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La triade prenatal se halla integrada por la placenta, la bolsa amniótica y el cordón umbilical, que simboliza la constelación simbólica, mítica, legendaria y ceremonial de nuestros antepasados. Esta investigación presenta una exploración en el ámbito mágico del cordón umbilical.
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Seitenzahl: 433
Veröffentlichungsjahr: 2015
SECCIÓN DE OBRAS DE ANTROPOLOGÍA
LA TRÍADE PRENATAL
Cordón, placenta, amnios
Supervivencia de la magia paleolítica
México 1950 — Un país en futuro, México, 1941.
Viaje a la India por el aire (en colaboración con Ricardo López Méndez), México, 1944.
América, setenta siglos de la historia de un nombre, México, 1945.
Origen, vida y milagros de su apellido (dos tomos), México, 1946.
Aventuras de Gog y Magog, México, 1946.
Divertimientos lingüísticos, Morelia, 1947.
Vuelo con 8000 pegasos, México, 1950.
Los Angeles, México, 1955.
Diccionario etimológico de nombres propios de persona, México, 1956.
Prehistoria del alfabeto, México, 1956.
Buda (en colaboración con Juan Manuel Tibón), Saltillo, 1957. Segunda edición, 1975, con el título Iniciación al budismo.
Antroponimia náhuatl, Puebla, 1959.
Kijmon, nuevos estudios alfabetológicos, México, 1959.
Olinalá, México, 1960.
Ventana al mundo invisible, México, 1960. Segunda edición, 1979.
Onomástica hispanoamericana, México, 1961.
Pinotepa Nacional: mixtecos, negros y triques, México, 1961. Segunda edición, 1981.
Versos decaglotos (1919-1940), México, 1964.
25 años en México — Breve antología, México, 1965 (dos ediciones).
Mujeres y diosas de México, México, 1967.
Enciclopedia de México (tomos I, II y III), México, 1962-1968.
México en Europa y África, México, 1970. Segunda edición, 1979.
El mundo secreto de los dientes, México, 1972. Segunda edición, 1975.
Aventuras en las cinco partes del mundo, México, 1977. Segunda edición, 1980.
Historia del nombre y de la fundación de México, México, 1975. Segunda edición, 1980.
El ombligo como centro erótico, México, 1980.
El ombligo como centro cósmico, México, 1981.
Primera edición, 1981 Tercera reimpresión, 2005 Primera edición electrónica, 2015
D. R. © 1981, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-2729-2 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
A LA MEMORIA DE MI HERMANO JUAN MANUEL
Al buscar un camino que me llevara a la entraña semántica del nombre de México, descubrí un nuevo continente, que podría llamarse Onfalia. Al explorarlo encontré “dobles” de los seres humanos en forma de caballitos de mar, selvas de árboles de ombligos, panteones domésticos y silvestres en miniatura donde descansan los dobles, catervas de amuletos, en fin, todo un mundo ritual antiquísimo que ha sobrevivido milagrosamente hasta hoy.
La investigación, inicialmente filológica, se ha extendido a estudios históricos y mitológicos consignados en el primer libro de mi trilogía umbilical, la Historia del nombre y de la fundación de México. El segundo, El ombligo como centro cósmico, quiere ser una contribución a la historia de las religiones. El tercero, que aquí se presenta, es una exploración en el ámbito mágico del cordón umbilical. A una ínfima parte del mismo, la que convive algunos días con nosotros, se le atribuyen poderes sobrenaturales y se le considera estrechamente vinculada con nuestro destino, por ser nuestro “otro yo”, receptáculo de la mitad de nuestra alma. Ya no forma parte de nuestro cuerpo, pero seguimos llamándolo “ombligo” igual que a la cicatriz que dejó en nuestro vientre, o sea el hoyuelo, centro y adorno de nuestro cuerpo.
La creencia en los destinos paralelos del ser humano y el muñón, “ombligo” separado del ombligo, no puede verse como una superstición más, ligada al misterio del alumbramiento y perpetuada, en el curso de los milenios, por las mujeres. La “personalidad” que compartimos con el muñón umbilical es patrimonio común de toda la humanidad.
El tema ha llamado la atención de etnólogos de la talla de un Frazer y un Róheim. Este último dio una interpretación del fenómeno que es indudablemente atinada, aunque no abarque su totalidad. Róheim abrevó generosamente en las fuentes australianas y con sobrada razón, ya que los aborígenes del Novísimo Mundo cuentan entre los últimos hombres de la Edad de Piedra que todavía hollan el planeta. Sus creencias reflejan las de hace 40 000 años y coinciden en lo esencial con las de grupos africanos, asiáticos y —lo que más importa— mesoamericanos. Me tocó en suerte realizar en México durante 20 años (1960-1980) una investigación que produjo una cosecha de material nuevo, y llevó al hallazgo de raíces paralelas en el campo del pensamiento mágico. Las comparaciones entre el material australiano y el mexicano me permitieron contestar al reto que me había impuesto: explicar el origen de la altísima sacralidad del ombligo. Hasta su caída, el muñón se impregna paulatinamente de energía mágica, de poder sobrehumano. En los capítulos XXIV y XXV se demuestra con creces —creo, por vez primera— la solidez de esta deducción, mejor dicho de este hallazgo, sin el cual no tendría sentido la magia onfálica que cubre todo el planeta. Pese a las mil formas en que se manifiesta, el común denominador de la sacralidad umbilical es uno y a través de dos mil y más generaciones se ha transmitido hasta nuestros días.
No quiero con esto afirmar que hubo un foco de difusión paleolítico del cual procede la magia umbilical del Viejo Mundo. Las ideas maduraron en el curso de decenas de millares de años en lugares y épocas distintas, porque obedecían a la observación del misterio mismo del alumbramiento. Lo que sí me parece claro es que tales ideas ya se habían cristalizado antes de la ocupación de los dos continentes vacíos: es decir, ya eran parte del patrimonio cultural de los negritos que poblaron Australia y Tasmania, así como de los australoides y mongoloides que poblaron América. En el capítulo XXV me referiré a fechas, basándome en los trabajos más recientes de los etnólogos. La antigüedad del hombre en el Nuevo y Novísimo Mundo es mayor de lo que se había admitido.
Los primeros siete capítulos se refieren a la magia de la tríada que nos acompaña en la vida prenatal: placenta, bolsa amniótica y el cordón umbilical entero; también me he referido a las creencias relativas al corte del funículo. Queda todavía un vasto campo abierto a la investigación; desde luego hay trabajos dispersos en libros de obstetricia, antropología cultural y folclor.
Expreso mi vivo agradecimiento a los médicos mexicanos que me han brindado su ayuda mediante inteligentes —y no siempre fáciles— encuestas. En orden alfabético, los doctores Pascual Aceves Barajas, Enrique Campos Chávez, Jorge García Sánchez, Salvador Guerra Beltrán, Alejandro Magallón, Ismael Morante Alvarado, Julio Ortega Rivera, Jorge Paulat Legorreta, Alfredo Ramos Espinosa, Salvador Rodríguez, Aurelio Salazar Flores, Gilberto Sámano, David Sánchez Andrade, Antonio Torres Quiñones, Leovigildo Vázquez Cruz.
Entre los antropólogos que me han concedido colaboración espontánea menciono al profesor José Castañeda, director del Instituto Indigenista de Guatemala; al ingeniero Rafael Girard, ilustre investigador suizo-guatemalteco; al doctor Thomas Hinton, de la Universidad de Arizona; al doctor Nahum Megged, de la Universidad de Jerusalén; al profesor Vicente T. Mendoza, folclorista mexicano; a la doctora Angelina Pollak-Eltz, maestra universitaria en Caracas; al profesor Roberto Williams García, de la Universidad Veracruzana; al doctor Ronald M. Berndt, de la Universidad de Australia Occidental; a la doctora Annette Hamilton, de la Universidad de Sydney; así como a cinco investigadores del benemérito Instituto Lingüístico de Verano: John y Elaine Beekman, Barbara Erickson, Searle Hoogshagen y Rachel Saint.
Informantes eficaces han sido don Gabriel Agraz García de Alba; arquitecto Humberto Aguirre Tinoco; don Nemesio Barrera; licenciado Alfredo Corona Ibarra; ingeniero Hugo Espósitos; licenciado Anselmo Galindo; ingeniero Miguel García Cruz; profesor Jesús González Barrandey; profesor José Guerra; don Miguel Hernández; don Ramón Hernández López; licenciado Leonard C. Jones; doña Geneviève Laborde; ingeniero José Domingo Lavín; ingeniero Alejandro Paucic; don Fermín Pérez; don Glicerio Robles; licenciado Alfonso de Rosenzweig Díaz. A todos, vivos y desaparecidos, la expresión de mi honda gratitud.
Entre los médicos y sabios europeos menciono al doctor Carl-Herman Tillhagen, del Nordiska Museet, de Estocolmo; doctor José Guardiola y Costa, de Alicante; profesor Antonio Bargés, de Gerona; doctor Tom Zuidema, de la Universidad de Leyden. Sin la intervención del doctor Roberto Molina Pasquel, embajador de México en Australia, no hubiera obtenido las copias fotostáticas de estudios etnológicos australianos, de capital importancia. Al malogrado amigo un recuerdo reverente; le reitero aquí mi vivo agradecimiento. En 1980 el bibliógrafo (no bibliotecario) del Instituto Australiano de Estudios Aborígenes de Canberra, David H. Bennet, ha escogido con sabiduría nuevos textos para fotocopias, que me han sido de suma utilidad. Colaboradores generosos han sido la señora Dorothy Norman, de Nueva York, y la señora Amparo Batani de Cossío, acapulqueña avecindada varios años en Andalucía, así como mi fallecido hermano Juan Manuel.
Como en ocasiones precedentes, Ivan Illich y Valentina Borremans me ayudaron con referencias bibliográficas a menudo inesperadas, siempre importantes, y a obtener de bibliotecas universitarias copias fotostáticas de trabajos raros, de otra manera inalcanzables.
Por último tengo que agradecer al Fondo de Cultura Económica la alta calidad editorial con que distinguió mi trilogía onfálica, y la publicación de una obrita marginal consagrada al ombligo como centro erótico.
G. T.
Al hablar de cordón umbilical nos referimos básicamente al funículo1 que une a la madre con su hijo durante la gestación y hace circular la sangre —mediante dos arterias y una vena— entre los dos seres: el que da la vida y el que la recibe. Mide entre 50 y 60 centímetros de largo; si la longitud del cordón excede estas medidas no sólo complica el parto sino que puede poner en peligro la existencia del niño.2 En el curso de mil y mil generaciones el cordón ha estrangulado a no pocas criaturas; el hombre primitivo lo consideró, justamente, árbitro prenatal de vida o de muerte, y aquí interviene ya el aspecto mítico y mágico, que se manifiesta en tabúes y costumbres antiguamente difundidas en todo el planeta. En la actualidad sobreviven máxime entre los indígenas americanos y australianos.
En el mito hindú y mesoamericano el cordón une las alturas celestes con las moradas terrestres, o sea el mundo de los dioses con el de los hombres, rebasando la realidad fisiológica limitada a la unión prenatal entre la mujer y sus hijos.
El asiento de Buda en el universo es el ombligo de la rueda cósmica,3 eje vertical del mundo que se extiende entre el cielo y la tierra.4 Buda se identifica con Brahma-Prajapati, “amo de las criaturas” y, como a él, se le representa en un trono de loto.5 Su tallo se prolonga hasta las líquidas profundidades del subsuelo; allí lo sostienen dos parejas de nagas (serpientes) que simbolizan las aguas.
1. Buda en su trono de loto, acompañado por dos Bodhisattvas. Esta trinidad está sostenida por sendos lotos cuyo tallo sale del agua y se parece a un cordón umbilical humano.
2. De las aguas primigenias sale el tallo de los tres tronos de loto que sostienen la tríade formada por Buda y dos Bodhisattvas.
Trinidad Amida de Tachibana Fujin.Monasterio de Horyuji, Nara, Japón.Foto de Langdon Warner, en Coomaraswami, lám. XI.
En otras figuraciones el tallo de loto de Brahma sale del ombligo de Narayana, advocación de Vishnú, considerado como anterior a la creación del universo: era el espíritu que flotaba sobre las aguas y tal es el significado de su nombre. Es evidente el parentesco del tallo del loto, que se parece a un cordón umbilical, y el propio cordón, visto como realidad humana. En la fig. 1 se ve a Buda en su trono de loto, acompañado por dos Bodhisattvas, secuaces del Iluminado, “criaturas (destinadas) a la clarividencia”, o sea futuros Budas.6 Cada miembro de la tríada está sostenido por un loto, cuyo tallo brota del agua y se parece a un funículo humano. En la fig. 2 se ven las aguas de las cuales salen los tallos de los tronos de loto que sostienen esta trinidad. Aquí también es manifiesto el parentesco entre los tallos y los funículos.
Todos los pueblos antiguos parecen haber concebido el ombligo del mundo, o sea su centro absoluto, como el punto en el cual se inició la creación.7 Ombligo-centro sobreentiende, en el nacimiento de todo, la existencia y la presencia del cordón, que en la iconología de la India se manifiesta esencialmente en el tallo del loto. Aunque Narayana es deidad masculina, vemos salir el cordón de su vientre y transformarse en tallo de loto. En el cáliz de la flor, mil veces divina, está sentado un minúsculo Brahma; llama la atención el vigor con que está marcado su humanísimo ombligo (fig. 3). Con razón Vishnú-Narayana es llamado “el ombligo del loto” (padmanahba o puskaranahba en sánscrito)8 y el propio Brahma es “nacido del ombligo” (nabhija), o “nacido del loto” (asjaja; abja-yoni).9
El indianista Coomaraswami considera esta representación y sus semejantes, de raíces antiquísimas, genuinamente védicas, o sea pertenecientes a una época situada entre fines del tercer milenio y el siglo VIII a.C.
En la doctrina mística de la Cábala —búsqueda de interpretaciones alegóricas y de sentidos ocultos tras el significado aparente del texto bíblico— se admite que el mundo en que vivimos no es la primera ni la última creación. Dios destruyó los mundos precedentes porque el prístino ser humano no poseía la proporción exacta entre la esencia masculina y femenina indispensable para alcanzar la perfección.
3. Brahma náhbija, “Nacido del ombligo” de Narayana, advocación de Vishnú, considerado anterior a la creación del mundo. Se ve acostado sobre la serpiente cósmica Ananta y de su vientre brota un tallo de loto, como cordón umbilical. Brahma nace del cáliz deesta flor.
Ellora (Haiderabad), según Coomaraswami, 17.
Sin embargo, nada de lo que ha existido puede desaparecer completamente; quedan todavía vestigios de esos mundos de ayer.10 A uno de ellos perteneció el misterioso Adne Sadeh llamado “hombre de la montaña”; también se le conoce como Adán. Tiene aspecto humano y vive en condiciones precarias, pues está atado a la tierra por medio del cordón umbilical; de éste depende su vida. Si el cordón se rompe Adne Sadeh muere.11
Otro vestigio de un mundo desaparecido anterior al diluvio son los ángeles caídos, conocidos como nefilim e identificados con los “gigantes que había en la tierra en aquellos días”,12 progenie de los “hijos de Dios”.13 Dice el Génesis:
Comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas. Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas tomáronse mujeres, escogiendo entre todas […] Después que entraron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, les engendraron hijos.14
Estos pequeños nefilim, medio divinos y medio humanos, tenían el don de caminar y hablar inmediatamente después de su nacimiento. Eran tan sabios y hábiles que ayudaban a sus madres a cortar el cordón umbilical.15 Al crecer se volvían maestros en magia negra, arte que enseñaban a las mujeres. Con razón uno de sus jefes era Satanael.16
Dice el Génesis:
Todos los pensamientos de su corazón eran solamente el mal […] y dijo Jahvé: me arrepiento de haberlos hecho, y raeré los hombres que he creado de sobre la faz de la tierra.17
Pese a lo buenos parteros que eran los nefilim recién nacidos, desaparecieron durante el diluvio junto con los demás hijos de Dios y del hombre. La nueva humanidad, a la cual pertenecemos, se debe al único varón perfecto y justo, Noé, que halló gracia en los ojos de Yahvé.18
El cordón umbilical del cielo. Así como los mayas vieron en el hemisferio celeste la calota craneana de un héroe, cósmicamente agigantada,19 también imaginaron cordones umbilicales cósmicos. En la segunda rueda profética del Chilam Balam de Chumayel se explica cómo se acabará el katún (periodo aproximado de 20 años) de la Flor de Mayo y se dice que entonces “nos será pedido el cordón umbilical de la tierra, de siete medidas, y será pedido el libro de los pueblos a los gobernantes, por la palabra del Dios que viene”.20
Es aclarador el criterio maya-chortí con respecto a la función del dios Siete: “Es a la vez dios del cielo y de la tierra; cae del ápice de la bóveda celeste al corazón de la tierra; así se convierte en dios terrestre y se asocia a la diosa de la tierra para formar la pareja creadora del maíz”.21 Las siete medidas son las siete “gradas” que unen la morada celeste del dios Siete con la Tierra.
En las jaculatorias de los Ah Kines, sacerdotes del culto solar, leemos esta exhortación: “Hijo mío, ve a buscarme el cordón umbilical del cielo”.22 Un poco más adelante se aclara: “El cordón umbilical del cielo que se le pide es el copal, elaborado en figuras de trece modos distintos”.23
El lenguaje de las profecías (por algo se le llama sibilino) es de muy difícil interpretación. Lo que parece desprenderse de estas palabras oscuras es que existe una distinción de índole esotérica entre el cordón umbilical de la tierra y el del cielo. Algo resulta claro: la columna de humo del copal que sube de la tierra representa el cordón umbilical que nos une con el cielo. También en el Viejo Mundo el humo del incienso que se eleva establece una comunicación entre el hombre y la divinidad.
El alambre celeste de los nonatos. Más plausibles son las 13 figuras del cordón umbilical del cielo, ya que en la cosmología mesoamericana el espacio vertical que une la tierra con el cielo culminante está dividido en 13 cielos, cada una correspondiente a un dios y a una de las 13 aberturas del cuerpo humano.24 El dios del treceno piso del cielo, Ox Lahun ti Ku, literalmente “dios trece” (mencionado con frecuencia en los Chilam Balam)25 corresponde al Ometéotl de los nahuas, dios creador que mora en el Tlalxicco, “ombligo del mundo”, el más alto de los cielos, el treceno. Había, pues, una relación entre los cordones umbilicales de cielo y tierra y el ombligo supremo.
Las “figuras elaboradas en trece modos distintos” se pueden identificar con las que representan cada uno de los cielos en el Códice Vaticano. Son en efecto figuras, con la luna para el primer cielo, las estrellas en el segundo, el sol para el tercero y así por el estilo.26
Eduardo Matos Moctezuma (1972) y Arthur G. Miller (1974) se han ocupado de otros aspectos iconográficos del funículo en Mesoamérica. Es indudable que, todavía en nuestros días, el ombligo y el cordón desempeñan un papel de singular importancia entre los mayas de Quintana Roo, según me informa el etnólogo Alfonso Villa Rojas, quien ha dedicado cuatro decenios al estudio de este grupo humano.27
También persiste en nuestros días, entre los tarahumaras (grupo que no pertenece a las grandes culturas de Mesoamérica), la creencia de que al nacer, el recién nacido está atado con un alambre invisible (algo parecido al cordón umbilical de plata de los ocultistas, igualmente invisible) que pende del cielo.28
El kusansum. Los mayas concibieron el cordón celeste en forma todavía más dramática: es parecido al funículo humano, en su vida prenatal.
En 1907 el americanista Tozzer recogió cerca de Valladolid, casi en los linderos de la selva quintanarroense, el mito del kusansum. En la primera creación del mundo (actualmente, según los mayas, estamos en la cuarta), una era mítica y gloriosa,
había un camino suspendido en el cielo, que se extendía de Tulum y Cobá, a Chichén Itzá y Uxmal. Este camino era llamado kusansumi o sacbé (camino blanco). Tenía la naturaleza de una gran cuerda (sum), de la cual se suponía que tenía vida (kusan) y en su medio fluía sangre. Por esta cuerda el alimento era enviado a los antiguos gobernantes que vivían en los edificios ahora en ruina. Por alguna razón la cuerda fue cortada, la sangre se desparramó y la cuerda desapareció para siempre.29
La interpretación de kusansum es correcta. Dice el Diccionario de Motul (fines del siglo XVI) que cuxaan es “cosa viva”, o “vivir el hombre, animales, plantas o piedras”;30zum es todavía en el maya actual “soga”.31 Cuxaanzuum o kusansum es “la cuerda viva”.
En el mito maya el camino celeste —que en la primera época del mundo unía cielo y tierra, la morada de los dioses con la de los hombres— era como un gigantesco cordón umbilical, por el cual fluía la sangre, al igual que en el funículo humano. Al cortar el kusansum se rompe la unión entre tierra y cielo: así como al cortar el cordón umbilical humano el hijo queda separado de su madre. El recién nacido depende de ella como los hombres dependen de los dioses; pero, rota la prístina unidad, se han formado dos mundos distintos: el natural y el sobrenatural.32
El recuerdo del mito persiste hasta nuestros días. En una variante de la leyenda del enano de Uxmal, narrada por un maya de Chunhuhub, Quintana Roo, al maestro José A. Xiu, se alude a la
cuerda maravillosa, el cuxaan zuum […] tendida como un inmenso puente colgante entre el turbulento mar Caribe y la ciudad sagrada de Ichanzihó,33
4. Personaje adulto desnudo con cordón umbilical que baja desde las alturas celestes (éstas no se ven por la parcial destrucción del códice) y entronca con el vientre. Está sentado sobre una serpiente de cascabel y parece representar la relación entre los mundos terrestre y celeste.
Códice Maya de París, p. 19.
5. El jefe mixteco Dos Agua unido con el Cerro de Oro y Jade por medio de un largo cordón umbilical. Interpretación de Alfonso Caso.
Códice Selden, lám. 1.
6. Personajes desnudos envueltos en cordones umbilicales. Relieves en estuco hallados en Tulum.
Dibujo de Miguel Ángel Fernández, fig. 56.
XIPE TÓTEC, NUESTRO SEÑOR EL DESOLLADODIOS DE LA TIERRA
TEZCATLIPOCA-IXQUIMILLI, DIOS DE LOS OJOS VENDADOS, DIOS DEL CASTIGO
XOCHIPILLI, DIOS DE LAS FLORES, SEÑOR DE LA PROCREACIÓN
TONATIUH, DIOS SOLAR Y DIOS DE LA GUERRA
7. Cordones umbilicales simbólicos que unen el mundo de los dioses con el de los humanos. Imágenes de la lámina 15 del Códice Borgia (ca. 1350), que representan cierto sacrificio y que servían al sacerdote astrólogo para adivinar el destino del recién nacido, también con los cuatro días vinculados con cada imagen. (Sus signos están dibujados a colores en el códice.)
Códice Borgia 15; Seler (1963), 15.
8. La diosa mixteca Tres Pedernal (véase glifo) dando a luz al dios del mismo nombre calendárico, que nace adulto; madre e hijo están todavía unidos por el cordón umbilical.
Códice Nuttall 16, en Seler (1963) I, 180.
9. Diosa mixteca pare a un hijo que nace adulto; el cordón umbilical los sigue uniendo.
Códice Nuttall 27, en Seler (1963) I, 180.
10. Quetzalcóatl Ehécatl, dios del viento, con un ducto parecido a un funículo que sale de su corazón y lo une con el signo del onceno día, mono. Cuatro días más (lluvia, águila, casa y ciervo) están vinculados mágicamente con otras partes del cuerpo. El marco de la figura es una serpiente emplumada.
Códice Borgia, lám. 72, en Seler (1963), 72.
es decir la actual Mérida.
Es posible que haya una relación entre el kusansum y la cuerda extendida en el cielo y la tierra […] como fue dicho por el Creador y el Formador, la madre y el padre de la vida, de todo lo creado,34
en el preámbulo del Popol Vuh.
Códices mixtecos y nahuas. El mito del kusansum reviste una decisiva importancia para comprender no sólo ciertos aspectos de la escultura maya y del Códice Peresiano(fig. 4), sino para interpretar ciertas imágenes desconcertantes en los códices mixtecos y nahuas, como el Nuttall, el Fejérváry-Mayer, el Selden y el más importante de todos: el Borgia. No olvidemos que la religión de los mesoamericanos era básicamente una, pese a los diferentes nombres de las mismas deidades en los varios idiomas; un fenómeno semejante se encuentra en la religión grecorromana. En los códices veremos distintas variantes de cortes emblemáticos del cordón (figs. 11, 12).
Éste, aparte de la mítica separación de los mundos celeste y terrestre, tiene otros símbolos. En primer lugar, el día del nacimiento, que condicionaba el destino del niño; Spinden, a principio de los años treinta, descubrió esta creencia,35 que ilustra claramente la lámina 1 del Códice Selden, interpretada por Alfonso Caso (fig. 5). Un personaje llamado Dos Agua se ve unido, en una fecha precisa, al Cerro de Jade y Oro por medio de su cordón umbilical.36 (No olvidemos que en nuestros días gran número de personas de nuestra sociedad occidental cree a pies juntillas en la astrología y los horóscopos.)
La importancia de la representación en el Códice Selden estriba en la evidente función del cordón umbilical, que sale del cuerpo de un adulto y alcanza un cerro mágico. Otro aspecto notable es la longitud sobrehumana del cordón, concebido como lazo —invisible en realidad y visible en la imagen— del personaje, con una distante montaña. En esto se parece al cordón umbilical invisible que sigue uniendo a madre e hijo después del corte (noto fenómeno parapsicológico) y al cordón de plata de los místicos del Viejo Mundo (pp. 37, 38).
11. Dos dioses solares están por cortar los cordones umbilicales que unen a dos hombres con el mundo celeste.
Códice Fejérváry-Mayer, lám. 26.
12. Tres dioses infligen castigos a sus fieles por medio de simbólicos cordones umbilicales que rodean el cuello, como entre los aborígenes australianos. El primer dios (desde la derecha) está por cortar el cordón con un hacha; el segundo lo roza con un bastón de sonajas y el tercero lo envuelve con una soga.
Códice Fejérváry-Mayer, lám. 27.
13. La diosa que limpia del pecado, Tlazoltéotl, sostiene una serpiente cuya cola estrangula a un pecador. Aquí la serpiente se identifica con el cordón umbilical.
Códice Fejérváry-Mayer, lám. 28.
14. Estela de Izapa (zona arqueológica cerca de Tapachula, Chiapas). De bajo las costillas de un esqueleto sale un cordón umbilical que es también serpiente. Las manos son todavía de persona viva.
Izapa, estela 50.Foto y trazado de línea de V. Garth Norman.
En el mundo prehispánico el cordón simboliza el linaje: hay ejemplos en el Códice de Viena y en el Laud;37 tal vez en las genealogías prehispánicas de cierta colección del Museo Nacional de Antropología de México, los cordones enlazados representan funículos umbilicales.38
Una de sus representaciones más conocidas es el jeroglifo de Xicco, “en el ombligo”, antiquísimo centro ceremonial en una isla del lago de Chalco (hoy Xico, pronunciado Jico). Se encuentra en el Códice Mendocino(fig. 16). Conviene recordar a los dos personajes desnudos envueltos en cordones umbilicales, figurados en relieves de estuco en la fachada superior de la estructura 16 de Tulum (fig. 6).
En la lámina 15 del Códice Borgia cinco dioses,39 a cual más imponente, se enfrentan a sendos seres humanos desnudos. Los dioses agarran su cordón umbilical que baja verticalmente de una joya de jade o una jícara preciosa, a menudo ornada con flores: emblemas de las sagradas alturas celestes. Al nivel del ombligo, los dioses doblan, con ademán enérgico, el cordón; éste alcanza así el vientre de los hombres y los une simbólicamente con el cielo, señalado por los dioses con el índice (fig. 7).
Los hombres levantan el brazo derecho en ademán de sumisión. En la misma página del códice aparecen en primer lugar tres dioses que con un enorme cuchillo sacan un ojo a los fieles: evidente símbolo de sacrificio,40 que permite deducir que también lo es el corte del cordón umbilical.
No hay duda de que los ductos amarillos (llamados “tiras” por Seler41 y “entrañas” por Corona Núñez)42 son lo que aparentan: cordones umbilicales. Su grosor y sus bordes ondulados son casi idénticos a los de las dos diosas que dan a luz en el Códice Nuttall (figs. 8, 9).43 Corresponden, además, a la realidad fisiológica del funículo (p. 13). Los dioses hijos, pese a que están todavía unidos a la madre por el cordón, son hombres adultos, con cabellera negra y grandes orejeras, al igual que los fieles del Códice Borgia; no sólo es idéntica su estilización sino también el ademán de la mano derecha.
Por ser el Códice Borgia un tonalámatl, “libro de los días” destinado a la adivinación de la suerte del recién nacido, parece evidente que los cuatro signos o días representados debajo de cada imagen (por ejemplo flor, lluvia, pedernal, movimiento) se refieren a su influencia fausta o infausta y a los auspicios que el sacerdote astrólogo puede sacar de éste o más elementos calendáricos.
En la lámina 72 del propio códice encontramos a Quetzalcóatl, dios del viento, con un cordón parecido a los umbilicales de la lámina 15; une el flujo de sangre que brota de su corazón con una cabeza de mono (undécimo signo de los días). Hay cuatro días más unidos congenialmente con el dios. El ojo izquierdo, con el día lluvia, por la relación entre las lágrimas y el agua del cielo; la boca con la casa, metáfora que encontramos incluso en la letra beth, casa en hebreo;44 el ciervo con el pie derecho y el águila con la oreja izquierda (fig. 10).
La lámina 26 del Códice Fejérváry-Mayer contiene dos imágenes parecidas a las de la lámina 15 del Códice Borgia(fig. 7). Dos deidades solares sujetan un cordón umbilical que baja desde las alturas divinas: una es representada por una joya con flores, otra con medio disco solar. Los cordones bajan a reunirse con sendos seres humanos, sacralizados por una gran orejera de turquesa. En estas figuraciones aparece un elemento distinto: los dioses empuñan con la derecha un gran cuchillo, como si estuviesen por cortar el cordón exactamente en la mitad. Recordando el mito de Kusansum podemos interpretar el cordón como el lazo entre lo humano y lo divino que está por segarse (fig. 11).
En la lámina siguiente del mismo Códice Fejérváry, la 27, se ven tres dioses que infligen castigos a sus víctimas. Un Tezcatlipoca azul, deidad nocturna con los ojos vendados, agarra con la izquierda el cordón umbilical de un fiel sumido en la noche, negra y llena de ojos estelares; en medio de la oscuridad blanquea una calavera, señal de muerte. Tezcatlipoca está por cortar el cordón con un hacha, en lugar del cuchillo de los dioses solares. La víctima tiene una soga al cuello: es un prisionero.
El segundo dios, el de en medio, es un Xipe Tótec, “nuestro señor desollado”, todo amarillo. Con su bastón de sonajas roza en tres puntos el cordón de un fiel, esta vez serpenteante y rematado por una flor. El dios de la izquierda, tal vez el numen de la guerra, Huitzilopochtli, envuelve el cordón con una soga, desde el cuello de la víctima. Las flores que rematan el cordón podrían representar el corazón del prisionero sacrificado45(fig. 12).
En la lámina 28 Tlazoltéotl, la diosa que come la inmundicia moral de los hombres, o sea los limpia del pecado, sostiene con ambas manos una serpiente cuya cola ciñe el cuello del fiel. Su actitud es la de los dioses precedentes que agarran el cordón umbilical; resulta evidente la ambivalencia del cordón y la culebra. El funículo pegado a la placenta en el niño nonato está comparado, metafóricamente, con una serpiente que pica, y expresa el dolor que acompaña al parto46(fig. 13).
La estela maya de Izapa representa a un esqueleto sentado de forma que su espalda se dobla como la del dios viejo, el jorobado por excelencia.47 Las manos son todavía de persona viva, mas de lo que fue el abdomen sale horizontalmente un cordón umbilical que sin duda se emparenta con el del personaje figurado en el Códice Peresiano; pero además, a semejanza de la imagen de Tlazoltéotl en el Códice Fejérváry(fig. 13), el cordón es al mismo tiempo una serpiente. Ésta, después de dar una vuelta completa, sube hacia las alturas (fig. 14).48
Los miembros de la tribu australiana wuradjeri conservan los funículos enteros; sus chamanes usarán su propio cordón como soga mágica. Creen que esa soga les otorga la facultad de subir muy alto, hasta el mundo de los “espíritus del sueño”.49 Se puede atisbar con esta creencia, emparentada con las de Mesoamérica (cf. figs. 4 y 7 a 13), una anticipación del cordón de plata (p. 37).
Aquí hay que mencionar una creencia de la religión Kono, en la Alta Guinea. Sus sacerdotes usan una cuerda como instrumento mágico (tal vez haya una relación con el famoso rope trick hindú). Estos africanos creen que la cuerda puede metamorfosearse en bastón, en manantial de leche y, sobre todo, en serpiente.50 Igual transformación simbólica se puede admirar en la danza mexicana de la culebra, en que un látigo, manejado por los bailadores de Tepeyanco, Tlaxcala, representa al ofidio, animal pluviógeno por excelencia.51
A orillas del Mar Arafura. Aludir a la literatura aborigen australiana suena, para el profano, tan desbarrado como sonaba, para ciertos intelectuales mexicanos, hablar de la literatura azteca hasta que Ángel María Garibay publicó, en 1953, los dos tomos de la Historia de la literatura náhuatl. La diferencia es que esta última emana de una insigne civilización y se conserva en manuscritos de los siglos XVI y XVII (parte de los cuales todavía esperan su traducción); en tanto que la literatura australiana proviene de una cultura materialmente paupérrima, aunque insospechadamente rica en la creación intelectual (cf.p. 232).
Así como los poemas de Homero y el Rig Veda se transmitieron oralmente durante generaciones, hasta el advenimiento de la escritura griega o sánscrita, la literatura australiana se ha empezado a transcribir en las lenguas autóctonas del Novísimo Mundo sólo desde hace pocos años, antes de traducirse al inglés. Esta labor de rescate se debe en primer lugar al antropólogo Ronald M. Berndt.
El ciclo épico Djanggawul, de la Tierra de Arnhem (la región más septentrional del Territorio Norte, bañada por el Mar de Arafura), consta de unos 200 cantares mitológicos, estrechamente ligados con la vida ritual de los aborígenes. Su tema fundamental es la fertilidad, que se manifiesta en las Dos Hermanas perpetuamente preñadas; en el crecimiento de árboles y follaje; en la creación de manantiales que nunca se agotan; en el calor de los rayos solares, dadores de vida; en el sustento, base de la existencia.52
El punto focal del mito australiano. El punto focal del mito Djanggawul es la procreación: las bolsas mágicas que hombres y mujeres llevan en ciertas ceremonias simbolizan el útero primigenio. Están tejidas con fibras de pándano53 y aderezadas con plumas coloradas del pecho del papagayo, que simbolizan los rayos del sol,54 la sangre o el cordón umbilical.55 Las bolitas de cera de abejas silvestres, que ornan las bolsas, contienen prepucios (cortados en las ceremonias de iniciación): otra alusión a la fertilidad.
En la sexta parte del ciclo épico se canta cómo los seres, todavía espirituales, se alejan de la matriz de las Dos Hermanas; se alude a largos cordones emplumados que irradian en distintas direcciones, hasta los lugares que los caminantes deben alcanzar.56
La circuncisión como nueva vida. El significado esotérico es que las Dos Hermanas abren sus matrices para que los seres puedan salir a los lugares que les están destinados. Aunque espíritus, todos llevan bien pegado su cordón umbilical.57
Me doy cuenta de que, para captar claramente este pensamiento mítico, faltan los contextos analizados en muchas páginas por los recolectores y traductores; más transparente resulta la parte consagrada a la circuncisión. Un niño apenas circuncidado se considera “emergido de su madre”, es decir, de una de las Dos Hermanas. Todo el rito de iniciación simboliza el nacimiento, y el acto culminante de cortar el prepucio repite simbólicamente el corte del cordón. Además, representa la separación de la madre y la desconexión del varoncito del mundo de las mujeres.
Vuelto a nacer, el niño se convertirá más obviamente en un ser masculino. La relación entre prepucio y cordón umbilical nos permite entender el verdadero significado de la circuncisión como un rito de re-nacimiento ritual,58 de enorme antigüedad. Recordemos que la circuncisión de hebreos y musulmanes se considera hasta nuestros días como un pacto de sangre con la Divinidad y que en el cristianismo se sustituye con el bautismo, también considerado un re-nacimiento. Las razones higiénicas atribuidas a la circuncisión se deben a especulaciones racionalistas recientes: algo como una cirugía preventiva. A razones religiosas y no a medidas higiénicas obedecen las ablaciones violentas de dos dientes en las ceremonias australianas de la pubertad.
Los funículos irradian luz. La voz dabi, “prepucio”, significa también bolsa, por la semejanza física entre los dos objetos. Dabi, siendo prepucio y bolsa, es también cordón umbilical. Como tal, se manifiesta a menudo en gran variedad de formas, de las cuales las que tienen mayor altura poética son las que lo metamorfosean en rayos del lucero de la mañana y del sol en el ocaso. Dabi es, además, la franja de la estera (identificada con el vello púbico de las Dos Hermanas); una soga delgada con plumas; una serpiente, aquí símbolo sexual femenino.59
No menos significativa es la voz dalg, sinónimo de útero, empleada en el ciclo épico con el valor de placenta y, en el contexto, de cordón umbilical. Se deriva del término sagrado wagulwagul, que en el mismo ciclo denomina útero, estera,60 ballena y otras voces que en apariencia no tienen nada en común, pero que en el complejo mundo de los tropos aborígenes, poseen las más impensadas afinidades. De wagulwagul se deriva una de las palabras más importantes y más usadas: wagu, hijo o hija.61
Altas fantasías sexuales. El ciclo mítico Djanggawul, con sus altas fantasías sexuales (que no conviene reproducir en este trabajo, limitado al cordón umbilical y sus compañeros de vida intrauterina: la placenta y el amnios), conserva su intensidad y hondura entre los actuales aborígenes de la Tierra de Arnhem.62 Hay quien cree que los seres protagonistas de los cantares vinieron de otras tierras, de un este o noreste nebuloso, y llevaron consigo la parafernalia esencial de su culto. Ya vimos que no se describen como seres humanos, sino, vagamente, como espíritus. Sólo se volvieron “gente verdadera” cuando adoptaron el culto Djanggawul.
Hay distintas interpretaciones psicoanalíticas de la epopeya australiana. Abram Kardiner y su escuela encuentran en el Djanggawul una proyección de las emociones que suscita en los aborígenes la relación con sus propios padres durante los primeros años de vida. Los discípulos de Géza Róheim (cf.pp. 253-254) ven en la identificación de la circuncisión con el corte del cordón umbilical la manifestación universal del complejo de Edipo.63
Lo cierto es que este mito y los demás que se están recogiendo enriquecen en forma insospechada la antropología cultural y la historia de las religiones.
Leonardo y el funículo. Entre los dibujos anatómicos realizados por Leonardo que se conservan en la Biblioteca Real de Windsor, se nota cómo el cordón umbilical suscita interés particular en el pintor. Leonardo se ocupa de su longitud y de su posición, y afirma: “El largo del ombligo es igual al largo del niño en cada grado de su edad”.64 En uno de sus estudios presenta el flujo de la sangre en un embrión de cuatro meses, desde la placenta a lo largo de la vena umbilical, cruzando el ombligo para subir al hígado. Se observan claramente las venas umbilicales que convergen en el ombligo. Al lado de dibujos del cordón umbilical en sección, Leonardo reitera: “La vena umbilical siempre tiene igual longitud que el niño”. El texto que circunda estos dibujos alude esencialmente a la alimentación del feto que, según Leonardo, se lleva a cabo mediante la absorción de los fluidos maternos, conducidos hasta el hígado a través de la vena umbilical.65
En la lámina que aquí se reproduce (fig. 15) Leonardo explica el gran misterio del regazo materno. El feto tiene el talón doblado y se ve cómo lo enlaza el cordón umbilical. A la derecha del dibujo principal el feto es observado a través de la membrana amniótica66 en cuyo líquido está sumergido y crece, según Leonardo, exactamente como la tierra crece al emerger de los mares que la rodean.67
El funículo en el arte y la ciencia de hoy. En la literatura francesa del siglo XX hay dos libros: L’ombilic des limbes, que Antonin Artaud escribió en su época surrealista,68 y Le cordon ombilical, de Jean Cocteau.69 Ambos, según sus títulos, deberían referirse al tema siempre actual, del ducto que nos alimenta en la oscuridad del claustro materno. Hay mucho que decir sobre él: el funículo es todo un mundo. Tanto Artaud como Cocteau se limitan a suscitar la curiosidad del lector con el título, que no tiene que ver con el contenido —sin duda de interés literario— de sus libros.
En el arte plástico he conocido sólo las representaciones pictóricas de Frida Kahlo. El cordón umbilical que nos une idealmente al sol es un concepto que seducía a la gran artista mexicana, que lo pintó repetidas veces en sus inquietantes proyecciones cósmicas de nuestra fisiología prenatal. Los dibujos del tlacuilo del Códice Selden(fig. 5), en que se establece también un contacto directo del cordón con el sol, obedecen a un pensamiento místico parecido; sé, por otra parte, que Frida no conoció las imágenes —de difícil interpretación— de los códices; la inspiración brotó de su genio de pintora.
15. Leonardo da Vinci. El gran misterio del regazo materno.
Biblioteca Real de Windsor (10,102 recto).
En el ámbito de la técnica moderna, conocemos la función onfálica atribuida al teléfono: es una especie de cordón umbilical que lo mantiene a uno pegado con el mundo.
Cuando la escritora mexicana Rosario Castellanos, embajadora en Israel, recibió la primera valija diplomática, escribió:
Hemos anudado de nuevo el cordón umbilical que habíamos roto con nuestra partida trasvasando las esencias vitales de la entraña madre a nosotros los hijos pródigos.70
El día en que fue lanzado el satélite Gemini VI de Cabo Cañaveral (6 de diciembre de 1965), el comentador de la televisión llamó a la estructura de lanzamiento, con feliz metáfora, “la torre umbilical”.71 Años después el astronauta Alfred Worden, enfundado en un rígido traje para los viajes extraterrestres, tuvo que salir al espacio a 320 000 kilómetros de la Tierra, para recoger unos rollos de película. En el Centro de Houston se comentó que Worden estaba unido a su nave sólo por un delgado “cordón umbilical” recubierto de oro.
El cordón de plata. El cordón umbilical de oro es una necesidad técnica de astronavegación; el de plata es más modesto pero infinitamente más espiritual. Pertenece a la mística bíblica y se vincula con la famosa máxima de Salomón: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Dice el Eclesiastés:
Antes de que el cordón de plata se quiebre […] y el polvo se torne a la tierra, y el espíritu se vuelva a Dios que lo dio.72
Se quiebra el cordón de plata, emblemática atadura del cuerpo con el espíritu; el primero, hecho polvo, vuelve a la tierra; el segundo a Dios. Gracias a los exegetas del Antiguo Testamento esta concepción sobrevive en la simbología religiosa. Escribe Alain Gheerbrant:
La cuerda de plata designa el camino sagrado, inmanente en la conciencia del hombre, que une su espíritu a la esencia universal, el palacio de plata. Es el camino de la concentración por medio de la meditación.73
Hay una diferencia sustancial entre el cordón de plata de los místicos hebreocristianos y el de los ocultistas. Me habló de este último el médium inglés John Lovett. Admito su existencia como ducto de comunicación extrasensorial. Claro está que cuando la madre se da cuenta, extrasensorialmente, de la enfermedad o del peligro mortal que corre el hijo, se puede hablar en sentido traslaticio de un cordón umbilical invisible que sigue uniéndonos durante toda la vida a nuestra progenitora.74
En el trance de la muerte, el lazo telepático se establece más fácilmente. Jung diría, en término más científico, que la potencia de proyección del subconsciente aumenta en forma prodigiosa, lo que a menudo permite la “visión” de los moribundos y de las circunstancias de su tránsito.
El cordón de plata y los viajes astrales. La distancia media del Sol a la Tierra es de 149 millones de kilómetros; la luz del astro rey tarda, pues, poco más de ocho minutos en llegar a nosotros. Existe una fórmula para alcanzar el sol a una velocidad muy superior a la de la luz: los viajes astrales. En ellos no existen los factores tiempo y espacio. El cuerpo astral puede desprenderse del cuerpo físico y echarse a volar hacia cualquier punto de la tierra, e incluso fuera de ella, con la rapidez del pensamiento: comparada con ésta, la de la luz, 300 000 kilómetros por segundo, es de una lentitud exasperante.
El cuerpo astral queda conectado con el físico por medio del “cordón de plata”, que es propiamente un cordón umbilical invisible y se prolonga al instante por millares o millones de kilómetros. El cuerpo astral viaja como un globo cautivo atado en un extremo; éste, o sea el punto en que se conecta con el cuerpo físico es, precisamente, el ombligo.
A través del “cordón de plata” el cuerpo físico recibe de continuo las impresiones de los viajes terrestres y espaciales. Los ocultistas, a los cuales dejo íntegra la responsabilidad de estas afirmaciones, dicen que todos o casi todos podemos viajar astralmente, y que lo hacemos durante el sueño, sólo que sin conciencia de ello. Los que afirman acordarse de haber llevado a cabo tales viajes, describen la íntima conexión que existe entre el cuerpo físico y espiritual a través del cordón de plata, como si fuera un cordón umbilical entre madre e hijo.75 El escritor inglés William Gerhardi se vio a sí mismo, durante el viaje astral, durmiendo en su cama, pero unido con su doble por medio de una cinta luminosa, parecida a un cordón umbilical, que permitía a su cuerpo respirar: en tanto que él se movía en el espacio de su cuarto. Ese espacio —comentó Gerhardi— le parecía denso como el agua.76
H. G. Wells. En 1939 tuve la suerte de encontrar en Jodhpur, ciudad del Rajputana, a H. G. Wells, y le dije cuánto admiraba sus novelas de fantaciencia, en particular La máquina del tiempo (1896) y Los primeros hombres en la luna (1901). Confesé al escritor que uno de sus personajes —la muchacha amenazada por los monstruos subterráneos, a la cual el protagonista de La máquina del tiempo alcanza viajando al año 800 000 por un conducto parecido al cordón de plata— era en mi adolescencia uno de mis más inquietantes amores literarios. En relación con la segunda novela, Wells me dijo sonriendo que tal vez yo alcanzaría a presenciar el primer viaje a nuestro satélite. En tanto que la travesía en el tiempo es una fantasía poética y el pretexto para una amarga crítica social, el viaje por el espacio es una ficción científica que pocos decenios más tarde se convirtió en realidad. Wells, como Verne, era profeta y vidente de las prodigiosas hazañas técnicas que la humanidad lleva o llevará a cabo.
La ficción científica —desde las historietas de las secciones dominicales de los diarios hasta las novelas de una pléyade de autores de la nueva ola— es un recurso literario que tiene millones de adeptos entre la juventud o entre personas de edad mental equivalente. El ocultismo es otro recurso, no menos brillante, pero que tiene una clientela más limitada, compuesta por gente que ha pasado de los 40 y busca lo maravilloso fuera de la religión. Fantaciencia y ocultismo son caminos para evadirse de la rutina cotidiana; da gusto sorprender al hombre-de-la-calle comentando el viaje a Venus del ruletero mexicano Salvador Villanueva Medina, o la más reciente aparición de platívolos con cosmonautas rubios o los claros síntomas de la era acuariana en la cual estamos entrando o el color del aura de la gente.
Lobsang Rampa. Madame Blavatsky, madre de la teosofía, y el doctor Steiner, padre de la antroposofía, abrevaron generosamente en las fuentes de la mística hindú. Lo mismo hace el escritor inglés que escribe bajo el seudónimo tibetano de Lobsang Rampa, y cuyos libros se encuentran entre los mayores éxitos editoriales de los años sesenta. En El cordón de plata (1961) cuenta que su maestro y guía le enseñó los grandes secretos de los viajes astrales, que ahora son para él más sencillos que caminar.77 No lo dudo; únicamente recuerdo que me produjo una sensación de franca molestia el saber que cierta amable dama ocultista —ella lo afirmaba y yo no podía dudar de su palabra— me visitaba astralmente noche tras noche. Estaba escribiendo, como lo hago ahora, con la ilusión de estar solo (o beata solitudo, o sola beatitudo), perfectamente solo, en tanto que esa dama violaba impunemente mi privacía.
Al igual que las novelas de fantaciencia, el seudo Lobsang describe viajes a planetas que no pertenecen a nuestro sistema solar; sólo que tales viajes no se llevan a cabo de una manera muy ortodoxa, es decir con cohetes interplanetarios o platillos voladores, sino mediante el cordón de plata, que permite realizar vuelos astrales, casi o sin casi, a la velocidad del pensamiento.
El cuerpo astral, visible sólo para los clarividentes, es muy parecido al cuerpo físico; cuando se desprende de éste, sigue sirviéndose de los cinco sentidos y de la inteligencia terrena, de modo que las vivencias de los viajes astrales son tan vivas y auténticas como las de la vida material. La unión entre los cuerpos físico y astral es el cordón de plata. Ya se ha dicho que puede extenderse instantáneamente por millones de kilómetros y hasta por millares de años luz.
Durante el viaje que emprende al moribundo planeta Zhoro, en compañía del lama, su maestro, Lobsang Rampa mira con curiosidad la Tierra que acaba de dejar en vuelo vertiginoso. “Flotando exactamente abajo nuestro, estaban nuestros cordones de plata, esos cordones infinitos que unen los cuerpos físicos y astrales durante la vida.”
No menos apasionante es el relato de la transmigración del alma de Lobsang, que agoniza en su Tibet natal, al cuerpo de cierto periodista inglés cansado de la vida.
Lobsang viaja astralmente a Inglaterra, acompañado por algunos lamas; él y sus compañeros se aparecen, también astralmente, al inglés y le piden que se deje caer violentamente de un árbol. “El golpe deberá ser fuerte, porque tu cordón está muy bien adherido.” El hombre obedece, y mientras yace desmayado en el césped, uno de los lamas agarra su forma astral y desliza una mano por el cordón de plata. “Parece que quisiera atarlo al igual que se procede con el cordón umbilical de un niño al nacer. ‘¡Listo!’, exclamó el lama. El hombre, separado de su cordón, se alejó en compañía de uno de los monjes que lo atendían.”
Al lama Lobsang Rampa se debe una revelación de algo que ahora resulta obvio para cada ocultista bien nacido. El ángel de la guarda que todos tenemos, el espíritu protector que nos acompaña desde nuestro nacimiento, somos nosotros mismos: nuestro doble que está del otro lado de la vida, esto es, nuestro cuerpo astral.78 “Parece un fantasma: a veces el vidente lo verá como una centelleante figura azul de tamaño mayor al terrestre y unido al cuerpo por el cordón de plata, ese cordón que vibra y resplandece con la vida y actúa entre ambos como enlace… Es el guardián que puede hacer los viajes astrales, y volver al cuerpo por medio del cordón de plata que le mantiene juntos.”
A la luz de este concepto esotérico resulta claro todo el pensamiento magicorreligioso relativo a nuestro doble, del cual depende nuestro destino.
Nuestro otro yo tiene, al parecer, un minúsculo cuerpo físico, casi insignificante por su tamaño y por su aspecto: el trocito de cordón umbilical que convivió con nosotros los primeros días de nuestra existencia.79
1Funiculus umbilicalis es el nombre latino que le dieron los anatomistas; nosotros lo llamaremos, castellanizado, funículo, como ya se usa en botánica.
2Brockhaus, artículo Nabel.
3 Coomaraswami, 42.
4Ibid., 44.
5Ibid., 47.
6Ibid., 48, 53.
7 Tibón (1975), 237, 238.
8 Coomaraswami, 18.
9Idem.
10 Weinfeld II, 450.
11 Ginsburg I, 31.
12Génesis 6, 4.
13Ibid., 2, 4.
14Ibid., 1, 2, 4.
15 Ginsburg I, 152.
16 Weinfeld VII, Libro de Enoj y Jubileos.
17Génesis I, 5, 7.
18Ibid., 8, 9.
19 Tibón (1960), 45.
20 Barrera Vásquez, 138.
21 Girard (1949), III, 922; cf. el diagrama del espacio vertical en Tibón (1981) y “El ombligo y los siete elotes” en la presente obra, p. 133.
22Ibid., 210, 211. Cf. la adivinanza en El lenguaje de Zuyua: “Los sesos del cielo son el copal” (p. 205).
23Ibid., 210.
24 Tibón, Los 13 cielos mesoamericanos y las 13 aberturas del cuerpo humano. Ms. 1977.
25Cf. Barrera Vásquez, 86.
26Códice Vaticano, lám. 1.
27 Comunicación de Villa Rojas al autor, abril de 1979.
28 Zing y Bennet, 368.
29 Tozzer, 153.
30Diccionario de Motul, 214.
31 Solís Alcalá, 175.
32 Miller, 170.
33 Xiu (1972).
34Popol Vuh (1947), 88; Miller, 173.
35 Spinden, 432.
36 Caso (1964), 23; Matos Moctezuma, 397.
37 Miller, 175.
38 Glass (1964).
39 Macuilxóchitl, Tonatiuh, Xochipilli, Tezcatlipoca-Ixquimilli y Xipe Tótec.
40 Según la interpretación de Seler (1904).
41 Seler (1963), 180, 198, 199, 200, 201.
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