La libertad, conquista del espíritu - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

La libertad, conquista del espíritu E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

El formidable envite político en que se ha convertido la libertad, nos hace perder de vista poco a poco los verdaderos términos en los cuales se plantea esta cuestión para el hombre. Lo que el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov trata de restablecer son los términos, las relaciones entre el espíritu y la materia al decir: "Las criaturas no pueden subsistir sin un cierto número de elementos que reciben del exterior. El único que escapa a esta ley es el Creador. No tiene necesidad de nada exterior a El. Pero como El ha dejado en todas las criaturas humanas una chispa, un espíritu que es de su misma naturaleza, cada cual puede, gracias al espíritu, crear aquello que necesita... La Enseñanza que os traigo es la del espíritu, del Creador, y no la de la materia, de la creación. Por eso os digo: entrad en el ámbito del espíritu que, crea, que modela, que da forma, y escaparéis cada vez más a la influencia del mundo exterior, ¡seréis libres!

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Seitenzahl: 115

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

La libertad, conquista del espíritu

Izvor 211-Es

ISBN 978-84-10379-28-2

Traducción del francés

Título original:

LA LIBERTÉ, VICTOIRE DE L’ESPRIT

© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

I LA ESTRUCTURA PSÍQUICA DEL HOMBRE (LUGAR Y ACTIVIDAD DEL ESPÍRITU)

Durante toda mi vida sólo he buscado una cosa: cómo ser útil a los seres humanos. Es mi única inquietud, mi sola preocupación. Conozco las condiciones en que viven, no estoy ciego hasta el punto de no advertir las dificultades que encuentran. Y para no dejarse aplastar ni degradar por completo, deben conocer los métodos convenientes que les ayuden a fortalecer cada día su vida interior.

El cuadro que os presento hoy es un resumen de todos los métodos que ofrece nuestra Enseñanza, y que por primera vez aparecen juntos. Pueden parecer una serie de palabras aisladas, sin relación entre ellas, pero una vez explicadas, ligadas y colocadas de nuevo en el conjunto, adquirirán un significado completamente claro.

Este cuadro que podríamos llamar sinóptico, representa una visión de conjunto de la estructura del ser humano y las actividades que corresponden a sus diferentes facultades. Se compone de cinco columnas verticales.

La primera columna indica los principios constituyentes del hombre; el cuerpo físico, la voluntad, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu.

En la segunda columna podréis ver escrito ideal, pues cada principio tiende hacia un ideal que, evidentemente, es distinto para cada uno de ellos.

Para que cada principio pueda alcanzar su ideal, debe ser reforzado, alimentado, nutrido. Por esto la tercera columna lleva el título de alimento.

Las dos últimas columnas están dedicadas al pago, es decir, al precio que hay que pagar para obtener este alimento, y a la actividad, o sea el trabajo a realizar para recibir este pago.

Podréis ver que todas estas nociones están ligadas entre sí de una forma perfectamente clara y lógica.

Para facilitar la comprensión, vamos a comenzar por el cuerpo físico, pues todo el mundo conoce lo que es el cuerpo físico, todo el mundo se relaciona con él: es visible, tangible, es una realidad de la que no se puede dudar.

El ideal del cuerpo físico es la salud; para éste nada es tan valioso y tan esencial como tener buena salud, sentirse vigoroso, lleno de fuerza. Está claro que para tener esa vitalidad es necesario estar bien nutrido con todo tipo de alimentos sólidos, líquidos y gaseosos. Si el cuerpo no recibe esa alimentación, se muere. Para subsistir es necesario comer, hasta los niños lo saben, pero para obtener este alimento hace falta dinero, y para tener dinero hay que trabajar. Ya conocéis la historia... Preguntamos a un picapedrero: “Entonces, Antonio, ¿por qué picas las piedras? – Para tener dinero. – Y, ¿para qué quieres el dinero? – Para comprar macarrones. – Y, ¿para qué quieres los macarrones? – Para comer. Y, ¿ para qué comer? – Para tener fuerza. – Y, ¿para qué tener fuerza? – Para picar las piedras...” Sí, ¡es un círculo vicioso! Entonces, estáis de acuerdo, ¿no es eso? Para comer hace falta dinero, y para tener dinero hay que trabajar, es fácil de entender.

Pero eso que parece tan evidente en el plano físico, nunca pensasteis que lo encontraríais también en los otros planos. La voluntad, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu, tienden también cada uno hacia una meta, y para alcanzar esta meta, cada uno necesita estar alimentado; para tener este alimento, se precisa dinero; y este dinero sólo se consigue realizando un determinado trabajo. Cuando dominéis bien todos los elementos de este cuadro, tendréis la clave de la vida psíquica del hombre.

Evidentemente el cuerpo físico es el soporte de todos los principios más sutiles. El alma y el espíritu, por ejemplo, no están en realidad en el cuerpo físico, pero se manifiestan a través de él, a través del cerebro, del plexo solar, de los ojos... Cuando miráis a alguien con un gran amor, una gran pureza, una gran luz, ¿quién se manifiesta a través de vuestros ojos? Los ojos pertenecen al cuerpo físico, pero el que se manifiesta, el que se sirve de este medio de expresión, ¿quién es? Puede ser el alma, puede ser el espíritu, puede ser Dios mismo... Y si lanzáis a alguien una mirada o palabras terribles que le enfermen, se tratará de fuerzas hostiles que se sirven de vosotros para fulminarlo.

Entonces nuestro cuerpo físico, a menudo, no es más que el soporte y el instrumento de fuerzas benéficas o maléficas que existen en él o fuera de él.

Ahora bien, ¿cuál es el ideal de la voluntad? El poder y la acción, he ahí lo que la voluntad pide. Diréis: pero también puede pedir la sabiduría, la inteligencia, la belleza... No, no son de su ámbito, otros principios se dirigirán a eso. La voluntad se puede mover en pos de la inteligencia o de la creación de una obra de arte, pero no es eso lo que ella quiere; lo único que a ella la mueve es el poder y la acción. No quiere estar inactiva, desea ocuparse, tocar, moverse, cambiar las cosas.

Pero, al igual que el cuerpo físico, la voluntad no puede realizar su ideal sin alimento. Su alimento es la fuerza. Alimentada por la fuerza, la voluntad se vuelve enérgica; sin este alimento se marchita. Y el elemento que para ella corresponde al dinero y le sirve para adquirir la fuerza, es el gesto. Sí, siempre es necesario interrumpir la inmovilidad y la inercia para accionar, estimular y poner en marcha las energías. Habituándose a actuar, a moverse, la voluntad “compra” la fuerza y se vuelve poderosa. El primero de todos los movimientos es la respiración. En el instante que el niño nace empieza a respirar, y en ese momento todos los otros procesos se ponen en funcionamiento...

Para obtener el dinero que permitirá “comprar” el alimento para la voluntad, es necesario habituarse a practicar ciertos ejercicios como aquellos que postula nuestra Enseñanza: ejercicios de respiración, de gimnasia,1 la paneuritmia2...

Todos ellos están concebidos para fortalecer la voluntad. Claro está que vosotros podéis añadir muchas otras actividades de la vida cotidiana que no es necesario enumerar; ya las conocéis, son numerosas, pero aquí yo sólo hablo de ejercicios que conciernen más particularmente a la vida espiritual.

Pensaréis que estos ejercicios no pueden desarrollar la voluntad, que solamente sirven para dar vitalidad al cuerpo físico o incluso alegría al corazón... Es cierto, porque todo está ligado. Por el momento, para que se comprenda mejor, separo los planos, atribuyendo a cada uno lo que le corresponde, pero, en realidad, los principios son inseparables. Cuando efectuáis ejercicios de respiración o movimientos de gimnasia el cuerpo también se beneficia, la salud mejora, el vigor se desarrolla y os sentís mejor dispuestos, más alegres, con las ideas más claras; esto es evidente porque nada está aislado, todo está relacionado.

Veamos ahora el corazón. El ser humano posee una facultad de sentir y de emocionarse a la que llamamos corazón. No se trata del corazón físico que se estudia en anatomía y fisiología y que es el principal órgano de la circulación de la sangre, una especie de bomba hidráulica. Nosotros hablamos aquí del verdadero órgano de la sensación y de la emoción, localizado en el plexo solar. Ya os he hablado mucho de él3 y todavía tendré ocasión de volver sobre este tema.

¿Cual es el ideal del corazón? Buscar el saber, los conocimientos, los poderes? No, necesita la felicidad, la alegría, el calor, pues con éste se vivifica. El frío le mata. Por dondequiera que va, busca en las criaturas el calor. El alimento del corazón son los sentimientos, toda clase de sentimientos, los buenos sentimientos, y desgraciadamente también los malos. Pero como es necesario limitarnos, sólo hablaremos aquí de los buenos sentimientos que alimentan el corazón de los hijos y las hijas de Dios. La moneda que sirve para pagar la felicidad y la alegría, es el amor. En tanto que amáis, vuestro corazón está alimentado. ¡Cuántas veces os lo he dicho! ¡No podéis ser felices con las riquezas ni con los poderes, ni tan siquiera con la belleza, solamente con el amor! Es el amor el que os da la felicidad. Podéis ofrecer otra cosa al corazón, él continuará insatisfecho y os dirá: “¡Dame amor!” Sólo con amor el corazón puede comprar todo aquello que necesita. Cuando amáis a alguien, ese amor es la moneda que os permite “comprar” toda clase de sensaciones, de emociones, de sentimientos. Millares de sensaciones nacen cada día de nuestro amor. Cuando ya no sentís amor, no tenéis dinero: se acabaron las emociones, las sensaciones, no experimentáis nada. Aunque abracéis a vuestra mujer, si no la amáis, no sentiréis ni alegría ni felicidad. Pero si la amáis, entonces, incluso sin abrazarla, os sentiréis atravesados por millares de sentimientos y de sensaciones imposibles de analizar... simplemente porque el amor está ahí.

El ideal del intelecto es el conocimiento, y para alcanzar este ideal necesita alimentarse y el alimento es el pensamiento. Claro que cuando yo digo “pensamiento” podemos entender también, como para el corazón, los malos pensamientos, pues existen todo tipo de pensamientos, pero aquí, de nuevo, sólo hablaremos de los pensamientos elevados y de los más luminosos. Es el pensamiento el que alimenta al intelecto; si no pensáis, no sabréis nada. Algunos dicen: “¿Para qué romperse la cabeza?, no hay que pensar demasiado, es peligroso, se vuelve uno loco...” Sí, uno se vuelve loco si piensa mal.

Pero el pensamiento justo y claro es el mejor alimento para el intelecto. Si no alimentáis vuestro intelecto, éste se ensombrece, se debilita; lo dejáis morir de hambre. Pero para comprar los mejores pensamientos es necesario el dinero, y el dinero, en este caso, es la sabiduría. Solamente la sabiduría puede permitiros comprar los mejores pensamientos, gracias a los cuales vuestro intelecto obtendrá la luz que busca. La sabiduría es el dinero... o mejor dicho, el oro, el oro que viene del sol. Sí, la sabiduría, el oro espiritual, viene del sol. Con este oro podéis comprar de todo en los almacenes celestes, exactamente como con el oro material podéis comprar todo lo queréis en los almacenes terrestres. Cuando os presentáis ante las entidades de arriba para pedir lo que deseáis ellas comprueban si tenéis oro y, si es así, llenan vuestras bolsas de provisiones, si no, no os dan nada.

Para ganar este oro es necesario trabajar; hay que leer, estudiar, reflexionar, meditar; y si no se menciona que en este último caso para obtener este oro es necesario ir a contemplar la salida del sol, pues bien, podéis añadir lo siguiente: es preciso en primavera y en verano contemplar la salida del sol para obtener el oro solar.

¿Y el ideal del alma? Posiblemente os sorprenderéis, pero lo que el alma pide no es ni el conocimiento, ni la luz, ni la felicidad. Su ideal es el espacio, la inmensidad; tiene necesidad de una cosa: de dilatarse, ensancharse, extenderse hasta abrazar el infinito, porque ese es su ideal. Si la limitamos, se siente infeliz. El alma humana es una parte del Alma universal y se siente en nosotros tan limitada, tan ahogada, que su único deseo es poder expansionarse en el espacio. Generalmente nos imaginamos que el alma está totalmente contenida dentro del hombre; en realidad no es así; es una pequeña parte la que está dentro del hombre, todo el resto se encuentra fuera de él y lleva una vida independiente dentro del océano cósmico. Pero como el Alma universal tiene proyectos para nosotros y anhela poder animarnos, vivificarnos, embellecernos, intenta penetrar en nosotros para impregnarnos más y más. Nuestra alma no se limita pues a nosotros, es algo mucho más amplio, que se extiende hacia la inmensidad, hacia el espacio infinito.

Mas para alcanzar este ideal, el alma tiene necesidad también de ser reforzada y existe para ella una alimentación apropiada: todas las cualidades de la conciencia superior, la impersonalidad, la abnegación, el sacrificio, todo aquello que empuja al ser humano a traspasar sus límites, a vencer su egocentrismo. Todas las actitudes personales, egoístas, ponen límites, separan. En cuanto uno dice: “Esto es mío”, introducimos una separación, mientras que las actitudes impersonales alejan y derriban todas las barreras.

Para procurar al alma su alimento también se necesita dinero, y este dinero, es decir, el único medio que permite al alma ensancharse hasta el infinito, es la expansión, la fusión, el éxtasis. La actividad que permite alcanzar este estado sublime es la oración, la adoración, la contemplación. La oración es una búsqueda del resplandor divino, y en cuanto el hombre consigue entrar en contacto con este resplandor, experimenta una expansión tal que se siente como arrancado de su cuerpo. Esto es el éxtasis. Todos aquellos que han conocido el éxtasis lo han dicho: no estaban sobre la tierra en su cuerpo físico limitado, se encontraban sumergidos, fundidos en el Alma universal, enteramente fusionados con Ella.