienen por origen las pasiones exacerbadas de personalidades egocéntricas. Así se puede entrever la importancia que podría tener, en cada país, una educación de los ciudadanos hacia la universalidad. Todo hombre de Estado, todo dirigente político – pero también cualquier individuo con cualquier tipo de responsabilidad – no puede medir bien la necesidad de ampliar su campo de conciencia a escala de la humanidad entera, a fin de que sus decisiones tengan igualmente en cuenta el interés de los demás. Así, todas sus tendencias profundas, armoniosas, purificadas, dominadas por el poder de su naturaleza superior, aportarán la cohesión y la paz a aquellos que están a su cargo y a los que debe servir. Dirigente o no, todo ser humano debe, en su esfera íntima, emprender este trabajo, y nadie puede hacerlo en su lugar puesto que su mundo interior le pertenece sólo a él, y es ahí, en primer lugar, en donde debe conquistar el poder supremo.
Esta idea de que debemos izarnos hasta la cima de nuestro ser, la naturaleza superior, para preservar la integridad de los individuos y de la colectividad, ilustra también particularmente el campo pedagógico.
Algunos antropólogos afirman que la cohesión de las sociedades primitivas y tradicionales, residía en los ritos iniciáticos del tránsito que permitía que el niño entrara en la comunidad de los adultos; pero estas tradiciones se han perdido en nuestras avanzadas sociedades industriales. Así, la conversión de los adolescentes en adultos, se produce siempre con crisis agudas, con rebeldía, con actos de agresión más o menos violentos contra la sociedad y algunas veces contra ellos mismos.
No se trata, evidentemente, de introducir tales tradiciones en nuestras sociedades con el pretexto de darles una estructura. Estos ritos de tránsito, verdaderas ceremonias mágicas que subsisten aún en algunos países africanos, por ejemplo, son acompañadas de pruebas muy duras (separación de la familia, exposición a peligros, escarificaciones) y son completamente ajenas a nuestras mentalidades. Nuestros contemporáneos necesitan interiorizar la razón de ser de las cosas. Pero lo esencial debe subsistir: el sentido iniciático del tránsito. Ahora bien, el tránsito de la infancia a la edad adulta, sólo es el tránsito de la personalidad a la individualidad. Si el narcisismo del niño es evidente, puesto que es el punto de partida de su desarrollo, convertirse en adulto necesita la superación de este egocentrismo.
La necesidad de superarse, de sobrepasarse, propia de la adolescencia,3nunca es comprendida por el adulto quién se debate aún en las contradicciones de su naturaleza inferior. No habiendo superado él mismo el estadio infantil, sólo puede dejar que el adolescente viva este periodo como un tránsito vacío transcurrido, en el mejor de los casos, con sueños irrealizables, pero en donde se acumula, a menudo, un profundo resentimiento hacia la rechazada sociedad a la que deberá finalmente adaptarse, para bien o para mal, puesto que nada mejor le ha sido propuesto.
Este tránsito al vacío, se acompaña también de un sentimiento más o menos agudo de la muerte. Ahora bien, es una ley de la vida interior: debemos morir para vivir, debemos morir en la personalidad que limita, aprisiona, para vivir en la individualidad que libera. Este es el sentido profundo de la Iniciación. Pero, ¿cómo podrá ayudar el adulto al adolescente si él mismo no ha empezado esta metamorfosis interior que es el único factor de cambio, de progreso, de perfeccionamiento? No hay para los humanos libertad posible en el exterior si no se liberan primero de lo que les sojuzga interiormente. No habrá paz y comprensión mutua si no se apaciguan primero ellos mismos, y este apaciguamiento empieza por la toma de conciencia de los múltiples desórdenes que no cesan de mantener en ellos mismos.
Es por ello que sólo la comprensión de nuestras dos naturalezas, personalidad e individualidad, puede llevar a la humanidad a los verdaderos cambios. Orienta su capital hacia el saber, las técnicas, bienes y servicios, hacia una solución de los problemas a escala planetaria centrada sobre las necesidades de todos y no de algunos, inspira un amor que sobrepasa el egocentrismo de las familias y de los Estados, y que capta en cada ser la chispa inmortal de la Divinidad. Es inútil buscar en otra parte una solución a los conflictos que ensangrientan el planeta. El que se eleva hasta la superconciencia, que es la conciencia de la individualidad, experimenta la unidad de todos los seres; y puesto que siente, en primer lugar en él mismo, el mal que está haciendo a los demás, algo le retiene y ya no puede continuar en esta actitud de hacer el mal.
Mientras se mantenga y propague la filosofía de la personalidad que toma como punto de referencia el cuerpo físico, la materia, se pierde la conciencia de la unidad, y perdiendo la conciencia de la unidad se cree poder resolver los problemas tratando a los humanos como trozos de carne que se amontonan donde se quiere, se despiezan, se torturan y masacran. Quizás entonces uno se siente satisfecho de ver resueltos algunos problemas fronterizos o el dominio sobre recursos naturales, pero es en apariencia y momentáneamente. Así, los cambios obtenidos sólo sirven para mantener el ciclo infernal de la violencia. Y de esta forma nada cambia, todo se repite indefinidamente. Sin embargo, para el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov, no se trata de aconsejar a alguien un desarmamiento unilateral, un pacifismo inocente. Es necesario que este trabajo sobre uno mismo, que dará el impulso y la supremacía a la individualidad, se convierta en una empresa común para toda la humanidad. Sí, en cada país se formaría una élite a base de estas ideas, aportaría cambios que repercutirían en todos los estratos sociales para el bien de cada uno.
Omraam Mikhaël Aïvanhov deposita en nuestras manos una llave que permite abrir todas las puertas, resolver todos los problemas, los nuestros y los de la sociedad. Sin embargo, no hay que ser demasiado exigentes: si es cierto que no hay nada más apasionante que este trabajo sobre uno mismo, también lo es que nada es más largo y difícil. ¿Será suficiente una existencia para conseguir armonizar nuestras dos naturalezas… para que nuestra personalidad, en tanto que parte integrante de nuestro psiquismo, tenga su papel a jugar y sea capaz de manifestar la luz y las riquezas de nuestra individualidad?
El lector sólo puede sentirse conmovido, cautivado por las explicaciones, los ejemplos, las imágenes que abundan en esta obra, delimitando por todas partes el drama de nuestra existencia. Como en un espectáculo de dos equipos deportivos en competición, hay que seguir a cada jugador sin perder de vista la configuración del conjunto del juego. Así, los diferentes capítulos del libro nos ayudan a asimilar las reglas de ese torneo en donde entran en liza las diferentes instancias de nuestra naturaleza superior y de nuestra naturaleza inferior, y nos muestran cómo se decide la victoria definitiva de la naturaleza superior que es en nosotros la verdadera creadora del cambio. Las repeticiones forman parte del juego, reflejan estos momentos de suspenso que tienen en vilo a los espectadores en las grandes competiciones:
las posiciones de los jugadores son casi idénticas, pero el resultado varía… varia hasta el infinito. Así, la vida, esta gran improvisadora, no cesa de acosarnos presentándonos todos los días nuevos problemas. Estos problemas que son a la vez parecidos y diferentes, debemos resolverlos con inteligencia y amor si deseamos que se realice este único cambio verdadero: la fraternidad universal.
Agnès Lejbowicz
Agregada de la Universidad
1Freud describe los niveles de manifestaciones de la energía psíquica: en el primer tópico, los denomina inconsciente, preconsciente y conciencia; en el segundo tópico, los denomina esto, superego y el yo. Pero en ninguno de los dos les asigna un lugar propio a la tendencia cuando ésta consigue sublimarse.
2Jung ha utilizado la expresión “principio de individualidad” para designar el proceso final de integración de todas las tendencias psíquicas relativas al individuo. Sin embargo, si la individualidad puede ser considerada bajo cierto ángulo como el verdadero Yo, Omraam Mikhaël Aïvanhov insiste sobre el hecho que nuestra vida psíquica se presenta como una dialéctica permanente e ininterrumpida entre la personalidad y la individualidad, pues los dos polos de nuestro inconsciente nos influyen constantemente según la propia naturaleza.
3El psicólogo Jean Piaget hace hincapié sobre el hecho de que “los planes de vida de los adolescentes están llenos, a la vez, de sentimientos generosos, de proyectos altruistas o de fervor místico e inquietante de megalomanía y de egocentrismo consciente. Efectuando una encuesta discreta y anónima sobre los sueños, por la noche, de alumnos de quince años, un maestro francés encontró entre los chicos más tímidos y más serios, futuros mariscales de Francia o presidentes de la República, grandes hombres de todo tipo, algunos de los cuales veían ya su estatua en las plazas de París, en resumen, individuos que, si hubiesen pensado en voz alta, hubieran sido sospechosos de estar paranoicos. La lectura de diarios íntimos de adolescentes muestra esta misma mezcla constante de abnegación hacia la humanidad y egocentrismo agudo: ya se trate de incomprendidos o de audaces persuadidos de su fracaso, cuestionándose teóricamente el valor mismo de la vida, o de los espíritus activos persuadidos de su genio, el fenómeno es el mismo en negativo o en positivo.” –Seis estudios de psicología, Ed. Gonthier, 1964, p. 82.
Capitulo I La personalidad, manifestación inferior de la individualidad4
4Para el lector, poco familiarizado con la forma en que el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov utiliza los dos términos: “personalidad” e “individualidad”, indicamos brevemente que la personalidad representa la naturaleza inferior del hombre y la individualidad su naturaleza superior. Los capítulos siguientes le suministrarán todas las aclaraciones necesarias. (Nota del editor.)
Pregunta: “Maestro, usted nos dijo un día que la personalidad no es de naturaleza divina. ¿Cómo se explica esto, puesto que nada existe fuera de Dios?”
Me planteáis aquí una cuestión muy importante pero muy difícil de abordar. En realidad, se puede tomar la palabra “divino” en dos sentidos diferentes. Cuando digo que la personalidad
no es de naturaleza divina, quiero decir que no posee las cualidades de la Divinidad: la luz, la estabilidad, la eternidad. En este sentido es la individualidad la que es de naturaleza divina, pero la personalidad y la individualidad son una sola y misma realidad.
Mirad lo que dicen los Libros sagrados acerca del bien y el mal. En ciertos libros antiguos de la India, por ejemplo, se encuentran pasajes tales que (es la Divinidad misma quien habla): “Yo soy el bien y el mal. Yo he hecho todas las cosas...” Así pues las guerras, las devastaciones, todo lo que es malo para nosotros, el autor es la Divinidad. Nos extraña leer semejantes cosas, pero es así: puesto que no existe nada fuera de Dios, incluso el mal o lo que nosotros sentimos como mal, forma parte de Dios. Y al mismo tiempo, en otros pasajes, Dios declara: “No puedo tolerar el mal, soy irreductible, castigo a los malvados...” Para comprender esta contradicción hace falta una gran luz. ¿Cómo puede Dios al mismo tiempo crear el mal y luchar contra él para vencerlo y aniquilarlo?
Os lo dije un día: es posible que Dios quisiera crearse un espectáculo. Se aburría y quiso distraerse, por eso creó a los hombres... Y ahora los mira, ¡y se ríe!... Se ríe al ver todo lo que sucede entre ellos. Pero en realidad no hay más que Él, todo es siempre Él.
Estudiemos ahora cómo se ha formado nuestra naturaleza inferior, la personalidad. El origen de la personalidad es el espíritu: es el espíritu quién lo ha emanado, segregado. En el origen está el espíritu y cuando el espíritu quiso manifestarse tuvo que fabricar vehículos adaptados a las regiones cada vez más densas de la materia en las cuales iba a descender. A estos vehículos se les llama cuerpos. Son, del más sutil al más denso, los cuerpos átmico, búdico, causal, que corresponden a nuestra naturaleza superior, la individualidad; después los cuerpos mental, astral y físico que corresponden a nuestra naturaleza inferior, la personalidad. Los cuerpos físico, astral (o cuerpo del sentimiento) y mental (o cuerpo del pensamiento) reproducen a un nivel inferior los cuerpos átmico, búdico y causal.
Diréis: “Pero, ¿cómo es posible que la personalidad, si es un reflejo de la individualidad, sea tan limitada, débil, ciega y esté sujeta a errores?” Os responderé: cada uno de nosotros posee esta individualidad que es de esencia divina; vive en las regiones celestiales y goza allí de la mayor libertad y de la mayor luz; tiene la felicidad, la paz y posee todos los poderes. Sin embargo, en las regiones más densas de la materia, sólo puede expresarse en tanto se lo permitan los tres cuerpos inferiores (la personalidad). Por lo tanto, una persona que aquí abajo es débil, ignorante, malvada, es al mismo tiempo, arriba, una entidad que posee el conocimiento, el amor, el poder. He aquí porqué, en el mismo ser encontramos abajo esta limitación y arriba esta riqueza y esta omnipotencia.
La Ciencia esotérica nos explica que el hombre es un ser de una gran riqueza y complejidad, y sobre todo que hay en él mucho más de lo que vemos. Y ésta es la gran diferencia entre la ciencia esotérica y la ciencia oficial. La ciencia oficial dice: “Conocemos bien al hombre, se puede dividir en tantas partes, tiene tales órganos, células, sustancias químicas que podemos enumerar y a las que hemos dado nombres. Éste es el hombre, ahí está todo entero.” Mientras que la ciencia esotérica, por su parte, afirma la existencia de otros cuerpos además del cuerpo físico.
Por el momento pues, cuando la individualidad quiere manifestarse a través las regiones densas y condensadas de la personalidad, no puede hacerlo plenamente. Hace falta mucho tiempo, muchas experiencias, muchos ejercicios y estudios, durante siglos y milenios, para que los cuerpos que constituyen la personalidad sean la expresión de las cualidades y de las virtudes de la individualidad. Pero el día en que estén desarrollados, el cuerpo mental se volverá tan sutil y afinado que comenzará al fin a comprender la sabiduría divina, el cuerpo astral será capaz de alimentar los sentimientos más nobles y más desinteresados, y el cuerpo físico tendrá todas las posibilidades de actuar, nada se le resistirá.
Como no hay una verdadera separación entre las dos naturalezas, la individualidad trata siempre de influenciar a la personalidad en el buen sentido, pero la personalidad, que quiere ser independiente y libre, no hace más que lo que se le antoja, raramente obedece a los impulsos de arriba. A pesar de que es animada, vivificada, alimentada y sostenida por la individualidad, se opone a ella, hasta el día en que, al fin, la individualidad consiga infiltrarse en la personalidad para controlarla y dominarla. Entonces la personalidad se volverá tan sumisa y obediente que será sólo una con la individualidad; ésta es la verdadera fusión, el verdadero matrimonio, el verdadero amor. Esto es precisamente lo que se llama, en la Ciencia esotérica, llegar a “unir los dos cabos”. Uno de estos cabos es la personalidad, que es triple, como Cerbero, el can con tres cabezas que guardaba la entrada de los Infiernos; y el otro cabo es nuestra individualidad (que es también una trinidad), nuestra naturaleza divina. Esta fusión, esta unión, este matrimonio tan deseable debe producirse un día... pero, ¿cuándo? Es difícil saberlo. Para cada persona será diferente. Y mientras, el trabajo del discípulo está ahí; en medio de las peripecias, de las tribulaciones de la vida, debe llegar a someter la personalidad a la individualidad, a esta voluntad divina que está dentro de él, para convertirla finalmente en un instrumento dócil a su disposición. Este es el objetivo de todos los ejercicios y las prácticas que se enseñaban en las Escuelas iniciáticas.
La mayoría de la gente obedece a la personalidad caprichosa, desordenada, rebelde y anárquica, persuadidos de que ésta es la mejor actitud, el verdadero progreso y la verdadera evolución. Algunos más inteligentes, más avanzados y evolucionados, que han hecho ya muchas experiencias en otras encarnaciones, escogen el otro camino, el del control, el del autodominio. Gracias a la inteligencia, a la voluntad, a la conciencia que dirige, coordina y lo controla todo en su vida... gracias a la luz, si lo preferís, llegan a dominar todo lo que dentro de sí tienen de recalcitrante y de anárquico... En este momento, la Divinidad que habita en ellos empieza a manifestarse y expresarse a través de medios aún insospechados: colores, formas, rayos, perfumes, una música, una inteligencia y una belleza verdaderamente celestiales.
Todo el problema reside en que, incluso cuando se sabe muy bien en qué consiste la evolución, la liberación y el autodominio, de vez en cuando la personalidad nos arrastra. ¿Por qué? Porque el grado de conciencia que hemos alcanzado por el momento es precisamente una formación de la personalidad. No poseemos aún la supra-conciencia, que es el grado de conciencia propio de la individualidad. Si tuviéramos esta conciencia expandida que caracteriza a la individualidad, habríamos sentido que la vida es una, que estamos todos ligados, que todos los seres representan una unidad en el océano de la vida universal en el que nadan todas las criaturas, y tendríamos sensaciones diferentes de las que experimentamos normalmente, sensaciones de alegría, de embelesamiento, de inmensidad... Pero como nuestra conciencia es un producto de nuestra personalidad, y hunde sus raíces en los tres cuerpos de la personalidad, está limitada; tenemos conciencia de nosotros mismos en tanto que tenemos pensamientos, emociones y actividades. Pero esta conciencia es una conciencia limitada, es una conciencia separativa: nos sentimos siempre excluidos de todo, separados de los demás hombres y de la naturaleza.
La razón de ser de la oración, de la meditación y de todas las prácticas enseñadas en una Escuela iniciática, es establecer contactos y comunicaciones entre la naturaleza inferior y la naturaleza superior del hombre para que al fin su conciencia se eleve, se ensanche y pueda percibir la verdadera realidad.5 Supongamos por ejemplo que miráis un prisma con la conciencia de la personalidad: está ahí, es un objeto bien delimitado, un cristal con tres caras, transparente; la luz que lo atraviesa se descompone en siete colores. Es muy bonito, es magnífico, pero os quedáis al nivel de la conciencia ordinaria. Todo el mundo sabe observar de esta manera. Pero cuando empezáis a desarrollar la conciencia de la individualidad, ya no miráis el prisma como un objeto de cristal separado de vosotros; os situáis en este prisma, penetráis su esencia, sentís y comprendéis su naturaleza desde el interior.6 En este momento las nociones y las percepciones que podéis tener de él son completamente diferentes. Si miráis una planta, entráis en ella, os fusionáis con la vida que en ella fluye, como si vosotros mismos fueseis esta planta. De esta manera conocéis sus propiedades, sus virtudes medicinales y todas sus posibles aplicaciones. O incluso en caso de un animal: penetráis en él de forma que os convertís en el propio animal, sin perder evidentemente vuestra conciencia de hombre, sentís todo lo que siente el animal.
No es la educación ni la instrucción que se da actualmente a la gente, la que puede darles a conocer todos los aspectos de la verdadera vida; sus percepciones se limitan a las formas, a las dimensiones, a los pesos, a las distancias y a los tiempos. Todo esto es todavía muy limitado. Deben aprender a ensanchar su conciencia, a entrar en la conciencia de la individualidad. Allí no hay tiempo ni espacio: todas las criaturas, todos los seres alejados de vosotros por millones de kilómetros, ¡los sentiréis vivir en vosotros!... No hay ni pasado ni futuro: todo lo que está en el pasado, todo lo que está en el futuro, está ahora en vuestra alma.7 Es el eterno presente: todo lo que deseáis conocer, todos los sucesos y los seres pasados o futuros, podéis conocerlos instantáneamente.
Si los humanos encuentran tantos problemas en su existencia, es porque viven exclusivamente en su personalidad. Sólo unos pocos hacen esfuerzos para ver más alto, más lejos y más allá, a través de los ojos del espíritu, a través de la parte divina que en ellos vive, y los resultados son diferentes, tienen otras sensaciones, otras concepciones... Resulta difícil expresar estas nociones. Está claro en mi cabeza, pero no llego a encontrar las palabras precisas porque se trata de realidades de una cuarta, de una quinta dimensión, y al igual que nos sería difícil explicar la tercera dimensión a criaturas que viviesen en dos dimensiones, yo no puedo daros una idea de la cuarta dimensión... ¡Es inexplicable!
Cuando se dice que la personalidad no es de origen divino, es una manera de hablar. En realidad todo tiene su origen en Dios. Suponed que buscáis oro, tenéis el mineral y debéis extraer el oro. Aunque diferentes, el oro y el mineral con su ganga, tienen evidentemente el mismo origen, ya que toda la materia tiene el mismo origen. Y quizás, si sabéis cómo hacerlo, podréis no sólo extraer oro del mineral, sino también transformar este mineral en oro... ¿Por qué no? Si sabéis como hacerlo... E inversamente el oro puede convertirse también en una materia vil. Todos estos cambios los vemos en la naturaleza. Si fundís plomo se vuelve brillante como la plata, pero rápidamente comprobáis que se va formando encima una película grisácea; frotadla y de nuevo aparece el metal brillante como la plata, luego otra vez se empaña. Y así es como en muy poco tiempo el plomo se transforma en tierra ante vuestros ojos.
En realidad todo viene de Dios y la personalidad también: “Pero, diréis, ¿cómo Dios, siendo de una naturaleza tan diferente de la materia, pudo formar una cosa tan opaca, tan apagada y pesada?” Puedo explicároslo con un ejemplo muy sencillo. Dios hizo lo mismo que la araña cuando teje su tela. La araña nos muestra cómo Dios creó el mundo. Diréis: “¿Una araña? ¿Acaso es tan sabia?” No sé qué diplomas ha podido obtener, pero si la observáis, si comprendéis bien lo que hace, sacaréis conclusiones filosóficas formidables. Ahí la tenéis tejiendo su tela: es el universo. Es una construcción geométrica, matemática, impecable. ¿Cómo lo hace? Primero segrega un líquido, que al endurecerse, forma un hilo muy fino, flexible, elástico, y entonces empieza a construir su tela.
Y los caracoles también me han instruido. Encontré un día a un caracol a quién le plantee la siguiente pregunta: “Escúchame, querido caracol, hay quienes te cogen para comerte, pero yo vengo a ti para instruirme. Cuéntame, ¿por qué llevas tu casa a cuestas? – Porque es más económico. – Y ¿no te fatigas así? – No, estoy acostumbrado. – Y, ¿por qué te has acostumbrado así? – ¡Oh! Desconfío, tengo miedo de los demás, no confío en nadie; si dejo mi casa por ahí, otro se meterá dentro y como no puedo pelear, pues no tengo armas, soy tierno y delicado y no me gusta luchar contra nadie, prefiero llevar mi casa continuamente a cuestas: así estoy tranquilo. – ¡Vaya, vaya!, le dije, ¡esto es toda una filosofía!... Pero dime, ¿cómo has construido tu casa? – Con mi saliva; segrego un líquido y esta secreción se endurece con el aire... Así he construido mi casita.”
Ved qué conversaciones mantengo con los caracoles. Y a su lado he comprendido cómo Dios creó el mundo, emanando una materia sutil que después se solidificó. Diréis: “¡Pero si son cuentos chinos!” Puede ser, pero un buen día los hombres más instruidos no descansarán hasta conocerlos. Aparentemente, el animal y su caparazón son dos cosas diferentes, pero en realidad, son una misma y sola materia, porque es por secreción que el animal ha formado él mismo su casa... Os extrañaréis si os digo que lo mismo ocurre con la individualidad y la personalidad: la personalidad es opaca, pesada, rígida como un caparazón, mientras que la individualidad es ligera, movediza, viva. Son diferentes y sin embargo tienen el mismo origen. El ego, la individualidad, se ha formado un vehículo, la personalidad, como el caracol ha fabricado su caparazón emanando una sustancia, que después ha condensado. Nosotros también, llevamos nuestro cuerpo físico como el caracol lleva su caparazón: es nuestra casa, nos alojamos en ella. Pero lo grave es que se ha enseñado al hombre a identificarse con su caparazón y no con el poderoso factor de su formación: el espíritu, la individualidad. Por ello es débil, limitado, impotente, se halla sumergido en el error. El cuerpo no es el hombre, tan sólo es su coche, su caballo, su instrumento, su casa: el hombre es el espíritu, el espíritu todo poderoso, ilimitado, omnisciente.8 Y es cuando se identifica con su espíritu que el hombre se vuelve fuerte, iluminado, inmortal, divino.
Sabed pues que, todos vosotros, sois divinidades... Sí, sois divinidades, y vivís en una región muy elevada en donde no hay ni limitaciones, ni oscuridad, ni sufrimientos, ni tristezas, ni desánimo. Allí estáis en la plenitud. Pero esta vida que vivís arriba, no podéis todavía hacerla descender hasta aquí, sentirla, comprenderla ni manifestarla, porque la personalidad no os lo permite. Es obtusa, opaca, está mal adaptada o mal regulada, como una radio que no llega a captar ciertas emisoras. Las ondas que la Inteligencia cósmica de arriba propaga por las regiones sublimes son tan rápidas, tan cortas, y la materia que forma la personalidad es tan densa y tan pesada que ésta no puede vibrar acorde con los mensajes divinos: se deslizan, pasan sin dejar rastro y el hombre ignora lo que está viviendo en realidad en las regiones más elevadas de su ser.
Existen evidentemente medios para remediar esta situación: si decidís aplicar reglas de vida pura, si tenéis el deseo de volver a ser hijos de Dios, vuestro corazón se muestra más generoso, vuestro intelecto se ilumina, vuestra voluntad se reafirma. La personalidad se convierte así en un instrumento apto para expresar cada vez mejor la vida sublime de la individualidad, hasta que un día ambas se fusionen y hagan una: no habrá ya personalidad, la personalidad y la individualidad serán una única entidad perfecta.
Mientras, de vez en cuando tenéis algunas revelaciones, algunas intuiciones, como un relámpago que brilla y nos deslumbra. Pero no dura mucho tiempo, de nuevo vuelven las nubes. Algún tiempo después, leyendo un libro, mirando un paisaje, rezando, meditando, de nuevo sentís que estáis viviendo un gran momento. Pero este momento tampoco dura... Esto es la vida del hombre: una incesante alternativa de luz y de tinieblas hasta el día en que, al fin, será la expresión de la Divinidad, será la nueva vida, el renacimiento completo.
Algunos dirán: “Pero esto es idiota, nada rima con nada, no es verdad, no lo creo”, y seguirán viviendo la vida de la personalidad. Pues bien, que hagan lo que quieran. Un día verán donde está la verdad, pero ¡cuánto tiempo perdido! Es preferible creer de inmediato... Sí, creer, ejercitarse, caminar hacia adelante. Ello no quiere decir que de repente nos convirtamos en una divinidad, no... Caeremos, nos levantaremos... Volveremos a caer, nos pondremos de nuevo en pie, nos desanimaremos, de nuevo recobraremos el ánimo... hasta que al fin la conciencia divina, impersonal, la conciencia de la individualidad se instale, se asiente y adquiera consistencia.
A veces uno está muy cansado y empieza a dudar. Tantas filosofías extravagantes circulan por el mundo, tantas ideas contrarias a todo lo que esta tradición divina nos aporta, que la vamos dejando de lado y nos olvidamos de todo, volviendo a la mentalidad ordinaria. Es precisamente en este momento que hay que estar atento. Hay que saber lo que nos espera si volvemos atrás y decirse: “En este momento estoy un poco cansado, no tengo ganas ni de leer, ni de rezar, ni de meditar, ni de nada... Pero esto pasará, pronto pasará.” Mirad como en la vida todo pasa: después de la primavera viene el verano, más tarde el otoño, y luego el invierno, y de nuevo, después de un invierno, vuelve la primavera. ¿Por qué no os va a suceder lo mismo a vosotros? Decid: “Voy a esperar que pase un poco el invierno y después las cosas irán mejor.” Así es como hay que razonar. En tales momentos muchos se abandonan y lo dejan todo, pero después, su situación es mucho más grave, ya que resulta muy difícil volver a encontrar nuevamente aquellos estados de conciencia llenos de luz y de paz.9
Hay que aprender a manejarse con la personalidad y continuar el trabajo con ella; no hay otro remedio, pero nunca hemos de olvidar que no lo es todo y que no tendrá la última palabra. Continuad andando hacia el alto ideal, y al cabo de algún tiempo veréis que las cosas cambian por sí mismas, las fuerzas se renuevan, os reponéis y los malos días se olvidan: los ríos vuelven a fluir, los pájaros cantan, las flores perfuman la atmósfera, todo vuelve a ser maravilloso...
Si aplicáis lo que os digo, aunque estéis cansados, agotados y desanimados, se desprenderá de vosotros algunas partículas, un rayo, una luz, algo dulce, armonioso. Si no, aunque os encontréis llenos de vigor, lozanos, si permanecéis constantemente en la personalidad, dentro de vosotros todo estará ya polvoriento y enmohecido.
Videlinata (Suiza), 23 de febrero de 1966
5La oración, Folleto nº 305, yLa meditación, Folleto nº 302.
6Los esplendores de Tipheret, Obras completas, t. 10, cap. XII: “El prisma, imagen del hombre”.
7Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, Obras completas, t. 8, cap. IV: “El tiempo y la eternidad”.
8“Conócete a ti mismo” - Jnani yoga, Obras completas, t. 17, cap. III: “El espíritu y la materia”, parte II.
9El amor más grande que la fe, Col. Izvornº ٢٣٩, cap. II: “La duda destructora: unificación y bifurcación”.
Capitulo II El hombre entre la personalidad y la individualidad – Jnani-yoga
Está muy claro que el hombre posee una personalidad y una individualidad, y que siempre está oscilando entre las dos, es fácil de comprender, pero en la vida cotidiana la cuestión no se resuelve tan pronto. Ahí debemos poder situar las cosas, poseer una ciencia que permita clasificarlo todo, discernirlo todo, y ¡ahí comienzan las dificultades! Para poder escapar a la personalidad, e incluso sojuzgarla para que trabaje, hacen falta años de estudios y de esfuerzos.
Todo el problema consiste pues en encontrar los métodos más eficaces, más rápidos para actuar con estas dos naturalezas. Admitamos que no existe ni el Cielo ni el Infierno, ni ángeles ni demonios, pero lo que es seguro y cierto, es que poseemos dos naturalezas con tendencias opuestas. Si estudiamos bien la personalidad, le encontramos naturalmente algunas cualidades, pero si la tomamos como guía, los resultados son catastróficos desde todos los puntos de vista ya que es egoísta en sus decisiones, dura en sus juicios y no tiene amor ni sabiduría. Reclama, exige, quiere dominarlo todo, absorberlo todo. Y cada vez es más vulnerable, susceptible, vengativa. Verdaderamente posee todos los defectos. Se parece a una vieja abuela que posee las llaves de los cofres y de los armarios: como es muy rica, nos supeditamos a todos sus caprichos, y a fin de cuentas ella consigue siempre llevarse el gato al agua.
Sí, desgraciadamente el hombre prefiere ser el esclavo de los caprichos de la naturaleza inferior antes que satisfacer a la naturaleza divina que lleva también dentro de sí, pero que deja de lado; e incluso la rebaja, se burla de ella, la ridiculiza. Todos nosotros sin excepción, llevamos dentro esta naturaleza divina, pero como siempre ha sido ignorada, amordazada o pisoteada, se encuentra ahora sometida al silencio. De vez en cuando, la pobre intenta levantar la voz para dar algunos consejos, muy bajito, sin hacer ruido, sin violencia. Pero como sólo nos gusta lo que es ruidoso, escandaloso, prestamos oídos más fácilmente a la personalidad, sin darnos cuenta de cuan perniciosos son los consejos que nos da porque siempre nos inducen a obrar en detrimento de los demás.
Acabo de comparar la personalidad a una anciana abuela muy rica que tiene las llaves de los cofres y de los armarios. ¿Por qué? La personalidad posee las riquezas subterráneas, los materiales brutos, es decir los instintos, los apetitos, las pasiones, los deseos; es fuerte y poderosa, pero su único deseo es querer apropiarse de todo. Por lo demás, es muy capaz, muy hábil, muy astuta y siempre tiene salidas para todo. No es mala del todo ya que con su egocentrismo guarda, conserva, mantiene y aumenta las posesiones del hombre; pero lo que le falta es la conciencia moral, la honestidad, la imparcialidad, la bondad, la generosidad... Está muy próxima al animal.
En cuanto a la individualidad, ésta se caracteriza por la manifestación de todas las virtudes. Todo lo que es generoso, grande, noble y verdaderamente espiritual, es inspirado por
ella. No obstante, es una realidad aún desconocida, inexplorada; no existen muchos ejemplos históricos, libros, obras de arte sobre este tema, ni tampoco modelos vivos para impulsar a los hombres hacia la individualidad. Permanece lejana. El hombre no consigue adaptarse a su lenguaje ni comprenderla, y debido a ello esta naturaleza por muy rica y fantástica que sea, es patrimonio privilegiado de una pequeñísima minoría de seres a los que la mayoría considera inadaptados o simples de espíritu.
En una época en que era difícil dar a los humanos nociones de sicología que no habrían comprendido, los Iniciados presentaron la naturaleza superior y la naturaleza inferior bajo la apariencia de ángeles y demonios. Y ahora, ¿es verdad que tenemos permanentemente un demonio a nuestra izquierda y un ángel a nuestra derecha? Yo creo que sí están, pero bajo qué forma, ésta es ya otra cuestión. Se trata simplemente de dos naturalezas que todos llevamos dentro, con la diferencia de que algunos han dado a la naturaleza divina la posibilidad de manifestarse, y así reciben buenos consejos, iluminaciones, explicaciones y revelaciones; nadan en la claridad y la nitidez, lo que facilita enormemente su existencia: continuamente son iluminados, guiados, consolados, sostenidos y protegidos. Mientras que la otra categoría de gente, que prefieren abandonarse a sus instintos, a sus codicias, cometen toda clase de actos cuyas consecuencias son lamentables... Después decimos que se han dejado tentar por el demonio, cuando en realidad se trata de tendencias inferiores que no han sabido dominar.
La personalidad crea siempre complicaciones. ¡Es verdad! Introduciros sólo un poco en los asuntos humanos y veréis, en cualquier campo, afectivo, social o político, que las dificultades surgen siempre porque la mayoría se rige en función de un razonamiento personal, egoísta. Su norma, su regla, su ideal es siempre tomar. Y ¡hay muchísimas formas de tomar! El deseo de tomar... es la causa de todos los problemas inextricables en los cuales se debaten los humanos. Si los humanos estuviesen mejor instruidos, mejor guiados y aconsejados, si no por la naturaleza superior, por lo menos por guías conscientes e inteligentes, habrían evitado algunos errores y no se encontrarían en esta oscuridad en donde se les ve siempre desgraciados, insatisfechos, a punto de suicidarse o de destruir el mundo entero, ¡sólo por el placer de ver que todo arde o se desploma!