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Seis años después Un sexy italiano debería ser suficiente para alegrarle la vida a Lara. Si no fuera porque ese hombre tan increíble no era solo su nuevo jefe, sino la última persona que ella esperaba ver de nuevo… ¡y el padre de su hija! Ahora se encontraba a las órdenes de Alessandro y él tenía en mente algo más que trabajo. ¿Cómo debía contarle que tenía una hija? Él le había pedido que entrara en su despacho, ¡pero sus exigencias se habían extendido al dormitorio! Pasión oriental Rafiq Al-Qadim era un tipo poco corriente: un príncipe mitad árabe mitad francés que ponía por encima de todo su orgullo y su lealtad a la familia... Y eso era algo que Melanie había descubierto hacía ocho años, cuando se había enamorado de él. Después, Rafiq había preferido creer unas terribles mentiras sobre ella y la había sacado de su vida sin pensárselo dos veces... Pero Melanie nunca había dejado de quererlo y, sin que él lo supiera, había tenido un hijo suyo. Había llegado el momento en el que Robbie necesitaba a su padre y ella tenía que sacar fuerzas de flaqueza para enfrentarse a Rafiq. Melanie había tomado la determinación de hacer que aceptara a su hijo... aunque se negara a perdonarla a ella...
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Seitenzahl: 360
Veröffentlichungsjahr: 2024
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 90 - septiembre 2024
© 2009 Ann Cleary
Seis años después
Título original: At the Boss’s Beck and Call
© 2002 Michelle Reid
Pasión oriental
Título original: The Arabian Love-Child
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012 y 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-052-5
Créditos
Seis años después
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciseis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Pasión oriental
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Sólo llegaba unos minutos tarde. No tenía que preocuparse.
Al bajarse del abarrotado autobús que la dejó en la bulliciosa George Street de Sídney una mañana de invierno y esperar para poder cruzar la calle, Lara Meadows se recordó a sí misma que era fuerte.
Era valiente y todavía guapa… Su cuerpo tenía unas bonitas curvas y su cabello una preciosa tonalidad dorada.
Se llevó la mano a la cicatriz que tenía en la parte de debajo de la nuca.
En realidad el aspecto físico no significaba nada en el mundo editorial. Lo realmente importante era que era inteligente y profesional, que era buena en su trabajo y que sabía defender sus ideas. No comprendió por qué estaba tan nerviosa…
Después de todo, Alessandro sólo era un hombre. Hacía seis años había sido extremadamente encantador, sofisticado y divertido. Tenía un brillante pelo negro, unos preciosos ojos oscuros, una sensual boca… Había sido arrebatadoramente guapo en él. Pero ella no había hecho nada de lo que debiera arrepentirse. Debía ser él el que estuviera preocupado.
Entró por las puertas de cristal del edificio Stiletto y se dirigió a toda prisa hacia los ascensores. No había nadie de su planta por allí. Seguramente todos se encontraban en la sala de conferencias, ansiosos por hacer creer a los jefes del otro lado del mundo que llegaban siempre puntuales. Ansiosos por impresionar a Alessandro.
Respiró profundamente. Había pretendido llegar a su hora, pero hacer trenzas llevaba su tiempo y a Vivi le gustaba que le quedaran perfectas. Después había tenido que llevarla andando al colegio… y no le había parecido justo apresurar a una niña de cinco años a la que le fascinaba todo lo que veía.
Se recordó a sí misma lo tolerante y fácil que había sido Alessandro. Seguro que era la última persona a la que nadie debía temer como jefe, a no ser… Repentinamente el miedo se apoderó de ella. A no ser que fuera alguien que no le había informado de algo que él podía considerar bastante importante en su vida…
Alessandro Vincenti aceptó la carpeta que le entregó la temblorosa secretaria y le dio las gracias a ésta. La mujer, empleada de Stiletto Publishing y seguramente temerosa de su futuro profesional, se dirigió hacia la puerta. Alessandro le dirigió lo que esperó fuera una sonrisa tranquilizadora. Nunca le había gustado intimidar a la gente amable.
Una vez que la mujer se hubo marchado, se echó para atrás en la silla de cuero en la que estaba sentado y abrió la carpeta. Recordó que los australianos podían ser gente interesante, aunque un poco singulares.
Forzándose a familiarizarse con el personal de la empresa, ojeó las fichas de los empleados de los distintos departamentos… si es que podía llamárseles de aquella manera. No comprendió qué habían hecho los responsables de Stiletto antes de aquel debacle.
Cuando había ojeado más o menos la mitad de las fichas, le llamó la atención un nombre. Un nombre que lo alteró por completo y que le hizo revivir ciertos sentimientos que había creído enterrados, un nombre que le recordaba plácidas tardes en las playas, un precioso cabello rubio y el olor a hierba en verano. Le empezó a bullir la sangre en las venas…
¿Podía ser? ¿Realmente podía ser…?
–Umm… Beryl –dijo, llamando a la secretaria por el interfono–. Este L. Meadows… ¿quién es? –preguntó cuando la mujer entró en el despacho.
–Es una mujer, señor Vincenti. Lara Meadows. Lleva trabajando en Stiletto más o menos seis meses. Bill… quiero decir el señor Carmichael, nuestro director, me refiero a exdirector… tenía muy buena opinión de ella.
Alessandro sintió cómo le daba un vuelco el estómago. Se forzó a que la expresión de su cara no mostrara la gran impresión que sentía. Fingió interés en otros empleados de Scala Enterprises.
–¿Y éste quién es? –continuó preguntando como si Lara Meadows nunca lo hubiera humillado, como si nunca le hubiera hecho sentir un torbellino de emociones–. ¿Y éste?
Le pareció increíble haber encontrado a Lara después de tantos años. Era impresionante que trabajara para la empresa que Scala Enterprises había decidido establecer como su punto de apoyo en el hemisferio sur. Frunció el ceño. Se quedó pensativo. El destino le había hecho coincidir de nuevo con su Larissa.
Pensó que seguramente estaría casada, aunque obviamente había mantenido su apellido de soltera tras la boda. Se habría casado con algún estúpido al que no le importara que lo humillaran.
No le extrañaba que Bill hubiera tenido tan buena opinión de ella. Se atrevía a sospechar que la atracción que sin duda había sentido por Lara había sido lo que le había llevado a la ruina…
La situación en la que se encontraba era muy irónica. Tanto si Lara había sido consciente de ello como si no, había habido un momento en el que había tenido su destino en sus manos. Y en aquel momento era él el que tenía el destino laboral de ella en las suyas…
La venganza, un plato que era mejor servir frío, siempre había sido la táctica favorita de su madre. Se planteó si seis años habrían sido suficientes para apagar el fuego que lo había consumido y que había terminado con su dignidad.
En realidad iba a ser muy interesante volver a verla, ver cómo estaba y cómo se enfrentaba a él.
Mientras Lara se miraba en el espejo del ascensor, pensó que Alessandro podría estar calvo o tener una gran barriga. Pero cuando comenzó a acercarse a la sala de conferencias, le temblaron las piernas. Tenía miedo. Aunque, a pesar de todo, estaba emocionada. La idea de volver a verlo la tenía muy alterada.
Se planteó si el italiano la recordaría con la misma intensidad que ella lo recordaba a él. Por lo que le habían contado de su vida, tal vez ni siquiera la recordara. Era todo un playboy.
Se detuvo en la puerta de la sala de conferencias e intentó tranquilizarse, pero le resultó imposible.
Había conocido a Alessandro hacía seis años, cuando había ofrecido su primera y única conferencia internacional acerca de uno de sus libros. El acto se había celebrado en Sídney ya que la editorial para la que trabajaba en aquel momento no había tenido dinero para ofrecer la conferencia en el exterior. Había sido su primera conferencia, su primer… todo.
En la fiesta que se había celebrado había habido una gran conexión entre ambos y a ello habían seguido unos días maravillosos. Habían dado largos paseos, habían conversado acerca de literatura, música, Shakespeare… de todo lo que a ella le apasionaba.
Él se había negado a describirse a sí mismo como italiano o más concretamente veneciano. Riéndose, le había dicho que era ciudadano del mundo y había mostrado un gran respeto ante las ideas que ella había expresado. Nunca antes se había sentido tan fascinada al conversar con nadie, tan emocionada, tan encantada. Y cuando había descubierto el origen del apellido de su acompañante…
Lo había buscado en internet y se había quedado impresionada. Alessandro se había mostrado renuente a contestar al bombardeo de preguntas que le había realizado, pero finalmente le había contado parte de la historia de su rama de los Vincenti venecianos. Sus antepasados habían sido marqueses desde los principios de la república veneciana. Y aquellos marqueses habían pertenecido a las familias nobles que habían elegido a cada dux que había gobernado el país.
Todos sus antepasados habían gozado del título de Marchese d´Isole Veneziane Minori.
Finalmente él, ante su insistencia, le había confesado que era el marchese de la familia en aquellos momentos. Era marqués, el Marchese d´Isole Veneziane Minori.
¡Se había quedado tan impresionada! Recordó el momento en el que Alessandro se lo había contado, durante la primera tarde que habían acudido a la playa. Recordó el bronceado cuerpo del italiano tumbado a su lado y la manera en la que la había mirado con aquellos preciosos ojos oscuros. Momentos después la había besado por primera vez. Por la noche habían cenado juntos y más tarde…
Incluso después de tantos años, al recordar el hotel Seasons sintió cómo un escalofrío le recorría por dentro. Si las paredes de aquella suite hubieran sido capaces de hablar…
La semana que había planeado pasar él en Australia se había convertido en dos, después en tres, y más tarde se alargó durante todo el verano hasta que ya no pudo seguir retrasando su regreso al Harvard Business School, el siguiente destino al que le enviaba su empresa.
La última vez que lo había visto subiendo por las escalerillas del avión había tenido la mirada empañada debido a las lágrimas, pero la promesa que le había hecho Alessandro le había ayudado a seguir adelante.
El pacto.
Como siempre le ocurría cuando pensaba en ello, sintió cómo le daba un vuelco el estómago. Habría mantenido su parte del pacto si hubiera podido, pero el destino se había interpuesto. Como una tonta, habría ido a recibirlo, por si acaso él había decido regresar. Pero se habían desatado los incendios en los montes, había ocurrido lo de su padre, la angustiosa época que había pasado en el hospital. Y después… Después había sufrido una grave crisis de identidad.
Pero Alessandro no sabía nada de aquello. Reunió todo su coraje y abrió la puerta de la sala de conferencias.
La sala parecía estar repleta. Stiletto no tenía tantos miembros en su plantilla, sólo seis en la editorial, más dos asistentes a tiempo parcial, pero era extraño verlos a todos reunidos. Junto con el personal de publicidad y los encargados de ventas y producción, sumaban casi veinte personas. Divisó una silla vacía y se apresuró a sentarse tan silenciosamente como pudo. Todo el mundo estaba muy atento. En ausencia de Bill, Cinta, la encargada de ventas y marketing, se había ofrecido a representar a la empresa. Más sinuosa que nunca vestida con un ceñido traje, estaba dando un caluroso discurso de bienvenida al nuevo equipo que iba a dirigirles.
Alessandro…
Al verlo, se le aceleró el corazón. Estaba sentado a un lado del atril junto a la que Cinta presentó como Donatuila Capelli, una sofisticada ejecutiva de Scala de Nueva York.
Deseó que Alessandro no se hubiera percatado de que había llegado tarde y se alegró de haber decidido arreglarse, aunque las botas que llevaba la estaban matando…
Durante unos segundos Alessandro se quedó paralizado, tras lo que respiró profundamente para intentar tranquilizarse. Era ella. La mujer que había llegado tarde era Lara Meadows. El mismo pelo rubio que recordaba, aunque mucho más largo, su gracia, su esbelta figura… Ninguna otra mujer que hubiera entrado jamás en una sala había tenido aquel efecto sobre él.
Se giró levemente hacia la derecha y observó cómo Lara cruzaba las piernas al relajarse en la silla. Las largas y hermosas piernas que recordaba estaban parcialmente cubiertas por botas que lograban captar la atención en sus suaves rodillas. Sexy, muy sexy. Sintió cómo su compostura profesional se veía alterada y cómo se excitaba.
Ella había tenido el descaro de llegar tarde. No sabía qué era el respeto.
Lara giró la cabeza y vio una perfecta mano apoyada en una rodilla. Sabía que si giraba la cabeza aún más podría ver la cara de Alessandro. Lo hizo y vio que él estaba frunciendo el ceño mientras miraba al suelo. Incluso desde aquella distancia podía ver claramente que seguía manteniendo las mismas densas y oscuras pestañas y que conservaba la belleza de sus clásicas facciones.
Parecía más serio de lo que había esperado, pero ante algo que Donatuila Capelli dijo levantó la mirada y esbozó una educada sonrisa, sonrisa que provocó que ella sintiera que todos los músculos de su cuerpo se alteraban. Observó que seguía teniendo los mismos maravillosos ojos, tan expresivos y sofisticados como hacía seis años.
Ignorando que tenía el pulso acelerado, se quedó sentada muy rígida en su silla. Alessandro no le afectaba. Había dejado de hacerlo hacía mucho tiempo… Era el hombre que se había despedido de ella con un beso para después casarse con otra persona. Pero cuando él se levantó y dio un pequeño discurso con su preciosa voz con acento italiano, recordó por qué se había enamorado de él, recordó por qué había perdido la cabeza de aquella manera.
Se preguntó si la habría visto…
Alessandro miró a las personas reunidas en la sala de conferencias, pero evitó la última fila y a la rubia que había dejado una profunda huella en su alma.
En circunstancias normales era un administrador muy tolerante. Cuando le enviaban para hacerse cargo de la adquisición de una empresa y lograr que volviera a ser competente, lo que acostumbraba hacer era asegurarles a los empleados su puesto de trabajo, ofrecerles un aumento de sueldo y una mejora en sus condiciones de trabajo.
Pero desafortunadamente había algunas situaciones en la vida en las que un hombre se veía obligado a demostrar su autoridad. Aquella actitud irreverente que tenían algunos australianos, aquella tranquilidad, debía ser analizada. Y la arrogancia que habían mostrado algunos empleados de aquella triste empresa debía desaparecer por completo. Iba a hacerles temblar un poco mientras les mostraba la frágil situación en la que se encontraban.
No iba a haber peleles trabajando para Scala Enterprises.
–Prepárense para algunos cambios importantes.
Al principio Lara apenas oyó las palabras que atemorizaron por completo a sus colegas. En la sala se respiraba cierta tensión, pero estaba demasiado absorta analizando a su examante como para darse cuenta de nada. Cuando lo miró a la cara se sintió embargada por una dolorosa sensación y tuvo que forzarse a contener las lágrimas. Su corazón estaba muy comprometido con él.
El Alessandro que tenía delante era incluso más sexy que el que había coqueteado con ella y le había hecho sentir la mujer más sexy del mundo tantos años atrás. Si juzgaba el buen aspecto que tenía era obvio que cuidaba mucho su alta figura. Calculó que tendría alrededor de treinta y cinco años, mientras que ella tenía sólo veintisiete. Era todo un hombre de negocios que parecía estar mucho más centrado que cuando lo había conocido.
Era todo un marchese.
Uno cuyo dulce tono de voz podía dejar clara la dura realidad.
Dejó de prestarle atención a su sexy acento italiano y se concentró en las palabras que estaba diciendo. Con cada frase que añadía saltaba una alarma, que creaba un gran impacto a los presentes en la sala, cuya preocupación se hacía palpable. Incluso la serena Donatuila lo miró en varias ocasiones con el ceño fruncido.
–Han fracasado como empresa –acusó él en un momento dado–. Y yo pretendo rescatarlos, por muy doloroso que pueda llegar a ser. A finales de la semana que viene la señora Capelli y yo acudiremos a la Convención Internacional del Libro, en Bangkok, como delegados. Antes de marcharnos habremos reorganizado Stiletto Publishing. Entonces estarán en el camino de transformar una empresa aislada en una importante compañía parte de una organización global. Obviamente todos requerirán cierta reeducación. Algunos incluso deberán emplear su tiempo libre.
Una gran inquietud se apoderó de los presentes, pero Alessandro continuó hablando con una inexorable tranquilidad.
–Cada proyecto editorial será analizado con microscopio, así como también lo será cada empleo. De aquéllos que mantengan su puesto de trabajo espero dedicación. Así mismo se espera lo mejor de las personas que forman parte de Scala Enterprises. Y esto se aplica a todo: a los proyectos personales, a los plazos que hay que cumplir, a la puntualidad… Y me refiero a la puntualidad en todos los aspectos: a la llegada al trabajo, al regresar de los descansos, al asistir a reuniones…
Sintiéndose muy culpable, Lara se echó para atrás en la silla mientras observaba como él miraba a cada empleado a la cara. Cuando posó sus ojos en ella, muy acalorada, no sintió ningún cambio en su expresión. Parecía no haberla reconocido. Parecía no querer verla.
–Creo que debería advertirles… –añadió Alessandro con una letal suavidad– no soporto la impuntualidad. No me gusta que me hagan esperar. En Scala no se permite la debilidad humana. Exigimos que nuestros empleados cumplan con sus obligaciones. Durante los siguientes días la señora Capelli y yo nos veremos con cada uno de ustedes. Prepárense para defender el derecho a mantener sus puestos de trabajo.
Los empleados de Stiletto Publishing se quedaron muy impresionados ante aquello. A continuación Alessandro les agradeció a todos su atención y les pidió que se marcharan.
Lara se levantó y se dirigió a la puerta de la sala junto a sus compañeros. Pero una vez fuera se detuvo al plantearse si no debía hablar con Alessandro, si no debía romper el hielo. Volvió a entrar en la sala de conferencias, pero él ya se había marchado, sin duda con mucha prisa de empezar la sangría. Vaciló durante un segundo. Se planteó si sería inteligente interrumpirle en aquel momento. Parecía tan eficiente y distante que quizá no fuera la mejor ocasión para reavivar su antigua relación. Aunque tal vez fuera útil por lo menos informarle de su presencia. Lo último que quería era darle la impresión de que estaba nerviosa por algo.
Pensando en aquello y con el pulso muy acelerado, se dirigió al que había sido el despacho de Bill. La puerta estaba cerrada, probablemente por primera vez en su historia. Se quedó allí de pie durante unos segundos mientras respiraba profundamente. Era una mujer valiente, fuerte. Era madre.
Ignorando lo acelerado que tenía el corazón, levantó el puño y llamó. Estaba a punto de intentarlo de nuevo cuando Donatuila apareció por una esquina y se acercó a ella a toda prisa.
–¿Quieres algo? –le preguntó, dirigiéndole una fría mirada.
–He… he venido a ver a Alessandro.
–Para ti el señor Vincenti, cariño. ¿Cómo te llamas?
–Lara –contestó ella, indicando la puerta del despacho–. ¿Está él…?
–No, no está –la interrumpió Donatuila–. Y te sugiero que vuelvas a tu mesa y esperes tu turno. El señor Vincenti te recibirá, al igual que a todo el mundo –añadió justo antes de abrir la puerta del despacho y entrar dentro.
Lara observó cómo cerraba la puerta prácticamente en su cara y sintió cierta indignación. Se planteó que tal vez había sido un error intentar hablar con Alessandro en privado.
Estaba a punto de marcharse cuando la puerta se abrió de nuevo y Alessandro salió del despacho. La miró fijamente a los ojos.
Aturdida, ella pensó que había olvidado lo bien que olía. Su masculina fragancia la embargó.
–Oh, Alessandro –dijo–. Simplemente pensé en venir a… saludarte.
Algo brilló en los ojos de él, que durante una fracción de segundo esbozó una mueca. Entonces se echó a un lado y le indicó que entrara al despacho.
Al entrar, Lara vio que habían colocado otro escritorio junto al de Bill, que era enorme. Donatuila Capelli estaba sentada allí mientras analizaba una gruesa carpeta.
Alessandro la miró y sujetó la puerta abierta.
–Tuila, por favor, discúlpanos. Tardaremos un segundo.
Donatuila se marchó entonces del despacho, no sin antes dirigirle la Lara una abrasadora mirada.
Él cerró la puerta y ambos se quedaron a solas. De nuevo.
Lara había olvidado lo intensamente magnético que era el italiano. Era algo más profundo que sus preciosos ojos oscuros y dura belleza masculina. Tenía algo que la atraía de manera visceral.
Debía controlarse ya que Alessandro estaba casado. Pero su cuerpo no comprendía razones. Sus sentidos, sus instintos, su parte más femenina se sentían extremadamente atraídos hacia él. Sabía que no podía esperar que la besara, había pasado mucho tiempo y estaba casado, pero cada célula de su cuerpo estaba deseando lanzarse a sus brazos.
–¿Sí? –preguntó entonces Alessandro con una fría cortesía–. ¿Necesitas algo?
Ansiosa, ella realizó un movimiento involuntario para tocarlo. Consternada, vio como él apartaba la mano… discreta pero firmemente.
–Te-te acuerdas de mí, ¿verdad? Lara…
–Vagamente. Nos conocimos en la Convención Internacional del Libro, aquí en Sídney, ¿no es así? –respondió Alessandro, mirándola con frialdad a los ojos para a continuación comprobar la hora en su reloj–. ¿Puedo ayudarte? ¿Quieres algo en particular?
Impresionada, ella se quedó mirándolo fijamente durante un momento, tras lo que negó con la cabeza.
–Bueno, no. Sólo quería… saludarte.
–Realmente no tengo tiempo para recordar viejos tiempos –contestó él, exasperado–. Estoy seguro de que lo comprendes… tenemos una agenda muy apretada. Así que… a no ser que haya algo específico…
–No, no hay nada específico –respondió Lara, impactada–. Nada que merezca la pena mencionar. Si-siento mucho haber interrumpido tu trabajo.
Se marchó de aquel despacho esbozando una fría y orgullosa sonrisa… aunque nunca antes se había sentido más humillada.
Una vez a solas en su despacho, Alessandro pensó que Lara se había merecido aquel rechazo. No comprendía cómo había tenido la poca vergüenza de presentarse en su despacho y reclamarlo como amigo. Pero se preguntó por qué tenía que parecer tan…
Le dio un vuelco el estómago. Era simplemente una rubia más. El mundo estaba repleto de rubias bellas. Aunque si no… si no la hubiera mirado a los ojos…
En el despacho de Lara, sus compañeros estaban muy agitados.
–¡Que no se permite la debilidad humana! ¿Lo habéis oído? ¡Vaya estupidez!
–¿Habéis visto sus ojos? ¿Cómo puede ser alguien tan caliente y heladoramente frío al mismo tiempo?
–Caliente, cruel y despiadado. Sólo tenéis que mirarle la boca. Oh… –comentó una joven del despacho– esa boca…
Lara se sentó en silencio en su escritorio mientras los demás intercambiaban opiniones. Intentó asimilar que el nuevo y frío Alessandro no sentía nada por ella, ni siquiera amistad. Aun así, se sentía ridículamente afectada ante todo lo que decían de él.
–Supongo que debíamos haber esperado algo así –dijo Kirsten, la jefa del despacho–. Scala no es precisamente una empresa dedicada a la caridad. Tal vez incluso nos venga bien un poco de organización. Y supongo que todos podemos defender nuestros puestos, ¿no os parece? Y, de todas maneras, ese tipo no estará por aquí mucho tiempo. No podrá descubrir nuestros encantos.
Lara intentó con todas sus fuerzas que la expresión de su cara no revelara nada. ¿Qué dirían sus compañeros si descubrieran que Alessandro ya había descubierto sus encantos? Recordaba aquella suite del Seasons como uno de los lugares sagrados de Sídney.
Jamás olvidaría la última tarde que habían pasado juntos.
Antes de haber conocido a Alessandro, jamás había estado en un hotel realmente caro. Él se había alojado en una preciosa suite con unas vistas espectaculares a la bahía. Ella había temido el amanecer de aquel día con cada poro de su cuerpo. Había sido el más bonito y el más duro. Cada segundo había sido precioso y cada momento agridulce. El adiós había estado demasiado cerca.
Había hecho todo lo que había podido para ocultar lo angustiada que estaba. Después de comer Alessandro la había llevado a su habitación; le había dicho que para reflexionar sobre las cosas.
Allí había servido champán y habían brindado.
Antes de que ella hubiera podido beberse su copa, él se la había quitado de las manos con delicadeza y la había dejado sobre una mesa. Entonces la había mirado a los ojos con intensidad, tras lo que la había comenzado a desnudar. Una vez desnuda, la había llevado a su cama…
Había sido maravilloso. Tan sincero y conmovedor. Fue uno de sus encuentros sexuales más apasionados. Después, tumbada a su lado en la cama mientras le acariciaba en cuerpo con ternura, reunió todo su coraje.
–Sabes, Alessandro… –había comenzado a decir con voz temblorosa– te echaré de menos. Desearía que no tuvieras que marcharte.
Él había guardado silencio durante lo que pareció una eternidad.
–Tengo que marcharme –había dicho finalmente con un profundo tono de voz–. Yo también he estado pensando, tesoro, y quería proponerte algo. ¿Por qué no vienes conmigo?
–¿Qué? –había contestado Lara, impresionada–. ¿Te refieres a… América?
–Claro, a América, ¿por qué no? Te encantaría. Es sólo por unos meses. Cuando termine el semestre regreso a Italia. Y puedes venir a casa conmigo.
Ella no respondió de inmediato. Pensó en sus padres, en su trabajo, en el hecho de que se embarcaría en una gran aventura con un hombre que apenas conocía. Le resultó emocionante y aterrador al mismo tiempo.
–Seríamos… una pareja –había añadido Alessandro.
Emocionada, Lara había pensado que había encontrado al hombre de su vida. Un hombre increíblemente bello y fantástico. Un hombre culto con el que podía hablar. Un hombre con el que podía compartir los secretos de su alma.
Pero su parte racional le había hecho plantearse qué tipo de compromiso estaba ofreciendo realmente él y qué habría querido decir con la palabra pareja. ¿Amantes? ¿Compañeros?
–Vaya –había contestado–. Eso sería… maravilloso. Estoy abrumada, sinceramente, Alessandro. Me siento honrada.
–Honrada –había repetido él con un extraño brillo reflejado en los ojos.
Ella se había angustiado al pensar que lo había herido.
–¿Es ésta tu manera de decir que no, tesoro? –había preguntado Alessandro con una gran dignidad.
–No, no –se había apresurado Lara a asegurar–. En absoluto. Es sólo que… Bueno, ya sabes… ha sido tan… repentino. Necesito unos minutos para asimilarlo. Pero… espera. No tengo pasaporte –añadió, aliviada ante aquella perfecta excusa para retrasar su decisión.
Pero él frunció el ceño y negó con la cabeza como si aquel pequeño obstáculo no supusiera ningún problema en el mundo civilizado del que procedía.
–Puedo cambiar mi vuelo –sugirió–. Podemos organizarlo para que tengas el pasaporte en veinticuatro horas.
En aquel momento a ella se le ocurrió la idea del pacto. La prueba de amor.
–Está bien. No, espera. Mira, tengo una idea… Alessandro, cariño… –dijo. Jamás se había referido a él de aquella manera–. Todo ha ocurrido muy rápido. Tal vez… tal vez deberíamos darnos la oportunidad de estar seguros de que estamos haciendo lo correcto.
–¿No estás segura de querer estar conmigo? –respondió él.
–Lo estoy. Claro que sí. Pero me gustaría tener un poco de tiempo para organizarme. Ya sabes, tendría que despedirme de mi madre y de mi padre… y avisar en el trabajo. Y quizá tú también tengas que pensar en ello. Si nos damos un poco de tiempo para pensar… podríamos hacer algo como lo que hicieron en aquella película. ¿Has visto alguna vez Algo para recordar, con Cary Grant y Deborah Kerr?
Alessandro no había visto aquel clásico ni le entusiasmaba la idea de separarse de Lara unas semanas. Pero, con reservas, había accedido.
Ella había sido muy joven y había creído sinceramente que era lo correcto. Lo inteligente. Si su marchese se hubiera encontrado con ella en lo alto del Centrepoint Tower de Sídney seis semanas después, se habría sentido como en el cielo.
Pero tristemente había resultado que su instinto había sido acertado.
Aunque ella hubiera sido capaz de llegar al Centrepoint Tower a las cuatro de la tarde de aquel fatídico miércoles, Alessandro no habría estado allí. Y lo sabía porque había descubierto que durante todo el tiempo que había estado seduciéndola, su novia había estado en Italia preparando la boda de ambos.
Había averiguado todo aquello después. Pero en ocasiones sentía cierto desasosiego al pensar que tal vez él había volado hasta Sídney sólo para descubrir que ella no se había presentado a su cita. Aunque siempre racionalizaba su miedo y se aseguraba a sí misma que no lo habría hecho. Cuando había visto la noticia de su boda en la revista que había estado ojeando en la consulta del doctor, el mundo se le había venido encima y se había dado cuenta de lo tonta que había sido; había estado ansiosa por acudir a su cita con Alessandro en la torre y lo habría hecho si no hubiera sido por el cruel destino…
–Oye, cariño, despierta –dijo Josh, el compañero que tenía justo enfrente–. ¿Qué crees que quiso decir con eso de que tal vez tengamos que emplear nuestro tiempo libre?
–¡De ninguna manera lo haré! –espetó Lara–. ¿Qué pasaría con Vivi?
–No tienes que preocuparte. Dile que tienes una pequeña boca que alimentar y él mirará tus grandes ojos azules y se derretirá. A los italianos les encantan los niños.
–¿Tú crees? –respondió ella, sintiendo que se alteraba por dentro–. ¿Dónde has oído eso?
–Es cierto. Los italianos verdaderos, los que son de Italia, sienten adoración por la familia. Lo sé porque leí un artículo al respecto el mes pasado en Alpha –explicó Josh.
Lara también había leído aquello sobre los italianos. El espanto que les causaban las familias rotas y que los niños crecieran sin ambos progenitores.
Se planteó si le hablaría a Alessandro de Vivi. Sabía que él tenía derecho a conocer la existencia de su hija, pero le asustaba mucho la posibilidad de que fuera uno de aquellos hombres que robaban a sus hijos y se los llevaban del país. Su pequeña Vivi no era ningún árbol que poder trasplantar a Londres o Venecia. Tenía cinco años y todo lo que conocía era Newtown, su abuela, su colegio, el parque…
Tras la reacción que Alessandro había tenido ante ella aquella mañana, tenía que decidir qué contarle y cómo hacerlo.
Las entrevistas comenzaron tras el descanso matutino y la gente salía del despacho de los nuevos gerentes con expresión de preocupación, indignados por algo que había dicho Donatuila o comentando lo siniestro que era Alessandro. Lo aterrador que era. Lo guapo que era.
–Oh, Dios mío, ¿has visto sus ojos? –dijo alguien, susurrando–. Tiene unas pestañas larguísimas.
–Y su voz –respondió otra persona–. Ese acento. Es como de Londres mezclado con italiano, ¿verdad?
–No es un acento ordinario italiano. Es siciliano.
En un momento dado comenzó a correr el rumor de que David, de finanzas, había sido despedido. Lara esperó el momento de su entrevista muy angustiada, contemplando las cosas que le diría al extraño que era el padre de su hija…
Beryl asomó la cabeza por la puerta del despacho de Alessandro.
–Perdóneme, señor Vincenti, los constructores han llegado.
Él le dio las gracias, le dijo a Tuila que se tomara un descanso y se levantó para enseñarle al arquitecto las oficinas. Discutió con éste el diseño de las salas mientras los demás hombres tomaban medidas. Explicó que con la distribución que había en aquel momento los despachos estaban muy abarrotados. Parecía que todo el mundo había salido a comer, pero repentinamente vio una cabeza rubia agachada sobre la máquina de café de los empleados. Volvió a sentir que le faltaba el aire…
Observó cómo Lara Meadows se giraba para responder sonriendo a uno de los constructores. Un intenso deseo se apoderó de él.
Se apartó a un lado para dejar de observar la tentación que ella representaba y escuchó con atención lo que le explicaba el arquitecto… mientras luchaba contra las llamaradas que le estaban recorriendo por dentro.
Necesitaba disciplina. No podía negar que la presencia de Lara lo había alterado muchísimo, pero iba a tener que controlarse. Mientras regresaba a su despacho tras haber terminado de hablar con el arquitecto, pensó que no tenía por qué ser difícil. Debía mantenerla apartada de sí hasta que se acostumbrara a la idea de volver a verla. Debía evitar oír su voz, oler su perfume…
No debía permitir que su encantadora risa le afectara.
Debía cancelar la entrevista con ella. No tenía deseo alguno de volver a estar a solas con ella… ¿o sí?
Según iba avanzando la tarde, Lara se sintió cada vez más nerviosa. Todo el mundo de su departamento había realizado su entrevista, todos menos ella. Incluso habían comenzado a llamar a gente de otros departamentos. Se preguntó si Alessandro estaría haciéndole esperar a propósito.
Tal vez quería que se quedara hasta más tarde de las cinco para compensar por haber llegado tarde por la mañana. Pero su madre estaría esperándola con Vivi, ansiosa por poder acudir a su clase de oboe.
Se planteó si sería correcto hacer partícipe a Alessandro de la vida de su hija. Ni siquiera sabía si le gustaban los niños y sería terrible hacerlo si resultaba una mala influencia. Pensó en la esposa de él, que se convertiría en madrastra de Vivi, y se sintió horrorizada al recordar la mala imagen de las madrastras. Tal vez incluso el matrimonio Vincenti tuviera hijos, hijos que sentirían cierto rechazo ante una hermana sorpresa.
Quizá incluso el mismo Alessandro sintiera lo mismo. Después de todo, el mundo estaba repleto de hombres que tenían hijos de anteriores relaciones, hijos por los que sentían una completa indiferencia.
Aunque, en realidad, una situación como aquélla podría ser lo mejor para Vivi y ella. Alteraría menos sus vidas. No habría conflictos, ni expectativas, ni recriminaciones.
Cuando faltaban trece minutos para las cinco, Lara dejó de esperar que la llamaran para su entrevista. Se quitó las botas que llevaba puestas para descansar los pies un rato antes de la caminata hasta la parada de autobús. Pero a las cinco menos once minutos una figura alta y atractiva apareció en la puerta del despacho. Todos sus compañeros guardaron silencio repentinamente. Ella levantó la vista y se encontró con la mirada de Alessandro. Sintió cómo la adrenalina le recorría el cuerpo.
–Lara –dijo él–. ¿Puedes venir?
Durante un segundo ella se quedó allí paralizada por la espectacular oscura mirada de Alessandro. Entonces, como un ser dominado por una fuerza irresistible, se levantó. Al hacerlo, sintió cómo él le miraba las piernas. Se ruborizó al darse cuenta de que sus pies estaban cubiertos sólo por un par de medias.
–Vaya –farfulló, agarrando sus botas a toda prisa. Se sentó de nuevo para ponérselas y sintió cómo Alessandro la miraba fijamente.
Por alguna razón que desconocía, sintió una gran excitación. Pensó que él podía disfrutar de la visión de sus pies casi desnudos. Era lo más cercano que llegaría jamás a volver a ver cualquier parte de su cuerpo desnuda.
Por segunda vez aquel día, Alessandro abrió la puerta de su despacho y le indicó a Lara que entrara. Ella entró con mucho cuidado de no tocarlo. Aun así, sintió cómo se le ponía el vello de punta. Se sintió aliviada al comprobar que Donatuila no estaba.
Habían colocado unos cuantos sillones junto a la ventana para las entrevistas.
Tras lo que había ocurrido aquella mañana, esperó a ser invitada a sentarse, pero él se quedó de pie durante un momento mientras la analizaba con la mirada y esbozaba una dura mueca.
A pesar de su determinación, cuando Alessandro bajó la mirada de su boca a sus pechos, sintió que un intenso cosquilleo le recorría el cuerpo… acompañado de una gran excitación.
Un tenso silencio se apoderó entonces de la situación y se sintió forzada a romperlo.
–Alessandro…
–Te has dejado el pelo más largo –la interrumpió él en voz baja–. Por lo demás, no has cambiado.
–Sí, ahora lo llevo más largo.
Alessandro sonrió y sus profundos ojos oscuros reflejaron una gran calidez y el encanto que Lara había conocido hacía seis años.
–Vas a tener que perdonarme. Todavía estoy un poco afectado por el jet lag. Los dos hemos cambiado. Por favor… –dijo él, indicándole una silla.
Ella se sentó, aliviada al darse cuenta de que parecía que Alessandro se acordaba de su persona y de que todavía seguía siendo el amable y cortés hombre que recordaba.
Él se sentó a su vez en una silla delante de ella y abrió una carpeta con su nombre.
Lara sintió que se le aceleraba el corazón y para controlar el temblor de las manos las entrelazó en su regazo.
–No podía creérmelo cuando nos dijeron que serías tú el nuevo gerente –comentó.
–¿No? ¿Te quedaste decepcionada? –quiso saber Alessandro.
–¿Decepcionada? Bueno, claro que no. Simplemente me… me…
–¿Te pusiste algo nerviosa? No te preocupes, no tienes que defenderte. Esto será simplemente un asunto laboral –comentó él con cierta nota discordante.
–No puedo quedarme mucho tiempo –dijo ella, mirando el reloj–. Hay alguien esperándome.
–Ah –respondió Alessandro, mirándola fijamente a los ojos–. No permitiremos que hagas esperar a nadie –añadió, esbozando una sarcástica mueca.
Lara sintió cierta intranquilidad y se preguntó si él no habría dicho aquello con burla.
Alessandro bajó la mirada a la carpeta que tenía delante. Sintió un nudo en el estómago y pensó que naturalmente ella tendría a alguien esperando. Algún payaso ingenuo.
En la carpeta de Lara no había nada de interés, aparte de una dirección en Newtown y un número de teléfono. No había indicación alguna de lo que había estado haciendo durante los anteriores seis años. Fuera quien fuera quien hubiera estado encargado de Recursos Humanos en aquella empresa de pacotilla, merecía ser despedido.
Se quedó mirando la página, forzándose a no posar los ojos en Lara… aunque la imagen de ésta se había quedado grabada en su retina. Su cara seguía teniendo la misma belleza delicada. Seguro que había muchos estúpidos incapaces de contenerse ante el intenso color azul de sus ojos. Ella siempre tendría un hombre al lado.
Aunque sabía que era un riesgo, se permitió mirarla de arriba abajo y sintió que se le aceleraba el pulso a pesar de su autocontrol. Tanto si lo quería como si no, la química que había entre ambos todavía era peligrosamente potente. Y estaba seguro de que ella también la sentía.
Aparentemente parecía relajada, pero su postura denotaba cierta rigidez que sugería que sentía la carga eléctrica que se respiraba en el ambiente. Cuando lo miraba, sus pupilas estaban ligeramente dilatadas.
–Veo que comenzaste a trabajar en esta empresa en febrero –comentó él.
Lara pensó que la formalidad era la mejor opción, aunque su cuerpo no parecía estar de acuerdo.
–Sí, efectivamente.
A continuación contestó las preguntas que le hizo Alessandro acerca de sus proyectos, cada vez más consciente de la química que había entre ambos. Sabía que no debía quedarse mirándolo, que no debía obsesionarse con aquel atractivo hombre como si todavía fuera suyo… aunque no pudo evitar percatarse de que no llevaba ningún anillo puesto. Se preguntó cuál sería la razón y qué habría sido de su esposa. Se planteó que tal vez ésta y él habían acordado no llevar alianzas. Pero no podía ser. Según la revista que había leído, Giulia Morello era un personaje público perteneciente a una pudiente familia y sería muy extraño que una esposa italiana permitiera que su marido no llevara alianza.
Mientras Alessandro le preguntaba por su trabajo, analizó su cara y recordó la manera en la que acostumbraba a besarla. Sintió una extraña sensación de posesión, como si todo su ser debiera pertenecerle a él. De inmediato se sintió avergonzada y pensó que ninguno de los dos tenía ningún derecho a sentirse de aquella manera, ya que Alessandro estaba casado.
–No aparecen otros trabajos editoriales anteriores a éste en tu ficha. ¿Qué otro trabajo has hecho que te cualificara para tu puesto actual? –quiso saber él, mirándola con gran intensidad.
–Bueno, sobre todo trabajos de asistente personal. Y he estudiado mucha literatura… como tal vez recuerdes.
Tras decir aquello Lara sonrió, pero Alessandro evitó su sonrisa al bajar la mirada. Parecía que cualquier mención a su antigua relación estaba prohibida. Suponía que debía respetarlo, aunque pensó que tampoco había necesidad de tanta frialdad.
Incluso… hostilidad…
–Bill pensaba que merecía la pena darme una oportunidad con la lista de libros infantiles –se apresuró a decir para terminar con el tenso silencio que se había apoderado de la situación–. Él…
–Le gustabas –interrumpió Alessandro con la ironía reflejada en sus oscuros ojos.
–Bueno, sí –respondió ella casi a la defensiva–. Supongo que sí.
–Desde luego –dijo entonces él. Aunque lo hizo educadamente, no parecía un cumplido.
Lara sintió como si el hombre que había conocido hacía seis años estuviera detrás de una barrera. En un esfuerzo por llegar a él, se echó hacia delante y sonrió.
–Mira, Alessandro… se me hace muy extraño hablar contigo así cuando ambos nos conocemos… nos conocimos tan bien. ¿Cómo… cómo has estado?
–Creo que sería mejor si pudieras olvidar nuestra corta relación –contestó él, mirándola a los ojos–. Es algo del pasado. Lo que tengo que hacer ahora es reformar esta empresa para convertirla en un activo viable para Scala Enterprises. Prefiero centrarme en eso.
Ella se apresuró a echarse para atrás. Se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre.
–Oh, está bien. Claro. Si-si es lo que quieres.
Algo del pasado. Aquello era todo lo que significaba para Alessandro. No comprendía por qué estaba siendo tan frío y se planteó si tal vez había oído algo sobre ella. O quizá era por algo del pasado.
La posibilidad que en ocasiones se había planteado volvió a pasársele por la cabeza. Pero no podía ser. Él no podía haber vuelto a Sídney para encontrarse con ella porque nunca había tenido serias intenciones acerca de su relación. Al poco tiempo de haberse despedido de ella se había casado con otra mujer.
–Alessandro, ¿hay algo que no comprenda? Sé que es incómodo que los dos trabajemos temporalmente en el mismo lugar, pero no tiene por qué suponer un problema, ¿no es así? Seguro que podemos… dejar a un lado…
Él la miró a los ojos con gran dureza, tras lo que esbozó una enigmática sonrisa.