Seis años después - Anna Cleary - E-Book
SONDERANGEBOT

Seis años después E-Book

Anna Cleary

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Haciendo horas extras con el jefe Un sexy italiano debería ser suficiente para alegrarle la vida a Lara. Si no fuera porque ese hombre tan increíble no era solo su nuevo jefe, sino la última persona que ella esperaba ver de nuevo… ¡y el padre de su hija! Ahora se encontraba a las órdenes de Alessandro y él tenía en mente algo más que trabajo. ¿Cómo debía contarle que tenía una hija? Él le había pedido que entrara en su despacho, ¡pero sus exigencias se habían extendido al dormitorio!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2012

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2009 Anna Cleary. Todos los derechos reservados.

SEIS AÑOS DESPUÉS, N.º 1850 - abril 2012

Título original: At the Boss’s Beck and Call

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0009-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Sólo llegaba unos minutos tarde. No tenía que preocuparse.

Al bajarse del abarrotado autobús que la dejó en la bulliciosa George Street de Sídney una mañana de invierno y esperar para poder cruzar la calle, Lara Meadows se recordó a sí misma que era fuerte.

Era valiente y todavía guapa… Su cuerpo tenía unas bonitas curvas y su cabello una preciosa tonalidad dorada.

Se llevó la mano a la cicatriz que tenía en la parte de debajo de la nuca.

En realidad el aspecto físico no significaba nada en el mundo editorial. Lo realmente importante era que era inteligente y profesional, que era buena en su trabajo y que sabía defender sus ideas. No comprendió por qué estaba tan nerviosa…

Después de todo, Alessandro sólo era un hombre. Hacía seis años había sido extremadamente encantador, sofisticado y divertido. Tenía un brillante pelo negro, unos preciosos ojos oscuros, una sensual boca… Había sido arrebatadoramente guapo en él. Pero ella no había hecho nada de lo que debiera arrepentirse. Debía ser él el que estuviera preocupado.

Entró por las puertas de cristal del edificio Stiletto y se dirigió a toda prisa hacia los ascensores. No había nadie de su planta por allí. Seguramente todos se encontraban en la sala de conferencias, ansiosos por hacer creer a los jefes del otro lado del mundo que llegaban siempre puntuales. Ansiosos por impresionar a Alessandro.

Respiró profundamente. Había pretendido llegar a su hora, pero hacer trenzas llevaba su tiempo y a Vivi le gustaba que le quedaran perfectas. Después había tenido que llevarla andando al colegio… y no le había parecido justo apresurar a una niña de cinco años a la que le fascinaba todo lo que veía.

Se recordó a sí misma lo tolerante y fácil que había sido Alessandro. Seguro que era la última persona a la que nadie debía temer como jefe, a no ser… Repentinamente el miedo se apoderó de ella. A no ser que fuera alguien que no le había informado de algo que él podía considerar bastante importante en su vida…

Alessandro Vincenti aceptó la carpeta que le entregó la temblorosa secretaria y le dio las gracias a ésta. La mujer, empleada de Stiletto Publishing y seguramente temerosa de su futuro profesional, se dirigió hacia la puerta. Alessandro le dirigió lo que esperó fuera una sonrisa tranquilizadora. Nunca le había gustado intimidar a la gente amable.

Una vez que la mujer se hubo marchado, se echó para atrás en la silla de cuero en la que estaba sentado y abrió la carpeta. Recordó que los australianos podían ser gente interesante, aunque un poco singulares.

Forzándose a familiarizarse con el personal de la empresa, ojeó las fichas de los empleados de los distintos departamentos… si es que podía llamárseles de aquella manera. No comprendió qué habían hecho los responsables de Stiletto antes de aquel debacle.

Cuando había ojeado más o menos la mitad de las fichas, le llamó la atención un nombre. Un nombre que lo alteró por completo y que le hizo revivir ciertos sentimientos que había creído enterrados, un nombre que le recordaba plácidas tardes en las playas, un precioso cabello rubio y el olor a hierba en verano. Le empezó a bullir la sangre en las venas…

¿Podía ser? ¿Realmente podía ser…?

–Umm… Beryl –dijo, llamando a la secretaria por el interfono–. Este L. Meadows… ¿quién es? –preguntó cuando la mujer entró en el despacho.

–Es una mujer, señor Vincenti. Lara Meadows. Lleva trabajando en Stiletto más o menos seis meses. Bill… quiero decir el señor Carmichael, nuestro director, me refiero a exdirector… tenía muy buena opinión de ella.

Alessandro sintió cómo le daba un vuelco el estómago. Se forzó a que la expresión de su cara no mostrara la gran impresión que sentía. Fingió interés en otros empleados de Scala Enterprises.

–¿Y éste quién es? –continuó preguntando como si Lara Meadows nunca lo hubiera humillado, como si nunca le hubiera hecho sentir un torbellino de emociones–. ¿Y éste?

Le pareció increíble haber encontrado a Lara después de tantos años. Era impresionante que trabajara para la empresa que Scala Enterprises había decidido establecer como su punto de apoyo en el hemisferio sur. Frunció el ceño. Se quedó pensativo. El destino le había hecho coincidir de nuevo con su Larissa.

Pensó que seguramente estaría casada, aunque obviamente había mantenido su apellido de soltera tras la boda. Se habría casado con algún estúpido al que no le importara que lo humillaran.

No le extrañaba que Bill hubiera tenido tan buena opinión de ella. Se atrevía a sospechar que la atracción que sin duda había sentido por Lara había sido lo que le había llevado a la ruina…

La situación en la que se encontraba era muy irónica. Tanto si Lara había sido consciente de ello como si no, había habido un momento en el que había tenido su destino en sus manos. Y en aquel momento era él el que tenía el destino laboral de ella en las suyas…

La venganza, un plato que era mejor servir frío, siempre había sido la táctica favorita de su madre. Se planteó si seis años habrían sido suficientes para apagar el fuego que lo había consumido y que había terminado con su dignidad.

En realidad iba a ser muy interesante volver a verla, ver cómo estaba y cómo se enfrentaba a él.

Mientras Lara se miraba en el espejo del ascensor, pensó que Alessandro podría estar calvo o tener una gran barriga. Pero cuando comenzó a acercarse a la sala de conferencias, le temblaron las piernas. Tenía miedo. Aunque, a pesar de todo, estaba emocionada. La idea de volver a verlo la tenía muy alterada.

Se planteó si el italiano la recordaría con la misma intensidad que ella lo recordaba a él. Por lo que le habían contado de su vida, tal vez ni siquiera la recordara. Era todo un playboy.

Se detuvo en la puerta de la sala de conferencias e intentó tranquilizarse, pero le resultó imposible.

Había conocido a Alessandro hacía seis años, cuando había ofrecido su primera y única conferencia internacional acerca de uno de sus libros. El acto se había celebrado en Sídney ya que la editorial para la que trabajaba en aquel momento no había tenido dinero para ofrecer la conferencia en el exterior. Había sido su primera conferencia, su primer… todo.

En la fiesta que se había celebrado había habido una gran conexión entre ambos y a ello habían seguido unos días maravillosos. Habían dado largos paseos, habían conversado acerca de literatura, música, Shakespeare… de todo lo que a ella le apasionaba.

Él se había negado a describirse a sí mismo como italiano o más concretamente veneciano. Riéndose, le había dicho que era ciudadano del mundo y había mostrado un gran respeto ante las ideas que ella había expresado. Nunca antes se había sentido tan fascinada al conversar con nadie, tan emocionada, tan encantada. Y cuando había descubierto el origen del apellido de su acompañante…

Lo había buscado en internet y se había quedado impresionada. Alessandro se había mostrado renuente a contestar al bombardeo de preguntas que le había realizado, pero finalmente le había contado parte de la historia de su rama de los Vincenti venecianos. Sus antepasados habían sido marqueses desde los principios de la república veneciana. Y aquellos marqueses habían pertenecido a las familias nobles que habían elegido a cada dux que había gobernado el país.

Todos sus antepasados habían gozado del título de Marchese d´Isole Veneziane Minori.

Finalmente él, ante su insistencia, le había confesado que era el marchese de la familia en aquellos momentos. Era marqués, el Marchese d´Isole Veneziane Minori.

¡Se había quedado tan impresionada! Recordó el momento en el que Alessandro se lo había contado, durante la primera tarde que habían acudido a la playa. Recordó el bronceado cuerpo del italiano tumbado a su lado y la manera en la que la había mirado con aquellos preciosos ojos oscuros. Momentos después la había besado por primera vez. Por la noche habían cenado juntos y más tarde…

Incluso después de tantos años, al recordar el hotel Seasons sintió cómo un escalofrío le recorría por dentro. Si las paredes de aquella suite hubieran sido capaces de hablar…

La semana que había planeado pasar él en Australia se había convertido en dos, después en tres, y más tarde se alargó durante todo el verano hasta que ya no pudo seguir retrasando su regreso al Harvard Business School, el siguiente destino al que le enviaba su empresa.

La última vez que lo había visto subiendo por las escalerillas del avión había tenido la mirada empañada debido a las lágrimas, pero la promesa que le había hecho Alessandro le había ayudado a seguir adelante.

El pacto.

Como siempre le ocurría cuando pensaba en ello, sintió cómo le daba un vuelco el estómago. Habría mantenido su parte del pacto si hubiera podido, pero el destino se había interpuesto. Como una tonta, habría ido a recibirlo, por si acaso él había decido regresar. Pero se habían desatado los incendios en los montes, había ocurrido lo de su padre, la angustiosa época que había pasado en el hospital. Y después… Después había sufrido una grave crisis de identidad.

Pero Alessandro no sabía nada de aquello. Reunió todo su coraje y abrió la puerta de la sala de conferencias.

La sala parecía estar repleta. Stiletto no tenía tantos miembros en su plantilla, sólo seis en la editorial, más dos asistentes a tiempo parcial, pero era extraño verlos a todos reunidos. Junto con el personal de publicidad y los encargados de ventas y producción, sumaban casi veinte personas. Divisó una silla vacía y se apresuró a sentarse tan silenciosamente como pudo. Todo el mundo estaba muy atento. En ausencia de Bill, Cinta, la encargada de ventas y marketing, se había ofrecido a representar a la empresa. Más sinuosa que nunca vestida con un ceñido traje, estaba dando un caluroso discurso de bienvenida al nuevo equipo que iba a dirigirles.

Alessandro…

Al verlo, se le aceleró el corazón. Estaba sentado a un lado del atril junto a la que Cinta presentó como Donatuila Capelli, una sofisticada ejecutiva de Scala de Nueva York.

Deseó que Alessandro no se hubiera percatado de que había llegado tarde y se alegró de haber decidido arreglarse, aunque las botas que llevaba la estaban matando…

Durante unos segundos Alessandro se quedó paralizado, tras lo que respiró profundamente para intentar tranquilizarse. Era ella. La mujer que había llegado tarde era Lara Meadows. El mismo pelo rubio que recordaba, aunque mucho más largo, su gracia, su esbelta figura… Ninguna otra mujer que hubiera entrado jamás en una sala había tenido aquel efecto sobre él.

Se giró levemente hacia la derecha y observó cómo Lara cruzaba las piernas al relajarse en la silla. Las largas y hermosas piernas que recordaba estaban parcialmente cubiertas por botas que lograban captar la atención en sus suaves rodillas. Sexy, muy sexy. Sintió cómo su compostura profesional se veía alterada y cómo se excitaba.

Ella había tenido el descaro de llegar tarde. No sabía qué era el respeto.

Lara giró la cabeza y vio una perfecta mano apoyada en una rodilla. Sabía que si giraba la cabeza aún más podría ver la cara de Alessandro. Lo hizo y vio que él estaba frunciendo el ceño mientras miraba al suelo. Incluso desde aquella distancia podía ver claramente que seguía manteniendo las mismas densas y oscuras pestañas y que conservaba la belleza de sus clásicas facciones.

Parecía más serio de lo que había esperado, pero ante algo que Donatuila Capelli dijo levantó la mirada y esbozó una educada sonrisa, sonrisa que provocó que ella sintiera que todos los músculos de su cuerpo se alteraban. Observó que seguía teniendo los mismos maravillosos ojos, tan expresivos y sofisticados como hacía seis años.

Ignorando que tenía el pulso acelerado, se quedó sentada muy rígida en su silla. Alessandro no le afectaba. Había dejado de hacerlo hacía mucho tiempo… Era el hombre que se había despedido de ella con un beso para después casarse con otra persona. Pero cuando él se levantó y dio un pequeño discurso con su preciosa voz con acento italiano, recordó por qué se había enamorado de él, recordó por qué había perdido la cabeza de aquella manera.

Se preguntó si la habría visto…

Alessandro miró a las personas reunidas en la sala de conferencias, pero evitó la última fila y a la rubia que había dejado una profunda huella en su alma.

En circunstancias normales era un administrador muy tolerante. Cuando le enviaban para hacerse cargo de la adquisición de una empresa y lograr que volviera a ser competente, lo que acostumbraba hacer era asegurarles a los empleados su puesto de trabajo, ofrecerles un aumento de sueldo y una mejora en sus condiciones de trabajo.

Pero desafortunadamente había algunas situaciones en la vida en las que un hombre se veía obligado a demostrar su autoridad. Aquella actitud irreverente que tenían algunos australianos, aquella tranquilidad, debía ser analizada. Y la arrogancia que habían mostrado algunos empleados de aquella triste empresa debía desaparecer por completo. Iba a hacerles temblar un poco mientras les mostraba la frágil situación en la que se encontraban.

No iba a haber peleles trabajando para Scala Enterprises.

–Prepárense para algunos cambios importantes.

Al principio Lara apenas oyó las palabras que atemorizaron por completo a sus colegas. En la sala se respiraba cierta tensión, pero estaba demasiado absorta analizando a su examante como para darse cuenta de nada. Cuando lo miró a la cara se sintió embargada por una dolorosa sensación y tuvo que forzarse a contener las lágrimas. Su corazón estaba muy comprometido con él.

El Alessandro que tenía delante era incluso más sexy que el que había coqueteado con ella y le había hecho sentir la mujer más sexy del mundo tantos años atrás. Si juzgaba el buen aspecto que tenía era obvio que cuidaba mucho su alta figura. Calculó que tendría alrededor de treinta y cinco años, mientras que ella tenía sólo veintisiete. Era todo un hombre de negocios que parecía estar mucho más centrado que cuando lo había conocido.

Era todo un marchese.

Uno cuyo dulce tono de voz podía dejar clara la dura realidad.

Dejó de prestarle atención a su sexy acento italiano y se concentró en las palabras que estaba diciendo. Con cada frase que añadía saltaba una alarma, que creaba un gran impacto a los presentes en la sala, cuya preocupación se hacía palpable. Incluso la serena Donatuila lo miró en varias ocasiones con el ceño fruncido.

–Han fracasado como empresa –acusó él en un momento dado–. Y yo pretendo rescatarlos, por muy doloroso que pueda llegar a ser. A finales de la semana que viene la señora Capelli y yo acudiremos a la Convención Internacional del Libro, en Bangkok, como delegados. Antes de marcharnos habremos reorganizado Stiletto Publishing. Entonces estarán en el camino de transformar una empresa aislada en una importante compañía parte de una organización global. Obviamente todos requerirán cierta reeducación. Algunos incluso deberán emplear su tiempo libre.

Una gran inquietud se apoderó de los presentes, pero Alessandro continuó hablando con una inexorable tranquilidad.

–Cada proyecto editorial será analizado con microscopio, así como también lo será cada empleo. De aquéllos que mantengan su puesto de trabajo espero dedicación. Así mismo se espera lo mejor de las personas que forman parte de Scala Enterprises. Y esto se aplica a todo: a los proyectos personales, a los plazos que hay que cumplir, a la puntualidad… Y me refiero a la puntualidad en todos los aspectos: a la llegada al trabajo, al regresar de los descansos, al asistir a reuniones…

Sintiéndose muy culpable, Lara se echó para atrás en la silla mientras observaba como él miraba a cada empleado a la cara. Cuando posó sus ojos en ella, muy acalorada, no sintió ningún cambio en su expresión. Parecía no haberla reconocido. Parecía no querer verla.

–Creo que debería advertirles… –añadió Alessandro con una letal suavidad– no soporto la impuntualidad. No me gusta que me hagan esperar. En Scala no se permite la debilidad humana. Exigimos que nuestros empleados cumplan con sus obligaciones. Durante los siguientes días la señora Capelli y yo nos veremos con cada uno de ustedes. Prepárense para defender el derecho a mantener sus puestos de trabajo.

Los empleados de Stiletto Publishing se quedaron muy impresionados ante aquello. A continuación Alessandro les agradeció a todos su atención y les pidió que se marcharan.

Lara se levantó y se dirigió a la puerta de la sala junto a sus compañeros. Pero una vez fuera se detuvo al plantearse si no debía hablar con Alessandro, si no debía romper el hielo. Volvió a entrar en la sala de conferencias, pero él ya se había marchado, sin duda con mucha prisa de empezar la sangría. Vaciló durante un segundo. Se planteó si sería inteligente interrumpirle en aquel momento. Parecía tan eficiente y distante que quizá no fuera la mejor ocasión para reavivar su antigua relación. Aunque tal vez fuera útil por lo menos informarle de su presencia. Lo último que quería era darle la impresión de que estaba nerviosa por algo.

Pensando en aquello y con el pulso muy acelerado, se dirigió al que había sido el despacho de Bill. La puerta estaba cerrada, probablemente por primera vez en su historia. Se quedó allí de pie durante unos segundos mientras respiraba profundamente. Era una mujer valiente, fuerte. Era madre.

Ignorando lo acelerado que tenía el corazón, levantó el puño y llamó. Estaba a punto de intentarlo de nuevo cuando Donatuila apareció por una esquina y se acercó a ella a toda prisa.

–¿Quieres algo? –le preguntó, dirigiéndole una fría mirada.

–He… he venido a ver a Alessandro.

–Para ti el señor Vincenti, cariño. ¿Cómo te llamas?

–Lara –contestó ella, indicando la puerta del despacho–. ¿Está él…?

–No, no está –la interrumpió Donatuila–. Y te sugiero que vuelvas a tu mesa y esperes tu turno. El señor Vincenti te recibirá, al igual que a todo el mundo –añadió justo antes de abrir la puerta del despacho y entrar dentro.

Lara observó cómo cerraba la puerta prácticamente en su cara y sintió cierta indignación. Se planteó que tal vez había sido un error intentar hablar con Alessandro en privado.

Estaba a punto de marcharse cuando la puerta se abrió de nuevo y Alessandro salió del despacho. La miró fijamente a los ojos.

Aturdida, ella pensó que había olvidado lo bien que olía. Su masculina fragancia la embargó.

–Oh, Alessandro –dijo–. Simplemente pensé en venir a… saludarte.

Algo brilló en los ojos de él, que durante una fracción de segundo esbozó una mueca. Entonces se echó a un lado y le indicó que entrara al despacho.

Al entrar, Lara vio que habían colocado otro escritorio junto al de Bill, que era enorme. Donatuila Capelli estaba sentada allí mientras analizaba una gruesa carpeta.

Alessandro la miró y sujetó la puerta abierta.

–Tuila, por favor, discúlpanos. Tardaremos un segundo.

Donatuila se marchó entonces del despacho, no sin antes dirigirle la Lara una abrasadora mirada.

Él cerró la puerta y ambos se quedaron a solas. De nuevo.

Lara había olvidado lo intensamente magnético que era el italiano. Era algo más profundo que sus preciosos ojos oscuros y dura belleza masculina. Tenía algo que la atraía de manera visceral.

Debía controlarse ya que Alessandro estaba casado. Pero su cuerpo no comprendía razones. Sus sentidos, sus instintos, su parte más femenina se sentían extremadamente atraídos hacia él. Sabía que no podía esperar que la besara, había pasado mucho tiempo y estaba casado, pero cada célula de su cuerpo estaba deseando lanzarse a sus brazos.

–¿Sí? –preguntó entonces Alessandro con una fría cortesía–. ¿Necesitas algo?