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Steven Cavendish era un hombre que se había hecho millonario gracias a su propio esfuerzo y que tenía una relación puramente profesional con Chloe Brown, su eficiente secretaria. Hasta que una noche olvidaron el trabajo al calor de la pasión... No obstante, después de aquello, Chloe seguía oponiendo una fuerte resistencia ante cualquier tipo de compromiso sentimental; así que Steven decidió que, si quería que ella siguiera a su lado... y en su cama, tendría que recurrir a la responsabilidad que Chloe sentía por su trabajo. Si la única manera que tenía de no perderla era mediante un trato de negocios, eso sería lo que haría... Pero de un modo u otro iba a conseguir que se convirtiera en su esposa.
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Seitenzahl: 185
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Kathryn Ross
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
La secretaria del millonario, n.º 1361 - mayo 2015
Título original: The Millionaire’s Agenda
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6248-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
Chloe levantó la vista del teclado y miró el calendario. ¡Solo faltaban tres semanas para la boda de su hermana! Cada vez que pensaba que tenía que ir sola, le entraba un pánico terrible; lo que, por otra parte, la hacía enfadarse consigo misma. No era para tanto. «Hoy en día muchas mujeres van solas a cualquier evento social», se dijo con firmeza. Así que no iba a agobiarse por ello.
Volvió a fijarse en la última de las cartas que tenía sobre la mesa y después miró la hora. Eran las cuatro y media, casi la hora de irse a casa. Por lo general, un viernes a esa hora de la tarde solía estar contenta, ya que empezaba el fin de semana y con él quedaban a un lado la rutina y el trabajo. Pero eso era cuando salía con Nile.
Sin embargo, su relación había terminado. Nile era cosa del pasado. A sus veintinueve años, se encontraba de nuevo sola. Había desperdiciado dos años enteros con un hombre que, de la noche a la mañana, había dejado de ser su Príncipe Azul para convertirse en Quasimodo. ¿Cómo había sido tan estúpida?, se preguntó una vez más.
La impresora empezó a sacar las cartas y ella las repasó mientras trataba de dejar de pensar en Nile Flynn. Pero no era tan fácil, en especial cuando su situación económica era un completo desastre por culpa de él.
La puerta que conectaba con el despacho de al lado se abrió y se oyó la voz de Steven Cavendish.
–Chloe, ¿has llamado a Manchester para decirles que iré mañana?
–Sí, Steven, he llamado.
–¿Y qué ha pasado con el señor Steel… arreglaste el problema con el restaurante Waterside?
–Sí, está todo solucionado.
Chloe se levantó y se alisó el elegante conjunto oscuro que llevaba puesto, preparándose mentalmente para hablar con Steven Cavendish. Necesitaba pedirle un aumento de sueldo y había estado esperando toda aquella semana el momento adecuado. Pero, por desgracia, aquellos días era imposible hablar con su jefe.
Llevaba varios meses de negociaciones para quedarse con una cadena de restaurantes y la tensión hacía que estuviera bastante nervioso y refunfuñón. Algo extraño en él. Pero ya no podía esperar más, se dijo con firmeza. No sabía si era el momento adecuado, pero iba a pedírselo esa misma tarde, antes de marcharse.
La muchacha tomó su agenda de la mesa, recogió las cartas que él tenía que firmarle y, con paso decidido, entró en el reino de Cavendish.
Al entrar se quedó muy sorprendida, ya que su jefe, en vez de estar trabajando tras el escritorio, se había situado delante de la ventana, contemplando el perfil que formaban los edificios de Londres.
–El pronóstico del tiempo dice que va a nevar –comentó ella–. Quizá sería mejor que retrasara su viaje al norte.
–Sí, gracias, Chloe, pero no creo que un poco de nieve vaya afectar a mi vuelo.
–Es que han dicho que se prevén ventiscas.
–¿Sí? La verdad es que, como casi nunca aciertan, no me preocupan las previsiones del tiempo.
–Como quieras –Chloe dejó las cartas sobre el escritorio–. Tienes que firmarme estas… Oh, John Hunt me dijo que lo llamaras antes de las seis.
Steven no apartó la vista de la ventana.
Ella se dio cuenta de que se había quitado la chaqueta. La había dejado sobre su silla.
Los ojos de Chloe se clavaron sobre sus hombros anchos y bien formados. Para pasar tanto tiempo sentado, era un hombre con un cuerpo impresionante. Bastante fuerte y muy viril.
La primera vez que lo había visto, cuando había ido allí dos años antes a hacer la entrevista, se había quedado bastante impresionada con él. Su pelo negro y aquellos ojos oscuros, que parecían llegarle hasta el corazón, también la inquietaron bastante. Además, tenía la seguridad de una persona satisfecha consigo misma y consciente de su poderosa sensualidad. Por otro lado, era muy trabajador. Lo que había hecho que la relación laboral que mantenían fuera bastante buena.
A Chloe le encantaba el modo directo con el que se enfrentaba a cualquier asunto. Disfrutaba del riesgo que suponía trabajar para él, quizá porque ella era también bastante perfeccionista. Después de la primera semana de estar allí, comenzó a relajarse ante él. Además, estaba en ese momento con Nile. De todos modos, tampoco había tenido tiempo para ese tipo de cosas. Desde el primer día, había tenido que concentrarse en su trabajo. Pero, en cualquier caso, ella pensaba que formaban un equipo estupendo.
Apartó los ojos de Steven y abrió la agenda.
–Renaldo llamó para decir que llegará tarde, como a las cinco y media.
–Estupendo… otro día que saldré de aquí a las tantas –comentó Steven en un tono seco.
–Oh. Y también pedí que el miércoles te enviaran a casa un ramo de rosas rojas, como me dijiste.
–Gracias.
Ella pensó que él las llevaría después en persona. Luego se preguntó, por un segundo, cómo iría la relación de él con Helen, su elegante novia. En aquellos dos años que llevaba allí, había pedido ramos de flores para muchas mujeres. Pero según había oído, desde la muerte de su esposa tres años antes, ninguna mujer le había durado tanto como Helen Smyth-Jones.
Chloe comenzó a dar golpecitos con el lápiz sobre la agenda. Después de dos años, conocía bastante bien a su jefe y normalmente sabía lo que iba a hacer o decir en cada ocasión.
Sabía que en ese momento, por ejemplo, no debía dejarse engañar por su actitud silenciosa y su mirada reflexiva. Cuando Steven Cavendish se quedaba en silencio, era cuando más peligro había. Solía significar que su cabeza, que iba encaneciendo rápidamente, estaba maquinando algo y podía estallar con un comentario totalmente inesperado y tremendo.
Comenzó a hojear las páginas de la agenda mientras esperaba. Cuando Steven estaba así, era mejor adoptar una actitud relajada. Tratar de insistirle en que firmara las cartas o hablarle del aumento de sueldo sería un tremendo error.
–La próxima semana será el cumpleaños de Beth, ¿verdad? –comentó Chloe.
Tan solo era una observación. Chloe se pasaba el tiempo recordando a Steven citas y asuntos de trabajo, pero no tenía que recordarle nada sobre su hija de seis años. Beth era para él la única persona que tenía prioridad sobre el trabajo.
–Así es. Te acuerdas de todo, ¿verdad? .
Él se dio la vuelta y la miró con fijeza. Sus ojos oscuros se posaron en las gafas de Chloe y luego en el modo en que se recogía el cabello hacia atrás. Ella estaba acostumbrada a que la mirara así, como si estuviera pensando en otra cosa.
–Sí… es que lo anoto todo. Además, es mi trabajo recordarte las cosas.
–Bien, no podemos quedarnos todo el día hablando, será mejor que firme esas cartas.
Chloe sonrió para sí misma. Tenía razón. Steven estaba pensando en otra cosa y, como siempre, era en el trabajo.
–¿Le preguntaste a John Hunt para qué quería hablar conmigo?
–Sí, quiere comentar algunos problemas que han surgido en el restaurante Cuisine Cavendish –respondió ella–. Quiere decirte que puede que el jefe de cocina sea un genio, pero que él opina que está loco.
Steven refunfuñó algo y se sentó en su silla, detrás del escritorio.
–John es el maldito encargado, así que le pago para que sea él quien se ocupe de esos problemas. Mándale un e-mail y le dices que lo solucione como quiera.
Steven Cavendish no toleraba que nadie delegara en él sus problemas. Chloe se daba cuenta de que John no tenía posibilidades de quedarse mucho tiempo en la empresa si no comenzaba a demostrar ser una persona con iniciativa. El jefe no tenía fama de ser precisamente compasivo cuando llegaba el momento de echar a alguien. De hecho, ella pensaba a veces que Steven era bastante cruel. Pero, claro, nadie consigue por sí solo llegar a ser millonario a los treinta y ocho años sin ser duro y ambicioso.
Cuando Steven terminó de firmar la última carta, se las entregó a Chloe.
–¿Está todo preparado para la reunión de la semana que viene?
–Sí, he pedido algunos refrescos del restaurante Galley. También algunos sándwiches y varios tipos de tarta.
–¿No las has hecho tú misma? –él alzó la vista con un brillo de humor en los ojos.
–Si me das el lunes por la mañana libre, veré qué puedo hacer –replicó ella.
Él soltó una carcajada.
–Touché. Lo siento, Chloe, no lo he dicho con mala intención. Es solo que nunca dejas de asombrarme. Siempre estás en todo, nunca se te escapa nada.
Esa era su oportunidad para pedirle un aumento de sueldo y la iba a aprovechar.
–Me alegro de que estés satisfecho con mi trabajo, Steven. Y si tienes unos segundos, me gustaría comentarte algo.
–Adelante –él dejó su pluma y le hizo un gesto para que se sentara en la silla que había frente a él–. ¿Cuál es el problema?
–No hay ningún problema –dijo ella con una sonrisa, tratando de no acordarse de las facturas que tenía sobre la mesa de su habitación y que tenía que pagar cuanto antes.
–Bien. Ha sido una época un poco dura, ¿verdad? Ha sido una pena que tengas que estar con los preparativos de la boda –mientras hablaba, Steven buscaba algo entre los papeles que tenía encima de la mesa–. ¿Cómo va eso? ¿Os queda poco para terminar de pagar la nueva casa?
–Hemos pagado un depósito…
Chloe se puso nerviosa. No la sorprendía que Steven no se hubiera dado cuenta de que ya no llevaba el anillo de prometida. Quizá debería haberle dicho ya que su relación con Nile había terminado y que no iban a comprarse la casa. Pero solo hablaban de cosas personales de manera muy superficial y en momentos poco adecuados.
Por otra parte, no podía contarle que su prometido había huido, dejándola con un montón de facturas de una boda que nunca tendría lugar, además de haberla dejado sin un céntimo en el banco. Lo único que a Steven le importaba de ella era el trabajo que hacía allí y a ella le parecía bien.
En ese momento, sin ir más lejos, le había hecho una pregunta, pero no parecía interesado en la respuesta de ella. Parecía más interesado en lo que estaba buscando por la mesa.
–¿Qué buscas?
–Las notas de la última reunión con Renaldo –respondió él–. ¿Las has visto?
–Están en la carpeta azul que tienes ahí debajo.
–Gracias, Chloe –dijo él, esbozando una sonrisa–. ¿Dónde estábamos?
–Bien, yo…
Entonces, sonó el teléfono y Steven contestó después de disculparse con la mirada.
–Aquí Steven Cavendish.
Chloe trató de relajarse en su asiento. Allí siempre sucedía lo mismo. No había tiempo ni para respirar, así que mucho menos para hablar.
Se preguntó por qué estaba tan nerviosa.
Lo peor que le podía suceder era que él le negara el aumento de sueldo y, si así era, le quedaba otra alternativa. La empresa con la que había trabajado dos años antes la había llamado hacía pocos días y le había pedido que volviera, ofreciéndole un aumento de un diez por ciento sobre el salario que Steven Cavendish le estuviera pagando.
Pero ella no quería volver allí. Le gustaba trabajar para Cavendish. Notaba que estaba aprendiendo mucho y el salario también era bueno. Si no fuera por la situación en la que se encontraba, estaría satisfecha.
Miró el rostro de Steven.
–Necesito un poco más de información para contestar a eso –decía–. De acuerdo, consigue los datos y yo miraré el informe. Vuelve a llamarme.
–¿Quién era? –preguntó Chloe de forma automática cuando él colgó.
–Nada… del departamento de contabilidad. Quieren los datos de uno de los restaurantes de Renaldo en París.
–Querrán la lista que imprimí ayer. Está en mi mesa.
–Bueno, ya me la darás luego –Steven se echó hacia atrás en su silla y miró la hora–. De todos modos, Renaldo no vendrá hasta las cinco y media.
–Sí. Así que, como te iba diciendo, Steven…
Sonó de nuevo el teléfono.
«Quizá debería enviarle una carta», pensó Chloe, «o volver a mi despacho y llamarlo por teléfono». Parecía el único modo de conseguir hablar un minuto entero con él.
Se quedó mirándolo, pensando en que quizá era de nuevo el departamento de contabilidad y comenzó a ponerse nerviosa. ¿Quizá debería despedirse y aceptar la oferta de la otra compañía? Por lo menos, en Brittas podía hablar de vez en cuando con el jefe.
Entonces vio que Steven se ponía totalmente pálido.
–Gina, tranquilízate –ordenó con tono autoritario–. No entiendo lo que me dices. Es Beth, ¿no?
Chloe se olvidó por completo de sus problemas y se dio cuenta de que algo grave había sucedido.
–De acuerdo –dijo él, mirando su reloj–. Voy directo a casa.
Steven colgó el teléfono con brusquedad, se levantó y se puso la chaqueta.
–Lo siento, Chloe, pero sea lo que sea lo que quieras decirme, tendrá que esperar. He de irme a casa. Era Gina, la chica que cuida a Beth.
–¿Le ha pasado algo a la niña?
–No… es al padre de Gina. Lo han llevado al hospital y ella tiene que marcharse.
–Pero tienes la cita con Renaldo –dijo Chloe, asombrada–. Dijo que era muy urgente.
–Tendrás que disculparme. No sé de nadie que pueda cuidar de Beth. Mi madre está de vacaciones y…
–Puedo ir yo –sugirió sin pensarlo.
Steven, que estaba sacando de un cajón las llaves de su coche, se detuvo y la miró asombrado.
–¿Tú?
–Soy perfectamente capaz de cuidar de una niña de cinco años –replicó enfadada–, y la reunión con Renaldo es importante. Quizá sea la oportunidad que has estado esperando para quedarte con la cadena de restaurantes.
Steven entornó los ojos, pensativo. Como siempre, el tono franco y seguro de ella, así como sus gafas de tímida bibliotecaria, hicieron desaparecer cualquier duda que pudiera tener.
–Me parece la solución más lógica, ¿no te parece? –insistió al ver que él no contestaba de inmediato.
–Sí, me imagino que sí. ¿Has venido en coche?
–Sí, lo tengo abajo.
Steven volvió a dejar sus llaves en el cajón.
–Gracias, Chloe, te lo agradezco muchísimo. Intentaré no llegar muy tarde; así podrás disfrutar de parte del viernes.
–De todas maneras, no iba a hacer nada –aseguró ella, levantándose.
Steven la observó recoger sus cosas con rapidez y marcharse. Luego se echó hacia atrás.
La llamada lo había dejado alterado. En los primeros segundos, cuando no entendía lo que Gina quería decirle, había pensado que a Beth le había sucedido algo. Y, de inmediato, le llegó el recuerdo de otra llamada, en la que lo habían informado de que su mujer había fallecido. Quizá se había puesto tan nervioso porque se acercaba el aniversario de la muerte de Stephanie y había estado pensando en ello aquella misma tarde. Ya habían pasado tres años desde aquel día. ¿Qué había pasado con aquellos años? ¿Qué había hecho durante ese tiempo? Se sentía como si hubiera estado vagando en una espesa niebla desde que su mujer murió.
De pronto, recordó la voz sensata y tranquila de su madre, diciéndole que tenía que encontrar otra esposa que hiciera de madre para Beth. Él le había contestado, en el mismo tono, que no necesitaba esposa. Pero había momentos, como aquel, en que se preguntaba si su madre tenía razón. Era difícil ser padre soltero y llevar un negocio adelante a la vez. Y él deseaba con toda su alma que Beth se criara sana y alegre.
Steven movió la cabeza, impaciente consigo mismo por preocuparse tanto. Al fin y al cabo, su hija se estaba criando en un entorno seguro y sus vidas fluían con suavidad. Gina era estupenda con Beth y también podía contar con la eficaz Chloe que se había ofrecido a ayudarlo ese día.
Por otra parte, si alguna vez llegaba a decidir volver a casarse, tenía a Helen.
La idea le llegó desde lo más profundo de su mente, donde llevaba un tiempo cociéndose. Era consciente de que la relación de ellos había llegado a un cruce de caminos. Ella quería continuar y él vacilaba. No sabía por qué. Helen era guapa e inteligente y, aunque al principio se ponía nerviosa con Beth, era lo normal… ¿no? Ella no había estado casada ni tenía hijos. Era una mujer con una brillante carrera profesional.
Pero de todos modos, ya estaba mucho más tranquila con Beth… se dijo en un intento de convencerse… mucho más. Pero mientras se decía aquellas palabras a sí mismo, sabía en lo más profundo de su corazón que la relación con Helen no era suficiente… para casarse.
El teléfono sonó de nuevo y lo descolgó de modo brusco. Era de nuevo el departamento de contabilidad. Recordando que Chloe le había asegurado que tenía en su mesa la información que le requerían, les pidió que esperaran y fue al despacho de ella.
Esbozó una sonrisa al ver lo ordenada y limpia que tenía su mesa. A un lado, había una lista con las citas del día, junto con notas específicas para poder darle la información adecuada antes de cada una de ellas.
Abrió el cajón de arriba, donde había un taco de folios en blanco. Lo iba a cerrar cuando se fijó en que había una carta. El logotipo era de una empresa que él conocía de oídas. Sin poder evitarlo, la tomó y la abrió.
Era del director con el que Chloe había trabajado antes de llegar a su empresa. La empezó a leer y, conforme llegaba al final, se iba poniendo cada vez más nervioso. Al parecer, la empresa en cuestión había progresado y querían contratarla de nuevo, ofreciéndole un aumento sobre el salario que él le pagaba. ¡Fuera el que fuera!
Steven se sentó y se quedó mirando a la carta. ¿Era eso de lo que ella le había querido hablar aquella tarde? ¿Se iba a marchar? Y al darse cuenta de lo mucho que la echaría de menos si se marchaba, se quedó atónito.
Chloe no podía irse. ¡Quedarse sin ella era algo impensable!
Las nubes estaban extrañamente bajas y parecía que un velo de color sepia envolvía Londres. Una neblina misteriosa flotaba sobre el Parlamento y el Támesis. En medio de aquel ambiente, se desenvolvía el usual caos de un viernes por la noche en el que las personas luchaban por volver a sus hogares.
Por lo general, Chloe estaría entre la riada de gente que se dirigía al metro. Su apartamento estaba relativamente céntrico y no se molestaba en llevarse el coche al trabajo. Aquel día, sin embargo, había preferido la soledad de su vehículo, pensó, encendiendo la radio para escuchar las noticias.
Después de lo que le pareció una eternidad, se dirigió hacia el sur. Se preguntó si Steven se cansaría alguna vez de aquel viaje que tenía que hacer todos los días dos veces.
Cuando llegó al pintoresco pueblo de Hemsworth y vio las casitas de tejados de paja y los jardines, recordó por qué él pensaba que merecería la pena el trayecto diario. Divisó la casa de su jefe justo cuando estaba empezando a nevar. La mansión de estilo georgiano estaba cubierta de hiedra. Era una imagen preciosa, con sus ventanas divididas por parteluces. Como ya estaba anocheciendo, una agradable luz se filtraba por dichas ventanas.
Detuvo el coche y corrió a la puerta, luchando contra el repentino viento que le metía la nieve en la boca y los ojos. Levantó la mano para llamar con la pesada aldaba que había en la puerta, de color rojo, pero esta se abrió antes de que terminara de hacerlo.
–Gracias a Dios que has llegado –exclamó Gina, ya con el abrigo puesto.
–He venido lo más rápidamente que he podido –dijo Chloe, entrando en la casa.
–Lo sé. Steven me telefoneó y me dijo lo que tardarías en llegar –dijo la muchacha con los ojos llorosos–. Gracias por venir, Chloe. Estoy muy preocupada por papá.
–Espero que esté bien.
Gina asintió y salió a la calle.
–Intenta llamar mañana a Steven para contarnos lo que ha pasado –le pidió Chloe cuando la chica ya corría hacia su coche.
Gina le hizo una señal con la mano, pero si dijo algo, se lo llevó el viento.
Chloe se dio la vuelta y vio a Beth en mitad del vestíbulo. Tenía el cabello revuelto como si hubiera estado haciendo el pino. Llevaba un mono y un jersey rosa, y solo tenía puesto un zapato. El otro lo llevaba en la mano, como si hubiera estado intentando ponérselo. Chloe tuvo la sensación de que había querido irse con Gina.
–Hola, Beth –dijo ella, con un tono deliberadamente alegre–. Dios, ¡qué frío hace fuera! Me alegro de estar aquí contigo en esta casa tan calentita.
–¿Va a venir pronto papá? –preguntó la niña, mirándola con sus enormes ojos azules.