La luz, espíritu vivo - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

La luz, espíritu vivo E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

"En los relatos místicos, la palabra que aparece más a menudo es "luz". Precisamente porque la experiencia mística es el descubrimiento de la verdadera realidad del mundo y que esta verdadera realidad es la luz. Aquellos a quienes se les ha concedido tener esta experiencia, dicen haber visto que todas las criaturas, todos los objetos, incluso las piedras. se bañan en la luz, difunden luz. Y es la verdad: todo lo que existe en el plano físico, existe también en los otros planos bajo una forma más sutil, más pura, más luminosa. Es por ello que el sentido del trabajo espiritual es llegar a descubrir, más allá de las apariencias, esta luz primordial y sólo tener deseos y actividades que permitan acercarse a ella. La verdadera espiritualidad es un trabajo sobre la luz y con la luz"

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Seitenzahl: 110

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

La luz, espíritu vivo

Izvor 212-Es

ISBN 978-84-10379-29-9

Traducción del francés

Título original:

LA LUMIÈRE, ESPRIT VIVANT

© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

I LA LUZ, ESENCIA DE LA CREACIÓN

Se dice que Dios es un fuego consumidor; de hecho, en la mayoría de las mitologías, el dios más poderoso es el del fuego. No se trata, evidentemente, del fuego que conocemos, del fuego físico, que no es más que un aspecto del fuego universal. En realidad existen múltiples clases de fuego: el que arde en el corazón del hombre, el que dormita en la base de la columna vertebral, el del sol, el del infierno, el que está oculto en el corazón de las piedras, de los metales, etc...

Pero, ¿habéis observado que sólo se puede percibir el fuego si va acompañado de luz? Sí, la luz es la materia a través de la cual se manifiesta el fuego. Trasponiendo esta imagen, descubriremos que la luz es esta sustancia que Dios, el Fuego primordial, emanó de Si mismo en el origen del mundo cuando dijo: “¡Hágase la luz!” Esta luz no es sino el Verbo mencionado al comienzo del Evangelio de san Juan: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... Todo lo que se hizo fue hecho por El…” La luz es el Verbo que el Creador pronunció y con el cual creó el mundo.

El mundo físico, tal como lo conocernos, no es sino una condensación de la luz primordial. Dios, el principio activo, proyectó la luz y trabajó con esta luz como materia para crear el universo. Empezamos a percibir ahí la manifestación de los dos principios masculino y femenino que están en el origen de la creación, ya que Dios, el Fuego, el principio masculino, extrajo de Sí mismo y proyectó el principio femenino, la luz, la materia con la que iba a crear.

Se dice que Dios creó el mundo de la nada. De nada exterior a El, si, y esto es lo difícil de comprender, ya que nosotros sólo podemos construir algo con materiales e instrumentos exteriores a nosotros mismos. En realidad, no se puede crear nada de la nada; y esta idea de una creación a partir de la nada significa solamente que Dios extrajo de Si mismo la materia de la Creación. El universo no es otra cosa que esta sustancia que Dios extrajo de Sí mismo y que se hizo exterior a El, pero que continúa siendo El.

¿Con qué teje el gusano de seda su capullo y la araña su telaraña? ¿Con qué fabrica su concha el caracol? Con una sustancia que extraen de ellos mismos. Si sabemos observar la naturaleza, ¡cuántos fenómenos de los considerados por los pensadores como misterios impenetrables pueden revelársenos! Incluso la ciencia descubrirá un día que la luz es la materia primordial con la que el universo fue creado, y si el hombre logra aprender la manera correcta de proceder, podré llegar a ser, también él, un creador como Dios.

Según el libro del Génesis, el primer acontecimiento del mundo fue, pues, la creación de la luz. Dios dijo: “¡Hágase la luz!” Pero, ¿de qué luz se trata...? En búlgaro, tenemos dos palabras distintas para designar la luz: svétlina y vidélina. La palabra svétlina designa la luz física, y se forma a partir de la raíz del verbo que significa “brillar”. La palabra vidélina designa la luz espiritual y se forma a partir de la raíz del verbo que significa “ver”. Vidélina, es la luz que permite ver al mundo espiritual, el mundo invisible; vidélina, al materializarse, produjo svétlina, la luz física.

Comprenderéis mejor esta idea si os recuerdo la experiencia del tubo de Crookes. En las dos extremidades de un tubo, en el que previamente se ha hecho el vacío, están colocados dos electrodos conectados con una fuente eléctrica. Se hace pasar la corriente: el cátodo emite un flujo de electrones en dirección al ánodo, pero permanece oscuro, mientras que en la región del ánodo aparece una luminiscencia.

La luz que el sol nos envía no es la del prime día de que nos habla el Génesis. Más allá del sol visible existe un sol invisible, oscuro, el sol negro, que envía sin cesar energía al sol visible. Este la transforma y la devuelve bajo forma de luz. La luz que vemos no es la que Dios creó al principio cuando dijo: “¡Hágase la luz!”, sino que fue creada más tarde. El primer sol envió la luz primordial, vidélina, que el sol visible transforma y devuelve bajo forma de rayos (svétlina). Vidélina, la luz verdadera, sólo revela las cosas al chocar contra ellas. Si no encuentra nada a su paso permanece invisible. Sólo el obstáculo que encuentra puede revelarla.

Al principio era vidélina, es decir, el primer movimiento que se manifestó en el espíritu de Dios bajo forma de proyección, de irradiación hacia fuera, hacia lo exterior a El. Antes de crear, Dios proyectó a su alrededor un círculo luminoso, al que podríamos llamar su aura. Con este círculo de luz fijó los límites del universo, y cuando estos límites estuvieron fijados, proyectó en la luz de su aura, vidélina, imágenes que se materializaron y cristalizaron. Vidélina suministró, pues, la materia de la creación. Y cuando san Juan dice, al comienzo de su Evangelio: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”, significa que nada fue hecho sin la participación de vidélina, el aura de Dios. El Verbo divino es la luz.

Podemos comprobar este proceso de creación en los grandes Iniciados. También ellos poseen un aura luminosa que no sólo rodea su cuerpo y lo protege, sino que también les proporciona la materia para sus creaciones. Cuando un Iniciado quiere crear con el pensamiento, utiliza los mismos medios empleados por Dios cuando creó el universo: proyecta una imagen o pronuncia una palabra que debe atravesar su aura. Esta aura que lo envuelve sirve de materia para la manifestación. La imagen proyectada, o la palabra pronunciada, se reviste de la materia del aura. Un hombre que quiere realizar una idea, pero que no posee la materia sutil del aura, no puede crear nada. Sin duda lo habéis observado: algunas veces, habláis sin poder producir ningún efecto sobre los demás, que permanecen fríos, indiferentes; mientras que otras, por el contrario, con una simple palabra producís un efecto formidable. Si, porque esta palabra es viva: las palabras que empleáis han sido previamente sumergidas en vuestra aura, se han vivificado y reforzado en ella y, revestidas así de poder, han podido penetrar hasta el alma de los demás, haciéndola vibrar. Los días en que vuestra aura es débil, vuestras palabras son insignificantes, vacías, no hay nada en ellas; podéis hablar, pero no obtenéis ningún resultado. Las palabras no están impregnadas de este elemento que proporciona el aura: vidélina.

El poder de los Iniciados proviene de que saben impregnar las palabras que pronuncian con la materia de su aura, que es abundante, intensa y pura. La palabra no es más que un soporte, y sólo puede producir efecto en la medida que esté impregnada del elemento creador: vidélina. Aquél que no sabe pronunciar las palabras mágicas, por mucho que grite y se agite, nunca conseguirá hacerse oír por los espíritus superiores ni tampoco atraerlos. Pero un Iniciado que pronuncie estas mismas palabras sin gesticular, sólo con la fuerza interior proveniente de su aura, obtendrá grandes resultados.

El mundo no fue creado por la palabra, sino por el Verbo, es decir, por la luz. El Verbo es el primer elemento que Dios puso en acción, y la palabra es el medio del que se sirve el Verbo para realizar su trabajo de creación. Cuando la fuerza primordial salió de Dios, era espíritu; volviéndose a Dios, se transforma en luz. El sol negro envía vidélina, espíritu, al sol luminoso, y el sol luminoso devuelve luz visible, svétlina, al sol oscuro. A su vuelta, el espíritu se transforma en luz. Cuando Dios hizo el primer movimiento, su Espíritu, el Verbo, entró en acción, y cuando el Espíritu volvió a Dios, se había convertido en luz. Todo lo que el centro envía hacia la periferia vuelve al centro, porque el circulo tiene un límite, estableciéndose así una circulación ininterrumpida del centro a la periferia y de la periferia al centro. Al volver al centro, la corriente de fuerzas posee nuevas cualidades y provoca nuevas reacciones a lo largo de su trayecto de vuelta. La naturaleza de la corriente no es la misma a la ida que a la vuelta.

Al principio era el Verbo: el primer movimiento del espíritu divino que creó el circulo, el universo. Igualmente, antes de emprender una ceremonia mágica, el mago debe construir un círculo a su alrededor. El origen de esta práctica, que es muy antigua, proviene de un saber extraordinario concerniente al aura humana. Cuando se dice que el mago debe entrar en el círculo que ha trazado, ello no significa solamente que debe trazar a su alrededor un circulo material, sino que debe crear este circulo vivo del aura y colocarse en su centro; es decir, que su espíritu debe permanecer activo, vigilante, porque de lo contrario se arriesga a convertirse en víctima de los espíritus invisibles. Si el mago se limita a trazar a su alrededor un circulo material sin haber trabajado previamente sobre su aura para volverla pura, luminosa y poderosa, gracias a su forma de vivir, quizá consiga obtener lo que desee, pero cuando salga del circulo mágico, todos los seres que le habían obedecido cuando estaba en el circulo (porque las entidades invisibles respetan este símbolo, así como las palabras mágicas que son pronunciadas), le perseguirán.

Tales desventuras les suceden a todos los magos que ignoran las leyes que os explico. Los espíritus invisibles, al ver que su aura no es pura ni luminosa, acaban por vengarse de haber sido obligados a obedecer a hombres que no eran dignos de ello. Estos magos ignoran que al principio era el Verbo, es decir, que antes de lanzarse a la realización de vastas empresas hay que construirse un aura, un verdadero círculo mágico de luz. Este círculo no se traza automáticamente, con tiza u otro medio cualquiera, sino que se construye con amor, pureza, e impersonalidad. ¿Por qué, a menudo, los que se lanzan a prácticas mágicas no sólo no obtienen ningún resultado, sino que, además, atraen desgracias? Porque su aura no es todavía poderosa, luminosa, pura, y cuando quieren proyectar su pensamiento, no se produce nada que pueda revestirlo y fortalecerlo. Para que el pensamiento pueda volar hay que darle alas, y estas alas se encuentran en el aura.

“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios…” Cuando Dios creó este gran círculo luminoso, lo impregnó con su quintaesencia. Los árboles, las plantas, los animales, los hombres, fueron, primeramente, imágenes flotando en el aura de Dios... Todo lo que existe está sumergido en el aura de Dios, en el seno del cual vivimos, como dice san Pablo: “En Dios nos movemos y en El tenemos nuestra existencia…” Todos estamos sumergidos en el aura de Dios, que nos penetra, que nos traspasa.

Meditad cada día en el poder de vidélina, la luz viva que es el elemento primordial de toda creación.

Uno de los símbolos de la creación del mundo es la rosa mística.

Los seis círculos que forman los pétalos representan los seis días que Dios necesitó para crear el mundo ¡seis días simbólicos, evidentemente, que duraron miles de millones de años! Por otra parte, algunos esoteristas han interpretado la primera palabra del Génesis: Berechit, que significa “al principio”, como el verbo bara: crear, y chit: seis. Poned en cada círculo uno de los seis colores: violeta, azul, verde, amarillo, naranja y rojo, y meditad sobre ellos... El círculo central representa la luz blanca de la que salieron los otros seis colores... Aunque no comprendáis la profundidad de este símbolo, al contemplar esta figura perfecta crearéis lazos entre ella y vosotros, lo cual os ayudará en vuestro trabajo espiritual.

La luz es el estado más sutil de la materia, y lo que nosotros llamamos materia no es más que la forma condensada de la luz. En todo el universo hay, pues, la misma materia... o la misma luz... más o menos sutil, más o menos condensada. Todo lo que encontráis condensado en la tierra, existe en el plano etérico bajo una forma más sutil, más pura. Y éste es, precisamente, el sentido del trabajo espiritual: llegar a encontrar todo aquello que necesitamos en un estado sutil más próximo al estado primordial.

Cuando vamos por la mañana a la salida del sol, es para poder alimentarnos con el alimento más puro: la luz. Cuando Jesús decía: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed…” no hablaba de un hambre y de una sed físicas, sino del hambre y de la sed de verdad, de sabiduría, de justicia, de libertad... hasta llegar a tener solamente hambre y sed de fuego y de luz.