La fortaleza - Alexander Watson - E-Book

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Alexander Watson

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La invasión rusa de Ucrania, en la madrugada del 24 de febrero de 2022, trajo al mundo el inquietante recuerdo del estallido de la Primera Guerra Mundial de 1914. Al igual que cien años antes, el peligro inminente de una conflagración había estado a la vista de todos. En la ciudad polaca de Przemyśl, situada justo al otro lado de la frontera ucraniana, los ecos de 1914 resonaron con una fuerza ensordecedora. Al comienzo de la Gran Guerra, cuando el ejército del zar Nicolás II marchó hacia el oeste y parecía a punto de invadir la Europa central, fue a Przemyśl, una vetusta ciudad-fortaleza del Imperio austrohúngaro, adonde escaparon oleadas de refugiados en busca de un lugar seguro. Y fue Przemyśl, ciudad multiétnica habitada por polacos, ucranianos y judíos, quien desafiaría el sueño zarista de crear una "Gran Rusia" hasta los Cárpatos. Allí se libraría una de las batallas decisivas de la Gran Guerra, un encarnizado y despiadado asedio que frenó en seco la feroz acometida rusa contra las Potencias Centrales que hubiera cambiado el sino de la guerra. Una desgarradora historia que, a pesar de su capital relevancia, permanece casi desconocida en Occidente. En La fortaleza. Przemyśl, la ciudad que desafió a Rusia en la Primera Guerra Mundial, el multipremiado historiador Alexander Watson recrea de forma magistral un mundo de imperios desaparecidos, ejércitos quebrantados y comunidades amputadas que inexorablemente se precipitaba al abismo, heraldo de la furia nacionalista, extremista y antisemita que desgarraría Europa en las siguientes décadas. Una historia que tristemente reverbera en nuestro tiempo con la más rabiosa actualidad. Ganador del Society for Military History's Distinguished Book Award 2021 Finalista del Gilder Lehrman Prize for Military History y del British Army Military Book of the Year Award Libro del año para BBC History Magazine y Financial Times

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«La fortaleza nos sumerge en la tensa y claustrofóbica atmósfera de la línea del frente en unos meses cruciales de la guerra [...] El libro de Watson es un impresionante relato de una historia casi completamente desconocida que deja claro cuánto nos queda por aprender en relación con la Primera Guerra Mundial lejos del frente occidental».

Mark Mazower, Financial Times

«El espléndido libro de Watson combina un gran poder evocador (y destellos de humor agudo) con la autoridad ética de la mejor escritura histórica. La historia que cuenta es inquietante, porque resiste cualquier intento de englobar la muerte y la violencia de la guerra dentro de una narrativa de redención. En cambio, recuerda una guerra que, en realidad, nunca terminó, sino que se derramó en cascadas de violencia cuyos efectos tóxicos aún permanecen entre nosotros».

The Guardian

«El relato de Watson en torno a la experiencia de batalla de estos hombres es un brillante torrente de cartas, diarios y recuerdos. Las voces del asedio transmiten el horror y el terror de los hombres que tuvieron que soportarlo y reprimir el miedo a la muerte [...] La fortaleza, meridianamente escrito y bien investigado, es una obra maestra. Merece convertirse en un clásico de la historia militar».

Lawrence James, The Times

«[La fortaleza] es historia con mayúsculas, un relato maravillosamente legible, aunque trágico, de su tiempo y de cómo se puede hacer retroceder el tiempo en condiciones de asedio. Su narración de la inquebrantable vanidad, amoríos y arrogancia de los comandantes de los Habsburgo halla resonancias modernas como parábola de una extraordinaria arrogancia, orgullo imperial y peligroso aislacionismo».

The Daily Telegraph

LA FORTALEZA

LA FORTALEZA

PRZEMYŚL, LA CIUDADQUE DESAFIÓ A RUSIA EN LAPRIMERA GUERRA MUNDIAL

Alexander Watson

Prólogo del autor a esta edición

La fortaleza

Watson, Alexander

La fortaleza / Watson, Alexander [traducción de Javier Romero Muñoz].

Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2023. – 352 p., 16 de lám. :il. ; 23,5 cm – (Primera Guerra Mundial) – 1.ª ed.

D.L.: M-328-2023

ISBN: 978-84-124964-6-8

94 (4-11) (4-191.2) “1914-1918”

355.344

LA FORTALEZA

Przemyśl, la ciudad que desafió a Rusia en la Primera Guerra Mundial

Alexander Watson

Título original:

The Fortress. The Great Siege of Przemyśl

by Alexander Watson

© Alexander Watson, 2019

ISBN: 978-0-241-30906-3

© de esta edición:

La fortaleza

Desperta Ferro Ediciones SLNE

Paseo del Prado, 12, 1.º dcha. 28014 Madrid

www.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-124964-8-2

Traducción: Javier Romero Muñoz

Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández

Coordinación editorial: Mónica Santos del Hierro

Cartografía: Desperta Ferro Ediciones

Ilustración de las páginas VIII-IX: Neil Gower

Primera edición: febrero 2023

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2023 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

Producción del ePub: booqlab

Para Tim

ÍNDICE

Agradecimientos

Prólogo a esta edición.Las tierras de sangre, 108 años después

Introducción

1   Un ejército roto

2   «Los Héroes»

3   El asalto

4   La barrera

5   Aislados

6   Inanición

7   Armagedón

Epílogo. Hacia las tinieblas

Apéndice I. La organización del Ejército habsburgo en 1914

Apéndice II. La organización del Ejército ruso en 1914

Bibliografía

AGRADECIMIENTOS

Escribir el presente libro, a pesar de que muchos de sus materiales son siniestros en extremo, ha resultado un gran placer. Mi primer agradecimiento es para mis editores, Simon Winder de Penguin Books y Lara Heimert de Basic Books, por saber que un lugar puede tener más consonantes que las que muchas personas consideran correcto o conveniente y, aun así, tener una extraordinaria importancia y una historia fascinante. Les adeudo un inmenso agradecimiento por haber revisado mi original con tanto cuidado, por todas las sugerencias y mejoras y por su enorme entusiasmo durante todo el proyecto. Este libro es mucho mejor gracias a su esfuerzo.

Debo dar las gracias a numerosos habitantes de Przemyśl, o que, al menos, tienen una relación muy estrecha con ella. El doctor Tomasz Pudłocki, editor jefe de Rocznik Przemyski [El anuario de Przemyśl] –la revista académica dedicada a la ciudad–, se convirtió en un buen amigo durante el proyecto. Le agradezco la generosidad con la que compartió conmigo sus contactos, me remitió textos y me aconsejó. También estoy sumamente agradecido a Tomasz Idzikowski, autor de las obras definitivas acerca de la construcción y organización técnica de la fortaleza de los Habsburgo. Me he beneficiado mucho de su profundo conocimiento, gracias a sus publicaciones, que son muchas, y también gracias a nuestros prolijos intercambios de correos electrónicos. Los realistas dibujos que muestran el aspecto que debieron de tener en 1914 los fuertes de Przemyśl y las planimetrías que aparecen en este libro son todos precisos y fruto de su minucioso trabajo. Le debo un agradecimiento especial su autorización para publicarlos en estas páginas.

El Muzeum Narodowe Ziemi Przemyskiej [Museo Nacional de la Tierra de Przemyśl], situado en la ciudad, me fue de gran ayuda para mis investigaciones. Me gustaría agradecer en particular al exdirector de la sección histórica, doctor Grzegorz Szopa, por darme acceso a los papeles de incalculable valor del teniente coronel Elek Molnár, comandante del Regimiento de Infantería del Honvéd n.º 8. En marzo de 1915, al final del sitio de Przemyśl, Molnár desobedeció la orden de quemar toda la documentación y escondió bajo la tarima de su alojamiento, donde fueron hallados en 1966, sus notas militares, órdenes, un diario y algunos diarios de trinchera habsburgo únicos con bromas y caricaturas. También quiero reconocer la particular amabilidad del doctor Szopa por compartir conmigo la parte de las memorias de su abuelo en la que relata el sitio de Przemyśl. Además de esto, estoy muy agradecido al director actual de la sección histórica, doctor Lucjan Fac, por la generosidad con la que buscó y me remitió fotografías de la colección del museo. Algunas de estas han sido publicadas, con permiso del museo, en este libro. Por último, doy las gracias a Karol Kicman, guía de la sección de Przemyśl de la Polskie Towarzystwo Turystyczno-Krajoznawcze [Sociedad Polaca de Turismo y Excursiones], quien, junto con su suegro, nos hizo un fantástico recorrido por las ruinas de los fuertes de Przemyśl. Aprendí mucho y me contagié de su entusiasmo por la historia del lugar.

Uno de los privilegios del trabajo académico es pertenecer a una comunidad internacional repleta de personas eruditas dispuestas a ayudar. He acumulado numerosas deudas. Por encima de todo, doy las gracias a John E. Fahey, de la United States Military Academy at West Point, por su generosidad al compartir su excelente tesis doctoral en torno al gobierno imperial y local de Przemyśl, Galitzia, 1867-1939. Aprendí mucho y estoy deseando ver publicado el texto definitivo. Quiero dar las gracias al doctor Anton Holzer de Viena por su ayuda para localizar la fotografía del sacerdote ahorcado, publicada por primera vez en su obra Das Lächeln der Henker (Primus, 2008). El profesor Serhy Ekeltchik, de la University of Victoria, mostró una extraordinaria amabilidad al dedicar tiempo y recursos para ayudarme a encontrar fotografías de la ocupación rusa de Przemyśl. Recibí valiosos comentarios de las audiencias de los seminarios celebrados en la Oxford University, en Sandhurst, el colegio universitario de Dublín, el centro de historia urbana de Europa centrooriental de Leópolis y del Imre Kertész Kolleg de Jena. Por último, quiero dar un reconocimiento a mi departamento de Goldsmith, de la University of London. Soy muy afortunado por contar con el apoyo de mis destacados colegas. La investigación histórica sería imposible sin archiveros y bibliotecarios especializados. El presente libro se basa en investigaciones en diez archivos –Archiwum Główne Akt Dawnych de Varsovia, Archiwum Państwowe de Przemyśl, el archivo del Muzeum Narodowe Ziemi Przemyskiej, Archiwum Narodowe de Cracovia, Hadtörténelmi Levéltár de Budapest, Kriegsarchiv and Allgemeines Verwaltungsarchiv de Viena, el archivo central para la historia del pueblo judío de Jerusalén, Tsentral’nyi derzhavnyi istorychnyi arkhiv Ukrainy u L’vovi de Leópolis y National Archives de Londres– así como la Biblioteka Narodowa de Varsovia, la Biblioteka Jagiellońska de Cracovia, la British Library de Londres y la University Library de Cambridge. Guardo una gratitud enorme a todos ellos. También recibí una gran ayuda de otros archivos a distancia. En particular debo mencionar al director Josef Žikeš y Viera Žižková de los Vojenský ústřední archive-Vojenský historický archiv Praha [Archivos Militares Centrales-Archivos histórico militares de Praga] y al Marek Król de Przemyśl. A los dos les agradezco que me autorizasen a utilizar sus fotografías.

Debo también un especial agradecimiento al personal del Kriegsarchiv de Viena y al Archiwum Państwowe de Przemyśl, por la asistencia recibida mientras investigaba en ellos y por la celeridad y eficiencia con la que me proporcionaron imágenes del sitio de Przemyśl. Una vez más, debo reconocer su autorización para publicar. Muchos otros han contribuido también a la creación de este libro. Le debo especial gratitud a dos extraordinarios eruditos que han prestado una excelente ayuda a mis investigaciones: el doctor Tamás Révész me ayudó con las fuentes húngaras y Eugene Polyakov con el material en lengua ucraniana y rusa. También estoy agradecido en extremo a los equipos de Penguin y Basic Books, en particular a Anna Hervé, que supervisó el proceso de publicación; a Ellen Davies y a Katie Gower. Doy gracias a David Watson y Roger Labrie por su minuciosa revisión y a Neil Gower por dibujar el hermoso mapa de Przemyśl y su cinturón de fuertes que aparece en las páginas VIII-IX. Durante todo el proceso, contar con mi agente Clare Alexander como fuente de consejos y apoyo ha sido de una inmensa ayuda.

Mi reconocimiento final y más sentido es para mi familia. Mi suegro Alfred y yo tuvimos la idea de este libro durante un paseo por los bosques de la Alta Silesia y le agradezco la inspiración. Mi padre, Henry, a quien echo de menos todos los días, y mi madre, Susan, han sido siempre modelos a seguir y pilares de fortaleza, sabiduría y amor. Para ellos y para todos los que les rodean, en particular a Jana, y a Peter, Wiesia, Alfred, Judy, Tim, Lesley, John, Julia, Sean, Andrew, Erin, Caley, Lindsey, Finlay, Dawn, Marysia, Wojtek, Meng, Anna, Duncan, James y Emma, gracias por vuestro amor. A mi esposa, Ania, y a mi hija, Maria, y a mi hijo, Henry: os amo más de lo que soy capaz de expresar. Gracias por hacerme sonreír, por cuidar de mí y por darme apoyo en los malos y en los buenos tiempos. Este libro está dedicado a mi maravilloso hermano Tim, con mi profunda admiración y con todo mi amor.

PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN

Las tierras de sangre, 108 años después

La invasión rusa de Ucrania, en la madrugada del 24 de febrero de 2022, trajo al mundo el recuerdo inquietante del estallido de la Gran Guerra de 1914. Al igual que cien años antes, el peligro inminente de una conflagración había estado a la vista de todos. Un primer signo fue el incoherente ensayo pseudohistórico de Vladímir Putin del verano de 2021, cuyo amenazador título era «Sobre la Unidad histórica de rusos y ucranianos». Esto fue seguido por el despliegue invernal de 190 000 efectivos rusos, con su maquinaria militar y sus servicios de apoyo, a lo largo de las fronteras de Ucrania. En las semanas finales que precedieron a la embestida, las potencias occidentales, advertidas por sus agencias de inteligencia, evacuaron a toda prisa al personal de sus embajadas en Kyiv. Aun así, cuando, el 24 de febrero, los misiles rusos aullaron por los cielos de Ucrania y largas columnas militares cruzaron la frontera, el sentimiento de sorpresa, horror e incredulidad, igual que en el inicio de la Gran Guerra, fue palpable mucho más allá de la zona de conflicto. ¿Cómo puede ser, se preguntaba la gente, cómo puede haber una guerra en la Europa del siglo XXI, un continente rico, libre y en paz desde hace tanto tiempo?

En la ciudad polaca de Przemyśl, situada justo al otro lado de la frontera ucraniana, los ecos de 1914 fueron aún más fuertes. Como relata este libro, Przemyśl había sido en el pasado una ciudad-fortaleza encargada de la defensa del este del Imperio habsburgo. Al comienzo de la Gran Guerra, cuando el ejército del zar Nicolás II marchó hacia el oeste y parecía a punto de invadir la Europa central, fue a Przemyśl, adonde escaparon oleadas de refugiados en busca de un lugar seguro. En 2022, las escenas desesperadas de 108 años atrás volvieron a repetirse: trenes y más trenes abarrotados de mujeres y niños ucranianos entraban sin cesar en la bella estación habsburgo; huían de un nuevo ejército ruso. Przemyśl, como principal punto de entrada del territorio bajo la protección de la OTAN, volvió a ofrecer seguridad a las personas asustadas y exhaustas que la guerra había desplazado. En los primeros meses del conflicto, esta pequeña localidad de 60 000 habitantes acogió a más de 1,2 millones de refugiados. Un esfuerzo cívico espontáneo, de inmensa generosidad –en el que participaron algunos de los amigos y colegas citados en los agradecimientos del presente volumen– ofrecieron ayuda y alojamiento. Por primera vez desde 1914-1915, Przemyśl atrajo la atención global.

Cuando terminé este libro, en la primavera de 2019, la historia del sitio de Przemyśl me parecía un episodio histórico de importancia, tanto por su impacto decisivo en la Primera Guerra Mundial como por ser el punto de partida, crucial pero olvidado, de los horrores que devastaron la región en la primera mitad del siglo XX. Hoy, la conflagración que arde al este de la ciudad ha puesto de relieve una relevancia contemporánea más urgente. Las ambiciones violentas de Vladímir Putin en Ucrania y la ideología que hay detrás de su negación de la nacionalidad ucraniana y la insistencia en que los ucranianos no son más que una rama subordinada del pueblo ruso, asientan sus raíces en el pasado imperial de Rusia. La pretensión del zar Nicolás II de crear una «Gran Rusia hasta los Cárpatos», anunciada en abril de 1915, durante el breve periodo en que su Ejército dominó sobre lo que en la actualidad sería Ucrania occidental, y la agresión del moderno Estado ruso, se basan en un mismo nacionalismo racial. La guerra de Putin no es solo un legado del derrumbamiento de la Unión Soviética, sino una repetición del fracasado intento del zar de anexionar todas las tierras en las que habitasen ucranianos.

Por ello, la historia del sitio de Przemyśl de 1914-1915 nos recuerda que la actual Guerra Ruso-Ucraniana, aunque emprendida por un solo hombre, Vladímir Putin, es también hija de las corrientes más negras de la historia rusa. Ciertos cálculos de poder político siguen en vigor: la observación del historiador Dominic Lieven de que el Estado zarista necesitaba al pueblo, a la agricultura y a la industria de Ucrania para ser una «gran potencia», continúa siendo válida para la Rusia moderna. La brutalidad de hoy es comparable a la de 1914-1915, pues está motivada por la misma ideología nacionalista, violenta y profundamente arraigada. Tanto los ejércitos del zar como los de Putin se han ensañado contra un pueblo que contradice la visión de sus líderes de una «tierra rusa primordial». Los judíos fueron las principales víctimas de 1914; apaleados, asesinados y, una vez se rindió Przemyśl, expulsados en su totalidad. Además, las fuerzas armadas zaristas emprendieron un asalto feroz, y perturbadoramente familiar, para eliminar la identidad ucraniana, con la purga de su intelligentsia y el cierre de instituciones culturales y educativas. Se quemaron libros en ucraniano y se importaron historias de Rusia para su uso en las escuelas ucranianas, lo cual también es una prioridad en la actualidad para los ocupantes de la Mariúpol devastada. La violencia extrema era, y sigue siendo, una herramienta autoritaria para la transformación de poblaciones. En 1914, las personas explicaban con horror los crímenes rusos de Brody y Lwów; hoy, son célebres Bucha, Irpin e Izium.

La campaña del zar contra la Europa central, y el intento fracasado de su ejército, en el otoño de 1914, de someter con rapidez la fortaleza de Przemyśl, desembocó en una sangrienta contienda de desgaste que, en último término, destruyó su régimen. Pese a que la guerra actual se libra con armas muy diferentes, en lo militar no deja de haber llamativas continuidades. En 1914, el poderoso ejército zarista, veterano y con una década de modernización, debía ser una «apisonadora» que lo aplastara todo a su paso. Las fuerzas armadas de Putin también habían dispuesto de años de inversiones antes de la Guerra Ruso-Ucraniana y muchos las consideraban unas de las más formidables del mundo. A pesar de ello, ambos ejércitos no estuvieron a la altura de las expectativas. Aunque resulte sorprendente, las razones son similares: una persistente cultura de corrupción en el Estado y en el Ejército, altos mandos inflexibles incapaces de coordinar fuerzas dispersas, descuido institucional de la logística y las comunicaciones seguras, mala relación entre tropa y oficialidad y un cuerpo de suboficiales pequeño y mal formado; todos estos factores contribuyen a degradar el poder combativo de Rusia. Un turbulento siglo, salpicado de revoluciones y regímenes de ideologías radicalmente opuestas separa a ambas fuerzas y, aun así, el viejo adagio francés sigue en vigor: «plus ça change, plus c’est la même chose».

Sin embargo, el futuro está abierto. La victoria inicial en las afueras de Kyiv y el inmenso valor y sacrificio de su pueblo en esta contienda terrible han asegurado la supervivencia de Ucrania como nación independiente. Los avances del ejército en Járkiv y Jersón han dado nuevo impulso a los esfuerzos por liberar el territorio bajo ocupación rusa. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, y, en particular, el cruento asedio y la violencia extrema que se dio en las inmediaciones de Przemyśl en 1914-1915, nos recuerdan que la pugna actual va más allá de la vanidad de un autócrata. Las ambiciones de Rusia con respecto a Ucrania y su gente tienen una larga historia empapada de sangre. Frustrar para siempre tales designios y cerrar esta historia no será fácil. La guerra actual será muy encarnizada.

Alexander WatsonNoviembre de 2022

INTRODUCCIÓN

En ocasiones, cosas que damos por hechas, que consideramos sólidas, estables y duraderas, se desmoronan con una brusquedad aterradora. En el verano de 1914 la guerra estalló en toda Europa. Todo el mundo había visto venir las nubes amenazadoras; sin embargo, casi nadie había creído que podía desencadenarse el cataclismo, una conflagración entre las grandes potencias. «Progreso» era la palabra de moda en la época. La última gran guerra verdadera se remontaba a cien años antes. A pesar de que los ejércitos se preparaban sin descanso, algunos expertos afirmaban que en la era presente, más libre, instruida y de tecnología más avanzada que ninguna del pasado, la guerra era imposible. Un conflicto, advertían los entendidos, «dejaría en la ruina tanto a conquistador como a conquistado» y finalizaría con una «anarquía general, o reduciría a las personas a una condición lamentable». En los pueblos y ciudades del continente las personas vivían como si el Armagedón nunca fuera a llegar. Trabajaban, desarrollaban sus trayectorias profesionales y sus negocios, se enamoraban, criaban a sus hijos. Pero todo esto fue arrasado por el torbellino de 1914. La vieja civilización fue despedazada, los sueños destruidos y las vidas cercenadas.1

El presente libro narra la historia de una ciudad fortaleza que se vio sumida en la calamidad y en la cual, durante los primeros meses de la Primera Guerra Mundial, se dirimió el destino de Europa central y del Este. Esa ciudad se llamaba Przemyśl. Hoy se encuentra en el apacible extremo sudoriental de Polonia, en la frontera con Ucrania. Mas, en los inicios del siglo XX, pertenecía al imperio de los Habsburgo, un extenso Estado dinástico que, durante siglos, gobernó sobre una población centroeuropea muy pintoresca y diversa. Przemyśl, ciudad fortificada y multiétnica, hogar de 46 000 ciudadanos polacos, ucranianos y judíos, así como de una gran guarnición, era el mayor y más importante bastión defensivo imperial en el este.2

En septiembre de 1914, Przemyśl se encontró, de repente, al borde del desastre militar. Pese a que la contienda había estallado hacía apenas un mes, un enorme contingente ruso había invadido el Imperio habsburgo y derrotado al Ejército. Las tropas, derrotadas, desmoralizadas, enfermas y descontroladas, inundaron la ciudad. Los rusos les seguían de cerca, dispuestos a rematar la victoria. El zar deseaba imponer su dominio sobre la región circundante y subyugar a su población eslava, a la que consideraba «pequeños rusos».* El único obstáculo que le cerraba el paso era la fortaleza de Przemyśl. Su variopinta guarnición se componía de reservistas de mediana edad de todos los confines de Europa central: germano-austriacos, húngaros, rumanos, serbios, eslovacos, checos, italianos, polacos y ucranianos. Estos soldados añosos, al servicio de unas fuerzas armadas célebres por su incompetencia, provistos de armamento obsoleto, y que apenas podían comunicarse entre ellos, libraron un combate desesperado para detener al ejército más poderoso del mundo.

El sitio de Przemyśl de 1914-1915 cambió el curso de toda la Primera Guerra Mundial. En el otoño de 1914, cuando la alianza de Austria-Hungría y Alemania encajó severas derrotas al este y al oeste, la ciudad fortaleza y su guarnición de 130 000 efectivos tuvo un papel crucial para prevenir la invasión rusa de Europa Central. Durante los meses decisivos de septiembre y octubre, la fortaleza cerró el paso a los rusos para negarles el uso del importante nudo ferroviario y de comunicaciones que llevaba al corazón del Imperio habsburgo. Su firme defensa salvó al imperio y a su ejército al ralentizar de forma decisiva el avance enemigo. El tiempo ganado por la fortaleza fue crucial para que el castigado Ejército habsburgo pudiera regenerarse y volver al combate. A pesar de que los rusos la volvieron a sitiar en noviembre, habían perdido la mejor oportunidad de lograr una victoria rápida.

La enconada resistencia de Przemyśl en el invierno de 1914-1915 –fue el asedio más prolongado de la Primera Guerra Mundial–, no fue menos decisiva, a pesar de su derrota final. Como observó con agudeza el corresponsal de guerra húngaro Ferenc Molnár, «Przemyśl fue un momento simbólico para la monarquía. Casi todas las nacionalidades de Austria y Hungría la defendieron».3 La capitulación de la fortaleza, en marzo de 1915, supuso un mazazo para el prestigio del Imperio habsburgo, que quedó dañado a ojos del pueblo. Animó a las potencias neutrales a unirse a sus enemigos y se perdieron unos 800 000 soldados. Tras la caída de Przemyśl, el aliado germano concluyó que tanto el Ejército como el Estado Habsburgo estaban «podridos y descompuestos» por completo. «A esta tierra –advirtió el plenipotenciario alemán en el cuartel militar Habsburgo– ya no es posible ayudarla».4

La historia de Przemyśl tiene también un significado más amplio, que va más allá de la Primera Guerra Mundial. La ciudad sirvió de veleta a los ásperos vientos del siglo XX. Las tierras a las que pertenecía –la provincia de Galitzia y, más en general, la Europa centrooriental– siempre fueron encrucijada de culturas. En la era moderna también se convirtió en lugar de conflicto: el punto de colisión entre proyectos imperiales y nacionalistas rivales. Los Habsburgo y los Románov, nacionalistas polacos, ucranianos y rusos, todos reclamaban estas tierras. Después de 1918, estos territorios –«zonas de choque», como los han denominado algunos historiadores– serían devastados primero por una fuerte violencia étnica local y después por los sanguinarios actos de los Estados totalitarios. Dos décadas después de la Primera Guerra Mundial, la Alemania nazi y la Unión Soviética (dos entidades en todo punto inimaginables en 1914) convirtieron la región en un campo de batalla inmenso, en escenario de limpiezas étnicas y en foco de genocidio.5

Para algunos historiadores, la barbarie que cambio el rostro de la Europa centrooriental, que aniquiló a los judíos y enfrentó a polacos, ucranianos y a otros pueblos en un terrible derramamiento de sangre, es la historia de unos proyectos totalitarios, malignos y entrelazados que empiezan con Stalin y Hitler. Otros se remontan a 1917-1923 y a las luchas revolucionarias de los imperios en descomposición. Sin embargo, el caso de Przemyśl apunta a unas raíces anteriores. Allí, como en muchos otros lugares, el estallido de la Primera Guerra Mundial desencadenó con sorprendente inmediatez una violencia radical. Al inicio de la guerra, la ciudad fortaleza experimentó combates brutales, epidemias letales, bombardeos aéreos, estrategias de asedio por hambre y violentas persecuciones motivadas por prejuicios raciales. Pero el hecho más inquietante fue que el Ejército ruso perpetró en torno a la ciudad, y más tarde en ella misma, el primer programa ambicioso de limpieza étnica que sufrió la Europa centrooriental. Przemyśl es relevante porque nos muestra, en forma de microcosmos, la prehistoria olvidada de los futuros, y mucho mejor recordados, horrores totalitarios. Para comprender los terribles hechos de la región más devastada del siglo XX, no basta con remontarnos a 1928 o 1933, años de ascenso de los dictadores, ni tampoco con las consecuencias revolucionarias de la Primera Guerra Mundial. El conmovedor sufrimiento de Przemyśl nos demuestra que la historia de las «tierras ensangrentadas» de la Europa centrooriental empezó, de hecho, en 1914.6

PRZEMYŚL SIEMPRE HABÍA SIDO UNA FORTALEZA. LA PRIMERA REFERENCIA a la localidad, del monje cronista Néstor (1050-1116), son palabras guerreras: «En el año de nuestro señor de 981, Vladímir [de Kiev] marchó contra los liachi y tomó sus ciudades de Peremyshl’, Cherven y otras».7 Los tormentosos siglos siguientes fueron testigo del dominio sobre la ciudad de una sucesión de señores foráneos. Durante más de trescientos años, hasta 1340, Przemyśl perteneció a la Rus de Kiev y a los principados rutenos que le sucedieron. Quedó breve tiempo bajo el dominio del rey Luis de Hungría y Polonia y, más tarde, en 1387, pasó a formar parte del Reino de Polonia de forma más estable. Pero la violencia no cesó después de esta fecha. Desde el siglo XV al XVII llegaron de todos los puntos cardinales, con siniestra regularidad, enemigos terribles. Tártaros, transilvanos, valacos, húngaros, cosacos y suecos sitiaron Przemyśl y, en ocasiones, lograron arrasarla.8

La localidad constituía la encrucijada entre el oeste y el oriente. Centro cristiano de importancia, era sede de dos obispados. La Iglesia ortodoxa, dependiente de Constantinopla, fue la primera que estableció un obispo, en 1218. En 1340 se nombró un obispo católico. La contrarreforma del siglo XVII financió una serie de nuevos edificios religiosos, de modo que, en las postrimerías del siglo, dominaban el horizonte de la ciudad diecisiete iglesias católicas romanas y greco-católicas y diez monasterios, así como las sólidas murallas de la ciudad, el ayuntamiento renacentista y un castillo alzado sobre una altura dominante. En la ciudad medieval se entremezclaban artesanos alemanes y gentes de habla polaca y ucraniana9 y, desde la segunda mitad del siglo XIV, judíos. Atraídos por el comercio floreciente, fruto de la posición de la ciudad en la intersección que unía a Hungría y el Báltico con la principal ruta comercial entre el mar Negro y Europa occidental, los hebreos establecieron una comunidad al nordeste del casco antiguo. Hacia 1600, estos constituían la duodécima parte de los habitantes de Przemyśl. La sinagoga de piedra simbolizaba que habían venido para quedarse.10

La historia moderna de Przemyśl, y de su conversión en fortaleza –en el bastión oriental del imperio de los Habsburgo– empieza en 1772. Ese año, durante la primera partición de Polonia, los Habsburgo se anexionaron Galitzia y, con ella, la ciudad. La nueva provincia, de 68 000 kilómetros cuadrados, era enorme y de muy difícil defensa. Su larga frontera con Rusia carecía de obstáculos naturales. Para complicar aún más la circunstancia, la única ruta apta para uso militar iba de oeste a este. Las montañas de los Cárpatos bloqueaban la ruta hacia el norte desde los territorios magiares de los Habsburgo. Se encargó a los soldados principales del imperio hallar una solución. Estos, poco después de 1800, empezaron a considerar que Przemyśl era un buen lugar para una fortificación. Era defendible, pues estaba situado en las primeras estribaciones de los Cárpatos, y un cruce clave sobre el ancho río San. Otra de sus ventajas era su posición, justo en el centro de la provincia. Todos los militares estaban de acuerdo en que Galitzia nunca podría ser defendida en sus fronteras. La única estrategia viable, en caso de que la provincia fuera amenazada, era concentrar tropas en una base segura y fortificada desde la cual lanzar una ofensiva.11

Durante décadas no se hizo nada. Przemyśl no era el único punto que estudiaba el ejército. Se trazaron planes defensivos en los que se propusieron otras localidades: Jasło, Stryj, Lwów y más tarde Jarosław, el paso del río San ubicado al norte de Przemyśl. Las arcas del Estado estaban vacías. Es más, sin controlar Cracovia, no tenía sentido construir fortificaciones grandes y caras en mitad de Galitzia. Esta ciudad libre, a 206 kilómetros al oeste de Przemyśl, era el principal paso sobre el Vístula. Antes de su anexión al imperio de los Habsburgo, en 1846, un invasor que atacase en ese punto cortaría al instante la principal ruta de abastecimiento de Galitzia. Por tanto, los trabajos en la fortaleza no se iniciaron, y por breve tiempo, hasta mediados de siglo. El impulso inmediato fue la Guerra de Crimea. El emperador Habsburgo Francisco José apoyó, con una neutralidad más que benevolente, a la coalición anglo-franco-otomana enfrentada a Rusia. El Ejército habsburgo fue enviado a la frontera de Galitzia para fijar allí a las tropas zaristas e impedir que fueran transferidas a Crimea. A pesar de que la ciudad fortificada de Cracovia estaba considerada en aquel tiempo el pilar principal de la defensa de Galitzia, en 1854-1855 se construyeron a toda prisa en Przemyśl cuarteles y fortificaciones, estas últimas en su mayoría de tierra y completadas a medias.

La decisión de convertir Przemyśl en una fortaleza de primer nivel no se tomó hasta 1871. Después de la Guerra de Crimea las relaciones con Rusia mejoraron, lo cual hizo menos urgente la defensa de Galitzia, y los conflictos de finales de la década de 1850 en Italia y a mediados de la siguiente década con Dinamarca y Prusia los tuvieron distraídos. No obstante, en 1868, la Comisión Imperial de Fortificaciones volvió a dirigir su atención hacia Galitzia. La mayoría de los miembros eran partidarios de fortificar Przemyśl, si bien algunos preferían Jarosław, por ser una alternativa menos defendible pero más barata. El emperador en persona falló dar prioridad a Przemyśl. Se eligió la ciudad por su posición estratégica. Primero, se hallaba en el último terreno elevado antes de la frontera con Rusia, situada 70 kilómetros al norte. Segundo, bloqueaba los accesos de los Cárpatos hacia la Hungría de los Habsburgo, los puertos de Łupków y Dukla. Ambos pasos se habían mejorado hasta el punto de que ahora eran aptos para tráfico militar. Por último, y más importante, Przemyśl se había convertido en un significativo nudo ferroviario. La línea principal de Viena llegó a Przemyśl en 1859 y, dos años más tarde, alcanzó la capital provincial de Lwów, 90 kilómetros al este. En 1872 se completó un segundo ferrocarril, que comunicaba con Hungría a través del paso de Łupków y finalizaba en Przemyśl. La ciudad, por tanto, controlaba tanto el enlace ferroviario de Galitzia con el sur como el principal eje de transporte este-oeste.12

Los trabajos intensivos de fortificación empezaron en 1878. El principal factor era, como con anterioridad, la relación con Rusia. Hasta los inicios de la década de 1870, esta siguió siendo cordial; de hecho, en 1873 se firmó la alianza entre los Habsburgo, Alemania y Rusia, conocida como la Liga de los Tres Emperadores. Por ello, la fortificación de Przemyśl no era urgente. Las protestas de los políticos húngaros contra su elevado coste ralentizaron las obras, al igual que un sinnúmero de desafíos técnicos. Entre otros, la introducción en el imperio del sistema métrico (1872), que obligó a cambiar todos los planos existentes.13 Sin embargo, las relaciones con el gran vecino del este pronto se agriaron a consecuencia de la competición imperial en los Balcanes. Primero, las tensiones aumentaron a causa de la exitosa campaña rusa contra el Imperio otomano en 1877-1878 y luego por la ocupación Habsburgo de Bosnia-Herzegovina en 1878. Los Habsburgo se acercaron a Alemania, con la cual sellaron en 1879 una alianza defensiva contra Rusia que seguía en vigor en 1914. Se retomaron de nuevo las obras de fortificación de Przemyśl, después de un lapso de tres años. Esta vez ya no hubo titubeos. Durante las décadas de 1880 y 1890, Przemyśl fue transformada en una moderna fortificación.14

La fortaleza de Przemyśl era un organismo castrense inmenso y complejo. El elemento visual más impresionante era el perímetro de fuertes permanentes. En 1914, después de tres décadas de obras y numerosas revisiones de los planos originales, la fortaleza se componía de un cinturón de 17 fuertes principales y 18 secundarios, establecidos en una semielipse de 48 kilómetros que rodeaba a la ciudad.15 Tras el perímetro fortificado, a lo largo de una línea defensiva interna mucho más débil, había una red, igualmente intrincada e importante, de servicios y nudos logísticos y de comunicaciones, todos fundamentales para el sostenimiento de los fuertes. Se trazaron carreteras y se instalaron líneas telefónicas. La ciudad propiamente dicha se convirtió en base militar. Hacia 1910 había siete cuarteles, un terminal ferroviario militar, almacenes, parques de artillería, depósitos de municiones y víveres y un hospital.16 El propósito de esta infraestructura no solo era apoyar a la guarnición defensora, que en caso de guerra contaría con 85 000 soldados y 3700 caballos. Przemyśl siempre tuvo una misión ofensiva. Desde el principio, el propósito de la fortaleza era apoyar al ejército de campaña habsburgo, al que debía proporcionar un depósito seguro y una zona de concentración desde la cual operar contra Rusia.17

Se dedicó a la fortaleza muchas ideas, planes cuidadosos y mucha imaginación, así como enormes sumas de dinero: hacia 1914, el Estado Habsburgo había gastado en los fuertes y cuarteles de Przemyśl un total de 32 millones de coronas (158 millones de libras o 208 millones de dólares estadounidenses al cambio actual).18 A pesar de esto, los diseñadores de la fortaleza no tuvieron suerte. Los últimos veinte años del siglo XIX vivieron una revolución de la tecnología artillera. Desde finales de la década de 1880, la introducción de propelente sin humo, granadas de acero y cargas de alto explosivo tornó los proyectiles más rápidos, más pesados y de mayor alcance. A partir de 1900, aproximadamente, la adopción generalizada de la artillería sin retroceso –piezas que no necesitaban ser emplazadas y apuntadas después de cada disparo– aumentó la cadencia de tiro a niveles impensables hasta entonces.19 Tales innovaciones dejaron obsoletas con rapidez a todas las fortificaciones existentes. En 1896, un ataque simulado contra uno de los fuertes de Przemyśl construidos una década antes puso de relieve el alarmante problema. En el transcurso de unas maniobras, el fuerte sufrió fuego real y parte de la estructura amenazó con derrumbarse. Los árbitros del ejercicio llegaron a la conclusión de que, de haber estado en sus puestos a cielo abierto algunas de las dotaciones artilleras, estas habrían sido aniquiladas hasta el último hombre.20

Los arquitectos e ingenieros de la fortaleza trataron de actualizarla. Los fuertes de la década de 1890 tenían nuevos diseños, con más piedra y cemento. Se erigieron cúpulas artilladas blindadas. Se mejoraron algunos viejos fuertes. Pero la tecnología avanzaba tan rápido que era imposible mantener el ritmo de adaptación: en el momento del cambio de siglo, los conceptos defensivos en los que se basaba la fortaleza habían quedado obsoletos. Al contrario que su longevo predecesor, Friedrich, conde de Beck-Rzikowsky, que había detentado su cargo durante veinticinco años, el jefe del Estado Mayor General de los Habsburgo, general Franz Conrad von Hötzendorf, en el puesto desde 1906, consideraba inservibles las dos fortalezas de Galitzia, Cracovia y Przemyśl. Los fondos que solicitó para fortificaciones al Estado Habsburgo, siempre falto de efectivo, fueron a parar a las posiciones defensivas de la frontera montañosa con Italia. La estrategia de Conrad para la defensa de las planicies de la frontera nordeste del imperio se basaba en la maniobra. A su parecer, Przemyśl era un enorme elefante blanco de cemento, poco más que un almacén mejorado del ejército de campaña. Se interrumpieron los trabajos de modernización. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, la fortaleza estaba anticuada y mal preparada.21

LA DECISIÓN DE CONSTRUIR LA FORTALEZA TRANSFORMÓ LA CIUDAD DE Przemyśl. En 1870 era una pequeña ciudad de provincias, de 15 185 habitantes. Durante las décadas siguientes, la llegada en masa de obreros y artesanos para cubrir las necesidades laborales de los militares, así como el establecimiento de la base permanente, en 1889, del X Cuerpo de Ejército de los Habsburgo, hizo que la población de Przemyśl se disparase. Hacia 1890 sumaba 35 209 residentes. En vísperas de la Primera Guerra Mundial vivían en la ciudad más de 54 000 personas, entre ellas una guarnición en tiempo de paz de 8500 soldados. La diversidad étnica de la urbe era extrema. En aquel tiempo, los polacos no constituían la mayoría. Según el censo de 1910, los católicos, en su mayor parte de lengua polaca, sumaban un total de 25 306, esto es, un 46,8 por ciento de la población. Había 12 018 greco-católicos (22 por ciento de la población), la fe más habitual entre los ucraniano-hablantes de Przemyśl. Los judíos sumaban 16 062, con lo que formaban el 29,7 por ciento de los ciudadanos de la localidad.22

Alguien que paseara por Przemyśl en vísperas del cataclismo hubiera encontrado un lugar en rápida transición hacia el mundo moderno. Por supuesto, el pasado medieval seguía presente. En la cima de la colina situada al sudeste se cernía sobre la ciudad vieja el castillo edificado por el rey Casimiro el Grande de Polonia. Debajo de este, pero también en terreno elevado, se alzaba la catedral católica del siglo XVI y, un poco más al este, las cúpulas de la catedral ortodoxa del XVII. Przemyśl estaba alfombrada de iglesias, monasterios y seminarios de ambas confesiones. Como dos centurias atrás, torres y cúpulas, y tras ellas las colinas, dominaban el horizonte urbano.

Al deambular desde la catedral católica y recorrer el mercado, con el ayuntamiento contemporáneo, más bien anodino, entre el mercado y el ancho río San, se llegaba con rapidez al antiguo barrio judío de Przemyśl. Aquí uno podía sentirse como si hubiera vuelto a la Edad Media. Ilka Künigl-Ehrenburg, una inquisitiva condesa de Estiria que sirvió todo el asedio de 1914-1915 como enfermera auxiliar, estaba fascinada por este barrio, el más pobre de la localidad, con callejones sombríos y estrechos y casas de madera, altas y viejas. En el interior de las tiendas y sótanos abovedados, observó la condesa, «pálidos rostros judíos brillan con un resplandor de ultratumba». Por lo general había un patio y una escalera abierta, la cual daba acceso a todas las plantas. Desde esos balcones, los habitantes arrojaban desperdicios e inmundicias. Era un lugar que se oía y se olía antes de verlo. Durante el día resonaba un mercadeo incesante, vivo y ruidoso. Las campesinas cristianas examinaban los bienes en venta, criticaban y regateaban «y el judío –escribió emocionada la condesa– ensalza sus bienes, objeta y discute con toda la tenacidad y el virtuosismo del que solo un judío es capaz».23

No obstante, Przemyśl también era una urbe imperial moderna de cierta relevancia. Los militares Habsburgo habían dejado su impronta. Había más de sesenta instalaciones castrenses en el interior de la ciudad y en los alrededores, desde cuarteles a depósitos de pólvora, una escuela de natación y un sofisticado club de oficiales. Las más importantes, el cuartel general del X Cuerpo, el Mando de la Fortaleza y la Dirección de Ingeniería de la Fortaleza, estaban situadas en la espléndida arteria principal del este de la ciudad, la calle Mickiewicz. En esta también se hallaba la oficina principal de correos y una sucursal del banco estatal austrohúngaro. El amarillo Schönbrunn, el distintivo del funcionariado imperial, podía verse por doquier en los edificios de otros puntos, pues Przemyśl también albergaba oficinas de la administración civil, entre ellas la del distrito, la agencia tributaria y los juzgados regionales y del distrito. La elegante estación central de trenes, renovada y remozada en estilo neobarroco en 1895, y, tras ella, las celosías de hierro del puente ferroviario que atravesaba el San, recordaban a diario a los residentes su conexión literal con uno de los imperios de Europa más grandes.24

Las autoridades municipales de Przemyśl remarcaban el carácter polaco de la ciudad. Esto también constituía un signo de modernidad; el nacionalismo, la nueva, excitante e inspiradora ideología de finales del siglo XIX, prometía renovar glorias pasadas, reales e imaginarias, así como un futuro mejor y más eficiente. Las reformas de la década de 1860 dejaron Galitzia en manos de los conservadores polacos y cedió una considerable autonomía a los municipios austríacos. Al igual que en otras ciudades de Galitzia, los demócratas polacos –más liberales y elitistas de lo que su nombre sugeriría hoy– gobernaron Przemyśl durante las décadas que precedieron a 1914.25 Con los alcaldes Aleksander Dworski (1892-1901) y Franciszek Doliński (1901-1914), la ciudad en expansión, además de mejorar infraestructuras, construir pozos y alcantarillas, un matadero municipal, un hospital y una central eléctrica, también reafirmó el carácter polaco de los espacios públicos. Las calles más notables, nuevas o remodeladas, recibieron los nombres de los poetas polacos más reverenciados, Adam Mickiewicz, Juliusz Słowacki y Zygmunt Krasiński, o hechos decisivos de la historia de Polonia, como la constitución del 3 de mayo de 1791 o la victoria medieval de Grunwald (Tannenberg) contra los caballeros teutónicos. En la vieja plaza del mercado se erigieron estatuas de Mickiewicz y del monarca guerrero polaco, Jan Sobieski III, ambas financiadas por suscripción popular.26

Los otros grupos étnicos de Przemyśl también se dejaron llevar por el nuevo espíritu finisecular. La minoría greco-católica, con la salvedad de las iglesias históricas, tenía escasas oportunidades de dejar su impronta en la ciudad. Había, sin embargo, una excepción importante: las escuelas. Las cuestiones del idioma, y el derecho de instruir a los niños en su lengua materna, se estaban convirtiendo en un elemento central de las disputas políticas e identitarias del Imperio habsburgo y los ucranianoparlantes –o rutenos, como se los conocía en la época– no eran ninguna excepción. A finales del siglo XIX se fundaron escuelas secundarias de élite para chicos y chicas donde se enseñaba en ucraniano. Estos centros expandieron la enseñanza primaria ya existente y atraían a alumnos de más allá de los confines urbanos.27 Los rutenos estaban profundamente divididos con respecto a su identidad y sus asociaciones y prensa reflejaban tales fracturas. En aquella época, el término «ucraniano» implicaba una posición política; la convicción de que los ucraniano-hablantes constituían una nación diferenciada. La mayor parte de la reducida élite intelectual y clerical suscribía estas ideas. Un grupo menor, los llamados rusófilos, no lo veía de igual modo, pues se consideraban en lo cultural, y a veces también en lo político, una rama de la nación rusa. Había una parte bastante grande, aunque difícil de cuantificar, de rutenos de clase baja. En su mayor parte indiferentes al concepto novedoso de la nación, la base principal de su identidad seguía siendo su fe greco-católica.28

La comunidad hebrea de Przemyśl presentaba divisiones similares. El judaísmo ortodoxo predominaba desde hacía mucho tiempo y, si bien esto seguía siendo así a principios del siglo XX, la era moderna trajo cismas y cambios. En 1914 había cuatro sinagogas en Przemyśl. La más antigua, situada en el barrio judío, así como ocho casas de oración menores, eran frecuentadas por los tradicionalistas, los judíos jasídicos de lengua yidis que tanto fascinaban a Ilka Künigl-Ehrenburg. Se les podía reconocer de inmediato, sobre todo a los varones, por las patillas trenzadas, barbas, sombreros negros y caftanes del mismo color. Acudir a la sinagoga en su compañía era una experiencia de profunda religiosidad. Un sabbat, Künigl-Ehrenburg se agachó para evitar el bajo dintel de la vieja sinagoga y ascendió hasta la galería de las mujeres para observar. Los fieles ocupaban hasta el último centímetro de espacio. Algunos estaban sentados, otros de pie, todos apretados entre sí. Desde lo alto, un haz de luz penetraba la oscuridad y brillaba sobre el rollo de la Torá, de cantos plateados, abierto en el altar. Envueltos en sus mantos de oración blancos y rayados, los creyentes se inclinaban hacia delante y hacia atrás mientras murmuraban sacros ensalmos. Para la condesa estiria, era extraño, «oriental», pero muy conmovedor. «Todo estaba en armonía, lleno de ambientación».29

Mas los tiempos estaban cambiando. En 1901 la kehilah, el consejo de la comunidad semita de Przemyśl, abandonó el yidis y empezó a celebrar las reuniones en polaco. Las otras tres sinagogas de la ciudad, construidas todas a partir de la década de 1880, eran frecuentadas por hebreos ricos e instruidos. Los judíos –o al menos una parte de ellos– prosperaron con la rápida expansión de Przemyśl, un hecho que a sus vecinos cristianos no les pasó inadvertido. Casi todas las instituciones de crédito de la localidad estaban en manos de judíos, al igual que la mayoría de nuevas instalaciones fabriles y casi todos los comercios y servicios. Durante los últimos treinta años de paz, el desarrollo urbano más intenso tuvo lugar al este de la ciudad vieja y en el suburbio de Zasanie, al norte del río San. En estos distritos las viviendas se duplicaron y fue allí donde se mudaron los hebreos acaudalados. Adquirieron propiedades en las mejores zonas; resultaba irónico que en la calle Mickiewicz, que recibía tal nombre del poeta nacional de Polonia, 74 de sus 139 edificios fueran de propiedad judía.30 Las sinagogas de esas comunidades, al igual que las personas que las frecuentaban, se inspiraban en las ideas modernas del liberalismo y el nacionalismo. El «Tempel» de la ciudad vieja acogía a los hebreos progresistas que aspiraban a integrarse en la cultura polaca. Con su fachada de ladrillo rojo, similar a las de las sinagogas del oeste del imperio, celebraba las fiestas polacas y daba sermones y oraciones en lengua polaca. La sinagoga de Zasanie era popular entre la juventud sionista.31

En torno a 1914, Przemyśl era la tercera ciudad más grande de Galitzia y la duodécima más populosa del imperio de los Habsburgo. Era lo bastante importante como para merecer una entrada en la biblia del viajero, la Guía Baedeker. El visitante llegado de la elegante Viena podía sentirse no impresionado, pero sí satisfecho y cómodo. La ciudad contaba con cinco hoteles de primera. El más caro, el Hotel City, presumía de calefacción centralizada, agua fría y caliente en todas las habitaciones, luz eléctrica y de la que, quizá, era la prueba indiscutible del progreso de la civilización europea: un ascensor. Por supuesto, no faltaban los particularismos orientales. La falta de conducciones modernas de agua –hasta 1914 la ciudad no encargó bombas y empezó la construcción de una planta de tratamiento de aguas– hacía que la higiene fuera más bien primitiva. Los huéspedes que llegasen un viernes por la tarde o un sábado tenían que acarrear las maletas hasta el hotel, pues las calesas que esperaban en la estación de tren eran conducidas por judíos, todos los cuales observaban el sabbat.32

Aun así, una vez alojado, el visitante tenía mucho que ver y hacer. Una agradable manera de pasar una mañana soleada era dar un paseo por la ciudad vieja, visitar las iglesias históricas y los monumentos polacos para, más tarde, ascender al cuidado parque del castillo, que ofrecía una excelente panorámica de la ciudad y las verdes colinas circundantes. Para los menos activos, un tranquilo paseo por el embarcadero de Francisco José podía resultar igual de satisfactorio, con una pausa para observar a los bañistas que chapoteaban en las orillas del San, poco profundas. Desde allí se podía cruzar por el puente 3 de Mayo para almorzar en Zasanie. La ciudad contaba con tres puentes, uno ferroviario y dos carreteros, que atravesaban el San, pero para los habitantes este último era el más importante. Renovado solo veinte años antes, y de factura moderna, de celosía de hierro, el puente 3 de Mayo era la arteria de Przemyśl, que unía la parte vieja con el suburbio principal. Para los visitantes, valía la pena detenerse en él para disfrutar de unas excelentes vistas de la ciudad.33

Después de comer pronto, se podía visitar el famoso monumento local, el Túmulo del Tártaro. Para ello, el visitante debía volver a cruzar el río y caminar hacia el sur por la moderna calle Słowacki, pasar junto a la nueva sinagoga de Sheinbach y el hospital de la guarnición y seguir por serpenteantes caminos de tierra que conducían al túmulo, un montículo situado sobre una colina a 350 metros sobre el nivel del mar. Según la leyenda, el túmulo era el lugar de descanso eterno del príncipe Przemysław, el mítico guerrero que había fundado la ciudad en el siglo VII. Otras historias sostenían que había sido erigida para un jan tártaro, masacrado en uno de los asedios medievales de Przemyśl. Al visitante que contemplase el pacífico paisaje de principios del siglo XX, toda esa violencia del pasado debió de parecerle muy, muy remota.34

Por la noche también había mucho que hacer. El turista que echase de menos su ciudad podía curar la añoranza con un paseo por las vías principales de los distritos más nuevos, Lwowski o Zasanie, cuyos edificios neobarrocos de dos o tres plantas no habrían estado fuera de lugar en ninguna urbe del imperio de los Habsburgo.35 Gracias al ejército, había surgido en Przemyśl una moderna industria de ocio. Los mejores restaurantes y cafés de estilo vienés se concentraban en torno a la calle Mickiewicz, la estación de tren y los mandos de la fortaleza y del cuerpo. Aquí, los oficiales de la guarnición, con sus resplandecientes uniformes azul, gris o marrón chocolate, se relajaban o debatían a fondo alguna cuestión castrense. El mejor de estos establecimientos, el Grand Café Stieber, ofrecía música en directo. Por descontado, todos los camareros hablaban alemán. Los visitantes que desearan comprobar su nivel de polaco podían asistir a una de las representaciones teatrales veraniegas que tenían lugar en el castillo. La ciudad contaba, además, con tres cines. Para los obreros de Przemyśl, y para los miles de soldados de la guarnición, en su mayoría hombres de la región circundante que cumplían sus dos años de servicio militar obligatorio, había cerveza, cerveza y más cerveza. El impuesto sobre el alcohol cubría la mitad del presupuesto municipal de Przemyśl.36

Es indudable que Przemyśl tenía sus problemas, conflictos y rivalidades. Las pugnas nacionalistas que dominaban la política del Imperio habsburgo tardío eran omnipresentes. En 1867, el imperio experimentó una profunda reestructuración política. El emperador (o, como pasó a ser conocido en Hungría, el rey) Francisco José siguió reinando su imperio y conservó los ministros imperiales de Exteriores, Guerra y Finanzas, pero Hungría quedó separada de Austria. Cada uno de estos países tenía gobierno y parlamento propios con poderes sustanciales en asuntos estatales. Durante los años siguientes, Galitzia también obtuvo autonomía en el seno de Austria. Sin embargo, aunque se concedió a todos los súbditos de Francisco José libertades constitucionales de importancia, entre ellas la igualdad de derechos en lenguas escolares, en la administración y en la vida pública, hubo nacionalidades ganadoras y perdedoras; los rutenos pertenecían de forma inequívoca a este último grupo.37

Los rutenos protestaban, con razón, porque las élites polacas que dirigían la administración de Galitzia les relegaban y escatimaban los fondos para su educación. La tensión en Przemyśl llegó al punto álgido en abril de 1908: un exalumno de la escuela secundaria en lengua ucraniana de Przemyśl, Miroslav Sichynsky, mató de un disparo al gobernador de Galitzia, conde Andrzej Potocki.38 Esto provocó el arresto inmediato de jóvenes rutenos radicales de la ciudad. El antisemitismo endémico también era un problema. En mayo de 1898, época de disturbios antisemitas en todo el oeste de Galitzia, hubo un tumulto y saqueo de tiendas de hebreos. En 1903 se produjeron desórdenes de menor importancia y, en los años siguientes, ciertos religiosos polacos y diarios rutenos hicieron llamamientos para boicotear a los comerciantes judíos.39

De todos modos, antes de la Primera Guerra Mundial, nadie podía imaginarse los horrores que arrasaron Przemyśl durante las décadas siguientes. Es indudable que se estaban institucionalizando las líneas divisorias entre los ciudadanos. Polacos, rutenos y judíos contaban con bibliotecas propias, grupos de teatro, incluso clubes deportivos.40 Por otra parte, eran frecuentes las bodas entre cristianos de diversas confesiones.41 Los ciudadanos de todas las confesiones y lenguas cooperaban entre sí. En las elecciones de 1907, las primeras en las que hubo sufragio masculino universal, los obreros rutenos, judíos y polacos se unieron para evitar que ganase un nacionalista polaco y eligieron a un socialista judío polaco parlante para el escaño de la ciudad en el Parlamento austríaco. Era un recordatorio de que, incluso en una urbe sin industria como Przemyśl, las categorías modernas de clase, así como las viejas lealtades a la religión y al emperador, podían competir con la nación a la hora de definir las identidades y lealtades de las personas.42

La verdadera amenaza que pesaba sobre Przemyśl nunca fue interna, sino un conflicto internacional. Durante décadas, el imperio disfrutó de paz. La última contienda del Ejército antes de 1914 había sido una campaña de contrainsurgencia en la lejana Bosnia, en 1878-1882. Aunque, a partir de 1908, el peligro de un choque entre los Habsburgo y Rusia creció con rapidez a causa de las pugnas balcánicas. La agresividad rusa fue en aumento. En Galitzia, el Ejército de los Habsburgo temía y sospechaba, con ciertas pruebas, que el servicio secreto del zar estaba reclutando a rutenos rusófilos para espiar sus defensas y, sobre todo, la fortaleza. Se pasó de cuatro condenas por espionaje en 1908 a cincuenta y una en 1913.43 En el otoño de 1912, durante la Primera Guerra Balcánica, las potencias estuvieron al borde del choque. El Ejército ruso llevó a cabo una movilización «de prueba» al otro lado de la frontera con el fin de presionar al Gobierno Habsburgo para que aceptase las victorias serbias. En respuesta, las fuerzas de Francisco José también se desplegaron en Galitzia. El X Cuerpo de Przemyśl fue una de las formaciones que permaneció en pie de guerra y en estado de alerta hasta marzo de 1913.44 Se evitó el conflicto, pero solo fue un respiro temporal. En el verano de 1914, el tristemente célebre asesinato del heredero Habsburgo en Sarajevo fue la chispa que provocó la conflagración y llevó a Przemyśl, y a toda la Europa centrooriental, por un nuevo y terrible camino.

LA MEMORIA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL ESTÁ DOMINADA POR LA juventud. Después del conflicto, los sacrificios de los soldados que apenas habían alcanzado la mayoría de edad en 1914 quedaron de inmediato imbuidos de sentidos políticos profundos, pero enfrentados. Para los fascistas, el heroísmo y la entereza que mostraron los jóvenes combatientes de los campos de batalla de 1914-1918 eran la prueba tangible de la virilidad de la nación, así como de la capacidad de resurgir del desencanto y la derrota. Contra este concepto competía un segundo relato que, en última instancia, fue más duradero: «la generación perdida», en la que esa misma juventud simbolizaba una promesa de futuro dilapidada en el baño de sangre.45 Ningún otro autor expresó con mayor elocuencia y patetismo el martirio de esta generación de jóvenes que Erich Maria Remarque (nacido en 1898), autor de la novela definitoria de la contienda, Sin novedad en el frente. «La guerra nos ha arrancado –reflexiona con tristeza Paul, el joven recluta de clase media que narra el relato de Remarque–. Para nosotros –los de veinte años– todo resulta particularmente turbio. Para Kropp, Müller, Leer, para mí, para nosotros, a quienes Kantorek [nuestro maestro] señala como “la juventud de hierro”. Los que son mayores están ligados con más fuerza al pasado; tienen una base, mujer, hijos, profesión, intereses, ataduras tan fuertes que la guerra no puede destruir».46*

La historia de Przemyśl nos ofrece una parábola diferente, y en algunos aspectos aún más aterradora, de los horrores de la guerra. La mayoría de los 130 000 soldados habsburgo que defendieron Przemyśl en 1914-1915 no pertenecían a la generación de Remarque. El grueso de la guarnición de la fortaleza eran los poco glamurosos regimientos de «Landsturm», compuestos por soldados de entre treinta y siete y cuarenta y dos años. Los hombres de mediana edad también fueron movilizados para esta terrible contienda y aunque su porcentaje de bajas fue mucho menor que el de los de menos edad, su sacrificio no fue insignificante: uno de cada ocho caídos austrohúngaros tenía más de treinta y cinco años de edad.47 Para estos hombres, la guerra fue un desastre particular, pues estaban mucho más implicados que los jóvenes en el mundo de antes de 1914. Es más, sus vínculos emocionales y materiales resultaron ser mucho más frágiles de lo que el joven Paul creía con ingenuidad. En la Europa centrooriental, donde los ejércitos marcharon de un confín a otro, la violencia barrió a las comunidades y cambió las fronteras, la guerra poseía un poder sobrecogedor, más que en ningún otro lugar. Todo lo más preciado, todo aquello sobre lo que estos hombres habían construido sus identidades –propiedades, trabajos, esposas e hijos, incluso las mismas sociedades en las que habían vivido– podía ser arrasado. Pese a que los de mediana edad tenían más posibilidades de sobrevivir, la contienda los destruyó de igual modo. Ellos fueron la verdadera «generación perdida»; no ausentes, sino a la deriva en el mundo brutal de la posguerra.

Un vistazo a las vidas de algunos de los individuos de mediana edad presentes en las páginas de este libro bastará para ilustrar este hecho. Jan Vit (nacido en 1879), originario de la pequeña localidad de Dobřichovice, cerca de Praga, fue uno de los muchos hombres a los que la guerra embarcó en una odisea inimaginable. En tiempos de paz trabajaba como ingeniero en una firma especializada en la construcción de puentes. En 1907 se casó con su esposa Maria, con la que tuvo tres hijos, un niño y dos niñas. Cuando estalló la guerra, Vit fue movilizado con el rango de teniente para servir en la fortaleza de Przemyśl, a 700 kilómetros de distancia. Su hijo mayor tenía siete y la menor apenas un año de vida. No quería abandonarlos. El estallido de la guerra «fue un golpe mortal a mi pacífica vida familiar», reflexionó.48

Vit combatió durante todo el asedio de Przemyśl, sobreviviendo a la violencia y a las penurias. Después de la caída de la fortaleza, le recluyeron primero en el Volga y, después del estallido de la Revolución rusa, fue a parar a un campo cerca de la ciudad siberiana de Omsk, a unos 4300 kilómetros de Dobřichovice. En 1918, Vit se alistó en la Legión Checa, con la que viajó hasta el puerto de Vladivostok, en el Pacífico. El 8 de junio de 1920 partió en barco rumbo a Canadá. En compañía de sus camaradas cruzó Norteamérica y embarcó en una segunda nave que le llevó, a través del Atlántico y el Mediterráneo, hasta el antiguo puerto austrohúngaro de Trieste, recién anexionado por Italia. A su llegada a Dobřichovice, Vit se encontró a unos niños que no había visto desde hacía más de seis años. Su esposa Maria ya no estaba entre los vivos. Había fallecido a principios de 1917, víctima de la epidemia de tuberculosis que castigó a las hambrientas ciudades del imperio de los Habsburgo durante la segunda mitad de la guerra.49

Las historias personales de dos galitzianos, el doctor Jan Jakub Stock (nacido en 1881) y Stanisław Marceli Gayczak (nacido en 1874), son dos vidas burguesas rotas por el cataclismo. Stock nació en Dobromil (hoy Dobromyl, Ucrania), a unos 25 kilómetros al sur de Przemyśl, y estudió en la escuela secundaria de lengua polaca. Antes de la guerra tenía un puesto en el departamento de física de la Universidad de Lwów, donde se especializó en estudios de electricidad e hidrodinámica. Estaba casado y tenía dos hijos. En agosto de 1914 fue movilizado como soldado raso en la guarnición de la fortaleza. Dada su especialidad, esperaba ser destinado a la estación de radio de la fortaleza; sin embargo, el ejército consideró que lo mejor era emplearle como administrativo de suministros. Atrapado en Przemyśl, lo más probable es que ignorase que su mujer estaba embarazada de su tercer hijo. El niño nació el 28 de marzo de 1915, seis días después de la caída de la fortaleza. Los años de cautiverio en Kazajistán y Uzbekistán le castigaron duramente. Además, cuando regresó a su hogar de Dobromil, en el otoño de 1918, tuvo que huir de inmediato, pues el imperio se desmoronaba y había estallado la violencia entre polacos y ucranianos. Debilitado por el servicio militar y el cautiverio, Stock murió en Cracovia en 1925 y dejó tras de sí a su joven familia.50