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Inicia el camino hacia a ti mismo y consigue el bienestar completo con esta técnica milenaria. El yoga es una técnica de vida, un sistema que nos lleva a la autorealización y a la paz interior, y nos ofrece múltiples beneficios: mejora la flexibilidad, aumenta la tonificación muscular, mejora la postura del cuerpo y la respiración, combate el estrés y ayuda a la relajación, refuerza la autoestima... Ramiro Calle ofrece en esta obra una guía práctica tanto para expertos yoguis como para los que se inician en esta doctrina. En ella encontrarás: - Un centenar de posturas ilustradas y explicadas paso a paso. - Los distintos tipos de respiración. - Las actitudes y los métodos para resolver mejor todas las situaciones de la vida. - Las técnicas de relajación y meditación. - Todo lo que debes saber para practicar las siete ramas más esenciales del yoga.
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Seitenzahl: 327
Veröffentlichungsjahr: 2025
Índice
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE 2025
REFLEXIÓN PRELIMINAR: MI GRAN DESCUBRIMIENTO PERSONAL, EL YOGA
PRIMERA PARTE. ESTUDIO TEÓRICO
I. UN GRAN ÁRBOL, MUCHAS RAMAS
II. LOS FACTORES DE AUTODESARROLLO Y LA SABIDURÍA ORIGINAL
III. EL TRABAJO INTERIOR Y LA CONQUISTA DEL BIENESTAR
IV. EL YOGA DEL DISCERNIMIENTO Y DE LA SABIDURÍA
V. EL YOGA DE LA ACCIÓN CONSCIENTE
VI. EL YOGA DEL SONIDO
VII. EL YOGA DE LA DEVOCIÓN
VIII. EL YOGA DE LA ENERGÍA CÓSMICA
IX. YOGA PSICOFÍSICO
X. YOGA MENTAL
SEGUNDA PARTE. LAS TÉCNICAS
I. LA PRÁCTICA DE LAS POSTURAS DE YOGA EL SALUDO A LA LUNA
II. LA PRÁCTICA DEL CONTROL RESPIRATORIO
III. TÉCNICAS DE CONTROL NEUROMUSCULAR Y PURIFICACIÓN
IV. LA PRÁCTICA DE LA RELAJACIÓN
V. LA PRÁCTICA DE LA MEDITACIÓN
VI. LA MEDITACIÓN CON MANTRAS
VII. LA MEDITACIÓN CONTEMPLATIVA Y DE INTERIORIZACIÓN
VIII. TÉCNICAS DE KUNDALINI-YOGA
APÉNDICE. LAS CINCO FUENTES DE ENERGÍA
NOTA IMPORTANTE: en ocasiones las opiniones sostenidas en «Los libros de Integral» pueden diferir de las de la medicina oficialmente aceptada. La intención es facilitar información y presentar alternativas, hoy disponibles, que ayuden al lector a valorar y decidir responsablemente sobre su propia salud, y, en caso de enfermedad, a establecer un diálogo con su médico o especialista. Este libro no pretende, en ningún caso, ser un sustituto de la consulta médica personal.
Aunque se considera que los consejos e informaciones son exactos y ciertos en el momento de su publicación, ni los autores ni el editor pueden aceptar ninguna responsabilidad legal por cualquier error u omisión que se haya podido producir.
© del texto: Ramiro Calle, 2009, 2025.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
Primera edición: mayo de 2025.
REF.: OBDO486
ISBN: 978-84-9118-334-1
Composición digital: www.acatia.es
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.
Para mi entrañable amigo, bella persona
y formidable profesor de yoga
Víctor Martínez Flores, con gran cariño.
Toda mi gratitud para mi buena amiga Milayda Martínez Gómez, directora del centro de ayurveda «Barberyn Beach Ayurveda Resort» de Sri Lanka, que es una brillante profesional, una encantadora persona y comparte conmigo el entusiasmo por la enseñanza del Buda y el amor por ese maravilloso país que es Sri Lanka; todo mi reconocimiento para el periodista y escritor Jesús Fonseca, cuyas gacetillas humanistas y espirituales son toda una inspiración, como lo es su amistad, su bondad y su proverbial generosidad. Estoy muy agradecido a las decenas de miles de alumnos que han depositado su confianza en mí, y día a día lo siguen haciendo, en el Centro de Yoga Shadak, que fundara con la profesora de yoga Almudena Hauríe Mena y dirijo desde l97l. Expreso mi agradecimiento al incansable viajero por la India y formidable fotógrafo Enrique Rico (eficiente profesional en el ámbito del turismo), a su deliciosa esposa Begoña Renuncio y a Milly.
La historia del yoga es sumamente dilatada, con una antigüedad de cinco mil años o más, lo que conduce a pensar que sus enseñanzas puedan ser prevédicas y hayan estado ya enraizadas en cultos muy remotos, y no solo del subcontinente indio. Es, por encima de todo, un extraordinario y nutrido cuerpo de enseñanzas y métodos para la transformación interior, el desarrollo de la consciencia y la conquista de un modo superior de entendimiento que se ha denominado a menudo Sabiduría y que representa un estado de liberación mental y reveladora libertad interior. Pero la dilatada historia del yoga también ha sido accidentada, cambiante, sometida a toda suerte de falsificaciones y a toda clase de intencionadas malinterpretaciones.
Ese impresionante árbol de enseñanzas y métodos que es el yoga ha sido una y otra vez desdibujado, deformado, lesionado y adulterado, a menudo por aquellos que se han hecho tomar o se han presentado como mentores de esta milenaria disciplina, por la que no han demostrado el menor respeto ni consideración, prostituyéndola en el más amplio sentido de la palabra. Esa esperpéntica distorsión comenzó a partir del siglo XIX, si no antes.Y aquellos que podían haber mostrado el auténtico yoga —mentores hindúes—, sin ningún respeto ni recelo, desvergonzadamente, lo enturbiaron y degradaron, convirtiéndolo en una burda calistenia o gimnasia exótica, incluso recurriendo a innecesarias exhibiciones o aberrantes campeonatos.Así, el yoga terminaría convirtiéndose en un ejercicio para millones de personas, basado en la ejecución de un cada vez mayor número de asanas, rebuscadas series y «saludos» (al sol, a la luna, a Júpiter, etcétera, que no son hatha-yoga) y un desorbitado culto y apego al cuerpo, una obsesiva reafirmación narcisista y un empalagoso postureo. Ignoraron así los principios básicos de esta disciplina que contiene mística, metafísica, filosofía, ciencia psicosomática, medicina natural, técnicas del bienestar, procedimientos de introspección y autodesarrollo y, sobre todo, una rigurosa metodología para evolucionar, completarse y verdaderamente humanizarse, recurriendo, además, a esas tres disciplinas en las que tanto insistía Buda: la ética o virtud, la concentración y meditación y el cultivo del entendimiento correcto o Sabiduría.
A lo largo de su trayectoria, el yoga ha sido —recurriendo a otro símil— como un río en el que han ido desembocando muy diferentes afluentes de los más diversos conocimientos y metodologías psicoespirituales. Así, el yoga se convirtió en una corriente espiritual híbrida donde las haya, pero por ello mismo sumamente rica, eficiente, sanamente adogmática y muy práctica, por lo que aún es más lamentable que se haya reducido a un mero ejercicio físico sin otro contenido, llamándosele yoga a lo que no lo es. Todos los grandes y serios expertos en yoga son lúcida e hirientemente conscientes de hasta qué punto estas enseñanzas han sido vulneradas. Por eso, a menudo en mis intervenciones en los medios o en conferencias he lanzado al aire la pregunta: «¿Por qué llaman yoga a lo que no es yoga?», que habría que acompañarla de esta otra: «¿Y por qué no llaman yoga a lo que es yoga?».
En algunos círculos tenidos por yóguicos se ha dicho de mí que soy el «azote del yoga moderno», lo que me divierte tanto como humildemente me enorgullece, pues es como si el ajedrecista quisiera aclarar que el juego del ajedrez no es el de damas o el de backgammon, o como si un joyero quisiera especificar que la bisutería no es joyería por mucho que el bisutero se empecinara en ello.
Hay unas palabras de René Guénon que merece la pena recordar:
Cuidado con los charlatanes que buscan sacar provecho de cualquier idea inspirada más o menos vagamente en él y para fines que no tienen nada absolutamente de espiritual.Una advertencia así no es ciertamente inútil.
Y ahora transcribo unas mías que publiqué hace mucho tiempo y cuyo sentido está más vigente que nunca:
Demasiado a menudo se ha mostrado una visión deformada de esta milenaria disciplina y ello ha generado mucha confusión en personas que no han tenido la paciencia o motivación necesarias para cuestionar y seguir indagando. Incluso se han adoptado formas de yoga que nada tienen que ver con el verdadero yoga. La distorsión aún ha sido mayor en modalidades como el hatha-yoga, el tantrayoga o el kundalini-yoga. En cuanto a los «yogas atléticos», el falseamiento y despropósito han sido totales, hasta tal punto que, para justificarlos y concederles una especie de «credenciales» o toque de tradición, se ha hablado de textos inexistentes, añadiendo falaces explicaciones de por qué han desaparecido. Esta obra, Los 7 yogas, se ha convertido en cierto modo en un clásico,y aparece ahora su cuarta edición.Trato en la misma de hacer justicia a este fabuloso sistema de mejoramiento humano que es el yoga, exponer sus enseñanzas y métodos, y adentrarme en sus diferentes ramas. Lo esencial es la práctica y, tras sesenta años practicando y dando clases, puedo decir que en verdad ningún esfuerzo se pierde y que el yoga nos proporciona fabulosas herramientas para aliviar el sufrimiento, encontrar estados de dicha interior y seguir el noble arte de vivir.
MI GRAN DESCUBRIMIENTO PERSONAL, EL YOGA
Había cumplido quince años cuando por primera vez oí hablar del yoga. Nunca antes había escuchado este término o, al menos, jamás había sido consciente de ello.
Varios jóvenes mayores que yo estaban conversando sobre el autoconocimiento y el desarrollo de uno mismo, y de los labios de uno de ellos surgió este para mí tan curioso y desconocido vocablo que era «yoga». No me dejó en absoluto indiferente, sino todo lo contrario. Resonó este término en lo más hondo de mí y me conmovió, sin comprender la razón. Ávidamente pregunté: «Pero ¿qué es el yoga?». El compañero que iba a encargarse de satisfacer mi impaciente curiosidad se llamaba Rafael. «Es un método de perfeccionamiento y autodesarrollo», dijo. Enseguida le insté, con vehemencia, a que me hablase sobre este método, pues desde el inicio de la adolescencia siempre me había interesado por la mística, el autodescubrimiento y la búsqueda de un sentido a la existencia. Me puso al corriente de que era un método originario de la India y que significaba «unión». Representaba la unión del yo individual con el Alma Cósmica y también la del cuerpo con la mente. Era una vía de integración, liberación mental y realización espiritual. Yo estaba emocionado y fascinado. Mi entusiasmo por la India venía de años atrás, y ya el solo hecho de saber que el yoga era un método liberatorio procedente de ese país me conmovía y enardecía. Supe que tenía más de siete mil años de antigüedad y que, aunque había muchas ramas de yoga, dos de las más conocidas por los occidentales —y las más practicadas en países como Argentina, Alemania, Francia o Inglaterra— eran el yoga físico, denominado hatha-yoga, y el yoga mental, o radja-yoga.
Aquella lejana tarde de 1958, jamás hubiera podido sospechar, ni remotamente, la enorme importancia que en muchos sentidos iba a adquirir en mi vida un método tan milenario y venido de un país que entonces se nos antojaba tan lejano, misterioso e inaccesible.
Desde pequeño había experimentado una viva e irreprimible inclinación hacia los temas psicológicos y espirituales, así como hacia los lejanos países de Asia y, de manera muy especial, la India. Sentía la India como el lugar más fascinante y enigmático del mundo, pese a no saber cuándo había empezado a sentirme cautivado por ese enorme subcontinente que era la patria del yoga y la cuna de las más elevadas, sugerentes y reveladoras místicas. Aunque antes de saber de la existencia del yoga había leído relatos sobre la India y me sentía arrebatado y cautivado por su cultura y su arte, no fue hasta que tuve noticias del sistema del yoga cuando comencé, casi compulsivamente, a buscar obras sobre la India para leerlas con fruición, y al mismo tiempo también traté de adquirir cuantos libros pude sobre esta disciplina, si bien aquellos que se encontraban en las librerías españolas eran muy simples y sólo hacían referencia, por lo general, al yoga físico y, más concretamente, a los asanas o posiciones corporales del yoga. Más adelante fui recopilando un buen número de obras al respecto que se editaban en Argentina, México y otros países hispanoamericanos, y muchas otras publicadas en Francia, donde ya desde hacía tiempo había un gran interés por la disciplina del yoga, sus técnicas y métodos.
Con los manuales que fui adquiriendo, y a la edad de dieciséis años, comencé a practicar posturas de yoga y algunos ejercicios respiratorios; también empecé a interesarme vivamente y a poner en práctica los ejercicios de concentración y, de manera muy especial, a ejercitarme en la relajación, denominada por los textos de yoga savasana, o sea, postura del cadáver. Mi madre —maravillosa mujer de una prodigiosa sensibilidad, muy inclinada también a la espiritualidad y al autoconocimiento— comenzó a recibir clases, en grupos muy reducidos, de yoga físico (hatha-yoga), impartidas por un profesor indio. Yo practicaba habitualmente en casa, de modo muy rudimentario y centrándome en algunas posiciones básicas y en las respiraciones abdominal, intercostal y clavicular. Aún igonoraba prácticamente por completo la colosal suma de conocimientos propios del yoga y su fabuloso arsenal de métodos para el desarrollo de uno mismo y la liberación de la mente.
Un día, animado por mi madre, también comencé a asistir a las clases de yoga impartidas por el instructor hindú. Desde aquellos ya muy lejanos días puedo haber sido más o menos disciplinado y perseverante en la práctica, pero nunca he dejado de llevarla a cabo y siempre he mantenido una confianza consistente y plena en los métodos del yoga, todos ellos verificados a lo largo de milenios y sumamente prácticos y beneficiosos para el ser humano. Cada día estoy más convencido de las excelencias indiscutibles del yoga, cuyos resultados puede experimentarlos cualquier persona que lo practique con algún rigor. Al filo de mis sesenta años de vida, cada día sigo haciendo yoga con ánimo renovado y una confianza cada vez más inquebrantable en sus posibilidades, pero también cada día soy más consciente de cuánto me queda todavía no sólo por practicar, sino también por aprender, porque el yoga es un océano insondable e inabarcable de conocimientos y técnicas para el mejoramiento humano y la autorrealización. Resulta de gran consuelo poder contar con tal caudal de enseñanzas tendentes al desarrollo y armonización de la psique, y poder disponer de una amplísima «farmacopea» psicológica y espiritual para equilibrar la mente y desencadenar un entendimiento correcto que a todas luces brilla por su ausencia en la mayoría de los seres humanos.
Supe que el yoga es medicina natural, la primera psicología del mundo, ciencia psicosomática, sistema para la salud integral, metafísica y mística, filosofía liberadora (apoyada en un método pragmático y experiencial) y senda de autorrealización, pero, sobre todo, es un conjunto vastísimo de técnicas psicofísicas para actualizar los potenciales psicosomáticos de la persona y reorganizar la psique en una dimensión más equilibrada y madura.A medida que iba indagando y explorando en el sistema del yoga, me iba dando cuenta de hasta qué punto era un «universo» que tardaría años en sondear; pero no han sido años, sino toda una vida, puesto que, mientras escribo estas líneas, todavía continúo invirtiendo la mayor parte de mi tiempo en explorar y experimentar los milenarios métodos yóguicos y en tratar de seguir desentrañando sus enseñanzas más sutiles. No es de extrañar que el yoga se convirtiera desde antaño en el eje espiritual de Oriente y que sus métodos fueran incorporados a innumerables sistemas filosófico-religiosos y psicologías de la realización tanto de Oriente como de Occidente. Suprarreligioso y adogmático, es un método de autodesarrollo completamente aséptico, en el que todas las enseñanzas deben reflexionarse lúcida y conscientemente, y todos los procedimientos hay que verificarlos personalmente. Nada queda libre al azar. Cada día estoy más convencido de que si una persona no encuentra en la práctica del yoga los frutos que éste ofrece, es porque no se ejercita lo suficiente o la práctica está resultando desacertada.
Para mi propia sorpresa, tuve la oportunidad de poder comenzar a publicar mis obras cuando era muy joven. Una modesta editorial catalana confió en mí. Aunque he escrito sobre los temas más diversos (libros de viaje, ensayo, novelas, cuentos, guías), he publicado especificamente gran número de obras sobre yoga y orientalismo y también me hice cargo de una enciclopedia de cuatro extensos tomos sobre el tema. No obstante, salvo muy sucintos y ocasionales apuntes, nunca me he referido con minuciosidad a mi propia práctica y a mis aventuras y desventuras en la senda del yoga. Esta obra, sin embargo, está motivada por el anhelo de poder compartir con otros muchos aspirantes y practicantes las excelencias y los beneficios de las prácticas yóguicas, así como el de mostrar las enseñanzas esenciales de la disciplina del yoga y sus más efectivas técnicas y procedimientos. En principio, nadie puede ni siquiera imaginar la ayuda que puede encontrar en la práctica asidua del yoga y hasta qué punto este método puede proporcionar un bienestar psicosomático real.
El yoga es una de las mejores y más fiables y solventes herramientas con las que podemos contar para la realización de uno mismo y para la salud psicofisicoenergética. Como señala la profesora de yoga Isabel Morillo, se trata de un maravilloso regalo de la India para el resto del mundo. Si me he decidido a escribir esta obra (complementaria de otras mías, pero abarcando en ella todos los yogas) es porque considero necesario seguir poniendo en manos del lector y del aspirante todos los conocimientos y procedimientos más eficaces del yoga y ofrecerle todas las pautas válidas para su aplicación, tanto si asiste a un centro especializado como si lo practica en su propio hogar.
Cuanta más información fiable y verdaderamente orientadora pueda recibir el lector, con más consistencia y efectividad podrá ejecutar las numerosas técnicas que configuran el campo de herramientas yóguicas para la liberación interior, la emancipación psíquica y la actualización de potenciales internos que, por lo general, nos pasan desapercibidos. Estoy en deuda con el yoga, y con este nuevo acercamiento al lector pretendo que esta obra pueda resultar eminentemente práctica y esclarecer muchos aspectos del desarrollo de esta disciplina, hasta donde ello se pueda lograr con un libro. Todos los seres humanos poseemos un potencial mental y espiritual que podemos activar y desarrollar, sobre todo si disponemos para ello de un método tan solvente como lo es el yoga, en el cual nada resulta casual o gratuito ni se deja al azar. Mediante la práctica del yoga podemos ir resolviendo de forma paulatina condicionamientos internos, aprender a afrontar con más ecuanimidad los externos y poder ganar libertad interior, así como recobrar el sosiego perdido o tan siquiera jamás hallado. La reeducación mental juega un papel esencial en todas las ramas del yoga, puesto que todas las técnicas deben llevarse a cabo con el máximo de atención mental. No es de extrañar que los yoguis se refieran a la atención como la luz, la llama o la perla de la mente, denotando así hasta qué punto consideran preciosa y salvadora esta función mental.
El yoga en absoluto exige la renuncia exterior, ni el aislamiento, ni el eremitismo ni el retiro de la sociedad profana. A lo que hay que renunciar es a la necedad de la mente y al egocentrismo exacerbado. El yoga es una actitud de vida y previene o ayuda a superar dos masas de sufrimiento que son evitables y que derivan de la mente ofuscada que da por resultado en el ser humano la codicia desmesurada y el odio. Hay tres clases de sufrimiento: el que es inherente a la vida (enfermedad, vejez, muerte, separación de seres queridos, desastres naturales, etcétera); el que se desencadena en la mente por el desequilibrio y el desorden de la misma; y el que los seres humanos infligen a los otros seres humanos y criaturas en general por culpa de los malos sentimientos y emociones negativas. Sólo el primer tipo de sufrimiento es inevitable y universal, en tanto que las otras dos grandes masas de sufrimiento bien se podrían evitar si se esclareciese la mente humana y se tornase compasiva.
El yoga es un método para la liberación del sufrimiento. Eso me quedó bien claro desde que comencé a dar mis primeros pasos en esta disciplina. Nos ayuda a enfrentar con más sabiduría y ecuanimidad el sufrimiento inevitable y, por supuesto, a disipar el sufrimiento inútil, que genera tanta desdicha propia y ajena debido a la ofuscación de la mente y la malevolencia. Uno de los grandes y primordiales objetivos del yoga es no añadir sufrimiento al sufrimiento, aprender incluso a transformar las adversidades en aliados para el desarrollo de uno mismo y evitar en lo posible cualquier tipo de perjuicio sobre uno mismo y sobre los demás seres sensibles. El verdadero yoga es, pues, una actitud de vida además de un método liberatorio.Apunta de modo directo a la mente humana para poder solventar los modelos de pensamientos que engendran ofuscación, avidez y aversión y, en consecuencia, tanto sufrimiento, injusticias y desigualdades.
El yoga (yugo) es unión, pero también —y esto es fundamental— las enseñanzas y métodos para lograr esa unión y para mostrarle a la persona el medio de trasladarse del yo ficticio al yo real, de la personalidad a la esencia. El completo sentimiento de unión y cosmicidad se recobra mediante un especial estado de la mente —el yóguico— que sobrepasa a la consciencia ordinaria, ya que ésta, al ser condicionada, no puede aprehender lo Incondicionado.
Lo que desde el primer momento me atrajo de manera muy especial del yoga es su sentido eminentemente práctico, que apela la inteligencia primordial de la persona y la insta a que lo experimente todo por sí misma. Me sentí con muchísimas ganas de empezar a saber de un método que todo lo configuraba magistralmente y casi me atrevería a decir que matemáticamente. Desde muy niño había experimentado una gran insatisfacción que me hacía estar a la ansiosa espera de poder hallar un método de autorrealización.
El yoga es una senda del conocimiento, pero de ese conocimiento especial que hace posible la transformación y no se queda tan sólo en un mero conocimiento intelectual que se desvanece en la superficie de la mente. Es un conocimiento vivencial y experiencial que penetra en lo más íntimo de uno; casi podríamos decir que se visceraliza y produce modificaciones internas de gran alcance. En última instancia, uno es siempre su propio maestro y su propio discípulo, y convierte su cuerpo-mente en el laboratorio en el que trabajar con minuciosidad y diligencia. Así pues, no hay lugar para las abstracciones metafísicas o las alambicadas y perturbadoras abstracciones filosóficas; bien pronto conocí ese adagio puramente yóguico que reza: «Vale más un gramo de práctica que toneladas de teoría». Lo que sí sentí desde el principio de mi relación con esta disciplina es que ésta jugaba el verdadero papel de Dharma («apoyo, sostén») y que por ello me procuraba confortamiento interior y me ofrecía una dirección algo más clara en mis muy confusas aspiraciones y difusas intenciones. Aun en los momentos más difíciles o de mayor desánimo, siempre he considerado el yoga como ese «soporte» en el que hallar aliento, consuelo, prestancia y ánimos renovados. Al ser básicamente una práctica, lo esencial es ejercitar sus métodos, que no han de defraudarnos, pues toda filosofía o metafísica liberadora sin método, al fin y al cabo, ni nos transforma (porque para ello no basta el conocimiento intelectivo) ni de nada nos libera. Mientras dispongamos de un mínimo de energía para practicar, incluso en los momentos más difíciles de nuestras vidas podremos seguir el sadhana (ejercitación yóguica) y mejorar y estimular nuestro tono vital y activar nuestro humor. El yoga otorga paz y procura armonía, y nada es tan cercano a la dicha como la paz y la armonía.
Nos hemos encontrado —o se nos han dado, es lo mismo— unos instrumentos vitales que son la corporeidad, la mente y la energía o proceso cósmico que a ambos impregna y dinamiza. Los vamos a tener con nosotros setenta u ochenta años, o los que fuere, y debemos atenderlos adecuadamente y cuidarlos para que se conviertan en amigos, no declinen prematuramente y nos ayuden en la vía de la realización de uno mismo. En esta misma vida —declaran todos los yoguis— hay que tratar de ganar la liberación de la mente... o aproximarse a ella tanto como resulte posible.
Desde niño tuve que soportar una profunda insatisfacción vital y un gran descontento existencial.Antes de que pudiera formularme las preguntas conceptualmente, ya me asaltaban toda clase de interrogantes metafísicos que me producían desconcierto y zozobra. Si algo anhelaba, desde que puedo recordar, es la paz interior y la calma de la mente. Por eso, desde el instante en que supe de la existencia de un método que era capaz de otorgar serenidad al que lo siguiese, me lancé entusiasmado a investigarlo. El yoga nos indica una meta y nos abre una dirección, al tiempo que nos facilita unos medios hábiles para desplazarnos de la confusión a la claridad.
Aunque físicamente yo era de una rigidez alarmante, sobre todo en las articulaciones de las piernas (pues en la adolescencia me había visto obligado a llevar unos aparatos ortopédicos durante meses), enseguida comencé a ensayar algunas posturas de yoga y a intentar aplicar los primeros ejercicios de concentración. También empecé a realizar la práctica de las respiraciones más básicas pero muy sedativas, las abdominales, y a tratar de leer biografías de grandes yoguis, como Ramakrishna, Vivekananda, Ramana Maharshi y otros. Comenzaba así a «tantear» la senda del desarrollo de uno mismo y el autoperfeccionamiento psicosomático, sin reparar entonces en que habría de ser un trabajo para toda una vida. Si a algo aspiraba yo —desde mi agitación y angustia— era a esa armonía que parecía garantizar la asidua práctica de ese método milenario originario de la India, pero que ya se estaba practicando en muchos países del mundo. Le daba la bienvenida a toda disciplina que pudiera aliviar mi zozobra y ayudarme a reunificar mis energías y orientarlas hacia el equilibrio. Mediante el yoga también iba a tomar más consciencia de mi fragmentada psicología y de esa enconada lucha de tendencias anímicas que me creaba tanta desorientación. No era la mía una psicología fácil, desde luego, y a lo largo de muchos años tuve que «bregar» con mis conflictos internos, mis ambivalencias y mis dificultades anímicas. El yoga nos enseña que, además de las dificultades externas, están las que se enraízan en nuestra propia mente y se pueden tornar feroces enemigos que hay que ir neutralizando mediante la activación de esos recursos anímicos que también permanecen, aunque a menudo aletargados, en muchas personas.
Enseguida supe que el yoga era mi senda. No es ni mucho menos la más fácil, pero yo la presentía como la más investigada, comprobada y segura. Necesitaba, además, trabajar con la corporeidad, afinar todas mis energías nerviosas y estabilizar mis humores, no sólo anímicos sino también orgánicos. Debido a mis desequilibrios emocionales, mi salud física también se resentía. El yoga no sólo nos procura una vía hacia la elevación de la consciencia y el desarrollo de uno mismo, sino también hacia la salud total, puesto que es una ciencia integral del bienestar. Enseguida me percaté de la gran importancia que este sistema le daba al conocimiento y dominio de la mente, pues considera que ésta constituye el fundamento de todo y, si bien puede ser una eficiente secretaria, también puede convertirse en una perversa ama. No tuve que consultar muchos libros para encontrar instrucciones yóguicas como: «Así como piensas, así eres» o «Eres el resultado de tus pensamientos» o «Un pensamiento tiende a convertirse en un acto; un acto, en un hábito, y los hábitos hacen tu destino». Comencé a percatarme, con no poco asombro, de hasta qué punto las técnicas del yoga cubrían todos los aspectos y ámbitos del ser humano, fuera el somático o el energético, el emocional o el espiritual, el mental o el relacional con otras criaturas. Empecé a presuponer que todos estos conocimientos y técnicas habían sido concebidos y ensayados por personas que en tiempos remotos anhelaron sobrepasar los límites ordinarios del cuerpo y de la mente y, sobre todo, poder hallar el yo real y establecerse en él. Así era. Seguramente —y eso no es lo preferible, como tampoco un entusiasmo febril— ello despertó muchas expectativas en mi mente joven y tal vez me hizo esperar resultados rápidos, cuando todos son graduales y siempre dependen del esfuerzo bien aplicado y de la práctica constante y asidua. En el transcurso de los años iría disipándose ese entusiasmo un poco pueril, pero nunca perdería la confianza en la eficacia del yoga, aunque siempre hay desmayos a lo largo de cualquier senda de autorrealización y hay que evitar apartarse demasiado de la misma, no sea que uno, por inercia, no vuelva a retomarla y pierda así una ocasión preciosa de proseguir en la realización de uno mismo y poder convertir la vida en aprendizaje y autoconocimiento.
La sabiduría del yoga nos exhorta a que cada persona encienda su propia lámpara. Nadie, ciertamente, puede hacerlo por nosotros. A veces falla la voluntad porque también se resiente la motivación. Hay que ser ecuánime con uno mismo y no culpabilizarse ni desfallecer. Hay etapas en las que caminamos más resuelta y velozmente, y otras en las que lo hacemos con más indecisión y lentitud. No importa. La vía que propone el yoga es gradual. No hay atajos. Pero ningún esfuerzo se pierde e incluso los «retrocesos» son aparentes. Una vez comenzada la larga marcha hacia la armonía y el autodesarrollo, el secreto está en no abandonar y, aunque a veces sea en pequeñas dosis, no dejar de practicar. La propia sabiduría, que se esconde tras la ofuscación de la mente, no nos dejará de alentar y reorientar. Como me dijo en una ocasión un mentor: «Usted practique.Tanto si se siente dichoso como desgraciado, no deje de practicar y la práctica se encargará de hacer su cometido».Tenía razón. Sigo practicando y aprendiendo. Queda mucho camino por recorrer, pero lo esencial es no detenerse.
En esta obra me referiré de manera muy especial a los yogas más esenciales (hatha-yoga, radja-yoga, karma-yoga, bhakti-yoga, gnana-yoga, mantra-yoga y kundalini-yoga) por ser los que en principio más pueden cooperar en la evolución y bienestar de todo ser humano. Todos ellos se complementan idóneamente. A través del yoga psicofísico también se favorece la mente, así como el mental beneficia al cuerpo. En otra de mis obras me he ocupado a fondo de otros yogas o de otras vertientes de los yogas mencionados como el tantra-yoga, al que he dedicado estudios muy extensos en mi libro La vía secreta del amor, entre otras publicaciones. Lo que pretendo en esta obra es hacer una exposición tanto teórica como práctica de los yogas realmente más esenciales, ya que todos ellos pueden aportar al ser humano enseñanzas y técnicas muy útiles para la evolución de su consciencia y favorecer todos sus planos y funciones, encauzando sus energías hacia la realización de sí mismo y la plenitud de la conciencia. Dependiendo de la naturaleza mental del aspirante, éste puede inclinarse más por una u otra modalidad del yoga, pero ello no quiere decir que desatienda las otras y que no incorpore a su práctica métodos de las mismas y pautas y actitudes para la vida diaria. Se pueden observar diferentes ramas del yoga, aunque se tienda hacia una en particular. En mi caso, por ejemplo, practico habitualmente los yogas físico y mental, complementándolos en lo posible con la actitud yóguica en la vida diaria y las enseñanzas del karma-yoga y del gnana-yoga. De cualquier modo, para todos los yogas son factores imprescindibles el genuinamente ético y el mental, y la propia razón de ser del yoga es procurar los medios para lograr la emancipación psíquica y la libertad interior.
RAMIRO CALLE
NOTA: Puede contactarse con el autor directamente en su centro de yoga Shadak, en la calle Ayala, 10, de Madrid, o a través de su página web: <www.ramirocalle.com>.
Antes de que tuviera conocimiento de la existencia del yoga, ya me había interesado vivamente (seguramente estimulado en esta dirección por mi madre y por mis propios «instintos» de autoperfeccionamiento) por las vertientes místicas y espirituales que mostraban vías hacia un estado diferente, mucho más sabio y sosegado, de la consciencia.También habían caído en mis manos algunas obras de superación personal y autodesarrollo, de autores franceses, que mi padre tenía en su biblioteca. Dadas mis inquietudes y desvelos anímicos, aspiraba ya a la conquista de un estado de armonía interior y me aferraba a todas aquellas enseñanzas u orientaciones que pudieran ayudarme a comprender (o al menos a intentarlo) el que se me antojaba un sinsentido de la vida y me sumía en una irreprimible melancolía.
En aquellos años tan lejanos me asaltaban, como serpientes que me mordieran por dentro, sentimientos muy hondos de soledad que me ponían cara a cara con el atroz e insondable misterio de la vida y me despertaban infinidad de interrogantes ante los que mi mente enmudecía. Supe que, de acuerdo con el yoga, hay un estado superior de consciencia o, mejor sería decir, un más allá de la consciencia que se llama samadhi y que es el objetivo básico de los yoguis. Me fascinaba ese estado, seguramente porque yo estaba justo en las antípodas del mismo, ya que el samadhi representa sosiego inefable, bienaventuranza, consciencia de unidad, libertad interior, mente unificada, reconocimiento de la propia naturaleza real y expansión. Soñaba en ese estado y lo deseaba, intuyéndolo desde mi confusión mental y mi fragmentación psíquica. Pude encontrar referencias al samadhi en algunas obras publicadas en francés. Ni siquiera me había aproximado a la falda de la montaña y ya estaba soñando con la cima.
El samadhi es la experiencia del trance yóguico o éxtasis, una vivencia profundísima de cosmicidad que transforma radicalmente a la persona que lo experimenta. El camino gradual del yoga va acercándonos a esa experiencia reveladora e iluminadora. Sólo algunos la disfrutarán, pero todos podemos irnos acercando a ella y así obtener notables beneficios psicosomáticos. En el samadhi, la mente se absorbe en su fuente, el Ser. Es el culmen del viaje introspectivo, aunque también hay diferentes clases y grados de samadhi. En el samadhi, el yo se sumerge en lo Absoluto. Una experiencia así es indescriptible, pero podemos sospechar que reporta un grado enorme de dicha y es también como una «implosión» que provoca un tipo muy especial y supralógico de consciencia. Durante el samadhi incluso se producen cambios fisiológicos muy notables y llamativos. Me dejó perplejo saber que Ramakrishna penetraba en ese estado durante días y que sus discípulos querían sacarle de él, preocupados porque pudiera morir en el mismo. Durante el samadhi, el principio cósmico de la persona se disocia de la sustancia primordial o materia (todos los procesos psicofísicos) y se reintegra en el potencial cósmico; de lo más burdo a lo más sutil, reinvirtiendo la persona el proceso de la creación. Con una mente tan joven no podía dejar de darle vueltas a ese estado, que imaginaba como una liberación de la penumbra interior y la insatisfacción vital, y que concebía como el núcleo del sentido de la vida. Ése es un estado de gran pureza y sólo se consigue a través de la práctica asidua de la meditación, la pureza de intenciones y de vida y la mutación de la consciencia. Es una situación de máximo equilibrio, donde la persona se instala en su naturaleza real sin dejarse afectar por las «olas» de los fenómenos externos o las propias variaciones anímicas. Así, el epicentro de la calma se halla en la tempestad; el espacio de quietud, en el tornado.
Muchas prácticas del yoga tienden a lograr esa unificación tan especial de la consciencia que hace que ella misma se «deflagre» para dar paso a otro tipo de consciencia. Los yoguis denominan a ese estado —pronto lo supe— supraconsciencia o mente supramundana. El samadhi representa una abstracción mental tan profunda que ninguna descripción de este estado resulta apropiada: sólo sirve la experiencia. Representa la absoluta libertad interior, la emancipación y liberación que convierte a la persona en una liberada-viviente; es decir, la que está en el mundo pero no es del mundo. La figura del liberado-viviente, o jivanmukta, me atrajo poderosamente desde que empezara a bucear en el caudal de conocimientos del yoga. Este formidable estado de consciencia le permite a la persona desvincularse de todo lo fenoménico, desligarse incluso a voluntad de sus procesos psicofísicos y darse un «baño» de lo cósmico. Sólo el ejercicio constante conduce a esos estados tan poderosos y reveladores de abstracción mental, que intenta provocar la introspección apoyada en los procedimientos de concentración y meditación, y todo ello «arropado» por la intención pura y la verdadera ética.
En la senda hacia la supraconsciencia, todos los yoguis insisten en los obstáculos que irán presentándose, como el entendimiento incorrecto, la pereza, la negligencia, el desequilibrio psicosomático, la dispersión mental, el apego y tantos otros, los cuales habrá que ir contrarrestando mediante la intensa motivación, el esfuerzo consciente, la práctica asidua, el desapego, la armonía psicofísica y la disciplina de mente, palabra y obra.A través de la triple disciplina (ética, mental y de despliegue del entendimiento correcto o sabiduría) el yogui se va aproximando a la experiencia samádhica. Sin embargo, no podemos mirar tan lejos y no ver lo que hay cerca, por lo que trataba de reeducarme a mí mismo para ser más reflexivo y no extraviarme en expectativas. Lo esencial era practicar sin ansiar los resultados. El yoga me decía que tenía que aprender a conectar con el proceso cósmico que a todos nos alienta y que era necesario reorientar las energías y fuerzas vitales, pero no reprimirlas o mutilarlas. Hay que ir aprendiendo de uno mismo y tratar de explorar, examinar y tomar conciencia de los instrumentos que nos configuran y la fuerza vital que los anima.A esa fuerza vital el yoga la llama el prana, y en años sucesivos yo tendría que ir aprendiendo mucho sobre ella, especialmente sobre cómo activarla y equilibrarla. El prana tiene un papel esencial en el yoga, sobre todo en los yogas de la energía, como el hatha-yoga y el kundalini-yoga. Esta energía es el principio de la vida y está muy conectada con la mente, por lo que pronto me sería muy familiar la instrucción del yoga que nos indica que la mente es el jinete y la respiración es el caballo. En mis primeros años de contacto con el yoga me fui haciendo con algunos libros de pranayama, o técnicas de control respiratorio, y empecé a ejecutar los ejercicios básicos de perfeccionamiento del aparato respiratorio. La respiración consciente es una de las claves del yoga y una herramienta más para ejercitar el control sobre las emociones y los estados de ánimo. La interrelación entre los estados mentales y la respiración es muy estrecha, y a cada estado mental le corresponde un modo de respirar, como a cada manera de respirar le corresponde un estado mental.