La Fiebre Amarilla paraliza Buenos Aires - Ceferino Bavasso - E-Book

La Fiebre Amarilla paraliza Buenos Aires E-Book

Ceferino Bavasso

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Beschreibung

La epidemia de fiebre amarilla que azotó a la ciudad de Buenos Aires entre enero y junio de 1871, fue como un monstruo sin cara, de la que no se conocía ni su etiología ni su patogenia, desafió a las autoridades sanitarias y a los propios médicos. Este desafío, que inicialmente buscó la limitación y cura de una peste muy temida, se tradujo finalmente en una trasformación más profunda que modificó las redes de contención social. Asimismo generó un cambio en la concepción de la medicina como ciencia y tendió a la unión de la teoría médica con estrategias sanitarias y edilicias que involucraron a los distintos profesionales actuantes, como así también el comportamiento de las autoridades ante catástrofes de semejante magnitud. Ello sería imposible de borrar en la historia política argentina.

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CEFERINO BAVASSO

JORGELINA AYALA

La Fiebre Amarilla paraliza Buenos Aires

Tensión, muerte y disputa por el poder

Una historia del siglo XIX

Bavasso , CeferinoLa Fiebre Amarilla paraliza Buenos Aires : tensión, muerte y disputa por el poder : una historia del siglo XIX / Ceferino Bavasso ; Jorgelina Ayala. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4729-3

1. Ensayo. I. Ayala, Jorgelina. II. Título.CDD 306.0982

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Imagen de portada: "Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires", Juan Manuel Blanes, 1871. Óleo sobre tela, 230 × 180 cm.

Índice de contenido

Agradecimientos

Introducción

Capítulo 1 - La ciudad y el higienismo en el momento de la epidemia

1 – La ciudad de Buenos Aires en 1871

2 – Estado de la medicina como ciencia en el momento de la epidemia

3 – Primeras reglamentaciones sanitarias

Capítulo 2 - Antecedentes epidémicos

1 – Antecedentes epidémicos en Buenos Aires

2 – Preámbulo de la gran epidemia. La fiebre amarilla en 1870. Buenos Aires y Corrientes

Capítulo 3 - La fiebre amarilla azota Buenos Aires

1 – Cuando se desata el desastre. Buenos Aires y la fiebre amarilla de 1871

2 – Cuando el mal se propaga

Capítulo 4 - Autoridades, Instituciones, funcionarios y profesionales

1 – Instituciones que actúan a nivel sanitario hacen frente a la epidemia

2 – Papel de la Comisión Popular de Higiene

3 – Integrantes del Gobierno provincial y nacional. Rol de los médicos, la policía y la Iglesia en el ámbito de la ciudad.

4 – Los vecinos y las comisiones parroquiales

Capítulo 5

1 – Finalización del episodio. Saldos y consecuencias

2 – Un cuadro da testimonio de la epidemia

Consideraciones finales

Bibliografía General

Bibliografía Específica

Anexo

Anexo 1

Anexo 2

Anexo 3

Anexo 4

Anexo 5

Anexo 6

Anexo 7

Anexo 8

Anexo 9

Anexo 10

Agradecimientos

A mi familia. A Pilar, Osvaldo y Rita. A todos las instituciones donde desarrollo mi trabajo como historiador. Y quiero agradecer a todos y cada uno de mis colegas.

El agradecimiento eterno a María Victoria Grillo, Judith Casali de Babot, a Jorge Gelman, Juan Carlos Garavaglia, Juan Suriano y a mis queridísimos Tulio Halperín Donghi y José Nun que me han dejado muchas cosas, entre ellas el afecto y el respeto.

No hubiese sido posible realizar este trabajo de investigación sin contar con la colaboración desinteresada de los bibliotecarios de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires que me orientaron y facilitaron artículos relacionados con el tema.

Un especial reconocimiento a todos mis docentes y a la institución IES N° 1 “Alicia Moreau de Justo”, lugar de excelencia donde tuve la suerte de formarme como profesora de Historia y donde comencé a desarrollar el presente trabajo.

Un sincero agradecimiento a mis compañeros de guardia que siempre se mantuvieron interesados sobre los avances de mi trabajo y me estimularon a seguir.

Y no puedo dejar de resaltar la ayuda y acompañamiento de mi familia y de mis amigas del profesorado.

A todos ellos, infinitas gracias.

Introducción

La irrupción de una epidemia en el espacio urbano genera transformaciones en el ambiente físico, en las relaciones sociales, en las estructuras institucionales y en los espacios de poder. Estas modificaciones son la emergencia de un proceso de conflictividad, donde la enfermedad, el dolor y la cercanía de la muerte sacan lo mejor y lo peor de la naturaleza humana.

La epidemia de fiebre amarilla que azotó a la ciudad de Buenos Aires entre enero y junio de 1871 no fue la excepción. La fiebre amarilla, como un monstruo sin cara, de la que no se conocía ni su etiología ni su patogenia, desafió a las autoridades sanitarias y a los propios médicos. Este desafío, que inicialmente buscó la limitación y cura de una peste muy temida, se tradujo finalmente en un cambio más profundo que modificó las redes de contención social. Asimismo, generó un cambio en la concepción de la medicina como ciencia y tendió a la unión de la teoría médica con estrategias sanitarias y edilicias que involucraron a los distintos profesionales actuantes.

Esta catástrofe diezmó a la población local y reestructuró la dinámica de distribución social en el espacio urbano. Pero a este saldo potencialmente negativo, hay que añadir las modificaciones positivas en materia sanitaria, ordenanzas municipales tendientes a una mejor preservación ecológica y para una mejor calidad de vida de los habitantes de Buenos Aires.

Luego que la epidemia de vómito negro emprendiera su retirada, las cosas nunca volvieron a ser como antes. Modificaciones en el ambiente, sumado a cambios en la sociabilidad y modificaciones en las instituciones médicas, dan testimonio de que el impacto no sería olvidado y que dejaría una enseñanza patente en toda la población.

El desarrollo del trabajo intentará establecer cuáles fueron los factores sociales, urbanos, sanitarios e institucionales que cambiaron producto de la epidemia y cuál fue el rol desempeñado por los distintos actores sociales durante la epidemia.

El trabajo de investigación abarcará el período histórico comprendido entre 1870–1871, haciendo hincapié en los procesos relacionados con la epidemia de fiebre amarilla. Se profundizará en temas relacionados con la planta urbana de la ciudad de Buenos Aires, las ordenanzas municipales relacionadas a la salubridad del lugar, la estructura médica del momento tanto en materia teórica como práctica y el personal involucrado actuante durante la epidemia.

El mismo surge del análisis de datos estadísticos, publicaciones científicas y palabras de especialistas en la materia, partiendo de la premisa que guía el siguiente trabajo: “La epidemia de fiebre amarilla produjo una fractura en la sociedad, alterándose las relaciones de poder y permitiendo la emergencia de nuevos actores sociales”.

Presenta un enfoque mixto: cualitativo en relación a la investigación del rol desempeñado por los diferentes actores sociales que actuaron durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 (instituciones, profesionales y vecinos) y cuantitativo con la recolección de datos estadísticos relacionados con los cambios demográficos.

Para abordar esta problemática se realizó una investigación exhaustiva, se utilizaron fuentes primarias y secundarias relevantes y se consultó a las voces autorizadas del tema, tanto de historiadores como de médicos e investigadores. Asimismo, se rastrearon trabajos recientes que presenten abordajes innovadores del tema.

Capítulo 1

La ciudad y el higienismo en el momento de la epidemia

1– La ciudad de Buenos Aires en 1871

El primer censo poblacional de 1868, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento arrojó un total de habitantes a nivel nacional de 1.830.214. De este total, 177.787 residían en la ciudad de Buenos Aires. El nivel educacional en ese momento era muy precario, siendo analfabetos la mayoría de los habitantes.

Desde la presidencia se impulsó a la inmigración. La elite gobernante liberal concebía a la inmigración anglosajona como un componente estructural deseable para la construcción del Estado–Nación, por lo que se desarrollaron políticas que propiciaban la misma.

Sin embargo, el intenso flujo de inmigrantes no se correspondió con los intereses de la dirigencia nacional, sino que provenían fundamentalmente de Italia y España, y eran inmigrantes escasamente preparados y de zonas pobres. Estos inmigrantes huían de las malas condiciones de vida y de la escasez de trabajo en su lugar de origen.

Las nuevas condiciones locales y el flujo migratorio hicieron que la ciudad de Buenos Aires creciera en forma vertiginosa durante la segunda mitad del siglo XIX. Así entre 1855–1887 se alcanzó una tasa de crecimiento medio anual de 4,8 %. El 80 % del incremento poblacional se debió al flujo migratorio, siendo en 1855 del 35,3 % y en 1887 del 52,8 % de la población total1. Este cambio poblacional y social va a incidir en la distribución del ambiente urbano y va a generar un cambio en el asentamiento de estas poblaciones a nivel de la ciudad.

La aceleración en el crecimiento del número de habitantes coincidió con una mejoría económica de la Argentina. El desarrollo del sector agropecuario y la apertura de la ciudad con su producción al comercio internacional, colocaron a la nación en la senda del progreso.

Acompañando al progreso económico y llegada de capitales extranjeros, se produjo un avance tecnológico con el desarrollo del sistema de ferrocarriles.

La ciudad de Buenos Aires, previo a la gran epidemia se reducía a unas cuantas manzanas de casas bajas en torno a la Plaza Mayor. La construcción urbana no era muy diferente a la de la época colonial. Esto llevó a que muchos escritores y estudiosos la llamaran “La gran aldea”. En el centro se encontraban los edificios públicos, la casa de Gobierno, el Cabildo donde funcionaba la policía y la cárcel, las iglesias de Santo Domingo y San Francisco. La ciudad no se extendía más allá de las actuales calles Boedo y Medrano hacia el oeste y el arroyo Maldonado hacia el norte. Dentro de estos límites, existía una zona densamente poblada entre las calles Brasil, Entre Ríos, Callao y Arenales2.

El centro estaba formado por catorce barrios parroquiales: al norte Catedral del Norte, San Miguel, San Nicolás, La Piedad, El Socorro y Pilar; al sur Catedral del Sur, Monserrat, San Telmo, Concepción, San Cristóbal, Barracas y la Boca y hacia el oeste Balvanera3.

La región rural iniciaba en los barrios actuales de Montserrat, Recoleta y Congreso. Las avenidas Rivadavia, Callao y Santa Fe eran caminos de tierra. Retiro era un cuartel y el barrio de Flores, una posta rural. En Barracas se instalaban los saladeros y la Boca del Riachuelo era un bañado4.

Existían asimismo vestigios de los dos característicos zanjones que habían demarcado la primitiva ciudad: el zanjón de Granados situado en el barrio de San Telmo que desembocaba en el Río de la Plata a la altura de la calle Chile y el zanjón de Matorras que desaguaba entre las calles Paraguay y Córdoba. Estas dos corrientes de agua eran focos de infección y constituían el vehículo para la propagación de numerosas enfermedades contagiosas5. Si bien desde el gobierno se impulsaron obras para su secado, las mismas avanzaban a paso lento y no habían terminado cuando se desató la epidemia.

Sólo las calles del centro contaban con el tradicional empedrado. El mismo era construido sobre desechos, lo que añadía un olor característico y un factor toxo-infeccioso extra. Las calles más importantes utilizaban gas para su iluminación y en los barrios de extramuros se usaba el aceite.

La vigilancia de las calles en forma nocturna estaba a cargo de los serenos, actuando la infantería en zonas más pobladas y la caballería en lugares apartados.

A pesar de las precarias condiciones habitacionales y sanitarias, la cantidad de decesos por día raramente superaban a los 20 habitantes de la ciudad. Los muertos eran depositados en el cementerio de la Recoleta. Durante la epidemia de cólera, debido al aumento en la mortalidad de la población, la capacidad del cementerio fue superada y fue necesaria la apertura de una nueva necrópolis, el Cementerio del Sur en 18676.

El sistema sanitario estaba constituido por un Hospital de Hombres, cuya existencia se remontaba a los inicios fundacionales del territorio y que por esta época se encontraba ubicado en la calle Comercio (Humberto I). Allí funcionaba también la Facultad de Medicina. En 1720 se creó el Hospital General de Mujeres emplazado en la calle Esmeralda, dependiendo en ese momento de la Sociedad de Beneficencia. También existían un hospital para dementes fundado en 1859, el Hospital Militar que cobró importancia tras la Guerra del Paraguay y la Casa de Niños Expósitos cuyo origen se remonta a época del Virrey Vértiz en 1779.

A este grupo de instituciones públicas, se suman un grupo de establecimientos hospitalarios para la atención privada: el Hospital Italiano que funcionaba en Bolívar y Caseros, el Irlandés (fundado en 1848 por el padre Fahy), el Hospital Francés inaugurado en 1847 y el Hospital Español que se inauguró en 18777.

En relación a la distribución poblacional, se puede afirmar que durante la primera mitad del siglo XIX, Buenos Aires no conoció el hacinamiento. Sin embargo, entre 1850 y 1870 el crecimiento demográfico de la ciudad capital fue intenso y el espacio habitacional no se incrementó a la par. La cantidad de habitantes en Buenos Aires se triplicó en estos veinte años. Este aumento fue desigual, siendo la distribución mayor en determinados barrios porteños y no guardando relación con un aumento de la planta urbana.

Como fue mencionado, en 1869, la población residente en Buenos Aires alcanzaba 177.787 individuos, con una proporción similar entre nativos y extranjeros entre los que se destacaban los italianos. Si consideramos que en el año de la gran epidemia los habitantes eran 210000, se puede observar que este crecimiento se debió fundamentalmente al fenómeno inmigratorio y en menor proporción al crecimiento vegetativo.

Para hacer frente a la disparidad que existía entre el crecimiento poblacional y la planta urbana, fue necesaria la introducción de nuevas formas de vivienda.

Las casonas, residencia otrora de las buenas familias, dieron paso a la ocupación por múltiples familias inmigrantes que incluso compartían habitación, a un precio bajísimo. Esta nueva forma de residencia, conocida como conventillo, dio albergue a los inmigrantes y sus familias, constituyéndose en la nueva característica habitacional que adopta la ciudad8.

En los conventillos, las familias vivían en la mayor promiscuidad, conviviendo en escasos metros cuadrados gran cantidad de personas de edades diversas, compartiendo camas. Estos ambientes tenían con escasa ventilación. Los patios eran para la utilización comunitaria y podía ser usado por todas las familias que vivían en la vivienda. Era el ‘ámbito’ donde se establecían vínculos de sociabilidad, lugar destinado al esparcimiento pero también a la preparación de alimentos. Así en el patio se integraban y amalgamaban diferentes costumbres y culturas.

Las familias también compartían las letrinas, siendo la limpieza y la higiene deficientes y muy precarias.

De todo esto se deduce que las condiciones de vida en estos lugares eran infrahumanas. Hacinamiento, promiscuidad, mala ventilación, suciedad y miseria eran las características que dominaban los más de doscientos conventillos que funcionaban en Buenos Aires. Dadas estas condiciones, no es extraño pensar que la gran peste se iniciara en estos lugares, donde la superpoblación y la falta de higiene proporcionaron el mejor ambiente para la multiplicación de la enfermedad y el desarrollo del vector de la enfermedad9. Tampoco es de extrañar que la peste se ensañara particularmente con los habitantes de los conventillos.

Sin embargo, lo que dejó perplejos a los profesionales y a la población en general fue el hecho que la enfermedad no respetaba un patrón específico de diseminación. Si bien el mal azotó con fiereza a los barrios más pobres, esto no se debió a una cuestión nutricional ni inmunitaria, sino a que los poderosos podían huir de la ciudad.

Desde nuestro conocimiento actual de la enfermedad, del agente causal y del modo de contagio, es fácil dar respuesta a estas cuestiones. Pero a fines del siglo XIX, que la enfermedad afectara por igual a ricos como a pobres, que personas en buen estado de salud perecieran a causa del mal, mientras cuidadores de enfermos con condiciones precarias de salud no fueran afectados, generaba un condimento extra al temor y terror que producía el mal.

Este era el panorama de la ciudad en el momento en que hace su aparición la epidemia más trágica de la historia argentina.

2–Estado de la medicina como ciencia en el momento de la epidemia

La ciencia médica de mitad de siglo XIX era tributaria del paradigma neo-hipocratismo, basado en la creencia que la enfermedad se originaba por cambios ambientales, climáticos o estacionales y por ende las características que presentaban tanto el aire como el agua influían fundamentalmente en su desarrollo. Este paradigma es previo al pasteuriano. En este último, el desarrollo de las enfermedades se basa en su origen contagioso, con la presencia de patógenos que producen enfermedades, dentro de los que ocupan un lugar preponderante los microorganismos.

El paradigma neo-hipocratismo se asoció en nuestro país, al surgimiento del movimiento higienista que alcanzó su mayor ímpetu en la década del 70. Esta concepción higienista, al formar parte de la disciplina médica, influyó en las teorías científicas y prácticas del médico. También va a dejar su impronta en la concepción de la enfermedad en cuanto a la entidad, el origen, forma de transmisión, tratamiento y medidas preventivas para evitar el contagio.

Dentro de las ideas que abonaban esta mirada cientificista, las estrategias urbanas merecían especial atención. Así en coherencia con los fundamentos científicos, este grupo de profesionales abogaba por el alejamiento de los asientos poblacionales de los saladeros, hospitales y cementerios, porque sus “miasmas”10 enfermaban a los pobladores11.

Este nuevo movimiento higienista reformula los antiguos conceptos de higiene pública, tomándola no sólo como un programa para frenar los brotes epidémicos, sino desde una concepción más amplia. Así la salud se integraba de la salud física, psicológica y social de la población. Estos tres factores debían estar presentes y era necesaria la intervención del estado para su mantenimiento12.

En palabras de Eduardo Wilde, la salud era considerada en ese momento de la siguiente forma:

“Siendo la misión del gobierno a este respecto, cuidar la salud del pueblo, sepamos qué se entiende por salud del pueblo. Nosotros no hemos de entender, lo que se entiende vulgarmente, preservación de enfermedades, impedimento a la importación ni propagación de epidemias, nosotros tenemos que entender por salud del pueblo, todo lo que se refiere a su bien estar i esto comprende todo lo que contribuye a su comodidad física y moral. Luego las palabras salud del pueblo, quieren decir instrucción, moralidad, buena alimentación, buen aire, precauciones sanitarias, asistencia pública, beneficencia pública, trabajo i hasta diversiones gratuitas, en fin, atención a todo lo que pueda construir una exigencia de parte de cada uno i de todos los moradores de una comarca o una ciudad”13.

Es interesante recalcar que la concepción de salud es abarcativa, donde observan al individuo en forma integral y como una unidad bio–psico–social. En un momento donde el origen de las enfermedades era atribuido a razones ambientales y miasmas, considerar el tratamiento del individuo en forma integral, contemplando tanto la esfera física como la volitiva y la social, atendiendo a la prevención y control sanitario, y asignando al Estado el deber de garantizar la asistencia, el trabajo y el ocio, es por lo pronto, innovador y transformador.

Es precisamente en este momento cuando se forma el concepto de Salud Pública que persiste en la actualidad.

Las propuestas en este período van a retomar la mirada hacia el espacio público pero le suman la mirada hacia el sector privado, observando fundamentalmente la presencia de pobreza urbana y las condiciones de vida e higiene, en especial de los conventillos.

En concordancia con esta línea de pensamiento y siguiendo la lógica binaria sarmientista de civilización y barbarie; el higienismo, como modelo de análisis, puede seguir una división entre salubre e insalubre. Sin embargo, según Salessi, los principios teóricos y formas de representación del higienismo sirven mejor que el modelo sarmientista para unificar a la población formando un cuerpo nacional. Así, las enfermedades epidémicas van a aparecer como el nuevo enemigo, que no distingue a los intelectuales burgueses de los criollos y gauchos, ni a la población del campo de la que se asienta en la ciudad. De esta manera, es necesaria la unión de todo el “cuerpo” nacional para enfrentar a este enemigo común. Esta manera de pensar, que fue reforzada por las epidemias que asolaron la ciudad entre 1867–1871, gestaron en la población el imaginario de enemigo común–enfermedad14.

La corriente higienista, que adquiere gran prestigio a nivel mundial durante la década del 70 y 80, va a ser una disciplina determinante en el proceso de modernización nacional de fines de siglo.

Es precisamente esta corriente científica, que usando el diario de un sobreviviente de la epidemia de 1871, va a mostrar y justificar nuevas formas de autoridad surgidas por la necesidad de combatir al enemigo que había conseguido despoblar la capital de la República, ya sea por deceso o huida. Estas nuevas formas de autoridad que van a surgir en momentos de epidemia, serán las encargadas de disciplinar la vida de los habitantes y controlar los espacios públicos y privados15. Esta lectura va a ser central a fines del siglo XIX cuando estos higienistas pasan a formar parte del Estado y se ligan al poder.

La formación médica16 impartida a los estudiantes durante este período se llevaba a cabo en la facultad de medicina que funcionaba en el edificio del Hospital de Hombres. La Universidad de Buenos Aires había sido creada durante la gobernación de Martín Rodríguez, contando con el impulso de su ministro Bernardino Rivadavia. Entre los departamentos que integraban a la flamante universidad se encontraba el de medicina, que contaba con tres cátedras.

Luego de la caída de Rosas, la Escuela de Medicina es separada de la universidad y pasa a depender del gobierno de la provincia de Buenos Aires.

Es en este momento, cuando los estudios médicos adquieren estatus universitario. El primer decano de la facultad fue Juan Antonio Fernández, quien será reemplazado por Francisco Javier Muñiz en 185517.

Durante este período se van a sentar las bases de los estudios universitarios para la formación obstétrica, odontológica y farmacéutica18.

En 1874, mediante un nuevo decreto, la Facultad de Medicina vuelve a formar parte de la Universidad, luego de veinte años de depender del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. De esta manera se cierra un largo ciclo que involucra a la facultad de medicina de la Universidad de Buenos Aires y a la formación médica universitaria.

3–Primeras reglamentaciones sanitarias

A pesar del panorama sombrío que se mecía sobre Buenos Aires en relación a la limpieza y salubridad, la ciudad hizo hasta lo imposible por continuar siendo la “ciudad de los buenos aires”. En 1856 la primera Comisión Municipal adoptó una serie de disposiciones que rigieron en la ciudad. Así se establecieron los mercados para la venta de los alimentos, se reglamentó la venta de pan y carne y se prohibió estacionar carretas en la plaza. También se reglamentó la construcción de veredas, se fundaron asilos para mendigos, se estableció el servicio de barrido y riego de calles y se organizó la recolección de basura. Se ordenó la fundación del hospital de Dementes y se permitió a las Hermanas de Caridad realizar su ayuda humanitaria en los diferentes hospitales19.