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El defensor de Gerona es un poema largo, lírico y épico al mismo tiempo, donde Fernández Shaw pinta el paisaje de los Pirineos como marco en plena sintonía con un viajero solitario que divisa sus cumbres. Un hombre de rostro triste, cansado pero decidido a mantener el paso, vestido con ropas militares trajinadas de mil batallas por Europa. La acción luego se traslada a la ciudad misma como personaje, en los tiempos donde se encontraba sitiada por las tropas francesas. Se mueve por último al momento en que el protagonista se convierte en mártir de su causa.Como se habrá adivinado, el poema se aboca a celebrar la figura de Mariano Álvaro de Castro, líder durante la lucha de siete meses por mantener por fuera del control napoleónico a Gerona.-
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Carlos Fernández Shaw
Saga
El defensor de Gerona
Copyright © 1884, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726686579
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Descendía el ancho sol
Su disco inmenso ocultando.
Tras las cumbres que bordando
Va con líneas de arrebol,
Y allá por los altos montes
Que fijan media corona
Y que de la gran Gerona
Limitan los horizontes,
Un hombre triste subía
Con el mismo lento paso
Con que allá, por el ocaso.
Menguaba la luz del día. —12—
Allí, no mansos caminos,
Sino empinadas veredas,
Recortan las arboledas
Entre alcornoques y pinos
Que al son del viento felices
Y al son de corrientes claras
Asoman entre las jaras
Y las piedras sus raíces.
A la sombra de una calle
De álamos, que al recorrer
Retrata en su seno, el Ter
Fecunda y refresca el valle
Y allá, donde tuerce el río
Su gran corriente sumisa,
De Gerona se divisa
Agrupado el caserío
Bajo sus pies se repliegan
Desde sus pies se adelantan
Montes que más se levantan
Cuanto más distantes llegan
Y que su inmortal deseo
Apenas, tristes, humillan
Al mirar cuán altas brillan
Las cumbres del Pirineo: —13—
Viejo atleta que reposa
Viendo cómo el sol arranca
De su cabellera blanca
Vivos reflejos de rosa.
La ciudad por las pendientes
Se reclina de los valles;
Pintorescas son sus calles,
Y del Oña las corrientes
Las arrullan y dividen,
No con ánimo traidor,
Sino con el puro amor
De quien da lo que le piden.
El hombre desde su orilla
ve, del hombre muestra rara,
que la corriente más clara
es, al sol, la que más brilla.
Y por los montes aquellos,
Que a gigantes se asemejan,
Y que en sus cumbres reflejan
Del mismo sol los destellos,
Cuando su inmenso capuz
Extiende la noche oscura,
Ve que la mayor altura
Guarda más tiempo la luz. —14—
¡Y el alma procura ser,
Viendo tan limpio ejemplar,
Noble para reflejar,
Alta para merecer!
No hay risco, cerro ni loma
De aquella tierra bendita
Que no sustente su ermita,
Como el nido a la paloma.
Tímidas, al homenaje
Con que los pueblos responden
A su protección, se esconden
Tras los velos del ramaje.
Encanto muestran divino
Y ricas flores lozanas,
Y tienen dulces campanas
Que llamen al peregrino
Que al caminar sin consuelo
Las mira sobre la sierra
Como al concluir la tierra,
¡Como al empezar el cielo!
El aire de nubes rojas
Poblaba el sol; indecisa
Vagaba la tenue brisa
Acariciando las hojas, —15—
Y con sus no comprendidos
Y trémulos cantos süaves,
Parecía que las aves
De hablaban desde sus nidos.
Sin levantar la mirada,
El solitario viajero
Seguía por el sendero
De los montes su jornada.
Curtida tiene su faz,
Y bien su aspecto demuestra
Que no fue su noble diestra
Cortesana de la paz.
Sombras de ocultos pesares
Intentan nublar su triste
Y pálido rostro; viste
Con usanzas militares.
Un rojo fajín severo
A la cintura arrollado
Lleva; del siniestro lado
Pende el vigilante acero,
Que libertad solicita,
Y, prendas de sus acciones,
Rozan algunos jirones
Los pliegues de su levita. —16—
Siempre triste y adelante
Sube y sube, y a pesar
De no querer aliviar
Su cansancio ni un instante,
Tras la misteriosa calma