La escuela de los maridos - Jean-Baptiste Poquelin Molière - E-Book

La escuela de los maridos E-Book

Jean-Baptiste Poquelin Molière

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Beschreibung

La escuela de los maridos (en francés, L'école des maris) es una comedia escrita por el dramaturgo francés Molière. Se halla dividida en tres actos y fue representada en el Teatro del Palais-Royal de París, el 24 de junio de 1661. En la comedia se refleja la diferencia de dos parejas comprometidas entre sí, y cuya mayor diferencia será el trato de los diferentes maridos a cada una de las dos hermanas. Personajes Don Gregorio: hermano de Don Manuel. Don Manuel: hermano de Don Gregorio. Doña Rosa: hermana de Doña Leonor. Doña Leonor: hermana de Doña Rosa. Juliana: doncella de Doña Leonor. Don Enrique: enamorado de Doña Rosa. Cosme: criado de Don Enrique. El comisario. El notario o escribano. Argumento Acto I Don Manuel y Don Gregorio discuten acerca de como es la mejor manera de tratar a las esposas. Don Manuel está a favor de un trato más libre, en donde permita que la mujer exprese sus sentimientos libremente y donde la verdad prevalezca ante todo. Don Gregorio por el contrario le dice a su hermano que es un soñador, y que la mujer que es tratada de esa manera tarde o temprano terminará engañándolo. Aparecen a su vez las dos hermanas discutiendo sobre sus respectivos futuros maridos, y la diferencia del trato recibido por Doña Leonor (comprometida con Don Manuel) y la de Doña Rosa (comprometida con Don Gregorio). Acto II Doña Rosa le pide a su prometido Don Gregorio que le devuelva una carta que supuestamente le ha enviado Don Enrique a ella. Esta finge estar muy angustiada y molesta por la supuesta carta y la declaración de amor de Don Enrique. Y aunque Don Enrique sí está enamorado de Doña Rosa, jamás le ha enviado tal carta. La escena transcurre con una discusión entre Don Enrique y Don Gregorio, ya que este último decide ir a la casa de Don Enrique a hacerle el reclamo personalmente, Don Enrique no entiende tal situación si no hasta que Don Gregorio le devuelve la supuesta carta enviada por él a Doña Rosa, este la lee y comprende que Doña Rosa se la ha enviado con el mismo marido sin que él se dé cuenta, y más aún llegando intacta, ya que el marido decidió no abrirla. Don Gregorio cansado de tanto reclamar con Don Enrique decide casarse con Doña Rosa apresuradamente, mientras tanto Doña Rosa piensa la mejor forma de librarse de tal compromiso. Acto III Doña Rosa inventa una forma de no casarse con Don Gregorio, y es casarse primero con Don Enrique...

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PERSONAJES

DON GREGORIO

DON MANUEL

DOÑA ROSA

DOÑA LEONOR

JULIANA

DON ENRIQUE

COSME

UN COMISARIO

UN ESCRIBANO

UN LACAYO. No habla.

UN CRIADO. No habla.

La escena es en Madrid, en la plazuela de los Afligidos.

La primera casa a mano derecha, inmediata al proscenio, es la de DON GREGORIO, y la de enfrente, la de DON MANUEL. Al fin de la acera junto al foro está la de DON ENRIQUE, y al otro lado la del comisario. Habrá salidas de calle practicables, para salir y entrar los personajes de la comedia.

La acción empieza a las cinco de la tarde y acaba a las ocho de la noche.

Indice

Acto I

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Acto II

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Escena VII

Escena VIII

Escena IX

Escena X

Escena XI

Acto III

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Escena VII

Acto I

Escena I

DON MANUEL, DON GREGORIO.

DON GREGORIO.- Y por último, señor Don Manuel, aunque usted es en efecto mi hermano mayor, yo no pienso seguir sus correcciones de usted ni sus ejemplos. Haré lo que guste, y nada más; y me va muy lindamente con hacerlo así.

DON MANUEL.- Ya; pero das lugar a que todos se burlen, y...

DON GREGORIO.- ¿Y quién se burla? Otros tan mentecatos como tú.

DON MANUEL.- Mil gracias por atención, señor Don Gregorio.

DON GREGORIO.- Y bien, ¿qué dicen esos graves censores?, ¿qué hallan en mí que merezca su desaprobación?

DON MANUEL.- Desaprueban la rusticidad de tu carácter; esa aspereza que te aparta del trato y los placeres honestos de la sociedad; esa extravagancia que te hace tan ridículo en cuanto piensas y dices y obras, y hasta en el modo de vestir te singulariza.

DON GREGORIO.- En eso tienen razón, y conozco lo mal que hago en no seguir puntualmente lo que manda la moda; en no proponerme por modelo a los mocitos evaporados, casquivanos y pisaverdes. Si así lo hiciera, estoy bien seguro de que mi hermano mayor me lo aplaudiría; porque gracias a Dios, le veo acomodarse puntualmente a cuantas locuras adoptan los otros.

DON MANUEL.- ¡Es raro empeño el que has tomado de recordarme tan a menudo que soy viejo! Tan viejo soy, que te llevo dos años de ventaja; yo he cumplido cuarenta y cinco y tú cuarenta y tres; pero aunque los míos fuesen muchos más, ¿sería ésta una razón para que me culparas el ser tratable con las gentes, el tener buen humor, el gustar de vestirme con decencia, andar limpio y...? ¿Pues, qué? ¿La vejez nos condena, por ventura, a aborrecerlo todo; a no pensar en otra cosa que en la muerte? ¿O deberemos añadir a la deformidad que traen los años consigo, un desaliño y voluntario, una sordidez que repugne a cuantos nos vean, y sobre todo, un mal humor y un ceño que nadie pueda sufrir? Yo te aseguro que si no mudas de sistema, la pobre Rosita será poco feliz con un marido tan impertinente como tú, y que el matrimonio que la previenes será, tal vez, un origen de disgustos y de recíproco aborrecimiento, que...

DON GREGORIO.- La pobre Rosita vivirá más dichosa conmigo que su hermanita, la pobre Leonor, destinada a ser esposa de un caballero de tus prendas y de tu mérito. Cada uno procede y discurre como le parece, señor hermano... Las dos son huérfanas; su padre, amigo nuestro, nos dejó encargada al tiempo de su muerte la educación de entrambas, y previno que si andando el tiempo queríamos casarnos con ellas, desde luego aprobaba y bendecía esta unión; y en caso de no verificarse, esperaba que las buscaríamos una colocación proporcionada, fiándolo todo a nuestra honradez y a la mucha amistad que con él tuvimos. En efecto, nos dio sobre ellas la autoridad de tutor, de padre y esposo. Tú te encargaste de cuidar de Leonor y yo de Rosita; tú has enseñado a la tuya como has querido, y yo a la mía como me ha dado la gana. ¿Estamos?

DON MANUEL.- Sí; pero me parece a mí...

DON GREGORIO.- Lo que a mí me parece es que usted no ha sabido educar la suya; pero repito que cada cual puede hacer en esto lo que más le agrade. Tú consientes que la tuya sea despejada y libre y pizpireta: séalo en buen hora. Permites que tenga criadas y se deje servir como una señorita: lindamente. La das ensanches para pasearse por el lugar, ir a visitas y oír las dulzuras de tanto enamorado zascandil: muy bien hecho. Pero yo pretendo que la mía viva a mi gusto y no al suyo; que se ponga un juboncito de estameña; que no me gaste zapaticos de color, si no los días en que repican recio; que se esté quietecita en casa, como conviene a una doncella virtuosa; que acuda a todo; que barra, que limpie, y cuando haya concluido estas ocupaciones, me remiende la ropa y haga calceta. Esto es lo que quiero, y que nunca oiga las tiernas quejas de los mozalbetes antojadizos; que no hable con nadie, ni con el gato, sin tener escucha; que no salga de casa jamas, sin llevar escolta... La carne es frágil, señor mío, yo veo los trabajos que pasan otros, y puesto que ha de ser mi mujer, quiero asegurarme de su conducta, y no exponerme a aumentar el número de los maridos zanguangos.

Escena II

DOÑA LEONOR, DOÑA ROSA, JULIANA; las tres salen con mantilla y basquiña de casa de DON GREGORIO, y hablan inmediatas a la puerta. DON GREGORIO, DON MANUEL.

DOÑA LEONOR.- No te dé cuidado. Si te riñe, yo me encargo de responderle.

JULIANA.- ¡Siempre metida en un cuarto, sin ver la calle, ni poder hablar con persona humana! ¡Qué fastidio!

DOÑA LEONOR.- Mucha lástima tengo de ti.

DOÑA ROSA.- Milagro es que no me haya dejado debajo de llave, o me haya llevado consigo, que aún es peor.

JULIANA.- Le echaría yo más alto que...

DON GREGORIO.- ¡Oiga! ¿Y adónde van ustedes, niñas?

DOÑA LEONOR.- La he dicho a Rosita que se venga conmigo, para que se esparza un poco. Saldremos por aquí por la puerta de San Bernardino, y entraremos por la de Foncarral. Don Manuel nos hará el gusto de acompañarnos...

DON MANUEL.- Sí, por cierto, vamos allá.

DOÑA LEONOR.- Y, mire usted; yo me quedo a merendar en casa de Doña Beatriz... Me ha dicho tantas veces que por qué no llevo a ésta por allá, que ya no sé qué decirla, conque, si usted quiere, irá conmigo esta tarde: merendaremos, nos divertiremos un rato por el jardín y al anochecer estamos de vuelta.

DON GREGORIO.- Usted (A DOÑA LEONOR, a JULIANA, a DON MANUEL y a DOÑA ROSA, según lo indica el diálogo.) puede irse adonde guste; usted puede ir con ella... Tal para cual. Usted puede acompañarlas, si lo tiene a bien; y usted a casa.

DON MANUEL.- Pero, hermano, déjalas que se diviertan y que...

DON GREGORIO.- A más ver. (Coge del brazo a DOÑA ROSA, haciendo ademán de entrarse con ella en su casa.)

DON MANUEL.- La juventud necesita...

DON GREGORIO.- La juventud es loca, y la vejez es loca también, muchas veces.

DON MANUEL.- ¿Pero, hay algún inconveniente en que se vaya con su hermana?

DON GREGORIO.- No, ninguno; pero conmigo está mucho mejor.

DON MANUEL.- Considera que...

DON GREGORIO.- Considero que debe hacer lo que yo la mande, y considero que me interesa mucho su conducta.

DON MANUEL.- Pero, ¿piensas tú que me será indiferente a mí la de su hermana?

JULIANA.- (Aparte.) ¡Tuerto maldito!

DOÑA ROSA.- No creo que tiene usted motivo ninguno para...

DON GREGORIO.- Usted calle, señorita, que ya la explicaré yo a usted si es bien hecho querer salir de casa, sin que yo se lo proponga; y la lleve, y la traiga, y la cuide.

DOÑA LEONOR.- Pero, ¿qué quiere usted decir con eso?

DON GREGORIO.- Señora Doña Leonor, con usted no va nada. Usted es una doncella muy prudente. No hablo con usted.

DOÑA LEONOR.- Pero, ¿piensa usted que mi hermana estará mal en mi compañía?

DON GREGORIO.- ¡Oh, qué apurar! (Suelta el brazo de DOÑA ROSA y se acerca adonde están los demás.) No estará muy bien, no señora; y hablando en plata, las visitas que usted la hace me agradan poco; y el mayor favor que usted puede hacerme es el de no volver por acá.