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La presente obra analiza filosóficamente una de las emociones humanas más perniciosas y contingentes: la ira. Desde la Antigüedad ésta ha sido objeto de grandes debates, y Martha Nussbaum se vale de ellos para mostrar la conexión entre la ira, la venganza y la justicia. Comienza con una interpretación de La Orestíada, de Esquilo, en la que resalta no sólo el peso de la razón, sino también la transformación de los sentimientos para alcanzar la justicia. La tesis principal es que la ira envuelve siempre un deseo de venganza que hay que trascender si se busca el anhelado dictum de la diosa Dike. De ese modo, la filósofa contrapuntea varias propuestas éticas que van desde el perdón cristiano, hasta ejemplos de empatía y generosidad de figuras emblemáticas como Nelson Mandela y Mahatma Gandhi.
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Martha Nussbaum(Nueva York, 1947)
es considerada en la actualidad una de las figuras más importantes dentro de la filosofía moderna. Sus estudios comprenden desde la filosofía antigua grecorromana hasta nuevas propuestas con base en sus propios análisis de los sistemas en el mundo. Estudió lenguas clásicas y teatro en la Universidad de Nueva York; ha sido distinguida con el título honoris causa y, además, recibió el Premio Príncipe de Asturias 2012 en Ciencias Sociales. Ha publicado más de veinte libros; entre ellos destacan The Fragility of Goodness. Luck and Ethics in Greek Tragedy and Philosophy, en 1986, y The Quality of Life, en 1993 (editado junto con Amartya Sen).
La ira y el perdón
Traducción VÍCTOR ALTAMIRANO
Curso John Locke de Filosofía Universidad de Oxford, primavera de 2014
Primera edición en inglés, 2014 Primera edición en español, 2018 Primera edición electrónica, 2018
Título original: Anger and Forgiveness. Resentment, Generosity, Justice © 2016, Oxford University Press
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit
D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-5657-5 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Aceptaré la vecindad de Palas … Sobre [la ciudad] yo imploro con predicción gentil ¡que la feraz prosperidad de una vida provechosa haga brotar de la tierra la radiante claridad del sol!
ESQUILO, Euménides, vv. 916-9261
La persona de temperamento gentil no es vengativa, sino, por el contrario, empática.
ARISTÓTELES, Ética nicomáquea, 1126a, 1-3
Debemos mirar al mundo cara a cara, con calma y ojos serenos, aunque los ojos del mundo estén hoy inyectados de sangre.
MAHATMA GANDHI, 8 de agosto de 1942, mencionado en Jawaharlal Nehru,El descubrimiento de la India, cap. 1, p. 38
1 Mi traducción. Preumenōs, la palabra que traduzco como “gentil” y “temperamento gentil”, pertenece a la misma familia que el adjetivo práos y el sustantivo praótēs, los términos que utiliza Aristóteles para gentileza de temperamento en la cita que aparece a continuación y en otras partes. (Esta palabra suele traducirse como “mansedad”, pero eso sugiere una falta de afecto de contexto neutral; mientras que Aristóteles se refiere a una forma de tratar a las personas que busca propiedad para la situación y no es incompatible con un afecto fuerte).
Agradecimientos
Agradezco en primer lugar a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oxford por invitarme a impartir el curso John Locke en la primavera de 2014. También estoy muy agradecida con The Indian Express por invitarme a escribir sobre el perdón vinculado con Narendra Modi y las convicciones relacionadas con la masacre de Naroda Patiya en 2012, mismas que atrajeron mi atención hacia este tema y me llevaron a elegirlo como aquel al que dedicaría el curso John Locke, aunque mi opinión sobre el tema cambió por completo una vez que comencé a trabajar en él. Estoy agradecida con Justin Coates, Saul Levmore y Saikrishna Prakash por las conversaciones que moldearon mi pensamiento cuando comencé a trabajar en el tema; asimismo, agradezco los comentarios a los borradores de varios capítulos que hicieron Kelli Alces, Marcia Baron, Corey Brettschneider, Thom Brooks, Daniel Brudney, Emily Buss, David Charles, Justin Coates, Sarah Conly, Rachel Condry, Sarah Conly, Roger Crisp, Julian Culp, John Deigh, Rosalind Dixon, David Estlund, Jeremy Goodman, Paul Guyer, Richard Helmholz, Todd Henderson, Aziz Huq, Terence Irwin, Will Jefferson, Sharon Krause, Alison LaCroix, Charles Larmore, Brian Leiter, Katerina Linos, Alex Long, Jonathan Masur, Richard McAdams, Panos Paris, Eduardo Penalver, Ariel Porat, Eric Posner, Sara Protasi, Richard Sorabji, Nick Stephanopoulos, David Strauss, Kevin Tobia, Jeremy Waldron, Gabrielle Watson, Laura Weinrib y David Weisbach. Me siento particularmente agradecida con Saul Levmore por varias rondas de comentarios pacientes y reveladores. Tres talleres de trabajos en elaboración en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago y varios seminarios en la Universidad Brown fueron una forma maravillosa de obtener comentarios que resultaron esenciales para los borradores. Estoy agradecida con Albie Sachs por las discusiones reveladoras que sostuvimos en torno a Sudáfrica. Debo mi agradecimiento también a Emily Dupree, Netanel Lipshitz y Dasha Polzik por su invaluable trabajo como asistentes de investigación. También quisiera agradecer a Emily Dupree y a Nethanel Lipshitz por su ayuda en la elaboración del índice analítico.
Me parece adecuado dedicar este libro a la memoria de mi maestro y amigo Bernard Williams, cuyo ejemplo de una vida que transcurre con osadía e integridad filosóficas me importa más de lo que puedo decir. Quizá no resulte sorprendente, dada la naturaleza de las relaciones entre maestros y estudiantes, que haya pasado buena parte de mi carrera reciente rebelándome contra muchas de las ideas que Williams expresó en sus obras tardías. Es para mí algo sorprendente que, en este libro, me sienta atraída de modo inexorable, por decirlo de algún modo, hacia la misma dirección de Williams, con lo que recupero un cierto sentido de camaradería que tuve hace mucho tiempo, aunque estoy segura de que Williams encontraría muchas razones para estar en desacuerdo. Es una tragedia que no pueda expresarle hoy estos descubrimientos.
A la memoria de Bernard Williams (1929-2003)
Las Furias se transforman en Euménides
Hacia el final de La Orestíada, Esquilo presenta dos transformaciones que ocurren en el mundo arcaico de los personajes, transformaciones cuyo carácter reconocería el público ateniense del siglo V como algo fundamental para la estructura de su mundo. Una de ellas es famosa, la otra suele pasarse por alto. En la que goza de fama, Atenea introduce instituciones legales que remplazan el ciclo de venganza sangrienta que en apariencia carecía de final, y termina así con él. Al instaurar un tribunal con procedimientos cimentados en la argumentación razonada y sopesamiento de evidencias, un juez independiente y externo, y un jurado elegido del cuerpo de ciudadanos atenienses, Atenea anuncia que la culpa de sangre se resolverá ahora por medio de la ley; ya no serán las Furias —esas antiguas diosas de la venganza— quienes lo hagan. No obstante, y esto forma parte integral de la famosa transformación de la comunidad ateniense que ella lleva a cabo, no se despacha simplemente a las Furias; por el contrario, Atenea las convence de unirse a la ciudad, otorgándoles un lugar de honor debajo de la tierra, en reconocimiento de la importancia que tienen para esas mismas instituciones legales y para la salud futura de la ciudad.
En su interpretación típica, este gesto suele entenderse como un reconocimiento de que el sistema legal debe incorporar las oscuras pasiones vengativas y honrarlas. Por consiguiente, el gran helenista Hugh Lloyd-Jones concluye: “Lejos de desear la abolición de las prerrogativas de las Erinias, Atenea está deseosa de conservarlas”.1Lo anterior sugiere que las pasiones retributivas se conservan sin alteración, tan sólo se construye una nueva casa a su derredor; aceptan las restricciones de la ley, pero conservan su naturaleza inalterada, oscura y vengativa.
Sin embargo, esa exégesis ignora la segunda transformación, una transformación en la naturaleza y el comportamiento de las Furias mismas. Al inicio del tercer drama de la trilogía, las Furias son repugnantes y horrorosas. Tras otearlas por un segundo, la sacerdotisa de Apolo corre con tanta premura que, ya que se trata de una anciana, se tropieza y “corre” en cuatro patas.2 No son mujeres, son Gorgonas, exclama. Ni siquiera Gorgonas, pues no tienen alas.3 Son negras, desagradables; sus ojos escurren un líquido espantoso y roncan un estruendo aterrador. Su vestimenta es completamente inadecuada para reuniones civilizadas.4 Al poco tiempo, Apolo las retrata como si vomitaran coágulos de sangre que ingirieron de su presa.5 Sólo existen, según dice, para el mal.6 Pertenecen a una dictadura bárbara en la que es costumbre matar de modo arbitrario a las personas, mutilarlas y torturarlas.7
Cuando despiertan, las Furias no desmienten estas descripciones sombrías. Cuando las llama el fantasma de Clitemnestra, no hablan, simplemente gimen y se quejan: el texto utiliza mygmós y ōgmós, ruidos característicos de los perros. Sus únicas palabras al despertar son “¡Cógele! ¡Cógele! ¡Cógele!” (labé, labé, etc.), lo más cercano al grito de caza de un perro que permite el género. Clitemnestra dice: “En sueños persiguen a la fiera y ladran como un perro que nunca abandona la solicitud de su trabajo”.8 Si bien más tarde se otorga un discurso articulado a las Furias, como exige el género, nunca debemos olvidar esta descripción inicial.
Esquilo describe aquí la ira* desenfrenada.9 Es obsesiva, destructora, sólo existe para infligir dolor y desgracia. Su fervor por la sangre la vuelve subhumana, canina. Los griegos estaban lo suficientemente alejados de las razas elegantes y domesticadas de perros y lo suficientemente cerca de escenas crudas de asesinatos caninos como para asociar a los perros, de modo consistente, con una indiferencia abominable por el dolor de la víctima. Incluso la idea de vomitar la sangre de las víctimas es una descripción muy literal del comportamiento canino.10 El olor del aliento de las Furias es el mismo de la sangre a medio digerir, el mismo olor al que uno daría la espalda asqueado después de ser testigo del comportamiento canino desenfrenado.11 La idea de Apolo es que esta estirpe rabiosa pertenece a otro lugar, a alguna sociedad que no intente moderar la crueldad ni limitar la imposición arbitraria de tortura: definitivamente no a una sociedad que se considera civilizada.
Inalteradas, las Furias no podrían ser parte esencial de un sistema legal que funcione en una sociedad comprometida con el Estado de derecho.12 No es posible encerrar a perros salvajes en una jaula y obtener justicia. Sin embargo, las Furias no hacen la transición a la democracia sin cambios. Mantienen su personalidad canina hasta un momento muy avanzado en el drama y amenazan con vomitar su veneno,13 marchitan la tierra y producen infertilidad.14 Sin embargo, Atenea —quien ya había establecido sus instituciones legales sin ellas— las persuade después de cambiar con el fin de unirse a su empresa.15“Apacigua la amarga cólera de esa negra ola iracunda”, les dice.16 Claro que esto exige una transformación muy profunda, ciertamente un cambio virtual de identidad, ya que están muy atadas a la fuerza obsesiva de la ira. Les ofrece incentivos para unirse a la ciudad: un lugar de honor debajo de la tierra, la reverencia de los ciudadanos. No obstante, la condición para estos honores es que dejen de concentrarse en la retribución y adopten una nueva gama de sentimientos. Particularmente deben adoptar sentimientos benévolos hacia toda la ciudad y abstenerse de sembrar cizaña en ella, en especial la guerra civil, y lo mismo la muerte prematura o cualquier pasión iracunda intoxicante.17 De hecho se les pide que lancen sus bendiciones sobre la tierra.18 La idea es que si hacen el bien, tienen y expresan sentimientos bondadosos, entonces recibirán un buen trato y serán honradas. Quizá lo que resulta más transformador de esto es que deben oír la voz de la persuasión.19 Todo lo anterior, huelga decirlo, no es sólo una contención externa: se trata de una reorientación interior profunda, que llega a las raíces mismas de su personalidad.
Aceptan su oferta y se expresan “con temperamento gentil” (preumenōs).20 Prohíben la muerte prematura.21 Cada uno, según declaran, debe dar amor (chármata) a cada uno, con una “actitud de amor común” (koinophileí dianoíai).22 Una vez más, estos sentimientos son absolutamente ajenos a su antigua identidad canina. No resulta sorprendente que parezcan experimentar transformaciones físicas relacionadas. En apariencia asumen una postura erguida para la procesión que concluye el drama y reciben ropajes carmesí de un grupo de escoltas femeninas;23 los ropajes carmesí que los extranjeros residentes visten en el festival citadino de las Panateneas. Se han convertido en mujeres, ya no son bestias, y son “extranjeros residentes” en la ciudad. Su nombre mismo cambia: ahora se les conoce como las Benévolas (Euménides), no las Furias.24
La segunda transformación es tan importante como la primera y sin duda resulta crucial para su éxito. Esquilo sugiere que la justicia política no sólo enjaula la ira, sino que la transforma de manera fundamental, de algo que apenas es humano, obsesivo, sanguinario, a algo humano, que entiende razones, calmado, deliberado y medido. Además, la justicia no se enfoca en un pasado que no puede alterarse nunca, sino en la creación de bienestar y prosperidad en el futuro. El sentido de responsabilidad que habita en las instituciones justas no es, de hecho, en lo más mínimo un sentimiento de retribución; se trata de un juicio mesurado en defensa de la vida actual y futura. Aún son necesarias las Furias, porque se trata de un mundo imperfecto y siempre habrá crímenes con los cuales tratar; pero éstas no son deseables ni necesarias en su forma original. De hecho, no son lo que solían ser: se han convertido en instrumentos de la justicia y el bienestar. La ciudad se libera del azote de la ira vengativa que produce conflictos civiles y muertes prematuras. En lugar de la ira, la ciudad obtiene justicia política.
Aún hay lugar para el temor, pues los criminales en potencia y quienes fomentan los conflictos civiles están avisados de que los malos actos no se dejarán sin castigo. Por consiguiente, Atenea aún describe los rostros de las Euménides como horripilantes.25 Sin embargo, la responsabilidad legal no es el caos; de hecho, al tener una dirección precisa, al ser mesurada y proporcional, es lo opuesto al caos. Además, la responsabilidad por los actos pasados se enfoca en el futuro: en la disuasión más que en la venganza.
Esquilo no es un teórico filosófico del castigo y deja muchas preguntas para su exploración futura. Por ejemplo, ¿existe algún tipo de retribucionismo que pueda cumplir con sus restricciones? El castigo debe renunciar a la lex talionis, pero ¿existe algún tipo de retribucionismo que sea compatible con el rechazo de esa idea? ¿O acaso la sociedad debe, como creían Sócrates y Platón —y con ellos una buena parte del pensamiento popular griego—, acoger una teoría completamente distinta del castigo, que se base en la disuasión y la utilidad general?26 Existen indicios del segundo enfoque, pero no una clara afirmación.
Otra liberación se deja sin explorar, aunque despierta nuestra imaginación: se trata de la liberación de la esfera privada. En el mundo antiguo de las Furias, una necesidad continua de vengar a alguien por algo aquejaba a la familia y al amor, familiar o amistoso. La necesidad de represalias carecía de final y nublaba todas las relaciones, incluidas aquellas que son fundamentalmente benignas, como la de Orestes con Elektra. La venganza hacía imposible amar a alguien. (El espantoso mundo musical de la ópera Elektra de Richard Strauss quizá sea la materialización más indeleble de este entendimiento presente en Esquilo y Sófocles. No existe una sola nota, una frase, que el peso de la venganza no tuerza y distorsione).27 Sin embargo, ahora que la ley asume la tarea de lidiar con el crimen, libera a la familia para que sea un espacio de philia, de buena voluntad recíproca. No es que haya dejado de haber ocasiones en que las personas puedan sentir ira, pero si éstas son serias, se entregan a la ley, y si no lo son, ¿por qué deberían ameritar una preocupación recíproca? (Como veremos, esta dicotomía es demasiado simple, pues el intenso amor y la confianza de las relaciones íntimas bien pueden proporcionar ocasiones legítimas para emociones dolorosas, como la pena y el miedo, sin importar lo que diga la ley). Como diría Aristóteles más tarde, la persona con temperamento gentil (el nombre que da a la virtud en el área de la ira) no es vengativa, sino que, por el contrario, tiene una inclinación a la comprensión compasiva.28 La ley proporciona un doble beneficio: nos mantiene seguros afuera y nos permite cuidarnos unos a otros, sin el peso de la ira retributiva, dentro.
Obsérvese en particular que la ley nos permite preocuparnos por las injusticias cometidas contra amigos y familiares sin que una emoción iracunda y los proyectos de retribución consuman nuestras vidas. La mayor parte de la ira en el mundo previo a la ley que Esquilo retrata tenía poca relación con personas vivas: rastreaba injusticias pasadas cometidas contra ancestros que habían muerto hacía mucho tiempo y, ocasionalmente, contra nuestros padres o familiares. Por lo tanto, Agamenón comienza con el pasado en la forma del retrato angustiado que lleva a cabo el coro de la masacre de Ifigenia, que ocurrió mucho tiempo antes y que Clitemnestra vengará en poco tiempo. Asimismo, en cuanto Egisto entra, ya avanzada la obra, antes que hablar sobre sí mismo o sobre lo que le importa, se lanza en una horrorosa saga de su padre Tiestes, a quien el padre de Agamenón, Atreo, engañó para que comiera la carne de sus hijos. Las personas no pueden ser ellas mismas: son esclavas de un pasado que las atormenta. La ley también transforma la ira ocasionada por las injusticias cometidas contra uno mismo, como veremos, pero quizá el cambio más grande sea dar a las personas una manera de preocuparse por los otros que no implique agotadores proyectos de retribución indirecta.29
El presente libro no trata sobre ética griega antigua, pero toma inspiración de la imagen que plasma Esquilo y que acabo de esbozar: la idea de que la justicia política ofrece una transformación completa de los sentimientos morales tanto en la esfera personal como en la pública. No obstante, planea llegar más allá de Esquilo al argumentar que la ira siempre resulta problemática en un sentido normativo, ya sea en la esfera personal o en la pública.30 En el centro de mi argumento se encuentra un análisis de la ira, que presento en el capítulo II. En consonancia con una larga tradición filosófica que incluye a Aristóteles, a los estoicos griegos y romanos y a Joseph Butler, argumento que la ira no sólo incluye, conceptualmente, la idea de un perjuicio serio cometido contra alguien o algo de importancia, sino también la idea de que sería bueno que el perpetrador sufriera, de alguna manera, consecuencias negativas. Los matices de cada uno de estos pensamientos son complejos, pero ésa es la esencia de este análisis. Después argumento que la ira, entendida de este modo, siempre resulta normativamente problemática en alguna de las dos formas posibles.
Una de ellas, que llamo el camino de la venganza, comete el error de pensar que el sufrimiento del perpetrador restituye de alguna manera, o contribuye a restituir, aquella cosa importante que se dañó. Ese camino resulta problemático en un sentido normativo porque las creencias en las que se sustenta son falsas e incoherentes, sin importar que sean ubicuas. Provienen de ideas profundamente arraigadas —aunque engañosas— en torno al equilibrio cósmico y del intento de recuperar el control en situaciones de impotencia. Sin embargo, el sufrimiento del perpetrador no restituye a la persona ni el objeto valioso que se ha dañado. En el mejor de los casos puede impedir las ofensas futuras e incapacitar al infractor: pero eso no es todo lo que cree o busca la persona que toma el camino de la venganza.
Sin embargo, existe un caso en que las creencias relacionadas con la ira tienen mucho sentido, de hecho demasiado. Se trata del caso que llamaré el camino del estatus. Si la víctima considera que el daño se relaciona con el estatus y sólo con eso —lo considera un “ultraje” del yo de la víctima, como lo plantea Aristóteles—, entonces resulta cierto que algún tipo de venganza puede ser verdaderamente eficaz. Disminuir el estatus del perpetrador haciendo uso del dolor o la humillación sin duda me eleva de modo relativo. No obstante, se presenta entonces un problema distinto: resulta problemático, en un sentido normativo, enfocarse exclusivamente en el estatus relativo, y ese tipo de estrechez obsesiva, si bien es bastante común, también es algo que debemos desalentar tanto en nosotros como en los demás.
En pocas palabras, ése es el núcleo de mi argumento principal, pero es necesario, por supuesto, desarrollar y defender todas estas ideas. La ira aún puede tener cierta utilidad limitada como un indicador, para nosotros y para los demás, de que se ha cometido una falta, como una fuente de motivaciones para abordarla y como disuasión para los otros, pues desalienta su agresión. Sin embargo, sus ideas centrales tienen fallos profundos: ya sea que son incoherentes en el primer caso o que son normativamente desagradables en el segundo.
Después se aborda un concepto crucial que llamo transición. La mayoría de las personas sienten ira; sin embargo, continuamente, cuando percibe la irracionalidad normativa de la ira, en particular en su modo vengativo, una persona racional abandona este terreno en favor de pensamientos productivos con miras al futuro, se pregunta qué se puede hacer verdaderamente para incrementar el bienestar personal o social. Exploraré el camino que prefiero, el reflexivo, que conduce a este pensamiento con miras al futuro. (Según mi interpretación, el tipo de transición que experimentaron las Furias es este tipo de transición, pero eso no resulta esencial para mi argumento). La transición es un camino que puede seguir un individuo, pero también puede ser, como en el caso de Esquilo, un camino evolutivo para una sociedad.
También reconozco un caso límite de ira genuinamente racional y normativamente apropiada, que llamo ira de transición, cuyo contenido en su totalidad es: “Qué indignante. Es necesario hacer algo”. Sin embargo, esta emoción con miras al futuro es menos común, en su forma pura, de lo que uno supondría: en la vida, la mayoría de los casos de ira de transición están infectos de un deseo de venganza.
En el capítulo central y en los capítulos siguientes, auxiliada por las armas que me proporciona este análisis, abordo tres lugares comunes en torno a la ira que ocupan un espacio importante en textos filosóficos y en la vida cotidiana:
1. La ira es necesaria (cuando se recibe un daño) para proteger la dignidad y el respeto por uno mismo.
2. La ira frente a las faltas es esencial para tomar al malhechor seriamente (en vez de tratarlo como un niño o como una persona con una responsabilidad disminuida).
3. La ira es una parte esencial del combate contra la injusticia.
Concedo que en ocasiones la ira tiene una utilidad instrumental en las tres formas que he mencionado. Sin embargo, esta utilidad limitada no elimina su impropiedad normativa. Además tampoco resulta tan útil, incluso en estos papeles, como en ocasiones se asume.
Los cuatro capítulos posteriores (IV, V, VI y VII) desarrollan este argumento central en cuatro dominios diferentes de la vida. Una buena investigación de estos asuntos debería distinguir entre varias esferas de interacción humana, preguntándose cuidadosamente qué relaciones humanas se corresponden con cada una y qué virtudes son adecuadas para cada una de estas relaciones. La esfera del afecto personal profundo (ya sea familiar o amistoso) es diferente de la política: tiene virtudes y normas particulares en las que se relacionan la ira y el juicio. Mi argumento se estructurará en torno a esta división de esferas.
Primero, en el capítulo IV, se investiga el papel de la ira en las relaciones personales íntimas, en las que suele pensarse que la ira, si bien en ocasiones puede ser excesiva o errónea, es una aserción valiosa del amor propio y debe cultivarse —en particular aquellas personas (y las mujeres son un ejemplo continuo) que tienen una inclinación a percibir de modo deficiente su propio valor—. Se argumentará en contra de esta línea de pensamiento al sugerir que los valores distintivos de la intimidad personal no sólo no requieren la ira, sino que se ven profundamente amenazados por ella. Por supuesto que, efectivamente, ocurren daños serios y violaciones de confianza, y suelen ser momentos de ira a corto plazo y aflicción a largo plazo. Sin embargo, según se argumentará, la aflicción que ocasiona una pérdida es preferible a la determinación continua de culpar a alguien más de ésta —tanto de modo instrumental, al ser mejor para uno mismo, como intrínsecamente, al ser más apropiada para la naturaleza de las relaciones humanas amorosas—. Si bien la ira a corto plazo puede comprenderse y resulta humana, rara vez es útil, y sin duda no debería dictar el curso del futuro.
A continuación se investiga (en el capítulo V) algo que llamaré esfera media, aquella de la multitud de transacciones cotidianas que tenemos con personas y grupos sociales que no son nuestros amigos cercanos y tampoco son nuestras instituciones políticas ni sus agentes oficiales. En la esfera media se genera mucho resentimiento, desde los desaires a la reputación hasta ese pecado imperdonable —que ya menciona Aristóteles— en el que alguien olvida tu nombre. En esta esfera planteo un argumento diferente de aquel que presenté en torno a la esfera íntima, en que recomiendo una fuerte molestia emocional, si bien aflicción y no ira. Aquí se argumenta que los estoicos romanos, cuya cultura se vio inusualmente desfigurada por los resentimientos de la esfera media, tienen la razón absoluta: la actitud correcta es llegar a un punto en que se entienda cuán insignificantes son todos estos desaires, y no sólo no se experimente ira, sino tampoco aflicción. El daño simplemente no es lo suficientemente serio. Séneca nunca llegó del todo a este punto, pero registra esta lucha personal de una manera tal que ofrece una buena guía (por lo tanto, concuerdo con Adam Smith al afirmar que los estoicos dan consejos sólidos excepto cuando nos dicen que nuestros seres amados, nuestra familia y nuestros amigos no deben importarnos profundamente).
No obstante, ésa no puede ser la totalidad de la historia pues, por supuesto, si bien una buena parte de la ira cotidiana se relaciona con banalidades como los insultos y la incompetencia, en ocasiones los daños ocasionados en la esfera media pueden ser extremadamente serios: la violación y el asesinato a manos de extraños, etc. Estos casos no son como los enfados insignificantes y los insultos que llenan los textos de los estoicos y la vida cotidiana. Es aquí donde la perspicacia de Esquilo adquiere mayor importancia. En un caso de este tipo, lo que se debe hacer es entregar el asunto a la ley, misma que debe tratarlo sin ira y con un espíritu con miras al futuro. Si bien los asuntos serios en la esfera personal también deben entregarse a la ley, dejan tras de sí, de modo apropiado, un residuo de emoción profunda (aflicción, miedo, compasión) que resulta integral en una relación de amor y confianza. Por el contrario, en la esfera media no tiene sentido continuar relación alguna con el malhechor, y la ley puede asumir todo el peso de tratar con la injusticia.
A continuación nos volvemos hacia la esfera política. En esta esfera la principal virtud es la justicia imparcial, una virtud benévola que mira hacia el bien común. Ante todo se trata de una virtud de las instituciones, pero también es —y esto resulta importante, si bien de modo derivado— una virtud de las personas que habitan y respaldan estas instituciones. No obstante, ¿qué sentimientos animan y apoyan la justicia? Aquí, nuevamente, se suele decir que la ira es importante, pues es un sentimiento de reivindicación de la dignidad igualitaria de los oprimidos y una expresión del respeto por los seres humanos como finalidad. El tratamiento de la esfera política se divide en dos partes: justicia cotidiana (capítulo VI) y justicia revolucionaria (capítulo VII).
En el caso de la justicia cotidiana se argumentará que un enfoque estrecho en el castigo, sea cual fuere el tipo, no ayuda a la búsqueda de justicia, en particular el retribucionismo del derecho penal, incluso el de tipo elaborado. Ante todo, la sociedad debe tomar una perspectiva ex ante, analizando el problema del crimen en su totalidad y buscando las mejores estrategias para abordarlo conforme se avanza. Dichas estrategias sin duda pueden incluir el castigo de los delincuentes, pero sólo como parte de un proyecto mucho más grande que también debe incluir nutrición, educación, asistencia médica, vivienda, empleo y muchos otros elementos. Si bien no podré emprender aquí la investigación amplia del bienestar social que esto en verdad exige, al menos presentaré una idea de la forma en que éste se vería y luego consideraré de manera más detenida el castigo criminal como un aspecto minúsculo de esta empresa.
Sin embargo, ¿qué ocurre con la justicia revolucionaria? En esta área suele creerse que la ira puede ser a la vez noble y esencial, pues ayuda a los oprimidos a reafirmarse y a buscar justicia; no obstante, argumentaré, siguiendo los escritos teóricos de Mahatma Gandhi y Martin Luther King, que la ira no sólo no es necesaria para la búsqueda de justicia sino que puede ser un gran impedimento para la generosidad y la empatía que ayudan a la construcción de un futuro justo. La ira aun puede tener una utilidad limitada de las tres formas instrumentales que ya identifiqué (como indicador, como motivación, como disuasión), pero es crucial que el líder de un movimiento revolucionario, y muchos de sus seguidores, pertenezcan a un tipo extraño de personas, en parte estoicos en parte criaturas de amor. No obstante, sí han existido estos líderes y sus seguidores, algo que atestiguan el pensamiento y la vida de Nelson Mandela. Además, quizá después de todo no sean tan extraños, pues la vida humana ciertamente incluye momentos sorprendentes de júbilo y generosidad, cualidades que compaginan bien con el proyecto de construcción de algo mejor que lo que ya existe.
Esta división tajante de las esferas es demasiado simple, por supuesto, porque las esferas se intersectan e influyen de muchas maneras entre sí. La familia es una esfera de amor, pero también es una institución política regida por la ley y contiene muchas injusticias (como violaciones, agresiones y abuso infantil) que la ley debe tomar con extrema seriedad. Las ofensas en el trabajo (por ejemplo) son injusticias de la esfera media, pero también pueden ser ejemplos de discriminación racial y de género, de acoso o de negligencia gravosa, lo que las inserta en el ámbito de la ley y del tipo de ira de transición cuidadosamente limitada (las Euménides en su nueva residencia subterránea) que es propia de las faltas políticas. Asimismo, la relación con nuestros colegas, a diferencia de las relaciones con extraños en aeropuertos y en la carretera, son relaciones continuas que, por lo menos, tienen algo de peso e importancia: por lo que se ubican entre la completa intimidad del amor y la amistad, y el encuentro olvidable con un compañero de asiento grosero. Además, algo en lo que ya puse énfasis, los crímenes serios contra la persona, como las agresiones, las violaciones y el homicidio por parte de personas no íntimas, son faltas serias así como delitos legales en la esfera media. Tomaría mucho tiempo entender las actitudes adecuadas hacia estas faltas en sus diversos aspectos.
De igual importancia, la esfera política no es simplemente una esfera de justicia imparcial. Si una nación ha de sobrevivir y motivar a las personas para buscar el bien común, la esfera pública necesitará cierta generosidad y un espíritu no inquisitivo que me parece adecuado en la esfera personal, en la que llevar el registro de todas nuestras faltas puede ir demasiado lejos y envenenar la empresa común. Éste, ciertamente, es el núcleo de lo que Esquilo percibe: en vez de exportar a la ciudad el deseo de venganza y la sed de sangre de la familia en el peor sentido, la ciudad debe recurrir a los vínculos de confianza y las emociones de generosidad amorosa que caracterizan a la familia en sus mejores momentos.
Si bien mi tema central es la ira y su manejo adecuado en las tres esferas, mi proyecto también cuenta con un subtema, que consiste en un examen crítico de un candidato destacado para remplazar la ira como la actitud central en el área del delito. La actitud sustituta es el perdón, y su candidatura se defiende con vigor en las discusiones modernas. La ausencia del concepto de perdón es sorprendente en las Euménides, como lo es, de hecho (según argumentaré), su omisión en toda la ética griega antigua,31 pero ocupa un carácter tan central en las discusiones modernas en torno a la ira, que es imposible abordar el tema sin confrontarlo extensamente. Por consiguiente, me propongo hacerlo aquí, al abordar la opinión conocida de que el perdón es una virtud política y personal que tiene un carácter central. A final de cuentas estaremos cerca, al menos en algunos aspectos cruciales, de donde nos dejó Esquilo, aunque después de haber despejado una buena parte de lo que nos legaron los siglos intermedios. Así podremos ver con mayor claridad lo que pueden ofrecer al mundo moderno las ideas contenidas en las Euménides. Permítaseme ahora presentar el tema complementario.
Vivimos en lo que suele describirse como una “cultura de la disculpa y el perdón”.32 Una búsqueda rápida de libros en Amazon da por resultado veintenas de éstos. La mayoría son obras de psicología popular y autoayuda. Con frecuencia unen la idea del perdón con la de un “viaje” o un “camino”. Al emprender este viaje, que suele guiar un terapeuta, la persona perjudicada deja un lugar terrible de dolor hacia un lugar agradable de felicidad que se transfigura. Mi favorito entre estos títulos es Breaking Night. A Memoir of Forgiveness, Survival, and my Journey from Homeless to Harvard.33 Imaginen eso. De los horrores de la falta de hogar y de la ira que, se puede imaginar, evoca esa vida en una persona joven, tras embarcarse en un viaje de perdón, llega, finalmente, al más codiciado de los destinos terrenos.
El perdón es un “tema muy ‘de moda’”,34 con muchos defensores tanto en la política como en la filosofía. Personajes políticos destacados exaltan sus beneficios, e incluso líderes que nunca han hablado sobre el perdón son alabados por enfocarse supuestamente en él, un aspecto poco sorprendente pero desafortunado de muchos homenajes a Nelson Mandela, quien, como se verá, no usó este concepto y enmarcó sus esfuerzos en términos diferentes.35 Mientras tanto, una creciente bibliografía filosófica aborda el lugar del perdón entre las virtudes y sus beneficios potenciales en las relaciones tanto personales como políticas.36 Es posible encontrar disidentes, pero por lo general están a favor de una mayor severidad interpersonal, pues los filósofos disidentes reafirman los beneficios del castigo y de “ajustar cuentas”.37 El buen estudio disidente de Jeffrie Murphy, por ejemplo, afirma en repetidas ocasiones la frase de S. J. Perelman: “Errar es humano, perdonar supino”.38 Nadie pareciera estar interesado en criticar el perdón desde el otro lado, por decirlo de algún modo, al argumentar, como haré aquí, que en todo caso, en su forma transaccional clásica, el perdón exhibe una mentalidad que es demasiado inquisitiva y disciplinaria. Sin embargo, lo anterior nos lleva a adelantarnos: primero debemos entender el “viaje” al que nos invita el perdón.
El “camino” del perdón comienza, por lo regular, con una ira terrible en torno a una falta que se ha sufrido a manos de otro. Mediante un proceso típicamente diádico que exige la confrontación, la confesión, la disculpa y la “resolución”, la persona perjudicada emerge triunfal, libre de ira, sus exigencias se han reconocido por completo y está lista para conceder la gracia de su no ira. Esto es lo que llamaré perdón transaccional, y goza tanto de una enorme influencia histórica como de una presencia común en la actualidad. Resulta posible pensarlo como una forma canónica de perdón en el mundo actual.39
Como se demostrará en el capítulo III, estos aspectos procedimentales del perdón tienen su origen en una visión judeocristiana del mundo —y están organizados por ella—, en especial en la manera en que los estructura la religión organizada, en la que la principal relación moral es entre un Dios omnisciente que lleva la cuenta y los mortales que se equivocan. Dios guarda el registro de todos nuestros errores, una especie de lista eterna, el liber scriptus que recibe a los muertos en el juicio final.40 Luego, si se llora, se implora y se pide perdón lo suficiente —algo que típicamente incluye una considerable humillación personal—, Dios puede decidir condonar las penalidades de algunas o de todas las transgresiones y restaurar al penitente a las bendiciones celestiales. Humillarse es una precondición para ser elevado.41 Por lo tanto, la relación entre un humano y otro se modela, en una segunda etapa, a partir de esta relación primaria, de tal modo que incorpora los motivos de llevar registro, la confesión, la humillación y la memoria indeleble.
Esta constelación de sentimientos y acciones está, en cuanto tal, ausente en la ética grecorromana, aunque esa tradición efectivamente contiene algunas actitudes valiosas en la vecindad del perdón —gentileza de temperamento, generosidad, entendimiento compasivo,42perdón y, de modo importante, misericordia al castigar— a las que a veces los traductores y comentaristas inyectan el viaje del perdón. No obstante, todas estas nociones, según argumentaré, son diferentes, en modos cruciales, de la noción moderna de perdón y están disponibles a quien rechaza su guía.43
Hay algo notablemente desagradable en la idea confesional de denigrarse y humillarse; incluso, diría yo, cuando se imagina a cualquier Dios que se pueda adorar, pero indudablemente cuando se piensa en amigos, familia y conciudadanos. Sin duda es muy difícil (como mostraré en el capítulo III) reconciliar el énfasis que se pone en estas actitudes con la idea de amor incondicional que habita en la misma tradición. Asimismo hay algo notablemente narcisista en la idea de un drama que gira en torno a nosotros, la falta que uno debe sufrir y el regalo de expiación que se nos ofrece. (El sorprendente narcisismo del liber scriptus, en que el registro de todo el universo contiene de modo destacado nuestro nombre, se replica en la esfera interpersonal). En pocas palabras, el perdón de tipo transaccional, lejos de ser un antídoto contra la ira, parece una continuación del deseo de venganza de la ira, sólo que con otro nombre.
Algunos pensadores en una tradición vagamente judeocristiana mejoran las ideas centrales del perdón transaccional al separarse significativamente de ellas, por lo que considero fuentes valiosas a Joseph Butler y Adam Smith. (Aun cuando Butler utiliza el término perdón, lo que dice se relaciona menos con la mentalidad de llevar registro, la cual yo repudio, que con una generosidad y una humanidad auténticas. Asimismo y de modo interesante, Smith evita el término perdón por completo y lo sustituye por el útil término ciceroniano humanidad). En el capítulo III argumentaré que tanto los textos como las tradiciones del judaísmo y el cristianismo incluyen opciones al perdón transaccional en que la generosidad, el amor e incluso el humor remplazan el drama sombrío de la penitencia y la contrición exigidas. Destacan dos opciones. La primera es el perdón incondicional, la condonación de sentimientos iracundos a partir de una elección libre por parte la persona perjudicada sin exigir una penitencia previa. La segunda, que prefiero aun más, es el amor y la generosidad incondicionales. Se examinarán las credenciales bíblicas de cada una y se considerarán como opciones morales.
Tomando todo en cuenta, argumentaré que los instintos de Nietzsche son sólidos cuando observa en aspectos destacados de la moralidad judeocristiana, incluida su idea del perdón transaccional, un deseo de venganza desplazado y un resentimiento oculto que no son nada generosos y que, de hecho, no ayudan en las relaciones humanas. Sin embargo, se equivoca al no ver la multiplicidad y complejidad de estas tradiciones. Tanto el judaísmo como el cristianismo contienen las tres actitudes que considero.
Debemos permanecer alerta, por lo tanto, al hecho de que no todo lo que recibe el nombre perdón tiene las características de su versión transaccional. Una vez que el término entra al uso general como una virtud, los escritores impregnados de la tradición judeocristiana encuentran el modo de sujetarlo a lo que sea que favorezcan en esa área general de la vida.44 En ocasiones ni siquiera sería correcto identificar un perdón incondicional ahí: lo que se llama perdón se entiende mejor como un tipo de generosidad incondicional. Así, no todos los que elogiaron a Nelson Mandela por su “perdón” buscaron asociarlo verdaderamente con el perdón transaccional, y quizá ni siquiera con el perdón incondicional (que presupone que se renuncia a sentimientos iracundos). Pueden haber utilizado el término para describir un tipo de generosidad que, como argumentaré, en verdad ejemplificó. Sin embargo, resulta claro que, ciertamente, muchos respaldan actitudes de perdón transaccional, pues las consideran las apropiadas para el proceso de reconciliación sudafricano, como hizo Desmond Tutu en el último capítulo de su libro No Future without Forgiveness, que tiene una discusión detallada de la contrición, la disculpa, la humildad y la absolución, si bien Tutu evita de modo cuidadoso y preciso imputar estas nociones a Mandela o, de hecho, a los procedimientos de la Comisión de Verdad y Reconciliación.45
Por lo tanto, conforme avanzo por el camino de mi argumentación investigo primero las aserciones de ira en cada esfera y luego pregunto si el perdón transaccional, en su definición clásica, es el remplazo necesario. Argumento que la “virtud” judeocristiana del perdón transaccional no es una virtud en ninguna de estas esferas. En la esfera personal, la maquinaria de la confesión, la disculpa y el perdón resulta retentiva, fría y, con demasiada frecuencia, vengativa en su propia forma. La oferta de perdón, si bien en apariencia resulta muy atractiva y gentil, con demasiada frecuencia muestra lo que Bernard Williams, en un contexto diferente, llamó “un pensamiento de más”, esto es, una mentalidad inquisitiva que lleva registro, mentalidad que una persona generosa y amorosa debe evitar. Joseph Butler nos advirtió sobre el narcisismo del resentimiento, y, según argumentaré, el “viaje” del perdón con demasiada frecuencia ayuda y da solaz al narcisismo. La esfera personal se caracteriza mejor por una generosidad que se adelanta al perdón y evita que se formen pensamientos procedimentales. En un sentido muy real, el amor ciertamente supone nunca pedir perdón. El hecho de que esto se haya dicho en una novela ligera (si bien escrita por un buen académico clásico) no lo vuelve falso.46 En ocasiones las disculpas pueden ser útiles, pero como evidencia de lo que puede incluir una relación futura.
De modo similar, la esfera media incluye un papel importante para la disculpa como evidencia de que, en el futuro, se puede confiar en el trabajador o jefe que ha cometido la falta; es un dispositivo útil que suaviza el camino para las interacciones respetuosas después de un quiebre. Sin embargo, el deseo de obtener disculpas de otros como una forma de venganza o “ultraje” también acecha en esta esfera y debemos cuidarnos de él.
Si bien en ocasiones las disculpas pueden desempeñar un papel valioso en la reconciliación política, las disculpas políticas se distinguen del perdón transaccional en modos importantes.47 Con frecuencia señalan un avance en la confiabilidad y son expresiones de un conjunto de valores compartidos en los que se puede basar la confianza. Además, ya que la humillación siempre amenaza con socavar la reconciliación, a veces es importante evitar por completo las disculpas, como hizo sabiamente la Comisión de Verdad y Reconciliación. El enfoque debe estar en el establecimiento de responsabilidad por la falta cometida como un ingrediente crucial de la construcción de la confianza pública, en expresar valores compartidos y luego dejar atrás todo el drama de la ira y el perdón para forjar actitudes que en verdad sustenten la confianza y la reconciliación.
¿Qué valores prometen dicho sustento? La generosidad, la justicia y la verdad.
1 Esquilo, Eumenides, trad. y comentario de Hugh Lloyd-Jones, Prentice Hall, Englewood Cliffs, 1970, p. 76.
2 Esquilo, Eumenides, vv. 34-38 [Euménides, en La Orestea, trad. José Luis de Miguel Jover, Akal, Madrid, 1998, p. 308].
3 Las traducciones son mías, si bien parten de la versión de Richmond Lattimore. Resulta notorio que se detenga lo suficiente para mencionar que sabe cómo se ven las Gorgonas, pues las ha visto en una pintura de Fineo.
4 Esquilo, Eumenides, vv. 51-56 [Euménides,op. cit., p. 308].
5Ibid., vv. 183-184 [Euménides,op. cit., p. 314].
6Ibid., v. 72 [Euménides,op. cit., p. 309].
7Ibid., vv. 185-190 [Euménides,op. cit., pp. 314-315]. Menciona varios castigos crueles que en la sabiduría popular griega se asocian con el despotismo persa.
8Ibid., vv. 131-132 [Euménides,op. cit., p. 312].
* En la presente edición se utilizará el término ira para traducir la palabra anger. Entiéndase ira no en un sentido bíblico, sino como un concepto genérico y neutral que engloba las subcategorías de rabia, cólera, enfado y furia [E.].
9 Sobre las varias especies del género ira, véase apéndice C.
10 Los perros salvajes alimentan a sus cachorros masticando y deglutiendo a su presa para luego vomitarla nuevamente en un estado más digerible.
11 Escribo esto después de varias horas desafortunadas de observar de cerca a perros salvajes en Botsuana. Estrictamente hablando, los “perros salvajes africanos” en realidad no son perros, si con esto nos referimos a miembros del género canis: su nombre biológico es Lycaon pictus, por lo tanto son cánidos, mas no canes.
12 Véase Danielle Allen, The World of Prometheus, Princeton University Press, Princeton, 2000, y Danielle Allen, “Democratic Dis-Ease. Of Anger and the Troubling Nature of Punishment”, en Susan Bandes (coord.), The Passions of Law, New York University Press, Nueva York, 1999, pp. 191-214.
13 Esquilo, Eumenides, v. 812 [Euménides,op. cit., p. 346].
14Id. [Euménides,op. cit., p. 346].
15 Véase Paul Gewirtz, “Aeschylus’ Law”, Harvard Law Review, núm. 101, 1988, pp. 1043-1055. Gewirtz hace bien en poner énfasis en el hecho de que Atenea ya lo había hecho sin ellas. La cuestión no es si los tribunales de ley existirán: ya existen. La cuestión es si ellas se les unirán o se opondrán a ellos.
16 Esquilo, Eumenides, vv. 832-833 [Euménides,op. cit., p. 347]. Por lo regular sigo las excelentes y muy fieles traducciones de Lloyd-Jones, a no ser que desee resaltar un punto con mayor literalidad.
17Ibid., vv. 850-863 [Euménides,op. cit., p. 348]. Exceptúa la guerra con el extranjero, misma que tienen permitido alentar.
18Ibid., vv. 903 ss. [Euménides,op. cit., pp. 350-351].
19Ibid., vv. 885, 970 [Euménides,op. cit., pp. 349, 353].
20Ibid., v. 922 [Euménides,op. cit., p. 351]. Véase la nota en los epígrafes del libro. El término sin duda sugiere que han hecho a un lado la ira, aunque no connota claramente una renuncia completa a ella.
21Ibid., v. 956 [Euménides,op. cit., p. 353].
22Ibid., vv. 984-985 [Euménides,op. cit., p. 354].
23Ibid., vv. 1028-1029 [Euménides,op. cit., p. 355].
24 Por supuesto que Euménides es, en la vida griega real, un eufemismo cuidadoso que usan los ciudadanos para referirse a estas diosas; sin embargo, Esquilo hace algo más con él. Las antiguas Furias son llamadas metoikoi, extranjeras residentes, y Atenea dice que el grupo de escoltas está compuesto por aquellas que vigilan su santuario (es decir, sacerdotisas del culto de Atenea Polias).
25 Esquilo, Eumenides, v. 990 [Euménides,op. cit., p. 354].
26 Sobre el cambio general en las actitudes en torno al castigo que ocurrió en el siglo V, véase William V. Harriss, Restraining Rage. The Ideology of Anger Control in Classical Antiquity, Harvard University Press, Cambridge, 2001. Este importante y excepcional estudio proporciona una argumentación en extremo convincente de que los griegos y los romanos llegaron a criticar el espíritu de venganza, así como la ira que, según se consideraba, estaba involucrada en él. Harriss documenta el cambio al hablar del castigo, de la familia léxica timor-, que denota venganza, a la familia kolázein, que denota castigo sin que implique venganza. El cambio que documenta Harriss, como destaca en la p. 26 y en otras partes, involucra a los intelectuales y a quienes no lo son, aunque los intelectuales desempeñaron un papel destacado en él.
27 En este sentido, esta ópera es el inverso exacto de Le nozze di Figaro de Mozart, en que el amor ilumina cada frase, incluso aquellas que pertenecen a los personajes “malos”. Strauss escribió un Figaro propio: Der Rosenkavalier.
28Syggnōmē: en ocasiones se traduce como perdón, pero sólo significa “pensar con”, es decir, comprensión participativa, y su relación con el perdón la añaden los teóricos y traductores modernos. Véase infra n. 42 y más adelante en el cap. 3. La postura de Aristóteles no es la misma que la mía, porque aún recomienda la venganza en algunos casos, en particular en relación con los vínculos familiares.
29 Sobre el lugar de Euménides en el desarrollo de la crítica griega de la ira, véase William V. Harriss, Restraining Rage…, op. cit., p. 162.
30 Como argumenta Harriss, esta postura se vuelve gradualmente más común en Grecia y Roma.
31 Véase, también, David Konstan, Before Forgiveness. The Origins of a Moral Idea, Cambridge University Press, Nueva York-Cambridge, 2010, mismo que se discutirá nuevamente en el capítulo III.
32 Véase Charles Griswold, Forgiveness. A Philosophical Exploration, Cambridge University Press, Cambridge, 2007, p. xxiii. Griswold no apoya de modo inequívoco este desarrollo. Su libro, que es de primer nivel, sutil y con una argumentación cuidadosa, es un punto de partida indispensable para cualquier obra posterior en torno a estas cuestiones, en especial obras como la mía, que está en desacuerdo con algunas de sus ideas principales.
33 Liz Murray, Breaking Night. A Memoir of Forgiveness, Survival, and my Journey from Homeless to Harvard, Hyperion, Nueva York, 2010. En sí mismo, este libro es mucho mejor que su título y no es una coincidencia que tenga poco que ver con el perdón: la actitud generosa y no moralizante de la autora hacia sus padres es evidente en todo el texto. Ni siquiera contempla perdonarlos porque simplemente los ama.
34 Jeffrie Murphy, Getting Even. Forgiveness and its Limits, Oxford University Press, Nueva York, 2003, p. VIII>.
35 Véase cap. VII.
36 El libro de Griswold es el mejor ejemplo de esto, por su detalle y su minuciosidad, y presenta una discusión equilibrada de las opiniones de muchas otras personas, así como una bibliografía completa.
37 Ejemplos destacados son Jeffrie Murphy, Getting Even…, op. cit., y William I. Miller, An Eye for an Eye, Cambridge University Press, Nueva York, 2006.
38 Véase Jeffrie Murphy, Getting Even…, op. cit., pp. IX y 19.
39 Véase Charles Griswold, Forgiveness…, op. cit., y David Konstan, Before Forgiveness…, op. cit. Konstan se refiere a esta forma de perdón como la que capta “el sentido estricto y amplio de la palabra inglesa forgiveness” (p. 57) y como perdón “en todo el sentido de la palabra” (id.).
40 Del Dies irae, incorporado en la misa de réquiem: Liber scriptus proferetur, in quo totum continetur, unde mundos iudicetur (Aparecerá el libro escrito en que se contiene todo y con el que se juzgará el mundo). Para el texto completo véase apéndice al cap. III.
41 El himno continúa: Oro supplex et aclinis, cor contritum quasi cinis gere curam mei finis (Te lo ruego, suplicante y de rodillas, el corazón acongojado, casi hecho cenizas: hazte cargo de mi destino).
42Syggnōmē, que suele asociarse equivocadamente con el perdón (supra n. 28) e incluso se traduce de esa manera; véase la traducción de Oxford de la Ética nicomáqueaIV.5, 1126a1-3. La discusión de Griswold en torno a los griegos también llega demasiado lejos en esta dirección; véase p. 4 y n. 5. Utilizo el término perdón libremente en parte de mi análisis en torno a la Retórica de Aristóteles en Martha Nussbaum, Sex and Social Justice, Oxford University Press, Nueva York, 1999, p. 161, y ¡a partir de ahora retiro esa oración! Konstan señala un punto importante (Before Forgiveness…, op. cit.): que syggnōmē, a diferencia de perdón, suele significar rechazo o la disminución de la responsabilidad; véase pp. 28-33 y un punto similar en torno a la palabra latina ignoscere, p. 55.
43 Concuerdo con David Konstan, Before Forgiveness…, op. cit., y “Assuaging Rage”, en Charles L. Griswold y David Konstan (coords.), Ancient Forgiveness. Classic, Judaic and Christian, Cambridge University Press, Nueva York, 2012, p. 22. El importante estudio de las emociones de Robert Kaster llega a la misma conclusión; véase Robert Kaster, Emotion, Restraint, and Community in Ancient Rome, Oxford University Press, Nueva York, 2005, pp. 80-81. Otro contraste interesante es aquél entre el perdón transaccional y la súplica antigua; véase F. S. Naiden, Ancient Supplication, Oxford University Press, Oxford, 2006, discutido en David Konstan, Before Forgiveness…, op. cit., p. 13.
44 Como se verá en el capítulo III, esta tendencia incluso influye en la traducción: el término griego charizesthai, que simplemente significa “mostrar amabilidad hacia” suele traducirse como “perdonar” en el Nuevo Testamento, donde, no obstante, una palabra muy diferente, aphiesthai, es el término canónico para perdón.
45 Desmond Tutu, No Future without Forgiveness, Doubleday, Nueva York, 1999.
46 Erich Segal, Love Story, Oxford University Press, Nueva York, 1970 [Historia de amor, trad. Eduardo Guidiño Kieffer, Emecé, Buenos Aires, 1971]. Segal era un profesor que enseñaba los clásicos y un experto en comedia antigua, famoso por Roman laughter. The Comedy of Plautus, Harvard University Press, Cambridge, 1968, y The Death of Comedy, Harvard University Press, Cambridge, 2001.
47 En este punto estaré de acuerdo con Griswold, quien distingue entre disculpa política y perdón.
También [se permanece en calma] ante quienes se nos presentan humildes y no nos contradicen, pues con ello ponen de manifiesto que reconocen ser inferiores […] Por lo demás, que ante los que se humillan cese la ira, es algo que hasta los perros muestran claramente, no mordiendo a quienes se sientan.
ARISTÓTELES, Retórica, 1380a, 21-25
La ira tiene una reputación doble. Por un lado se considera una parte valiosa de la vida moral, fundamental para las relaciones humanas, tanto éticas como políticas. Un argumento típico y muy influyente es el afamado de Peter Strawson, según el cual las “actitudes y sentimientos reactivos”, de los que el “resentimiento” es un caso central, desempeñan un papel importante en nuestra manera de interactuar y están vinculados de modo integral con la idea misma de libertad y responsabilidad humanas.1 Otros filósofos han insistido en la cercana relación de la ira con la aserción del amor propio y la protesta contra la injusticia.2
Por otro lado, la idea de que la ira representa una amenaza primordial para las interacciones humanas decentes recorre la tradición filosófica occidental, incluidos el pensamiento político de la época de Esquilo,3 Sócrates y Platón,4 los estoicos griegos y romanos, los filósofos del siglo XVIII Joseph Butler y Adam Smith, y muchos otros cuyas contribuciones son más recientes. Como señala Butler, “Ningún otro principio y ninguna otra pasión tiene como finalidad la miseria de las demás criaturas”;5 por esta razón lo aqueja que Dios aparentemente haya implantado la ira en la naturaleza humana. La misma idea en torno al carácter destructivo de la ira tiene un papel destacado en las tradiciones no occidentales (en especial en el budismo y en algunas variedades de hinduismo).6 En la actualidad la idea de la ira como una enfermedad ha generado una amplia bibliografía terapéutica, en la que es el yugo de la ira, en apariencia inexorable, el que da pie a la intervención (o a la sugerencia de autoayuda). Debido a que la ira se percibe como un problema tal en la vida moral, el proyecto del perdón adquiere tanta importancia, y el perdón suele definirse en términos de moderación de las actitudes iracundas.
Ambas proposiciones pueden ser ciertas: la ira puede ser una herramienta de valor, aunque peligrosa, en la vida moral, propensa al exceso y el error, pero, aun así, una fuente de contribuciones irremplazables (ésta era la opinión de Butler). Por otro lado, es posible que una de estas proposiciones esté mucho mejor fundada que la otra. Eso argumentaré aquí. Sin embargo, es muy poco probable que avancemos en el desentrañamiento de estos temas a no ser que tengamos primero un entendimiento más claro de qué es la ira.
Los filósofos recientes, en su mayoría, pasan poco tiempo analizando la emoción. La referencia de Strawson a una clase de “actitudes y sentimientos reactivos” que incluyen la culpa, el resentimiento y la indignación, mismos que rastrean la relación de la voluntad de otro hacia nosotros, resulta típica y tiene una gran influencia;7 lo mismo sucede con la descripción sumamente abstracta, aunque valiosa, que hace R. Jay Wallace de una clase de “emociones reactivas” en su vínculo con la valoración.8 Incluso en los contextos en que, según podría parecer, tiene una gran importancia de qué actitud se trata, los filósofos suelen seguir con demasiada frecuencia las enseñanzas de Strawson.9 Mientras tanto, los psicólogos cognitivos han proporcionado materiales fértiles para llevar a cabo un análisis detallado de los elementos de la ira,10 pero, debido a que proporcionar definiciones no forma parte de su proyecto, no suelen disponer de esos materiales en una explicación filosófica.
Al concordar con definiciones filosóficas más tradicionales de la ira, argumentaré que la idea de la venganza o retribución —de alguna manera, sin importar cuán sutil— forma parte conceptual de la ira. Más adelante argumentaré que la idea de venganza es problemática en un sentido normativo y que la ira, por lo tanto, también lo es. Existen dos posibilidades: ya sea que la ira se enfoque en algún daño importante, como un asesinato o una violación, o que sólo se enfoque en la importancia del acto perjudicial para el estatus relativo de la víctima, como aquello que Aristóteles llama “ultraje”. En el primer caso, la idea de venganza no tiene sentido: infligir dolor sobre el infractor no elimina ni aborda de modo constructivo el daño de la víctima. En el segundo tiene demasiado sentido —la venganza en efecto puede invertir la posición de cada parte—, pero sólo porque los principios están distorsionados: el estatus relativo no debería ser tan importante. En el proceso de defensa de estas proposiciones, reconozco una especie límite de ira que está libre de estos defectos; asimismo, describo —y recomiendo— una transición de la ira a un pensamiento constructivo en torno al bien futuro.
Como todas las grandes emociones, la ira tiene un contenido cognitivo / intencional que incluye estimaciones o valoraciones de tipos diversos.11 Continuamente no sólo contiene estimaciones cargadas de principios, sino también creencias.
Asimismo, las estimaciones y las creencias que se relacionan con la ira son lo que llamo eudemonistas: