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Los versos de La vida loca se detienen una vez más en los accidentes del curso natural y sus paralelismos o sintonías con el estado anímico del poeta. Cada rincón del paisaje puede motivarlo a encontrar las imágenes aptas para dar cuenta de su tumulto interior, de su euforia o de su tranquilidad que se recobra, aun cuando sea por un instante. Entonces aparecen otros protagonistas: la mujer amada, Jesucristo y la Virgen en el Gólgota, las tierras andaluzas, la "maja de los sainetes". Y de vuelta por último a los elementos. El título refleja el furioso entrevero de lo que nunca puede separarse del todo.
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Seitenzahl: 115
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Carlos Fernández Shaw
LIBRO DE VERSOS
Saga
La vida loca
Copyright © 1909, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726686494
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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A MI MUJER
POR DICTADOS DEL CORAZÓN
A MIS HIJOS
CON TODA MI ALMA
La tarde es de vientos volubles y locos;
la tarde es de vientos, de lluvia, de rayos.
De pronto, descargan sus lóbregos senos,
y llueven, y llueven, los densos nublados...
De pronto, los vence, con vivos fulgores,
el sol que sus velos apenas rasgaba,
con tales impulsos que, á veces, ¡partiendo
sus dardos las nubesl, parece que estallan...
Y tornan más grandes, más densas, más torvas,
las cárdenas nubes, y llueven, y llueven;
y tornan los rayos del sol á vencerlas...
¡y en otras el iris sus franjas enciende!
Por todo el paisaje que abarcan mis ojos
suscitan batallas la luz y la sombra;
no bien, un momento, las luces dominan,
las sombras, que llegan, al punto las borran.
Hay valles alegres; hay cumbres ceñudas,
tocadas con velos de grises vapores.
A poco, los valles se vuelven sombríos,
y el sol, que los deja, corona los montes.
Y es todo por obra del rápido viento,
que lleva, que agrupa, que rasga las nubes;
así como cambia la frívola Suerte
la suerte del hombre que goza..., que sufre...
¡Qué duros contrastes! En pocos momentos,
el sol y la lluvia...; dolor y alegría..;
la tarde doliente..., la tarde que ríe...
¡Qué tarde tan loca!
Parece mi vida.
¡Gloria á ti, portentosa catarata!
¡Qué veloz tu corriente se desata!
¡Cuán recio vibra tu cantar sonoro!
¡Luce tu espuma al Sol, como la plata;
brillan tus ondas como brilla el oro!
Saltan, corren, tus aguas turbulentas,
y la voz fragorosa de tu empuje
tiene, como la furia con que alientas,
el sordo retemblar de las tormentas,
y el ronco grito de la mar que ruge.
Si cantando tu inmenso poderío,
—grande en cascadas, anchuroso río,—
mi voz suspira débil, voz ingrata,
las de tus bosques formarán mi coro...
¡Luce tu espuma al Sol, como la plata;
brillan tus ondas como brilla el oro!
¡Niágara! Quien viene á tu ribera,
si hermosa para tantos sentimientos
¡ay! para tantos otros extranjera,
padece la inquietud y los tormentos
del que, esperando siempre, desespera.
Desde que sufro desventuras largas,
mis ánimos cayeron, con amargas
tribulaciones, en letal desmayo;
pero tu vista desgarró mis nieblas
como con luz de irresistible rayo.
Ansias y amores de felices días
otra vez en mi espíritu amanecen,
llenándolo de vagas alegrías...;
¡más que tienen colores y cambiantes
los arcos de tus iris, que parecen
vivas franjas de trémulos brillantes,
de alguna blanca estrella desprendidos,
que, cayendo en tropel desde la altura,
se pararon, de pronto, ¡sorprendidos
al contemplar tu espléndida hermosura!
Yo sé que cuando vienen tempestades
sobre el abismo con tus aguas lleno,
á fustigar con rayos tus corrientes,
y luchan por las mi! concavidades
abiertas en los huecos de tus rocas
el largo són de cada ronco trueno
y el tronar de tus múltiples torrentes,
que van, por rapidísimas vertientes,
rajando quiebras y partiendo bocas
en tus agrias rompientes;
cuando los vientos sobre ti se quejan,
y por los aires, en espumas, subes
sobre tus bosques, á ganar el cielo;
cuando tus aguas lívidas reflejan
los colores violáceos de las nubes
con que la tempestad teje tu velo;
ya si el año que expira te abandona
al rigor de los meses invernales,
y el doloroso frío de tu zona
finge cuevas de sueños ideales
cuando en altas columnas aprisiona
tus inmensos, fantásticos raudales,
lo mismo al resplandor de la tormenta
que si el tiempo te marca sus injurias,
él, más que tú dominador y fuerte,
sobre tu altiva majestad se ostenta
ó la furia mayor entre las furias
ó la imagen más bella de la muerte.
Yo no las vi jamás; que yo te admiro
tal como fuiste mi primer encanto;
como siempre te vi, siempre te miro,
y como entonces te admiré, te canto.
Porque yo te admiré mientras lucía
claro sol estival, que repartía
sobre tus dos cascadas,
en trémulas y ardientes oleadas
el gran tesoro de la luz del día;
en la estación de ensueños y de amores,
cuando el ambiente quema,
y embrïaga el aroma de las flores,
y es la pasión la realidad suprema;
y entonces, contemplando tu hermosura,
toda expresión, y vida, y movimiento,
renové mis afanes de ventura;
de nuevo floreció, radiante y pura,
mi juventud, y recobré su aliento;
como si fuera el vigoroso acento
que de tus ondas al hervor surgía
decisivo y ardiente llamamiento
que despertara en mí luz de alegría,
manantial de energía;
¡como si fuera súbito acicate!;
¡resonar de metálicos clarines,
llamando á los dormidos paladines,
— mis dormidos anhelos,—al combate!
Sale del lago, rumorosa, clara,
la anchísima corriente,
como si lleno el lago rebosara
sus aguas apacibles, mansamente,
y en su primer arranque, lento, blando,
van sus ondas azules
en sus limpios cristales reflejando
grupos de pinos, y olmos, y abedules.
Y luego, ya en torrente,
por las rocas primeras se encarama,
y las evita y cruza, velozmente,
y por cauce más ancho se derrama,
y las rocas aumentan,
y las aguas batidas, poderosas,
en sus flancos revientan,
y siguen sin parar, vertiginosas,
y hacia el abismo vienen,
y un impulso tremendo las agita,
¡y mientras más las peñas lo contienen
más el loco raudal se precipita!
Por el aire sereno
sube ya cerca dilatada bruma,
y el gran fragor de interminable trueno
brota de nubes de irisada espuma.
Por la doble, magnífica ribera,
el roble adusto y el castaño hermoso
y la encina severa
que corren, se dijera,
á presenciar el salto del coloso.
Sus ramajes se inclinan
hacia el rumor que zumba desde abajo,
y algunos recios árboles se empinan
entre las grietas del profundo tajo.
Llega el raudal. Bajo sus ondas falta
su cauce, roto en derrumbados cauces...,
y él corre más... ¡y salta
en el abismo de rugientes fauces!
Y las aguas sin fin se precipitan,
se empujan, se atropellan,
se entrechocan rugiendo, se quebrantan,
y al caer, ya se estrellan,
y ya sobre las rocas se levantan,
y formando mil círculos de espuma,
y envueltas en tremendo remolino,
y entre el fragor y la creciente bruma,
siguen, siguen, y siguen su camino...
¡Cuadro deslumbrador! ¡Combate horrendo!
¡Rugen las peñas! ¡Rugen los hervores
de las aguas, cayendo!
Y á la vez, en los húmedos vapores,
va el iris extendiendo
sus franjas de colores!
En esta viva luz, en este ambiente
lleno de penetrantes armonías,
junto al enorme y rápido torrente
que precipita por la gran vertiente
sus ondas, sin cesar, noches y días,
encuentro al fin el anhelado tono
de mi canción soñada,
que se va repitiendo
al compás del estruendo
de la inmensa cascada...
Canta aquí, trovador; canta la historia
del amor en las almas virginales;
la dorada leyenda de la gloria,
y el himno á los humanos ideales;
canta á la voluntad, que vence y crea
contra el capricho de la injusta Suerte,
y á las grandes conquistas de la Idea,
vencedoras del Tiempo y de la Muerte.
Con el robusto acento,
libre también el corazón levanta,
y el noble pensamiento;
aquí, donde las ráfagas del viento,
los bosques, los raudales,... ¡todo canta!
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .
¡Niágara! La tarde se despide;
yo también abandono tu ribera.
¡Ah! Si mi voz tuviera
los tonos de idëal melancolía
que logran siempre que jamás se olvide
ni la nota postrera
del adiós hermosísimo del día!
El sol está dorando todavía
las corrientes, las masas del follaje;
su luz, que va muriendo temblorosa,
aún hace más hermosa,
más triste, la nostalgia del paisaje.
Brillan sobre las ramas de la selva
sus últimos reflejos...
¡Ay! Cuando el sol á coronarte vuelva
nos hallará muy lejos!
Pero... ¿qué? ¿Tornarán, para vencerme,
para dejarme á su merced, inerme,
recelos, amarguras,
perezas, desalientos, desengaños...
neblinas prematuras
en el Abril de mis mejores años?
¿La duda tornará que me acobarda?
¡Vuélvete, corazón, hacia las horas
de trabajo y de amor, consoladoras,
que el dilatado porvenir te guarda!
Esa que ves, coriente embravecida,
—recio Titán de infatigable aliento,—
la norma debe darte de tu vida.
¡Es fuerza, y es calor, y es movimiento!
La verás,—¡de dolor estremecida!,—
¡luchando siempre!, ¡pero no vencida!
Gloria á ti, catarata portentosa,
—fuerza que no reposa,—
que siempre luchas, y luchando vences.
¡Tu enseñanza es fecunda y generosa!
¡Con tu ejemplo me rindes y convences!
Saltan, corren, tus aguas turbulentas,
y la voz fragorosa de tu empuje
tiene, como la furia con que alientas,
el sordo retemblar de las tormentas
y el ronco grito de la mar que ruge.
¡Torno á luchar! ¡La vida me reclama,
y su reclamo el corazón escucha!
¿Sólo vive quien ama?
¿Sólo vence quien lucha?
Pues que la lucha el corazón dilate;
que el alma, conmovida
por amor juvenil, ¡de amor henchida!,
del marasmo en que sufro me rescate.
¡Por luchar y vencer torno al combate!
¡Por caminos de amor vuelvo á la vida!
Deslumbra tanto el sol, que no lo mira
ni el águila caudal, reina del viento.
Esmaltando el azul del firmamento,
entre incesantes llamaradas gira.
Todo es luz y es aroma; ¡todo inspira!
...Y sopla el aire, perezoso y lento,
como si fuera el fatigado aliento
con que la tierra, en el sopor, respira.
Y tú, mi encanto, la mujer que adoro,
surges en esta atmósfera dë oro,
llena de luz, de cálidos efluvios,
como Visión y Musa del Verano,
¡con un ramo de espigas en la mano
y una amapola en los cabellos rubios!
Lívido rayo el horizonte inflama,
y enclavado en la Cruz, Dios aparece.
La Virgen á sus pies se desvanece,
mientras con voz dulcísima le llama.
Para quien hoy, con ansiedad, reclama
consuelos á una fe que desfallece,
¡qué visiones simbólicas ofrece
el fin sangriento del sublime drama!
¡Qué misterios revela en su figura
la Virgen, traspasada de amargura,
tan sola, sobre el Gólgota desierto..!
¿Es la Madre de Dios, que al cielo implora,
ó es la infeliz Humanidad, que llora
sobre la Cruz, por su Ideal que ha muerto?
Como quien vuelve á la febril lectura
de una estrofa de amor interrumpida,
así vuelvo á las horas de mi vida
que llenó de quimeras tu hermosura.
¡Oh, cuán gentil resurge tu figura,
de blanco traje, virginal, vestida;
rubio el cabello, la cabeza erguida,
claros los ojos y la frente pura!
El Azar te devuelve á mi camino,
hoy que de amores y de azares huyo,
víctima negra de infeliz destino.
Y ante el Azar, que de mi amor se mofa,
mi corazón... ¡que dicen que no es tuyo!..
¡¡sigue cantando la inmortal estrofa!!
A mi hermano Daniel de Yturralde.
¡Tierra mía! ¡Madre mía,
de mi amor! ¡Andalucía!
¡Oh, verjel de los verjeles!
¡Encantada fantasía
de cristianos y de infieles!
¡Hija hermosa,
en un rapto de poesía,
de una diosa
caprichosa...
y del sol del Mediodía!
¡Oh, venero
de riquezas! ¡Oh, tesoro
de bellezas! ¡Oh, mi encanto!
¡Yo te quiero!
¡Yo te adoro!
¡Yo te canto! ¡Pobre canto!
No lo acojas con desvío
porque es mío
y en mi amor á ti confía.
¡Con el alma te lo envío,
madre mía!
Pienso en ti y en tus amores
mientras sufro los rigores
de un invierno
que parece que es eterno;
y me abruman los pesares,
me traspasan los dolores,
en las márgenes sin flores
del humilde Manzanares.
...Y en el fondo de la inmensa
y letal melancolía
que en el alma se condensa,
como bruma, gris y fría,
cada día
más intensa;
evocada
por la fuerza del anhelo
con que el hombre que padece
busca un rayo de consuelo,
á mis ojos aparece
tu visión maravillosa
de improviso, y crece y crece...
¡dilatada y luminosa!,
y al conjuro
de tu mágica belleza,
toda el alma con mi canto
á vibrar, de pronto, empieza;
como al rayo de la aurora
que colora
desde lejos,
con la luz encantadora
de sus límpidos reflejos,
la enramada
por mil aves habitada,
desde el fondo de los nidos
removidos
por amantes aleteos,
de repente
se difunde en el ambiente
un torrente
de gorjeos!!
Ya no lloro, no suspiro.
Ya te miro,
con el gozo del amante
que, después de la jornada
fatigosa y prolongada,
torna al seno palpitante
de su amada.
Ya te miro,
y en mi amor á ti me inspiro,
—¡oh, verjel de los verjeles,
encantada fantasía
de cristianos
y de infieles!,—
desde el árido paraje
de las cumbres de la sierra
que dan fuentes á tus ríos
y linderos á tu tierra,
poderosos y bravíos,
hasta el fondo, siempre en guerra,
de arrecifes y bajíos,
en las costas de tus mares,
¡al través de tus campiñas,
salpicadas de olivares
y de viñas!
¡Salve, reina destronada,
hermosísima Granada,
tú, la hurí de las huríes,
que enloqueces
á los míseros mortales
si amorosa les sonríes,
entreabriendo los corales
de tus labios carmesíes!
Salve, Córdoba, sultana,
musulmana,
que dormitas
á la sombra
de la cruz de tus ermitas,
en la alfombra
de tus campos, y despiertas
á los cánticos de amores
de los pájaros cantores,
moradores