Loki y la profecía de Ragnarök - Varios autores - E-Book

Loki y la profecía de Ragnarök E-Book

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Beschreibung

Tras la primera guerra del mundo entre los ases y los vanes, las defensas de Asgard no han vuelto a levantarse. La morada de los dioses ha recibido a un nuevo huésped, el joven Loki, un vástago de los odiados gigantes a quien Odín, por razones que mantiene en secreto, apadrina y protege. Un misterioso constructor se ofrece a reconstruir las murallas del reino, pero exige a cambio un precio desorbitado; el sol, la luna y la mano de la bella diosa Freya. Es el momento que esperaba Loki para ganarse la confianza de los dioses, pero sus planes se tuercen y pronto se verá obligado a emplear sus sisgulares poderes para evitar el desastre.

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Portada

Portadilla

Loki

Sigyn

Angrboda

Narfi

Vali

Farbauti

Laufey

Hela

Fenrir

Jörmungand

Genealogía de Loki

Genealogía de Loki

Dramatis personae

Dioses

Loki — hijo de un gigante y una diosa, es un dios seductor y locuaz que trama ardides en su beneficio, aunque suelen causarle problemas. No obstante, siempre sale de apuros gracias a su ingenio e intenta compensar a los dioses con regalos inesperados.

Odín—el primero de los dioses, llamado Padre de Todos; vigila el orden de la creación desde su trono Hlidskjalf, situado en el palacio de Valaskjalf, el primero que se edificó en Asgard, el mundo donde habita la estirpe de dioses que desciende de su sangre, los ases.

Heimdall—hijo de Odín y de nueve madres ligadas al mar; por su extraordinaria percepción, su padre le asigna la tarea de vigilar la puerta de entrada a Asgard, que se encuentra al final del puente del arcoíris, Bifröst.

Thor —dios guerrero, hijo primogénito de Odín, el Padre de Todos, y de la giganta Jord; tiene su morada en el palacio de Bilskirnir, donde vive junto a su prometida, la bella Sif, la única capaz de apaciguar su temperamento explosivo.

Diosas

Frigg—esposa de Odín y gran señora de Asgard, donde ocupa un lugar preponderante. Es la diosa madre por excelencia, relacionada con la fertilidad conyugal, el hogar, la maternidad y el matrimonio.

Dramatis personae

Sif— diosa de celebrada belleza, la cual simboliza su hermosa y larga cabellera dorada, que representa el trigo maduro; está asociada con la tierra, la fertilidad en la juventud y la familia.

Sigyn — su nombre, que significa «amiga de la victoria», indica que se trata de una diosa ligada a la guerra, una de las valkirias que recogen a los guerreros caídos en el campo de batalla para conducirlos al Valhalla. Destaca

por su fidelidad y compasión hacia Loki.

Freya — hija de Njörd y hermana de Frey, es la diosa más hermosa e importante de los nueve mundos por sus poderes sobre la fertilidad, el amor y la belleza, pero también por ser la mayor conocedora y practicante de la magia seid.

Otros personajes

El Maestro Constructor—enigmático artesano que se presenta ante Odín, acompañado del portentoso caballo Svadilfari, con la propuesta de reconstruir las defensas de Asgard en un corto periodo de tiempo a cambio de una recompensa inasumible.

—1—

La chispa del caos

ue un estremecimiento real, tan certeroy penetrante como si la hoja de un cuchillo se hubiera hundido en su corazón. Agitado por esa sensación, Odín se revol-vió en el Hlidskjalf, el alto sitial que do-mina los nueve mundos. Alzó sus ojos dolidos hacia la lejanía, en dirección a las tierras de Jötunheim, la región que servía de morada a los gigantes. Pero no veía los yermos páramos pro-pios del lugar; su mirada estaba velada por una terrible premoni-ción: una guerra universal, el destino de los dioses.

En su visión, un manto gélido lo cubría todo, un invierno sin fin, como jamás se había conocido. En el cielo, lobos colosales y despiadados habían dado caza al sol y la luna, y su preciada carga había desaparecido entre sus fauces. Oscuridad, frío. Montañas, valles y llanuras conmoviéndose en descomunales estertores, como si la tierra misma estuviera de parto… Pero no eran esos los signos de una vida que comienza, sino de la muerte que acaba con todo.

Con un escalofrío, Odín vio tres monstruosos seres, hermanos todos ellos, los heraldos de la destrucción total.

El primero de los monstruos tenía forma de mujer. Por un lado, su imagen era la de una joven bella y lozana, por el otro, su semblante era putrefacto y siniestro. A su paso, hasta los pastos más verdes se secaban, las criaturas se estremecían de terror bajo

1. La chispa del caos

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su mirada tenebrosa. Había abandonado sus dominios oscuros para reclamar todo lo vivo y convertirlo en muerte con su lóbre-go abrazo.

El segundo monstruo era una serpiente gigantesca, larga como el hambre en invierno. Cada una de sus escamas habría servido de muro a un palacio y de sus colmillos se vertían cascadas de veneno. Con su formidable cuerpo estrangulaba las raíces del gran fresno Yggdrasil, lenta pero inexorablemente.

En una oquedad cavernosa se debatía el tercer monstruo, una enorme bestia de dientes afilados. Unas cadenas mágicas lo ha-bían apresado hasta entonces, pero ahora los eslabones se habían quebrado y el furibundo animal había quedado libre con un au-llido de excitación. En sus ojos de hielo, Odín vio su propio final. Y también el reflejo de una gran pira universal, desatada para consumirlo todo.

Por delante de las tres monstruosas criaturas, caminaba sereno su padre. La sangre regaba sus pies, sangre que daba alimento a sus hijos. Una sonrisa perversa asomó a su rostro, sabedor de la traición que marcaba su nombre. No había en él remordimiento alguno, sino la plena satisfacción de quien ha cumplido la más feroz de las venganzas.

Odín exhaló un ronco quejido; la visión ya había pasado. Solo quedó el latido de su corazón, un tambor alocado cuyo redoble llenaba el silencio sagrado de su sitial. A sus ojos, los nueve mun-dos eran ya un túmulo, aunque sabía que esos tiempos eran leja-nos y que aún tenían que sucederse muchos inviernos para que tales cosas ocurrieran. Sobre sus hombros, los dos fieles cuervos Hugin y Munin sacudieron las alas y revolvieron su plumaje, inquietos por los funestos presagios.

El viento sopló con fuerza, como queriendo arrastrar con él sus tribulaciones, y Odín buscó el sosiego en la hermosa vista que se abría ante él. Desde el trono Hlidskjalf no veía las paredes ni el techo del gran salón donde este estaba situado, sino que el palacio se desvanecía para brindarle la creación entera. El palacio de Valaskjalf se alzaba en un lugar privilegiado, en lo alto de una

LA CHISPA DEL CAOS

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vertiginosa cima, y a sus pies el joven mundo al que él mismo había dado el nombre de Asgard —«el recinto de los ases»— se estaba levantando en una promesa de gloria y esplendor como nunca se había conocido. Aquí y allá se veían construcciones en ciernes, rivalizando entre sí en grandeza y lujo. Pronto construi-ría su propio palacio a los pies de aquel trono pedregoso, con un salón que arrancaría lágrimas de admiración a todo aquel que lo pisara.

—¿Qué ocurre, esposo?

Frigg había notado su perturbación y había acudido a su lado con premura. Su distinguido semblante, sereno casi siempre, es-taba ahora ensombrecido por la preocupación. Solo entonces Odín notó que sus manos, las manos del primero de los dioses, del Padre de Todos, estaban temblando, aferradas como garras a la dura piedra de su trono. Ella frunció los labios, no hacían faltan las palabras, ya sabía lo ocurrido.

—Es esa premonición, otra vez… —se lamentó, sobrecogida. Y se envolvió en su manto, como si aquella prenda inútil pudiera salvarla del frío eterno que estaba por llegar.

Odín desvió la vista hacia el horizonte, hacia Jötunheim, que estaba situado en los márgenes del mundo que había dado a los hombres, Midgard.

—¿Cómo nace el fuego, mi señora?

Frigg volvió la mirada hacia el mismo punto, buscando inútil-mente el motivo de aquella extraña pregunta. También ella podía alcanzar a ver lo que sucedía en los otros mundos que pendían de las ramas de Yggdrasil.

—Cuando un rayo cae sobre la hojarasca seca1se prenden las llamas —contestó ella—. Así nace el fuego.

Odín asintió con gesto sombrío.

—¿Y qué ves allí a lo lejos, en las tierras de los gigantes?

1 Juego de palabras con una interpretación etimológica de los nombres de los padres de Loki, Farbauti («el que golpea peligrosamente») y Laufey («la frondosa»), a los que se ha identificado con el rayo y la hojarasca: juntos prenden el fuego.

loki y LA PROFECÍA DE ragnarök

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Frigg escudriñó la distancia, afanándose en encontrar en los páramos de Jötunheim alguna pista que le indicara qué era aque-llo que tanto perturbaba a su esposo.

—Veo una oscura cueva de paredes heladas, en su interior, una mujer está sufriendo los dolores del parto. Se llama Laufey, «la frondosa». Diría que es una diosa… pero no estoy segura, no consigo verla bien.

—¿Qué ocurre ahora? —indagó Odín.

—Laufey grita de dolor. Ha alumbrado un bebé sano y muy hermoso, que recoge en sus brazos. Pero algo ocurre…

Odín frunció el ceño.

—El padre es un gigante al que llaman Farbauti, «el que gol-pea peligrosamente» —continuó diciendo Frigg—. Fue su semi-lla quien lo concibió, pero por alguna razón la madre se niega a darle su nombre a su hijo, como es tradición. Laufey llama a la criatura así: Loki Laufeyjarson.

Frigg retiró su mirada de la lejanía y se volvió hacia su esposo.

—Es inusual, desde luego. No he sabido hasta ahora de nin-guna madre que diera su propio nombre a su hijo, ni de ningu-na diosa que se dejara seducir por un gigante. Quizás es esa la razón por la que ha rechazado al padre de su hijo; tal vez fue forzada… —sospechó—. Sin embargo, no logro entender el motivo de tu preocupación, mi señor. ¿En qué podría afectarnos todo ello?

Odín acarició el plumaje de uno de sus cuervos, buscando en su compañero alado la paz que le faltaba en ese momento.

—La chispa del caos acaba de prenderse. Esa criatura nacida de una unión tan singular traerá el desequilibrio al mundo. No parece gran cosa, pero hasta la pavesa más insignificante puede encender un fuego que lo consuma todo. ¿No sería lo más pru-dente apagarla ahora, estrujarla entre mis dedos y sofocar su exis-tencia antes de que las llamas sean ingobernables?

—¿Qué fuego puede resistirse al gobierno del Padre de Todos? —le reprochó Frigg—. Si una llama lo amenazara, él tomaría ese fuego para doblegarlo bajo su voluntad, lo pondría a su servicio.

LA CHISPA DEL CAOS

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¿Acaso no lo llaman también el Padre de la Victoria, el de la mirada ardiente?

Herido en su orgullo, Odín asintió. Frigg sabía bien cómo retor-cer sus entrañas.

—Un niño recién nacido no puede ser una amenaza para na-die —insistió Frigg—. Decís que traerá el desequilibrio al mun-do, pero quizás una intervención podría ser la causa de un tras-torno mayor.

—Vive ahora, pues, Loki Laufeyjarson —susurró el Padre de Todos—. Crece y disfruta en paz de tus primeros inviernos. Después veremos de qué modo ha prendido esa chispa que llevas en tu interior.

Más tarde, cuando Frigg dejó el sitial y los cuervos Hugin y Munin volaron en busca de nuevas, el Padre de Todos se acomodó en su trono con los miembros más relajados.

Una ráfaga tibia de viento alcanzó el sitial y jugó con sus largos cabellos. El verano estaba en ciernes y Odín disfrutó de la caricia, deseando que su desasosiego fuera infundado.

Pero la serenidad de su sitial era solo aparente. En su corazón ya no había quietud posible. En su memoria todavía se removían los terrores que había presenciado, recuerdos de un futuro que aún estaba por tejerse, un entramado que él debía deshacer por todos los medios.

En sus oídos aún oía una y otra vez a los tres monstruos acla-mando el nombre de su padre, cada uno en su lenguaje:

—Loki —susurraba la diosa de la muerte, con sus labios mar-chitos.

—Loki —siseaba la serpiente del mundo, con su lengua bífida.

—¡Loki! —aulló exultante el gran lobo negro, antes de que cayera la noche eterna.

Los copos blancos descendían del cielo espesos como plumas de ganso, el suelo había quedado enterrado por una considerable capa

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de nieve que haría imposible cualquier huida, pero Loki, hundido hasta las rodillas y jadeando como un animal exhausto, no se re-signaba a dejarse capturar. En su mano apretaba un tesoro: un precioso brazalete de oro.

—¡Loki Laufeyjarson! ¡Devuelve lo que has robado, ladrón! —aulló un gigante tras él, más cerca de lo que había supuesto—. ¡Te desollaré como a un conejo! ¡Te abriré como si fueras un cerdo y te haré tragar tus propias tripas!

—Eso será si me atrapas —susurró Loki para sí, con una son-risa burlona.

Un páramo helado se extendía frente a él, las ráfagas ocultaban el horizonte, pero en realidad no había mucho que ver allí: tan solo un tétrico cementerio de troncos y ramas convertidas en hielo, que en otro tiempo debió de ser un fértil bosque. No había ningún lugar donde esconderse, pero él traía su propio escondite consigo. Cerró los ojos, listo para el cambio.

Loki no ignoraba sus orígenes: por sus venas corría la sangre de los gigantes, y de ellos había heredado una cualidad muy útil para este tipo de situaciones comprometidas.

En solo un instante, su cuerpo se transformó: sus orejas se es-tiraron hasta volverse puntiagudas, sus brazos y piernas se convir-tieron en patas, su ropa pasó a ser un tupido pelaje invernal, propio de aquellas tierras. Loki era ahora un joven zorro nival; tomó su preciosa captura entre los dientes y saltó hacia delante ágilmente, dispuesto a escapar.

Un mazo bestial, tan grande como un árbol, silbó en su direc-ción y, demasiado tarde, Loki comprendió que no había escapato-ria para él. Recibió el brutal impacto con tanta violencia que ni siquiera tuvo tiempo para un último pensamiento.

Si un avispero se hubiera colado en su cabeza y cada una de las avis-pas le hubiera clavado su aguijón en los sesos, no se habría sentido peor. Si un herrero le hubiera machacado los brazos y las piernas

LA CHISPA DEL CAOS

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sobre un yunque, no habría sentido más dolor. Fue el despertar más penoso de la historia de los nueve mundos, Loki estuvo seguro de ello. Apenas pudo abrir los ojos una rendija, y deseó que aquel mazo que lo había sorprendido en su huida hubiera acabado su trabajo.

Todo él era un amasijo de magulladuras y costras secas. Había recuperado la forma humana y se encontraba medio desnudo, firmemente encadenado a una roca escarchada. Le pareció una precaución ridícula teniendo en cuenta su estado; dudaba que pudiera dar más de dos pasos sin ayuda. Pero no, aquellas no eran unas vulgares cadenas, notó. Los eslabones de hierro resplande-cían con una extraña luz ondulante en la penumbra; debía de tratarse de alguna clase de artificio fabricado por los enanos para impedir que volviera a utilizar sus hechizos.

—Estás vivo, muchacho —comentó una voz sorprendida, muy cerca de él—. Creí que habías muerto. Habría apostado un barril de hidromiel, si fueran otras las circunstancias…

Loki se volvió hacia la voz con demasiada brusquedad y no pudo reprimir un alarido, azotado por el latigazo que sufrieron sus miembros. Respiró hondo y luchó por ignorar el dolor, no quería desvanecerse otra vez. Una vez recuperado el aliento, echó una ojeada a su interlocutor.

Era un hombre maduro que también se encontraba atado por las mismas cadenas evanescentes. Y, a juzgar por las marcas de su cuerpo, tampoco había sido tratado con benevolencia. Su pecho mostraba las señales de una paciente tortura con hierros al rojo vivo, la sangre seca salpicaba su barba y su cabello largo, sucio y enredado caía sobre su semblante. Le faltaba un ojo, era tuerto, aunque la herida parecía de otro tiempo.

—Me llamo Grimnir —se presentó el desconocido.

En ese momento, unas risotadas profundas lo interrumpieron, reverberando en las paredes de la enorme caverna. Era el gigante: había recibido en su refugio a un nutrido grupo de acompañantes, tan enormes como él. Entraron todos con gran algarabía y se acomodaron frente al fuego, donde bullía un caldero tan grande que hubiera podido alojar a una res entera. Se desprendieron

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ruidosamente de sus muchas armas: mazos y hachas que habían bebido la sangre de sus enemigos. Por suerte, parecían estar muy entretenidos, festejando alguna victoria, por lo que los prisioneros pasaron desapercibidos para ellos, al menos por el momento; aquella reunión parecía mucho más importante que dos pequeños cautivos.

El gigante que los había encadenado gritó con una voz atro-nadora que hizo temblar la bóveda de piedra.

—¡Yrsa, Snotra! Las gargantas de mis amigos están secas. Es-túpidas holgazanas, ¿por qué no habéis traído ya bebida y comi-da para todos?

Dos gigantas se apresuraron a acudir a su llamada, con gran-des jarras en sus manos. Eran fuertes y hermosas, de cabellos blancos como la nieve. Se esforzaron en atender bien a los recién llegados, pero cuando nadie las miraba, sus ojos se volvían, furti-vos, hacia los prisioneros. Loki no tardó en darse cuenta de que no era él precisamente el objeto de su atención.

—¿Quién te satisfizo más, Snotra o Yrsa? —le preguntó Loki con una sonrisa astuta. La situación no podía ser más difícil, pero ¿qué sería de la vida sin un poco de diversión?—. Dime, Grimnir: ¿merecieron la pena?

—La merecieron —confesó su compañero de cautiverio, gra-tamente sorprendido por su sagacidad—. Y volvería a hacerlo sin dudar. ¿Qué me dices de ti, muchacho? ¿Valió la pena robar mi brazalete?

La diversión de Loki se esfumó por completo, en cambio Grimnir rio a placer, a costa de su incomodidad.

—Hár me lo arrebató después de sorprenderme con sus hijas, así que en realidad robaste a un ladrón —le explicó, haciéndole ver que no se lo tendría en cuenta—. ¿Cuál es tu nombre, muchacho?

—Me llamo Ulf —mintió Loki, sin ningún tapujo.

—¿Ulf, «lobo»? —rio Grimnir—. Más bien Melrakki, «zorro de las nieves», querrás decir.

Aquel desconocido disfrutaba poniéndolo a prueba, y Loki no encontró ni el humor ni las ganas de responder de forma ingeniosa.

«Loki vio que su interlocutor era un hombre maduro que también se encontraba atado por las mismas cadenas. En ese momento, unas risotadas profundas lo interrumpieron».

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Cuando el gigante lo arrastró a la cueva y lo ató a las