La pícara Olalla - Carlos Fernández Shaw - E-Book

La pícara Olalla E-Book

Carlos Fernández Shaw

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Beschreibung

La pícara Olalla reúne todos los cuentos escritos por Fernández Shaw. Fue su hijo el encargado de recolectarlos a la muerte del poeta y dramaturgo. La heterogeneidad de las piezas salta a la vista. El Rey de Thulé, por ejemplo, hace justicia a su subtítulo de "apuntes para un poema dramático". Noche de reyes es un curioso cuento infantil. Un par de relatos se enmarcan en el ajetreo cotidiano de Madrid. Sin embargo, en el cuento que da título al libro la Sierra de Guadarrama es, una vez más, la fuente de inspiración para la fantasía poética del autor.El volumen incluye también su picaresco "Poema del caracol".-

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Carlos Fernández Shaw

La pícara Olalla

Obra póstuma y única colección de cuentos del autor.

Saga

La pícara Olalla

 

Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726686524

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

DOS PALABRAS...

Mucho he dudado antes de decidirme a publicar los trabajos de mi padre que van a continuación. Mucho hubiera dudado él, a buen seguro; y si los temores que él hubiese abrigado, como autor, respecto al mérito de aquellos, no he de tenerlos yo—, que soy, honrándome en proclamarlo, su primer admirador—, sí me asalta la duda de si haré bien o mal en lo que hago...

¡Un libro de cuentos en prosa! Siempre fué su idea favorita: la de escribir una colección de cuentos o novelitas que, sin dejar de ser obra de poeta, constituyeran como una nueva fase de su labor.

¡Con qué esperanzas puso manos a la obra! ¡Y con cuánto contento escribió ese cuento serrano que da título al presente volumen y que estaba destinado a ser el primero de seis o siete más, inspirados todos en esa bendita sierra del Guadarrama, tan bondadosa siempre para el poeta! La Pícara Olalla fué el único que llegó a verse terminado; sea él, por tanto, el que encabece esta obrita, dedicada exclusivamente a dar a la publicidad trabajos en prosa, inéditos algunos, apenas conocidos otros, ninguno publicado en libro y menos aún coleccionados juntos.

Son estos trabajos, ya lo verá el lector, bien narraciones escritas en los días de juventud, en que, si el estilo del escritor no está ya completamente hecho, la fantasía vuela, en cambio, feliz, rica en imágenes; ya cuentos, donde el poeta comienza a mostrarse tal como luego había de ser; bien, por último, frutos de la época más brillante de su producción.

¿Hago bien? Estas obras póstumas, que, por no llevar el «visto bueno»del autor, corren el peligro de que el público desconfíe de ellas, deben, a mi juicio, ser cuidadas, para que esto no suceda, del modo más escrupuloso.Ybien sabe Dios que si todo el cuidado que he puesto para acertar en esta ocasión hubiese resultado inútil y fuera esta obrita una equivocación, nadie lo lamentaría más sinceramente que yo.

Que en cariño hacia mi padre y en veneración hacia su memoria no creo que nadie me pueda aventajar.

Guillermo Fernández Shaw.

___________

LA PÍCARA OLALLA

CUENTO SERRANO

Los pinos cantan...

Cantan con el aire breve, con el largo viento, con el ábrego cruel.

Cantan unos—centenarios y enormes, con acentos graves—, como cantigas de bardos viejos; otros, menos ancianos, dicen la hermosura de la vida en su robusta plenitud; los que son mozos, cantan alegremente, como si a sí mismos se arrullaran con lindas trovas...

Y cuando el soplo del viento que los pulsa es tan dilatado que con él, todos a un tiempo mismo, tiemblan los árboles, todas las voces se confunden en una sola voz: la voz del pinar.

Entre los hombres, también suele acaecer que la palabra de uno solo compendie las de un pueblo.

____

Ved aquí, ahora, este grande, este denso, este hermoso pinar, que ocupa la gran cañada. Vedle subir hasta el puerto lejano. Vedle trepar a un lado y otro, de cerro en cerro, de monte en monte, llegar a las cumbres, dominarlas, rebosar por ellas.

Vedlo en esta radiante hora de la mañana, en esta joven primavera, bajo este cielo azul, de un azul intenso y despejado, con este aire bueno, blando y tibio, que con sus ramas juega, de su olor se empapa, y, como recreado con él, en sus copas se mece.

Mirad cuál brinda a la luz toda la variedad del verde color: dónde, con el tono severo del laurel sombrío; dónde, con el reflejo del agua de mar; dónde, con el claro matiz de la hoja fresca.

Allá se abre, en tanto se ensancha un prado fértil, vestido de húmeda yerba, engalanado con la blanca flor de los gamones. Vacas apacibles pastan, complacidas de tan próvida tierra. Más allá muéstrase, de repente, fosco y hostil, obstinadamente prieto. Allí el lagarto corretea seguro. De allí baja la víbora...

Una brisa cariñosa mueve todo el pinar. Las altas copas se rinden un punto a su halago; se yerguen de nuevo cuando el halago pasa. Sobre las ondas verdes del follaje corren a la par, del mismo impulso movidos, largos estremecimientos de luz y de sombras. Y, en tanto, el pinar grave, el pinar denso, el pinar hermoso, canta; canta con sus árboles, canta con sus pájaros...

Porque es también el bosque a modo de grandísima jaula abierta. Por todas partes vuelan en él los chillones mirlos, negros como vestidos por manos de la noche, o grises como arropados en ceniza; los pica-pinos, con su nota encarnada; los anda-ríos, no tan lindos como su nombre; las abubillas, crestonas; los malvises, menudos; verderones y tordos, agachadizas y alondras, pardillos y gorriones...

Ya va el pájaro suelto; ya van muchos en locas bandadas. Suenan los trinos, suenan los gorjeos; bien silbidos estrindentes, que desgarran el aire; bien chillidos enérgicos; realmente, chillidos...

... Y el pinar canta; en la paz augusta de la mañana brillante; a los rayos del sol, padre del mundo; en la gloria del día...

Yo lo escucho, como tantas otras veces, mientras el suelo amigo me deja reposar a mis anchas en la yerba mullida, como en mimoso regazo; al pie de un árbol magnífico... Y en la alta copa va sonando, resonando, la canción...

_____

«Es hermosa, dice; la Olalla es hermosa, como la luz de un claro mediodía de Junio; la Olalla, que vive ahí cerca, en Robledillo, con su hermana la Justa, que ya va entrada en años y no es guapa, ni buena...

»La Olalla es hermosa: por el cuerpo... ¡qué cuerpo sano, de apretadas carnes, de contornos puros!; por la cara... ¡qué linda cara, del color de la mies morena, con un leve matiz en las mejillas, como si en ellas hubiesen deshojado pétalos de rosa!

»La Olalla es alta. La Olalla se mueve con una singular gentileza. La Olalla seduce, más que por otro encanto, por sus grandes ojos, sus ojos negros, sus ojos hermosísimos, en los que brilla la luz diabólicamente; como la del sol en las peñas; chispeando.

»En esos ojos, se reconcentra su vida. Con esos ojos, como que dicta la muerte...

»Un poeta, que dió en admirarlos, fué y los celebró, en un hidalgo romance...»

_____

—«¡Oh, los poetas!», clama en este punto, burlonamente y a corta distancia, un pino anciano y marrullero.

—«¡Oh, los poetas!»—exclaman a coro, del lado opuesto, con frescas voces melodiosas, unos jóvenes e inquietos arbolillos...

»Y el pinar, el pinar grande, el pinar denso, todo el pinar, sigue cantando:

»Díjola el poeta:

«Zagala del gesto noble,

zagala morena clara,

con bella frente de diosa,

con fino cuerpo de estatua;

la de la boca encendida

más que la abierta granada;

flor de los montes altivos,

como la flor de las jaras:

tienes los ojos muy negros,

y tan ardientes que abrasan,

ojos grandes que asesinan,

o enloquecen, a mansalva;

con las pupilas muy hondas,

con las pestañas muy largas...

_____

»Por eso un mozo moreno,

que está por las mozas guapas,

anoche so fué a cantarte

debajo de tu ventana,

con su voz la más pulida

y al compás de su guitarra:

«Atodos los ojos negros

los van a prender mañana,

tú, que tan negros los tienes,

échate un velo a la cara.

_____

«Nunca ha mentido la Musa

popular, sencilla y franca;

ni cuando goces predice,

ni cuando males presagia.

No desoigas sus consejos,

no los olvides, zagala,

y échate un velo tupido,

muy tupido, por la cara.

Mira que tus ojos negros,

los de tan negras pestañas,

son candelas, porque encienden,

y puñales, porque matan...

y ya sabes lo que dice

la copla que te cantaran:

»¡A todos los ojos negros

los van a prender mañana!»

_____

Pára de pronto el aire; con que la canción también quédase interrumpida un momento.

Mas todo ello, si dura, dura apenas, y el aire y la canción prosiguen: la brisa, blanda y deleitosa, y el canto de este modo:

«No más de tres veces, desde aquel entonces, recomenzó la trilla por esos campos, llenando de polvo de oro el redondel de las eras, ni tornó el otoño, con sus nieblas profusas, aquí tan foscas y enmarañadas.

»No más de tres años, volvió a bajar desde las cumbres el lobo flaco, azuzado del invierno, ni se volvió a vestir de flores vírgenes toda la anchura de esta gran cañada.

»Llegó la Olalla a Robledillo, su pueblo, desde una ciudad insigne—Segovia quizás, Avila tal vez—donde hubo pasado su tiempo de niña, más su mocedad primera.

»Con el llegar de la Olalla, los mozos empezaron a sentir mal de amores por ella; que así había de ser, entre galanes de tanto corazón, por obra de gracia tan singular, de gentileza tan acabada y de hermosura tan seductora, como la gracia, la gentileza y la hermosura que en tan buena moza, tan juntamente, se daban.

»Competencias hubo, y a cual más bizarra, de pasión con pasión; pugnas de celos, riñas que no acabaron fieramente, merced a oportunas componendas.

»Y en tanto, la Olalla, si a todos seducía, trastornando y embobando a todos con zalameras miradas o con melosas palabrejas, por ninguno—que esta es la verdad — se lanzaba a mayores aventuras. Así paraban todos punto menos que en el de enloquecer, y en venturoso ninguno.

»Cuál desengañado, cuál con temor de mayores males, cuál advertido y asosegado, entre familia y amigos, por leales consejos, unos tras otros, al fin curaron muchos de tan mala fiebre.

»Mas no se salvaron todos. Siguió, como en un potro sufriendo, Juan Gil. Siguió, como por ascuas abrasado, Paco Valbuena. Eran dos reales mozos, de talante robusto, de caras tristes, de puños recios, de almas extremosas para anhelar y para sentir.

»Los dos buscaban el amor de la muy pícara con sed de cariño. Juan estaba solo en el mundo. Paco vivía con su madre, tan vieja ya, tan consumida, que bien necesitaba para no morirse de algún otro arrimo que el de los brazos y el del querer de aquel hijo bueno.

»Paco y Juan se habían condenado a muerte el uno al otro; la vieja temblaba de miedo, con el temblor de la hoja si llega Octubre; la Olalla se reía...

_____

»Vuelve los ojos a aquel claro del bosque, por donde va la vereda. Allí se encontraron, y alli lucharon, y murieron.

»Ello fué—¡válganos Dios!—en una tarde muy triste. Ya los días eran cortos... Si el sol se aventuraba a lucir apenas calentaba, con una leve y tímida claridad.

»Campaban, en cambio, las neblinas, bien a sus anchas; embozando las cumbres, dejándose caer por las altas laderas, arrebujando los árboles, tendiéndose y extendiéndose, desde el puerto, cañada abajo; tan pardas, tan frías, tan húmedas.

»Juan caminaba, monte arriba, por leña. Paco volvía de aquel picacho, el Airoso, con un fuerte haz de ramas. No se vieron sino cuando estaban a punto de tropezarse.

»Antes que los pasos cruzaron las miradas, en las que el odio relampagueó prontamente.

»La cólera que sentían les encendió la sangre. La soledad en que se hallaban los impulsó a la contienda. Se retaron con los ojos; se acometieron con toda el alma.

»¡Oh, la breve, la cruel, la pavorosa escena! Dos manos trémulas buscaron dos hachas de terrible filo; dos ímpetus de león las alzaron, en trágicas posturas.

»Riñeron como fieras, jurando, blasfemando, con tal rabía, que daban horror sus voces; horror, muy luego sus quejas, alaridos más bien; horror, muy pronto, sus estertores, sus clamorosos estertores.

»Por anchas, tremebundas heridas, la sangre apresurada—como acometiéndose también la una a la otra — brotó en torrentes.

»En sendos charcos, el uno y el otro cayeron al fin, con tantos golpes; en sendos charcos muriéronse, cara al cielo, por el que se entraba a todo andar la noche; con los ojos muy abiertos, con las manos muy crispadas sobre las hachas terribles.

»Y la niebla, que llegaba a la sazón, los envolvió de pronto; los escondió a toda mirada; les prestó un primer sudario, blanco, húmedo y frío...

»Una estrella, con blancura de virgen, que había presenciado la escena, quedóse allá en el cielo de Oriente, como espantada; temblando, ¡temblando...!»

_____

«Murió también La Picuda.