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"«Si hay tantas ""verdades"" diferentes y contradictorias que circulan por el mundo, es porque ello refleja la deformación del corazón y del intelecto de los humanos. Cuando alguien os dice: ""Para mi la verdad es..."" se trata de ""su"" verdad y está verdad habla de su corazón y de su intelecto, que son insuficientes, deformados o, por el contrario, muy elevados. Si la verdad fuese independiente de la actividad del corazón y del intelecto, todo el mundo la hubiera descubierto. Sin embargo, no es éste el caso, lo sabéis bien. Todo el mundo descubre verdades diferentes, salvo aquellos que poseen el verdadero amor y la verdadera sabiduría. Estos han descubierto la misma verdad; por esto, todos ellos, en el fondo, hablan el mismo lenguaje"". Omraam Mikhaël Aïvanhov"
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Seitenzahl: 168
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
La verdad, fruto de la sabiduría y del amor
Izvor 234-Es
ISBN 978-84-935717-7-1
Traducción del francés
Título original:
LA VÉRITÉ, FRUIT DE LA SAGESSE ET DE L’AMOUR
© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es
I LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD
Corrientemente, todos solemos decir “es verdad”, o “no es verdad”. Pero, según el caso, la palabra “verdad” varía de significado. Por ejemplo, cuando decimos “no es verdad” queremos significar que es un error; pero también podemos querer significar que es una mentira. El que comete un error generalmente ignora la verdad, mientras que el que dice una mentira, por el contrario, conoce la verdad, pero quiere camuflarla porque tiene en ello algún interés “no muy católico” que defender.
Podemos decir que la verdad que se opone al error pertenece al ámbito de la ciencia, y que la verdad que se opone a la mentira, pertenece al ámbito de la moral. Pero los hombres también dicen que buscan la verdad, cuando se preguntan sobre el sentido del destino humano en general y sobre su propia existencia en particular. Esta verdad pertenece al ámbito de la filosofía y de la religión, y es aquí donde una enseñanza iniciática puede instruirnos y orientarnos adecuadamente.
La palabra verdad asusta a mucha gente: se imaginan la verdad como un poder temible que les impedirá respirar, comer, beber, amar. Por mucho que les expliquéis que, al contrario, respirarán, comerán, amarán, y hasta mejor que antes, no hay nada que hacer, huyen. ¡Y cuántos otros hablan de la verdad como de algo imposible que debe ir a buscarse más allá de las estrellas! Uno se pregunta si, realmente, la verdad es tan difícil de encontrar... ¿No será, más bien, que los humanos no saben qué es lo que hay que buscar ni cómo hay que buscarlo, o quizás desean tener una justificación para todas sus debilidades? La verdad no es tan difícil de encontrar para aquel que la busca honestamente. ¿Cómo podemos llegar a imaginarnos que el Creador, la Inteligencia cósmica (podéis llamarle como queráis), ha puesto al hombre en una situación donde nunca pueda encontrar su camino? Es cierto que no le es fácil obtener la revelación de la verdad absoluta. Pero tampoco hay que pensar que le es imposible conocer la verdad necesaria para conducir su vida.
¡Cuántas personas se han presentado ante mí diciendo que buscaban la verdad! Durante años he escuchado pacientemente los relatos de esta búsqueda. Hasta fingía que estaba admirado, porque buscar la verdad es algo glorioso, ¿no es cierto? Pero después, al cabo de unos años, perdí la paciencia y decidí dar una buena lección a todos estos que están tan orgullosos de buscar la verdad y no encontrarla.
“Hace más de cincuenta años que busco la verdad”, me confesó un día un anciano. – ¿Y no la ha encontrado? le dije. – No, me contestó. – ¿Y sigue Vd. buscándola? insistí. – Sí – respondió, con un aire de tanta suficiencia que, evidentemente, pensó que yo le felicitaría por su perseverancia. Le miré, le volví a mirar, y finalmente le dije: “Pues bien, querido señor, debe usted saber que no la encontrará jamás, porque en realidad hace todo lo posible para no encontrarla. – ¿Cómo? Que yo hago... – Sí usted ya ha encontrado la verdad varias veces en su vida. Porque es muy fácil encontrarla, está en todas partes; la ha visto, la ha oído, la ha tocado, pero nunca la ha aceptado, porque tiene muchas otras cosas en la cabeza. Usted busca “una” verdad para su propia conveniencia, y cuando encuentra la verdad, como ésta no corresponde a sus deseos, se dice: “No, no, no es esto lo que necesito”, y tuerce su camino. Y vuelve a insistir diciendo: busco, busco, pero si analizamos esa palabra, “buscar”, constataremos que lo único que busca es aquello que le pueda dar los medios para satisfacer sus apetencias y sus ambiciones. Usted no busca la verdad, señor; discúlpeme, sino que lo que busca es una criada que satisfaga todos sus caprichos. Si hubiese querido, verdaderamente, encontrar la verdad, hace ya mucho tiempo que la habría encontrado. Aún hoy puede encontrarla, pero no quiere…”
¡Qué conversación! ¿verdad? La he repetido con varias personas, pero no os diré lo que sucedió después...
Basta que alguien diga: “Busco la verdad”, para que los demás, que no saben en qué casillero conviene clasificar a este “buscador”, abran unos ojos como platos, maravillados, diciéndose: ¡estamos frente a alguien que busca la verdad... casi nada! Están asombrados. Sí, es muy ventajoso andar tras la búsqueda de la verdad. Incluso materialmente es ventajoso. Por eso hay gente que hace de ello una profesión: no cesan de ir de un lado para otro hablando de sus búsquedas infructuosas, escriben libros en los que exponen sus esperanzas y sus decepciones y, cuando estos libros se publican, sus autores reciben premios, se les invita a un “buffet” bien surtido con toda clase de comida, les ofrecen té, champán. ¡Veis qué ventajas!
Muchos otros comienzan a buscar, según dicen, la verdad, porque sienten que ya no tienen tanta energía y dinamismo como antes para proseguir las actividades de su juventud. Si se les dice que para encontrar realmente algo, deben consagrar un poco de tiempo a ciertas lecturas, a la oración, a la meditación, a algunos ejercicios espirituales, responden que no pueden, que están muy ocupados. Pero a pesar de ello, ¡buscan! No tienen ningún alto ideal, no quieren comprender que primero tendrían que cambiar algo en su forma de pensar, pero buscan... Pues bien, buscar en estas condiciones no sirve de nada.
Todos los humanos están buscando algo. Según los casos, lo llaman felicidad, o sentido de la vida, o verdad... ¿Y por qué no encuentran lo que buscan? Porque lo esperan siempre bajo una forma que corresponda a la idea que se han hecho de ello. Hasta la verdad debe adaptarse a sus deseos. Y cuando frecuentan una enseñanza espiritual, lo hacen con la esperanza de encontrar en ella teorías y situaciones que les convengan. Por eso vemos cómo van de una enseñanza a otra, sin quedarse nunca en ninguna parte. O bien les disgusta la clase de gente que hay... o creen que no han sido recibidos adecuadamente... o no ven las ventajas materiales que puedan obtener... o la enseñanza que se da es demasiado exigente... o el Maestro de esta enseñanza no les hace las promesas que esperaban...
Los hombres buscan mentiras, ilusiones, pompas de jabón, y es por ello que se apartan de un verdadero Maestro: ¡porque, precisamente, éste no es un vendedor de ilusiones! A su lado se sienten molestos, desgraciados. Pues bien, ésta es la prueba de que no buscan la verdad. La verdad no molesta, no hace sentirse desgraciado; si les abruma, es porque no desean verdaderamente encontrarla. Si verdaderamente la deseasen encontrar, ¡serían tan felices! No, no quieren encontrarla, y van de un lado a otro diciendo: “Busco la verdad…” Sí, ¡es formidable! Utilizan esta frase como una condecoración.
Es hora ya de quitarse esta condecoración, y sustituirla por otra que diga: “He encontrado el buen camino, ¡y ahora trabajo!” Pero no, no, siguen buscando, esperando que el Cielo, que Dios mismo, se someta a su voluntad para satisfacerles, y permanecen ahí, tozudos, exigentes. Pero, por mucho que reclamen y exijan, un día u otro se verán obligados a constatar que nada sucede tal y como esperaban. Porque no se puede violentar al mundo divino: la verdad sólo se revela a aquellos que han sabido encontrar la actitud correcta.
Los hombres buscan la verdad como, durante siglos, han buscado a una mujer para casarse: necesitaban una sirvienta para darles hijos, cocinar, limpiar, hacer la colada, planchar sus trajes y soportar su mal humor. Pero he ahí que no hay verdad sirvienta. Es el discípulo quién debe convertirse en caballero servidor de la verdad. ¡Porque la verdad es una princesa! “Y yo quiero ser un príncipe”, diréis. De acuerdo, ¿por qué no? Pero debéis mostraros dignos de ello, elevándoos hasta la verdad, en lugar de tratar de que sea ella la que descienda hasta vosotros. Sucede en el plano psíquico lo mismo que en el plano físico: no todos pueden entrar en el palacio real para casarse con la princesa y proclamarse herederos. ¡Habéis leído en los cuentos las numerosas pruebas por las que debía pasar el joven audaz que quería obtener del rey la mano de la princesa, su hija! Si no era capaz de alcanzar sus ambiciones, moría. Pues bien, estos cuentos son muy profundos y deben haceros reflexionar. Lo mismo sucede con la verdad. Es hija de Dios: si os presentáis ante ella sin estar dispuestos a servirla para mostrarle que sois dignos de obtener su mano, os colocáis en una situación de orgullo insensato, y ella os despedirá. Sucede como en los cuentos: la verdad es hija de un rey inflexible, nunca se adaptará, ni descenderá hasta vosotros, y, si no sois vosotros los que os inclináis ante ella, no sólo no conseguiréis ganárosla, sino que moriréis, espiritualmente hablando. ¿Diréis que la verdad es cruel? Sí y no, todo depende de vuestra actitud
Sólo encontraremos la verdad si nos decidimos a servirla. ¡Cuántos espiritualistas, incluso, no la encontrarán jamás!, porque esperan que ella les ayude a realizar sus deseos más materiales. Os lo dije: la toman como una sirvienta, o incluso como una cuenta bancaria que les servirá para conseguir posesiones, poder, medios para seducir a las mujeres, etc. Sin embargo, la verdad es una princesa, y, cuando ve que queréis rebajarla para realizar tareas humillantes, se indigna y dice: “Pero, ¿por quién me toma éste?” y os rechaza con desprecio. Desgraciadamente, por todas partes en la sociedad, en las escuelas, en las familias, sólo se exponen teorías, y no se ven más que ejemplos de gente que está continuamente exigiendo, imponiéndose, sin sospechar que esta actitud de falta de respeto y de violencia, es la que les cierra todas las puertas.
Para encontrar la verdad hay que ser humildes; y ser humildes es, en primer lugar, dejar de mostrarse tan exigentes con la naturaleza, con los humanos, con el Creador. “Sí, diréis, ¡pero tenemos necesidades!” Pues bien, hablemos de estas necesidades. Estudiad un poco lo que vuestro interior os reclama. ¿De dónde viene esta voz que reclama la facilidad, el bienestar, los placeres, y que rechaza los esfuerzos, las molestias, las obligaciones? Es la voz de la naturaleza inferior. Pero, precisamente, ¿acaso sois vosotros, en verdad, la naturaleza inferior?... No.
La naturaleza inferior forma parte del hombre, pero no es el hombre mismo. Es como una materia sobre la que el hombre debe trabajar para alimentar su naturaleza superior, que es inmortal, eterna. Y, con esta naturaleza superior es con la que hay que identificarse. Mientras el hombre se confunda con su naturaleza inferior, se identificará con ella diciendo: “Soy yo el que desea esto, soy yo el que desea aquello, soy yo el que está herido, soy yo el que sufre...”, y sin embargo continuará afirmando por todas partes: “Busco la verdad, busco, busco...”, y no la encontrará.
Para conocer la verdad, debe identificarse con la luz, con la nobleza, con la incorruptibilidad de la naturaleza superior.
II LA VERDAD, HIJA DE LA SABIDURÍA Y DELAMOR
La mayoría de los hombres tienen una curiosa manera de explicar cómo esperan encontrar la verdad. Hablan de ello como si un día fuesen a encontrarse con la verdad en persona, y que ésta les fuese a decir: “Soy la verdad. Por fin me has encontrado. Así que, escúchame bien: de ahora en adelante, debes pensar esto, debes hacer aquello...” Pero no, las cosas no suceden así.
Para comprender bien como se presenta esta cuestión de la verdad, hay que empezar por estudiar la estructura psíquica del hombre. Ésta se basa en tres factores fundamentales: el intelecto, que le permite pensar, el corazón, que le permite experimentar sentimientos, y la voluntad, que le permite actuar. La voluntad nunca actúa sin móviles, sino bajo el impulso de los pensamientos y de los sentimientos.
Observaos: es porque tenéis pensamientos y sentimientos con respecto a las cosas y a los seres que vuestra voluntad se pone, o no, en movimiento. Para decidirse a trabajar bien, no basta con pensar que trabajar es útil, hay que amar también este trabajo. Si os encontráis con un hombre herido, o en la miseria, para decidiros a ayudarle no basta con pensar que lo necesita: es preciso que también experimentéis un sentimiento de simpatía hacia él. Y el que se lanza sobre su vecino para aplastarle, no se ha contentado con pensar: “Es estúpido, es malo”, ha tenido que sentir, también, exasperación, cólera, u odio. Los ejemplos son innumerables. Toda nuestra vida cotidiana está hecha de actos inspirados por nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. El factor pensamiento y el factor sentimiento intervienen más o menos, según los casos, pero siempre intervienen.
Podemos decir, pues, que los actos son testimonio de los pensamientos del intelecto y de los sentimientos del corazón, que son sus hijos, y, según la calidad de estos pensamientos y de estos sentimientos, los actos realizados por la voluntad son buenos o malos. Serán buenos en tanto en cuanto el intelecto esté inspirado por la sabiduría y el corazón por el amor. El intelecto tiene como ideal manifestar la sabiduría; el corazón, manifestar el amor; y la voluntad, que se deriva de ellos, manifestar la verdad. Lo que significa que, en la medida en que los pensamientos de vuestro intelecto tiendan hacia la sabiduría, y los sentimientos de vuestro corazón hacia el amor, estaréis en la verdad. Sí, éste es el secreto de la verdad; es simple.
Se han dado toda clase de definiciones sobre la verdad que no han hecho más que embrollar la cuestión. Es imposible definir lo que es la verdad, porque no existe como tal; únicamente existen la sabiduría y el amor. ¡Cuántos se creen estar en posesión de la verdad! Es fácil tener estas pretensiones, pero cuando se les ve actuar, ¡ay, ay, ay!... Porque, precisamente, lo que ellos llaman su verdad, no está inspirado por la sabiduría y el amor. Es el comportamiento de un ser lo que revela si posee la verdad, y no las teorías y las elucubraciones que expone a los demás. Lo que es extraordinario, es que los humanos hacen de la verdad una especie de abstracción, cuando, por el contrario, ésta aparece reflejada en su forma de ser y de manifestarse diariamente.
De ahora en adelante, pues, debéis absteneros de decir que buscáis la verdad y que no la encontráis, porque no hay nada que buscar, ni nada que encontrar: lo único que hay que hacer es progresar en el amor y en la sabiduría. Y también debéis abandonar la pretensión de que poseéis la verdad. Esta pretensión tampoco es válida: si poseéis el amor y la sabiduría, aunque no digáis nada, poseéis la verdad, y todo el mundo la percibirá. Quizá esta imagen os sorprenda, pero podemos decir que la verdad es comparable a una medalla con dos caras: la una es el amor, y la otra la sabiduría. Nunca encontraréis la verdad como un elemento aislado, porque no puede concebirse independientemente del corazón y del intelecto. Vuestro amor y vuestra sabiduría son los que os mostrarán la verdad.
Si hay ahora tantas “verdades” diferentes y contradictorias que circulan por el mundo, es porque ello refleja la deformación del corazón y del intelecto de los humanos. Cuando alguien os dice: “Para mí la verdad es...”, se trata de su verdad, y esta verdad habla de su corazón y de su intelecto, que son insuficientes, deformados o, por el contrario, muy elevados. Si la verdad fuese independiente de la actividad del corazón y del intelecto, todo el mundo la hubiera descubierto. Sin embargo, no es éste el caso, lo sabéis bien, todo el mundo descubre verdades diferentes, salvo aquellos que poseen el verdadero amor y la verdadera sabiduría. Estos han descubierto la misma verdad; por eso todos ellos, en el fondo, hablan el mismo lenguaje.
Todo depende, pues, del desarrollo armonioso del corazón y del intelecto, y, más allá todavía, del alma y del espíritu. Si el hombre no permanece vigilante, se alejará de la verdad. Escribirá libros para exponer su punto de vista, arrastrará a la gente, y será sincero, sin duda, pero no poseerá la verdad; porque la sinceridad es una cosa, y la verdad, otra. Podéis ser sinceros sumidos en los peores errores, y no hay que tomar la sinceridad como pretexto para justificarse.
Si la verdad sigue siendo una cuestión tan oscura, es porque la consideramos como una abstracción. Sin embargo, la verdad es el mundo en el que estamos sumergidos, y permanecemos conectados con ella, unidos a ella, sin posibilidad de separación. Vivimos en la verdad, la saboreamos, la respiramos, y hay que abandonar la idea de que nos vendrá del exterior. Lo que nos puede venir del exterior son solamente los encuentros: los seres, los objetos, los libros, las obras de arte, cuyo contacto despierta en nosotros una intuición de la verdad. Eso es todo. Por eso, decir: “Voy a buscar la verdad” es la mejor forma de no encontrarla. Porque en la tierra no podemos encontrarla, y aquel que espera encontrarse con algo exterior sobre lo que pueda decir: “He ahí la verdad”, se equivoca. Sólo podemos acercarnos a la verdad estudiando y tratando de manifestar el amor y la sabiduría.
Ahora, si me habéis comprendido, debéis analizaros: “Veamos, ¿cuál es la naturaleza de mis sentimientos? ¿Es el verdadero amor?... Y mi pensamiento, ¿cómo considera las cosas? ¿Sigue, acaso, el camino de la sabiduría? ¿No se habrá introducido en él algún elemento que pueda inducirme a error?” Cada vez que introducís en vuestros pensamientos y en vuestros sentimientos los elementos del amor y de la sabiduría, realizáis la verdad. Cada vez, pues, tocáis cierto aspecto, alcanzáis cierto grado de la verdad, y estos aspectos y grados son infinitos. Hay que encontrar, pues, la verdad, y, al mismo tiempo, seguir buscándola, es decir, hay que consagrarse, de una vez por todas, a estos dos principios irrefutables del amor y de la sabiduría, y, al mismo tiempo, hay que seguir buscando siempre las formas más convenientes para aplicar estos dos principios.
III LA SABIDURÍA Y EL AMOR: LUZ Y CALOR
Cuando la sabiduría y el amor se unen, nace la verdad, es decir, una vida más plena, más intensa, que, como el agua, regará todas las semillas de vuestra alma para producir gran abundancia de flores y de frutos: pensamientos luminosos y sentimientos cálidos.
La sabiduría representa el principio masculino y el amor el principio femenino. El amor tiende hacia la sabiduría, y la sabiduría tiende hacia el amor. Sabiduría y sabiduría se repelen, amor y amor se repelen también. Ésta es una realidad que también hay que tener en cuenta en las relaciones humanas. Muchos lazos se rompen porque las dos partes son, o demasiado reservadas, o demasiado apasionadas. Para que una relación sea duradera, es preferible que ambas partes tengan temperamentos complementarios.