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El deseo tiene sus consecuencias... Shari Lacey nunca había sido el tipo de chica que mantenía aventuras de una noche... hasta que conoció al francés Luc Valentin. Unas horas en sus brazos cambiaron su vida para siempre, en muchos sentidos. Luc creía que no iba a volver a ver a la tozuda australiana nunca más y, cuando ella se presentó en París para visitarlo, creyó que podrían seguir donde lo habían dejado... ¡en el dormitorio! Sin embargo, la única noche que habían pasado juntos había desencadenado una cascada de sucesos que los ataría para siempre...
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Seitenzahl: 168
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Ann Cleary. Todos los derechos reservados.
LA NOCHE EN LA QUE EMPEZÓ TODO, N.º 1940 - septiembre 2013
Título original: The Night That Started It All
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd. Londres.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3524-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Desde que había roto con Manon, su amante más duradera, Luc Valentin se había vuelto difícil de seducir. Pensaba que el deseo no traía más que complicaciones y enredos emocionales.
Por eso, cuando entró en D´Avion Sydney y los bonitos rostros de las recepcionistas se iluminaron, las sonrisas no le hicieron mella.
–Luc Valentin –se presentó él, tendiéndoles una tarjeta–. He venido a ver a Rémy Chénier.
–¿Luc Valentin? –preguntó una de las chicas, quedándose petrificada–. ¿De…?
–París. La sede principal –respondió él con una sonrisa–. ¿Puede avisar a Rémy?
La recepcionista miró a sus compañeras. Parecían las tres paralizadas.
–Esto… no está. Lo siento, señor Valentin. Hace días que no lo vemos. No responde las llamadas. No sabemos dónde está. No sabemos nada, ¿verdad? –aseguró la joven, y miró a sus compañeras en busca de confirmación. En un pedazo de papel, anotó una dirección–. Puede intentarlo aquí. Estoy segura de que, si lo encuentra, el señor Chénier se alegrará de verlo.
Luc lo dudaba. Su plan era obligar a su primo a dar explicaciones por el desfalco que había sufrido la compañía y, después, retorcerle el cuello.
Lo más probable era que fuera por culpa de una mujer, adivinó Luc. Rémy siempre estaba enredado en líos de faldas, aunque nunca con la misma dama.
Era la dirección de un elegante complejo residencial en la costa norte de Sídney. Luc llamó al telefonillo dos veces, hasta que alguien respondió con voz ahogada, como si hubiera estado llorando.
–¿Quién es?
–Luc Valentin –contestó él–. He venido a ver a Rémy Chénier.
–Ah –dijo la voz de mujer al otro lado del telefonillo, con cierto alivio–. ¿Es del trabajo?
–Sí, soy de D´Avion.
–Pues no está. Gracias a Dios.
Luc frunció el ceño.
–¿Pero es esta su casa?
–Antes lo era. Pero ya no está aquí. No sé dónde está ni me importa. No tiene nada que ver conmigo. Yo ya me voy.
Luc bajó la vista a un montón de equipaje apilado junto a la entrada.
–Disculpe, señorita. ¿Puede decirme cuándo fue la última vez que lo vio?
–Hace meses. Ayer.
–¿Ayer? ¿Entonces todavía está en Sídney?
–Yo… espero que no. Quizá. No lo sé. Mire… mire, señor, estoy muy ocupada. No puedo…
–Por favor, una última pregunta. ¿Se ha llevado su ropa?
–Mmm –repuso la voz e hizo una pausa–. Digamos que su ropa ha salido de aquí.
Luc titubeó, tratando de imaginarse a la interlocutora. Sintió el abrumador deseo de ver el rostro que acompañaba a aquella voz llorosa.
–¿Es usted la novia de Rémy, por casualidad? ¿O la criada?
–Sí. La criada –respondió ella tras un largo silencio.
–Perdone, señorita, ¿pero le importa si subo y hablamos cara a cara? Tengo algunas preg…
El telefonillo se cortó. Luc esperó a que se abriera la puerta y, cuando no fue así, volvió a llamar con insistencia. Al final, ella respondió de nuevo.
–Mire, piérdase. No puede subir.
–Pero solo quería…
–No. No puede –repitió ella con voz alarmada–. Váyase o llamaré a la policía.
Luc frunció el ceño, sin saber qué pensar. Rémy siempre dejaba a sus ex desoladas. Aunque, si era la criada, ¿por qué iba a estar llorando? Debía de estar resfriada, caviló.
Rindiéndose, volvió al coche y se preguntó qué había pasado con su poder de persuasión.
Desde la ventana, Shari Lacey observó cómo se alejaba. Fuera quien fuera, tenía una voz bastante bonita, pensó. Aunque ella ya estaba harta del acento francés.
Durante las siguientes treinta y seis horas, Luc revisó todos los archivos en las oficinas de D´Avion con detalle. Puso a prueba a los empleados hasta que la secretaria acabó sollozando y los ejecutivos estaban pálidos como el papel. Despidió al director del departamento financiero en el acto.
Habían desaparecido sumas importantes y nada le daba ninguna pista de las andanzas de su primo. Como no encontrara a Rémy pronto, iba a tener que dejar que la ley lo persiguiera con todo su peso.
Luc sintió un escalofrío al pensar que tendría que enfrentarse a otro escándalo familiar.
Con la vista perdida en la bahía de Sídney, se dijo que tenía que encontrar al canalla de su primo de una manera u otra y obligarlo a reparar lo que había hecho.
Le quedaba un último recurso, caviló con un suspiro.
Emilie, la hermana melliza de Rémy, siempre había estado muy unida a Rémy. Se había casado con un australiano y, aunque llevaba años sin verla, Luc le tenía mucho cariño. Era una mujer amable y cálida, tan diferente de su mellizo como un gorrión de un buitre.
Armada con el lápiz de ojos, Shari se acercó al espejo y delineó con cuidado el borde inferior de los párpados, hasta el lagrimal.
Se encogió un poco porque, aunque ya no estaba hinchado, el moretón seguía doliéndole. Había sido el regalo perfecto de despedida. Al parecer, no estaba a la altura de todas las excitantes mujeres que Rémy había conocido en Francia. Además, ella era demasiado exigente. Paranoica. Difícil. Demasiado lista. Demasiado sentimental. Demasiado bocazas. Demasiado celosa. Demasiado rencorosa. Frígida. Dependiente…
Sus quejas no habían hecho más que aumentar con el tiempo. No era de extrañar que el pobre hombre hubiera tenido que buscar consuelo femenino por todas partes.
Ella sabía que el truco era no creer las cosas que él le había dicho. Pero no podía evitar que su autoestima estuviera hecha pedazos.
Rémy había dejado de ser amable con ella hacía tiempo, pero nunca antes la había golpeado. Había sido un shock para Shari. Aunque debía reconocer que podía haber sido mucho peor. Por un momento, él había estado a punto de violarla.
Avergonzada, Shari bajó la cabeza, culpándose porque hubiera podido pasarle algo así. Era irónico, cuando sus amigas siempre le habían envidiado el novio francés.
¿Qué pensarían de ella si supieran que las cosas habían terminado de esa manera? ¿Creerían que había estado golpeándola desde el principio? ¿Pensarían que ella lo había tolerado?
Shari no pudo evitar pensar en todas esas mujeres maltratadas que había visto en televisión, demasiado destruidas como para defenderse, creyendo incluso que merecían los golpes.
Pero ella no era así, se dijo a sí misma, con el pulso acelerado. No había estado tan enredada en la relación como para no ver con claridad. Había soportado todo lo que podía soportar. Y no se sometería. No.
A partir de ese momento, todo iría bien. Había vuelto a su antiguo barrio de Paddington, un lugar precioso que parecía sacado de un cuento.
Sin embargo, era increíble lo que era capaz de lograr el puño de un hombre. Solo había tenido que golpearla una vez y se había vuelto asustadiza como un gatito.
Pero no tenía por qué estar nerviosa, se dijo. Ya estaba a salvo. Lo importante era combatir el miedo y no convertirse en una histérica, dispuesta a dar un brinco ante el sonido de cualquier voz masculina. Podía seguir disfrutando de los hombres.
O, tal vez, no.
Rémy era un caso aislado. Shari lo sabía. Aunque no podía controlar el miedo a que aquello pudiera repetirse.
Por suerte, su hermano Neil había insistido tanto en que asistiera a su fiesta de cumpleaños, que ella no había podido negarse. Allí habría muchos hombres, todos encantadores y civilizados como Neil. Así, ella podría ponerse a prueba.
Cuando la mano dejó de temblarle, se terminó de pintar los ojos, coloreando los párpados y la zona de alrededor con sombra púrpura, hasta disimular el moretón.
Dio un paso atrás y, ante el espejo, respiró aliviada. El moretón había quedado camuflado y, además, estaba muy guapa con ese estilo de maquillaje. Un poco llamativo, quizá, pero le quedaba bien. le resaltaba el color azul de los ojos.
Sin embargo, tal vez, eso no engañaría a Neil y Emilie. Después de todo, Emilie se había criado con Rémy.
Nerviosa, se preguntó qué podía ponerse. ¿Por qué no salir de compras? Había llorado todas sus lágrimas hasta quedar vacía.
Era hora de levantarse de nuevo.
Luc fue muy bien recibido en la casa de Neil y Emilie. El sitio estaba lleno y el ambiente era hogareño y acogedor.
Emilie había anunciado que estaba embarazada.
Vaya sorpresa, se dijo Luc. Tener niños parecía una epidemia. Todas las parejas que conocía estaban esperando un bebé, si no lo tenían ya.
Sin embargo, cuando él se lo había sugerido a Manon, ella le había respondido con ferocidad y firmeza.
–¿Qué te pasa, cariño? ¿No querrás atarme a ti? No soy gallina ponedora. Si eso es lo que quieres, búscate a otra –le había espetado ella.
Lo cierto era que era increíble que algunas mujeres estuvieran dispuestas a sacrificar su autonomía y su libertad para tener hijos, caviló Luc.
Inclinando la cabeza, aceptó otro canapé y se preguntó cuánto tiempo más tendría que esperar a que Rémy apareciera en aquel hogar rebosante de felicidad doméstica. Estaba empezando a dudar que lo hiciera. ¿Estaría su primo sobre aviso de su llegada? Ni siquiera él mismo lo había sabido hasta el último minuto, cuando había estado a punto de regresar a su casa de París desde Saigón.
La posibilidad de ir a Sídney sin pasar por París le había parecido muy atractiva, porque cada vez tenía menos ganas de regresar a su casa. Había recuerdos de Manon en cada esquina.
Emi se acercó a él sonriente para ofrecerle una copa de vino.
–Dime, Luc, ¿es verdad? ¿Manon está embarazada?
Con el estómago contraído, Luc trató de no dejar de sonreír.
–¿Cómo iba a saberlo?
–Lo siento, primo –se disculpó Emilie, sonrojándose–. No pretendía entrometerme. Lo que pasa es que me sorprendió mucho cuando me lo mencionó tía Marise. Manon no parecía la clase de… la clase de mujer que quiere niños.
No, pensó Luc. No lo había sido cuando había estado con él.
De todos modos, Luc prefirió cambiar de tema.
–¿Ves a Rémy a menudo?
–No. Desde que se ha prometido, casi no lo veo –respondió ella con una sonrisa–. Al fin se ha enamorado y no necesita a su hermana.
Luc quiso creerla, pero conocía demasiado bien a su primo y sabía que solo podía estar enamorado de sí mismo.
–Quizá haya salido de viaje de negocios –comentó ella.
–¿Sin informar en la oficina? –inquirió él, frunciendo el ceño.
Emi se puso colorada y le lanzó una mirada a su esposo, que acababa de unirse a ellos.
–Bueno, Rémy siempre ha sido muy reservado –señaló ella–. Estoy segura de que no ha hecho nada malo. Puede que se haya olvidado de dejar un mensaje.
Por la expresión de Neil, Luc tuvo la impresión de que el otro hombre no compartía la confianza que su esposa tenía en Rémy.
Shari respiró hondo antes de llamar a la puerta de Neil y Emilie. Ya no llevaba el anillo de compromiso, por supuesto, pero si alguien le preguntaba por Rémy o siquiera mencionaba su nombre, no estaba segura de poder controlar los nervios y las lágrimas.
Emilie abrió la puerta.
–Shari, me alegro de verte… –dijo la anfitriona, y se quedó boquiabierta, mirándola de arriba abajo–. Cielos. ¿Eres tú de verdad? Me encanta tu nuevo look. Es muy sexy y misterioso –comentó, y la besó en ambas mejillas.
Sin duda, le llamaba la atención el exagerado maquillaje de sus ojos, adivinó Shari. Pero Emilie se quedó hipnotizada mirándole los zapatos de plataforma de diez centímetros.
–Qué envidia –dijo Emi–. ¿Cómo puedes andar con ellos? ¿Y qué te has hecho en los ojos?
Shari contuvo el aliento.
–Estás preciosa –añadió la otra mujer, para alivio suyo–. Bueno, ¿dónde está Rémy?
–No va a venir –contestó Shari, clavándole las uñas al bolso de mano que llevaba.
–¿No? Oh… pero… hay que llamarlo. Tiene que venir. Nuestro primo ha venido y no deja de preguntar por él.
–No, Em. No puedo.
Entonces, cuando Shari iba a darle la noticia de su separación, llegaron otros invitados para requerir la atención de la anfitriona.
–Nos vemos luego –dijo Shari, aprovechando la oportunidad de escapar, y entró en la fiesta.
La casa estaba llena. Un pequeño ejército de camareros repartía bebidas y canapés.
Shari notó cómo varios ojos curiosos se clavaban en ella y, durante un instante, temió que el maquillaje estuviera delatándola, hasta que un hombre la interceptó para decirle que estaba muy sexy.
Llena de placer, Shari sintió que le subía la autoestima y se enderezó.
–Demasiado sexy para ti, tesoro –repuso ella y, después de darle al desconocido un beso en la mejilla, continuó su camino.
Saludó a un par de personas, esbozó unas cuantas sonrisas y esperó que nadie le preguntara por su supuesto prometido.
Debería haberles dado la noticia de su separación a Neil y a Emilie hacía semanas, en vez de haber estado evitándolos, se dijo a sí misma.
Además, debía tener cuidado de no contarles toda la verdad. Neil siempre había sido muy protector con ella y podía hacer una locura si se enteraba de lo que Rémy le había hecho. En cuanto a Em… ¿cómo iba a decirle que su hermano era un maltratador?
Entonces, Shari vio a Neil, junto a un hombre con cara de pocos amigos que examinaba la habitación como si buscara a alguien.
Luc se dio cuenta de que su anfitrión saludaba a alguien. Estaba harto de estar allí. Una hora en una habitación llena de parejas era más de lo que él podía soportar.
Aburrido, miró en la misma dirección que Neil y una llamarada de color captó su atención entre la multitud. Al ver a la dueña de aquel hermoso rostro, se quedó sin aliento.
Por un momento, ella desapareció entre la gente, hasta que volvió a verla. Luc no podía dejar de mirarla. Sus ojos eran fascinantes. Profundos, brillantes y misteriosos. Ojos que podían enamorar a un hombre.
Con el pulso acelerado, Luc siguió mirando, hasta que la multitud le dejó contemplarla de pies a cabeza. Tenía un aspecto frágil con esos tacones tan altos y un vestido de seda que dejaba al descubierto un cremoso hombro.
Shari sonrió al camarero para darle las gracias y se tomó el chupito de vodka de un trago. Estaba buscando algún rostro amigo entre la gente, cuando se dio cuenta de que el tipo alto y serio seguía observándola con intensidad.
Sus ojos eran profundos, capaces de hipnotizar a cualquiera, pensó ella.
Intentó intimidarlo con una mirada altiva, pero él ni se inmutó. Con un repentino ataque de inseguridad, Shari apuró otro chupito.
Cielos, debía tener cuidado o se caería redonda al suelo.
Luc sabía que había mujeres hermosas en la fiesta. Bellas, rubias y morenas, con largas piernas y cabello sedoso.
Sin embargo, hasta ese momento, no había sentido la urgencia de tocar a ninguna de ellas.
Shari llamó al camarero y tomó otro vasito. Era libre y mayor de edad, nada se lo impedía. Se giró para mirar al hombre que la observaba y, después de levantar su vaso en gesto de brindis, se lo bebió de un trago.
Luc frunció el ceño e inclinó la cabeza como respuesta.
A ella se le aceleró el pulso y enfocó la mirada a su alrededor, para ver con quién estaba. Un hombre tan imponente no podía estar solo.
Sin embargo, al parecer, el desconocido solo estaba con Neil.
Gracias al vodka, Shari comenzó a sentir que su seguridad en sí misma crecía. Era hora de felicitar al hombre del cumpleaños, se dijo. Tomó aliento y trató de esbozar su expresión más sensual.
Al llegar hasta Neil, le plantó un beso en la mejilla.
–Feliz cumpleaños, hermano –dijo ella con voz ronca.
Neil le dio un abrazo y le observó la cara. Ella se esforzó por mantener el tipo, temerosa de que descubriera el moretón debajo de su máscara.
A su lado, el desconocido la contempló con avidez. Parecía que no hubiera visto a una mujer en su vida, pensó ella. Aunque era poco probable, sobre todo, con lo guapo que era.
–¿Quién es? –le preguntó Luc a Neil, sin quitarle los ojos de encima a la recién llegada.
–Mi hermana Shari –la presentó Neil, rodeándola con el brazo–. Este es Luc, el primo de Em y Rémy.
–Ah –dijo Shari, casi atragantándose, y dio un pequeño paso atrás, ante la mirada atónita de Neil. Al momento, se recompuso–. Encantada –mintió.
–Encantado –repitió Luc, y la besó en ambas mejillas.
Maldición, pensó ella, mientras la piel le ardía donde la había rozado. No quería tener ningún contacto con los miembros masculinos de los Chénier.
Aunque aquel tipo no se parecía mucho a Rémy. Parecía más contenido, más serio y experimentado. Sus ojos, oscuros con brillos dorados, la tenían hipnotizada.
–¿Vives por aquí?
Era obvio que él no había reconocido su voz. Debía de haber sonado distinta con un ojo morado y la nariz hinchada. Sin embargo, Shari reconoció al instante aquel tono profundo y masculino. Era el mismo que había llamado al telefonillo de su casa para buscar a Rémy.
–En Paddington, al otro lado del puente. ¿Y tú?
–En París, al otro lado del mundo –repuso él con una sonrisa.
Sus miradas se encontraron y un vínculo instantáneo surgió entre ellos.
Con el pulso acelerado, Shari se fijó en que no llevaba alianza. Entonces, recordó un comentario que le había oído decir hacía mucho a Emilie acerca de su primo parisino. Algo sobre un escándalo con una mujer.
–¿Siempre bebes vodka solo?
–Si no hay refrescos a mano, sí.
Neil se atragantó con la copa.
–Vamos, Shari, no exageres. Luc se va a llevar una impresión equivocada.
Shari se había olvidado de Neil. Sonriendo, le dio una palmadita en el hombro a su hermano, sin quitarle los ojos de encima al otro hombre.
–No pareces un Chénier –comentó ella con voz ronca.
–No lo soy –contestó él con firmeza–. Mi apellido es Valentin.
Mejor, pensó ella. Embobada con su sensual boca, no pudo evitar imaginar a qué sabrían sus besos. El problema era que no era posible confiar en los hombres, se dijo, y ella había aprendido la lección a golpes.
–Disculpa, pero… –comenzó a decir Luc, dando un paso hacia ella–. Pareces un poco tensa. ¿No te gustan las fiestas?
Para tomar fuerzas, Shari agarró una copa de champán de una bandeja y esbozó una encantadora sonrisa.
–Me encantan. ¿A ti no?
–No.
–Ah, entonces ya entiendo por qué tienes esa cara de pocos amigos –comentó ella–. Estaba empezando a creer que eras un misógino –añadió. Como su primo, pensó.
Neil la miró sorprendido por el atrevido comentario, mientras que el rostro de Luc se volvía más serio todavía.
–Me gustan las mujeres. Sobre todo, las provocativas.
–¿Y las aburridas y asustadizas?
–No veo aquí a ninguna –repuso él, arqueando una ceja con gesto divertido.
–Podrían estar disfrazadas.
–Una persona aburrida y asustadiza jamás se pondría un disfraz, ¿no crees? –replicó Luc–. Solo las mujeres excitantes, sensuales y divertidas hacen esas cosas.
La autoestima de Shari creció un poco más. Al fin un hombre comprendía su verdadera naturaleza. Era una mujer excitante, sensual y divertida, si le daban la oportunidad de serlo.
Al notar cómo él le posaba los ojos en el pecho, le subió la temperatura. No pudo evitar imaginar que eran sus dedos los que la tocaban y no solo su mirada.
Neil se removió incómodo a su lado, murmuró algo y se marchó.
A solas en una fiesta llena de gente con un francés sofisticado, Shari sintió un poco de vértigo.
No todos los hombres eran como Rémy, se recordó a sí misma.
–¿Qué intentas ahogar en tanto alcohol? –le preguntó Luc.
–Las lágrimas, supongo. Un corazón roto.
–Hay mejores maneras de hacerlo.
Mirándolo a los ojos, a Shari no le cupo duda. Pero una alarma en su interior le advirtió que estaba jugando con fuego.
Luc posó los ojos en sus piernas, ella siguió su mirada.
–¿Es que me he roto una media?
–No. Tus piernas son muy tentadoras.
Al imaginarse los largos y fuertes dedos de él sobre los muslos, Shari sintió una oleada de calor en sus partes más íntimas.