La vía del silencio - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

La vía del silencio E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

"¡Cuán equivocados están aquellos que creen que el silencio necesariamente se corresponde con el desierto, el vacío, la ausencia de actividad, de creación, en una palabra, con la nada! En realidad, hay silencios y silencios, y de una forma general puede decirse que existen dos tipos de silencio: el de la muerte y el de la vida superior. Precisamente, es este silencio de la vida superior que es preciso comprender y al que nos referimos. Este silencio no es una inercia sino un trabajo intenso que se realiza en el seno de una perfecta armonía. Tampoco se trata de un vacío, de una ausencia, sino de una plenitud comparable a la que experimentan aquellos seres que están unidos por un gran amor y que viven algo tan profundo que no pueden expresarlo ni mediante gestos ni mediante palabras. El silencio es una cualidad de la vida interior".

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Seitenzahl: 129

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

La vía del silencio

Izvor 229-Es

Tituló original :

LA VOIE DU SILENCE

Traducción del francés

ISBN 978-84-10379-41-1

©Copyrightreservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). -www.prosveta.es

I RUIDO Y SILENCIO

Vais a visitar a una familia y, desde que entráis en la casa, os sentís acosados por el alboroto: los perros ladran, los niños se pelean y lloran, la radio o la televisión suenan a todo volumen, los padres gritan, las puertas golpean... Viviendo constantemente en medio de todo este ruido, ¿cómo queréis que la gente no esté enferma del sistema nervioso? En las carreteras, en las ciudades, en las fábricas y lugares de trabajo no hay más que ruido. También en la naturaleza es cada vez más difícil encontrar el silencio, ¡incluso el cielo se ha vuelto ahora ruidoso! Uno se pregunta a dónde hay que ir para encontrar por fin el silencio...

Esa es la razón por la que, cuando venís a nuestras reuniones, os pido que prestéis la máxima atención en hacer el menor ruido posible. Izgrev, el Bonfin1 y los otros centros fraternales, son lugares donde venís para encontrar las condiciones que no tenéis en la vida corriente, con la finalidad de regeneraros y de hacer un trabajo espiritual. Así pues, os lo ruego, intentad no traer hasta ellos, el ruido del mundo ordinario.

Sé que al principio esto puede parecer difícil para algunos; dejar de hacer ruido, no es la principal preocupación de los humanos: habitualmente, hablan alto, gritan, empujan los objetos... Ni siquiera se les ocurre que este comportamiento puede ser perjudicial para ellos mismos, o para los demás. Los humanos se manifiestan tal como son, se sienten muy bien actuando así, y su entorno no tiene más remedio que soportarlos. Pues bien, he ahí una forma de egoísmo muy perjudicial para la evolución. Así pues, ¡cuidado! Hay que esforzarse en no molestar a los demás con nuestro ruido; de esta forma nos volvemos conscientes y desarrollamos en nosotros numerosas cualidades: la delicadeza, la sensibilidad, la bondad, la generosidad, la armonía... ¡y nosotros seremos los primeros beneficiados! Es preciso darse cuenta de la importancia de la conexión que existe entre una actitud y todo el resto de la existencia.

Yo, necesito del silencio. Sólo en el silencio me sereno y encuentro las condiciones adecuadas para mi trabajo. El ruido es para mí algo insoportable, huyo de él. Cuando siento ruido, sólo deseo dejarlo todo y marcharme lo más lejos posible. Es lógico que los que vienen aquí por primera vez, se sientan un poco desconcertados por este silencio, no están acostumbrados a él y se preguntan: “Pero, ¿dónde me he metido? ¡se diría que estamos en un convento!” ¿Por qué un convento? El silencio no pertenece sólo a los conventos, pertenece a la naturaleza, a los sabios, a los Iniciados y a todas las personas sensatas.

Cuanto más evolucionada está una persona, más necesita del silencio. Ser ruidoso no es pues una buena señal. ¡Cuánta gente hace ruido para hacerse notar! Hablan fuerte, ríen, entran sin ningún cuidado en una sala cuando ya todo el mundo está sentado, dan portazos, arrastran o agitan objetos con el único fin de atraer la atención. Hacer ruido, es para ellos una manera de autoafirmarse, de mostrar que están ahí. Pues bien, ¡han de saber que los toneles vacíos son precisamente los que más ruido hacen, por eso enseguida nos damos cuenta de su presencia! Sí, cuántas personas son como toneles vacíos: se mueven por todas partes con un alboroto ensordecedor que revela su insignificancia, su mediocridad.

Yo observo a las personas, y su comportamiento me revela inmediatamente su educación, su carácter, su temperamento, su grado de evolución. Todo se evidencia por la forma en que se presentan y hablan. Algunos hablan para protegerse, para ocultar algo, como si temieran que el silencio pudiera revelar lo que ellos tratan precisamente de esconder. Apenas acabáis de conocerles, y ya empiezan a contaros toda clase de historias para dar una determinada impresión sobre ellos mismos, o sobre las otras personas o circunstancias que les rodean. Diréis: “Pero la gente habla precisamente para darse a conocer.” De acuerdo, pero para conocerse, el silencio es a veces más elocuente que la palabra. Sí, se conoce mejor a otra persona conviviendo con ella en silencio durante algunos minutos, que entablando una larga e inútil conversación.

El ruido retiene al hombre en las regiones psíquicas inferiores: le impide entrar en ese mundo sutil en el cual el movimiento es más fácil, la visión más clara, el pensamiento más creativo. Ciertamente, el ruido es la expresión de la vida, pero no precisamente de sus niveles superiores; revela más bien una imperfección en la construcción o en el funcionamiento de los seres y de los objetos. Cuando una máquina o un aparato empieza a fallar, éste hace toda clase de ruidos; y si cada vez abundan más fabricantes que se preocupan por conseguir aparatos silenciosos, es porque son conscientes de que con ello pueden aportar una verdadera mejora: el silencio es siempre un síntoma de perfeccionamiento.

El dolor, por si mismo, es un ruido que nos previene de algo que está deteriorándose en nuestros órganos. En un cuerpo sano, los órganos son silenciosos. Se expresan porque están vivos, pero lo hacen sin ruido. El silencio es la señal de que todo funciona correctamente en el organismo. Tan pronto como algo empieza a chirriar un poco, ¡cuidado! anuncia una enfermedad.

El silencio es el lenguaje de la perfección, mientras que el ruido es la expresión de un defecto, de una anomalía, o de una vida que está aún desordenada, anárquica, y que necesita ser dominada, elaborada. Los niños, por ejemplo, son ruidosos porque desbordan energía y vitalidad. Por el contrario, las personas de edad avanzada son silenciosas. Diréis: “Claro, es obvio que la gente mayor prefiere el silencio, porque tienen menos fuerza y el ruido les molesta.” Es cierto, en parte, pero también puede ocurrir que hayan evolucionado y que ahora su espíritu les empuje a vivir en el silencio. Para revisar su vida, para reflexionar y aprender de sus experiencias, necesitan de este silencio mediante el cual pueden hacer todo un trabajo de desapego, de simplificación, de síntesis. La búsqueda del silencio es un proceso interior que conduce a los seres hacia la luz y la verdadera comprensión de las cosas.

Cuando más adulto es el hombre, más comprende que el ruido es un inconveniente para el trabajo, y que, por el contrario, el silencio es un factor de inspiración, y lo busca para dar a su corazón, a su alma y a su espíritu la posibilidad de manifestarse a través de la meditación, de la oración y de la creación filosófica o artística. Pero hay mucha gente que no soporta el silencio y que se siente a disgusto con él: son como los niños que sólo se sienten bien en medio de la animación y del ruido; lo que prueba que aún deben trabajar mucho para conseguir una verdadera vida interior. Incluso el silencio de la naturaleza les inquieta, y cuando se encuentran con alguien se lanzan a hablar y hablar, como si el silencio les molestara: lo experimentan como un vacío que deben llenar con palabras y gestos. Y es normal, el silencio físico les obliga a tomar conciencia de sus disonancias y de sus desórdenes interiores; y por eso les da tanto miedo: este grado de silencio, puede incluso volverles locos. Al no disponer de nada externo que les distraiga y atonte, ya no pueden escapar a sus demonios interiores.

El silencio es la expresión de la paz, de la armonía y de la perfección. Quién empieza a amar el silencio, quién comprende que el silencio les aporta las mejores condiciones para la actividad psíquica y espiritual, llega, poco a poco, a realizarlo en todo cuanto hace: cuando mueve objetos, cuando habla, cuando anda, cuando trabaja; en lugar de trastornarlo todo, se vuelve más atento, más delicado, más flexible, y todo lo que hace queda impregnado de algo que parece proceder de otro mundo, un mundo que es poesía, música, danza e inspiración. Como discípulos de la Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal, debéis saber que hay reglas a conocer y respetar, y cualidades a desarrollar si queréis verdaderamente manifestaros en esta Fraternidad como un miembro vivo, activo y luminoso. Una de estas reglas, de estas cualidades, es el silencio. Entonces, aprended a amar y a realizar el silencio; de lo contrario, aunque estéis aquí con vuestro cuerpo físico, vuestra alma y vuestro espíritu estarán siempre en otra parte.

Notas

1.Una filosofía de lo Universal, Col. Izvornº ٢٠٦, cap. IX:“Los congresos de hermandad en el Bonfin”.

II

En el plano físico, es fácil conseguir el silencio, basta con cerrar la puerta, las ventanas, o bien con taparse los oídos. Pero aquí no estamos hablando del silencio exterior. Evidentemente, éste es necesario, indispensable, en la medida en que nos proporciona las condiciones para realizar el otro silencio, el silencio interior, el de los pensamientos y de los sentimientos, el que es mucho más difícil de conseguir porque es precisamente en el fuero interno donde hay ruido, discusiones, desórdenes, explosiones.

Desgraciadamente, cuando se intenta explicar a los humanos que conseguir el silencio interior redundaría en su beneficio, y que incluso se les da los métodos para lograrlo, no escuchan, no quieren comprender, y ese ruido que albergan en ellos, se refleja en toda su conducta que es desordenada, cacofónica.

Si venís a una Escuela Iniciática, es para aprender las cosas esenciales, sino es así, no vale la pena que vengáis. Y una de las cosas esenciales, es precisamente lograr el silencio interior. Es por ello que cada día debéis intentar esforzaros en evitar el ruido que se prepara en vuestro interior: discusiones, desórdenes, peleas provocadas por los pensamientos, los deseos y los sentimientos mal dominados. Para escapar de este alboroto, debéis dejar de vivir superficialmente, expuestos a las agitaciones y desórdenes que ello produce, y desprenderos de las preocupaciones prosaicas; y, sobre todo, de cambiar la naturaleza de vuestras necesidades. Mientras sigáis dependiendo de vuestras necesidades ordinarias, no conseguiréis liberaros de ellas. Cada deseo, cada necesidad, cada anhelo, os sitúa en carriles determinados, y es así como, según la naturaleza de vuestras necesidades, podéis alcanzar una región llena de fieras salvajes, o bien otra poblada por criaturas celestiales que os acogerán con armónicos conciertos.

Por el momento, el silencio que habéis obtenido, no es en realidad tan silencioso. ¡Cuántas veces lo habéis experimentado! Cerráis los ojos, y todos vuestros problemas, preocupaciones y estados de ánimo, afloran a la superficie. En este, digamos, “silencio”, continuáis peleándoos con vuestra esposa, zurrando a vuestros hijos, ajustando cuentas con vuestro vecino que os ha ofendido, y exigiendo aumento de sueldo a vuestro jefe... ¡y a pesar de todo, llamáis a esto silencio! Pues no, esto no es silencio, ¡es un estruendo!

Hay personas de las que incluso se tiene la impresión de oír su ruido interior. Aún estando quietas y sin decir nada, se desprende de ellas un ruido ensordecedor. Pero puede también ocurrir que nos encontremos con ciertos seres, desgraciadamente muy escasos, que parecen estar rodeados de silencio. Incluso cuando hablan, emana de ellos algo silencioso. Sí, porque el silencio es una cualidad de la vida interior. Pero no podréis comprenderme hasta que no hayáis conseguido permanecer algunos minutos en el verdadero silencio, lo que quizás nunca os ha sucedido.

Cuántos se equivocan al pensar que el silencio es necesariamente el desierto, el vacío, la ausencia de toda actividad, de toda creación, en una palabra: la nada. En realidad hay silencios diversos, y por regla general, podemos decir que existen dos clases de silencio: el de la muerte y el de la vida superior. Es precisamente este último silencio al que nos estamos refiriendo y del que ahora estamos hablando. Este silencio no es una inercia, sino un trabajo, una actividad intensa que se realiza en el seno de una armonía profunda. No es tampoco un vacío, una ausencia, sino una plenitud comparable a la que experimentan los seres unidos por un gran amor, y que viven algo tan intenso que no pueden expresarlo ni con gestos ni con palabras.

En el hombre, el silencio es el resultado de la armonía en los tres planos: físico, astral y mental. Por lo tanto, para introducir el silencio en vosotros, debéis intentar crear la armonía en el cuerpo físico, en los sentimientos y en los pensamientos. Seguramente habréis notado alguna vez, que de improviso un silencio muy profundo se instala en vosotros, como si el ruido interior que hasta entonces no percibíais porque vivíais cotidianamente en él, se hubiera interrumpido bruscamente. Este silencio es sentido como una liberación, como un alivio, como si de pronto os quitaseis un gran peso de encima, os desprendieseis de todas las trabas, y las puertas se os abriesen, y que finalmente, el alma liberada de su prisión, podía resurgir y dilatarse en el espacio.

Esta experiencia que se os ha permitido vivir, como un don del Cielo, sin haber hecho nada para merecerlo, podéis intentar repetirla, pero conscientemente. Ciertas actividades y ejercicios pueden ayudaros; cada uno de estos ejercicios tiene su propia naturaleza, su color particular, y el canto, por ejemplo, es uno de ellos. Cantar como lo hacemos antes y después de nuestras reuniones, o antes y después de comer, produce un estado de armonía, de poesía y de inspiración, que si le añadimos nuestro pensamiento y nuestra conciencia, suaviza las tensiones interiores. Debéis comprender que no sólo cantamos por el placer de cantar: porque al hacerlo nos sentimos felices. No, cantamos porque el canto crea en nosotros un estado de vibraciones intensas favorables al trabajo espiritual.1

Entre cada canto, hacemos una pausa silenciosa, y si yo prolongo esta pausa, no debéis impacientaros. Por su naturaleza, por su inspiración mística, los cantos que cantamos elevan nuestro nivel de conciencia, y el silencio intercalado entre cada uno de ellos, queda impregnado de su pureza, de su belleza y de su profundidad. En nosotros, a nuestro alrededor, podemos sentir la presencia de corrientes, de entidades, de luces. Éstas son condiciones excepcionales... entonces, ¿por qué no utilizarlas conscientemente?

Escuchar música puede también acercarnos al silencio. Por esta razón, desde hace muchos años, he adquirido la costumbre durante nuestras reuniones, de haceros escuchar “misas”, “réquiems”, oratorios, pues esta música es la expresión, el reflejo de mundos situados más allá de las pasiones humanas, y nos proyecta con su poder, al menos durante algunos momentos, a este mundo superior.²

Es inútil aspirar a grandes realizaciones espirituales mientras no consigáis interrumpir el curso ruidoso y desordenado de vuestros pensamientos y de vuestros sentimientos, puesto que son ellos los que impiden que se establezca en vosotros el verdadero silencio, el que repara, calma, armoniza, renueva... Cuando llegáis a conseguir este silencio, comunicáis imperceptiblemente a todo aquello que hacéis, un ritmo peculiar, una gracia. Os movéis, tocáis objetos, y todo en vosotros se convierte en danza y música. Este movimiento armonioso que se transmite a todas las células de vuestro organismo, no sólo os beneficia a vosotros, sino que también actúa benéficamente sobre todos los seres que os rodean: se sienten liberados, aligerados, iluminados, y en seguida se sienten estimulados a hacer esfuerzos para recuperar las sensaciones que vivieron junto a vosotros.