La niña Chloé - Ramón María del Valle-Inclán - E-Book

La niña Chloé E-Book

Ramón María Del Valle-inclán

0,0

Beschreibung

En un viaje a las tierras de México en pos de su espíritu aventurero y en un intento de olvidar pasados amores, el Marqués de Bradomín, célebre personaje de Ramón María del Valle-Inclán, se cruzará con la niña Chloé. Sentirá un flechazo instantáneo, tan fuerte como para borrar sus penas amorosas anteriores y despertar una nueva pasión. Sin embargo, entre ambos se interpondrá un fiero mexicano, a la vez padre y marido de Chloé.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 37

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Ramón María del Valle-Inclán

La niña Chole

 

Saga

La niña Chole

 

Copyright © 1893, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726485707

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

La niña Chole

(DEL LIBRO IMPRESIONES DE TIERRA CALIENTE, POR ANDRÉS HIDALGO)

[107] Hace bastantes años, como final á unos amores desgraciados, me embarqué para México en un puerto de las Antillas españolas. Era yo entonces mozo y algo poeta, con ninguna experiencia y harta novelería en la cabeza; pero creía de buena fe en muchas cosas de que dudo ahora; y libre de excepticismos *escepticismos*, dábame buena prisa á gozar de la existencia.

Aunque no lo confesase, [108] y acaso sin saberlo, era feliz con esa felicidad indefinible, que dá el poder amar á todas las mujeres. Sin ser un donjuanista, he vivido una juventud amorosa y apasionada; pero de amor juvenil y bullente, de pasión equilibrada y sanguínea. Los decadentismos de la generación nueva no los he sentido jamás; todavía hoy, después de haber pecado tanto, tengo las mañanas triunfantes, como dijo el poeta francés.

El vapor que me llevaba á México era el «Dalila», hermoso barco que después naufragó en las costas de Galicia. Aun cuando toda la navegación tuvimos tiempo de bonanza, como yo iba herido de mal de amores, los primeros días, apenas salí del camarote ni hablé con nadie. Cierto que viajaba para olvidar, pero hallaba tan novelescas mis cuitas, que no me resolvía á ponerlas en olvido. En todo me ayudaba aquello de ser yankée el pasaje, y no parecerme [109] tan poco muy divertidas las conversaciones por señas.

¡Cuán diferente mi primer viaje abordo del «Masniello» que conducía viajeros de todas las partes del mundo! Recuerdo que al segundo día, ya tuteaba á un príncipe napolitano. No hubo entonces damisela mareada, á cuya pálida y despeinada frente, no sirviese mi mano de reclinatorio. Erame divertido entrar en los corrillos que se formaban sobre cubierta, á la sombra de grandes toldos de lona, y aquí chapurrear el italiano con los mercaderes griegos, de rojo fez y fino bigote negro; y allá, encender el cigarro en la pipa de los misioneros mormones. Había gente de toda laya: tahures *tahúres* que parecían diplomáticos; cantantes con los dedos cubiertos de sortijas; comisionistas barbilindos, que dejaban un rastro de almizcle, y generales americanos, y toreros españoles, y judíos [110] rusos, y grandes señores ingleses. Una farándula exótica y pintoresca, cuya algarabía causaba vértigo y mareo!...

El amanecer de las selvas tropicales cuando sus macacos ahulladores *aulladores*, y sus verdes bandadas de loritos saludan al sol, me ha recordado muchas veces la cubierta de aquel gran trasatlántico, con su feria babélica de tipos, de trages *trajes* y de lenguas; pero más, mucho más, me lo recordaron, las horas untadas de opio que constituían la vida abordo del «Dalila».

Por todas partes asomaban rostros pecosos y bermejos, cabellos azafranados, y ojos perjuros.

¡Yankées en el comedor; yankées en el puente; yankées en la cámara! ¡Cualquiera tendría para desesperarse! Pues bien, yo lo llevaba muy en paciencia. Mi corazón estaba muerto ¡tan muerto, que no digo la trompeta del juicio; ni siquiera unas castañuelas le resucitarían! Desde [111] que el pobrecillo diera las boqueadas, yo parecía otro hombre: habíame vestido de luto; y en presencia de las mujeres, á poco lindos que tuviesen los ojos, adoptaba una actitud lúgubre, de poeta sepulturero y doliente, actitud que no estaba reñida con ciertos soliloquios y discursos que me hacía harto frecuentemente, considerando cuán pocos hombres tienen la suerte de llorar una infidelidad á los veinte años!...

Por no ver aquella taifa de usureros yankées, apenas salía de mi camarote; solamente cuando el sol declinaba iba sentarme á popa, y allí, libre de importunos, pasábame las horas viendo borrarse la estela del «Dalila». El mar de las antillas, cuyo trémulo seno de esmeralda penetraba la vista, me atraía, me fascinaba, como fascinan los ojos verdes y traicioneros de las hadas que habitan palacios de cristal en el fondo de los lagos. Pensaba siempre en mi primer [112] viaje.