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En La reina sobrecogida, texto-umbral, relato-transferencia, Edouard Manet dialoga con quien se convertiría en la modelo mas famosa de la pintura francesa. Los umbrales literarios son territorios transitivos. Son interzonas o corredores que conducen a otra parte. Un texto muy dependiente, además, de las ondulaciones del habla, en realidad una armadura, un puente tan holgado que parece habitable. Manet habla con Victorine Meurent mientras la Olympia va manifestándose, pero el relato en sí es pura intensidad, pura profundidad descriptiva. Florece solo en la medida en que la mano de Manet se mueve. Y avanza hacia lo que el relato anhela ser: un sumario hiperdetallado para hacer algo que pertenecería más bien al ámbito del cine.
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Seitenzahl: 73
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Manet pintando laOlympia
Alberto Garrandés
@edicionesisladelibros
La reina sobrecogida
Primera edición electrónica en Isla de Libros© Alberto Garrandés, 2013© Ediciones Isla de Libros, 2020
Carrera 5, 34-13, AP 101, Bogotá, [email protected]
Dirección editorial: Álvaro Castillo GranadaEdición y producción: Ginett Alarcón
Fotografía del autor y corrección: Elsa ObregónLogo Isla de Libros: Zilah RojasDiseño de cubierta: Nicolás ConsuegraDiagramación: Leonardo OrozcoConversión a libro electrónico|eBook conversion:Apex
ISBN 978-958-52645-5-7
A mi esposa, que desde siempre es mi luz.
A mi hijo. Porque algún díame ayudará a convertireste texto en música e imágenes.
The nakedness of woman is the work of God.William Blake,Proverbs of Hell
La reina sobrecogida
La flor, en rosado salmón, ¿sería por fin una orquídea o una camelia? No estaba seguro, aunque tampoco quería estarlo. Juntaba los colores con la brocha, hacía que los pelos dejaran una huella hipnótica en los grumos terrosos y bermejos, y probaba el tono con un pincel fino, antes de cerrar los ojos y percibir el matiz. Amarillo y carmín, magenta enrojecido, o un bermellón que olía a naranjas muy maduras. En realidad daba lo mismo, con tal de que no fuera un rojo fuego ni un rojo de China ni el rojo escarlata de la sangre.
Acabaría imaginando esa flor, acabaría soñándola. Nada mal para un adorno de pétalos híbridos. En realidad poco importaba —una orquídea, una camelia— porque en definitiva allí encontraría las lealtades del deseo, que siempre traen buenas cosas, a pesar de algunos símbolos rengos. Las formas parecían ideales e impersonales. Y había manchas puras. Y ciertos contornos. ¿Era artificiosa esa flor? ¡Tenía que inventarla! E inventar también los pétalos carnales, los estambres voluptuosos, los pistilos invisibles, y darle vivas al artificio.
Ahora que digo eso, me acuerdo del pobre Couture. Ni orquídea ni camelia. Después de meter la nariz en la flor abierta y húmeda, después de olerla sin éxito y rascarse, Couture, incómodo, habría dicho: «Usted ha pintado un atavío amorfo, no una flor». La voz, timbrada y baja, estaría invadida por el terror de lo precario. Él era un anatomista de lujo, todo hay que decirlo. No así un botánico. Y, sin embargo, no había manera de negar que se trataba de una orquídea o una camelia, de un rojo menos vivo —rojo doliente— que el rojo cobrizo del cabello demademoiselle.
Couture habla, me insulta:El único bebedor de ajenjo que puedo ver es el pintor que ha pintado esta cosa inclasificable.No digas nada más, Maestro. No sigas. Sal de mi mente. O cállate.
Y la voz timbrada y baja se va lejos, aunque permanece audible aún, como en lontananza.
¿Por qué esa obsesión de Couture por el orden dórico y la gestualidad grecolatina? Había estatuas. Muchas estatuas. Y yesos rotos. Pero nada de la vida real (excepto el mal griego). La vida real no estaba allí, ¡por Dios! Ni por asomo. ¿No es verdad? Usted lo conoció. A ver, dígame algo. Hablemos un poco, querida. ¿Por fin seguiste aquellas lecciones de dibujo? Magnífico. Ah, qué obediente, te quedas muy quieta y eso me complace. Aún no termino. Éste es nuestro último encuentro y todavía me faltan... hmm... ¡me faltan dos o tres cosas! Pero igual son pocas. Puedes abrir la boca, mover los labios, agitar la lengua y contarme lo que sea. No tenemos por qué estar callados aquí. Si Oller te viera así, quedaría encantado. Él viene del trópico y... ¿no son como de fuego sus cabellos,mademoiselle? Porque usted es una auténtica curiosidad, ¿sabe?
Pelirroja entera... de arriba abajo.
Un raro ejemplar.
Oller me asegura que las pelirrojas completas huelen dulcemente.
No conoces a Oller, ya lo sé. ¡Pero vamos! ¡Toda la ciudad sabe dónde hallar amademoiselleen este minuto! (Allá abajo, en la calle, frente a esta casa, hay un ejército de lanceros furiosos). Y ahora que estamos a salvo de semejante turba, y acabando el trabajo, puedo mirarte bien. Tal pare-ce como si tuvieras la costumbre de bañarte en leche... Hmm, pues sí, de una isla, no recuerdo el nombre ahora… Oller nació en una isla. El trópico, como te decía. Ha de quedar muy cerca de Cuba, donde hay cocos, negritas y andaluzas de mirada triste o ardorosa. Si él te viera... es más exigente que yo. Cuestión de pieles. Un día le recomendé irse a pintar los muertos del depósito, por aquello de la inmovilidad total, y poco faltó para que rodáramos por el suelo a puñetazos. Qué iracundo.
No... Nada de verdes.
Rosado salmón sobre una base de naranja crudo.
El verde, casi un verde jade —o acaso un verde crepúsculo-de-los-fiordos-noruegos—, podría retreparse con inteligencia sobre la esponjosidad delicada de las telas. ¿No seríaacaso un verde malsano, brillante como una laca acabadade aplicar? O un verde sucio, como el ajenjo en la copa demi bebedor... En conclusión: dejemos eso. Nada de verdes.
Oller exigía la inmovilidad absoluta, pero cuando seexcitaba con alguna muchacha había que ponerle freno,porque si no, ya sabe usted: la hecatombe. Como no teníamucho dinero, se colocó de sacristán, y después de barítono en una compañía italiana. Tipo muy común. Muy activo. Y de buen corazón. Las negras lo hechizaban...peaud’aubergine... en fin, ese escabroso asunto no es de tu incumbencia. Lo he visto bastante en el Guerbois, casi siempre ebrio, y en labrasserieAndler, donde conoció, creo, aDegas, Pissarro y Zola. ¡Qué pesado, Dios mío! Oller podíasermuypesado. Y ahí tienes, ¡otro como Couture! Pero conla diferencia de que Couture es un hombre timorato que lehabría hecho el amor a la Venus de Milo si hubiera encontrado en el mármol un agujero donde meter su pene.¿Necrofílico? ¡Ja, tal vez necrofílico! Ésa es una buena hipó-tesis.
Espera, no te toques así. No. No…
No, así no... Un día le digo a ustedmademoiselle,y otro,se me sale el tuteo, como ahora. A ver, ponga los dedos deesta manera, míreme... ¿ve? ¿No? Hmm... ¿ve ahora?¿Tampoco? Permítame.Per-mí-te-me.No me juzgue mal,pero necesito que comprendas cuál debe ser la posición yla formaexactasde tu mano izquierda. La derecha no tienes ni que enseñármela, a esa la tengo conseguida. Me la séde memoria. Observa: voy a poner mi mano ahí como sifuera la tuya. ¿Me dejas ponerla?¿Me dejas?¿Ahí mismo? Ahí... así... Sujete el espejo, muévalo hasta que vea mi mano.Necesito que usted se dé cuenta de lo que quiero. Oller nosería capaz de ser tan profesional, ya andaría propasándose. Y acaso te habría exigido demasiado.Déjame ponerte lamano ahí.Devoto como es Oller del tenebrismo, no dudo que te hubiera sugerido recubrirte de aceite mineral para apreciar con mayor facilidad las luces y las sombras. ¿Ves lo que te digo? Muy raro ese Oller. Retorcido. Y con el resuello típico de los fornicadores impenitentes. Por ahí hablan de su... bueno, no vale la pena. Y después seguramente iba a pedirte que le permitieras remediar lo del aceite. ¡Ayudarte en el baño! Creo que todavía mantiene una cuba al fondo de su estudio. Lo que digo: un fornicador. Les daba a las jovencitas un frasco de aceite y les decía que se lo untaran en todo el cuerpo para captar mejor los brillos y las oscuridades de la carne, y al terminar les mostraba los bocetos y las conducía a la cuba, que ya para entonces estaba llena hasta los bordes de agua tibia y perfumada. ¡Ah, Oller es un pícaro! Y ellas entraban llenas de risa en la cuba —una hoy, otra al siguiente día—, y él, esponja en mano, y un jabón de esos que aquellas niñas jamás podrían darse el lujo de usar, empezaba a limpiarles el cuerpo con mucho cuidado... No abandone esa postura,mademoiselle. La mano izquierda es muy importante, créame. ¿Que no sabe todavía? Hmm... a ver, a ver... yo voy a inmortalizar esa mano suya. Nadie ha pintado una mano así.
Ya verás, déjame ponerte la mano ahí y te enseñaré.
Pero una mano... ¡graciosa no podría ser! Subrepticia, furtiva, ¡con realismo y vigor! Como si en la forma de colocar los dedos hubiera una intención adicional, ¿comprendes? Otra intención, más demorada quizás. Aplazándose siempre, perdidiza. Falsamente irresoluta. ¡Menuda almohadilla, mi querida! Perdone. Soy inocuo. Soy efusivo (pero a escondidas). Y el color… ¿sabías que es como el del cobre pulido? Como el cobre de los pararrayos de Notre Dame. Entre oscuro y brillante. Cobre batido en la fragua. Cobre bien trenzado al principio y después hecho una breña. Existe una especie de agresividad allí,mademoiselle. Pero en fin... no hay que concederle mucho crédito al bebedor de ajenjo, como dice mi admirado Couture, ese amante de romanas tan embriagadas y hermosas como inasibles. ¿Para qué pintar romanas y romanos de la decadencia?
Ese tipo no mama, y quien no mama es peligroso.
(Palabras de Baudelaire, que es un sabio).
Sólo si se es un masturbador muypompier