La energía sexual o el Dragón alado - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

La energía sexual o el Dragón alado E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

Animal fantástico común a todas las mitologías, que también encontramos en la iconografía cristiana, el dragón no es una lejana ficción: es el símbolo de las fuerzas instintivas del ser humano. Y toda la aventura de la vida espiritual consiste en domesticar, amansar y orientar estas fuerzas para utilizarlas como medios de propulsión con el fin de alcanzar las altas cimas del espíritu. Porque si este monstruo con cola de serpiente y que arroja llamas tiene alas, se debe sin duda a que las fuerzas que encarna encierran un destino espiritual. "La energía sexual es una energía que puede compararse con el petróleo, dice el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov: quema a los ignorantes y a los torpes (esta fuerza quema su quintaesencia) mientras que sirve a aquellos que saben utilizarla, los Iniciados, para volar por el espacio." Tal es el sentido del Dragón alado.

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Seitenzahl: 122

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

La energía sexual o elDragón alado

Izvor 205-Es

ISBN 978-84-10379-22-0

Traducción del francés

Título original:

LA FORCE SEXUELLE OU LE DRAGON AILÉ

© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

I EL DRAGÓN ALADO

En todas las tradiciones populares, en los cuentos, en las mitologías, encontramos la imagen de la serpiente o del dragón, cuyo simbolismo es más o menos idéntico en una u otra cultura. Innumerables cuentos hablan de un dragón que tiene prisionera en un castillo a una bella princesa inocente y pura. La pobre princesa llora, languidece y suplica al Cielo que le envíe un salvador. Pero uno tras otro, los caballeros que se presentan para liberarla son devorados por el dragón, que se apodera de sus riquezas y las guarda en los subterráneos del castillo. Por fin, un día llega un caballero, un príncipe más noble, más hermoso y más puro que los demás, al que un mago le ha revelado el secreto para vencer al dragón: su debilidad; el momento y la manera en que puede atarlo o herirlo... Y he aquí que este príncipe privilegiado, bien armado e instruido, obtiene la victoria: consigue liberar a la princesa y entonces, ¡qué dulces besos se dan!

Todos los tesoros acumulados durante siglos en el castillo pertenecen a este caballero, a ese hermoso príncipe que ha salido victorioso del combate gracias a sus conocimientos y a su pureza. Después, ambos se suben en el dragón que conduce el príncipe y recorren el mundo volando por el espacio.

Este tipo de cuentos que, en general, creemos reservados a los niños, son, en realidad, cuentos iniciáticos, pero para poder interpretarlos es necesario conocer la ciencia de los símbolos. El dragón no es otra cosa que la energía sexual. El castillo es el cuerpo del hombre. En ese castillo suspira la princesa, es decir, el alma, que la energía sexual incontrolada retiene prisionera. El caballero es el ego, el espíritu del hombre. Las armas de las que se sirve para vencer al dragón representan los medios de que dispone el espíritu: la voluntad y la ciencia para dominar y utilizar esta fuerza. Por lo tanto, una vez dominado, el dragón se convierte en el servidor del hombre, que lo usa de montura para viajar por el espacio. Es el dragón alado. Aunque se le representa con una cola de serpiente – símbolo de lis fuerzas subterráneas – también posee alas. Pues sí, está claro, es muy sencillo, es el eterno lenguaje de los símbolos.

Encontramos una variante de esta aventura en la historia de Teseo, quien, gracias al hilo que le había dado Ariadna, pudo orientarse a través del laberinto, matar al Minotauro y encontrar la salida. El Minotauro es otra representación de la energía sexual, es el toro poderoso y prolífico, y por lo tanto, es la naturaleza inferior, a la que debemos sujetar al yugo para trabajar la tierra como lo hace el buey.1 El laberinto tiene el mismo significado que el castillo; es el cuerpo físico, y Ariadna representa el alma superior que conduce al hombre hacia la victoria.

En las tradiciones judías y cristianas, el Dragón es representado por el Diablo, y el Diablo, como todos sabemos, huele a azufre.2

Todos esos productos inflamables como la gasolina, el petróleo, la pólvora, esas mezclas de gases que producen llamaradas y detonaciones, son precisamente, en la naturaleza, el Dragón que escupe fuego. Ese Dragón, que existe también en el hombre, es comparable a un combustible. Si el hombre sabe servirse de él, ascenderá a las alturas pero, si no sabe utilizarlo porque es ignorante, negligente o débil, será quemado, reducido a cenizas o precipitado al abismo.

1El amor y la sexualidad, Obras completas, t. 14, cap. II: “Tomar el toro por los cueros. El caduceo de Hermes”.

2La Ciudad celeste (Comentarios del Apocalipsis), Col. Izvor n° 230, cap. X: “La mujer y el dragón”, cap. XI: “El Arcángel Mikhaël derrota al dragón”, cap. XII: “El dragón proyecta agua sobre la mujer”, y cap. XV: “El dragón atado durante mil años”.

II AMOR Y SEXUALIDAD

Pregunta: “Maestro, ¿querría usted decirnos la diferencia que existe entre el amor y la sexualidad, y cómo podemos utilizar la sexualidad en la vida espiritual?”

He aquí una pregunta muy interesante, que atañe a lo más importante que hay en la vida, y que concierne a todo el mundo. Sí, tanto a los jóvenes como a los viejos...

Yo no diría que estoy cualificado para responder a todas las preguntas que comporta este problema. Lo único que me diferencia de los demás, es que me gusta ver las cosas desde un cierto punto de vista, y he consagrado toda mi vida a la adquisición de este punto de vista. En primer lugar, os diré unas palabras para que no empecéis a criticarme diciendo: “Yo he leído libros sobre el amor y la sexualidad donde decían muchas más cosas. ¡Qué ignorante es este instructor!” Pues sí, soy ignorante, ¿por qué no? Pero los que han escrito esos libros no tenían mi punto de vista y no han entendido esta cuestión como yo la entiendo. Podéis, por lo tanto, si así lo queréis, informaros leyendo todo lo que los psicoanalistas y los médicos han escrito sobre la sexualidad, pero yo quiero llevaros hacia otro punto de vista casi desconocido hasta ahora.

¿Cuál es este punto de vista? Me he entretenido en representarlo mediante la siguiente imagen. Un profesor diplomado en tres o cuatro universidades trabaja en su laboratorio donde hace todo tipo de investigaciones y experiencias... Pero he aquí que su hijo de doce años, que está jugando en el jardín, se ha subido a un árbol, y desde allí arriba grita: “Papá, veo llegar a mi tío y a mi tía...” El padre, que no ve nada, pregunta al niño: “¿A qué distancia están? ¿qué traen?” Y el niño le da toda la información. A pesar de toda su ciencia, el padre no ve nada, mientras que el niño, que es pequeño e ignorante, es capaz de ver muy lejos, simplemente porque su punto de vista es diferente: él ha subido muy alto, mientras que su padre se ha quedado abajo.

Evidentemente, esto no es más que una imagen, pero os hará comprender que si bien es útil tener facultades intelectuales y conocimientos, el punto de vista es todavía más importante. Según observemos el universo desde el punto de vista de la tierra o desde el punto de vista del sol, obtenemos resultados muy diferentes. Todo el mundo dice: “El sol sale, el sol se pone...” Sí, es cierto, pero también es falso. Es cierto desde el punto de vista de la tierra; desde el punto de vista geocéntrico tenéis razón. Pero desde el punto de vista heliocéntrico, solar, es falso. Todos miran la vida desde el punto de vista de la tierra, y, evidentemente, desde ese punto de vista tienen razón. Ellos dicen: “Hay que comer, ganar dinero, disfrutar de los placeres...” Pero si se situasen en el punto de vista solar, es decir, en el punto de vista divino, espiritual, verían las cosas de manera distinta.3 Y es ese punto de vista el que yo poseo, el que me permite presentaros la naturaleza del amor y de la sexualidad de una manera totalmente diferente.

En principio, parece difícil separar la sexualidad del amor. Todo viene de Dios, y todo lo que se manifiesta a través del hombre como energía, es, en su origen, una energía divina; pero esta energía produce efectos diferentes según el conductor a través del cual se manifiesta. Podemos compararla con la electricidad. La electricidad es una energía de la que ignoramos su naturaleza, pero cuando pasa a través de una lámpara se convierte en luz; al pasar por un radiador, se manifiesta como calor; al pasar por un imán se convierte en magnetismo; al pasar por un ventilador se transforma en movimiento.

De la misma manera, existe una fuerza cósmica original que adopta uno u otro aspecto según el órgano del hombre a través del cual se manifiesta. A través del cerebro, se convierte en inteligencia, raciocinio; a través del plexo solar o del centro Hara, se convierte en sensación y sentimiento; cuando pasa por el sistema muscular, se manifiesta como movimiento; y cuando finalmente pasa por los órganos genitales, se traduce en atracción por el otro sexo. Pero siempre es la misma energía.

Le energía sexual viene, pues, de muy alto, pero al pasar por los órganos genitales, produce sensaciones, una excitación, un deseo de acercamiento, y cabe perfectamente que en esas manifestaciones no haya absolutamente ningún amor. Es lo que ocurre en los animales. En ciertos períodos del año, se acoplan, pero ¿lo hacen por amor? A veces se destrozan, y en cierta clase de insectos, como la mantis religiosa, o en ciertas arañas, la hembra se come al macho. ¿Es eso amor? No, es pura sexualidad. El amor comienza cuando esta energía pulsa al mismo tiempo otros centros en el hombre: el corazón, el cerebro, el alma y el espíritu. Llegado a ese punto, esta atracción, este deseo que tenemos de unirnos a alguien, se clarifica, se ilumina mediante pensamientos y sentimientos, mediante un gusto estético; ya no buscamos una satisfacción puramente egoísta en la que no contamos en absoluto con la pareja. El amor es sexualidad, si así lo queréis, pero expandida, iluminada, transformada. El amor posee tal cantidad de grados y manifestaciones, que resulta imposible enumerarlas y clasificarlas. Puede ocurrir, por ejemplo, que un hombre ame a una joven y bella mujer, pero sin ser apenas atraído físicamente por ella: él quiere, por encima de todo, verla feliz, con buena salud, instruida, rica, bien situada en la sociedad, etc. ¿Cómo explicar eso? Eso no es únicamente sexualidad, sino amor; y es, por lo tanto, un grado superior. Pero debe haber, a pesar de todo, un poco de sexualidad en este amor, porque podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Porqué este hombre no se ha unido a otra persona, a una mujer vieja y fea, o a otro hombre? Sí, si analizamos, descubriremos indicios de sexualidad. La sexualidad... el amor... sólo es una cuestión de grados. Es amor en el momento en que no os quedáis solamente con algunas groseras sensaciones físicas, sino que sentís los grados superiores de esta fuerza cósmica que os invade, y comulgáis con las regiones celestes. Pero, cuánta gente, una vez saciado su deseo, se separa o incluso empieza a pelearse. Lo único importante para ellos es descargar, liberar una tensión, y si al cabo de algún tiempo esta energía se acumula de nuevo en ellos, se vuelven sonrientes y tiernos, pero el único fin es el de satisfacer de nuevo su animalidad. ¿Qué amor hay ahí? Es normal que tengamos necesidades y deseos, sobre todo cuando somos jóvenes. La naturaleza, que lo ha previsto todo, ha creído que eso era necesario para la propagación de la especie. Si el hombre y la mujer se quedasen fríos el uno ante el otro, si estos se hubieran liberado de impulsos e instintos, se habría terminado la humanidad. Es, por lo tanto, la naturaleza la que empuja a las criaturas a unirse físicamente, pero el amor es otra cosa.

Podríamos decir que la sexualidad es una tendencia puramente egocéntrica que empuja al ser humano a no buscar nada más que su placer, y ello puede llevarle a la mayor crueldad, porque él no piensa en el otro, sólo busca satisfacerse. Mientras que el amor, el verdadero amor, piensa en primer lugar en la felicidad del otro, está basado en el sacrificio; sacrificio de tiempo, de energía, de dinero para ayudar al otro, para permitirle expansionarse y desarrollar todas sus posibilidades. Y la espiritualidad comienza, precisamente, cuando el amor domina a la sexualidad, cuando el ser humano se vuelve capaz de arrancar algo de sí mismo para el bien del otro.

Mientras no se es capaz de privarse de algo, no hay amor. Cuando un hombre se lanza sobre una joven, ¿piensa en el daño que puede hacerle? No, él es capaz de matarla para satisfacer sus instintos. Eso es la sexualidad, un instinto puramente bestial.

Diréis: “Es evidente, no hay nada de divino ahí…” Sí, pero la sexualidad es de origen divino, sin embargo, mientras el ser humano no sepa dominarse, sus manifestaciones, evidentemente, no son divinas. Lo que hay de positivo en la sexualidad es que trabaja en la propagación de la especie, pero si sólo la orientamos hacia el placer, la desperdiciamos. Actualmente se han inventado cosas increíbles en ese campo. Está la píldora, naturalmente, pero también se venden una gran cantidad de productos y de objetos que ni siquiera quiero nombrar. No se trata aquí de la propagación de la especie, sino exclusivamente del placer.

No me detendré en esta cuestión para discutir si esas cosas deben existir o no. En el actual estado de la humanidad, incluso los moralistas y los religiosos encuentran necesario e inevitable que existan, porque la naturaleza inferior, la naturaleza animal en el hombre, es todavía tan fuerte, que si no la dejáramos manifestarse, produciría fenómenos todavía más perjudiciales. Por lo tanto, no quiero discutir sobre ello, digo únicamente que es una pena que no se instruya a los humanos sobre las ventajas de controlar esta energía, y de utilizarla para un fin divino o para realizar trabajos espirituales, en lugar de recurrir a todo tipo de productos y de utensilios para encenagarse en el placer.

En sus manifestaciones externas no hay ningún tipo de diferencia entre el amor y la sexualidad; son los mismos gestos, los mismos abrazos, los mismos besos... La diferencia está en la dirección que toman las energías. Cuando únicamente os impulsa la sensualidad, no os preocupáis de la otra persona, mientras que si la amáis, pensáis, sobre todo, en hacerla feliz. La sexualidad y el amor no se diferencian mucho en el plano físico, solamente se diferencian en el plano invisible, psíquico, espiritual. Y, ¿cómo? Eso es precisamente lo que quiero revelaros.

Aquellos que han estudiado la cuestión de la sexualidad, los fisiólogos, los psiquíatras, los sexólogos, no han descubierto lo que pasa en el mundo sutil, etérico y fluídico, durante el acto sexual. Ellos saben que se producen excitaciones, tensiones, emisiones, e incluso las han clasificado. Pero no saben que cuando se trata de la sexualidad puramente física, biológica, egoísta, se producen en los planos sutiles todo tipo de erupciones volcánicas que se manifiestan bajo formas groseras, emanaciones muy densas con colores deslucidos, inarmónicos, donde predomina el rojo, pero un rojo sucio... Y todas esas emanaciones se precipitan en la tierra donde criaturas tenebrosas esperan para comer y darse un festín con esas energías vitales. Son criaturas poco evolucionadas que, a menudo, se alimentan junto a los enamorados. Os sorprendéis, pero es la verdad; los enamorados dan festines en el mundo invisible.