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Beschreibung

La reforma litúrgica del Vaticano II ha atendido la realidad de las Iglesias jóvenes, de los llamados países de misión. Las comunidades cristianas, esparcidas por amplias áreas sin sacerdote residente, con Las Celebraciones Dominicales en ausencia de presbítero (ADAP), mantienen su vida cristiana a partir de la Eucaristía aunque esta no pudiera ser celebrada cada domingo. Rápidamente esta realidad se ha invertido y ahora son las comunidades ancianas las que se ven en una situación de falta de presbíteros para celebrar la Eucaristía cada domingo en cada comunidad. Nos felicitamos de que haya habido una abundante y rigurosa reflexión sobre estos temas, para que no se pretenda dar soluciones espontáneas a problemas que son muy de fondo porque tocan elementos esenciales de la vida cristiana. Por ello, desde el Centre de Pastoral Litúrgica estamos satisfechos de poder ofrecer un verdadero Dossier de documentos, reflexiones y materiales sobre las ADAP.

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LAS CELEBRACIONES

DOMINICALES

EN AUSENCIA DE PRESBÍTERO

(ADAP)

Documentos, reflexiones

y materiales

Dossiers CPL, 153 Centre de Pastoral Litúrgica Barcelona

Director de la colección Dossiers CPL: Joan Torra

Publicación preparada por: Xavier Aymerich

Diseño e imagen de la cubierta: Mercè Solé

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235 – wa (+34) 619 741 047

[email protected] – www.cpl.es

Primera edición digital: marzo de 2020

ISBN: 978-84-9165-322-6

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

PRESENTACIÓN

La configuración de la asamblea conciliar del Vaticano II era verdaderamente universal, reunía obispos de todas las partes del mundo como nunca antes había sucedido. Con toda lógica debía tener presente la realidad de la Iglesia católica en cada situación del mundo para poder responder a ella. No debe extrañar, por lo tanto, que algunas previsiones las hiciera para las Iglesias jóvenes, de los llamados países de misión. Así, por ejemplo, era necesario prever los debidos procesos catecumenales para la iniciación cristiana de adultos, situación que no se daba en las Iglesias de larga tradición, amablemente habituales desde hacía siglos al bautismo de niños.

Seguramente era muy difícil o casi imposible de prever que, en poco más del medio siglo transcurrido desde la clausura conciliar, situaciones de estas, no solo iban a sufrir algunos cambios lógicos sino que se iban a invertir totalmente de forma que algunas previsiones, hechas para países de misión, iban a estar en el orden del día de las Iglesias, llamémoslas ancianas, para dar respuesta a situaciones nuevas, inesperadas, a las que la aceleración de los acontecimientos las sumía.

Este es el caso que presentamos ahora. En países de reciente evangelización se habían previsto las Celebraciones dominicales en ausencia de presbítero (ADAP) para que las comunidades cristianas, esparcidas por amplias áreas sin sacerdote residente, mantuvieran su vida cristiana a partir de la Eucaristía aunque esta no pudiera ser celebrada cada domingo. Rápidamente esta realidad se ha invertido y ahora son las comunidades ancianas las que se ven envueltas en una situación de falta de presbíteros para celebrar la Eucaristía cada domingo en cada comunidad. La mirada se ha dirigido a la previsión hecha para los países de misión, convencidos de que ahora esta misión se requiere donde antes parecía que no era necesaria.

Nos debemos felicitar de que haya habido una abundante y rigurosa reflexión sobre estos temas, para que no se pretenda dar soluciones espontáneas a problemas que son muy de fondo porque tocan elementos esenciales de la vida cristiana. Por ello, desde el Centre de Pastoral Litúrgica estamos satisfechos de poder ofrecer un verdadero Dossier de materiales que empieza por los abundantes documentos magisteriales de referencia, continúa por reflexiones teológicas y pastorales con estudios de gran calado y desemboca en materiales prácticos que diversas diócesis han elaborado para que las prácticas pastorales, que pretenden responder a esta acuciante situación que vivimos, sean una oportunidad para seguir avanzando sinodalmente siempre deseosos de saber qué es lo que el Espíritu pide a las Iglesias en estas nuevas circunstancias.

Seguro que todo ello vivificará tanto las celebraciones de la Eucaristía como la profunda reflexión sobre el sacramento, sobre el ministerio ordenado y los demás ministerios, sobre el sentido del domingo y sobre la identidad de la comunidad cristiana.

I. DOCUMENTOS DE REFERENCIA

INTRODUCCIÓN

En este capítulo de documentos de referencia ofrecemos el texto de los principales documentos oficiales de la Iglesia sobre las Celebraciones dominicales en ausencia de presbítero (ADAP).

La referencia a estas ADAP empieza de forma aún difusa en el mismo Concilio Vaticano II, y poco a poco se va concretando su naturaleza y sus posibilidades. El documento principal, evidentemente, es el Directorio que publicó la Congregación para el Culto Divino el año 1988, y que aquí reproducimos íntegro. Inmediatamente después, los Prænotanda que el Secretariado Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española incluyó en su ritual en castellano. Aún, finalmente, otros documentos posteriores que hacen referencia a este tipo de celebraciones.

CONSTITUCIÓN SOBRE LA SAGRADA LITURGIA «SACROSANCTUM CONCILIUM»

(Concilio Vaticano II, 4 diciembre 1963)

35,4. Foméntense las celebraciones sagradas de la Palabra de Dios en las vísperas de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo en los lugares donde no haya sacerdotes, en cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el obispo.

INSTRUCCIÓN «INTER OECUMENICI» PARA APLICAR LA CONSTITUCIÓN SOBRE LA SAGRADA liturgia

(Sagrada Congregación de Ritos y el Consilium, 26 septiembre 1964)

37. En los lugares donde no haya Sacerdote y no se pueda celebrar la misa, los domingos y fiestas de precepto organícese, a juicio del Ordinario, una sagrada celebración de la Palabra de Dios, presidida por un diácono o incluso por un seglar, especialmente delegado.

La estructura de esta celebración será semejante a la de la liturgia de la Palabra en la misa: generalmente se leerán en lengua vernácula la epístola y el evangelio de la misa del día, anteponiendo e intercalando cantos, tomados preferentemente de los salmos. Si es diácono el que preside, pronunciará la homilía, y, si no lo es, leerá la homilía que le haya señalado el obispo o el párroco. La celebración terminará con la oración común o de los fieles y el Padrenuestro.

CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

(Santa Sede, 25 enero 1983)

Canon 1248. § 2. Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la Palabra, si esta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el obispo diocesano, o permanezcan en oración durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos familiares.

DIRECTORIO PARA LAS CELEBRACIONES DOMINICALES EN AUSENCIA DE PRESBÍTERO

Introducción

1. La Iglesia de Cristo, desde el día de Pentecostés, después de la venida del Espíritu Santo, nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual, en el día llamado «Domingo», en memoria de la resurrección del Señor. En la asamblea dominical la Iglesia lee cuanto se refiere a Cristo en toda la Escritura1 y celebra la Eucaristía como memorial de la muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva.

2. Sin embargo no siempre se puede tener una celebración plena del domingo. En efecto, ha habido muchos fieles, y los hay actualmente, a los que «por falta de ministro sagrado u otra causa grave les resulta imposible la participación en la celebración eucarística».2

3. En algunos países, después de la primera evangelización, los obispos confiaron a los catequistas la misión de reunir a los fieles el domingo y de dirigir la plegaria a la manera de los ejercicios piadosos. Los cristianos, crecidos en número, se encontraban dispersos en muchos lugares, a veces lejanos, no pudiendo el sacerdote llegar a ellos cada domingo.

4. En otros lugares, a causa de las persecuciones contra los cristianos, o por otras severas limitaciones impuestas a la libertad religiosa, está prohibido a los fieles reunirse en domingo. Como en otro tiempo hubo cristianos, fieles hasta el martirio en la participación de la asamblea dominical,3 así ahora los hay que hacen lo imposible para reunirse el domingo para orar, en familia o en pequeños grupos, aunque privados de la presencia del ministro sagrado.

5. Por otra parte, en nuestros días, en bastantes zonas hay parroquias que no pueden gozar de la celebración de la Eucaristía cada domingo, porque ha disminuido el número de los sacerdotes. Además, por circunstancias sociales y económicas, no pocas parroquias se han despoblado. Por esto a muchos presbíteros se les ha encargado celebrar varias veces la misa del domingo, en iglesias diversas y distantes entre sí. Pero esta práctica no siempre es considerada conveniente, ni para las parroquias privadas del propio pastor ni para los mismos sacerdotes.

6. Por este motivo en algunas Iglesias particulares, en las que se dan las anteriores circunstancias, los obispos han considerado necesario establecer otras celebraciones dominicales, ante la falta del presbítero, para que se pudiese tener una asamblea cristiana del mejor modo posible, y se asegurase la tradición cristiana del domingo.

No raramente, sobre todo en tierras de misión, los mismos fieles, conscientes de la importancia del domingo, con la cooperación de los catequistas y también de los religiosos, se reúnen para escuchar la Palabra de Dios, para orar y a veces también para recibir la santa comunión.

7. Teniendo en cuenta todas estas razones y a la vista de los documentos promulgados por la Santa Sede,4 la Congregación para el Culto Divino, secundando también los deseos de las Conferencias Episcopales, considera oportuno recordar algunos elementos doctrinales sobre el domingo, y establecer las condiciones que legitiman tales celebraciones en las diócesis, y hacer algunas indicaciones para su recto desarrollo.

Corresponderá a las Conferencias Episcopales, según la conveniencia, determinar ulteriormente las mismas normas y adaptarlas a la índole y a la situación de los distintos pueblos, informando de ello a la Sede Apostólica.

Capítulo I

EL DOMINGO Y SU SANTIFICACIÓN

8. «La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del día mismo de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo».5

9. Los testimonios de la asamblea de los fieles, en el día que ya en el Nuevo Testamento es señalado como «domingo»,6 se encuentran explícitamente en los antiquísimos documentos del primero y segundo siglo,7 y entre ellos sobresale el de san Justino: «En el día llamado del Sol, todos los que habitan en las ciudades y en los campos se reúnen en un mismo lugar...».8 Entonces, el día en que se reunían los cristianos, no coincidía con los días festivos del calendario griego y romano, y por esto constituía para los conciudadanos un cierto signo de profesión cristiana.

10. Desde los primeros siglos, los pastores no han cesado de inculcar a los fieles la necesidad de reunirse en domingo: «No os separéis de la Iglesia, pues sois miembros de Cristo, por el hecho de que os reunís...; no seáis negligentes, ni privéis al Salvador de sus miembros, ni contribuyáis a desmembrar su cuerpo...».9 Es lo que ha recordado modernamente el Concilio Vaticano II con estas palabras: «En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos».10

11. La importancia de la celebración del domingo en la vida de los fieles es indicada así por san Ignacio de Antioquía: «(Los cristianos) no celebran ya el sábado, sino que viven según el domingo, en el que también nuestra vida ha resucitado por medio de él (Cristo) y de su muerte».11

El sentido cristiano de los fieles, tanto en el pasado como en el tiempo presente, ha tenido en tan gran estima el domingo, que en modo alguno han querido olvidarlo ni siquiera en los momentos de persecución y en medio de culturas que están lejos de la fe cristiana o se oponen a ella.

12. Los elementos que se requieren principalmente para la asamblea dominical, son los siguientes:

a) reunión de los fieles para manifestar que la «Iglesia» no es una asamblea formada espontáneamente, sino convocada por Dios, es decir, pueblo de Dios orgánicamente estructurado y presidido por el sacerdote en la persona de Cristo Cabeza;

b) instrucción sobre el misterio pascual por medio de las Escrituras, que son leídas y explicadas por el sacerdote o el diácono;

c) celebración del sacrificio eucarístico, realizado por el sacerdote en la persona de Cristo y ofrecido en nombre de todo el pueblo cristiano, con el que se hace presente el misterio pascual.

13. El celo pastoral se ha de orientar principalmente a hacer que el sacrificio de la misa se celebre cada domingo; porque solamente por medio de él se perpetúa verdaderamente la Pascua del Señor12 y la Iglesia se manifiesta enteramente. «El domingo es la fiesta primordial... que es preciso presentar e inculcar a la piedad de los fieles. No se le antepongan otras celebraciones a no ser que sean de grandísima importancia, porque el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico».13

14. Es necesario que estos principios sean inculcados desde el comienzo de la formación cristiana, a fin de que los fieles observen de corazón el precepto de la santificación del día festivo, y comprendan el motivo por el que se reúnen cada domingo convocados por la Iglesia,14 para celebrar la Eucaristía, y no solo para satisfacer la propia devoción privada. De este modo los fieles podrán tener una experiencia del domingo como signo de la transcendencia de Dios sobre la obra del hombre y no como un simple día de descanso, y podrán también comprender más profundamente, en virtud de la asamblea dominical, y demostrar hacia fuera que son miembros de la Iglesia.

15. Los fieles deben poder encontrar en las asambleas dominicales, como en la vida de la comunidad cristiana, tanto la participación activa como una verdadera fraternidad, y la oportunidad de fortalecerse espiritualmente bajo la guía del Espíritu. Así podrán protegerse más fácilmente del atractivo de las sectas, que les prometen alivio en el sufrimiento de la soledad y más completa satisfacción de sus aspiraciones religiosas.

16. Finalmente, la acción pastoral debe favorecer las iniciativas para hacer del domingo «el día de la alegría y del descanso del trabajo»,15 de manera que aparezca en la sociedad moderna como signo de libertad y, en consecuencia, como día instituido para el bien de la misma persona humana, que es sin duda de más valor que los negocios y los procesos productivos.16

17. La Palabra de Dios, la Eucaristía y el ministerio sacerdotal son dones que el Señor ofrece a la Iglesia su esposa. Por esto deben ser acogidos y solicitados como una gracia de Dios. La Iglesia, que goza de estos dones sobre todo en la asamblea dominical, da gracias a Dios en ella, en la espera del perfecto disfrute del día del Señor «delante del trono de Dios y en presencia del Cordero».17

Capítulo II

CONDICIONES PARA LAS CELEBRACIONES DOMINICALES EN AUSENCIA DE SACERDOTE

18. Cuando en algunos lugares no es posible celebrar la misa del domingo, se ha de considerar ante todo si los fieles no pueden acercarse a la iglesia del lugar más cercano para participar allí en la celebración del misterio eucarístico. Esta solución se ha de recomendar también en nuestros días e incluso, en cuanto sea posible, conservarla. Esto requiere, no obstante, que los fieles estén rectamente instruidos sobre el sentido pleno de la asamblea dominical y se adapten de buen ánimo a las nuevas situaciones.

19. Se ha de procurar también que, aún sin misa, el domingo se ofrezca ampliamente a los fieles, reunidos en diversas formas de celebración, las riquezas de la Sagrada Escritura y de la plegaria de la Iglesia, para que no se vean privados de las lecturas que se leen en el curso del año durante la misa, ni de las oraciones de los tiempos litúrgicos.

20. Entre las varias formas conocidas en la tradición litúrgica, cuando no es posible la celebración de la misa, la más recomendable es la celebración de la Palabra de Dios,18 que oportunamente puede ir seguida de la comunión eucarística. De este modo los fieles pueden nutrirse al mismo tiempo de la Palabra y del Cuerpo de Cristo. «Oyendo la Palabra de Dios conocen que las maravillas divinas que se proclaman culminan en el misterio pascual, cuyo memorial se celebra sacramentalmente en la misa, y en el cual participan por la comunión».19 Además, en algunas circunstancias, se pueden unir oportunamente la celebración del domingo y las celebraciones de algunos sacramentos, y especialmente de los sacramentales, según las necesidades de cada comunidad.

21. Es necesario que los fieles perciban con claridad que estas celebraciones tienen carácter de suplencia, y no pueden considerarse como la mejor solución de las dificultades nuevas o una concesión hecha a la comodidad.20 Las reuniones o asambleas de este tipo no pueden celebrarse nunca en domingo en aquellos lugares en los que se ha celebrado o se va a celebrar la misa o bien se ha celebrado en la tarde del día precedente, aunque haya sido en otra lengua; no es conveniente además que tal asamblea se repita.

22. Evítese con cuidado la confusión entre las reuniones de este género y la celebración eucarística. Estas reuniones no deben suprimir sino aumentar en los fieles el deseo de participar en la celebración eucarística y prepararlos mejor para participar en ella.

23. Los fieles han de comprender que no es posible la celebración del sacrificio eucarístico sin el sacerdote y que la comunión eucarística, que pueden recibir en estas reuniones, está íntimamente unida al sacrificio de la misa. Por este motivo se puede mostrar a los fieles lo necesario que es rogar «para que los dispensadores de los misterios de Dios sean cada vez más numerosos y perseveren siempre en su amor».21

24. Compete al obispo diocesano, oído el parecer del consejo presbiteral, establecer si en la propia diócesis debe haber regularmente reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, y dar normas generales y particulares para ello, teniendo en cuenta las circunstancias de las personas y de los lugares.

Por consiguiente, no se organicen asambleas de este tipo, si no es mediante la convocatoria del obispo y bajo el ministerio pastoral del párroco.

25. «No es posible formar una comunidad cristiana si no tiene como raíz y eje la celebración de la santísima Eucaristía».22 Por esto, antes de que el obispo establezca que se hagan reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, además del estudio sobre la situación de las parroquias (cf. núm. 5), deben ser examinadas la posibilidad de recurrir a presbíteros, también los religiosos, no directamente vinculados a la cura de almas, y la frecuencia de las misas celebradas en las diversas iglesias y parroquias.23

Se ha de mantener la primacía de la celebración eucarística sobre cualquier otra acción pastoral, especialmente en domingo.

26. El obispo, personalmente o mediante otras personas, instruirá a la comunidad diocesana con la oportuna catequesis sobre las causas que motivan esta decisión, destacando su gravedad y exhortando a la corresponsabilidad y a la cooperación. Él designará un delegado o una comisión especial que cuide de que las celebraciones se desarrollen correctamente; escogerá a quienes han de promoverlas y hará que estén debidamente instruidos. Pero siempre procurará que los fieles afectados puedan participar en la celebración eucarística el mayor número posible de veces al año.

27. Es misión del párroco informar al obispo sobre la conveniencia de hacer estas celebraciones en su jurisdicción; preparar a los fieles para ellas; visitarlos alguna vez durante la semana; celebrar para ellos los sacramentos en el momento oportuno, especialmente la Penitencia. De este modo la comunidad podrá experimentar de verdad cómo se reúne el domingo no «sin el presbítero» sino solamente «en su ausencia», o mejor aún, «en su espera».

28. Cuando no sea posible la celebración de la misa, el párroco procurará que se distribuya la sagrada comunión. Cuidará también de que en cada comunidad se tenga la celebración eucarística en el tiempo establecido. Las hostias consagradas deben renovarse frecuentemente y conservarse en lugar seguro.

29. Para dirigir estas reuniones dominicales deben ser llamados los diáconos, como primeros colaboradores de los sacerdotes. Al diácono, ordenado para apacentar al Pueblo de Dios y para hacerlo crecer, corresponde dirigir la plegaria, proclamar el evangelio, pronunciar la homilía y distribuir la Eucaristía.24

30. Cuando estén ausentes tanto el presbítero como el diácono, el párroco designará a laicos, a los que encomendará el cuidado de las celebraciones, es decir, la guía de la plegaria, el servicio de la Palabra y la distribución de la santa comunión.

Deberá elegir en primer lugar a los acólitos y lectores, instituidos para el servicio del altar y de la Palabra de Dios. Faltando también estos, pueden designarse otros laicos, hombres y mujeres, que pueden ejercer esta función en base a su bautismo y a su confirmación.25 Estos sean elegidos atendiendo a su conducta de vida, en consonancia con el Evangelio, y se tenga en cuenta el que puedan ser bien aceptados por los fieles. La designación se hará habitualmente por un período determinado y se manifestará públicamente a la comunidad. Es conveniente que se haga una plegaria especial por ellos en alguna celebración.26 El párroco se responsabilizará de dar a estos laicos una oportuna y continua formación y de preparar con ellos unas celebraciones dignas (cf. capítulo III).

31. Los laicos designados considerarán el encargo recibido, no como un honor, sino como una misión y un servicio para con los hermanos, bajo la autoridad del párroco. La función no es propia de ellos, sino supletoria, porque la ejercen «donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros».27

«Hagan todo y solo aquello que corresponde a la misión que han recibido».28 Ejerzan su propia función con sincera piedad y con orden, como conviene a esta misión y como les exige justamente el Pueblo de Dios.29

32. Si un domingo no se puede hacer la celebración de la Palabra de Dios con la distribución de la sagrada comunión, se recomienda vivamente a los fieles «que permanezcan en oración durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos familiares».30 En estos casos pueden ser útiles las retransmisiones por radio o televisión de las celebraciones sagradas.

33. Téngase en cuenta sobre todo la posibilidad de celebrar alguna parte de la Liturgia de las Horas, por ejemplo, las Laudes matutinas o las Vísperas, en las que se pueden insertar las lecturas del domingo correspondiente. En efecto, cuando «los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo».31 Al final de esta celebración puede ser distribuida la comunión eucarística (cf. núm. 46).

34. «A cada fiel o a las comunidades que por motivo de persecución o por falta de sacerdotes se ven privadas de la celebración de la sagrada Eucaristía por breve o también por largo tiempo, no por eso les falta la gracia del Redentor. Si están animados íntimamente por el deseo del sacramento y unidos en la oración con toda la Iglesia; si invocan al Señor y elevan hacia él sus corazones, también ellos viven por virtud del Espíritu Santo en comunión con la Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, y con el mismo Señor... y reciben los frutos del sacramento».32

Capítulo III

LA CELEBRACIÓN

35. El orden a seguir en la reunión del domingo cuando no se celebra la misa, consta de dos partes: la celebración de la Palabra de Dios y la distribución de la comunión. No se introduzca en esta reunión lo que es propio de la misa, especialmente la presentación de los dones y la plegaria eucarística. El rito se ordene de tal manera que favorezca totalmente la oración y ofrezca la imagen de una asamblea litúrgica y no de una simple reunión.

36.Los textos de las oraciones y de las lecturas de cada domingo o solemnidad han de tomarse habitualmente del Misal o del Leccionario. De este modo los fieles, siguiendo el curso del Año Litúrgico, orarán y escucharán la Palabra de Dios en comunión con las restantes comunidades de la Iglesia.

37. El párroco, al preparar la celebración con los laicos designados, puede hacer adaptaciones teniendo en cuenta el número de los participantes y la capacidad de los animadores, y atendiendo a los instrumentos que acompañan el canto y ejecutan la música.

38. Cuando preside la celebración el diácono, debe comportarse de acuerdo con su ministerio, en los saludos, oraciones, y proclamación del evangelio y homilía, distribución de la comunión y despedida de los participantes con la bendición. Viste los ornamentos propios de su ministerio, esto es, el alba con la estola, y según la oportunidad la dalmática, y usa la sede presidencial.

39. El laico que modera la reunión actúa como uno entre iguales, como ocurre en la Liturgia de las Horas, cuando no preside el ministro ordenado, y en las bendiciones, cuando el ministro es laico («El Señor nos bendiga...», «Bendigamos al Señor...»). No debe emplear las palabras reservadas al presbítero o al diácono, y debe omitir aquellos ritos que remiten de manera directa a la misa, por ejemplo: los saludos, especialmente «El Señor esté con vosotros» y la fórmula de despedida que haría aparecer al laico moderador como un ministro sagrado.33

40. Lleve un vestido que no desdiga de esta función, o la vestidura que oportunamente señale el obispo.34 No use la sede presidencial, sino prepárese otra sede fuera del presbiterio.35

El altar, que es la mesa del sacrificio y del convite pascual, será usado solamente para poner en él el Pan consagrado antes de la distribución de la Eucaristía.

Al preparar la celebración se ha de procurar una adecuada distribución de las funciones, por ejemplo, para las lecturas, para los cantos, etc., y para la disposición y ornato del lugar.

41. El esquema de la celebración consta de los siguientes elementos:

a) los ritos iniciales, cuya finalidad es hacer que los fieles que se reúnen constituyan la comunidad y se preparen dignamente para la celebración;

b) la liturgia de la Palabra, en la cual Dios mismo habla a su pueblo para manifestarle el misterio de la redención y de la salvación; el pueblo responde mediante la profesión de fe y la plegaria universal;

c) la acción de gracias, con la que Dios es bendecido por su gloria inmensa (cf. núm. 45);

d) los ritos de la comunión, mediante los cuales se expresa y se realiza la comunión con Cristo y con los hermanos, sobre todo con aquellos que en el mismo día participan en el sacrificio eucarístico;

e) los ritos de conclusión, con los que viene indicada la relación entre la liturgia y la vida cristiana.

La Conferencia Episcopal, o el mismo obispo, teniendo en cuenta las circunstancias de lugar y de las personas, pueden concretar más la celebración con subsidios preparados por la Comisión Nacional o diocesana de Liturgia. No obstante, este esquema no debe cambiar sin necesidad.

42. En la monición inicial, o en otro momento de la celebración, el moderador hace mención de la comunidad con la que, aquel domingo, el párroco celebra la Eucaristía, y exhorta a los fieles a unirse espiritualmente a ella.

43. Para que los participantes puedan asimilar la Palabra de Dios, hágase una explicación de las lecturas o un sagrado silencio para meditar lo que se ha escuchado. Puesto que la homilía está reservada al sacerdote o al diácono,36 lo mejor es que el párroco transmita la homilía al moderador del grupo, para que la lea. No obstante, obsérvese lo que haya dispuesto la Conferencia Episcopal sobre este punto.

44. La plegaria universal se desarrollará según la serie establecida de las intenciones.37 No se omitan las intenciones por toda la diócesis, que el obispo proponga eventualmente. Asimismo, propóngase con frecuencia la intención por las vocaciones al Orden sagrado, por el obispo y por el párroco.

45. La acción de gracias tendrá lugar de acuerdo según uno de estos dos modelos:

a) después de la plegaria universal o después de la distribución de la comunión, el moderador invita a todos a la acción de gracias, con la cual los fieles exaltan la gloria de Dios y su misericordia. Esto puede hacerse con un salmo, por ejemplo, los salmos 99, 112, 117, 135, 147, 150, o con un himno o un cántico, como el «Gloria a Dios en el cielo», el Magníficat, etc., o también con una plegaria litánica, que el moderador dice con los demás vuelto al altar, estando todos de pie;

b) antes del Padrenuestro el moderador se acerca al tabernáculo o al lugar donde está reservada la Eucaristía y, hecha la reverencia, deposita sobre el altar el copón con la santísima Eucaristía; a continuación, arrodillado delante del altar, juntamente con los fieles, dice el himno, el salmo o la plegaria litánica, que en esta circunstancia debe ir dirigida a Cristo presente en la santa Eucaristía.

Pero esta acción de gracias no debe tener de modo alguno la forma de una plegaria eucarística. Los textos del prefacio y de la plegaria eucarística contenidos en el Misal no se han de usar, a fin de evitar todo peligro de confusión.

46. Para el desarrollo del rito de la comunión, se observará cuanto viene dicho en el Ritual Romano acerca de la comunión fuera de la misa.38 Recuérdese a los fieles con frecuencia que, al recibir la comunión fuera de la misa, se unen también al sacrificio eucarístico.

47. Si es posible, para la comunión úsese el Pan consagrado el mismo domingo, en la misa celebrada en otro lugar, y llevado por el diácono o por un laico en un recipiente apto (copón o portaviático) y colocado en el sagrario antes de la celebración. También se puede usar el Pan consagrado en la última misa celebrada allí. Antes de la oración del Padrenuestro el moderador se acerca al tabernáculo o al lugar donde está depositada la Eucaristía, toma el recipiente con el Cuerpo del Señor, lo deja sobre la mesa del altar e inicia la oración del Padrenuestro, a no ser que en este momento se haga la acción de gracias, de la que se habla en el núm. 45, b.

48. El Padrenuestro se canta o recita siempre por todos, aunque no se distribuya la santa comunión. Puede hacerse el rito de la paz. Después de la distribución de la comunión «según la conveniencia puede observarse el sagrado silencio durante un cierto tiempo o cantar un salmo o un cántico de alabanza».39 Se puede también hacer la acción de gracias descrita en el núm. 45, a.

49. Antes de finalizar la reunión, se darán los avisos y las noticias que afecten a la vida parroquial o diocesana.

50. «Jamás se apreciará suficientemente la gran importancia de la asamblea dominical, como fuente de vida cristiana del individuo y de las comunidades, y como expresión de la voluntad de Dios: reunir a todos los hombres en el Hijo Jesucristo.

Todos los cristianos deben convencerse de que no es posible vivir la propia fe ni participar, del modo propio a cada uno, en la misión de la Iglesia, sin nutrirse del Plan eucarístico. Igualmente deben estar convencidos de que la asamblea dominical es para el mundo un signo del misterio de comunión que es la Eucaristía».40

Este Directorio, preparado por la Congregación para el Culto Divino, fue aprobado y confirmado por el Sumo Pontífice Juan Pablo II el 21 de mayo de 1988, ordenando su publicación.

En la Sede de la Congregación para el Culto Divino, a 2 de junio de 1988, solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.

Pablo Agustín, card. Mayer, Prefecto

 Virgilio Noè, Arzobispo tit. de Voncaria, Secretario

ORIENTACIONES GENERALES AL RITUAL «CELEBRACIONES DOMINICALES Y FESTIVAS EN AUSENCIA DE PRESBÍTERO»41

(Secretariado Nacional de Liturgia de la CEE, 1992)

l. En algunas circunstancias y lugares es difícil asegurar la celebración eucarística los domingos y fiestas de precepto. La falta de sacerdotes imposibilita que las parroquias más pequeñas y los centros de culto de población reducida puedan ser atendidos debidamente.

2. Dado que esta realidad pastoral puede darse en algunas diócesis españolas, ha parecido conveniente elaborar y publicar el presente libro de las Celebraciones dominicales y festivas en ausencia de presbítero, teniendo en cuenta las sugerencias del Directorio publicado por la Congregación para el Culto Divino.

3. Este libro está destinado a los diáconos, a los religiosos y religiosas y a los laicos, hombres y mujeres, designados por el párroco para dirigir las celebraciones dominicales y festivas faltando el presbítero. La decisión de establecer estas celebraciones es competencia del obispo diocesano, oído el parecer del Consejo presbiteral.42

4. La animación de las celebraciones dominicales y festivas en ausencia de presbítero por un diácono o por un laico, debidamente escogido y preparado, supone la observancia de las normas dadas por el obispo o por su delegado para estas celebraciones, y la actuación bajo la responsabilidad del párroco.

I. El ministro de la celebración

5. Siempre que sea posible, la celebración la presidirá un diácono. Este usará las vestiduras litúrgicas de su Orden, ocupará la sede presidencial, saludará al pueblo con la fórmula: «El Señor esté con vosotros», y lo bendecirá al final de la celebración.

6. Cuando es un laico el que dirige la celebración es conveniente que se revista de alba o de túnica únicamente, pero en todo caso usará un vestido digno. Para realizar su función, ocupará un lugar discreto en el presbiterio o en la nave, desde donde se le pueda ver y oír bien; pero se abstendrá de usar la sede presidencial.

Nunca usará la fórmula «El Señor esté con vosotros» u otro saludo propio del ministro ordenado, ni bendecirá al pueblo al final de la celebración. Al comienzo de esta, usará la fórmula de bendición a Dios, y para la conclusión implorará la bendición divina sobre toda la asamblea, tal como se indica en el lugar oportuno.

7. El que dirige la celebración aparecerá ante los fieles como delegado del sacerdote responsable de la parroquia o comunidad. Deberá hacerlo constar, si es preciso, al principio de la celebración.

El sacerdote responsable de la parroquia o comunidad deberá explicar a los fieles cuál es el cometido del ministro de la celebración, para evitar que este servicio pueda ser confundido con la presidencia sacerdotal de la Eucaristía.

8. El ministro de la celebración (o los posibles ministros que pudieran turnarse) deberá ser convenientemente instruido sobre el ministerio que se le confía y dispondrá del presente libroy del Leccionario correspondiente en su edición oficial o, en su defecto, de cualquiera de las ediciones de misales para fieles. Podrá usar también el Misal, el libro de la oración de los fielesy el libro de la sede, pero solamente para los textos que no sean el prefacio y la plegaria eucarística, y la oración sobre las ofrendas.

9. Al preparar la celebración, el ministro procurará distribuir adecuadamente algunas funciones, por ejemplo, para las lecturas, para los cantos, etc., y para la disposición y ornato del lugar.

Se encenderán las velas y las luces acostumbradas para otras celebraciones.

II. Desarrollo de la celebración

A) Ritos iniciales

10. Reunido el pueblo, el ministro se sitúa en su lugar, como se ha dicho antes (núms. 5 y 6).

Si el Santísimo Sacramento está reservado, hará previamente la genuflexión. Si no lo está, hará una inclinación, pero en ningún caso besará el altar.

Se puede cantar un canto apropiado al tiempo litúrgico para crear un clima festivo y de participación.

11. Terminado el canto, el ministro dice: «En el nombre del Padre, etc.». Todos se santiguan y responden: «Amén».

Luego el ministro, si es diácono, saluda a los presentes diciendo: «La gracia de nuestro Señor, etc.», u otro saludo litúrgico. Todos responden: «Y con tu espíritu».

Si el ministro es laico, saluda a los presentes invitándoles a bendecir al Señor con una de las fórmulas indicadas en el rito.

12. El ministro puede hacer una breve monición introductoria a la celebración y recordando a la comunidad con la que, aquel día, el párroco celebra la Eucaristía.

A continuación, inicia el acto penitencial, como se indica en su lugar o con cualquiera de las fórmulas contenidas en el Misal incluyendo las palabras conclusivas.

13. Luego el ministro dice: Oremos. Todos oran en silencio durante unos instantes. Entonces el ministro, sin extender las manos, dice la oración colecta del día. Cuando termina, el pueblo aclama con el Amén.

B) Liturgia de la Palabra

14. Terminada la oración, todos se sientan y el lector lee la primera lectura desde el ambón. Conviene que el lector sea una persona distinta del ministro que preside o dirige la celebración. Antes de las lecturas se puede leer una monición escrita, que llame la atención de los oyentes y sitúe aquellas en el contexto de la liturgia del día.

Todos escuchan atentamente la lectura y al final pronuncian la aclamación. Después el salmista u otro lector canta o recita el salmo del modo acostumbrado.