Poemas del pinar - Carlos Fernández Shaw - E-Book

Poemas del pinar E-Book

Carlos Fernández Shaw

0,0

Beschreibung

En Poemas del pinar Fernández Shaw profundiza la senda trazada por Poesía de la sierra: si en el libro citado los paisajes eran tema continuo, pero siempre enlazados al sentimiento de quien les cantaba, en este otro los pinos tienen voz propia. El aroma de sus efluvios y el arrullo que producen sus copas son solo dos de las múltiples expresiones de su realidad rica y viva. Encarados de esa manera, los árboles que se agarran a la montaña muestran para el poeta una faceta de la divinidad patente en la naturaleza.-

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 128

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Carlos Fernández Shaw

Poemas del pinar

(Autor de POESÍA DE LA SIERRA)

Saga

Poemas del pinar

 

Copyright © 1911, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726686470

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Cercedilla (Sierra de Guadarrama).

Junio, Julio y Agosto de 1909.

Junio y Julio de 1910.

Sed muy llanos, versos míos.

Muy llanos y muy sinceros.

Como deben ser los hombres.

Como deben ser los versos.

Varios críticos dijeron, cuando en 1908 publiqué mi libro Poesía de la Sierra: «más que la belleza de tan fragosos parajes, reflejan tales composiciones el estado de alma del poeta al vagar por ellos.»

Razón tenían.

En Poemas del Pinar, por el contrario, — y aun cuando tampoco falte la nota más personal, la expresión de mi más íntimo sentir, — lo principal es la Sierra, la Sierra misma; con su terreno y con su gente; con sus grandezas y con sus primores; con sus pájaros á millares, con su flora montaraz, con sus rapaces bizarros.

Para describir, para celebrar tanta hermosura, nacieron estas Canciones; todas escritas á la sombra de los pinos centenarios, ó allí, por lo menos, donde respirara, con profunda satisfacción, aires que me acorrieran con los aromas del pinar.

LOS PINOS CANTAN

¡Ah, los pinos! ¡Cantan, cantan!

¡Con el ábrego fatal!

¡Cuántas veces!... Otras muchas

con la brisa, de sereno,

calladísimo volar...

Cantan unos — viejos, graves, —

como viejos trovadores,

las cantigas angustiosas del Dolor...

Otros cantan, — los que apenas

han vivido;

los que gozan de la vida, —

con alegre, dulce voz;

á la vida y á sus gozos,

á los pájaros que cantan,

y á los rayos hermosísimos del Sol...

Y á las veces, cuando el viento,

que ha pasado por las cimas,

es tan fuerte y ampuloso,

tan veloz, que al mismo tiempo

todos tiemblan,

—¡oh, los pinos admirables!,—

perturbados en su paz,

todos cantan, vibran todos

á la vez, y con sus voces

forman una solamente;

¡cuán hermosa, cuán vibrante

firme voz!: la del Pinar.

Tal los pueblos, á las veces,

reconcentran un instante

sus aisladas, puras voces,

en la fuerza de una voz:

en la voz de algún caudillo

que, por todas, habla al mundo;

que por todas ruega á Dios.

¡Ah, los pinos! ¡Ah, sus ramas,

conmovidas por los aires!

¡No ceséis, oh centenarios

trovadores, de cantar!

En las noches pavorosas

del invierno,

pavorosas elegías;

con clamores

de dolor y de ansiedad.

Dulces trovas

de tiernísimos amores,

á los rayos

de la luz primaveral!

¡Ah, los viejos trovadores,

escondidos en las frondas

del Pinar!

LA MUSA DE LA SIERRA

Sobre la cresta de un pico,

sobre sus rocas salvajes,

que buscan luz desgarrando

las crestas de los pinares,

está la Irene, la moza

más linda de Miravalles.

Mientras, las águilas cruzan

sobre tan hosco paraje;

llegan los sones del Ángelus

desde pueblos no distantes,

y en los brazos de la Noche

se va adurmiendo la Tarde.

Tanto, al menos, como el torvo

matorral, inabordable;

como los pinos que arraigan

en tan agrios peñascales;

como las aguas cumbreñas

que en riscos tan altos nacen,

es la Irene, parte viva

de la Sierra… que es su madre.

Parte gentil, primorosa…

¡Bella, fuerte, brava parte!

¡Flor de la cumbre!... ¡Sonrisa

picaresca del paisaje!

Llenan, inundan entonces

los ámbitos celestiales

lumbres del sol en poniente,

como ráfagas de sangre.

Y, en tanto, la Irene gusta

de bienestar inefable.

En tanto, su cuerpo mozo

sobre los cielos destácase;

como fijado en la cumbre

por obra de sabias artes,

con que las rocas no pidan

un más hermoso remate.

¡Su cuerpo feliz! ¡Con todos

sus encantos montaraces!

¡Para dicha, para encanto

de las águilas caudales!

Luce, la Irene, cabellos

del color del azabache;

frente noble, que cobija

limpios, honestos pensares;

negros los ojos rasgados,

que son como dos imanes;

boca de labios muy rojos,

barba con breves lunares...

Y, en suma, belleza y gracias

por todo el blanco semblante.

Con salud de moza fuerte

sus senos hermosos laten.

Con esbeltez que enamora

mueve su cenceño talle.

Con ágil andar descubre

primores mil, adorables,

de todo su cuerpo rico,

tan venturoso, tan ágil.

Más que el pueblo, donde siempre

la persiguen los galanes,

por las vueltas y revueltas

de sus plazas y sus calles,

campos ceñudos requiere,

cumbres adustas la placen.

Así, con frecuencia tanta,

—frecuentes son sus afanes,—

la mira el sol cuando vierte

regueros tantos de sangre;

sobre las cimas fragosas;

en la quietud de sus aires.

Son sus amigas, por ello,

tantas águilas audaces.

Goza, por ello, pisando

cumbres que pisara nadie.

Mientras el sol, que declina,

viste de luz los celajes,

dorados por él, á veces,

con los tonos del esmalte.

Mientras tocan á oraciones

en los templos de los valles.

Mírola yo, bien oculto

por las matas y los árboles,

y en ella la Musa vëo

de los serranos cantares.

Los de versos tan pulidos,

los de gracias tan cabales.

Los cantos mil de la Sierra,

tan libres como sus aves.

Los que pasan, los que vuelven

á través de las edades,

volando de boca en boca,

sabidos siempre por alguien;

con eternas armonías,

con eternas mocedades.

¡Cantos que huelen á flores

y coplas que á mieles saben!

¡Ah, la Irene! Cuán galana,

cuán gentil en horas tales.

¡Parece que posa el vuelo

sobre las peñas un ángel!

Toda la Sierra, tan noble,

tribútala vasallaje,

desde sus cumbres más altas

á sus barrancos más grandes.

La ofrendan su olor más puro

los apretados pinares.

El cantueso y el tomillo

sus olores más fragantes.

La retama y el romero

sus mejores homenajes.

¡Aromas también! Los pájaros,

trovas y trovas amables.

Cantan las fuentes por ella,

desatando sus raudales...

Y para ver sus hechizos

de flor de los montes, ábrese

como una rosa de plata,

el Lucero de la Tarde.

Musa de la brava Sierra,

moza del bello talante,

virgen de los negros ojos

y el esbeltísimo talle:

Dios del cielo te bendiga,

la Santa Virgen te guarde,

y, en tanto, favor me aprestes

por virtud de tus bondades.

No por riquezas suspiro.

Los bienes con que me salves,

brotan de ti, cual difunden

sus bienes los manantiales.

Ve, pues, en mi mal tan hondo,

consuelo tuyo bien fácil.

Cariño me da, de hermana,

que Dios, tan bueno, te pague;

que si es tu madre la Sierra,

también la tengo por madre.

Y así me verás, de hinojos

á tus plantas, adorándote;

mientras el sol que decline

vista de luz los celajes;

mientras perfumen tu cuerpo

con su aroma los pinares;

mientras canten los arroyos;

mientras los pájaros canten;

¡mientras toquen á oraciones

en los templos de los valles!

EL PINAR GRANDE

Pinar de mis amores: mil veces te he nombrado,

mas nunca, por ti solo, canté; pinar bravío,

que alegras en tu seno mi espíritu cansado;

que das tan hondas calmas, en seno sosegado;

guardado por tus cumbres, cruzado por tu río.

¡Por siempre me depares

consuelos que mitiguen mis lúgubres pesares…!

¡Pinar el más florido de todos los pinares!

Pinar de mis ensueños: al fin mis pobres cantos

encomien, por ti solo, tu espléndida hermosura,

y ensalcen tus encantos,

cuán grandes, cuán hermosos; hundidos en la pura

quietud de la cañada;

por ti tan admirable, por ti tan admirada.

¡Con qué vigor alientas!

¡Con qué bellezas múltiples al hombre te presentas;

al Hombre que te adora,

que cruza tus caminos

buscando, con anhelo, tu paz reparadora!

Cuán bellos son, cuán dulces, cuán nobles, tus destinos;

pues tú prodigas bienes, ¡oh bienes peregrinos!;

pues tú salud encierras,

del aire que se aroma pasando por los pinos;

del aire que es aliento, ¡cuán puro!, de las sierras.

Pinar de mis amores, tan próvido, tan denso,

tan verde, tan fecundo, tan largo, tan inmenso;

pinar que ante mis ojos esplendes con el día:

¿con qué rotundas voces tus glorias cantaría?

Si tú me las prestaras;

las tuyas, tan sonoras, tan bellas y tan claras,

¡quién sabe si mi Musa, feliz, reviviria!

Concédeme tus dones,

tus gracias, tus alientos, la voz de tus canciones.

¡Que diga tu grandeza,

con todos sus encantos, con toda su nobleza!

Refulges con el día. Su luz inunda y baña

la hondura del barranco, la altísima montaña.

La luz de un sol de Julio, soberbio, providente,

que ha tiempo que traspuso los términos de Oriente.

¡La luz que por un cielo sin nubes se despliega,

cual un soberbio manto;

celeste luz que ciega,

por ser su brillo tanto!

¡El Sol, por quien reviven, ansiando sus auroras,

en estas gratas horas,

las flores hechiceras, los gérmenes del trigo;

mi Sol, por quien consigo

mercedes bienhechoras;

el Sol de mis anhelos, el Sol á quien bendigo!

¡Mi Sol! ¡Sobre la Sierra, su alegre Sol, serrano;

tan bueno para el aire, pues tórnalo tan sano;

tan vivo, mientras duran los tiempos del Verano!

Sus luces, tan ardientes, se esparcen por doquiera;

los aires ya dominan, irradian en los riscos

de cumbres portentosas, ó corren la pradera,

y allí, con sus destellos, animan los apriscos;

traspasan, en los árboles altísimos, las frondas;

los besan en la frente, los ciñen por los flancos,

y llegan á las ondas

del agua del arroyo que va por los barrancos...

No hay sombras que á su empuje, ni un punto, se resistan;

parajes que, con ellas, no brillen y se vistan.

Se extienden y se extienden,

y aquí y allá más luces espléndidas encienden;

de rayos y de rayos vivísimos compendios;

cual llamas que brincasen, ¡con ráfagas de incendios!

Apenas miro sombras. Apenas hay penumbra.

El Sol lo invade todo del fuego con que alumbra:

calor con que me salva, fulgor con que deslumbra.

Los aires son regueros de chispas y de chispas.

Un punto, sólo un rayo de sol, resplandeciente,

filtrado por el bosque, simula que es torrente:

¡fantástico!, ¡de chispas, de abejas y de avispas!;

con átomos levísimos, — ¡en luz que juguetëa!, —

por miles, á millones; en una loca danza,

que á giros caprichosos, ¡cuán rápidos!, se lanza;

la danza de los átomos radiantes ¡que marëa!...

Las rocas, tan ingentes, ofuscan. Tanto brillan.

Los dardos que les clava la luz, las acribillan.

Relucen como cascos de olímpicos Titanes,

de huestes fabulosas preclaros Capitanes;

relucen como espadas

y cotas gigantescas, por cíclopes forjadas;

cual focos intensísimos de eléctricos chispazos,

ó espejos que, de pronto, saltaran en pedazos;

trocados, por instantes,

en toscos, rutilantes, grandísimos brillantes;

brillantes bien extraños, — sin puras, limpias aguas, —

que esplenden como el fuego que brota de las fraguas.

¡Oh, luces portentosas! ¡Con cuál poder se encienden!

¡Con qué fulgor se esparcen! Pinar en que se prenden;

¡con cuánto amor sus rayos espléndidos recibes!

¡Con más vigor alientas! ¡Con más amores vives!

En tanto que tus árboles, cubriendo tus cañadas,

cual cíclopes que trepan, cual fuertes muchedumbres;

subiendo por las duras vertientes, escarpadas;

venciendo, por que mires en alto sus miradas,

las rocas de las cumbres,

proclaman tu alegría,

y en tanto que tus aves, que cantan á porfía,

pregonan con sus trinos, anuncian con sus vuelos

las dichas de tus horas, los dones de los Cielos.

¡Oh, espléndida mañana, pinar de mis amores!

¡Oh, cuántas son tus dichas! ¡Oh, cuántas son tus flores,

que adornan tus praderas, tan firmes, tan agrestes;

con cuántos, qué diversos, lindísimos colores;

ya blancas, ya violetas, ya rojas, ya celestes...

¡Cuán rústicas y prietas

las matas que á mi vista destácanse tan quietas;

en esta paz, tan dulce, del cuadro tan hermoso;

la paz encantadora del íntimo reposo.

Las matas del romero

tan verdes, tan fragantes,

que entregan á las brisas aroma tan ligero.

— Las brisas lo difunden, en rápidos instantes. —

Las matas pintorescas, ¡á miles!, del tomillo,

y á miles de la fosca, bravísima retama,

con flores de un alegre color, tan amarillo.

Y á miles del cantueso, con flores pesarosas,

de tímidos matices...

¡Oh, flores infelices,

que envidian los colores brillantes de las rosas!

¡Oh, espléndida mañana, pinar de mis ensueños!

¡Cuál viven, con tus dichas, tus árboles risueños;

tus pinos centenarios, tan serios y tan graves,

que hoy gozan, con el gozo más puro de tus aves!

Mis ansias y mis sueños suponen tu grandeza,

de noche, bajo noches que engendran desvaríos;

¡cuán torvas!, cuando el aire se asusta, gime y reza;

¡cuán tristes!, mientras cantan los cárabos sombríos…

Suponen tu belleza,

besada por la Luna, que llena de fulgores

difusos y serenos, — de tintas nacaradas, —

las cumbres con sus riscos, los prados con sus flores;

las húmedas y bellas, larguísimas quebradas...

En meses invernales,

allá, cuando te azotan sus locos vendavales,

tan crudos, tan aleves,

ó bien bajo el tendido sudario de las nieves;

ó bien con el Otoño, que torna, cuando pueblas

tus campos, tus dominios, de duendes y de nieblas;

mas no con tanto gozo mi amor te cantaría,

cual hoy, en estas horas de trémulo alborozo;

cual hoy, cuando confundes mi gozo con tu gozo;

¡del Sol acariciado, dorado por el Día!

¡Pinar de mis ensueños! ¡Pinar de mis amores!

No más en tus congojas, no más en tus dolores,

piadoso me recuerdes, mis lágrimas deplores.

No más, porque suspires, tus ánimos se rindan.

Los dos, los dos pensemos que al fin de los rigores

de cierzos y de angustias, magnánimos nos brindan

Abril sus esperanzas y Mayo sus amores.

Pensemos en que, al cabo, la dicha nos espera;

la dicha que retorna, gentil y placentera;

que al cabo nunca vence Dolor fatal y eterno;

¡que al fin de las angustias, tan largas, del Invierno,

resurge, siempre joven, la joven Primavera!

LOS PÁJAROS

POEMA EN CUATRO CANTOS

El pinar hermosísimo es una jaula abierta.

Con el alba gozosa el pinar se despierta.

……………………………………..

……………………………………..

Vuelan por todas partes, con caprichosos vuelos,

libres como las auras bajo los anchos cielos,

los mirlos enlutados y los cuclillos grises,

pica-picos muy rojos y menudos malvises,

ágiles anda-ríos, rápidos verderones,

tordos, agachadizas, alondras, gorrïones;

los pardillos humildes, las urracas voraces;

abubillas crestonas y rondajos torcaces;

ya sueltos, ya en bandadas; ya bajo el bosque, á veces

huyendo de los árboles con largas esquiveces...

Aquí y allá se escuchan sonidos de aletëos,

escalas peregrinas de trinos y gorjëos;

revueltos en el aire, del aire confundidos,

con silbos estridentes y enérgicos chillidos...

Los recoge la brisa, y al azar los reparte,

con su gracia de ingenua: la del arte sin arte.

……………………………………..

……………………………………..

……………………………………..

(Poesía de la Sierra: «Cantos del Pinar.»)

I CANCIÓN DEL JILGUERO

«Buena mañana,

color de rosa;

dulce y hermosa,

fresca y galana;

buena mañana del mes de Abril:

¡Dios te bendiga,

mi dulce amiga!

¡Dios te bendiga! ¡Canto por ti!

»Canto, cual dueño de mi destino,

sobre mi trono;

la vieja rama de un viejo pino,

donde mi canto feliz entono,

con dócil voz;

mientras me brindan sus gracias todas,