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El autor brinda una visión integral del origen y evolución de la nación norteamericana, en la que se entrelazan aspectos económicos, políticos, ideológico, culturales y militares, a partir del ideario de 44 administradores, desde George Washington hasta Barack Obama.
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Seitenzahl: 516
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Diseño de cubierta y pliego gráfico: Eugenio Sagués Díaz
Diseño interior y realización computarizada: Luisa Ma. González Carballo
© Abel Enrique González Santamaría, 2013
© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2013
ISBN: 9789592115897
Editorial Capitán San Luis, calle 38, No. 4717 entre 40 y 47, Playa,
La Habana, Cuba
Sin la autorización previa de esta Editorial, queda terminantemente prohibida
la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta o
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A los pueblos oprimidos del mundo, en especial
a los latinoamericanos y caribeños, que durante más de dos siglos han sido víctimas y han combatido con tenacidad
a la Gran Estrategia imperial.
A Fidel, Raúl, Vilma y su destacamento de vanguardia, incansables luchadores por lograr la verdadera independencia y la unidad
de Nuestra América, quienes han demostrado que, a pesar del poderío económico y militar del adversario ¡sí se puede! alcanzar la victoria y construir la sociedad más justa que haya conocido
la humanidad: el socialismo.
Al entrañable amigo de Cuba, el comandante Hugo Chávez, quien en su joven y fecunda vida supo entrar en la Historia de la mano de Simón Bolívar y se convirtió en paladín de la unidad y la liberación de los pueblos de nuestra Patria Grande.
A los mambises y combatientes rebeldes de hoy, que no se desarmarán ideológicamente ni jamás dejarán caer la espada como fieles seguidores del ejemplo de nuestros Cinco Héroes prisioneros injustamente en cárceles norteamericanas.
A mis padres, Lidia y Fernando, quienes inculcaron en sus dos hijos los valores patrios, las ideas martianas y la fidelidad comprobada hacia los líderes históricos de la Revolución Cubana.
A mi compañera y mis tres hijos, para continuar juntos defendiendo el presente y futuro de la patria.
aegs
Una interesante visión, con profundidad analítica y rigor histórico sobre el origen, formación y evolución de Estados Unidos de América encontrarán los lectores en este libro, que con una narrativa amena y a la vez sólidamente fundamentada ofrece su autor, Abel Enrique González Santamaría.
Una minuciosa evaluación de las concepciones políticas, ideológicas, religiosas y socioeconómicas prevalecientes en la Europa del sigloxviy su influencia en el ideario y la actuación de los conquistadores ingleses, se complementa hábilmente con diversas e interesantes informaciones recopiladas a partir de una amplia revisión bibliográfica, que contribuyen a situar, a quienes se adentren en sus páginas, en el contexto y circunstancias de cada acontecimiento histórico relatado.
Una detallada exposición de las irreconciliables contradicciones entre la metrópoli británica y las florecientes colonias americanas, ilustran el proceso independentista que condujo al nacimiento de esa poderosa y agresiva nación que hoy es Estados Unidos de Norteamérica.
Resulta reveladora la perspectiva clasista con que el autor aborda las notables diferencias sociales entre las elites oligárquicas y el resto de los estamentos poblacionales desfavorecidos.
En un pormenorizado recorrido sobre el proceso expansionista, estimulado por los grupos de poder político que se alternaban la supremacía en el publicitado modelo “democrático”-burgués instaurado, el autor refleja, con exactitud histórica, las concepciones que condujeron a la naciente unión de Estados confederados a colonizar el territorio continental norteamericano, despojando de sus territorios y aniquilando por la fuerza militar a las poblaciones autóctonas.
Aporta y resulta esclarecedora la evaluación realizada sobre las múltiples “doctrinas” concebidas e implementadas por diversos presidentes estadounidenses hasta nuestros días, quienes han sido invariablemente exponentes de la clase dominante, tomando como referente un único ideario y propósito esencial: la hegemonía imperial. Esa conclusión se sustenta a lo largo del libro con abundante información y certeros análisis, enfocados desde la perspectiva hemisférica, que demuestran las tesis del autor sobre la intencionalidad expansionista que ha caracterizado la política exterior de la superpotencia norteamericana hacia América Latina, dirigida a convertirla en su patio trasero, proveedora de materias primas baratas y en mercado exclusivo para sus productos y servicios.
El libro ilustra, además, las artimañas empleadas por los grupos de poder político norteamericanos para alcanzar sus pérfidos propósitos, desde la instauración y sostenimiento de regímenes títeres para asegurar sus intereses en la región mediante la instauración de gobiernos serviles y dictaduras militares, hasta la guerra sucia sustentada en el terrorismo de Estado, la subversión política-ideológica y brutales presiones económicas sobre las naciones y gobiernos que han desafiado y enfrentado la imposición imperialista, de lo que constituye un ejemplo el criminal bloqueo económico y financiero contra Cuba, el cerco más prolongado de la historia.
De sumo interés resultan las apreciaciones del autor sobre el comportamiento de la estrategia de dominación en el Tercer Milenio, donde incursiona con rigor investigativo en las ejecutorias de las dos últimas administraciones norteamericanas.
La gran estrategiatambién analiza el proceso de cambio a partir del surgimiento de un nuevo escenario político en nuestro continente, tras el rotundo fracaso del modelo neoliberal impuesto por las elites imperiales en el llamado “Consenso” de Washington, tal como auguró, décadas atrás, con su proverbial visión, el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, y que tuvo en su par de la Revolución bolivariana, Hugo Chávez Frías, una evidencia incuestionable de los nuevos aires libertadores y genuinamente democráticos que ya soplan con creciente vigor y alistan a los pueblos desde el Río Bravo hasta la Patagonia.
Que la lectura de este interesante libro contribuya a alertar acerca de las amenazas que aún se ciernen sobre nuestro continente y a consumar los sueños realizables de los próceres de la independencia latinoamericana.
Alejandro Castro Espín
Hace aproximadamente 35 000 años, gran parte del agua del planeta tierra estaba atrapada en enormes capas de hielo continentales y un puente natural de acceso comunicaba Asia con América del Norte. Se calcula que 12 000 años atrás ya vivían seres humanos en el hemisferio occidental. Los primeros pobladores cruzaron ese puente desde Asia y se estima que permanecieron miles de años en lo que hoy es Alaska. Posteriormente, emigraron al sur, hacia el territorio que hoy ocupa Estados Unidos.
Uno de los primeros estudiosos en plantear esa hipótesis fue el cronista español José de Acosta, quien en 1590, en su obra Historia Natural y Moral de Indias, relató que América fue poblada por inmigrantes que llegaron desde Asia aprovechando alguna región donde ambos continentes se aproximaban por el norte. Cuando aún no existía la teoría del estrecho de Bering, el cronista escribió:
“Mas al fin, en lo que me resumo es que el continuarse la tierra de Indias con esas otras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y más verdadera razón de poblarse las Indias; y tengo para mí que el Nuevo Orbe e Indias Occidentales, no ha muchos millares de años que las habitan hombres, y que aquellos aportaron al Nuevo Mundo por haberse perdido de su tierra o por hallarse estrechos y necesitados de buscar nueva tierra, y que halándola, comenzaron poco a poco a poblarla, no teniendo más ley que un poco de luz natural, y cuando mucho algunas costumbres que les quedaron de su patria primera”.1
Los primeros asentamientos en territorio norteamericano datan de la edad de piedra, particularmente sobre la zona central y suroccidental, en la cual habitaba la cultura de Clovis, caracte-rizada por practicar la caza de animales de gran tamaño como mamuts y bisontes. Posteriormente, se fueron asentando otros grupos en las márgenes del río Mississippi, en el Medio Oeste, en las montañas y desiertos del sudoeste y a la orilla del Océano Pacífico en el noroeste, que fueran conocidos como los adenanos, los hopewelianos, los hohokam y los anasazis, los que fundaron aldeas, cultivaron la tierra, vivían en comunidades y su cultura era principalmente oral, aunque algunos desarrollaron una especie de jeroglíficos. También existió un intenso comercio entre estos grupos.
Por ejemplo, los anasazis (vocablo navajo que significa “los antiguos”), construyeron presas y sistemas de riego muy sofisticados. También levantaron aldeas de piedra y adobe hacia el año 900. Esas estructuras en forma de apartamentos, se edificaban a menudo en las laderas de grandes precipicios. La más famosa de ellas, el “palacio del risco”, en Mesa Verde, Colorado, tenía más de 200 habitaciones.
Pero estos grupos fueron desapareciendo gradualmente y sustituidos por otros, como los hopis y los zunis. Ya para la segunda mitad del siglo xv, se calcula que en los territorios que hoy ocupa Estados Unidos, vivían aproximadamente dos millones de habitantes nativos. Los más prósperos se establecieron en la región noroeste del Pacífico.
Existían cerca de 500 grupos étnicos, asentados en un extenso territorio con una amplia diversidad medioambiental y climática, caracterizada por abundantes bosques, ríos y tierras fértiles. Entre los más desarrollados se encontraban: pueblos, apaches, navajos, mescaleros, iroquois, pies negros ycherokees. Sus economías se sustentaban de la caza, el pastoreo y la agricultura; cultivaban fundamentalmente maíz y frijoles. Tenían sus propias leyes y la cultura era esencialmente oral.
Los más numerosos debieron ser los algonquinos (más de cien mil), en un área inmensa comprendida entre la península del Labrador y Carolina del Norte, en el este, y el océano Pacífico, en el oeste. La rama oriental algonquina fue la que primero sufrió el choque con el colonizador europeo y esto puede explicar que haya sido la primera exterminada o acorralada, en proceso de extinción en las llamadas “reservas”.2
Desde comienzos de la segunda mitad del siglo xv, los nuevos grandes ejes comerciales europeos tienden a reajustarse en medio de una lucha acérrima entre rivales. Se imponen rutas comerciales por toda Europa, que arruinan a unos y benefician a otros. Una de estas va a Italia al suroeste —Francia y España—; la otra, hacia el noreste —Alemania, Países Bálticos y Escandinavia— con una extensión hacia el noroeste —Países Bajos e Inglaterra—. El comercio se hace más europeo. Los puertos mediterráneos son el centro de intercambio de todo el continente con el Cercano, Medio y Lejano Oriente y con África. Los mercaderes árabes hacen llegar a los europeos, por esta vía, los llamados “productos exóticos”: esclavos y oro africanos, sedas chinas, azúcar y especias de la India. Pero Europa seguía sin tener contactos directos con las fuentes de esos productos. El enriquecimiento que estos producían incentivó la búsqueda de nuevas vías comerciales con Asia y África.3
España y Portugal tomaron la delantera, pero Inglaterra, Francia y Holanda no tardaron en seguirlas. España se había convertido en la primera gran potencia del mundo moderno, al beneficiarse más que ninguna otra familia real europea de los pactos matrimoniales. La dinastía de los Habsburgo, alcanzaron extensiones de territorio e influencia que ninguna otra monarquía europea pudo igualar.
La invasión europea del Nuevo Mundo comenzó a partir del llamado descubrimiento y las consiguientes conquista y colonización de América por España y Portugal. Desarrollada en lo esencial de 1492 a 1580, puede subdividirse en tres fases: los primeros viajes de exploración y colonización de las Antillas Mayo-res (1492-1519), la conquista de las grandes civilizaciones clasistas de Mesoamérica y el área andina (1519-1535) y la dominación de los llamados territorios marginales (1535-1580).4
Los Reyes Católicos de España aprobaron el proyecto de llegar a las Indias presentado por Cristobal Colón (1451-1508), quien había intentado infructuosamente promover su empresa con los soberanos de Portugal, Francia e Inglaterra. Finalmente emprendió su primer viaje en octubre de 1492 y durante 96 días exploró las islas caribeñas de las Bahamas, Cuba y La Española.
El viaje de Colón tenía propósitos muy abarcadores, incluido un complejo proceso de conquista, colonización, comercio y explotación. Desde su inicio se definió que el fin de esta empresa era puramente comercial, se pretendía implantar un sistema colonial similar al creado por los portugueses en el África occidental, caracterizado por la conquista de las nuevas tierras encontradas, su esclavización y el establecimiento de factorías para el comercio.5
En cuanto a las exploraciones a Norteamérica, la literatura contemporánea coincide en que los primeros europeos que reco-rrieron su territorio fueron los noruegos. Viajaron al oeste desde Groenlandia, donde el vikingo Erik Thorvaldsson, conocido por Erik el Rojo, fundó un asentamiento hacia el año 985. Se plantea que su hijo, Leif Erickson, exploró en 1001 la costa nororiental de lo que hoy es Canadá.
Pero no es hasta fines del siglo xv, después del viaje de Colón, que comienzan a sistematizarse las exploraciones europeas en América del Norte. Aunque este nunca llegó al territorio continental norteamericano, las primeras exploraciones a la zona partieron de las posesiones españolas que conquistaron en las Antillas.
Entre las más conocidas estuvieron la de Juan Ponce de León, que desembarcó en la costa de la Florida en 1513; la de Hernando de Soto, que partió de San Cristóbal de La Habana en 1539, desembarcó en la Florida y recorrió el sureste del territorio actual de Estados Unidos hasta el río Mississippi; y la de Francisco Vázquez de Coronado, que salió de México en 1540, llegó al Gran Cañón y recorrió el territorio que hoy ocupa Kansas.
También atravesaron el Atlántico los británicos, holandeses y franceses, para encontrar la anhelada ruta, conocida como el Pasaje del Noroeste. El 24 de junio de 1497, el marino y comerciante veneciano Giovanni Caboto tomó posesión de Terranova en una misión que le fue encomendada por el rey de Inglaterra Enrique VII. Posteriormente, arribaron expediciones al servicio de Francia como la del florentino Giovanni da Verrazano, quien desembarcó en 1524 en la región de Carolina del Norte y un decenio después, el francés Jacques Cartier exploró a lo largo del río San Lorenzo.
Las contradicciones entre España y Francia se agudizaron y la conquista de los territorios de ultramar se tornó más violenta, lo que provocó que en 1563 fuerzas españolas basificadas en La Habana se trasladaron hacia la Florida para enfrentarse a las tropas francesas que se encontraban en esa zona. Los españoles, lograda la victoria, fundaron San Agustín, el 8 de septiembre de 1565, su primer asentamiento en territorio que doscientos años después ocuparía Estados Unidos.
Por los holandeses se destacó el navegante inglés Henry Hudson (1565-1611), quien contratado por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (Dutch East India Company), arribó en 1609 a la bahía de Nueva York y exploró el río, que años después se denominó con su apellido. En la década de 1620 establecieron sus asentamientos en la isla de Manhattan y la nombraron Nueva Amsterdam. Igual que los franceses en el norte, el principal interés de los holandeses fue el comercio de pieles.
Para atraer colonizadores a la región del río Hudson, los holandeses aplicaron el sistema de “encomenderos”, en el cual cualquier accionista o patrón que pudiera llevar 50 adultos a su propiedad en un período de cuatro años se hacía acreedor de una parcela con 25 kilómetros de frente hacia el río, derechos exclusivos de caza y pesca, y la jurisdicción civil y penal sobre la tierra. A su vez, el encomendero aportaba ganado e instrumentos agrícolas. Los arrendatarios pagaban el alquiler y concedían opción prioritaria sobre los excedentes de sus cosechas.
Para una mejor comprensión del proceso de formación de Estados Unidos de Norteamérica es imprescindible conocer qué estaba pasando en el continente europeo y, en particular, en Inglaterra, teniendo en cuenta que los primeros emigrantes que arribaron a las costas continentales norteamericanas introdujeron el sistema político, económico, social y cultural reinante en esa época y lo adaptaron a las nuevas condiciones geográficas.
En este período aún prevalecía la fragmentada sociedad feudal de la Edad Media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual, en la cual la Iglesia de-sempeñó un papel protagónico. Proliferaron instituciones políticas centralizadas, con una economía urbana y mercantil, que experimentó un desarrollo acelerado de la educación y las artes.
La Edad Moderna había comenzado precisamente con la entrada del siglo xvi, en una época de fuertes cambios en Europa, como consecuencia de complejos conflictos sociales y religiosos, a partir del ascenso de una nueva clase: la burguesía. El Renacimiento, la Reforma, la Contrarreforma y las expediciones ultramarinas, caracterizarían este período. El Sacro Imperio Romano Germánico comenzó a debilitarse y la autoridad papal empezó a ser cuestionada, lo que conllevó al surgimiento de monarquías nacionales, apoyadas en un complejo sistema administrativo y militar. El Reino de España, Francia e Inglaterra, asumieron este proceso y comenzaron a enfrentar los problemas religiosos, diferencias regionales y resistencia de la nobleza terrateniente.
Por su parte, la Iglesia Católica, con sus pretensiones de autocracia universal, su férreo control sobre la esfera ideológica, sus inmensos dominios territoriales que hacían de ella el mayor señor feudal, unió en su contra a diversos sectores sociales. Inicialmente nadie pensaba en derrocarla, pues la inmensa mayoría de la población era religiosa, solo aspiraban a reformar las instituciones eclesiásticas. Todos tenían que reclamar algo a la Iglesia Católica. Los campesinos, el pago del diezmo, la explotación y las cargas feudales; la burguesía, la doctrina del precio justo, las limosnas, mucha ostentación, demasiado derroche y excesivos días festivos que entorpecían los negocios; sus extensas posesiones territoriales eran ambicionadas por parte de la nobleza y, en algunos países, también por los reyes. La Reforma, por tanto, no solo constituyó un enfrentamiento ideológico sino también económico, político y social.6
La realidad es que en esta época en Europa occidental estaba ocurriendo una transformación esencial: se desarrollaba el capital mercantil manufacturero; emergía la burguesía como nueva clase social que pugnaba mejores condiciones y oportunidades para incrementar su capital; avanzaba la tendencia a liquidar la organización feudal en la esfera económica y los recientes descubrimientos científicos y los descubrimientos geográficos, cambiaban la concepción del mundo defendida por la Iglesia.
En el Renacimiento comenzó una etapa de cambios en las ideas políticas que fortalecieron también el poder de los monarcas. Entre los escritores políticos del siglo xvi se difundió la doctrina de que cada príncipe era soberano dentro de su territorio y que no debía obediencia ni al Papa ni al emperador alemán, como había ocurrido durante la Edad Media. Entre las obras más relevantes que influyeron en la naciente teoría política, se destacó El Príncipe (1513), escrita por el florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527).
Esta obra marcó el inicio de la ciencia política moderna, al aportar las bases teóricas para el concepto moderno del Estado, la concepción de la política como lucha permanente por el poder y la separación de lo político de la religión. Maquiavelo argumentó además, las diferentes alternativas para llegar a gobernar y mantenerse en el poder, el arte de prevenir los problemas internos y amenazas externas, y el criterio de que para dirigir un Estado hay que poseer el poder militar. Definió que “el que empieza a vivir de la rapiña siempre encuentra pretextos para apoderarse de lo ajeno” y esbozó la idea de que “el fin justifica los medios”.
Otro de los filósofos que aportó al pensamiento científico mo-derno fue el inglés Francis Bacon (1561-1626), que presentó el concepto del control del hombre sobre los elementos de la naturaleza. Al realizar un análisis de los acontecimientos de la época, Bacon afirmó que tres descubrimientos tecnológicos habían modificado la faz del mundo al haber hecho posible una nueva era del arte y del saber: la imprenta, la pólvora y la brújula magnética.
Aunque estas tres tecnologías nacieron en Asia, el amplio espíritu innovador y empresarial de la burguesía europea, estimuló la expansión económica, política, cultural y militar más allá de sus fronteras. La búsqueda de riquezas y nuevas oportunidades de negocio contribuyeron a configurar una sociedad cada vez más abierta a la innovación y a la aventura en todas las facetas de la vida.
El uso de la pólvora transformó las tácticas militares entre los años 1450 y 1550, al favorecer el desarrollo de la artillería, que mostró sus efectos devastadores contra los muros de piedra de castillos y ciudades. Los ejércitos fueron reemplazando su armamento con armas de fuego.
En el plano ideológico, adquirió gran relevancia el desarrollo de las imprentas que revolucionó la difusión de los conocimientos y dio origen a la primera industria cultural. El primer libro impreso fue la Biblia y apareció en Alemania hacia 1450, gracias al alemán Johann Gutenberg, mientras que en varias ciudades europeas como París, Venecia, Basilea y Amberes comenzaron a desarrollarse importantes centros de impresión. Editores de toda Europa habían publicado las obras clásicas de la literatura y filosofía griegas y romanas, la Biblia y toda una serie de libros vernáculos, lo que permitió que el conocimiento acumulado saliera de las oscuras salas de los monasterios.
En los países del norte de Europa y en las colonias inglesas de América y de otros lugares del mundo, hubo una mayor presencia de lectores dentro del pueblo que se incorporaron al estudio del Texto Sagrado y preferían lecturas relacionadas con la construcción de su religiosidad y con la espiritualidad personal, conforme a la proyección de protestantismo, pues se estaba buscando una comunión individual o acercamiento directo con un dios íntimo mediante la lectura personal; de alguna manera esta influencia multiplicaba el hecho de leer de forma individual y silenciosa para reforzar esta cultura religiosa y así crecieron los feligreses que se distanciaban de Roma.
Las obras eran comercializadas de forma activa por libreros, cuyas redes de distribución se extendían por todo el continente europeo. Gracias a los libros, cualquier cultura podía irradiarse de una manera más rápida y amplia de lo que nunca antes había sido posible, incluso podía llegar a socavar un régimen político.
La multiplicación de los textos impresos provocó la primera revolución de la cultura literaria que contribuyó a diseñar algunos de los postulados de la Edad Moderna. Se redujeron considera-blemente los costos de los libros a partir de mayores tiradas y acortarse el proceso de impresión, había crecido el número de lectores, en ellos había múltiples ideas, tesis sociales, proyecciones filosóficas, doctrinas religiosas y concepciones políticas.
Por ejemplo, la imprenta contribuyó durante la Reforma protestante en Alemania, a distribuir en 1517 las 95 Tesis de Martín Lutero (1483-1546), que desafiaban la teoría y la práctica de las indulgencias papales. Estas Tesis, publicadas en unos panfletos ilustrados con atrevidos grabados satíricos, fueron difundidas ampliamente y llegaron a erosionar el poder eclesiástico.
Esta situación condujo a una gran crisis en la Iglesia Católica en Europa Occidental, que se agudizó con la venta de indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro, en Roma, y que provocó finalmente que la cristiandad occidental, se dividiese en dos tendencias: una liderada por la Iglesia Católica Romana, que tras el Concilio de Trento (1545 y 1563) se reivindicó como la única heredera válida de la cristiandad occidental expulsando cualquier oposición y sujetándose por completo al dominio del Papa, y otra que fundó varias comunidades eclesiales propias, generalmente de carácter nacional para rechazar la herencia cristiana medieval y buscar la restauración de un cristianismo primitivo idealizado que recibiría el nombre de protestantes. Esta escisión provocó una serie de guerras religiosas en Europa durante toda la centuria.
A pesar de la diversidad de las fuerzas revolucionarias en el siglo xvi, la Reforma tuvo resultados trascendentales al eliminar las tradicionales restricciones religiosas y favorecer a la banca y al comercio, lo que abrió el camino para el crecimiento del capitalismo moderno. El poder y las riquezas perdidas por algunos nobles y por la jerarquía católica pasaron a la clase media y a los monarcas. Varias regiones de Europa ganaron independencia política, religiosa y cultural, incluso en países como Francia, donde el catolicismo se mantuvo, se desarrolló un nuevo individualismo y nacionalismo en materia cultural y política.
El principal reformador de la generación posterior a Lutero, el teólogo francés Juan Calvino (1509-1564), quien se estableció en Ginebra en 1536, escribió la primera exposición sistemática de la teología protestante, en la cual subrayó la soberanía de Dios hasta el punto de elaborar una doctrina estricta de predestinación. Implementó un sistema de gobierno para la Iglesia Presbiteriana y fundó importantes instituciones educativas. También se extendió a Francia, donde sus seguidores eran conocidos como hugonotes, y a los Países Bajos, donde reforzó la voluntad para conseguir la independencia de la España católica.
Después de la ruptura con el Papa, las puertas quedaron abiertas para que las doctrinas protestantes penetraran en Inglaterra. La reina Isabel I (1558-1603) aceptó un protestantismo moderado y organizó la Iglesia Anglicana como oficial del reino.
Quienes deseaban liquidar el orden feudal y la primacía del Papado para convertirse en naciones mercantiles independientes, requerían una religión que sancionase el fomento de la riqueza particular. Los dogmas de Lutero y Calvino impulsarán a los países reformados a la conquista del mundo; constituyen el primer cuerpo de doctrina religiosa que reconoce y aplaude las virtudes económicas. El protestantismo aparece, así, como el arma religiosa del capitalismo, y no como una simple reforma de las estructuras y de las mentalidades eclesiásticas.7
En la segunda mitad del siglo xvi en la Iglesia Anglicana surgió un movimiento opositor calvinista, denominado los puritanos, que intentaron conformar un espacio de entendimiento entre el catolicismo y las ideas de los reformistas protestantes. La esencia doctrinal de este nuevo grupo, que años después participaría en la emigración hacia Norteamérica, se caracterizó por la intensidad del compromiso con una moral, una forma de culto y una sociedad civil que interpreta rígidamente los mandamientos de Dios. Por estas ideas religiosas, fueron perseguidos en Inglaterra y tuvieron que emigrar hacia Holanda. El puritanismo era casi tanto una teoría política como una doctrina religiosa, era también autocrática, intolerante y fanática.
La gran riqueza que fluía hacia España desde sus colonias en las Antillas, en México y Perú, despertó interés en las naciones marítimas emergentes, como Inglaterra, impulsadas en parte por el éxito en sus asaltos contra barcos españoles que transportaban los tesoros de América. Comenzó así una nueva proyección inglesa sobre los territorios del Nuevo Mundo.
De ahí, que la reina Isabel I de Inglaterra aprobó la misión del intrépido corsario Francis Drake, dirigida a organizar una expedición contra los dominios españoles en la costa americana del Pacífico. En junio de 1579 recaló en la bahía de San Francisco y tomó posesión simbólica de las tierras en nombre de la Corona británica.
En este período, la reina Isabel también autorizó a Humphrey Gilbert para colonizar “las tierras baldías y bárbaras” del Nuevo Mundo que otras naciones de Europa no hubieran reclamado aún, pero este se perdió en el mar y la misión fue retomada por su hermano materno, Walter Raleigh, quien desembarcó en 1585 en las costas de lo que más tarde sería Carolina del Norte y estableció el primer asentamiento británico en territorio continental, en el pueblo de Roanote, que denominó Virginia en honor de su soberana.
Bajo el reinado de Isabel cobran incipiente organización los propósitos colonizadores británicos, pero no son definidos, ni llevados adelante con mínima tenacidad por sus concesionarios. En realidad estos navegantes estaban más interesados en el corso, que les permitía apoderarse de las riquezas de su rival, y no en la colonización. Sus marinos volaban como halcones salidos del nido insular para apropiarse de los galeones cargados con el oro y los tributos de México y el Perú, destinados a los Reyes Católicos. La corona hispana no tenía cazadores furtivos del mar porque sus desmanes las ejercían en tierra sobre las espaldas de los pueblos nativos del Nuevo Mundo.8
Durante las dos décadas transcurridas entre 1585 y 1604, el peso hegemónico del imperio español se desplazó irremediablemente hacia el norte de Europa, donde se desarrollaba a pasos agigantados el capitalismo. El fracaso de la estrategia hispana en Flandes —en lo que tuvo un impacto significativo el desastre de la Armada Invencible— permitió la supervivencia de Francia como potencia y el surgimiento de Holanda como nación, lo que trajo consigo que más tarde Inglaterra pudiera orquestar un juego con esos dos países, que forzó a la Corona española a firmar tratados de paz individuales que afectaron su órbita de poder. En aquel momento se escuchaba una sola frase en la corte de Londres: ¡Ha llegado el momento de actuar!9
El inventario completo de las pérdidas de la Armada Invencible española en 1588 era verdaderamente aterrador. De los 130 barcos que se hicieron vela hacia Inglaterra, solo sobrevivieron 60. Algunos de los anotados como pérdidas puede que alcanzaran sus respectivos puertos sin que ello se reflejara en los registros oficiales, pero incluso en la hipótesis de la más baja de las estimaciones, un tercio de la flota había sido hundida o había naufragado en un violento ataque de la naturaleza. Las pérdidas más considerables las experimentó la escuadra de diez grandes buques levantinos de Bertendona, de los que solo dos consiguieron regresar a salvo. En total, solo 34 grandes barcos de guerra sobrevivieron a la campaña, y muchos se encontraban tan severamente dañados que resultaban incapaces de volver a navegar. Lo que es más, se encontraban dispersos en varios puertos a lo largo de 800 km de costa.10
A fines del siglo xvi, luego de más de veinte años de guerras entre España e Inglaterra, en la cual los ingleses salieron fortalecidos económica y militarmente, ambos países convinieron firmar un tratado de paz, el 18 de agosto de 1604. Acordaron la libertad de comercio entre las dos naciones, se prohibió el embargo de navíos con fines militares, se procedió a la liberación recíproca de prisioneros y se suprimieron todas las patentes de corso y represalias por parte de los británicos. Como resultado, Inglaterra desplazó a España como primera potencia naval.
A partir del pacto, el rey Jacobo de Inglaterra dividió las tierras destinadas a la expansión comercial en la América Septentrional. Al norte y al sur del paralelo cuarenta quedaron diseñados, respectivamente, los campos de Nueva Inglaterra y de Virginia. Entregó la concesión a dos compañías comerciales —Virginia a la de Londres, y Nueva Inglaterra a la Plymouth— con atisbos de organización y responsabilidad, constituidas con el expreso objetivo de enviar colonos a las tierras que tanto oro habían dado a los españoles. Las acciones de las sociedades se ofrecieron al público, no solamente en el mercado, sino también desde los púlpitos de las iglesias, y los suscriptores llovieron a torrentes impulsados por la religión pero sobre todo por la codicia.11
En cumplimiento del plan diseñado por la Compañía de Londres, los barcos Sarah Constant, Godspeed y Discovery, desembarcaron en la bahía de Chesapeake y sus tripulantes fundaron en Virginia, el 14 de mayo de 1607, la ciudad de Jacobo (Jamestown) en honor al rey. Se asentaron dentro del territorio de una confederación nativa denominada Powhatan (proviene de la lengua indígena algonquina que significa “en las cascadas” por estar situado sus asentamientos en los saltos de agua del río James).
El jefe Powhatan observó la colonización inglesa desde sus tierras, pero no atacó, manteniendo una posición de calma. Cuando los ingleses sufrieron la hambruna del invierno de 1610, algunos se acercaron a los indios para poder comer y sobrevivir. Cuando llegó el verano, el gobernador de la colonia envió un mensaje para pedirle a Powhatan que devolviera a los fugitivos. Powhatan, según la versión inglesa, respondió con “respuestas nacidas del orgullo y del desdén”. Así que enviaron soldados para “vengarse”.12
Atacaron un asentamiento indio, mataron a más de una docena de sus habitantes, quemaron sus casas, cortaron el trigo que cultivaban en las inmediaciones del poblado, se llevaron en barco a la reina de la tribu y a sus hijos, y acabaron por tirar a estos por la borda, “haciéndoles saltar la tapa de los sesos en el agua”. A la reina se la llevaron para asesinarla a navajazos. Parece ser que doce años después, los indios, alarmados por el crecimiento de los poblados ingleses, intentaron eliminarlos de una vez por todas. Hicieron una incursión en la que masacraron a 347 hombres, mujeres y niños. Desde entonces se declaró una guerra sin cuartel.13
Powhatan envió a los ingleses una petición que resultó ser profética:
“He visto morir a dos generaciones de mi gente […] Conozco la diferencia entre la paz y la guerra mejor que ningún otro hombre de mi país. ¿Por qué toman ustedes por la fuerza lo que pudieran obtener por vía pacífica? ¿Por qué quieren destruir a los que les abastecen de alimentos? ¿Qué pueden ganar con la guerra? ¿Por qué nos tienen envidia? Estamos desarmados y dispuestos a darles lo que piden si vienen en son de amistad. No somos tan inocentes como para ignorar que es mucho mejor comer buena carne, dormir tranquilamente, vivir en paz con nuestras esposas y nuestros hijos, reírnos y ser amables con los ingleses, y comerciar para obtener su cobre y sus hachas, que huir de ellos y malvivir en los fríos bosques, comer bellotas, raíces y otras porquerías, y no poder comer ni dormir por la persecución que sufrimos”.14
A diferencia de los españoles, los colonizadores ingleses no pudieron esclavizar a la población autóctona, por lo que aplicaron una política de desplazarlos hacia otros territorios y exterminarlos con el empleo de la fuerza. La población nativa de 2 millones que vivía al norte de México al inicio de la colonización se reduciría a menos de un millón. Las masacres fueron masivas, a lo que se sumó la muerte por enfermedades que introdujeron los europeos, principalmente la viruela.
También en el invierno de 1609-1610, la mayoría de los colonos de Virginia murieron por enfermedades. Solo 60 de los 300 colonizadores originales habían sobrevivido en mayo de 1610. Sin embargo, un acontecimiento cambiaría la crítica situación que atravesaba esta colonia: el cultivo de tabaco. En 1612, John Rolfe empezó a cultivar un híbrido de semilla de tabaco importada de las Antillas y plantas nativas, y produjo una nueva variedad que agradó a los europeos. El primer embarque de ese tabaco llegó a Londres en 1614. En menos de 10 años ese producto llegó a ser la principal fuente de ingresos para Virginia.
La expansión anglosajona en esta nueva etapa americana presentó un carácter distinto de la de los restantes pueblos europeos. Los españoles, portugueses y franceses cruzaron el océano, vencieron a los indios, convivieron y se mezclaron con ellos. Sin embargo, los ingleses siguieron procedimientos muy diferentes. Al derrotar a los pieles rojas, los exterminaron o los expulsaron de sus tierras, por lo que su filiación racial continuó siendo la misma.15
Desde que el rey Jacobo I contrató a las compañías comerciales que financiaron la colonización, diseñó la organización del gobierno que tendrían las colonias, caracterizado por un Consejo Supremo en Londres, un Consejo residente en las colonias, con jurisdicción subordinada, un Gobernador Real y los impuestos correrían por el tesoro inglés. Los pobladores organizaron su propia Asamblea similar al Parlamento inglés. En la reunión, que se inició el 30 de julio de 1619, participaron dos representantes por cada distrito (22), que ganaron los comicios en que votaron todos los propietarios mayores de diecisiete años.
No sería exacto, sin embargo, creer que la Asamblea de los Burgueses de Virginia fue un cuerpo deliberativo democrático. Era una junta de notables, uno de los cuales, llamado Jefferson, resultó el antecesor de quien, ciento cincuenta años más tarde, redactó la célebre Declaración de Independencia.16
Un año antes de la Asamblea, la compañía de Londres ideó los derechos a reparto per capita, en el cual las personas que emigraban a sus propias expensas tenían garantizadas gratis veinte hectáreas de tierra. Pero, ¿quién cultivaría esa tierra? Era una época en que el hambre azotaba fuertemente, principalmente en el invierno. Surge la necesidad de buscar mano de obra para trabajar en la agricultura: cultivar el trigo para el consumo interno y el tabaco para exportarlo hacia Europa.
En este período en las colonias españolas y portuguesas en el Caribe y Suramérica, existía vasta experiencia en la explotación de los esclavos negros capturados en África. En 1619 mercaderes holandeses negociaron un cargamento de esclavos para las colonias de Virginia provenientes del continente africano. Comenzó así, un proceso de desarrollo económico, en la cual los esclavos influyeron en la vida social y comercial de las colonias inglesas en Norteamérica.
Por esta época, y estimulados por el progreso de Virginia, un grupo de puritanos que habían emigrado hacia Holanda, obtuvieron una concesión sobre las tierras de la Virginia Company. A bordo del navío Mayflower (Flor de Mayo) arribó a las costas del noreste, un grupo formado por 101 hombres, mujeres y niños. El 21 de noviembre de 1620, fundaron la colonia de Plymouth, Massachusetts, que fue el primer poblado inglés en Nueva Inglaterra.
Este grupo de puritanos, conocido como los Padres Peregrinos (Pilgrim Fathers), tuvieron una marcada influencia en la formación del pueblo norteamericano, a partir de sus costumbres e ideología. Antes de desembarcar, redactaron y suscribieron un documento que se llamó The Mayflower Compact (Pacto del Flor de Mayo), en el cual señalaron:
“Nosotros, cuyos nombres siguen, que, por la gloria de Dios, el desarrollo de la fe cristiana y el honor de nuestra patria, hemos emprendido el establecimiento de la primera colonia en estas remotas orillas, convenimos en estar presentes, por consentimiento mutuo y solemne, y delante de Dios, formarnos en cuerpo de sociedad política, con el fin de gobernarnos, y de trabajar por la realización de nuestros designios; y en virtud de este contrato, convenimos en promulgar leyes, actas, ordenanzas y en instituir según las necesidades magistrados a los que prometemos sumisión y obediencia”.17
Este acto inicial de los puritanos, no debe considerarse una ruptura abrupta con las tradiciones culturales e ideológicas del pasado ni un nuevo mundo original y propio. Más bien se trataba de renovar las viejas prácticas políticas para adaptarlas a las necesidades económicas y a las características geográficas del territorio. Lo novedoso está en que ellos mismos sentaron las bases para establecer un gobierno propio, que respondiera a sus intereses. No obstante, en el incipiente diseño del sistema de gobierno, los hombres de bajos recursos económicos y las mujeres no tenían derecho a votar, lo que lo convertía en términos prácticos en una “tiranía religiosa”.
Originariamente los suscriptores del pacto habían obtenido una “patente” para Virginia, que, en términos generales, debía considerarse como un permiso del rey para colonizar. La patente viene a ser, así, una autorización, en tanto que el Pacto ya es un acto, no de soberanía, pero sí de cierta autonomía de un grupo. Aquella gente sintió la necesidad, o tuvo la sensibilidad política, de justificarse ante sí misma, por un principio de orden y de gobierno, con algún documento donde quedaran inscritos los principios fundamentales de la asociación política y los fines colectivos de esta. No era el caso simplemente de formalizar una sociedad colonizadora, era la idea de reconocerse como sujetos de derecho y obligaciones, de tener conciencia previa de un acto de constitución, de saber que se va a fundar un cuerpo político.18
Diez años después, en 1630, otro grupo de inmigrantes llegó a las costas de la Bahía de Massachusetts, provisto de una concesión del Rey de Inglaterra para fundar otra colonia. Llegaron a bordo del buque Arabella. La mayoría eran puritanos, dirigidos por John Winthrop, quien dijo antes de desembarcar que los colonos fundarían una “ciudad en la colina” (city upon a hill) que todo el mundo vería como un ejemplo a seguir. Trajeron su propia carta constitutiva, por lo que la autoridad del gobierno de la colonia tenía su sede en Massachusetts y no en la madre patria.
Según las disposiciones de la carta, el poder estaba representado por una Corte General, encargada de elegir al gobernador e integrada por “hombres libres” que debían ser miembros de la Iglesia Puritana. Se garantizaba así que estos fueran la fuerza política y religiosa dominante en la colonia. Pero no todos aceptaron esta forma de gobierno por considerarla muy rígida. Uno de los primeros que impugnó abiertamente la Corte General fue un joven clérigo llamado Roger Williams, quien protestó porque la colonia les arrebataba sus tierras a la población autóctona y abogó por la separación de la Iglesia y el Estado. Otra opositora, Anne Hutchinson, impugnó ciertas doctrinas claves de la teología puritana. Ambos fueron desterrados junto con sus seguidores.
El puritanismo además ambicionaba constituir una “comunidad de justos”; la ética calvinista era fundamentalmente social y aspiraba, por tanto, a realizarse socialmente. Como doctrina política, el puritanismo repudiaba el absolutismo y apoyaba el establecimiento de asambleas representativas que reunían un carácter político y religioso. En ellas se llevaba a cabo el libre ejercicio del voto. Se asentaban, pues, las bases de una democracia. El principio de igualdad debía regular la convivencia, pero se entendía esa igualdad como un acicate a la iniciativa que debía desarrollarse en condiciones de libre competencia, para que lograran abrirse paso los más preparados, capaces, y “aptos”. Era una “democracia de elegidos”.19
La concepción religiosa de los inmigrantes tuvo gran influencia en el desarrollo de los territorios ocupados. Los valores y creencias iniciales de los primeros colonos se insertaron como componentes centrales del llamado “credo político norteamericano”, que abarca un conjunto de valores y principios aceptados mayoritariamente por los diferentes grupos y capas sociales, e influyeron de manera decisiva en los soportes ideológicos en que se sustenta la proyección política de lo que sería después Estados Unidos de Norteamérica.
Estos elementos favorecieron una vida tradicionalista y apegada a las costumbres, que ha influido en el marcado conservadurismo de la cultura estadounidense. De este postulado se desprenden posiciones y principios arraigados, como la intolerancia a los nativos, la creencia en una superioridad racial y un nacionalismo extremo, aspectos que constituyen la base del denominado “mesianismo norteamericano” que conduce, necesariamente, a una filosofía guerrerista en la cual se privilegia el uso de la fuerza.
Fieles a sus antecedentes religiosos los “padres peregrinos” crearon escuelas y universidades para preparar a los futuros predicadores, maestros y dirigentes del progreso de la aldea. La Universidad de Harvard nació tan temprano como 1636. El primer estatuto de educación de Massachusetts pertenece al año 1642 y ordena a quienes tengan hijos y empleados que les proporcionen enseñanza. En 1647, la Corte General de Massachusetts emitió el famoso documento conocido como “El viejo sueño de Satanás” (The Old Deluder Satan) que establece que las aldeas que han llegado a 50 familias deben mantener una escuela primaria y las que a 100, una escuela secundaria para que la juventud se prepare para la universidad.20
Los puritanos también trajeron sus pequeñas bibliotecas y siguieron importando libros de Londres. Ya en la década de 1680, los libreros de Boston tenían un próspero negocio con la venta de obras de literatura clásica, historia, política, filosofía, ciencia y teología. La primera imprenta de las colonias inglesas fue instalada en Harvard en 1638 y en 1704 fue fundado el primer periódico colonial de éxito, en Cambridge, Massachusetts.
A partir de esta época la emigración no se detuvo. Las pasiones religiosas y políticas, que desgarraron el imperio británico, empujaron cada año a las costas de América, nuevos enjambres sectarios. Contento de arrojar de sí gérmenes de perturbación y ele-mentos de revoluciones nuevas, el gobierno inglés veía con agrado esa emigración numerosa. Llegaba hasta favorecerla con todo su poder, y parecía no ocuparse apenas del destino de los que iban a suelo norteamericano a buscar un asilo contra la dureza de sus leyes.21
A raíz de la restauración del rey Carlos II, en 1660, los ingleses volvieron a enfocar su atención hacia Norteamérica. En poco tiempo, se establecieron en las Carolinas y los holandeses fueron expulsados en 1664 de Nueva Holanda. Otras colonias propietarias se establecieron en lugar de las anteriores en Nueva York, Nueva Jersey, Delaware y Pennsylvania. Los ingleses invadieron las tierras holandesas de Long Island y Manhattan, pero les permitieron conservar sus propiedades y el culto religioso de su elección. En realidad desde hacía más de veinte años la población asentada en las riberas del río Hudson era bastante heterogénea: holandeses, franceses, daneses, noruegos, suizos, ingleses, escoceses, irlandeses, alemanes, polacos, portugueses e italianos.
A partir de 1680, Inglaterra dejó de ser la fuente principal de la inmigración y fue desplazada por escoceses e irlandeses. También alemanes y escandinavos pobres se lanzaron a la aventura de cruzar el Atlántico huyendo de la opresión monárquica, en la búsqueda de riquezas, la libertad religiosa y, sobre todo, de emprender una mejor vida, marcada por la posibilidad de ser propietarios de tierras, opción esta casi imposible en la vieja Europa.
Igualmente, jueces y autoridades carcelarias ofrecían a los convictos la oportunidad de emigrar a las colonias, como Georgia, en lugar de cumplir su sentencia en prisión. Sin embargo, pocos tenían recursos suficientes para pagar su pasaje y el de su familia. En algunos casos, los capitanes de barco recibían grandes recompensas por la venta de contratos de servidumbre para emigrantes pobres y recurrían a cualquier método, desde promesas extravagantes hasta el secuestro, con tal de llevar el mayor número posible de pasajeros a bordo.
En otros casos, los gastos de transporte y mantenimiento eran pagados por agencias de colonización, como la Compañía de Virginia o la de la Bahía de Massachusetts. A cambio, los siervos, obligados por contrato, accedían a trabajar para las agencias como jornaleros por períodos de cuatro a siete años. Al concluir obtenían su libertad y recibían un “estipendio de liberación”, el cual incluía en ocasiones una pequeña parcela de tierra. Se calcula que la mitad de los colonizadores que poblaron los asentamientos ubicados al sur de Nueva Inglaterra llegaron a Norteamérica con este sistema.
Otro de los grupos que se estableció en 1682 en territorio continental y que tuvo influencia en la formación de la nación norteamericana, fueron los llamados cuáqueros de William Penn, quien recibió una gran extensión de tierra, al oeste del río Delaware, que llegó a ser conocida como Pennsylvania. A fin de poblar esa región, Penn reclutó a opositores religiosos de Inglaterra y del continente europeo: amish, bautistas, cuáqueros, menonitas y moravos.
Cuando este grupo llegó a esas tierras, ya había colonizadores holandeses, suecos e ingleses asentados en las riberas del río Delaware. En ese lugar Penn fundó Filadelfia.
Los cuáqueros, al igual que los puritanos, insistieron en la educación de sus pobladores. La construcción de la primera escuela de Pennsylvania se inició en 1683 y se impartía clases de lectura y escritura. La educación más avanzada —en lenguas clásicas, historia y literatura— se impartía en la Escuela Pública Friends, que todavía hoy funciona en Filadelfia con el nombre de Escuela Colegiada William Penn. La educación era gratuita para los pobres, pero los padres que tenían recursos debían pagar una cuota.
En Filadelfia, muchas escuelas privadas sin filiación religiosa enseñaban idiomas, matemáticas y ciencias naturales; también había centros docentes nocturnos para adultos. Las mujeres no estaban del todo excluidas, pero sus oportunidades educativas se limitaban a la capacitación para actividades propias del hogar. Las hijas de los ciudadanos prósperos de Filadelfia tenían maestros particulares de Francés, Música, Danza, Pintura, Canto y Gramática.
Para fines del siglo xvii emergió en las colonias, principalmente en las del norte, la naciente clase mercantil de pequeños comerciantes y dueños de tiendas. La Nueva Inglaterra colonial, pasó en esa época por una transición económica y política en la cual dejó de ser una comunidad en gran parte agraria y dominada por los puritanos, y se convirtió en una sociedad más comercial.
Un pasaje de la época ilustró las férreas bases religiosas puritanas. En 1692 un grupo de muchachas adolescentes de la Villa de Salem, en Massachusetts, acusaron a varias mujeres de ser brujas. Formaron un tribunal para juzgar los cargos de brujería y, en menos de un mes, seis mujeres fueron condenadas y ejecutadas en la horca, al igual que otras 20 personas, incluso varios hombres.
La histeria se incrementó al permitírsele a los testigos relatar que habían visto a las acusadas en forma de espíritus. La realidad es que la mayoría de los acusadores pertenecían a los viejos grupos tradicionales, mientras que un buen número de las brujas acusadas integraban la nueva clase social. Estas contradicciones clasistas se repetirían en otras comunidades. Los juicios de las denominadas brujas de Salem se convirtieron en un referente durante toda la historia de Estados Unidos, que se caracterizaría por lanzar falsas acusaciones contra un gran número de personas.22
Ya desde comienzos del siglo xviii, los asentamientos europeos se extendían sobre la costa norteamericana del Atlántico, desde el sur del actual estado de Maine hasta Carolina del Sur. Aunque la mayoría de ellos se situaban a menos de 80 kilómetros de la costa, unos pocos se internaban algo más en la tierra siguiendo el curso de los ríos. De ese modo, casi toda la costa atlántica estaba habitada cada vez más por comunidades de granjeros y agricultores de origen europeo, fundamentalmente anglosajón, agrupadas en trece circunscripciones, conocida como las Trece Colonias de Nueva Inglaterra, cuyos límites por tierra firme llegaban hasta las estribaciones de los montes Apalaches, con algún puesto avanzado que alcanzaba la margen izquierda del inmenso río Mississippi.23
Sin dudas, las características geográficas influyeron en las agrupaciones que se iban conformando. Todas desarrollaron un sistema de gobierno participativo, basado en la tradición y el precedente jurídico británicos. Las Trece Colonias quedarían congregadas en tres tipos de asentamientos económicos:
1. En el noreste: Nueva Inglaterra, constituida por Massachusetts, Connecticut, New Hampshire y Rhode Island. Sus suelos eran superficiales, con inviernos intensos y, por tanto, un ciclo corto para los cultivos. Desarrolló una economía basada en productos forestales, pesca y construcción de barcos, incluso un tercio de los buques de la flota inglesa se construían en Nueva Inglaterra. Sus excelentes puertos estimularon el comercio y Boston llegó a ser uno de los más grandes y activos de Estados Unidos.
2. En la región media: New York, Delaware, New Jersey y Pennsylvania. Tenían un clima templado y su territorio era más variado. Se desarrolló la industria y la agricultura, y la sociedad era diversa y cosmopolita, a partir de su variedad en cuanto al origen racial de sus pobladores. El éxito en el comercio hizo de la ciudad uno de los centros más prósperos del imperio británico. También fueron importantes las industrias familiares, como las de tejidos, fabricación de muebles y calzado.
3. En el Sur: Virginia, Georgia, Maryland, Carolina del Norte y Carolina del Sur. El clima era más cálido y con abundante lluvia que permitía una temporada prolongada para los cultivos de amplia demanda comercial, como la caña de azúcar, el maíz, el arroz, el tabaco y el algodón. Su economía fue principalmente agrícola, administrada por pequeños granjeros y ricos terratenientes aristócratas que poseían grandes fincas, llamadas plantaciones, en las que trabajaban esclavos traídos de África.
En el orden político, en las colonias se manifestaban dos grupos: los Tories y los Whigs, igual a las facciones que se disputaban el poder en Inglaterra, en la que losTories (conservadores) eran partidarios de las prerrogativas reales y losWhigs (liberales) eran hostiles a la monarquía.
Como ocurre en todas las revoluciones, no es posible explicar el levantamiento de las colonias norteamericanas contra el dominio inglés mediante una fórmula simple, pues fue el resultado del juego mutuo de numerosas fuerzas, tanto económicas como políticas y sociales. Con todo, igual que la mayoría de ellas, la Revolución norteamericana se reduce principalmente, en última instancia, a un conflicto entre los intereses económicos de Gran Bretaña y sus colonias continentales; fue, en muchos sentidos, un levantamiento contra un sistema social y político que ya no era aplicable a las condiciones existentes en Norteamérica.24
A fines del siglo xviii tuvo lugar en Inglaterra —bajo la influencia de la filosofía ilustrada— la primera Revolución Industrial, que conllevó a una profunda transformación en la economía y en la conciencia cultural de la sociedad británica. Los cambios más inmediatos se manifestaron en los procesos productivos, en los cuales las manufacturas crecieron aceleradamente gracias al aumento de la eficiencia técnica.
Una serie de inventos transformaron la industria textil inglesa, entre ellos: la lanzadera volante (1733), la máquina hiladora hidráulica (1769) y el telar mecánico (1785). Estas innovaciones mecanizaron gran parte de los procesos manuales para hilar y tejer y facilitaron la producción de textiles con mayor rapidez y menor costo.
En esa época, la mayoría de los ingleses usaban prendas de lana, las que fueron desplazadas progresivamente por el algodón. Este producto llegó a convertirse en uno de los principales rubros exportables del país. Después de 1830 equivalió aproximadamente a la mitad del valor total de las exportaciones de Estados Unidos. Uno de los principales avances tecnológicos de los albores de la Revolución Industrial fue la invención de la máquina de vapor, que se instaló por primera vez en una fábrica de algodón en 1785.
La Revolución Industrial había impulsado la producción mercantil en Norteamérica, donde la manufactura creció al amparo del consumo local. Las condiciones naturales beneficiaron el desarrollo del comercio en ese subcontinente. Excelentes puertos naturales se alineaban a lo largo de las costas de Nueva Inglaterra —comprendía Massachusetts, Rhode Island, Connecticut y New Hampshire— y de las colonias centrales; estas últimas, junto con los asentamientos del sur, igualmente se favorecían de las numerosas bahías, entradas y ríos que permitían atracar sin dificultades a los barcos de vela y poco calado de entonces, en una época en la que los caminos eran escasos y generalmente malos.25
También intervinieron factores culturales y políticos como resultado del movimiento intelectual europeo de la Ilustración, que estimuló a los primeros inventores y fabricantes. Entre las teorías políticas de la época que más influyeron en las ideas independentistas de los colonos y principalmente en la formación de la nueva nación, estuvieron las desarrolladas por dos filósofos europeos: el inglés John Locke (1632-1704) y el francés Charles Louis de Secondat, conocido por el Barón de la Brede y de Montesquieu (1689-1755).
Locke, quien introdujo el liberalismo clásico como doctrina política y social, criticó en sus dos Tratados sobre el gobierno civil (1690) la teoría del derecho divino de los reyes y la naturaleza del Estado. Afirmaba que la soberanía no reside en el Estado sino en la población, y que el Estado es supremo pero solo si respeta la ley civil y la ley natural. Locke mantuvo más tarde que la revolución no solo era un derecho, sino una obligación, y abogó por un sistema de control y equilibrio en el gobierno, que debía sustentarse en tres ramas, siendo el poder legislativo más importante que el ejecutivo o el judicial. También creía en la libertad religiosa y en la separación de la Iglesia y el Estado.
Por su parte, Montesquieu en su obra El espíritu de las leyes (1748), analizó las tres principales formas de gobierno (república, monarquía y despotismo) y estableció las relaciones que existen entre las áreas geográficas y climáticas y las circunstancias generales y las formas de gobierno que se producen. También sostuvo que debe darse una separación y un equilibrio entre los distintos poderes a fin de garantizar los derechos y las libertades individuales.
Varios años de descontento político en Gran Bretaña culminaron con la Revolución Gloriosa de 1688-89, en la cual el rey James II fue derrocado. La revolución transformó la monarquía absoluta en una monarquía parlamentaria. Las colonias norteamericanas se beneficiaron con esos cambios. Las asambleas coloniales reclamaron el derecho de actuar como parlamentos locales y aprobaron medidas para expandir su propio poder y limitar el de los gobernadores reales.
En los siguientes decenios, las disputas recurrentes entre los gobernadores y las asambleas hicieron que los colonizadores se percataran de la creciente divergencia entre sus intereses y los de Gran Bretaña. En cuanto a las discrepancias en las relaciones económicas, se destaca que el sistema mercantil británico perjudicó a la economía colonial, que conllevó a que los colonos tuvieran varias desventajas:
1. El monopolio del transporte que ejercían los armadores ingleses y coloniales eliminaba la competencia extranjera, lo que contribuía a encarecer los fletes;
2. Había que pagar a los comerciantes británicos que hacían las veces de intermediarios, puesto que la mayor parte de los productos coloniales debía pasar por sus depósitos;
3. Las colonias eran consideradas como una fuente de materias primas baratas para el aprovechamiento de los fabricantes ingleses, y al mismo tiempo como un mercado para vender los productos manufacturados al precio que aquellos quisieran fijar;
4. La cantidad de oro y de plata con que contaban los colonos para pagar esos productos manufacturados era reducida y se exportaban constantemente a Inglaterra; sin embargo, la metrópoli trataba de cerrarles una de las más importantes fuentes de comercio de oro: las Antillas españolas, holandesas y francesas;
5. Las tentativas que realizaban los colonos para remediar el problema de la moneda y los créditos eran desautorizadas por el gobierno británico.26
Después del triunfo de Inglaterra sobre Francia en la Guerra de los 7 Años (1756-1763), que concluyó con la Paz de París, en 1763, los franceses entregaron a los británicos Canadá, los Grandes Lagos y el territorio al este del Mississippi. Aunque la política británica no experimentó un cambio esencial después de 1763, sí reforzó la protección de sus intereses y mantuvo a las colonias en una posición económica subordinada.
A pesar de que durante la contienda Inglaterra recibió gran ayuda económica y militar de sus colonias, les impusieron mayores restricciones a través de varias normativas legales, destacándose entre ellas:
1. La Proclama Real (1763): restringió la apertura de nuevas tierras a la colonización, principalmente hacia el oeste.
2. La Ley Monetaria (1764): prohibió la impresión de papel moneda en las colonias.
3. La Ley del Azúcar (1764): declaró ilegal la exportación de ron y gravó las importaciones con impuestos sobre el azúcar, el café, el vino y las sedas. Cortó el comercio de mieles entre las Trece Colonias y las Antillas hispanas y francesas, las suministradoras de la codiciada materia prima, con la cual los norteamericanos elaboraban el ron antillano.
4. La Ley del Timbre (1765): requirió la compra de sellos reales para todos los documentos legales, periódicos y contratos de arrendamiento, por lo que los obligaba a usar papel timbrado en todos los documentos y publicaciones.
5. La Ley de Alojamiento (1765): obligó a los colonos a proveer de alimento y hospedaje a los soldados del rey.
De estas leyes, la del Azúcar fue la que más impacto ocasionó a los comerciantes de las colonias, principalmente en Massachusetts, que se beneficiaban desde hacía más de un siglo con la producción y comercialización del West Indian rum. Además de las ganancias que obtenían por la venta de este producto a Inglaterra, se empleaba también como una de las principales mercancías de intercambio en la adquisición de esclavos en África.
La materia prima fundamental en la fabricación del ron eran las mieles finales del proceso de elaboración del azúcar. De ahí que Cuba, a partir de la buena calidad de sus mieles, contaba con especiales ventajas para el comercio con las Trece Colonias. Por ejemplo, en la década de 1760-1770, las mieles cubanas encontraban en Rhode Island, 30 destilerías que anualmente producían solo para exportar al África, 1 400 bocoyes de ron.27
Otro de los aspectos a tener en cuenta, es que los dirigentes de las Trece Colonias eran burgueses acostumbrados a gozar de privilegios sociales y de un amplio poder político, de ahí su rebeldía ante las exigencias de la metrópoli. La riqueza estaba desigualmente dividida: en el campo la tensión entre grandes hacendados y pequeños propietarios; en la ciudad los grandes comerciantes se agrupaban en una élite social mientras veían el descontento de artesanos, obreros y marineros. Los colonos consideraban injusto el trato por parte de la Gran Bretaña, ya que estos aportaban riquezas e impuestos a la metrópoli pero no tenían medios para decidir sobre dichos impuestos, por lo que se sentían marginados y no representados. Esta situación hizo que desde mediados del siglo xviii comenzaran a considerar el no seguir bajo la soberanía de Gran Bretaña.28
Los colonos iniciaron protestas contra la metrópoli y se cuestionaron que estas leyes fueron dictadas desde el parlamento inglés, en el cual no podían participar. En octubre de 1765, 27 delegados de nueve colonias se reunieron en Nueva York para coordinar sus esfuerzos con el propósito de lograr que la Ley del Timbre fuera revocada y comenzaron a aprobar resoluciones que exaltaban el derecho de cada una de las colonias a crear sus propios impuestos.
Samuel Adams, de Massachusetts, graduado de la universidad de Harvard, fue el más enérgico. Escribió artículos en periódicos y pronunció discursos en los que apeló a los instintos democráticos de los colonos. Ayudó a organizar, en todas las colonias, comités que llegaron a ser la base de un movimiento revolucionario. En 1773, el movimiento atrajo a los comerciantes coloniales que estaban disgustados porque Gran Bretaña intentaba reglamentar el comercio del té.
En la noche del 16 de diciembre de 1773, un grupo de hombres disfrazados de nativos mohawks y encabezados por Samuel Adams, entraron sigilosamente en tres buques británicos anclados en el puerto de Boston y arrojaron al mar sus cargamentos de té.
Para castigar a Massachusetts por su acto vandálico, el Parlamento británico cerró el puerto de Boston y restringió la autoridad local. Las nuevas medidas, calificadas por los colonos como las Leyes Intolerables, fueron contraproducentes porque en lugar de aislar a la colonia, provocaron que las otras se unieran a ella. Todas las colonias, salvo Georgia, enviaron representantes a Filadelfia para evaluar la situación.
También otras de las causas que influyeron en el ánimo del movimiento fue el período de depresión o de “tiempos difíciles” que se acentuó por las malas cosechas que hubo en Inglaterra entre 1765 y 1774, y que provocó que disminuyera la capacidad de compra de la metrópoli y, por consiguiente, una reducción de las exportaciones de las colonias. Tanto el norte como el sur sufrieron un retroceso económico.
Estos factores, aumentados por el estilo de vida agresivo e independiente de una nueva comunidad, tendían a desarrollar la confianza en sí mismos y a reducir al mínimo la necesidad de la protección inglesa, especialmente después de concluida la guerra contra los franceses y los indios. Se produjo un gradual debilitamiento de los lazos y el surgimiento de una conciencia social independiente. Por ejemplo, la mera posibilidad de que la Iglesia de Inglaterra extendiera su autoridad a las colonias levantó una tempestad de protestas, y los esfuerzos de Gran Bretaña por limitar a los gobiernos coloniales fueron mirados casi como una violación de los derechos de un pueblo soberano.29