Las semillas de la felicidad - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

Las semillas de la felicidad E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

La felicidad es como una pelota tras la que se corre, pero que en el momento de atraparla se le da un puntapié... ¡para después seguir corriendo tras ella! En esta carrera, uno se siente estimulado; y es en esta búsqueda, en este impulso por alcanzar el objetivo, donde se encuentra la felicidad. No hay duda de que cuando alcanzamos lo que deseamos somos momentaneamente felices, pero inmediatamente después sentimos un vacío, buscamos aún más y nunca se está satisfecho. Por esto, ¿qué hay que hacer? Hay que lanzarse a la búsqueda de todo aquello que está aún más allá y es más irrealizable: la perfección, la inmensidad, la eternidad. Y por este camino encontraréis todo lo demás; el conocimiento, la riqueza, el poder, el amor... Sí, los tendréis sin ni siquiera pedirlos .

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Seitenzahl: 167

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

Las semillas de la felicidad

Izvor 231-Es

Tituló original :

LES SEMENCES DU BONHEUR

Traducción del francés

ISBN 978-84-10379-43-5

© Copyrightreservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

I LA FELICIDAD: UN DON A CULTIVAR

Los humanos vienen a la tierra con ciertas aspiraciones: tienen necesidad de amar y de ser amados; tienen necesidad de conocer, de crear y el hecho de realizar esas aspiraciones es a lo que le llaman felicidad. Sin embargo, para realizarlas deben añadir sin cesar, algo al bagaje con el que han venido, ya que no basta desear para obtener lo que se desea. Desean amar y ser amados, pero he aquí que se sienten solos y decepcionados... Desean comprender pero siempre están tan limitados como desorientados... Desean crear y no llegan a hacer más que chapuzas. Para conseguir realizar todas esas aspiraciones, es necesario un largo aprendizaje bajo la dirección de un instructor que los lleve por la senda del verdadero amor, de la verdadera comprensión, de la verdadera creación.

Todos los humanos quieren la felicidad, pero no saben cómo obtenerla y no se imaginan siquiera que para ello hay que hacer un trabajo, que seguir una disciplina. Desde el momento en que han venido a la tierra, comen, beben, duermen, se pasean, van de un lado para otro, tienen hijos y piensan que automáticamente deben ser felices. Pero los animales realizan más o menos las mismas actividades. ¿Entonces? No basta estar en el mundo para ser feliz. Para ser feliz, hay que hacer cierto número de cosas... ¡y no hacer otras! La felicidad es como un don que se debe cultivar. En la medida en que no se cultiva, no se obtiene nada. Ocurre exactamente lo mismo con los dones artísticos: ni siquiera las personas más dotadas para la música, la pintura, la danza, etc., podrán realizar algo si no trabajan todos los días con tenacidad para cultivar esos dones.

Si queréis la felicidad, no os quedéis sin hacer nada: id en busca de los elementos que os permitirán alimentarla. Esos elementos pertenecen al mundo divino y, cuando los hayáis encontrado, amaréis a todo el mundo y seréis amados, poseeréis una mejor comprensión de las cosas y, al fin, tendréis el poder de actuar y de realizar.

II LA FELICIDAD NO ES EL PLACER

La necesidad de encontrar la felicidad está profundamente arraigada en el ser humano. Es esta necesidad la que le estimula, la que le guía. Aun cuando, según su temperamento, mire esa felicidad bajo formas diferentes, se le aparece sobre todo bajo la forma del placer, ya que la felicidad no va nunca separada del placer y la mayoría de las personas confunden incluso una cosa con la otra. Se imaginan que todo lo que les parece atractivo, simpático, que les gusta, que les dice algo, es lo que les va a hacer felices. Pero no es así. Si se analiza lo que realmente es el placer, cómo se halla, dónde se encuentra, se comprenderá que es mucho más complicado.

Cuando se observa la energía que despliegan los humanos para sumergirse en aquellas actividades que les dan placer, es evidente que, si la felicidad fuera sinónima de placer, todo el mundo nadaría en la felicidad. Pero más bien se produce lo contrario: a menudo, allí donde las personas encuentran su placer también allí encuentran su desgracia.

El placer es una sensación momentáneamente agradable que os impulsa a creer que, prolongándola durante el mayor tiempo posible, seréis felices. Pero no es así. ¿Por qué? Porque esas actividades que os procuran rápida y fácilmente una sensación agradable no están situadas, la mayoría de las veces, en un plano muy elevado: sólo llegan al cuerpo físico, quizás al corazón y un poco al intelecto. Sin embargo, no se puede ser feliz cuando se busca satisfacer únicamente al cuerpo físico, al corazón e incluso al intelecto, porque son satisfacciones parciales y efímeras. La felicidad, contrariamente al placer, no es una sensación del instante y afecta a la totalidad del ser.

Quien cree encontrar la felicidad en el placer, puede compararse al borracho: bebe vino o alcohol y se siente bien. ¡Ah! Olvida todas sus preocupaciones y saca la conclusión, por consiguiente, de que beber es magnífico. Sí, si hay que pronunciarse con respecto a algunos minutos, a algunas horas, esto puede parecer magnífico. Pero, al cabo de unos cuantos años, ¿qué se producirá? La pérdida de las facultades, la imposibilidad de llevar una vida familiar y social equilibrada, la decadencia, quizás el crimen... Pues bien, en numerosas circunstancias, las personas se comportan como el borracho: ya que en aquel instante las cosas les parecen agradables y sacan la conclusión de que permanecerán así toda la eternidad. Desgraciadamente para ellos, se ven obligados a constatar, a continuación, las pérdidas, los perjuicios, y sufren.

Ocurre lo mismo cuando se trata de personas con las que eligen fundar una familia, trabar una amistad o asociarse para un trabajo: tienen tendencia a guiarse según la primera impresión de placer o de disgusto, de simpatía o de antipatía. Piensan: “¡Oh, esto me dice algo!”, y sin razonar, sin profundizar, toman una decisión, sin ver que en realidad están tratando con un malhechor. Y se alejan de otro que encuentran menos agradable, aunque se trate de un hombre justo, honrado y bueno. En la medida en que una persona se guía por la simpatía o la antipatía, que son impresiones momentáneas, y no por la sabiduría que ve mucho más lejos, que ve mucho más allá, esta persona se equivocará.

Los Iniciados, los sabios nos previenen acerca de la realidad de las cosas; nos dicen: “Atención a lo que hacéis: una vez transcurrido el primer momento de satisfacción, pagaréis muy cara vuestra falta de clarividencia.” Y es así. ¡Cuántas cosas hay que son momentáneamente agradables, pero luego...! Por algunos minutos agradables de vez en cuando, hay que vivir años de sufrimiento. Por esto hay que estar alerta y desconfiar siempre un poco de lo que es agradable.

Existen algunos placeres que alimentan el alma y el espíritu; es verdad. Pero no es eso lo que eligen con preferencia los humanos. Además, el hecho de guiarse por el placer presenta algunos peligros, ya que lo que les place alimenta la mayoría de las veces sus instintos más que su alma y su espíritu. He ahí la prueba: basta ver dónde encuentran el placer: comer, beber, acostarse con alguien, jugar en el casino, aplastar a los demás, vengarse, etc., posibilidades no faltan. Pero, entonces, ¿a dónde van de este modo? Ciertamente, no van hacia la felicidad, ya que la felicidad es algo vasto, infinito, mientras que el placer sólo afecta a un ámbito muy limitado del hombre, el de la naturaleza inferior, egoísta, limitada.

Buscando el placer, el hombre piensa, sobre todo, en sí mismo, ya que su placer es él. No busca el placer de los demás, sino únicamente el suyo. Es así como se limita y se envilece porque, para obtener ese placer y defenderlo, está obligado, a menudo, a emplear métodos no muy católicos: se vuelve injusto, cruel y, si en un momento u otro se ve privado de ese placer, se muestra irritable, agresivo, vengativo. Entonces, ¿de qué felicidad gozará? Se vuelve insoportable con respecto a los demás, que no cesan de hacérselo sentir.

Naturalmente, no digo que haya que privarse de todos los placeres y de todas las satisfacciones: esto sería estúpido. Por otro lado, es la naturaleza la que impulsa a los humanos a buscar el placer; si no, la vida perdería su gusto, su sentido; sería triste, monótona. Es el placer lo que anima, lo que da color a la existencia, y no se trata en modo alguno de suprimirlo. Es necesario solamente no ponerlo en primer término, no hacer de él un objetivo en la vida, sino orientar esta tendencia al placer hacia un sentido constructivo.

Todos nosotros tenemos instintos, deseos, y es normal, pero ello no es una razón para dejarnos llevar y hacer únicamente lo que nos place. Si el Cielo nos ha dado el cerebro, es para que nos sirvamos de él a fin de orientarnos correctamente. El ser humano es como una nave que navega en el océano de la vida; a bordo de esta nave están los marineros que se ocupan de poner combustible en las calderas para su propulsión y, luego, está el comandante con su brújula, que se ocupa de la orientación. Los marineros son los instintos, los apetitos: son ciegos, pero nos hacen avanzar. El comandante es la inteligencia y la sabiduría que proporciona la dirección y vigila que la nave no vaya a estrellarse contra los escollos o a chocar contra otro buque. Desgraciadamente, esas naves que son los humanos están a menudo a punto de zozobrar, porque el comandante deja actuar a los marineros a su placer.

Las mayores desilusiones esperan a quien toma el placer como guía y como criterio, ya que no ve las consecuencias de las elecciones que está haciendo. Hay que buscar a otro guía: la razón, pues ella ve las consecuencias de cada una de las direcciones hacia las que os sentís inclinados y os advierte: “Atención, por aquí te vas a estrellar... Por allí, sí, puedes ir...” Desgraciadamente, si habláis con la gente, veréis que la mayoría de las personas están convencidas de que no podrán alegrar su ánimo si no llegan a hacer lo que les place. Y por ello están dispuestas a saltarse todas las reglas, todos los “tabús”. Dicen que ellos quieren ser libres, ¿Y qué es esta libertad? La de hacer locuras e incluso la de destruirse. Porque cuando una persona se libera, por así decirlo, de la luz, de la sabiduría, de la razón, para gozar por unos momentos del placer, inevitablemente sufrirá incluso físicamente: se pondrán enfermos, ya que la enfermedad no es más que la manifestación en el plano físico de los desórdenes que se han dejado instalar en el plano psíquico.

Querer cambiar los prejuicios y las reglas de una moral demasiado estrecha, para ser al fin y al cabo uno mismo, no es malo, sino al contrario. Pero hay que saber que bajo las leyes de la moral humana existen las leyes eternas establecidas por la Inteligencia cósmica y que, tanto si se quiere como si no, si se transgreden estas leyes, se paga con la aflicción, el sufrimiento y la enfermedad. Os lo he dicho ya desde hace mucho tiempo: es fácil prever que aparecerán en el mundo nuevas enfermedades debido a la manera como los humanos viven su libertad y, en ciertos casos, estas enfermedades serán incurables.

Naturalmente, la Inteligencia cósmica no es tan cruel como para destruir inmediatamente a alguien a la mínima falta. Quien hace excesos en la alimentación, en la bebida, en el tabaco, en la sexualidad, etc., puede caer enfermo sólo al cabo de unos años. Pero precisamente por ello es fácil prever que, si no cambia rápidamente de conducta, no podrá escapar de la enfermedad. El organismo que va más allá de la medida, en el terreno que sea, es como un artesanado que los gusanos van corroyendo: no lo destruyen de un día para otro, pero al cabo de los años la casa se hunde de repente. Muchas cosas son así en la vida y, como la gente no comprende la manera como trabajan las leyes, razonan en función de lo ocurrido en un corto espacio de tiempo. La gente dice: “Mirad a fulano de tal: es honrado, razonable, bueno y, sin embargo, no obtiene ninguna recompensa. En cambio aquel otro es un bribón y todo le sale bien.” Y de aquí la gente saca la conclusión de que es más ventajoso ser un bribón. He ahí la filosofía que circula ahora por el mundo: la gente no ve más allá de su nariz.

En realidad, para comprender cómo trabajan las leyes, es necesario poder observar a los seres y los acontecimientos en un largo período. Un momento concreto del período de duración es insuficiente para poderse pronunciar. Mirad lo que pasa por los países, por ejemplo: a menudo, sólo al cabo de los siglos se puede comprender cómo un país ha ido poco a poco deteriorándose; los que estaban a punto de vivir esa decadencia no se daban cuenta de ello. Lo mismo ocurre con los humanos. Algunas veces, las consecuencias de una buena o mala conducta no pueden constatarse en la encarnación actual, sino en la siguiente.

Pues bien, desgraciada o felizmente, la felicidad para el hombre no consiste en hacer lo que le place y como le place, ya que, os lo repito, la felicidad no es el placer. Entonces, prestad atención: no os dejéis influir. Muchos han encontrado normal el hecho de respetar ciertas reglas de conducta y, luego, se han puesto a transgredirlas porque han oído decir a otras personas que eran pamplinas ridículas de las que era necesario liberarse. Y, al fin, se han liberado tanto que se han estrellado. Es así como personas que se creen muy inteligentes no sólo se precipitan ellas mismas hacía catástrofes, sino que también arrastran a gran cantidad de ingenuos que les siguen. Ya conocéis la parábola de los ciegos del Evangelio: si unos ciegos conducen a otros ciegos, todos caen en la misma fosa. Sin duda, es algo que está muy extendido: ¡cuántos sabios, filósofos, pensadores, dicen cosas absurdas y, sin embargo, todos los siguen! Mientras que, a los Iniciados que conocen las bases sobre las cuales está construida la vida, nadie los escucha, incluso se les rehúye. ¿Por qué? Es muy sencillo: porque los Iniciados no presentan las cosas de un modo tan agradable; ¡hablan de leyes, de razón, de sabiduría, de dominio de sí mismo e incluso de sacrificio! En cambio, los otros hablan de deseos, de placeres, de pasiones, de regocijos, algo que evidentemente gusta a todo el mundo. Pero, lo que os dice un Iniciado, es verdaderamente para vuestro bien. Quizá no lo es para lo que deseáis para vuestro bien momentáneo, pero lo será para vuestro bien venidero, definitivo, eterno. Sin embargo estáis ciegos. Sí, de eso se trata, de estar verdaderamente ciego: de no ver más que el momento presente, la satisfacción inmediata de un deseo, de una necesidad, de un instinto, en lugar de mirar hacia el futuro, un poco más lejos.

Sin duda alguna, esas explicaciones que hago ahora no son quizá para todo el mundo. En todo caso, hay que dejar que las personas busquen la felicidad tal como la entienden; siempre encontrarán algunas migajas que llevarse a la boca. ¡La naturaleza es así de generosa! Ha dejado en todas partes algo para roer..., incluso en las basuras, simbólicamente hablando. Respecto a quienes no son capaces de alimentarse en otra parte, ¿por qué hacerlos morir de hambre privándolos de los únicos alimentos que excitan su apetito? Estos alimentos los harán enfermar, sin duda; pero, ¿qué hay que hacer, si no desean otros...?

Respecto a quienes sienten que la plenitud, la felicidad que buscan está en otra parte y desean encontrarla, hay que ayudarlos. Es necesario decirles: “La felicidad, la verdadera felicidad es muy difícil de conseguir, pero no es algo imposible. Es necesario mucho trabajo, mucha voluntad y sobre todo discernimiento: comprender que lo que la mayoría de los humanos llama “felicidad” no es más que pequeños placeres, pequeñas satisfacciones, apariencias de felicidad. Si queréis emprender este largo y penoso camino hacia la verdadera felicidad y, una vez que la hayáis obtenido, poder darla a los demás, entonces, buscadla fuera de los caminos trillados: ¡fuera del placer!”

III LA FELICIDAD ESTÁ EN EL TRABAJO

¿Dónde está en realidad el verdadero peligro para el alcohólico? ¿En el alcohol? No, en su cabeza. ¿Por qué? Porque ve las cosas únicamente según el placer del instante. De momento bebe, se siente bien y saca de ello la magnífica conclusión de que todo será siempre así. Y aquí está el error. Sí, en el momento presente, no hay nada mejor que el placer, pero a la larga destruye.

Me diréis: “Bien, lo hemos comprendido: no es el placer lo que nos dará la felicidad; pero entonces, ¿qué es lo que nos la dará?” El trabajo. ¡Oh! Ya sé lo que me diréis ahora: Que se os quiere privar de toda alegría, de toda satisfacción, que el trabajo es penoso, que no hacéis más que trabajar y esto no os hace en modo alguno felices. Pues bien, eso prueba simplemente que no habéis comprendido aún lo que es el verdadero trabajo; de lo contrario, sabríais que es ahí donde encontraréis la felicidad.

El hecho de sustituir el placer por el trabajo equivale a sustituir una actividad ordinaria, egoísta, por una actividad más noble, más generosa, que engrandece nuestra conciencia y despierta en nosotros nuevas posibilidades. No se trata de privarnos del placer, sino simplemente de no ponerlo en primer término como objetivo de la existencia, ya que nos debilita, nos empobrece. Quien busca el placer ante todo se comporta como una persona que, al hacer frío en invierno, utiliza para calentarse todos los objetos de madera de su casa: las puertas, las ventanas, las sillas, las camas, los armarios... Al cabo de cierto tiempo, ya no quedará nada. Ocurre lo mismo con quien se deja guiar por el placer: todo lo vive, como emociones, sensaciones, y quema poco a poco sus reservas. Por consiguiente, quienes buscan a toda costa el placer deben saber ante todo lo que les espera: el empobrecimiento y la obcecación, el ofuscamiento de la conciencia, ya que no podrán conocer los tesoros del alma y del espíritu, sino solamente lo que ocurre en el estómago, en el vientre o incluso más abajo.

En lugar de tomar el placer como objetivo de la existencia, hay que decirse: “¡Ah! Tengo que hacer de mi vida algo sensato, útil, grande”, y sustituir así el placer por el trabajo, es decir, por un ideal. ¿Y cuál es este trabajo? El del sol. No he hallado nunca una actividad que supere a la del sol. Sin cesar nunca, ilumina, calienta, vivifica. He aquí un trabajo que los humanos no han tomado nunca en consideración; se han detenido en las apariencias.

Si el discípulo toma seriamente ese oficio del sol, no hay duda de que al principio lo desempeñará mal, con imperfecciones, pero un día empezará a brillar la luz, el calor, y la vida del sol. Cuando el discípulo ha emprendido este trabajo, todas las demás cosas lo tientan cada vez menos: esas pequeñas alegrías, esas pequeñas distracciones palidecen ante la grandiosa tarea de trabajar como el sol. Y siente entonces un placer, una alegría, un engrandecimiento incomparable.

Muchos aceptan que la felicidad se limita a algunas efervescencias, a algunos fuegos de artificio seguidos de penas y desesperaciones. Con todo, si eso fuera verdaderamente la felicidad, no valdría la pena buscarla. Algo tan fugaz, ¿de qué serviría...? ¿Y sabéis cómo descubrí que los franceses son la gente más inteligente de la tierra? El día en que, en París, oí por primera vez la canción: “Placer de amor sólo dura un momento; pena de amor dura toda la vida.” Sí. ¡Yo no había oído jamás eso en Bulgaria! Por eso aprecio a los franceses: por ese descubrimiento. Sólo me pregunto por qué, después de haber encontrado tal verdad, siguen comportándose como si la ignorasen.