La habitación de hierro - Varios autores - E-Book

La habitación de hierro E-Book

Autores varios

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Beschreibung

Con un total veintidós textos que abarcan casi toda la primera mitad del siglo XX chino, el libro presenta la amplitud de géneros, estilos, recorridos y lenguajes que caracterizan a la prosa literaria china de las primeras cinco décadas del siglo XX

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© LOM ediciones Primera edición, junio de 2023 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN: 978-956-00-1698-0 Traducción: Miguel Ángel Petrecca Este libro contó con el apoyo a la traducción de la Embajada de la República Popular China en Chile Diseño, Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 6800 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina registro N°: 305.023 Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de Chile

Acerca de esta antología

Este libro contiene en total 22 textos de quince autores que abarcan casi toda la primera mitad del siglo XX. La diversidad de los textos incluidos es tal vez el rasgo más notorio de la selección: hay autobiografías, ensayos autobiográficos, un manifiesto político, ensayos sobre literatura, cartas, ensayos literarios, pequeñas prosas, textos polémicos, prólogos y relatos de viaje. Se intenta así dar una idea de la amplitud de géneros, estilos, recorridos y lenguajes que caracterizan la prosa literaria china de la primera mitad del siglo XX. Muchos de estos textos giran en torno a la cuestión de la literatura y de la lengua, y en torno a un hecho central de la historia cultural china del siglo XX, como es el movimiento de la nueva cultura, cuyo programa tiene como uno de sus pilares la reforma de la lengua y la literatura. En ese sentido, la antología cubre un período marcado por el surgimiento de géneros y estilos nuevos, y sobre todo de una lengua literaria nueva, el chino moderno, objeto de disputa y centro de muchos de los debates vigentes hasta el día de hoy. De la lengua clásica simplificada del texto de Liang Qichao, con el que abre el libro, a la lengua moderna del texto de Mao con el que se cierra, hay una serie de escalas y estadios intermedios, hay estilos, momentos y formaciones que reflejan el proceso de cambio de esa lengua y la amplitud de sus posibles. Como recuerda Chen Fangwu en uno de los ensayos de este libro, aunque el movimiento de la nueva literatura era en principio una parte de ese fenómeno más amplio que fue el movimiento de la nueva cultura, la nueva literatura terminó siendo (si no lo fue desde el principio) el hecho central de ese movimiento. De ahí la centralidad que tiene la literatura y el debate sobre la literatura en esta antología. Por lo demás, la antología se puede leer como una sucesión de fotografías de momentos específicos de la historia del período; una serie de imágenes donde se capta una experiencia que es a la vez irreductiblemente individual y colectiva. En otras palabras, como un recorte y una manera alternativa (naturalmente muy parcial) de recorrer la historia china de la primera mitad del siglo XX a través de una serie de experiencias y motivos: los intentos reformistas de la generación de intelectuales de fines del XIX como Liang Qichao, los antecedentes de la revolución de 1911, el surgimiento del movimiento de la nueva cultura, los viajes a Japón y a Rusia, la emergencia del marxismo, la problemática de la mujer, la función del intelectual y de la literatura, el problema del verso y la poesía nueva, los movimientos estudiantiles y la represión política, el problema de la traducción, son algunos de los temas que atraviesan estos textos.

1902 Liang Qichao

Nacido en 1873 en la provincia de Cantón, hijo de un maestro de escuela, Liang Qichao es, junto con Kang Youwei, Tan Sitong y otros, una de las figuras centrales de la generación de intelectuales que intentaron reformar la política y la cultura chinas a finales del siglo XIX. Tras obtener el grado de juren en los exámenes imperiales a los 17 años, Liang Qichao se convirtió en el principal discípulo de Kang Youwei y participó en la Reforma de los Cien Días, un breve período durante el cual un grupo de letrados liderados por Kang Youwei, y respaldados por el emperador Guangxu, intentó implementar en 1898 una serie de reformas que apuntaban a la modernización de la política, la sociedad y la economía chinas. Tras la derrota, se exilió en Japón, donde organizó, con Kang Youwei, la Sociedad de Protección del emperador. En los años siguientes visitó Australia y Estados Unidos, dando conferencias y recolectando fondos para su programa reformista. En 1902 fundó el Xinmin congbao (El nuevo ciudadano), un periódico bimensual de gran alcance, que tenía también el objetivo de promover sus ideas políticas. Volvió a China en 1912, tras la revolución de 1911, que marcó el fin del imperio, para colaborar con en el gobierno de Yuan Shikai. Esta pequeña autobiografía, escrita a los treinta años, resulta interesante como relato de la formación de uno de los intelectuales chinos más influyentes de finales del siglo XIX y comienzos de XX: el aprendizaje de los textos clásicos, la preparación para los exámenes y la carrera de funcionario; el descubrimiento, en una librería en Shanghai, del verdadero lugar de China en mundo; la puesta en contexto de su propia biografía dentro de la temporalidad general y la historia del mundo, y finalmente el encuentro con el maestro Kang Youwei, son algunos de los aspectos notables.

Autobiografía a los treinta años(fragmento)

Vientos y nubes cruzan el mundo;

los días nos empujan hacia adelante.

Hace un momento apenas era un niño.

¿Cómo es que de repente tengo treinta?

Este es un poema de la serie «Diez esbozos de poemas al cumplir los treinta años», que escribí el día veintiséis del primer mes de este año en el vapor que atravesaba el mar del Japón.

El océano de hombres se agita, el tiempo se escurre sin dejar huella. De cada cien cosas que he emprendido y deseado, ni una ha llegado a buen puerto. Al detenerme un instante y mirarme al espejo ahora, ¿cómo podría no suspirar? Qingyi tiempo atrás hizo una recopilación de mis textos y me pidió también que escribiera una pequeña biografía. Le agradecí y le respondí: «¿Qué valor tienen mis actos y mi experiencia como para que merezcan ser registrados? Soy una persona sin logros. Más importante que hacer que los demás me conozcan es conocerme a mí mismo. Mi amigo Tan Liuyan, ya muerto, escribió una ‘Autobiografía a los treinta’. No puedo más que imitar torpemente su ejemplo y escribir yo también mi ‘Autobiografía a los treinta’».

Nací en una aldea, en una provincia donde, entre finales de la dinastía Qin y comienzo de la dinastía Han, se levantó formidable, durante varias décadas, un modelo de innumerables héroes, quien se llamara a sí mismo el «jefe de los bárbaros», dejando su nombre en la historia. En esta provincia, entre la dinastía Song y la Yuan, los descendientes del emperador amarillo batallaron contra los bárbaros del norte y fueron derrotados. El emperador y los ministros dieron la vida por el país y yacieron en Yai Shan, dejando en la historia un registro dolorido y furioso. Ese es mi lugar natal. El nombre de la aldea es Xiongzi y se encuentra a poco más de siete li de Yaishan, en el punto en el que el río Xijiang desemboca retumbando en el Mar del Sur. En esa desembocadura se alinean siete islas, entre las cuales Xiongzi ocupa el lugar central. Soy por lo tanto un verdadero habitante de una de las islas del extremo sur de la China. Mis antepasados hacia finales de la dinastía Song emigraron desde Fuzhou a Nanxiong, y luego, a finales de la dinastía Ming, desde Nanxiong hasta Xinhui, donde se instalaron, refugiándose durante siglos entre montañas y valles.

Los tíos de mi familia se dedicaban a la agricultura y al estudio. Como habitantes de «la fuente de los durazneros en flor»1, no se interesaban en las cosas del mundo. De acuerdo a lo que mis mayores contaban, mi bisabuelo era un hombre virtuoso y modesto. La riqueza que obtenía a través del trabajo en el campo la distribuía generosamente entre los miembros desposeídos de la familia. Mi abuelo se llamaba Weiqing; su nombre de cortesía era Jingquan. Fue candidato al examen imperial en representación de la provincia. Más tarde fue elegido profesor de una escuela provincial, pero no asumió el cargo. El apellido de mi abuela era Li. Mi padre se llamaba Mingying. Su nombre de cortesía era Lianjian. Fue durante toda su vida profesor en la aldea. El nombre de familia de mi madre era Zhao.

Nací el día veintiséis del primer mes del año guiyou de la era Tongzhi (1873), diez años después del fin de la revuelta de Taiping en Nankín, un año después de la muerte del gran letrado de la dinastía Qing, Zeng Guofan, tres años después de la guerra franco-prusiana, y en el año del establecimiento de Roma como capital del reino de Italia. Tenía un mes cuando murió mi abuela, después de haber estado diecinueve años al lado de mi abuelo. Mi abuelo, entre sus ocho nietos, me amaba con predilección. A los tres años nació mi hermano Qixun, y cuando tenía cuatro o cinco, sobre las rodillas de mi abuelo y de mi madre empecé a aprender Los cuatro libros y el Clásico de la Poesía. En la noche dormía con mi abuelo. Todos los días me hablaba de las palabras distinguidas y las hazañas de los héroes y sabios de la antigüedad, y le gustaba hablar sobre todo de la desgracia nacional relacionada con la caída de las dinastías Song y Ming. Hablaba con ardor de todo esto. A partir de los seis años, con la lectura de mi padre, aprendí un esbozo de la historia de China y los cinco clásicos. A los ocho aprendí a escribir y a leer. A los nueve era capaz de componer textos largos. A los doce pasé el primer nivel de los exámenes imperiales. Me dedicaba todos los días a componer «ensayos de ocho piernas»2. No me disgustaba, pero tampoco sabía que en el mundo existía otro saber más allá, así que estudiaba meticulosamente, con la cabeza hundida en los libros, aunque lo que más amaba era la literatura. Mi abuelo y mis padres me enseñaron la poesía Tang, que me interesaba mucho más que el ensayo para los exámenes. Nuestra casa era pobre y no había libros que leer, salvo un ejemplar de las Memorias históricas de Sima Qian y otro de la Crónica simplificada del Esbozo y el espejo de Wu Chengquan. Mi abuelo y mi padre diariamente me enseñaban con estos, y hasta el día de hoy puedo recitar de memoria la mayor parte del texto de Sima Qian. Un amigo de mi padre que apreciaba mi inteligencia me regaló un ejemplar del Anales de los Han de Ban Gu y un ejemplar de la Antología ordenada de textos antiguos de Yao Nai, que me gustaron mucho y que me leí enteros. Mi padre era piadoso y severo, y además de supervisar mis estudios, y de acostumbrarme a hacer trabajo manual, al menor descuido en las palabras o el comportamiento me reprochaba con severidad, advirtiéndome: «Trátate a ti mismo como a una persona común». Hasta el día de hoy me repito estas palabras y no me atrevo a olvidarlas. A los trece años empecé a estudiar los comentarios filológicos de Duan Yucai y Wang Niansun, que me gustaron mucho, y poco a poco dejé de estar centrado en el estudio del ensayo de ocho piernas. A los quince, mi madre, Zhao Gongren, falleció en el parto de su cuarto hijo. Yo emprendí el regreso desde donde estaba estudiando, pero aunque traté de volver a la aldea lo antes posible para participar del funeral, por falta de barcos no llegué a tiempo para ocuparme personalmente de la ceremonia. Esto es una pena que me acompañará toda mi vida.

En ese momento entré en la Academia del Mar del Conocimiento, que había sido fundada durante el reino del emperador Jiaqing por el gobernador Ruan Yuan, con el fin de enseñar a los estudiantes de Cantón los comentarios filológicos y las letras. Hasta aquí, después de haber abandonado las recopilaciones de citas de los clásicos para dedicarme al estudio de las exégesis y las composiciones, no sabía que en el mundo existía otro saber. En 1889, a los diecisiete años, obtuve el grado de juren. El examen fue presidido por el gran ministro Li Duanfen y el examinador adjunto era Wang Renkan. A los dieciocho viajé a la capital para presentarme al examen de jinshi. Mi padre decidió acompañarme, teniendo en consideración mi juventud, y en esa ocasión el ministro Li Duanfen me ofreció a una prima suya como esposa. Fracasé en el examen, y en el viaje de vuelta pasé por Shanghai, y en un puesto de libros en la calle conseguí Un breve repaso de los circuitos marítimos. Al leerlo supe por primera vez que en el mundo había cinco continentes y diferentes países, y luego vi la diversidad de libros occidentales que traducía y publicaba el Arsenal Naval. Estaba maravillado, pero no tenía el dinero para comprarlos.

En otoño de ese mismo año conocí a Chen Tongbu. Chen también había estudiado en la Academia del Mar del Conocimiento, y yo había escuchado hablar de su talento. Poco después Tongbu me dijo: «He escuchado que el maestro Kang Youwei ha enviado un petitorio para pedir la reforma. No obteniendo ningún resultado, acaba de volver de la capital. Tengo planeado visitarlo, pues su saber es más de lo que tú y yo hemos siquiera soñado. Podemos tener ahora por fin un maestro».

Así, junto con Chen Tongbu presentamos nuestros respetos a Kang Youwei, pidiéndole que nos aceptara como discípulos. En ese momento yo, en tanto joven graduado en los exámenes oficiales, tenía un conocimiento profundo de los comentarios de textos antiguos y los poemas, tal como la época dictaba, así que estaba inmensamente satisfecho de mí mismo. La voz del maestro Kang era como el bramido de un océano o el rugido de un león: cuestionaba y daba vuelta el conocimiento inútil de varios siglos, planteando una limpieza absoluta. Desde el momento en que entramos a visitarlo en la mañana temprano, hasta el momento en que nos fuimos al atardecer, fue como recibir una seguidilla de golpes inesperados, como los bastonazos de un maestro zen en la cabeza: en un solo día todas mis certezas se vinieron abajo. Perplejo, no sabía qué hacer. Entre la alarma y el entusiasmo, entre el reproche y la enmienda, la duda y el temor, nos mantuvimos despiertos toda la noche sin poder conciliar el sueño. Al día siguiente lo visitamos otra vez y le pedimos que nos diera una orientación en los estudios. Kang Youwei nos enseñó la escuela de la mente de Lu Jiuyuan (Liu Xiangshan) y de Wang Yangming, y dijo que debíamos alcanzar una visión general de la ciencia china y occidental. A partir de este momento tomé la decisión de abandonar el saber viejo. Dejé la Academia del Mar del Conocimiento y le pedí a Kang Youwei que me aceptara como discípulo. Fue a partir de aquí que supe lo que era el saber.

(...)

En el año 2453 del nacimiento de Confucio, 1902, Rengong se relató a sí mismo.

1 La «fuente de los durazneros en flor» hace alusión a un poema muy conocido del poeta Tao Yuanming (siglos IV-V), que cuenta la historia de un hombre que encuentra por azar una aldea ideal cuyos habitantes han vivido durantes siglos completamente aislados del mundo.

2 El «bagu wen» o «ensayo de ocho piernas» era un tipo de ensayo con una estructura muy rígida, cuyo dominio era indispensable para pasar los exámenes imperiales.

1904 Zou Rong

Zou Rong nació en la provincia de Sichuan en 1885. Su padre era comerciante y su madre murió siendo él todavía muy joven. Luego de estudios iniciales en Chengdu, viajó a Japón para proseguir su educación y entró en contacto con militantes radicales y reformistas. Fue allí donde escribió El ejército revolucionario, uno de los manifiestos políticos chinos más influyentes del siglo XX, con cuyo manuscrito se embarcó de vuelta hacia China en 1903. En Shanghai entró en contacto con Zhang Binglin (Zhang Taiyan)3, que le ayudó a juntar fondos para darlo a la prensa. El ejército revolucionario fue publicado en mayo de 1903 en la concesión internacional de Shanghai, y reimpreso ese mismo año en Yokohama, Hong Kong y Singapur. Zou Rong murió en la prisión en Shanghai en 1904, con apenas 19 años, antes de cumplir la pena de dos años a la que había sido condenado a causa de su manifiesto. El ejército revolucionario muestra un fuerte nacionalismo y un intenso sentimiento antimanchú, característicos del ala más radical de la juventud intelectual de la época. A diferencia de los intelectuales de la generación anterior, como Kang Youwei y Liang Qichao, que en 1898 habían intentado llevar adelante la reforma desde adentro del imperio, Zou Rong en su manifiesto apunta directamente al fin de la dinastía manchú, esto es, de la «dominación extranjera». El nacionalismo y el radicalismo de Zou Rong se conjugan con una idea sobre las razas. En su visión, la raza «Han», núcleo y cúlmine de la «raza amarilla», representa la «raza más excepcional en la historia de Oriente» y está destinada, en el largo plazo, a entablar una lucha final contra la «raza blanca».

3 Zhang Binglin (1868-1936) fue un escritor y militante antimanchú, cofundador, junto con Liang Qichao, del periódico Asuntos.

El ejército revolucionario(fragmento)

Prólogo del autor

Sin educación, viví hasta los dieciséis años en la provincia Sichuan, y en 1901 partí en dirección del Yangtzé y hasta Shanghai. En 1902 salí del país y me quedé un año afuera. Tomando las palabras de los sabios y hombres eminentes que se habían grabado en mi cabeza, más mis propias reflexiones acerca de la injusticia, pensé poner todo en orden para ofrecérselo a mis compatriotas. ¿La libertad de discurso, de pensamiento y de publicación no es acaso lo propio de un país civilizado? Los chinos, sin embargo, son esclavos, y los esclavos no tienen libertad ni pensamiento. Pese a todo, no he podido renegar de estas humildes ideas, considerando que son la única manera de retribuir la bondad de mis cuarenta millones de compatriotas, de retribuir la bondad de mis padres y el amor de mis amigos, mis hermanos y mis hermanas. Algunos me acusarán de traidor, otros me considerarán un hombre honorable. Nada de esto me importa. Yo sólo creo en los grandes pensadores como Rousseau, Washington, Wei-man4, los cuales, si hay vida en el más allá, deben decir: «El niño sabe. Nuestro Dao ha llegado al Oriente». Sólo pienso que Koxinga y Zhang Huangyan, si hay vida en el otro mundo, deben sonreír y decir: «Tenemos descendientes; podemos cerrar los ojos en paz».

El día que estas palabras den fruto, el oleaje de la revolución se expandirá por todo el mundo. Mis palabras terminan aquí, pero mis pensamientos continúan.

Escrito por Zou Rong, escudero del ejército revolucionario, doscientos sesenta años después de la caída del gran pueblo Han, en el tercer mes del año 1903.

Capítulo 1 Introducción

Dejar atrás miles de años de despotismo en todas sus formas, liberarnos de miles de años de esclavitud, acabar de una vez con esas bestias inmundas, con esos poco más de cinco millones de manchúes, lavarnos de 260 años de desgracia y opresión, para regenerar nuestra tierra y hacer que cada uno de los descendientes del emperador amarillo se convierta en un Washington. Entonces resucitarán de la muerte y les volverá al alma al cuerpo, saldrán de los dieciocho infiernos y subirán a las treinta y tres moradas celestes, llenos de fuerza y de vida, hacia la máxima majestad, la inigualable y sin par «revolución». ¡Oh, sublime revolución! ¡Oh, magnífica revolución!

Por eso, bordeando los miles de kilómetros de la gran muralla, subiendo al monte Kunlun, navegando de arriba a abajo el Yangtzé, remontando el río Amarillo, planto la bandera de la independencia, toco la campana de la libertad, desparramo mi grito por cielo y por tierra, desgañitándome para proclamar frente a mis compatriotas: ¡Ea! Nuestra China hoy no tiene más opción que la revolución. Si queremos liberarnos del yugo de los manchúes, si queremos ser independientes, nuestra China no tiene otro camino que la revolución. Si nuestra China quiere estar en pie de igualdad con las grandes naciones, si quiere sobrevivir en este mundo nuevo del siglo XX, no tiene más opción que la revolución. Si hemos de convertirnos en un gran país, si hemos de cumplir un rol protagónico en el mundo, la revolución es nuestra única vía. ¡Revolución! ¡Revolución! Entre mis compatriotas, ancianos, hombres en la mediana edad, hombres en la fuerza de la edad o jóvenes, niños, hombres y mujeres, ¿hay quienes estén dispuestos a hablar y a actuar por la revolución? Compatriotas, protéjanse y vivan unos para otros en la revolución. Hoy, con toda la fuerza de mi voz, lanzo este grito urgente para proclamar la revolución a lo ancho y lo largo de nuestra tierra.

(...).

4 Se desconoce a qué autor hace referencia con «Wei-man».

1911Lin Juemin

Lin Juemin es conocido fundamentalmente por esta carta a su esposa, escrita en un pañuelo, tres días antes de su muerte. Nacido en Fujian, en la provincia de Fuzhou, en 1887, Lin se trasladó a Japón en 1907 para continuar sus estudios. Allí, se unió a la Alianza revolucionaria (Tongmenhui) fundada e impulsada por Sun Yat-sen. De vuelta en China, participó de un levantamiento en contra del gobierno Qing, en la provincia de Cantón, luego del cual fue ejecutado. Este levantamiento fallido tuvo lugar unos meses antes de la sublevación que marcaría el fin de la dinastía manchú y del imperio.

Carta de despedida a mi esposa

Querida Yiyang,

Por medio de esta carta me despido para siempre de ti. Al momento de escribirla, pertenezco todavía al mundo de los vivos, pero para cuando la leas me habré convertido ya en un espíritu del más allá. Escribo ahora y las lágrimas brotan como la tinta. Quiero soltar la pluma pero a la vez temo que, no conociendo mi dolor, pienses que estoy dispuesto a abandonarte y a morir, pienses que no sé que tú no quieres que muera. Por eso prefiero soportar el dolor y escribirte.

Te amo infinitamente, y es la idea de este amor lo que me da el coraje para enfrentar la muerte. Desde que te conocí, deseé que todos los amantes del mundo se convirtieran en esposos felices. Pero por todas partes ahora hay sangre y oscuridad, las calles están llenas de lobos y chacales, y pocos pueden gozar de esa felicidad. Me entristece todo este sufrimiento. No puedo permanecer imperturbable frente al dolor ajeno, como los sabios. «Respetando a sus propios mayores», decían los antiguos, «la persona de bien aprende a respetar a los mayores de otros; amando a sus hijos, aprende a amar a los hijos de los otros». El amor que tengo por ti, expandiéndose más allá, me hace querer ayudar a todas las personas del mundo, a amar a sus seres queridos, y es por eso que tengo el coraje de morir antes que tú, y a pesar tuyo. Si puedes comprender lo que digo, una vez que dejes de llorar, pensarás también en los otros y sentirás que es una alegría sacrificar nuestra felicidad por la felicidad duradera del mundo. ¡Por eso no debes estar triste!

Una noche, hace cuatro o cinco años, no sé si te acuerdas, te dije: «Prefiero que tú mueras antes que yo, y no al revés». En ese momento, al escuchar estas palabras, te enojaste. Luego, cuando te expliqué lo que había querido decir, aunque no estabas de acuerdo, no pudiste rebatirme. Lo que decía era que tú, más frágil que yo, no podrías soportar el dolor de perderme. Muriendo primero te dejaba sola con el dolor, y era por eso, porque no podía soportar eso, que prefería que murieras antes que yo, y quedarme yo con ese dolor. ¡Ay! ¡Quién hubiera dicho que finalmente moriría antes que tú!

¡No puedo de ninguna manera olvidarte! Recuerdo la casa de la calle de atrás, la entrada, el pasillo, y tras pasar las primeras habitaciones, después de doblar tres o cuatro veces, la pequeña sala, y al lado de ella nuestro refugio. Recuerdo un día a comienzos del invierno, tres o cuatro meses después de casarnos. Tras la ventana, las ramas espaciadas del ciruelo filtraban la luz de luna, proyectando unas sombras vagas. Agarrados de la mano, uno al lado del otro, nos susurrábamos cosas al oído. ¿De qué no hablábamos? ¿Qué sentimiento no expresábamos? Al pensar en esto ahora sólo quedan las lágrimas. Recuerdo también seis o siete años atrás: yo había vuelto a casa después de haber tenido que fugarme, y tú llorando me dijiste: «Si en el futuro planeas viajar lejos, tienes que avisarme. Yo estoy dispuesta a ir contigo». En ese momento te prometí que lo haría. Luego, unos días atrás, cuando volví a casa, quise aprovechar la oportunidad para hablarte de este viaje, pero cuando te tuve enfrente la lengua se me hizo un nudo. Sabiendo que además estabas embarazada, tuve aun más miedo de que el dolor fuera demasiado para ti, así que simplemente, día tras día, pedía vino y me emborrachaba. ¡Ay! El dolor que sentí no puedo describirlo con palabras.

Me hubiera gustado que estuviéramos juntos hasta el final de nuestros días. Como son las cosas hoy día en China, sin embargo, se puede morir por causa de un desastre natural, se puede morir asaltado por bandidos o a causa del desmembramiento del país, de la corrupción de los funcionarios que humillan al pueblo... En suma, en la China que nos ha tocado, es posible morir en cualquier momento y lugar. ¿Hubiera soportardo verte morir con mis ojos? ¿Lo hubieras soportado tú? ¿Y si en vez de morir hubiéramos sido obligados a vivir separados, hasta que al fin, lejos uno del otro, nuestros ojos se secaran de tanto esperar y nuestros huesos se petrificaran...? Las mitades de un espejo roto, lo sabemos, nunca vuelven a juntarse. Aun peor que la muerte hubiera sido eso. Hoy todavía estamos vivos. Son incontables las personas en el mundo que no deberían morir pero mueren; que no desearían separarse pero se separan. ¿Un amor como el nuestro podría soportar esa separación? Es eso lo que me da el coraje para morir a pesar de ti. Muero sin remordimientos, sabiendo que la culminación o el fracaso de los asuntos de la patria dependerán de otros compañeros. Nuestro hijo mayor tiene ya cinco años: en un abrir y cerrar de ojos se convertirá en un hombre; tú lo cuidarás y harás que se parezca a mí. Lo que llevas en el vientre, sospecho, debe ser una mujer. Será como tú, y eso me consuela. Si es de nuevo un varón, enséñale a hacer de los ideales del padre sus propios ideales, así cuando yo muera me perpetuaré en ellos dos. ¡Qué gran fortuna! Nuestra familia en el futuro será pobre, pero la pobreza no es una tragedia. Pasarán apaciblemente los días y listo.

No me queda más que decirte. Cuando sea ya un habitante del mundo subterráneo tal vez escucharé tu llanto a lo lejos, y mi llanto se acordará con el tuyo. Nunca creí en los fantasmas, pero hoy deseo con todas mis fuerzas que existan. Hay gente que habla incluso de la telepatía. Espero que algo así exista, y de esa forma, una vez muerto, mi espíritu permanecerá a tu lado y no te sentirás sola.

Nunca te hablaba de mis ideales, y esto fue un error, pero temía que si te hablaba te preocuparas por mí. Estaba dispuesto a sacrificar mi vida cien veces, pero no podía soportar la idea de que te angustiaras por mí. Mi amor por ti es enorme. Tuviste la suerte de ser mi esposa y yo la de ser tu esposo, pero ambos tuvimos la mala suerte de nacer en la China de hoy. Vivir nada más que para mí mismo es algo que no puedo imaginar. ¡Ay! El pañuelo es pequeño y mis sentimientos interminables: me quedan miles de cosas por decirte, pero sé qué tú podrás adivinarlas. ¡No poder verte una última vez! Quizás, si no me olvidas, apareceré de vez en cuando en tus sueños. Dolor.

Escrito por Yitong la medianoche del 24 de abril de 1911.

Las tías de la familia saben todas leer. Si hay puntos que no puedes entender, pídeles que te expliquen. Me hace feliz saber que te llegará intacto el sentido de mis palabras.

1917 Hu Shi

Hu Shi es una de las figuras más influyentes de la generación de intelectuales del llamado «movimiento de la nueva cultura». Nacido en Shanghai en 1891, estudió en Estados Unidos como beneficiario del programa de becas establecido por el gobierno norteamericano con dinero de la indemnización pagada por China tras la rebelión de los boxers. Entró en la Universidad de Cornell en 1910 para estudiar Agricultura, antes de pasar al estudio de la Filosofía y la Literatura en 1912. En 1915 pasó a la Universidad de Columbia, donde estudió Filosofía con John Dewey. Fue por esa época que Hu Shi empezó a reflexionar acerca de la necesidad de reemplazar la lengua clásica por la lengua vernácula. El texto aquí presentado, fruto de esa reflexión y de la discusión con otros estudiantes chinos con los que entró en contacto en Estados Unidos, fue publicado en enero de 1917 por la revista Nueva juventud,